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De versos por las trincheras

El 7 de noviembre, día en el que los soldados de Franco alcanzan los arrabales de Madrid, día en el que comienza realmente la defensa de la capital, marca una línea de separación entre dos grandes grupos: el de los que por la proximidad del enemigo se van y el de los que a pesar de la proximidad del enemigo se quedan. Miguel Hernández es de estos últimos, lo que le permitirá tiempo después escribir toda una crónica de guerra referida a estas fechas tremendas:

«Los terribles días de noviembre me cogieron con él (se refiere a El Campesino) y sus soldados en los alrededores de Madrid: Boadilla del Monte, Pozuelo. Sufrimos hambres y derrotas. Mantenernos días en unas posiciones nos costaba un capital de sangre y energía. El Campesino contenía la desbandada a ráfagas de ametralladora. Era fatal que actuase así. Si no hubiera sido por unos cuantos hombres que actuaron de esa manera, Madrid hubiera caído.

»En una de las forzosas retiradas que tuvimos hacia Madrid, en la primera en que me vi envuelto, me sucedió algo significativo. La artillería, la aviación, los tanques enemigos se cebaban en nuestros batallones, sin más armas que fusiles y algún que otro cañón, que nos volvía el alma al cuerpo al oírlo de tarde en tarde. Nos retirábamos, por no decir que huíamos, dentro del más completo desorden. Las encinas de las lomas de Boadilla del Monte temblaban a nuestro paso enloquecido, y algunos troncos se precipitaban degollados bajo las explosiones de las granadas. En medio del fragor de la huida, de los cartuchos y los fusiles que los soldados arrojaban para correr con menor impedimento, me hirió de arriba a abajo este grito: “¡Me dejáis solo, compañeros!” Una bala rasgó por el hombro izquierdo mi chaqueta de pana, que conservaré mientras viva, y las explosiones de los morteros me cegaban y me hacían escupir tierra. “¡Me dejáis solo, compañeros!” Se oían muchos ayes, muchos rumores sordos de cuerpos cayendo para siempre, y aquel grito desesperado y amargo: “¡Me dejáis solo, compañeros! ¡A mí me falta y me sobra corazón para todo!”»[27].

Por estos tiempos escribe ya en numerosas publicaciones de la España republicana: El Mono Azul, Hora de España, Nueva Cultura. Algunas revistas reproducen sus versos incluso sin saberlo él, sobre todo las estrofas de su Alba de hachas, algunos de cuyos fragmentos ya van reseñados en capítulo anterior:

Con nuestra catadura de hachas nuevas,

¡a las aladas hachas, compañeros,

sobre los viejos troncos carcomidos!

Que nos teman, que se echen al cuello las raíces

y se ahorquen, que vamos, que venimos,

jornaleros del árbol, leñadores.

Nunca se ha sentido tan satisfecho de haber ingresado en el Partido Comunista como ahora en que ve que es la organización más cohesionada en la defensa de Madrid. El Quinto Regimiento, su Quinto Regimiento, crisol de las unidades más disciplinadas en la tarea de la defensa, a las que sólo pueden parangonarse las Brigadas Internacionales, es obra comunista. Han sido los comunistas los primeros no ya en acatar la disciplina que propugna el Gobierno, sino en promocionarla y patrocinarla, y sólo la disciplina hará posible la victoria. Son los comunistas los únicos que tienen un credo claro y un oriente definido. Y sus ídolos, Líster y El Campesino, ¿qué son sino comunistas?[28].

El día 15 de noviembre, tras una semana de terrible forcejeo sobre los puentes de acceso a la capital, los moros atraviesan el Manzanares y establecen una cabeza de puente al lado de dentro. El sector que ha fallado ha sido precisamente el que tenían a su cargo las milicias anarco-sindicalistas de Durruti. ¿Ha fallado Durruti? ¡No! Ha fallado su sistema, el exceso de camaradería, que ha permitido el sarcasmo de que los combatientes digan al jefe que les quite de allí, que ellos prefieren volverse a Barcelona, porque en la Ciudad Universitaria está muriendo mucha gente, como si a los frente se fuera a otra cosa. Son sólo los comunistas, o al menos los comunistas más que los otros, quienes aún dan espíritu, cohesión y firmeza a las fuerzas de la defensa de Madrid.

En estos días, Miguel es reclamado por casi todas las unidades combatientes para que aliente a los soldados. Su nombre es conocido entre las tropas y barajado en los Estados Mayores. «Ese muchacho tiene algo que levanta el ánimo de todos». Es propuesto y designado comisario político del batallón de El Campesino, puesto en el que no ha de actuar mucho tiempo, ya que casi acto seguido es ascendido a delegado cultural de la 1.a Brigada Móvil de Choque. Su ámbito, que en realidad siempre ha sido mucho mayor que el oficial —de manera que si sólo debía hablar a doscientos hombres acababa haciéndolo a cinco o seis mil—, ahora es mucho mayor aún. Miguel Hernández, a quien ya se ha adjudicado coche oficial, recorre los frentes más duros e inciertos, haciendo caso omiso del automóvil que le ha sido designado, recorriendo carreteras y caminos la mayoría de las veces en las camionetas de los soldados, entre ellos, su gente.

En cuanto a su tarea literaria, al tiempo que escribe poemas directamente relacionados con la cotidianeidad de la guerra, ultima El labrador de más aire y ha empezado a seleccionar poesías para un próximo libro de versos que se titulará Viento del pueblo.

(No estará de más observar la preferencia del poeta por los términos aire, viento, que emplea en muchas de sus composiciones). Para el Labrador escribe:

Labradores castellanos,

enarbolad la cabeza

desterrando la pereza

del corazón y las manos.

En pie ante todo verdugo

y en pie ante toda cadena;

no somos carne de arena;

no somos carne de yugo.

… … … … … … … … … … …

Basta de resignación,

de pies y de manos presos.

¿No tenéis alma en los huesos

ni sangre en el corazón?

¿Campará el pájaro malo

y tendréis siempre a su antojo

sonrisas para su ojo

y espaldas para su palo?

Cuerpo de hombre que se deja

pisar, morir o matar,

al cuello debe llevar

el balido de la oveja.

Nadie se deje morir

mansa y silenciosamente,

para que a la humilde frente

no le vengan a escupir.

¿Por qué no lleváis dispuesta

contra cada villanía

una hoz de rebeldía

y un martillo de protesta?

Sólo al que tenga los ojos y los oídos muy cerrados puede escapar el final de la estrofa, en la que se alude claramente a la hoz y el martillo, símbolos de la enseña comunista. Para Viento del pueblo escribe Sentados sobre los muertos, poema en el que por cierto emplea un término, aborrascado, que ya hemos visto en el Alvargonzález de Antonio Machado. El aire revolucionario está patente, pero es muy difícil decir las cosas fuertes con tanta elegancia y donosura como lo hace Miguel:

Ayer amaneció el pueblo

desnudo y sin qué ponerse,

hambriento y sin qué comer,

y el día de hoy amanece

justamente aborrascado

y sangriento justamente.

En su mano los fusiles

leones quieren volverse

para acabar con las fieras

que lo han sido tantas veces.

… … … … … … … … … … …

Aquí estoy para vivir

mientras el alma me suene,

y aquí estoy para morir,

cuando la hora me llegue,

en los veneros del pueblo

desde ahora y desde siempre.

Varios tragos es la vida

y un solo trago la muerte.

Cuando más enconada está la lucha en Madrid, cuando los moros, que ayer cruzaron el río, se fortifican «al lado de acá» de Madrid, es decir, dentro ya de Madrid, en Alicante hay gran conmoción y movimiento de fuerzas: comienza el juicio contra José Antonio Primo de Rivera. No se ha hecho canje alguno, a pesar de esa carta del hijo de Largo Caballero a su padre, que, por lo visto, ha sido interceptada por los mismos que tenían el encargo de hacerla pasar de una zona a la otra. Mientras se resuelve el proceso, Alemania e Italia, cuyos buques de guerra acaban de abandonar el puerto de Alicante, reconocen a Franco y retiran a sus embajadores en Madrid, un Madrid que el 19 —¡qué casualidad!— comienza a ser bombardeado furiosamente por la aviación franquista. Día tremendo en todo el conjunto de la historia española este 19 de noviembre de 1936: Durruti, el líder anarco-sindicalista jefe de una de las columnas que defienden Madrid, es asesinado a quemarropa «no se sabe por quién»; el tribunal popular alicantino da por terminadas las actuaciones para condenar a Primo de Rivera, que será ejecutado el siguiente día 20; se generaliza en todos los frentes el ataque sobre las posiciones republicanas y, además de los fuertes bombardeos aéreos de Madrid, varias poblaciones de la costa mediterránea son atacadas desde el aire y desde el mar.

La guerra se acerca a Orihuela. En realidad, la guerra se está acercando ya a todas partes. Una fuerte formación aérea bombardea Cartagena el 25 de noviembre. «… A las seis de la tarde —cuenta un marino del crucero “Canarias”, del servicio de Franco— empezaron a verse, cada vez con mayor claridad, grandes fogonazos, como si fuesen explosiones de bombas de palenque, las clásicas bombas de las romerías gallegas, pero que ahora son luminarias trágicas. Era el bombardeo de Cartagena y los disparos de los antiaéreos. Desde el puesto “A” contamos varios centenares de explosiones. El horroroso fuego duró hasta las nueve, tomando parte en la “fiesta” unos 30 aviones de bombardeo y muchos cazas…»[29].

Miguel se entera de todo esto en Madrid y se asusta: ¿llegarán a bombardear Orihuela? Y pronto se responde a sí mismo que no, ya que es población sobradamente conocida por su clericalismo. Pero apenas se ha repuesto de la impresión del ataque a Cartagena cuando se entera del bombardeo de Alicante. Si horroroso ha sido el asalto aéreo a Cartagena, el de Alicante lo es más aún. La aviación de las Baleares desea castigar a la ciudad en la que el jefe de los falangistas acaba de ser fusilado. Una poderosa escuadra aérea empieza el martirio de la urbe a las siete y media de la tarde; las patrullas se van relevando sin interrupción hasta las tres de la madrugada, dejando un reguero total de más de 160 bombas. No sólo Alicante —y esto es lo que más preocupa a Miguel—, sino también varias localidades de la costa: Campello, Torrevieja, la isla de Tabarca, Santa Pola, y ya algo más adentro, El Alted y Torrellano. Aunque los destrozos han sido muchos y las víctimas muy pocas, se organiza al día siguiente —29 de noviembre— una tremenda represalia: masas incontroladas, pero armadas, sacan de la cárcel a la mayoría de los derechistas detenidos y los fusilan en las tapias del cementerio. Este mismo día, pero en virtud de sentencia firme, es ejecutado el jefe de los falangistas de Orihuela, Antonio Piniés y Roca de Togores, de quien ya se ha hecho mención en anteriores capítulos de este libro. En resumidas cuentas, el Sureste apacible, el Sureste feliz ha entrado bruscamente en la guerra, y Orihuela está precisamente en el centro, en la Vega Baja, entre Alicante y Cartagena, asaltadas violentísimamente por la aviación. ¿Cuánto van a tardar en bombardearla también?

Otro destacado falangista de Orihuela, Francisco Llol Llol, sometido a proceso por un tribunal popular, es condenado a muerte y ejecutado el día 1 de diciembre. Otro, también del equipo dirigente de la Falange oriolana, procesado y condenado también, es fusilado el día 2. Orihuela está en los periódicos, Orihuela es noticia. El 3 de diciembre, al crearse por Orden Ministerial tres centros de movilización y organización de carabineros, Orihuela es, con Requena y Campo de Criptana, uno de ellos. Y este mismo día 3 continúan las ejecuciones sumarias: cinco ciudadanos de Orihuela, tres paisanos y dos sacerdotes, son pasados por las armas. Orihuela, pues, no sólo no se queda atrás en la tarea de matar, sino que puede codearse con aquellas poblaciones que en este quehacer consiguieron el más elevado rango.

Al otro lado de las trincheras también se mata aprisa, y tienen fama las purgas de Queipo de Llano. Una de sus últimas hazañas ha sido fusilar a todos los componentes de un convoy de tres camiones de mineros cerca de la carretera de El Arahal. Por cierto que la prensa madrileña transcribe un suelto del ABC de Sevilla en el que puede leerse algo muy ilustrativo:

«Al usar de la palabra el párroco de Santa Ana, don Miguel Bermudo, le interrumpió el general Queipo de Llano con un “¡Vivan los curas gitanos!”, que provocó una explosión de aplausos. Y cuando el cura habló, dijo: “Desde el cielo estarán bendiciendo al general Queipo, y quiera Dios elegirle un buen sitio en el cielo, aunque eso tarde por ahora”».

El 8 de diciembre, el periódico alicantino Diario de Alicante se transforma en Bandera Roja. Este periódico, tanto con su título primitivo como con el nuevo, es una de las publicaciones en que de cuando en cuando ve la luz un poema de Miguel Hernández.

La unidad, de choque que mandaba El Campesino, en la que Miguel actúa como comisario de Cultura, cuenta ya con mil hombres perfectamente armados y entrenados. Este batallón largo o brigada corta queda a las órdenes del general Miaja en la defensa de Madrid. Desde el 15 de diciembre, El Campesino va a acudir a taponar las brechas que la dureza de los asaltantes o la blandura de los defensores ocasionan en cualquier punto del cinturón de la defensa de la capital, y la verdad es que lo está haciendo y lo va a hacer con eficacia. En el cuartel general de Miaja, cuando llegan malas noticias de que el frente se resquebraja por algún sitio, la solución es siempre la misma: «Que vaya allí El Campesino». Y El Campesino va, con su tosquedad, con su torpeza, si se quiere, pero con su decisión y su valor a toda prueba, que contagia a sus hombres, y el frente se restablece. Miguel es en estos meses decisivos el animador de los mil hombres de El Campesino, ¿y cómo?, como ha de ser, con el corazón puesto en la palabra, con la sinceridad en los ojos y en el acento, golpe a golpe, verso a verso:

Canto con la voz de luto,

pueblo de mí, por tus héroes:

tus ansias como las mías,

tus desventuras que tienen

del mismo metal el llanto,

las penas del mismo temple,

y de la misma madera

tu pensamiento y mi frente,

tu corazón y mi sangre,

tu dolor y mis laureles.

Antemuro de la nada

esta vida me parece.

… … … … … … … … … … …

Aunque te falten las armas

pueblo de cien mil poderes

no desfallezcas tus huesos,

castiga a quien te malhiere

… … … … … … … … … … …

No te hieran por la espalda,

vive cara a cara y muere

con el pecho ante las balas,

ancho como las paredes.

El día 17, apenas cuarenta y ocho horas después de haberse integrado la unidad de El Campesino en el Cuerpo del general Miaja, se forma la 1.a Brigada de Choque, que reúne el primitivo batallón de acero con fuerzas procedentes de Huelva, también de choque, y otras unidades desperdigadas. Desde el día 21, en el organigrama del cuartel general de Madrid esta fuerza conjunta se denomina Columna E, por poco tiempo, ya que pasa en seguida a Brigada Mixta E, «a las órdenes del comandante de Milicias Valentín González González», que no es otro que El Campesino, contando en el Grupo de Reservas junto con otras seis brigadas mixtas más. Entre combate y combate, Miguel emborrona cuartillas y se acerca ya al final de su Labrador. Anda ya por la escena tercera del cuadro segundo del tercer acto. A pesar de los desbarajustes naturales de la guerra, a pesar de los viajes y de los traslados, de las marchas de noche, de las desbandadas, ha conseguido mantener su trabajo dentro de un cierto método. Sabe con absoluta certeza lo que quiere hacer y lo que está haciendo…

Mis brazos de par en par

los traigo para los tuyos;

anégame tú en un mar

de abrazos, besos y arrullos.

¡Qué olor a celosa higuera

y a sangre celosa siento!

¡Ay, esta noche quisiera

morirme bajo tu aliento!

La orden es tajante: las tropas, comisarios incluidos, han de ir uniformadas. «¿Y yo también?», pregunta Miguel a El Campesino. Y cuando le reafirman la orden, se conforma, pero la prenda de cabeza, no; no habrá fuerza humana que le haga usar la galoneada gorra de comisario, que acaba abollada y sucia en la mochila. «Lo mío —dice— es otra cosa». El tiene que llevar su cabeza y su cara al aire, «esa cara de patata recién sacada de la tierra» que dice Neruda.

Navidades a solas, Josefina en Orihuela y Miguel en los frentes del centro, que no está la guerra para otra cosa. Apenas un recuerdo, un verso y una carta. Y cara al nuevo año, «que será el de la victoria». En esto es en una de las pocas cosas en que están de acuerdo los dos bandos en pugna: 1937 trae bajo el brazo la victoria.

Mal, rematadamente mal empieza el año en Madrid, con un grave incidente de indisciplina. Carlos Alfonso Sanz, comandante de Milicias, jefe del batallón «Dimitrof», solicita el relevo de dos de sus compañías. Su jefe inmediato, el teniente coronel Barceló, se lo deniega por teléfono. Sanz pide el coche, se va al despacho de Barceló y sin mediar palabra la emprende a tiros con él, hiriéndole gravemente en la cara. No es así como la República puede ganar la guerra.

Mientras en Madrid andan a tiros los de una misma unidad, en Teruel, donde el frente se halla estabilizado, se organizan partidos de fútbol en los que un equipo es de Franco y el otro de Largo Caballero, sin árbitro, porque, ¿quién iba a ser?

El 3 de enero, los moros y los legionarios protagonizan casi en exclusiva un fortísimo ataque sobre Madrid. El combate, durísimo, va a durar una semana larga, y en las últimas horas acudirá, como siempre, la brigada de El Campesino a frenar la avalancha enemiga, que se cuela hacia la Cuesta de las Perdices. Como Miguel, El Campesino hace un caso muy relativo a la orden de uniformidad: viste la guerrera que le corresponde, pero no los pantalones; las botas, sí, pero no la gorra, que sustituye con una boina negra.

Los Estados Unidos, que oficialmente están de parte del Gobierno republicano, ayudan todo lo que pueden a Franco. Es seguramente una cuestión de inercia, tan hechos como están a ayudar a todos los generales sublevados de la América hispana. Así, al tiempo que el Congreso norteamericano, el 6 de enero, vota no a la venta de armas a la República española, la compañía petrolífera Texaco resuelve no ayudar a los republicanos y sí a los franquistas, y ordena por telégrafo a los cinco petroleros que van por el Atlántico rumbo a puertos republicanos que varíen de ruta y se dirijan a puertos franquistas.

El día 9, Miguel publica en Al Ataque un poema dedicado a El Campesino. De tratarse de otro tipo de hombre, en el ambiente de las trincheras, hubiera tenido que soportar bromas y «puyas» por haber escrito y publicado un texto laudatorio para el jefe de la unidad: por ser Miguel, nada de esto sucede. Se le conoce puro, sano y limpio de espíritu, se sabe de sobra que si ha escrito eso es porque lo siente y lo piensa, sin más intención que dar rienda suelta a lo que le nace dentro. A ningún soldado de la Brigada E se le pasa por la imaginación que Miguel haya publicado el poema pensando en su medro.

El 11, Líster manda a unos hombres suyos que detengan a tiros a unos milicianos anarquistas que huyen. Tres días después, otros milicianos anarquistas detienen su coche y lo apresan. Le dicen que van a fusilarle por lo que ha hecho con sus camaradas días antes. Por unos minutos de diferencia, los justos para que el coche de escolta alcance al de Líster, no cae éste fusilado por el pelotón de la CNT-FAI. Es así la guerra en Madrid en estos primeros meses del desbarajuste.

El 16 vuelve a publicar en Al Ataque, ahora un texto en prosa titulado «Defensa de Madrid», en el que, entre otras cosas, puede leerse: «Cuando la guerra está salpicando de luto el corazón de tantas madres y tantos compañeros; cuando depende de España entera que las vidas derramadas, que se están derramando y que se van a derramar no sean siembra en páramo baldío, veo, siento con pesadumbre y cólera ciudades de retaguardia ajenas, ajenas por completo, a pesar de sus aparatos de carteles y carteleras de propaganda, a la terrible verdad que nos circunda».

El cuartel de instrucción de Carabineros de Orihuela ya ha preparado una primera promoción. El 20 de enero sale airosamente de la ciudad el primero de los batallones preparados, el denominado «Ortiz de Zárate», que el 22 ya está en su punto de destino, el frente de Málaga. Este batallón, perfectamente instruido, uniformado y armado, a las órdenes del comandante de Infantería Ortiz de Zárate, va a desaparecer literalmente cuando comiencen las operaciones de iniciativa franquista para la ocupación de la capital andaluza. Ni en el momento ni meses después, a pesar de los expedientes y averiguaciones instruidos, se podrá saber cuál es la suerte de estos casi setecientos hombres preparados en Orihuela. Pre parados, pero, ¿para qué?

«A mediados de enero de 1937 —escribe Ramos—, la Sociedad de Campesinos de Orihuela solicitó del Consejo Municipal, que la lonja funcionara sin trabas oficiales de ninguna especie. Mas no tardó en imponerse la triste realidad, ya que, con rapidez asombrosa, escasearon los productos, llegando a faltar totalmente el pan». La Federación Campesina Provincial tuvo que dirigir un escrito en el que, en parte, dice: «Advertimos a nuestras Sociedades de Campesinos del término municipal de Orihuela que cualquier ocultación de trigo que se descubra será castigada con la pérdida del mismo más sanciones severísimas que impondrá la autoridad gubernativa»[30].

En el número 39 del periódico Ayuda, de Madrid, del 23 de enero, Miguel publica un trabajo copioso y enardecido, «Hombres de la 1.a Brigada Móvil de Choque». En este artículo ensalza de nuevo al jefe de la unidad, a un oficial que se ha distinguido valerosamente y, sobre todo, a la dinamitera Rosario, morena de ojos negros a la que la dinamita le ha segado su mano derecha. De este tema nace su poema Rosario, dinamitera, del que son las siguientes estrofas seleccionadas:

Rosario, dinamitera,

sobre tu mano bonita

celaba la dinamita

sus atributos de fiera.

Nadie al mirarla creyera

que había en su corazón

una desesperación

de cristales, de metralla

ansiosa de una batalla,

sedienta de una explosión.

… … … … … … … … … … …

¡Bien conoció el enemigo

la mano de esta doncella,

que hoy no es mano, porque de ella,

que ni un solo dedo agita,

se prendó la dinamita

y la convirtió en estrella!

… … … … … … … … … … …

Digna como una bandera

de triunfos y resplandores,

dinamiteros pastores,

vedla agitando su aliento

y dad las bombas al viento

del alma de los traidores.

El mismo día 23 publica en Al Ataque un artículo titulado «Primeros días de un combatiente», en el que evoca sus primeras experiencias como soldado en el improvisado frente de Madrid:

«Salimos precipitadamente de Madrid, de uno de sus cuarteles, al que yo había llegado unas noches antes desde mi pueblo. Me dieron un fusil. Lo cogí como una cosa extraña y me lo eché al hombro. Me avergonzaba confesar que no sabía manejarlo, porque había tenido tiempo de sobra para ello. Vi que unos compañeros se burlaban de otro que estaba en la misma ignorancia que yo, y me volví a avergonzar y me maldije. Era la madrugada cuando salimos de Madrid. ¿Dónde íbamos? Los coches se deslizaban por una carretera que nunca pisara mi abarca de campesino. Mis compañeros cantaban y yo no podía con mi voz de tristeza. Me empujaban y me gritaban para que cantara con ellos. Uno me dio con una guitarra en el hombro. El alba comenzaba a extender luz sobre los campos. Mis ojos se clavaban en los terrones quietos, y mi mirada descubría debajo de la escarcha blanca y azul bultos de muertos blancos y azules. Llegamos a un pueblo desierto: en las piedras de las calles había sangre y pólvora seca».

El día 27, la Brigada Mixta E de choque de El Campesino pasa a descansar. Bien merecido reposo. Los combates en que ha intervenido en el entorno próximo de Madrid han sido durísimos y buena parte de sus efectivos han caído muertos, heridos, enfermos, desaparecidos. Miguel escribe El reposo del soldado, que se publica en Al Ataque ya cuando enero está terminando. En este tiempo en el que los soldados no luchan, Miguel se multiplica dando charlas, recitales, conferencias. Las razones de la guerra, las esperanzas de victoria, por qué se muere, por qué, a veces, es necesario morir, por qué unas muertes garantizan otras vidas, qué es la patria, qué es la libertad, todo ello con su lenguaje encendido, contagioso. Ciertamente, al menos esta vez, «el reposo del soldado» no es el reposo del comisario.

Independientemente del guerrero, del hombre que ha de hablar a los soldados y llenarles de alma, sigue el poeta, cada vez más lírico, cada vez más dentro de sí mismo. Siempre, o casi siempre, un poema es algo más perfecto y sentido que el anterior. En El niño yuntero hay aciertos rotundos:

Carne de yugo, ha nacido

más humillado que bello,

con el cuello perseguido

por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo

de vacas, trae a la vida

un alma color de olivo

vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza

a morir de punta a punta

levantando la corteza

de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente

la vida como una guerra,

y a dar fatigosamente

en los huesos de la tierra.

… … … … … … … … … … …

Me duele este niño hambriento

como una grandiosa espina,

y su vivir ceniciento

revuelve mi alma de encina.

Le veo arar los rastrojos

y devorar un mendrugo,

y declarar con los ojos

que por qué es carne de yugo.

… … … … … … … … … … …

¿Quién salvará a este chiquillo

menor que un grano de avena?

¿De dónde saldrá el martillo

verdugo de esta cadena?

Termina enero. El cuartel de instrucción de Carabineros de Orihuela ya ha ultimado la preparación de toda una brigada, Primera Brigada. Hay hombres, hay mandos, hay uniformes, pero no hay armas. El Estado Mayor del Ministerio de la Guerra designa a esta unidad un número: va a ser la 65 Brigada Mixta, y la mandará el teniente coronel Germán Madroñero. Sólo faltan las armas. Las armas y que no vaya a suceder lo del batallón del comandante Ortiz de Zárate, tragado por el viento. Eso sí: Orihuela se inflama —o, mejor dicho: la Orihuela izquierdista se inflama— al presenciar los desfiles de estos hombres que marchan rítmicamente, y que en cuanto tengan sobre sus hombros un fusil van a comerse el mundo.

Mientras tanto, a Franco le ha llegado ya la ayuda de 27.000 soldados que le envía obsequiosamente el Duce Mussolini desde Italia. Con ellos va a iniciar —¡ya!— la rápida campaña de Málaga. Martínez Barrio, que preside el Comité Centro-Levante, habla en Valencia. «España de hecho ha dejado de ser una República federable para convertirse en una República federal». «¿Cómo será España después del triunfo? ¡Como España quiera!» «Las grandes empresas, la banca, las grandes industrias, los terratenientes, todo lo que representaba una posición de privilegio dentro de la economía y de la organización social española se lanzó también a la aventura. A la hora del triunfo tendrán que pagar las costas».

Punto final a El labrador de más aire, con un auténtico broche engalanado. Ha muerto Juan casi en brazos —o en manos— de Encarnación, su enamorada. En el monólogo de Encamación, últimas estrofas de la última escena de la obra, hay versos de una belleza extraordinaria, particularmente en aquel fragmento en el que la repetición de las palabras brinda una sonoridad delicada y rotunda a la vez:

Viento que no bebe viento,

nido despoblado, nido

polvoriento, polvoriento,

ido para siempre, ido.

Gime mi garganta, gime…

Ven a mi regazo, ven…

Dime, primo hermano, dime

quién te ha malherido, quién.

Rebrota en sangre, rebrota

fuerte como el olmo fuerte,

poco a poco, gota a gota,

vida a vida, muerte a muerte.

Puerto has encontrado, puerto,

navío, dulce navío,

muerto ante mis ojos, muerto,

frío para siempre, frío.

Me acomete una desgana

mortal, amor, porque sé

que te buscaré mañana

y ya no te encontraré.

¡Ha muerto Juan, el airoso

de voz y de movimiento,

y al quedar él en reposo,

se quedó el aire sin viento!