12

«La nieve, el frio, el viento, el enemigo»

Ha estrenado un miedo nuevo: el de morir antes de ver a su hijo aún no nacido. «La muerte —piensa— no es la misma para todos». Porque con Josefina embarazada, morir de pronto es morir mucho más: no solamente se muere él, sino que se le muere el padre a su hijo y el marido a su esposa. De manera que, así, la muerte de un hombre puede representar muchas muertes, grandes, regulares, pequeñas, a la vez. Va a procurar tener cuidado, sobre todo en esos traslados por carretera, siempre expuestos a los vuelos rasantes de los aparatos enemigos. Siente que va a ser menos valiente de lo que era, pero, ¿dónde está el término medio, y dónde lo justo? ¿Acertaba antes al exponerse sin sentido porque no había esposa ni había hijo, o va a acertar ahora al cuidarse más porque sí que los hay? La guerra es una y grande, total: es la guerra lo que importa. Todos y cada uno de los combatientes tienen madres, esposas, novias, hijos, y caen redondos en los parapetos cuando la bala enemiga les acierta entre ceja y ceja. ¿Dónde está la razón y cuál es, cómo es la razón? Por ser fiel a las leyes de la guerra, ¿deberá empezar a ser infiel a sus deberes como marido y pronto como padre? ¿Qué hay que poner encima, la guerra o la familia?

Apenas comenzado junio corre por las filas de todos los soldados una noticia que es tan mala para unos como buena para otros: el general Mola, el artífice de la sublevación, ha muerto en un accidente de aviación. ¡Qué suerte tiene Franco que se le van matando en accidentes de aviación todos aquellos que hubieran podido hacerle algo de sombra! Primero, Sanjurjo; ahora, Mola. Dicen que por eso Franco no monta en un avión ni amarrado. Hasta algún escritor extranjero malintencionado sin duda dice que «Franco se sintió aliviado con la muerte de Mola». No hay que hacer mucho caso de esos extranjeros que sólo tienen envidia a lo bien que se ha vivido siempre en España. «Es que es un prestigio internacional, Payne». ¡Bah, ellos mismos se consideran prestigios internacionales! ¿Usted le conoce, y usted, y usted…?

El Servicio de Propaganda del Ejército le solicita autorización para emplear uno de los sonetos como dorso de una tarjeta postal. Es el soneto dedicado a los soldados internacionales. Se titula Al soldado internacional caído en España:

Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras,

una esparcida frente de mundiales cabellos,

cubierta de horizontes, barcos y cordilleras,

con arena y con nieve, tú eres uno de ellos.

Las patrias te llamaron con todas sus banderas,

que tu aliento llenara de movimientos bellos.

Quisiste apaciguar la sed de las panteras,

y flameaste henchido contra sus atropellos.

Con un sabor a todos los soles y los mares,

España te recoge porque en ella realices

tu majestad de árbol que abarca un continente.

A través de tus huesos irán los olivares

desplegando en la tierra sus más férreas raíces,

abrazando a los hombres universal, fielmente.

¿Se ha vuelto loco Mussolini? ¡Pues no presenta la batalla de Guadalajara como una victoria de los italianos! Los que no están locos son los soldados franquistas de las brigadas de Navarra, que el día 19 de junio hacen su entrada triunfal en Bilbao, a pesar del célebre «cinturón de hierro». ¡Pobre norte de España! Por decreto de Franco, Vizcaya y Guipúzcoa serán consideradas provincias traidoras, ya que, al contrario que sus hermanas Álava y Navarra, se pusieron desde el primer momento en contra del «Movimiento Salvador de la Patria».

Hay una gran diferencia entre los modos de hablar en una zona y en otra. ¿Y cómo explicar con breves líneas tal diferencia? En el lado nacional parece como si complaciera a todos rebuscar en el castellano antiguo aquellos términos que andaban ya olvidados en el desván. Los tercios de la legión luchan codo a codo con las centurias falangistas; se habla de Isabel, así, sencillamente, cuando se piensa en la reina Isabel la Católica, y de Fernando, por Fernando el Católico, y se le nombra de tal manera, Fernando, que no parece sino que es un amigo con el que estamos citados para tomar café por la tarde. El fundador de Falange Española es José Antonio, sin más, y se ha olvidado, mitad por intención —para desligarlo del Directorio de su padre—, mitad por cursilería, lo de Primo de Rivera. Yugos, flechas, todo muy de antes, todo muy desempolvado. El mismo uniforme del Caudillo —que también la palabra tiene lo suyo de anticuada—, con la guerrera de uniforme caqui, los picos azules de la camisa por fuera del cuello, y para estrambote la boina encarnada de los requetés, es un conjunto de adefesio. Al otro lado de las trincheras, por el contrario, se mira quizá excesivamente hacia delante, se buscan —o se inventan— palabras nuevas. Por eso, los poetas tienen aquí mucho más campo que allí. El poeta de la España republicana puede permitirse el lujo de ser más universal que su coetáneo del otro lado. No va a hallar nunca la barrera de Dios ni de la Iglesia. Su pensamiento tiene derecho a volar sin límites de horizonte ni de techo. En resumidas cuentas, el poeta republicano puede ser, con los mismos méritos, mucho más poeta que el sometido a la disciplina franquista, que tiene derecho a pensar, a imaginar, pero siempre dentro de un orden. Esta ventaja —y muchas más, claro— lleva Miguel Hernández a los poetas del servicio de la Salamanca franquista.

En Orihuela se establece un Centro de Ingenieros. No están muy conformes los vecinos con esta creciente importancia militar de la ciudad, que la está convirtiendo en objetivo militar. Hay polvorines, centros de instrucción, grandes almacenes de camiones, demasiados centros políticos con sus banderas de colores chillones en el balcón, demasiados mítines, y están en el recuerdo los grandes bombardeos próximos de Alicante y Cartagena. ¿No estaremos llamando a los aviones enemigos con tanta instalación? En cambio, el Instituto de Segunda Enseñanza creado en 1932 funciona normalmente, y ahora ha sido bautizado con el nombre del escritor máximo de la zona, Gabriel Miró, cantor de Orihuela.

Miguel continúa lanzando versos nuevos a todos los vientos. Ahora es Juramento de alegría. Algunas estrofas tienen enorme mérito:

Es un pleno de abriles,

una primaveral caballería,

que inunda de galopes los perfiles

de España: es el ejército del sol, de la alegría.

… … … … … … … … … … …

Avanza la alegría derrumbando montañas

y las bocas avanzan como escudos.

Se levanta la risa, se caen las telarañas

ante el chorro potente de los dientes desnudos.

… … … … … … … … … … …

Salí del llanto, me encontré en España,

en una plaza de hombres de fuego imperativo.

Supe que la tristeza corrompe, enturbia, daña…

Me alegré seriamente lo mismo que el olivo.

Ya no le queda Norte a la España de la República, porque el rincón de Santander y Asturias que le queda se va reduciendo por momentos. La carta del Norte está perdida. Cada vez menos tierra y más hombres, cada vez menos tierra y más hambre. Y por si alguien puede pensar en la cordura de los vencedores, ahí está el flamante alcalde de Bilbao, José María de Areilza, con un discurso inflamado o inflamatorio en el que dice: «Bilbao no se ha rendido, sino que ha sido tomado por las armas. Nada de pactos y agradecimientos póstumos. La ley de guerra es dura, viril, inexorable. Ha habido, vaya si ha habido, vencedores y vencidos: ha triunfado la España una, grande y libre. Es decir, la de la Falange Tradicionalista. Ha caído para siempre esa pesadilla siniestra que se llama Euskadi». Y debe tener mucha razón Areilza, porque los cuarenta y cinco juzgados especiales que los franquistas han montado en Bilbao han enviado al pelotón de ejecución sólo en tres días a cerca de cincuenta personas, y el ritmo sigue entusiásticamente.

La gravidez de Josefina es ya notable, la que corresponde a los cuatro meses de embarazo. Lo que no le impide empezar a soñar en un próximo viaje hasta el destino de Miguel. «Si la montaña no viene, hay que ir a la montaña». Miguel prefiere ser él quien se desplace, pero por encima de las preferencias de uno y otro están las necesidades de la guerra. Ahora tendría Josefina ocasión de acudir a Orihuela a poner su granito de arena para la guerra, ya que se está instalando en la ciudad un centro —¡y otro más!— para convalecientes de las brigadas internacionales, con hospital de sangre y todo. Es lo que dicen por San Agustín: «El día que nos vengan a bombardear…»

En agosto, Miguel tiene un corto permiso y puede acudir a Orihuela y a Cox. También aprovecha para ir hasta Alicante, en cuyo Ateneo le da un homenaje la Alianza de Intelectuales. En el discurso de agradecimiento dice: «Siempre será la guerra la vida para todo poeta; para mí siempre ha sido y me vi iluminado de repente el 18 de julio por el resplandor de los fusiles de Madrid. Las fuerzas de mi cuerpo y de mi alma se pusieron más de lo que se ponían a disposición de la España de los pobres».

También de agosto son la disolución del Consejo de Aragón, que se había convertido en un islote anarquista enquistado en la República, y la pérdida de Santander, no por prevista menos dolorosa. Miguel da el poema dedicado a Dolores Ibárruri, La Pasionaria:

Moriré como el pájaro: cantando,

penetrado de plumas y entereza,

sobre la duradera claridad de las cosas.

Cantando ha de cogerme el hoyo blando,

tendida el alma, vuelta la cabeza,

hacia las hermosuras más hermosas.

Una mujer que es una estepa sola

habitada de aceros y criaturas,

sube de espuma y atraviesa de ola

por este municipio de hermosuras.

… … … … … … … … … … …

Fuego la enciende, fuego la alimenta:

fuego que crece, quema y apasiona

desde el almendro en flor de su osamenta.

A sus pies, la ceniza más helada se encona.

… … … … … … … … … … …

Por tu voz habla España, la de las cordilleras,

la de los brazos pobres y explotados,

crecen los héroes llenos de palmeras

y mueren saludándote pilotos y soldados.

En este agosto suceden en la vida de Miguel Hernández dos cosas importantes: una es la publicación de un libro de teatro breve, revolucionario; otra, viaje a Rusia integrado en un grupo de intelectuales enviado por el Gobierno.

El libro presenta cuatro piezas tituladas «La cola», «El hombrecito», «El refugiado» y «Los sentados». En el prólogo, el autor dice: «Creo que el teatro es un arma magnífica de guerra contra el enemigo de enfrente y contra el enemigo de casa. Entiendo que todo teatro, toda poesía, todo arte, ha de ser, hoy más que nunca, un arma de guerra. De guerra a todos los enemigos del cuerpo y del espíritu que nos acosan, y ahora, en estos momentos de revolución de tantos valores, más al desnudo y al peligro que nunca. Con mi poesía y con mi teatro, las dos armas que más me corresponden y que más uso, trato de aclarar la cabeza y el corazón de mi pueblo, sacarlos con bien de los días revueltos, turbios, desordenados, a la luz más serena y humana. Es la de hoy la hora más apropiada para mí; y no quiero dejarme dormir ni distraer, porque quiero ver cuajados los sentimientos y los pensamientos de mi gente en una vida de dignidad, de grandeza, y para eso pongo mis cinco sentidos en este trabajo de engrandecimiento, como puedo y como sé, junto a los mejores hombres de España. Con mi poesía y con mi teatro, las dos armas que más relucen en mis manos, con más filo cada día, trato de hacer de la vida material heroico frente a la muerte. Y no he de parar hasta hacerla.

»El corazón mío procura dignificarse a fuerza de ser generoso, desprendido de su sangre frente al corazón de los demás hombres. En mi poesía, en mi teatro, expongo las luchas de mis pasiones, que reflejan las de los demás y siempre procuro que venza el entendimiento puro de las mismas. Dentro del pecho de cada uno de los que luchamos por la revolución está trabajándose, perfeccionándose la revolución, que empieza a brotar ayudada por la fuerza interior más que por la exterior de nuestro pecho.

»Yo me digo: si el mundo es teatro, si la revolución es carne de teatro, procuremos que el teatro, y por consiguiente la revolución, sean ejemplares, y tal vez, y sin tal vez, conseguiremos entre todos que el mundo también lo sea. ¡Fuera de aquí, de los ojos y las orejas de aquí, aquellos espectáculos que no sirven paro otra cosa que para mover la lujuria, dormir el entendimiento y tapiar el corazón reluciente de los españoles!»

El Gobierno le designa para ser uno más del grupo de intelectuales que va a viajar a la URSS. La función de Miguel es observar el teatro ruso. Para este viaje, el atuendo y la presencia de Miguel no pueden ser más descorazonadores. Se ha cortado el pelo al cero, ha abandonado su uniforme de campaña y las ropas de paisano le vienen anchas y lleva, eso sí, las botas militares. El conjunto es como para que llame la atención por todos los lugares de Europa que ha de recorrer: París, Londres, Kiew, Leningrado, Estocolmo, Moscú. En todas partes le miran con asombro y con admiración, ya que, a fin de cuentas, ese hombrecillo enteco y estrafalario de los ojos brillantes y los dientes escapándosele en la sonrisa es nada menos que un defensor de Madrid, y Madrid es la ciudad legendaria cuya defensa es la sorpresa y la admiración del mundo. En las grandes ciudades vuelve a sentir aquella impresión primera de cuando llegó a Madrid un día, «alto de mirar a las palmeras», «duro de convivir con las montañas», y no tuvo más remedio que sentirse «bajo y blando en las aceras». Las ciudades grandes son todas así de deshumanizadas. En su mente están Orihuela, Cox, Josefina y el vientre hinchado de Josefina.

Casi ninguna de las suculentas comidas europeas le gustan. Pasa por el caviar sin rozarlo, y cuando le explican que es el plato de los magnates de todo el mundo hace un elogio de los pimientos asados y de las sardinas a la brasa. Es así de puro y de sencillo. Se atraganta con el champán, se le arruga la nariz con el vodka. El teatro de Moscú, sí, le asombra y le impresiona. Y el «metro». Si los comunistas de Rusia han podido hacer todo esto en veinte años, ¿por qué no pueden hacerlo también los comunistas y los socialistas españoles?

A su regreso, por Valencia, se acerca a Cox. «¿Para cuándo?» «Para la Nochebuena si Dios quiere». Todavía muchas gentes hablan así en los pueblos, aunque para ello tengan que ocultarse, o decirlo sólo cuando el entorno es de confianza. «Para la Nochebuena si Dios quiere». Miguel siente que acaba de caer sobre él un mandato rotundo: al menos hasta la Nochebuena hay que mantenerse vivo, es preciso esquivar las balas, hay que andar despierto al silbido de los obuses y al runruneo de los motores. Esta vida que tiene dentro de la guerrera hay que conservarla por lo menos hasta que el año esté casi a punto de terminar. Tiene que conocer a su hijo por encima de todo.

Se publica en Madrid Viento del pueblo, con un prólogo que es una dedicatoria a Vicente Aleixandre. Merece la pena su transcripción: «Vicente: A nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. Nosotros venimos brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas, nos levantamos otros dos, y ante las nuestras se levantarán otros dos mañana. Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo. Sólo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre honrada del poeta derrama vibrante. Aquel que se atreve a manchar esas manos, aquellos que se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía, y nadie los lavará: en su misma suciedad quedarán cegados. Tu voz y la mía irrumpen del mismo venero. Lo que echo de menos en mi guitarra lo hallo en la tuya. Pablo Neruda y tú me habéis dado imborrables pruebas de poesía, y el pueblo hacia el que tiendo todas mis raíces alimenta y ensancha mis ansias y mis cuerdas con el soplo cálido de sus movimientos nobles.

»Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo».

Se siente más lleno que nunca: es poeta y escribe versos, es dramaturgo y escribe teatro, es soldado y lucha, es hombre y va a ser padre «para Nochebuena si Dios quiere». En una carta a Josefina se muestra en toda su espléndida madurez humana: «Tienes que llegar a comprender que con la guerra que nos han traído (Azaña ha dicho en un discurso: “Hacemos la guerra porque nos la hacen”) no defendemos más que el porvenir de los hijos que tenemos que tener. Yo no quiero que esos hijos nuestros pasen las penalidades, las humillaciones y las privaciones que nosotros hemos pasado, y no solamente nuestros hijos, sino todos los hijos del mundo que vengan. A tus hijos, a mis hijos, les enseñaré a trabajar, sí, porque el trabajo es lo más digno del hombre, pero a trabajar con alegría, y sin amos que los hagan sufrir con insultos y con atropellos».

Cabe pensar que ésta es una de esas cartas que a Josefina le gustaría mucho enseñársela a las amigas. ¡Quien sabe!

Se ha empeñado la Orihuela de Miguel en ser original durante esta guerra y lo está consiguiendo. Por la obra de Vicente Ramos tenemos ocasión de conocer el curioso régimen carcelario que se sigue en el edificio del Seminario, convertido en prisión. Merece la pena la transcripción íntegra:

«El médico de dicho establecimiento penal sólo hizo acto de presencia en su posesión, con la singularidad que su suegro, el exalcalde de Orihuela, Ricardo García López, está preso en el mencionado establecimiento. Las funciones médicas las desempeña un recluso, apellidado García Rogel, a quien se le han dado habitaciones particulares y un ordenanza. Este individuo extiende certificados de inutilidad física a los presos y hay días que llegan cincuenta, figurando, en algunas bajas por enfermo, conceptos como éstos: “Rebajado de polvo y humo”, “Prohibido pelar patatas y barrer”, “Mucha quietud, mucho aire y mucho sol”»[34].

Que Orihuela sigue siendo de derechas es algo que nadie ha discutido nunca. No se eliminan con unas docenas de muertos y unos centenares de presos diez siglos de clericalización episcopal en la ciudad. Ramos refiere en otro párrafo el caso siguiente: «Traemos el siguiente ejemplo de la ostensible actitud antirrepublicana de una parte del pueblo de Orihuela. Sucedió que a fines de junio de 1937, y en un paseo, actuó el “Retablo Rojo”. Al término de la representación, un miembro del “Retablo” dio vivas al Gobierno del Frente Popular “con la esperanza —dijo un testigo— de que serían contestados por el público. Pero con gran sorpresa para ellos, vieron que no fueron contestados, ante lo cual recriminaron al respetable por la poca vergüenza y falta de educación que representaba el dejar sin contestación dichos vivas”»[35].

El 13 de agosto se descubre en Orihuela un escándalo relacionado con la política de abastos. Un grupo de individuos tiene acaparado un cupo de 8.000 kilos de azúcar, y pretende vendérselos al Comité de Camareros de la ciudad. Las ganancias hubieran sido —de no descubrirse el asunto y ser detenidos los culpables— de 2,80 por kilo, es decir, 22.400 pesetas. La indignación popular exige que los negociantes sean colgados de las farolas del pueblo, extremo al que milagrosamente no se llega, por la sencilla razón de que hay tal mescolanza entre las personas normales y los especuladores que difícilmente pueden ser separados unos de otros.

Si los republicanos españoles hubieran sabido en 1937 algo sobre el convenio secreto entre las autoridades franquistas y las alemanas, que no lo sabían, no habrían tenido la menor ilusión por ganar una guerra inganable. Porque entre toda la maraña de tratados, pactos y protocolos firmados y rubricados había uno terrible: las fuerzas aéreas del Reich alemán se comprometían a mantener durante toda la guerra española 120 aviones de guerra en vuelo, pasase lo que pasase. Es decir: fueran los que fueran los aviones derribados en combate o averiados por cualquier otra causa, un permanente servicio de reposición haría que siempre, siempre, Franco y sus aviadores pudieran contar con el concurso de 120 aviones en vuelo, con todas sus tripulaciones alemanas, y esto de ninguna manera podía contrarrestarlo el Gobierno republicano.

Por eso, sector tras sector, frente tras frente, escenario tras escenario, los aparatos al servicio de Franco estuvieron en todo momento en circunstancia de decidir las batallas a favor suyo. Si de una formación de 80 aviones republicanos eran derribados siete, al día siguiente sólo podían salir 73. Si de estos 73 eran derribados cinco, al día siguiente saldrían sólo 68. Si de los 68 desaparecían nueve, al día siguiente volarían únicamente 59, mientras que si el mismo caso se producía con 80 aviones alemanes, con igual proporción de derribos por día, todos y cada uno de los días hubieran seguido saltando al aire los mismos 80 aparatos que el primer día. Es fácil ver la enorme diferencia que esto supone.

En 1937, salvo en los días de la batalla de Guadalajara, en que por orden expresa de Franco no se da apoyo aéreo a la iniciativa de los italianos, esta desproporción se produce en todos los combates. La red de reposición alemana funciona con tal pulcritud que nunca hay escuadrillas incompletas, nunca hay formaciones incapacitadas para salir. Esos 120 aparatos alemanes son los que, a fin de cuentas, van a decidir la guerra, y hasta tal punto es esto así que con todo detalle está el asunto recogido en un libro aparte que verá la luz en pocos meses. El título del libro se viene a las manos sin necesidad de que nadie tenga que estrujarse la cabeza: La guerra la ganó la «Legión Cóndor».

Ante la muerte de su amigo Pablo de la Torriente, comisario político, escribe uno de los poemas con mayores aciertos. Y es que acierta más cuando siente más, que para eso es poeta, y con Torriente también «tenían que hablar de muchas cosas», aunque no hubiera sido nunca la intimidad adolescente de Sijé. Pablo de la Torriente, cubano, es uno más de los muchos internacionales que se quedan muertos en España para siempre:

«Me quedaré en España, compañero»,

me dijiste con gesto enamorado.

Y al fin, sin tu edificio tronante de guerrero

en la hierba de España te has quedado

Alude ahora a Valentín González el Campesino, y añade:

Valentín, el volcán, que si llora algún día

será con unas lágrimas de hierro,

se viste emocionado de alegría

para robustecer el río de tu entierro.

… … … … … … … … … … …

Pasad ante el cubano generoso,

hombres de su brigada,

con el fusil furioso,

las bocas iracundas y la mano crispada.

De su viaje a Rusia, de su sorprendente, alucinante y aleccionador viaje a Rusia, se ha traído una serie de impresiones que, naturalmente, tendrán que acabar plasmándose en el verso. El poema Rusia es largo, dieciocho cuartetas, de las que copiamos algunas seleccionadas:

De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,

sale una voz profunda de máquinas y manos,

que indica entre mujeres: aquí están tus hermanas,

y prorrumpe entre hombres: éstos son tus hermanos.

Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.

Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.

De cada aliento sale la ardiente bocanada

de tantos corazones unidos por parejas.

… … … … … … … … … … …

Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,

fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.

Y sólo se verán tractores y manzanas,

panes y juventud sobre la tierra.

El periódico Izvestia, de Moscú, publica declaraciones de todos los viajeros españoles. Miguel Hernández dice al periodista ruso, tras haber presenciado una función en el teatro Bolchoi: «Las canciones y danzas que hemos visto nos dejan una impresión inolvidable. Un pueblo que posee tal arte es sin duda un pueblo extraordinariamente fuerte y vigoroso, que vive una vida llena de colorido, felicidad y fuerza».

La Academia de Orihuela, trabajando a marchas forzadas, lanza mediado septiembre su primera promoción de oficiales de Carabineros. En un acto solemne, muy parecido al habitual modo castrense en estos casos, se entregan doscientos despachos a otros tantos tenientes de Carabineros, los cuales, como no tienen destino inmediato, se dedican a pasear por la ciudad. Las señoritas de la buena sociedad han recibido instrucciones severísimas para no dejarse ver con estos «rojos», por lo que en muchos casos lo que hacen —lógico— es verse con ellos, pero «no dejarse ver».

Miguel publica en octubre un poema escrito durante el viaje a Moscú. Se titula España en ausencia. De él son los fragmentos siguientes:

Como si se me hubiera muerto el cielo,

de España me separo;

salgo en un tren precipitado al hielo

de su materna piedra, de su fuego preclaro.

… … … … … … … … … … …

Siento como si el sol se fuera distanciando,

agonizando en campos opacos y lunares

donde los lagos tienen instalado su imperio.

la tierra parece que se va devorando,

y se esparcen sus restos, sus postreros pilares,

y parece que vuelo sobre un gran cementerio.

… … … … … … … … … … …

Abrasadora España, amor, bravura.

Por mandato del sol y de tantos planetas

lo más hermoso y amoroso y fiero.

Te siento como el alma bajo la quemadura

de la invasión extraña,

sus municiones y sus bayonetas,

y no sé navegar, vivir viajero.

Ayer mandé una carta y un beso para España

donde está la mujer que yo más quiero.

La publicación de su libro Viento del pueblo es todo un aldabonazo no sólo en los ambientes literarios de la España republicana, sino incluso en los Estados Mayores, que siguen, esporádicamente, con curiosidad las andanzas del pastor-soldado-poeta. Es el libro de moda en las secretarías de las oficinas militares y uno de los libros que más se venden en la retaguardia. Los versos, clarísimos de entender por los oídos menos habituados a la poesía, llegan allí donde tienen que llegar y producen gran impacto en los frentes, tan hechos a impactos de muy otra clase. Es todo un canto de rebeldía lo que vibra en estas páginas, muy particularmente aquel poema de octosílabos que lleva el mismo título del libro. Por su trascendencia lo reproducimos en su integridad.

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me avientan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,

impotentemente mansa,

delante de los castigos;

los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan

con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes

en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?

¿Quién ha puesto al huracán

jamás ni yugos ni trabas,

ni quién el rayo detuvo

prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,

vascos de piedra blindada,

valencianos de alegría

y castellanos de alma,

labrados como la tierra

y airosos como las alas;

andaluces de relámpago

nacidos entre guitarras

y forjados en los yunques

torrenciales de las lágrimas;

extremeños de centeno,

gallegos de lluvia y calma,

catalanes de firmeza,

aragoneses de casta,

murcianos de dinamita

frutalmente propagada,

leoneses, navarros, dueños

del hambre, el sudor y el hacha,

reyes de la minería,

señores de la labranza,

hombres que entre las raíces,

como raíces gallardas,

vais de la vida a la muerte,

vais de la nada a la nada:

yugos os quieren poner

gentes de la hierba mala,

yugos que habéis de dejar

rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes

está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos

de humildad y olor de cuadra:

las águilas, los leones

y los toros, de arrogancia,

y detrás de ellos, el cielo

ni se enturbia ni se acaba.

La agonía de los bueyes

tiene pequeña la cara.

La del animal varón

toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera

con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto,

la boca contra la grama,

tendré apretados los dientes

y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,

que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles

y en medio de las batallas.

El 10 de noviembre publica en el periódico alicantino Nuestra Bandera un artículo en el que rememora aún el viaje a Rusia, su paso por una Europa en paz. «Salir de España —dice—, donde vivir es vivir en carne viva, y más hoy que nunca; atravesar los Pirineos fue para mí arrancarme de un mundo cálido, desnudo, hirviente de pasión dentro de la paz y de la guerra y hacerme pasar ante una humanidad de cartón, sentada en una comodidad de trenes de primera clase y un silencio de pobres fieras aisladas: hienas leyendo el periódico, sapos eructando chocolate, zorros y lobos mirándose de reojo y gruñendo de tener que rozarse. Cuerpos humanos aficionados a no serlo y propensos a ser larvas, moluscos, carne de pulpo y caracol, viscosa, lenta…»

El día 21, en otro trabajo en el mismo periódico, escribe: «A los hombres españoles que irremediablemente dedican su vida a la vida del arte se les ofrece una tremenda, inagotable y dura cantera de donde extraer el mármol definitivo para su obra: la de esta guerra, la de esta vida que vivimos tan al desnudo en sus pasiones, en sus sentimientos. La guerra, el gran acontecimiento, ya lo he dicho, desnuda tanto al hombre, que se le ve transparente en sus menores movimientos y rasgos. Ninguna materia tan perpetua para el hombre que hace arte como la de una humanidad en plena conmoción, emoción, revolución de todos sus valores morales y materiales. Los hombres de la pintura, la escultura, la poesía, las artes en general, se ven hoy en España impelidos hacia la realización de una obra profundamente humana que no han comenzado a realizar todavía…» El resumen, la moraleja del artículo es el que ya queda reflejado en el título: «Hay que ascender las artes hasta donde ordena la guerra».

Se dice sobre la marcha que se ha perdido el Norte, que el Norte está perdido, y esto merece por lo menos una somera explicación. El Norte se pierde por varias razones, y no es la menor la puramente geográfica. El mapa de operaciones nos muestra que todo el sector que defienden los republicanos es una bolsa con el Cantábrico a las espaldas, mientras que la línea que atacan los franquistas es homogénea y con toda la España rebelde detrás. Pero no es eso sólo; hay aquí una gran parte de culpa del exceso de censo separatista encabezado por José Antonio Aguirre, presidente del gobierno autónomo vasco, que interfiere, discute, anula o retrasa las órdenes de los generales en jefe designados por el Gobierno republicano.

Su afán de intervenir en la dirección de asuntos puramente militares, en los que no entiende absolutamente nada, lleva a sus paisanos a denominarle entre cariñosamente y con cierta mofa Napoleonchu. Nada hay que decir del valor demostrado por los batallones de gudaris vascos, que se baten en todo momento con un denuedo admirable, pero sí hay que decir, y mucho, de las constantes interferencias de Napoleonchu en los planes de defensa de los generales Llano de la Encomienda y Uribarri, designados por el Gobierno central para dirigir la defensa de aquel territorio.

Pero hay, además, dos causas principales de la debacle del Norte, y las dos son claras y concisas, indiscutibles. Una es la dificultad casi insalvable de nutrir de aviación a la estrecha faja cantábrica, ya que están tan cerca las vanguardias franquistas de la costa marítima que apenas hay espacio para que los aeródromos militares puedan operar con el consiguiente resguardo, aparte la poca autonomía de que disfrutan tanto los cazas como los bombarderos para hacer un vuelo desde la zona central sin peligro de ser aislados y derribados en el tránsito.

La otra causa es rocambolesca. El capitán de Ingenieros encargado de dirigir las obras del célebre cinturón de Bilbao es Goicoechea. Pues bien, el capitán Goicoechea se pasa a las filas de Franco con todos los planos del cinturón de Bilbao días antes de la ofensiva franquista. En ese cinturón han sido dejados precisamente dos puntos sin cubrir, que son aquellos por los que las tropas asaltantes entrarán poco menos que en paseo militar.

Toda la máquina bélica republicana se mueve en dirección a Teruel. Va a darse en diciembre en Teruel una batalla grande, que puede ser decisiva. Ruedan por caminos nocturnos baterías de cañones hacia sus nuevos emplazamientos, se deslizan brigadas enteras de hombres en medio de las sombras reptando por las crestas heladas de las sierras, se acumulan bombas y aviones en los aeródromos de la periferia lejana de la capital aragonesa, todo está dispuesto para el asalto definitivo.

Miguel, con la 1.a Brigada de Choque otra vez, está allí también. Y cuando toda la atención está puesta en el ataque que puede ser mañana, o pasado, o esta noche, funciona el correo y le llega la noticia del nacimiento de su primer hijo. Va a llamarse Manuel Ramón. Es costumbre por todo el Sureste esto de los dos nombres, Vicente José, José Emilio, Pepa María, Vicenta Rosa, Manuel Ramón. Aquí, en este escenario de pesadilla, con temperaturas que en la noche rondan los veinte grados bajo cero —¿dónde quedó la cálida Orihuela?—, frotándose las manos para poder escribir, Miguel da a luz también, como acaba de hacerlo Josefina, sólo que él es paridor de versos:

Eres mañana. Ven

con todo de la mano.

Eres mi ser que vuelve

hacia su ser más claro.

El universo eres

que guía esperanzado.

La 46 División de El Campesino ha de librar los combates más duros. El avance —el milagro— se realiza y Teruel cae en manos republicanas, aunque la alegría no va a durar mucho tiempo. La Columna de Hierro, formada casi exclusivamente por anarquistas valencianos, muy hechos a tomar pordoses, los bocadillos de pan y tortilla en el Barrachina de la plaza de Castelar, a desfilar entre gritos y amenazas, y hecha también a asesinar guardias civiles en Castellón, cuando le llega la hora de aferrarse a la tierra y defender un pedazo del Teruel conquistado, deserta. Todo el esfuerzo de miles de hombres, toda la ilusión del Gobierno y los Estados Mayores se viene abajo, porque estos ganapanes entienden que la guerra ha de hacerse cuando uno tiene ganas de guerra, y sólo entonces. La operación, que pudo ser un éxito que incluso cambiara el curso de la guerra, se derrumba. La República, que acaba de recuperar Teruel, ha de devolverlo, porque sus tropas anarquistas tienen por norma no obedecer, y menos si los mandos son comunistas, republicanos o socialistas.

Miguel se derrumba también, y no poco, con esta tremenda decepción. Si hasta ahora ha sido comunista, ahora lo será más acérrimo que nunca. De esta época es su crónica sobre la catástrofe turolana, en la que ni siquiera se puede acusar abiertamente a los culpables. De esta época es su canción de la ametralladora. La prosa dice:

«… La nieve, el frío, el viento, el enemigo se han clavado con intensidad en estos días de diciembre y en estas crudas sierras, dispuestos a devorar las orejas, a cuajar el aliento, a llevarse el calor de estos soldados. La nieve, el frío, el viento, el enemigo han combatido el espíritu de piedra que los arma, pero no han conseguido ablandar ni han hecho desfallecer esta piedra roja, furiosa y cálida, a pesar de los esfuerzos de la nieve, del frío, del viento, del enemigo por dejarla blanca, helada, deshecha…»

La Canción de la ametralladora, poemita de circunstancias, hay que incluirla entre lo más débil de toda su producción poética, aunque algunas estrofas tengan, ¡y cómo no!, un acierto rotundo:

Sed, ametralladoras,

desde aquí y desde allá,

contra aquellos que vienen

a coger sin sembrar.

«La nieve, el frío, el viento, el enemigo» cierran diciembre de 1937 y van a abrir, más o menos igual, enero de 1938.