NOTICIAS DEL CANAL TREX
—Me siento más tranquila en esta casa cuartel.
—Eres una exagerada, Nora.
—Tú dirás lo que quieras, pero aquí va a ocurrir algo grave.
—La tierra se va a abrir y nos va a tragar a todos.
—Tómatelo a broma.
—Preparada. Ponferrada. Casa cuartel de la Guardia Civil. Interiores.
TRES, DOS, UNO…
Estos parajes encierran la energía legendaria de luchas libradas de las que emergieron héroes y sueños que no llegaron a ser. En su presente se leen las cicatrices provocadas por el trueno de los tambores de la represión del pasado. Sus vidas se pierden por las edificaciones que se derrumban y en hogares sometidos a una gran prueba. A cada paso que damos, contemplamos y sentimos el dolor de la explotación y la piel se nos llena del polvo negruzco del carbón que se extiende por los caminos. Las aguas de sus ríos pierden la cristalina transparencia y sus peces se metamorfosean para sobrevivir. Y hasta la amargura que se respira es más peligrosa que la silicosis. Primero fue el desastre, el cierre de las explotaciones, la expulsión de los trabajadores y sus familias de su hábitat. Luego, la etapa heroica, en la que todos se negaron a ver morir esta tierra y pelearon. Después pasaron a la luna de miel, donde la solidaridad con ellos se extendió por Europa y hasta les llovieron ayudas internacionales en forma de fondos mineros para ayudar a las cuencas a levantarse. Pero luego llegó la desilusión, cuando las ayudas se terminaron, las subvenciones se desviaron a tierras más desfavorecidas y no quedó más que un montón de ruinas. Y, como toda hecatombe, quemó esas etapas hasta el final, hasta comprobar que más hondo no se puede caer. A partir de ahí estas gentes comprendieron que debían comenzar la reconstrucción.
Pero todo ese pasado y presente y todas esas fases por las que está atravesando este mundo han mantenido una constante. En épocas pasadas los poderosos respondieron a las crisis y protestas con la masacre de los débiles echando mano del ejército. Durante toda la época que transcurre desde la posguerra hasta hoy, las cuencas han estado unidas a la Guardia Civil para vigilar y castigar. La pareja con capote y tricornio que pateaba las sendas en busca de malhechores y de maquis fue dando paso a los cuarteles estables, de guardias que hasta jugaban la partida con los paisanos del pueblo. Eso provocaba que en situaciones de protesta radical los dirigentes políticos tuvieran que traer dotaciones de fuera para sofocar las revueltas, pues los efectivos de estas zonas no les servían ya que se habían «apaisanado», como ellos decían. Y ahí comenzó su dicotomía: por un lado tenían la misión de controlar y disciplinar; y, por otro, se fueron acoplando a sus gentes, «apaisanándose», hasta integrase en su ser y existencia.
Hoy hemos tenido suerte pues la capitana Rosario Mijas, recién ascendida y en espera de destino, nos ha permitido entrevistarla para conocer cómo ha sido la vida de la Guardia Civil en este mundo y entre sus gentes.
«Cuando terminé la Academia y pedí destino en esta comandancia, las voces se levantaron entre mis compañeros: “Te vas a la zona más negra del país”. También añadieron aquello de que no iba a soportar la presión. Así se veía esta zona entre nosotros, como un lugar inhóspito y alejado de la civilización, lleno de gente burda, torpe y bruta. Cuando llegué aquí, los propios guardias me dijeron: “Mi teniente, cuando usted ascienda y tenga que marcharse, puede estar segura que se le caerán las lágrimas por tener que dejar todo esto”. Han pasado cuatro años desde entonces y los recuerdos, amigos, puntos de encuentro y de añoranza me perseguirán de por vida. Es una zona que cala, profundiza en tus entrañas, te deja su marca y lloras. Y sé que no encontraré ningún otro lugar igual. Esto no es un paraíso, ni un vergel, es una tierra dura, gestada para seres indomables. La amas o la odias, no admite término medio.
»Para mí fue dura por un doble motivo: por un lado, era una tierra de hombres, forjada por ellos y para ellos; por otro, llegar de teniente a mandar una tropa masculina que te miraba con recelo y desconfianza. Esa fue mi segunda gran prueba. Superé ambas y la solidaridad de esta tierra me ha derrotado, soy su prisionera. Tengo que marcharme de aquí, mi ascenso a capitán me obliga, pero me siento unida a este pequeño terruño. Mi alma quedará enterrada debajo de cualquier mojón que señale los límites de estos valles.
»Pero sé que estas elucubraciones a ustedes no les interesan. Ustedes están haciendo un reportaje sobre Ramalho. ¿Qué quieren que les diga sobre él? Les podría contar que es un excelente profesional, que se obsesiona con los casos que se le encomiendan, que es capaz de mimetizarse con el terreno que pisa, que cuando se le marca una misión él la cumplirá. Pese al desgaste psíquico que supone actuar de incógnito. Tienes que tener tu cabeza bien amueblada para no perderte. Pero sé que eso tampoco les interesa, ustedes quieren saber sobre el asunto de ese asesino denominado Cero. Miren, cuando el caso en Vega quedó solucionado hace casi un año, alguien en el Ministerio le encomendó la misión de localizar y detener a Cero. El resultado es que Ramalho consiguió su objetivo, algo que no debió de gustar mucho a las altas esferas, pues el Ministerio quedó en ropa interior. Pero eso no es culpa de Ramalho, él hizo su trabajo.
—Está trastornada, Dani. Mira que decir que esto tiene algo que embruja.
—La gente se suele enamorar de esta tierra.
—¿Enamorar? Cállate, por favor, esto no puede gustarle a nadie.