Nota del autor

La última vez que conversé con Adela (nombre ficticio, como ustedes se pueden imaginar), paseaba con sus biznietos por un pequeño parque, gozaba de excelente salud a sus recién cumplidos 90 años y seguía mirando las montañas.

Cuando el gobierno democráticamente elegido por los ciudadanos del Estado Español concedió las pensiones a los soldados de la República o a sus viudas, Adela la solicitó aportando toda la documentación que poseía sobre su marido. Su sorpresa se produjo al llegarle la concesión, pues correspondía a la de viuda de general.

¿Cuál fue la verdadera historia de su teniente devenido en general? Tal vez no la conozcamos con certeza hasta que todos los archivos de la guerra civil vean la luz o los del expresidente Juan Negrín. Hasta que eso ocurra, si me lo permiten, me quedo con la epopeya que me narró un violinista ciego en cierto quiosco de la música.

En un valle cualquiera, a 23 de octubre de 2006