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Guerra, boda, guerra

Este capítulo podría haber llevado otro título: acoge un período tan intenso y movido en la vida de Miguel Hernández, tan ligado a episodios importantes y decisivos en la guerra española que los títulos se vienen a las manos cuando se piensa que tenemos por delante los meses de febrero, marzo, abril, mayo y junio de 1937, es decir, batallas de Málaga, del Jarama, de Guadalajara, del Santuario de la Cabeza, del Norte, y la actuación del poeta como periodista de guerra en los frentes del Sur. Y, por si todo esto fuera poco, la boda con Josefina. Los títulos brotan con naturalidad, y uno de ellos hubiera podido ser, por ejemplo, Guadalajara; otro, Andaluces de Jaén, ya que es ahora cuando Miguel produce el precioso romance; o también la segunda estrofa, Olivareros altivos. Pero si todos y cada uno de estos títulos tenía un aliciente, con él llevaba de la mano un inconveniente grave: el de la exclusión de las otras ideas, a cual más importante. Así como queda, Guerra, boda, guerra, lo acoge todo y no excluye nada. Boda entre muertos, entre traslados de tropas, entre barro de las trincheras, sin casi tiempo para la boda misma, porque todo el tiempo le es necesario a la guerra; boda emparedada de guerra y de guerras. Y es curioso que cuando se repasa la vida de Miguel Hernández y se ahonda un poco en los detalles, se contempla esta boda así, triste por fuera, alegre por dentro, y se acaba pensando que no podía ser de otra manera. No se comprende a un Miguel acudiendo encorbatado a su parroquia para tomar de la mano a una Josefina vestida de blanco, con los invitados oriolanos dispuestos a comerse los hojaldres y a beberse el mistela y el blanco de la tierra, entre bailes y zarandajas. Si toda su vida aparece como tallada por el buril y el martillo de un escultor genial, esta boda de Miguel es —tenía que ser— así, con arcos triunfales de explosiones y precipitaciones de viajes, y así o de ninguna manera, sin mejores escenarios ni más tranquilas pausas. En la guerra, entre la guerra, con guerra dentro y fuera. Por eso, Guerra, boda, guerra.

El 2 de febrero hay en Valencia una concentración monstruo de la UGT, el sindicato de orientación socialista. Jamás ha visto Valencia tanta gente junta en la calle de la Paz, la calle de San Vicente, la plaza de Castelar (esa a la que tras la victoria los sublevados denominarán del Caudillo). La UGT y muchos que se le adhieren se manifiestan para mostrar su solidaridad con el Gobierno, su decisión de ganar la guerra y su repulsa a los métodos de las columnas anarquistas —Columna de Hierro incluida, por supuesto—, que han tomado la costumbre de acudir a los frentes y marcharse de ellos cuando y como les viene en gana, como si se tratara de una merienda campestre de un grupo excursionista. Pero para el observador, hay demasiadas caras de hombres jóvenes en esta manifestación impresionante, lo que quiere decir que hubieran estado mejor esas caras en los frente de combate que desfilando con banderas y pancartas por las calles valencianas.

Orihuela, la Orihuela de Miguel, cuenta día por día más en los proyectos gubernamentales. Si un día se le dio la sede de la Academia-Cuartel de Carabineros, ahora se la utiliza como fábrica de papel-moneda, con ámbito casi provincial. Se imprimen —como en tantas municipalidades— billetes de dos pesetas, de una peseta y de cincuenta céntimos, para facilitar el cambio, que escasea, ya que las monedas metálicas han desaparecido prácticamente de la circulación. Los billetes, de tamaño reducido, llevan un retrato del presidente de la República, Manuel Azaña, y la firma del alcalde y la del interventor.

En los primeros días del mes se realizan, casi paralelas en el tiempo, dos grandes ofensivas de iniciativa franquista, una sobre Málaga, que acabará teniendo éxito, y otra en el Jarama, con intención de cortar sobre Madrid, que no va a servir sino para la muerte de unos cuantos miles de combatientes de ambos bandos. El ataque de los hispano-italianos sobre Málaga origina un éxodo impresionante en dirección a Almería y Murcia, al que no escapa Orihuela, sobre todo teniendo en cuenta que entre los que huyen vienen —¡al fin!— algunos grupos de los carabineros que se formaron en su cuartel. El 8, una fuerza italiana ocupa Málaga y un gobernador italiano se sienta en el primer sillón de Málaga, lo que, lógicamente, no agrada demasiado en el cuartel general de Franco. Esto da origen a unas fuertes fricciones entre los mandos supremos italianos y españoles, cuyo resultado veremos en este mismo capítulo al repasar la batalla de Guadalajara.

Es en Málaga precisamente donde los soldados del general Borbón encuentran la reliquia del brazo de Santa Teresa, que envían a Franco. Franco ya no se desprenderá de ella hasta su muerte.

No iniciará una sola batalla sin haber rezado ante ella. Para que la reliquia le acompañe, ha designado un oficial y varios soldados, cuya única misión es conducir y vigilar la furgoneta que la transporta. Cuando Franco agonice, la reliquia será introducida en su alcoba, por ver si le salva, junto con mantos de vírgenes y crucifijos milagreros. Pero todo esto es anecdótico e incidental. El caso es que la batalla de Málaga se resuelve en una semana por el mal funcionamiento de los que la tienen que defender y el buen funcionamiento de los que tienen la misión de ocuparla, y todo lo demás es retórica.

El día 6, Miguel publica en Al Ataque un conjunto de poemas titulado «Memoria del 5.º Regimiento». En ellos se evoca el tiempo pasado dentro de esta unidad, desde que ingresa procedente de Orihuela a finales de septiembre hasta mediados de octubre. El 15 causa baja en la unidad de El Campesino y pasa trasladado al frente de Jaén, pero siempre en su rango de comisario de Cultura. Como no ha tenido ocasión de despedirse de su jefe, le escribe carta desde su nuevo destino: «Yo seré el poeta dispuesto a empuñar el fusil y a empuñar el romance cuando lo creas conveniente, dispuesto a morir a tu lado: dispuesto a que mi voz sea la que nuestro pueblo mueve sobre nuestra garganta».

El encuentro del Jarama es feroz. Ahí están los moros actuando por la noche en su especialidad de acuchillar centinelas. Ahí están los morteros funcionando al rojo y levantando la tierra de la tierra.

El enemigo está tan convencido de que de esta batalla va a resultar su entrada en Madrid que tiene redactado ya el bando que ha de declararse en la capital en cuanto las tropas pongan pie en ella: el bando lleva fecha de 11 de febrero, y va a unirse en los archivos franquistas con otro bando que ya estaba preparado cuando la embestida de noviembre y que llevaba fecha del 8 de dicho mes.

En los días 18 y 19, el Jarama se centra y se sublima en los encuentros del Pingarrón. Aquí corre la sangre más que ha corrido hasta ahora en lo que va de guerra. Más de 100.000 hombres luchan y se desangran aquí, en lo que Franco ha creído la puerta de Madrid. Algunas unidades atacantes, es decir, franquistas, sufren hasta un 80 por 100 de bajas. Los moros, de noche, trepan por unas lomas y acuchillan a toda una compañía republicana que dormía y ya no despertará de su sueño. El 23 de febrero, la batalla se detiene, porque ni a unos ni a otros les queda fuerza ya para sostener el fusil.

En Orihuela continúan los desfiles de los carabineros «prestos para el frente», pero sin armas. Aquellos que han podido ser armados ya salieron en camiones, de noche, hacia diversos sectores de la batalla general. Los restos de la extraña Brigada 65 —Mixta, de carabineros— continúa en Orihuela, reposando, a la manera de cuadro eventual de destinos, o «emboscados», que dicen en los frentes de Madrid.

Miguel publica por estos días muchos artículos y poemas en diversas revistas y algunos periódicos. En el número del 2 de marzo de Frente Sur da a la luz un trabajo titulado «Compañera de nuestros días»; en Acero del día 12, «Al Cuerpo de Asalto». Trabaja tanto que para no llamar demasiado la atención firma algunas de sus obras con seudónimo, lo cual no ha facilitado nada, lógicamente, la tarea de los investigadores. He aquí algunos párrafos del escrito en prosa titulado «Compañera de nuestros días», aparecido con el seudónimo de Antonio López:

«La compañera de los días del hombre ha llevado en España una vida humillada, apaleada, moribunda. Me refiero a la mujer nacida encima del jergón pobre del pueblo, en el rincón ceniciento de la aldea, sobre la misma extensión del campo. Áspera y triste de carne desde su nacimiento, como si fuera la obra cansada de un arado secular y una besana rendida, la campesina española aparece ante mí con su imagen de tierra y de encina escuálida, con su silencio expresivo, con sus ojos de abatimiento, por los que su alma avanza llena de llanto íntimo, de dolor encarcelado. No es una mujer: es una corteza que se apoya en unos pies duros, que sube por un vientre donde los partos dejan huellas de torrente, que se derriba en unos pechos sin lozanía, cabizbajos desde la adolescencia, marchitos y requemados, desde que comenzaron a ser pechos. El sol, el hambre, la pena, el trabajo, han mordido las facciones y proporciones de esta mujer que pudo ser bella y que resultó terriblemente hermosa bajo el arco de su pañuelo».

Hay varias imágenes que son indudablemente de Miguel, aunque parte del texto pudiera haber sido escrito por otro cualquiera. Esos ojos por los que el alma avanza, esa campesina de tierra y de encina, y el párrafo último, allí donde dice: el sol, el hambre, la pena, el trabajo, recuerda demasiado —y por eso es indudablemente suyo— a aquel otro que conoceremos en ocasión de la batalla de Teruel, bellísimo, donde dice: la nieve, el frío, el viento, el enemigo

El artículo continúa así:

«Creció sobre la tierra con dificultad de rama pobre de savia, y la abundancia de hijos de su madre y la escasez de pan pesaron pronto sobre sus brazos de chiquilla hambrienta. Desgastó las losas de su casa fregándolas arrodillada en sus ocho, diez, doce años; perdió pelo en las palizas que recibió de su madre si no fregaba con el esmero que se exigía, y lloró dentro de muchos inviernos de frío lavando la ropa de sus hermanos al agua de nieve que hay en todos los arroyos a las cuatro de la mañana. Recuerdo a mis hermanas cuando escribo estas palabras y recuerdo a todas las hermanas de los pobres. Yo he visto sangrar manos queridas sobre las piedras donde las sábanas habían de recobrar la blancura perdida en el transcurso de los sueños del hombre que trabaja, suda y lleva a la cama restos del barbecho, polvo de caminos, trozos de madera combatida por los hachazos, resina, semillas. A los catorce años, la chiquilla ganaba un jornal humillante recogiendo aceitunas, espigando rastrojos, trillando centeno, cogiendo la fruta de los huertos de los señores amos. Luego, ya mayor, vinieron labores más rudas y deshonrosas para su cuerpo: empuñó la hoz y la esteva como el hombre. Y si sus huesos y su carne, a pesar de las agotadoras faenas, se resistían a la deformación, no se masculinizaban, se alzaban prodigiosamente bellos, femeninos, eran presa forzosa del rico que poseía la tierra de su padre». … «Nuestras madres, nuestras novias, nuestras mujeres han de venir pronto hacia nosotros detrás de la risa, por una avenida de trigales, ante un firmamento despejado de pólvora, con rastrillos relucientes al hombro».

El 3 de marzo, en Orihuela hay un cambio importante, nada menos que en el primer sillón municipal, que abandona Francisco Oltra para que pase a ocuparlo Isidoro Sánchez Mora. Y el mundo sigue andando.

Miguel es ya punto fuerte e imprescindible en el Altavoz del Frente. Este organismo, surgido sin previo propósito alguno a raíz del cerco madrileño, en noviembre último, funciona con una exactitud increíble, y desde luego mucho mejor que la mayoría de los servicios militares republicanos. Recorre los sectores en que la lucha es más dura, y allí, en las breves pausas, casi en la línea misma de las trincheras, ofrece sesiones de cine, obras de teatro, conferencias, charlas, recitales, ruedas de prensa, diálogos improvisados, siempre a cargo de intelectuales republicanos. Poco a poco, la sección de cine del Altavoz del Frente va contando con un buen lote de películas soviéticas, basadas todas ellas en la historia de la revolución rusa de 1917, muy adecuadas para levantar la moral de los combatientes españoles de 1937: Chapaief, Golpe por golpe, Los marinos de Crostadt

Cuando comienza la ofensiva italiana en Guadalajara, Miguel no está en este frente, como hubiera podido pensarse a causa de su poema dedicado a Mussolini que vamos a reproducir más adelante. Y no está en Guadalajara por la sencilla razón de que se halla en Orihuela asistiendo a un acontecimiento personal e intransferible: su boda con Josefina. Corto permiso nupcial, ya que el mismo día sale con ella hacia Jaén, a fin de reincorporarse a su destino habitual. Ella viste un sencillo vestido de fiesta; él, su uniforme verde que procede de la época del Quinto Regimiento, con la insignia de comisario[31].

Es una época en la que Miguel, por su cargo, por su prestigio puede moverse con cierta holgura, y lo mismo está en Valencia dirigiendo y orientando publicaciones y actuaciones de propaganda, que en Madrid otra vez, o en Jaén, donde tiene su adscripción oficial. Pero estos primeros días de luna de miel tienen por escenario Jaén. Los esposos van a poder estar juntos en Jaén casi exactamente cuarenta días, a causa de la enfermedad de la madre de Josefina. «En Jaén —cuenta Josefina— estuve hasta el 19 de abril, en que regresé a Cox. Mi madre estaba muy enferma. Murió el 22 y yo le mandé en seguida un telegrama a Miguel, que vino inmediatamente. Del mes y pico que estuvimos juntos en Jaén, me acuerdo de que salíamos juntos muchas veces al campo y que Miguel se bañaba en una alberca que había allí. También me acuerdo de un bombardeo muy fuerte un día en el que Miguel no estaba conmigo. Yo me quedé aquí en Cox definitivamente. Aquí habíamos enterrado a mi madre, aquí tenía familia, y el pueblo, muy tranquilo, en plena sierra, le gustaba mucho a Miguel. A partir de aquí venía de vez en cuando con permisos de quince días, aunque en cierta ocasión se tomó tres meses para escribir»[32].

Apenas se queda solo ya compone un poema que tiene el título más adecuado al instante que vive: Canción del esposo soldado, al que pertenecen los fragmentos sueltos que van a continuación:

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera:

he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y altos ojos,

esposa de mi piel, gran trago de mi vida,

tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos

de cierva concebida.

… … … … … … … … … … …

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:

aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,

y defiendo tu vientre de pobre que me espera,

y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado s

in colmillos ni garras.

… … … … … … … … … … …

Para el hijo será la paz que estoy forjando.

Y al fin, en un océano de irremediables huesos

tu corazón y el mío naufragarán, quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.

El asunto del batallón de carabineros de Orihuela desaparecido como por encanto en Málaga no se da por terminado en el Estado Mayor General. El 10 de marzo, Negrín ordena que se abra nuevo expediente hasta averiguar qué ha pasado con esos centenares de hombres, que en estos momentos más tienen de fantasmas que de seres de carne y hueso. Y al día siguiente, como si Orihuela se hubiera decidido a permanecer en el primer plano de la actualidad española, en el hotel Palace de la ciudad se produce un hecho gravísimo. En el curso de la averiguación del extraño caso de los carabineros desaparecidos, se designa al coronel de E. M. Enrique Edo Torrejón para visitar el acuartelamiento de Orihuela. En ocasión de hallarse comiendo en el salón del hotel Palace, desde unas mesas próximas unos carabineros y un grupo de «internacionales» le provocan, le faltan al respeto. En vano el coronel procura hacerse respetar y obedecer. Al no conseguirlo, da parte por escrito. La reacción del mando de carabineros es fulminante: todos los que habían intervenido en la insubordinación son fusilados en plazo de pocas horas. El coronel Edo sufre por esto una impresión demasiado fuerte. Sí que pensó en el justo castigo de los culpables, pero ni tan duro ni tan rápido. Sale de Orihuela, va a Albacete, alquila una habitación en el hotel Central y allí se dispara un tiro en la cabeza, aunque ciertos rumores dicen que no ha sido suicidio, sino venganza de los compañeros de los fusilados. El documentado historiador Ramón Salas Larrazábal da por buena la versión de suicidio.

En el curso de su tarea, toca a Miguel el 12 de marzo arengar a los guardias de asalto, y lo hace con el vigor, la elegancia y el acierto que le son peculiares. Al principio, los mozos fornidos del uniforme azul ven llegar al enteco comisario de Cultura y casi están a punto de reírse de él, pero apenas empieza Miguel su disertación se va haciendo el silencio, se endurecen los rostros, llamea la atención en todos los ojos, y cuando termina recibe una ovación prolongada, intercalada de «vivas» entusiásticos y estruendosos.

Y es así casi siempre.

Mientras todo esto sucede por Orihuela, Albacete y Jaén, en tierras de Guadalajara se está librando una batalla histórica. A iniciativa de las divisiones italianas, todo ha comenzado por un avance espectacular: Domani Guadalajara, dopodomani Alcalá, l’altro Madriti. Pero la reacción republicana ha sido súbita y los italianos se han tenido que retirar estrepitosamente dejando enorme acopio de prisioneros y material en manos de sus adversarios. Como es lógico, la prensa republicana y todo el aparato republicano de propaganda airean esta victoria sobre los italianos. En el mundo entero se va a hablar mucho tiempo de este desastre italiano en la guerra de España, aunque las verdaderas causas no están en la cobardía italiana y la valentía republicana española, sino en la astucia, rayana en la maldad, de Franco, que es quien de propósito deja desguarnecidos de tropas españolas los flancos de la gran formación italiana, a la que no da en absoluto cobertura aérea, de manera que los generales italianos aprendan de una vez que cuando obedecen, como en Málaga, triunfan, y cuando actúan por propia iniciativa, se estrellan[33].

Para Miguel, Guadalajara es otro tema lírico y lo convierte en uno de sus poemas destinados a mayor celebridad, la Oda a Mussolini, que copiamos íntegra:

Ven a Guadalajara, dictador de cadenas;

carcelaria mandíbula de canto;

verás la retirada miedosa de tus hienas,

verás el apogeo del espanto.

Rumorosa provincia de colmenas,

la patria del panal estremecido,

la dulce Alcarria, amarga como el llanto,

amarga te ha sabido.

Ven y verás, mortífero bandido,

ruedas de tus cañones,

banderas de tu Ejército, carne de tus soldados,

huesos de tus legiones,

trajes y corazones destrozados.

Una extensión de muertos humeantes:

muertos que humean ante la colina,

muertos bajo la nieve,

muertos sobre los páramos gigantes,

muertos junto a la encina,

muertos dentro del agua que les llueve.

Sangre que no se mueve de convertida en hielo.

Vuela, sin pluma, un ala numerosa

roja y audaz, que abarca todo el cielo

y abre a cada italiano la explosión de una fosa.

Un titánico vuelo

de aeroplanos de España

te vence, te tritura,

ansiosa telaraña,

con su majestuosa dentadura.

Ven y verás, sobre la gleba oscura

alzarse como fósforo glorioso,

sobreponerse al hambre, levantarse al barro,

desprenderse del barro con emoción y brío,

vividas esculturas sin reposo,

españoles del bronce más bizarro,

con el cabello blanco de rocío.

Los verás rebeldes contra el frío;

de no beber, la boca dilatada,

mas vencida la sed con la sonrisa;

de no dormir, extensa la mirada,

y destrozada a tiros la camisa.

Manda plomo y acero

en grandes emisiones combativas,

con esa voluntad de carnicero

digna de que la entierren las más sucias salivas.

Agota las riquezas italianas,

la cantidad preciosa de sus seres;

deja exhaustas sus minas, sin nadie sus ventanas

desiertos sus arados y mudos sus talleres.

Enviuda y desangra tus mujeres;

nada podrás contra este pueblo mío,

tan sólido y tan alto de cabeza,

que hasta sobre la muerte mueve su poderío,

que hasta del junco saca fortaleza.

¡Pueblo de Italia, un hombre te destroza!

¡Repudia su dictamen con un gesto infinito!

¡Sangre unánime viertes que ni roza

ni da en su corazón de teatro y granito!

¡Tus muertos callan clamorosamente

y te indican un grito

liberador, valiente!

Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente

de tu pueblo y de miles.

Ya tus mismos cañones van contra tus soldados

y alargan hacia ti su hierro los fusiles

que contra España tienes vomitados.

Tus muertos a escupirnos se levanten;

a escupirnos el alma se levanten los nuestros,

de no lograr que nuestros vivos canten

la destrucción de tantos eslabones siniestros.

El 31 de marzo se inicia la gran ofensiva generalizada en el Norte. La Legión Cóndor alemana se lanza sobre Durango y produce el bombardeo más duro de todos los de la guerra hasta ahora, como si deseara advertir que está dispuesta a hacer mucha más sangre todavía. En un discurso en Salamanca, Giménez Caballero —a quien ya conocimos oportunamente en Orihuela— dice que los libros queman a la juventud, y que, por tanto, la juventud falangista debe quemar casi todos los libros que hay en las bibliotecas. Se lucha denodadamente en torno al Santuario de la Cabeza, donde el valor del capitán Cortés tiene impresionado a Miguel Hernández. Un decreto de Franco del 10 de abril declara obligatorio el culto a la Virgen María en todas las escuelas españolas.

Tan alta Andalucía como es Jaén y a Miguel se le mete «en los adentros» minuto a minuto. Su acento murciano —ya se ha dicho que Orihuela en esto es más murciana que alicantina— adopta insensiblemente los giros andaluces. Si lleva veintiséis años pensando en murciano, ahora piensa, apenas sin haber hecho cambio alguno, en andaluz. Más tiempo le dejaran en Jaén y acabaría siendo uno de los poetas andaluces de más rango. Sin embargo, todavía, aunque trata temas de Andalucía, escribe en su castellano claro perfeccionado en los libros y en Madrid:

Andaluzas generosas

nietas de las de Bailén,

dad a los verdugos fosas

antes que fosas os den.

Parid y llevad ligeras

hijos a los batallones,

aceituna a las trincheras

y pólvora a los cañones.

El mismo día en que Josefina regresa de Jaén a Cox, el 19 de abril, es día grande en la España de los sublevados: Franco decreta la unificación de los carlistas con los falangistas: el uniforme será el azul de Falange con la boina roja de los requetés. Todo el Ejército pertenecerá a este nuevo partido que se llama nada menos que Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y él —Franco—, naturalmente, será el jefe absoluto: del Estado, del Gobierno, del Partido, del Ejército, de las Milicias. El modelo no es invento suyo, ya que lleva funcionando desde 1922 en Italia y desde 1933 en Alemania. Cuando estas noticias llegan a la España republicana, y sobre todo a las trincheras, producen la consiguiente sorpresa. ¡Qué extraño es todo lo que sucede al otro lado!

El día 26 es el del famoso bombardeo de Guernica. Durante más de tres horas, los aparatos alemanes de la Legión Cóndor destruyen esta ciudad, que es el centro y el símbolo de las libertades vascas. El mundo entero reaccionará contra Franco ante este atropello. Guernica pasa a ser así el primer bombardeo masivo, indiscriminado, de la historia del mundo. Luego vendrán con el tiempo Londres, Coventry, Amsterdam, Hamburgo, Colonia, Berlín, pero cabe a Guernica figurar en cabeza de todos estos desastres, por haber sido la primera.

Miguel escribe piezas cortas para las compañías de teatro ambulante que recorren los frentes. Domina perfectamente el mecanismo lírico, y, sobre todo, el difícil mecanismo escénico, que de puro sencillo se hace difícil, de esta manera de actuar inquietamente, con decorados de embudos de la artillería y con fondo del fuego de los morteros y las ametralladoras. Trabaja mucho: hace teatro grande, teatro chico, poesía de guerra, poesía de amor, artículos para periódicos y revistas, dirige el montaje de periódicos murales, recorre las trincheras, lanza arengas aquí y allá, es todo un motor.

De ahora es su poema Aceituneros, destinado a hacerse popular muchos años después de que Miguel muera:

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién,

quién levantó los olivos?

No los levantó la nada

ni el dinero, ni el señor,

sino la tierra callada,

el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura

y a los planetas unidos,

los tres dieron la hermosura

de los troncos retorcidos.

«Levántate, olivo cano»,

dijeron al pie del viento.

Y el olivo alzó una mano

poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién

amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,

no la del explotador

que se enriqueció en la herida

generosa del sudor.

No la del terrateniente

que os sepultó en la pobreza,

que os pisoteó la frente,

que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán

consagró al centro del día

eran principio de un pan

que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

pregunta mi alma: ¿de quién,

de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava,

sobre tus piedras lunares,

no vayas a ser esclava

con todos tus olivares.

Dentro de la claridad

del aceite y sus aromas,

indican tu libertad

la libertad de tus lomas.

Durante una temporada pasa adscrito de nuevo a la brigada de choque de El Campesino, y coincide este tiempo con el asalto final y la ocupación por las tropas republicanas del Santuario de la Cabeza. Se queda con las ganas de hacer un poema al capitán Cortés. Lo que sí hace es ir al hospital donde está asistido, se le presenta y le felicita por su valentía. «Unos cuantos hombres como éste —comenta días después en Orihuela, durante un permiso— y teníamos ganada la guerra». Alguien de más galones y de más soberbia le responde, corrigiéndole: «La guerra, camarada, la tenemos ganada de todas maneras». En una crónica medio periodística, medio lírica, con más de lo segundo que de lo primero, retrata el asalto al Santuario:

«Las tres y media de la tarde me pareció la hora que sería. El sol, que andaba el día jugando con nubes, desapareció bajo una masa voluminosa, grandiosa, que prometía una pasajera tempestad. Sobre nuestras espaldas empezó a descargar un granizo duro, deshecho a poco de caer por el calor de nuestros poros. Los truenos se unieron a las baterías y a los fusiles, y Sierra Morena retumbaba y se estremecía como próxima a desplomarse en no sé qué abismo de agua. La guerra era entonces terrestre y celeste, con infantería y artillería doble, con relámpagos que se ahogaban en los horizontes fieros».

Para el 1 de mayo de este 1937 tiene, aparte de la crónica de la toma del Santuario, otro poema cuyo título es sencillamente la fecha, como día de los trabajadores. He aquí algunos de sus fragmentos:

No sé qué sepultada artillería

dispara desde abajo los claveles,

ni qué caballería

cruza tronando y hace que huelan los laureles.

… … … … … … … … … … …

Mayo es hoy más colérico y potente:

lo alimenta la sangre derramada,

la juventud que convirtió en torrente

su ejecución de lumbre entrelazada.

Deseo a España un mayo ejecutivo,

vestido con la eterna plenitud de la era.

El primer árbol es su abierto olivo

y no va a ser su sangre la postrera.

La españa que hoy no se ara, se arará toda entera.

¡Fuerte mayo! En la España republicana se le sublevan al Gobierno los anarquistas de Barcelona y hay que mandar 5.000 guardias a toda prisa por carretera y varios barcos de guerra por la mar. En la otra España se le sube a Franco a las barbas Hedilla, el sucesor de José Antonio Primo de Rivera, y Franco lo resuelve a su aire, enviándole dos condenas de muerte que de casualidad no se cumplen. El día 18 sube Negrín a la jefatura del Gobierno republicano, con lo que, al recibir Rusia mayores garantías en todos sentidos, se regularizan inmediatamente los envíos de armas y material de todas clases. En la Orihuela de Miguel, el CuartelAcademia de Carabineros cierra la instrucción de soldados, de los que lleva ya ocho brigadas formadas, y abre una Academia de Oficiales de Carabineros. Las brigadas formadas en Orihuela son las que en el estadillo general del Estado Mayor figuran con los números 65 —de la que ya hemos hablado—, 87, 152, 211, 222 y las 3.a, 5.a y 8.a Orihuela es, pues, por ahora, el centro de los carabineros de toda la España republicana. Y esto influye, naturalmente, en la vida de la ciudad, que hay moza que casa con carabinero y carabinero que ennovia con moza «sin más» y algún que otro drama sentimental, siempre con el Cuartel-Academia de por medio. Cuando Miguel acude a Cox a ver a Josefina y pasa por Orihuela, le parece que aquél, de tanto azul y verde, ya no es su pueblo.

El día 29, unos aparatos de bombardeo republicanos bombardean al buque de guerra Deutschland, alemán, en el puerto de Ibiza. Cuarenta y ocho horas después llega la represalia: la escuadra alemana, en formación, desfila despaciosamente ante Almería, sometiéndola a un terrible bombardeo. La historia de Almería es desde entonces algo que se divide en dos partes: antes del bombardeo, después del bombardeo.

Josefina está embarazada. Al poeta-soldado-padre se le ocurren ahora muchas cosas más que antes, muchas cosas más que nunca. Quisiera tener todo el tiempo para ser padre en el pueblo, ver la redondez de su esposa y algodonarla de mimos, y no puede, porque hay guerra y es soldado-poeta. No le queda otro recurso que soñar. «Esto será así y así… cuando pueda ser». Al menos, ni a Orihuela ni a Cox ha llegado la guerra todavía, esta guerra que tiene las bombas en el cielo y resquebraja las casas entre estampidos. La otra guerra, la de los cambios de vestidos, y de formas de vivir, y de estirpes de amigos, ésa sí que llegó, y en su día, como a todas partes. Pero lo importante es que no vuelen aviones sobre Cox, sobre Orihuela, y parece que, por ahora, allí no hay peligro ninguno.

No ve cerca la paz. No es posible ver cerca la paz. Pero nadie piensa en mayo de 1937 en la derrota. «Estamos organizándonos para vencer. ¡Había tanto por hacer!» Y cuando esa victoria alada llegue, el hijo ya nacido —o crecido, ¡quién sabe!—, el poeta-soldado-padre podrá quitarse el uniforme y colgar la bandolera de la pistola en una pared, y va a ser entonces padre y más padre, padre todo él, padre de día y de noche, porque en las trincheras se siente padre todos los minutos del día. «Querida Josefina: Pasa un día más y…»