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Se le mueren el hijo y la República

Es en la batalla de Teruel donde algunos centinelas mueren congelados en sus puestos de guardia. Hay que calentar los motores de los aviones con tuberías de agua caliente. Se hiela la orina antes de llegar al suelo. La respiración de un pequeño grupo de hombres es una masa de niebla que apenas les deja verse entre ellos. No pueden hacerse hogueras para calentarse, para no dar una pista al enemigo. Mueren de frío en las madrugadas las caballerías, y los automóviles no arrancan por el bloque rígido que paraliza los cilindros a causa del aceite congelado. La poca carne de la intendencia hay que partirla a golpe de hacha. Años más tarde, cuando algunos de estos combatientes, enrolados en la «División Azul», se vean obligados a vivir en las trincheras próximas a Leningrado, podrán comparar un frío con otro, y no será más crudo que éste de Teruel, donde algunos días, y sobre todo algunas noches, se alcanzan los veinte grados bajo cero.

Mal escenario de guerra para Miguel, hecho a los temperos de su Orihuela; mal aire puro para sus bronquios, que empiezan a sufrir y a deteriorarse. No puede escribir porque las manos heladas no dominan el lápiz. Por primera vez empieza a memorizar. Sus versos ha de conservarlos escritos en la memoria, todo un ejercicio mental nuevo para él y que, sin embargo, habrá de servirle de mucho cuando ya muy poco más tarde haya de ver pasar sus horas largas en la cárcel.

El 8 de enero se rinde a las tropas republicanas la Comandancia Militar de Teruel. Una curiosa rendición: el coronel Rey D’Harcourt firma el acta de capitulación, pero haciendo una notable salvedad: las fuerzas que defienden el Seminario y las del convento de Santa Clara quedan en libertad de rendirse o continuar la lucha. El coronel Barba, que manda en el Seminario, se niega a rendirse. Sólo cuando entre derrumbamientos y explosiones van abandonándole sus hombres es apresado por sorpresa y termina la lucha. Por unos días, pocos, Teruel va a ser de la República. La contraofensiva franquista, durísima, no se hará esperar.

Por estos mismos días, en Orihuela se procura reorganizar el campo de trabajo, que se halla en lamentables y curiosas condiciones. Con el director viven sus hijos y un sobrino. El profesor de estos muchachos es precisamente uno de los presos, el fraile Demetrio. A pesar del laicismo imperante, el día del santo del director del campo acuden todos los presos —son 1.400—, en grupos de cinco en cinco, a felicitarle, y a cambio reciben puros y cajetillas de tabaco, tras los apretones de manos de rigor. Extraordinario campo de trabajo éste, en el que para tal masa de reclusos sólo hay tres vigilantes armados. A diario se dice misa dentro del establecimiento. Como faltan mantas y uno de los presos es hijo de un fabricante de mantas, por este conducto se resuelve el problema. Más que una prisión es casi un lugar de reposo, y son muchos los que de otros campos de trabajo piden ser trasladados al de Orihuela, y lo consiguen. El estadillo que a primeros de año marcaba esos 1.400 reclusos citados denota al comenzar febrero la existencia de cerca de 2.000.

A ratos en las trincheras, a ratos en el pabellón de los zapadores, a ratos en la caseta del Estado Mayor, o en el Hospital de Sangre, Miguel va ultimando su libro El hombre acecha, que piensa dedicar a Pablo Neruda. « —escribe para esta dedicatoria— preguntas por el corazón, y yo también. Mira cuántas bocas cenicientas de rencor, hambre, muerte, pálidas de no cantar, no reír; resecas de no entregarse al beso profundo. Pero mira el pueblo que sonríe con una florida tristeza, augurando el porvenir de la alegre sustancia. Él nos responderá. Y las tabernas, hoy tenebrosas como funerarias, irradiarán el resplandor más penetrante del vino y la poesía».

Uno de los poemas de más contenido de los que se publican en El hombre acecha es el titulado Llamo al toro de España. He aquí algunos fragmentos:

Alza, toro de España: levántate, despierta.

Despiértate del todo, toro de negra espuma,

que respiras la luz y rezumas la sombra

y concentras los mares bajo su piel cerrada.

Despiértate.

Despiértate del todo, que te veo dormido,

un pedazo del pecho y otro de la cabeza:

que aún no te has despertado como despierta un toro

cuando se le acomete con traiciones lobunas.

Levántate.

Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,

enarbola tu frente con las rotundas hachas,

con las dos herramientas de asustar a los astros,

de amenazar al cielo con astas de tragedia.

… … … … … … … … … … …

Yérguete.

No te van a castrar: no dejarás que llegue

hasta tus atributos de varón abundante,

esa mano felina que pretende arrancártelos

de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.

… … … … … … … … … … …

Abalánzate.

Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,

y en el granito fiero paciste la fiereza:

revuélvete en el alma de todos los que han visto

la luz primera en esta península ultrajada.

… … … … … … … … … … …

Sálvate.

Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.

Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.

Atorbellínate, toro: revuélvete.

Sálvate, denso toro de emoción y de España.

Sálvate.

No va a poder olvidar ya nunca los días helados de la batalla de Teruel, las noches heladas de la batalla de Teruel, porque han sido muchas las veces que ha pensado en que iba a morir, y no de metralla, sino de frío, y porque en realidad algo sí que ha muerto un poco, ya que sale enfermo de la epopeya. Por eso dedica otro poema precisamente a estos recuerdos tremendos: El soldado y la nieve:

Diciembre ha congelado su aliento de dos filos,

y lo resopla desde los cielos congelados,

como una llama seca desarrollada en hilos,

como una larga ruina que atraca a los soldados.

… … … … … … … … … … …

La frialdad se abalanza, la muerte se deshoja,

el clamor que no suena, pero que escucho, llueve.

Sobre la nieve blanca, la vida roja y roja

hace la nieve cálida, siembra fuego en la nieve.

Las cartas, las pocas cartas que recibe de Orihuela, o de Cox, le desconciertan. ¿Cómo están entendiendo allí la nueva situación? ¿Qué idea tienen en ese «Levante feliz» de lo que es la guerra ni de lo que con la guerra se pretende conseguir? En algunas partidas se ha llevado a cabo la socialización, en otras la colectivización, según sean los socialistas o los de la CNT quienes mandan. Hay, sobre todas las otras organizaciones campesinas, una prepotente «Colectividad de Obreros Agrícolas» que hace y deshace a su antojo. Para los miembros de esta Colectividad no existen ni el racionamiento ni la escasez, y el resultado es que ahora es el mismo pueblo el que se muestra quejoso de esa otra parte de pueblo que le maneja. ¿Para esto se están matando los hombres en las trincheras?

No funciona el Frente Popular de Orihuela. A causa del predominio insolente ejercido por las fuerzas anarcosindicalistas, se han retirado los principales partidos que lo integraban: Comunista, Izquierda Republicana, Unión Republicana y Juventud de Izquierda Republicana. Sólo quedan la UGT, con predominio en la industria y el comercio, y la CNT, que manda en el campo. El alcalde es socialista. La mayoría absoluta de los 19 concejales, de la UGT y de la CNT, es decir, representan a las sindicales, pero no a los partidos. (Se dice que hay en Orihuela en estos primeros meses de 1939 unos 180 afiliados al Partido Comunista —150 hombres y 30 mujeres—). Se ha pretendido organizar, como en otros pueblos de la Vega Baja, una agrupación de mujeres antifascistas, pero la influencia eclesial es todavía lo suficientemente fuerte como para impedirlo. No están el obispo, ni los canónigos, ni los frailes, ni los seminaristas, pero dijérase que de noche sus sombras deambulan por el cogollo central de las calles de Orihuela, rondando la calle Mayor.

España entera, la republicana y la franquista, España entera, de un extremo a otro, va a echar de menos desde la noche del 30 de enero las charlas por la radio de Sevilla del general Queipo de Llano. Ninguno de los caricatos que luego, ya en la posguerra, desfilarán por las emisoras comerciales —Camilín, El Zorro, Gila, Tip y Top— conseguirán jamás tanto auditorio como el general Queipo de Llano en sus intervenciones radiadas desde Sevilla. Una de sus genialidades más brutales —o una de sus brutalidades más geniales— ha sido la de invitar a las mujeres de la España republicana a rendirse cuanto antes, pues serán muy felices gracias al vigor sexual y a la acometividad amorosa de los legionarios. Se transforma la Junta Técnica del Estado de Franco en su primer Gobierno, entra Serrano Súñer en funciones y una de las primeras órdenes es decir a Queipo de Llano que se calle de una vez. No han sido honrados, desde luego, los militares por las barbaridades dichas noche tras noche por Queipo de Llano desde sus micrófonos sevillanos.

Miguel produce otro de sus poemas más importantes: El hambre. Este poema, del que aquí se dan sólo unas cuartetas seleccionadas, debería ser texto en las escuelas. Sobre todo, debería ser leído lentamente, y más de una vez, por todos los adultos de España:

Tened presente el hambre: recordad su pasado

turbio de capataces que pagaban en plomo.

Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,

con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

El hambre paseaba sus vacas exprimidas,

sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,

sus ávidas quijadas, sus miserables

vidas frente a los comedores y los cuerpos salubres.

Los años de abundancia, la saciedad, la hartura

eran sólo de aquellos que se llamaban amos.

Para que venga el pan justo a la dentadura

del hambre de los pobres, aquí estoy, aquí estamos.

… … … … … … … … … … …

El hambre es el primero de los conocimientos:

tener hambre es la cosa primera que se aprende.

Y la ferocidad de nuestros sentimientos

allá donde el estómago se origina, se enciende

El animal influye sobre mí con extremo,

la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.

A veces he de hacer un esfuerzo supremo

para callar en mí la voz de los leones.

… … … … … … … … … … …

Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos

donde la vida habita siniestramente sola.

Reaparece la fiera, recobra sus instintos,

sus patas erizadas, sus rencores su cola.

El final de este poema rabioso es, dentro de la ira, dulce, hondamente humano:

Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera

hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.

Yo, animal familiar, con esta sangre obrera

os doy la humanidad que mi canción presiente.

Si estos poetas militares eran necesarios en 1937, lo son mucho más en 1938, en que las cosas empiezan a andarle mal al Gobierno republicano. Lo que un poeta puede hacer en un grupo de combatientes en estos momentos de incertidumbre no lo hace un discurso político. No se trata de que Miguel Hernández se ponga a recitar versos a unas tropas desmoralizadas por dos o tres descalabros consecutivos, sino que tiene dentro de sí tanta fe, tan sincera, que en una simple conversación la traslada y la contagia. «No podemos perder»; y no podemos perder por todas estas razones: estamos haciendo una España nueva, justa, normal y moral, decente, estamos derribando bastiones de vergüenza que hemos venido arrastrando siglos. La España abyecta y medieval que ha venido siendo la risión del mundo es ahora una España emergida y joven que quiere ser uno más de los países que están en la tierra. No queremos ser más ni menos, sino un país entre los otros en pie de igualdad. ¿Quiénes son los otros? La España del rosario de las tardes y de los servidores de la gleba, la España del chocolate del cura y de las cosechas pagadas con gazpacho. ¿Y qué España es la que queremos hacer, la que estamos haciendo a golpe de fusil y de machete, de morterazo y de bomba? Una España diferente en la que los hombres, desde los más humildes, puedan tener la mirada alta porque no haya grandes señores de puro y de casino. Y el mundo lo ve y el mundo lo sabe, y «no podemos perder». «No podemos perder», porque estamos mandados por hombres que saben lo que tienen entre manos y quieren el bien de este país nuestro, hombres que son como nuestros padres lejanos, que se ocupan de nosotros, y si mueren más y más y cada día somos menos es porque así son las guerras; estamos haciendo la España de un mañana en la que nuestros hijos no tendrán que jadear en las colinas cuidando cabras a la hora en que debieran estar en el colegio aprendiendo dónde está Inglaterra y por dónde pasa el Segura. «No podemos perder», porque perdiendo ya llevamos siglos y siglos, desde que la humanidad se puso en marcha, y aunque no fuera más que por aquello del toma y daca, tantos miles de años llevan los otros mandando que ahora nos va a tocar ya a nosotros de una vez.

Los soldados oyen a los poetas que hablan con los ojos ilusionados y de pronto, sólo por oírles, llenos de piojos y de barro como están, se sienten importantes protagonistas de una historia importante también. Es decir, se sienten de verdad lo que son.

En la madrugada del 5 al 6 de marzo, una zona inmensa del Sureste, en una extensión de costa superior a los sesenta kilómetros, se conmueve con el estruendo de una tremenda explosión. Puede decirse que desde Torrevieja hasta bastante más abajo de Cartagena miles de personas despiertan sobresaltadas. Muchos piensan en la voladura del polvorín próximo al puerto militar, pero la radio, repitiendo una nota del Gobierno, en castellano, en francés, en inglés, lo aclara todo: la nota advierte a los buques extranjeros que naveguen en las proximidades del crucero pirata Baleares, que arde a sesenta millas del cabo de Palos, del peligro de acercarse a él, ya que, atacado por la marina republicana, que es la que le ha hecho arder, está siendo ahora atacado por las escuadrillas de bombarderos para acabar con él. Esta puede decirse que es la noticia más importante de la guerra en todos estos días, y particularmente en lo que concierne al Sureste español. Cuando el Gobierno comunica, horas después, que el Baleares se ha hundido definitivamente, el júbilo alcanza a la mayoría de los pueblos de Alicante y Murcia. En Orihuela se dicen misas a escondidas por los muertos del crucero.

Miguel, fatigado, enfermo, va con permiso a Cox, donde residen Josefina y el pequeño. A los cuatro días ya parece otro hombre. Le han vuelto los colores a la cara, come con apetito y le alegran las gracias del niño de cuatro meses. Aquí, en Cox, que es la paz, piensa mucho en la guerra, y en las causas que trajeron la guerra. Escribe las últimas cuartillas de un nuevo drama que empezó por las nieves de Teruel, El pastor de la muerte:

… Esos hombres defensores

de su pobreza y su pan,

harán de la tierra, harán

de España un huerto de flores.

… … … … … … … … … … …

Huerto que he soñado ver,

y que no veré jamás

con estos ojos, detrás

de una luz de amanecer.

Cox no es un pueblo bonito. Sus alrededores son alucinantes, algo parecidos a los de la cartagenera La Unión, o a ciertos paisajes próximos a Almería. El pueblo es triste: polvo, casas de una sola planta, puertas y ventanas de colores chillones, afortunadamente desteñidos. Hay una calle grande y ancha, la de Ramón y Cajal, y ahí parece que se centra todo, como si fuera la espina dorsal. A la salida hacia Albatera, esto es, hacia Alicante, hay, eso sí, un palmeral muy hermoso. Pero en este Cox sencillo y apacible, Miguel, Josefina y el pequeño pueden permitirse el inmenso lujo de olvidarse de la guerra. Y más podrían hacerlo si no fuera por las trabas del racionamiento, que salvan, como todos, por la vega cercana y por las relaciones de amigos y familiares.

Cox, la del milagro. Cuenta Vilar —al referirse a la patrona de Cox, Nuestra Señora de las Virtudes— que «… un mudéjar se hallaba cogiendo aceitunas en un olivar vecino al pueblo. Habiendo llenado casi por completo su espuerta con el fruto de uno de los árboles, se disponía a pasar al siguiente para completar la tarea. Cuál no sería su sorpresa cuando, al volverse para verter las aceitunas, halló volcado el recipiente y el contenido derramado por el suelo. No encontraba explicación lógica al suceso y hubo de limitarse a recoger el fruto y depositarlo en la cesta. Reemprendió la faena para completar la carga y, al volverse, la halló esparcida de nuevo. Por segunda vez repitió la operación y retornó al árbol a recoger más, pero ahora sin perder de vista la espuerta… Vio que un niño bajaba del olivo, volcaba el contenido y se encaramaba de nuevo al árbol para sentarse en el regazo de una hermosa mujer posada en la copa. El moro, irritado con tanto esfuerzo vano, no estaba para bromas. Repuesto de la sorpresa, lanzó una pedrada a la juguetona pareja, alcanzando a la mujer en la frente. Refiere la tradición que la señal de la pedrada es la que representa la imagen de Cox y que no hay forma humana de borrarla»[36].

Así organizan las cosas en el cielo, tan injustamente que al tiempo que envían unos ángeles a que le labren la tierra a Isidro de Madrid, mientras duerme, envían un niño juguetón a que fastidie todo lo que pueda a un mudéjar de Orihuela. ¡Lo que es el centralismo!

Hablando de este Cox apacible y albergador, este Cox transitoriamente refugio de Miguel, y recordando alguno de los más ilustres apellidos recogidos en capítulos anteriores, no olvidemos que esta localidad, dependiente a todos efectos de Orihuela, era tierra y aldea de propiedad particular de grandes señores: primero los Vidal, luego los Togores, luego los Ruiz. Un Roca de Togores, jefe de los fascistas de Orihuela y animador de la expedición para la liberación del jefe nacional preso en Alicante, murió fusilado —lo hemos leído anteriormente— tras haber sido juzgado por un tribunal popular.

«El día que sientas un gran viento sobre las casas de Cox, que se lleva sus tejas, di: ahí viene Miguel. Porque llegaré corriendo y voy a revolucionar con mi llegada cielos y tierras».

Así había escrito Miguel pocos días antes de su viaje a Cox en carta a Josefina. Y, sin embargo, ni él ni ella podían imaginar que la llegada iba a ser la de un hombre macilento, agotado y enfermo. «Los aires de esta tierra le harán bien», dijo pronto el médico. Y fue una de esas veces en las que los médicos no se equivocan. Poco a poco, la sangré joven hace su trabajo y los dos cuerpos amantes se prensan y vibran:

Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,

se besan los primeros pobladores del mundo.

Van a Orihuela y no les es grato ir a Orihuela. Allí están las pasiones demasiado enconadas y el Visenterre es un rojo para las familias de la gente bien, que es siempre la gente de las derechas, y un comunista —enemigo también— para los anarquistas, y un ídolo para un corto grupo de jóvenes que leen sus versos y saben de sus relaciones por ahí: Líster, Neruda, El Campesino, Alberti. Por las calles pasean carabineros de la Academia-Cuartel y heridos convalecientes del Hospital de Sangre. Las señoritas de la buena sociedad tienen mucho cuidado: nadie debe verlas paseando con hombres de uniforme, sean sanos o heridos, que al fin y al cabo son el enemigo. Y como siempre que estas prohibiciones intentan separar hombres jóvenes y mujeres jóvenes, los encuentros y los paseos se producen igualmente. O, mejor, igualmente no: al oscurecer, por las afueras. ¿Vallas al campo…?

El Gran Cuartel General alemán de Berlín estudia seriamente la posibilidad, la conveniencia de retirar el grueso de su fuerza aérea de los escenarios de la lucha en España. Franco se aterra: si la guerra en general lleva un ritmo y una orientación es merced, muy primordialmente, a la cobertura aérea alemana. Se mueven los hilos de la diplomacia, viajan los generales, se cruzan cartas y al fin se decide que la Legión Cóndor continuará en España mientras Franco la necesite. Frase de Hitler es —frase histórica, del día 6 de abril— que «… ahora que la guerra en España va tocando a su fin, nuestros soldados no pueden aprender nada más».

En abril le es prorrogado el permiso por enfermo y sigue en Cox. Sus neuralgias son más frecuentes y más intensas. Se dijo oportunamente que incluso algunos miembros de su familia achacaban tales dolores a los golpes que el padre propinaba a Miguel en la cabeza cuando de noche permanecía con la luz encendida para leer. Ahora, en Cox, puede leer todo lo que quiera. Ni siquiera aquí hay apenas que disimular las luces por temor a ataques nocturnos de la aviación. Y repasa una y cien veces su Pastor de la muerte, casi todo en romance, y que recoge la lucha por la defensa de Madrid.

Orihuela, que poco a poco ha ido convirtiéndose en toda una plaza de importancia militar —Academia-Cuartel de los Carabineros, Hospital de Sangre—, ahora recibe un refuerzo más en este sentido: desde abril de 1938 se instala allí un Centro de Organización Permanente de Transmisiones. De manera que la proporción de uniformes por las aceras es día por día mayor, y día por día mayor, también, el miedo de la población civil a que los aviones enemigos incluyan a la ciudad en sus programas de bombardeo, que son cada vez más amplios, más profundos y más audaces.

La aviación obsesiona a Miguel. Le obsesiona en dos sentidos: le impresiona la fortaleza y la organización del arma aérea enemiga, «¡esos alemanes!», pero, de otro lado, admira a los jóvenes muchachos españoles que se van a la Escuela de La Ribera, o a la de Los Alcázares, en el Mar Menor, o a la de Rusia, y se hacen pilotos —seres fabulosos— en sólo un curso de tres a cuatro meses.

Y como todo lo que siente o piensa, o ambas cosas a la vez, lo lleva al verso, la aviación está presente en su libro El hombre acecha:

El vuelo significa la alegría más alta,

la agilidad más viva, la juventud más firme.

En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta

alas con que batirme.

… … … … … … … … … … …

Todos los aviadores tenéis este trabajo:

echar abajo el pájaro fraguador de cadenas,

las ciudades podridas abajo, y más abajo

las cárceles, las penas.

En vuestra mano está la libertad del ala,

la libertad del mundo, soldados voladores:

y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala

hierba de otros motores.

Cox se inquieta el 25 de mayo con el prolongado y cruel bombardeo aéreo de Alicante. Los aviones han dado nada menos que veintitrés pasadas, han cogido de lleno el mercado de abastos y han producido más de trescientos muertos y un número incontable de heridos. La ciudad, en las últimas horas de la tarde, es una pavesa. En el comunicado del Cuerpo Diplomático acreditado en Alicante se dice, entre otras cosas: «El hecho de que el ataque haya sido desgraciadamente recibido en el casco céntrico de la población, alejado de objetivos militares, y de que, por ello, las numerosas víctimas pertenecen al elemento civil…» La comisión internacional investigadora establece que a estas fechas Alicante lleva sufridos 50 bombardeos y que este ataque del 25 de mayo debe considerarse «asalto deliberado a una zona civil».

Muy a la española, los trescientos muertos de Alicante han ido de boca en boca y al llegar a Elche son ya mil, en Albatera dos mil, en Cox se habla de dos mil quinientos. A veces se oye el run-run de los motores en sus circunvoluciones, y no se sabe si es el sonido de la caza propia o el de los mismos aparatos del enemigo.

De estos días es otro de los grandes poemas de Miguel, El herido, al que pertenecen las estrofas siguientes:

La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo

y las heridas suenan igual que caracolas,

cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,

esencia de las olas.

… … … … … … … … … … …

Para la libertad sangro, lucho, pervivo,

para la libertad, mis ojos y mis manos,

como un árbol carnal, generoso y cautivo,

doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones

que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,

y entro en los hospitales, y entro en los algodones

como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos

de los que han revolcado su estatua por el lodo.

me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,

de mi casa, de todo…

De pronto el Gobierno lanza sus trece puntos programáticos, que pronto se conocerán como «los trece puntos de Negrín». De pronto el Gobierno suspende muchos permisos y Miguel ha de volver a su unidad de choque. De pronto el Gobierno ha decidido pasar a la ofensiva, en plena canícula. Es julio de 1938. Comienza —así, de pronto— la epopeya del Ebro. Franco está en su apogeo, pero la República va a hacer un último intento espectacular. El 18 de julio, en Salamanca, se pronuncian los más altos ditirambos en loor de Franco: «adalid», «enviado divino», «reconquistador de España», «el Cid del siglo XX», «Dios de su mano», etc. Una semana después, el ejército de la República cruza el Ebro y el «adalid» siente de pronto que todo su castillo de naipes se le viene abajo. La ofensiva republicana, muy bien concebida y comenzada con enorme acierto, trastoca todos los equilibrios de la guerra y va a localizar en torno al Ebro la batalla decisiva durante cuatro meses. Miguel ya está otra vez con su gente obrera del uniforme sudado. Los Cuerpos V y XV republicanos se baten con un heroísmo histórico. Modesto, Líster, Tagüeña, El Campesino parece que van a cortar en línea recta hasta Zaragoza. Pero no es así. De nuevo cuenta la superioridad aérea. Las escuadrillas republicanas van deshaciéndose día por día, mientras los 120 aparatos de la Legión Cóndor siguen enseñoreándose de los aires. A fin de cuentas, será ese desequilibrio aéreo el que lo resuelva todo. Cuando el 25 de julio comienza la acción, las aviaciones adversarias están casi equilibradas, aunque es notoria la superioridad de los franquistas. Ya en octubre, por cada aparato republicano hay de ocho a diez enemigos, y en estas condiciones no hay forma de mantener las posiciones.

Miguel recibe dos cartas importantes de Josefina. Una es en septiembre, otra es en octubre. La de septiembre le dice que el niño está algo delicado y que en Orihuela se ha recogido una gigantesca cosecha de patatas, la mayor de toda la historia, lo que dice mucho en favor de los sistemas cooperativistas de la CNT. Orihuela ha obtenido nada menos que 7.500.000 kilos de patatas, la mayor de toda la provincia de Alicante, tanto como los partidos de Alcoy, Callosa de Ensarriá, Cocentaina y Denia juntos, con una cuarentena de pueblos.

Miguel vuelve a causar baja por enfermo y es enviado a reponerse al hospital de Benicasin. Es allí donde recibe la segunda carta, en los últimos días de octubre. Su hijo Manuel Ramón ha muerto el día 19, cuando sólo tenía diez meses. El poeta siente el dolor de cualquier padre en igual circunstancia, agravado por la distancia. A pesar del permiso, tramitado rápidamente, no llegará a Cox a tiempo de tocarlo aún caliente.

Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,

abiertos ante el cielo como dos golondrinas:

su color coronado de junios, ya es rocío

alejándose a ciertas regiones matutinas.

Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,

al fuego arrebatadas de tus ojos solares:

precipitado octubre contra nuestras ventanas,

diste paso al otoño y anocheció los mares.

Te ha devorado el sol, rival único y hondo

y la remota sombra que te lanzó encendido;

te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,

tragándote, y es como si no hubieras nacido.

Cox es pequeño. El cementerio queda muy cerca de la casa de Miguel y de Josefina. Miguel no quiere ver la calle, ni el cielo. Le parece que su hijo está en todas partes, precisamente por no estar ya en ninguna:

El cementerio está cerca

de donde tú y yo dormimos,

entre nogales azules,

pitas azules y niños

que gritan vívidamente

si un muerto nubla el camino.

De aquí al cementerio, todo

es azul, dorado, límpido.

Cuatro pasos, y los muertos.

Cuatro pasos, y los vivos.

Límpido, azul y dorado

se hace allí remoto el hijo.

En noviembre, la incógnita del Ebro está ya resuelta a favor de los franquistas. La hecatombe del Ebro es el comienzo del derrumbamiento del frente catalán. La suerte está ya echada, pero no todos los combatientes se dan por vencidos, y entre éstos está, desde luego, Miguel. No ha empezado —o, mejor, no ha empezado a conocerse— la gran traición de Casado y los anarquistas de Madrid. «Perder una batalla no es perder una guerra». Si Cataluña aguanta, la guerra podrá aún tener un giro satisfactorio para las armas republicanas. Y si no aguanta, ¿qué va a pasar con todo el ejército del centro y el de Andalucía? Quedan aún muchos hombres para luchar.

(Paradójicamente, en el Reformatorio de Adultos de Alicante, allí donde hay un lugar preparado para ver y sentir morir a Miguel Hernández, los fascistas presos se organizan, y nace en este noviembre de 1938 la llamada «Centuria Ramón Laguna». Cuando el final de la guerra llegue, estos presos saldrán a la calle, formados, encuadrados, y coadyuvarán a la ocupación de la ciudad por las tropas de Franco. Ocupan las mismas celdas que ocuparán dentro de pocos meses Miguel y algunos otros camaradas de ideas y de campaña).

Es curioso que sin presentir sus muchas cárceles, Miguel escribe en este tiempo un poema titulado precisamente Las cárceles, en el que hay estrofas de una belleza extraordinaria:

Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.

Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.

Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:

no le atarás el alma.

… … … … … … … … … … …

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,

van por la tenebrosa vía de los juzgados:

buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,

lo absorben, se lo tragan.

… … … … … … … … … … …

Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,

tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.

Porque un pueblo ha gritado ¡libertad!, vuela el cielo.

las cárceles vuelan.

En diciembre, Miguel pasa por Alicante, una vez más, camino de Cox. ¿Qué ha pasado con esta ciudad? En el Postiguet están los blocaos de la defensa de costas. Las calles están vacías de alicantinos y llenas de madrileños. Los escaparates no tienen casi nada. Se dice que de los bombardeos aéreos van ya casi quinientos muertos, casi setecientos heridos y medio millar de casas destruidas por las 2.300 bombas procedentes de las Baleares. Se han hecho más de cien refugios antiaéreos que muestran sus bocas de cemento en las plazas y en las encrucijadas. Nunca mejor llamado el Paseo de los Mártires, donde hay catorce casas despanzurradas. Es una fiebre esto de la construcción de refugios antiaéreos. La última vez que estuvo en Orihuela vio que también allí habían hecho tres, bastante profundos, muy bien protegidos y terminados. ¿Y en Cox? ¿Dónde se meterá la gente en Cox si un día aparecen allí a bombardear?

Se dice que la situación se va a resolver porque en Europa andan las cosas muy enredadas, y que alemanes y franceses están a punto de enzarzarse en guerra. Si así fuera, Francia no tendría más remedio que defender a los republicanos para cubrirse las espaldas del Pirineo, la guerra española podría dar un giro de ciento ochenta grados. Se dice que Negrín tiene un plan secreto para hacer retroceder a los franquistas. Se dicen infinidad de cosas, pero la realidad es que cada día le queda menos tierra a la República, porque la tiene el enemigo.

No hay Dios, no. Si lo hubiera, no habría consentido todo esto. Ganan ellos, se llevan ellos la victoria. Los que abusaron siglos y siglos montados a horcajadas sobre los hombros de los pobres vuelven a ganar. No hay Dios. Y si lo hay, está con ellos, y entonces es un Dios odioso y despreciable. ¿Cómo es posible que teniendo toda esta tropa miserable y compungida tanta y tanta razón sea para los otros la victoria? ¿Qué mano diabólica gobierna el movimiento de las cosas y de los hombres y ha hecho que haya triunfo para los que menos lo merecen y haya dolor, y fracaso, y ruina para los que entre ruina y dolor llevan miles de años ya? «Con razón dejé de rezarte un día». Eres el camarada del señor obispo de Orihuela, el que sonríe cuando salen las procesiones a impetrar la lluvia, el que acompaña, invisible, del codo a las beatas cuando van por San Agustín camino de la novena. El que sube con los escapularios y los cirios en las tardes de muerto y campanadas. Y eres así porque así te gusta ser y así deseas seguir siendo. ¡Nada de España nueva! España ha de seguir siendo tu España sotánica y satánica, y por eso has hecho que ganen la guerra los que llevan un cura al lado de cada general, los que han entronizado a la Virgen María en todas las escuelas y en todas las esquinas. ¡Cómo ibas a estar con nosotros! Nosotros somos los «sin Dios». Pero, si hay Dios, ¿cómo puede haber nadie sin Dios? ¿No eres el Dios que está en todas partes? Y si eres el Dios que está en todas partes, ¿en cuál de los dos bandos había más razón, y más dolor? Uno de los dos bandos se debía parecer a ti más que el otro: ¿era por ventura el bando de los banqueros, de los marqueses, de los obispos, de los generales charreteados y chorreteados? No ha sido vencida solamente la República española, sino que ha sido vencida la idea de Dios: ¿Tú, Dios omnipotente, esplendoroso, el que todo lo sabe y es infinita bondad, del brazo de la Legión, del brazo de los moros, del brazo de los aviadores de Hitler, de los bersaglieri de Mussolini, de los señoritos de la Falange madrileña de anteguerra? No has podido equivocarte de camino ni de compañía, que para eso eres Dios; has elegido camino y compañía. No podíamos luchar contra tanto aliado. Por eso somos los vencidos. Porque el mundo que se hizo o lo hiciste tú, Dios, es para los poderosos, y los humildes tendremos que seguir siempre pasturando cabras para que os bebáis la leche. ¡Qué pena de derrota! Y si me apuras, más aún, más aún: ¡qué pena de victoria!