El Quinto Regimiento
El mismo sábado 18 de julio en que media España empieza a enfrentarse a la otra media, Miguel escribe una cálida carta a Josefina: «Te prometo gastarte la boca y los ojos y la frente y toda tú a fuerza de besos y no te voy a dejar un hueso sano a fuerza de caricias». La boda ya está cerca, «en cuanto estrene». Las cuartillas de El labrador de más aire ya forman bulto.
De pronto resulta que la radio trae noticias malas de la guarnición de África: «De nuevo habla el Gobierno para confirmar la absoluta tranquilidad en toda la península…» «… Puede considerarse desarticulado un amplio movimiento de agresión a la República, que no ha encontrado en la península ninguna asistencia y sólo ha podido conseguir adeptos en una fracción del Ejército que la República española mantiene en Marruecos…» «… Han sido detenidos varios generales, jefes y oficiales comprometidos en el movimiento».
¿Y en Alicante? ¿Qué estará pasando en Alicante? Se sabe que han sido suspendidas las maniobras que el general García Aldave tenía dispuestas para la madrugada del 17 al 18 en las inmediaciones del barranco de las Ovejas, cerca del campo del Porquet. Se sabe que el Frente Popular, ya el 18 a mediodía, ha hecho radiar una nota: «España entera y las instituciones armadas —dice el comunicado—, a excepción del caso bochornoso y criminal de Marruecos, permanecen fieles al Gobierno».
¡Qué casualidad! Precisamente es en el barranco de las Ovejas, en que iban a celebrarse las maniobras militares, donde son sorprendidos por los guardias de asalto unos grupos armados, que se entregan después de un tiroteo intenso, diciendo a los guardias que han ido allí engañados. En estos grupos, de los que quedan detenidos 52 individuos, están integrados muchos de los falangistas de los pueblos de la Vega Baja: Callosa de Segura, Crevillente, Rafal y, naturalmente, Orihuela, con el ya citado Antonio Piniés y Roca de Togores al frente de una sección.
Ya en la tarde del domingo, el miedo mayor de Miguel es que le suceda como parece que empieza a ocurrir con ciertas familias, a las que el alzamiento ha sorprendido separadas. Le angustia la idea de no poder acudir a Orihuela, y no está pensando en sus padres, ni en sus hermanos, ni en sus amigos, sino en Josefina. ¿Será posible que esta locura de los militares vaya a dejarles separados por un tiempo?
Pero en Madrid, realmente, la guerra no empieza hasta el lunes 20 por la mañana con el asalto popular al cuartel de la Montaña, sublevado. A raíz del lunes por la mañana, la ciudad se ha transformado espectacularmente. Hay tiendas que cierran sin previo aviso, y automóviles, muchos automóviles pintarrajeados, ocupados por grupos de paisanos armados, mezclados con soldados, y por las ventanillas de los vehículos asoman fusiles arracimados. Los gritos más frecuentes son «¡U. H. P.!» (uníos, hermanos proletarios) y «¡No pasarán!», que repite la consigna dada el domingo por la noche desde la radio del Ministerio de la Gobernación por Dolores Ibárruri, La Pasionaria.
Miguel inquiere en seguida qué pasa en Murcia, ya que el tren le deja allí, si es que puede ir, y desde allí hay que ir en autobús a Orihuela. Se dice que un grupo de falangistas se ha presentado al amanecer del domingo en el cuartel de la Guardia Civil, intentando confraternizar con los guardias, ya que les han dicho que todos van a sublevarse juntos, y se llevan la sorpresa de que los guardias les dispersan, aunque de buenos modos. En cambio, la Guardia Civil de Hellín sí se ha sublevado y ha sido vencida por un destacamento artillero enviado desde Murcia.
El lunes por la tarde en toda España se fusila, rojos a azules y azules a rojos. A Miguel, la muerte que más le impresiona —aunque con sólo andar hasta la pradera de San Isidro puede ver ya cadáveres a docenas— es la del cuñado de García Lorca, de la que se entera después. Los sublevados, militares y paisanos, van a buscarle al Ayuntamiento. Es el alcalde republicano y esto es ya delito suficiente. Le fusilan en la misma Alcaldía, atan su cuerpo por los pies a la trasera de un automóvil y así le arrastran por toda la ciudad.
Mientras tanto, los falangistas de Orihuela se han organizado tras la escaramuza de Alicante, y se muestran activos. Siempre comandados por Piniés y Roca de Togores, montan en varios vehículos y toman de nuevo la carretera de la capital. Ahí van los apellidos más encumbrados de Orihuela: los Riquelme, Parra, Murcia, Noguera, Veracruz, Almunia, Díaz Pacheco. Para nada. Alicante está en manos republicanas y esta expedición está de antemano condenada al fracaso. Sin embargo, estos falangistas, junto con los de Callosa de Segura y algunos otros pueblos, se reúnen a escondidas y tienen una ilusión y un afán común: liberar, mediante un golpe de fuerza, al jefe nacional, José Antonio Primo de Rivera, preso aún en Alicante. Miguel piensa si de haberle sorprendido el alzamiento en Orihuela y de haber estado Ramón vivo no hubiera habido un enfrentamiento violento entre los grupos de amigos, distanciados ahora por motivos de encuadramiento político.
La postura del gobernador militar de Alicante, general García Aldave, jefe de la sexta brigada de Infantería, con acuartelamiento en Alcoy y Alicante, es paradójica. Promete no sublevarse a cambio de que no le ordenen luchar contra sus compañeros sublevados. Al negarse a enviar tropas contra Albacete, sublevado, su final no podía ser sino el de ser arrestado, procesado, condenado y fusilado.
El día 25, esto es, a una semana del levantamiento, los conspiradores empiezan a quitarse la careta: la bandera republicana de los tres colores es sustituida en Zaragoza por la monárquica y son designados Mola jefe del ejército del Norte y Franco jefe del ejército de Marruecos y sur de España.
Esta nueva situación de guerra abierta, esta nueva tensión influye directa y poderosamente sobre la obra literaria de Miguel, que tiene entre manos El labrador de más aire. El lector que con sumo cuidado lea y relea este drama rural podrá observar cómo a partir de un momento determinado la guerra está presente en el tono y la forma de los diálogos de los personajes. En su momento, que será el de la publicación del libro, estudiaremos esto con todo detenimiento.
¡Milagro, milagro de Santa Teresita del Niño Jesús! Las tropas del coronel Mangada, republicano —el que va a ordenar el fusilamiento de unas prostitutas que han llenado a sus hombres de blenorragia—, se acercan a las murallas de Ávila. Toda la ciudad se apresta a la defensa. ¡Ah, los atacantes son muchos más que los defensores! De pronto, sin que nadie se lo explique, sin causa aparente alguna, las tropas de Mangada se retiran y Ávila respira en paz. ¿Puede esto ser otra cosa que un milagro de Santa Teresita en obsequio de su amada ciudad?
El poeta se siente horrorizado por las matanzas madrileñas. ¿Cuántos van? Docenas, centenares, miles de muertos. Por la noche, los autos de la muerte recorren la ciudad; las patrullas incontroladas, armadas hasta los dientes, sacan a los derechistas y se los llevan «a dar un paseo» del que no vuelven. No es ésta la revolución que él siente, que él quiere. Y no le consuela saber que en el otro lado lo están haciendo igual o peor. Un fugado de Sevilla ha declarado que el comandante Castejón recorre los pueblos de la provincia al frente de un grupo de veinte legionarios, matando a todo el que huela a izquierdista o a separatista andaluz. ¿Cuántos van? Más de sesenta mil.
El 29 de julio, Miguel viaja a Orihuela desde Madrid. ¡Qué largo, interminable, el viaje, y qué duro el paisaje de su ciudad! Los gestos se han entenebrecido. Es una Orihuela diferente. Están incautados casi todos los edificios religiosos y no pocas casas de la «gente grande», y hay demasiadas banderas rojinegras de la CNT-FAI por todas partes. Algunos de sus amigos y conocidos han desaparecido y vale más no preguntar por ellos. Hay banderas republicanas, socialistas y anarquistas en la Academia de Loaces, en el Patronato de la Joven Cristiana, en el Colegio Menor Eclesiástico de San Miguel, y allá en lo alto, en el Seminario. A algunos oriolanos casi no los conoce por los uniformes estrafalarios con que van vestidos. La novia es lo único que no ha variado, sino ha sido para hacerse más bonita en la ausencia.
Este encuentro es algo diferente a los otros. «En cualquier momento nos pueden matar». La sangre ardiente de Miguel pide, quiere, exige, pero Josefina es una roca, por mucho volcán que le quede y le queme dentro. «Voy a gastarte la boca a besos». Miguel decide que hay que casarse pronto, en seguida, cuanto antes; pero la guerra… Y, además, ¿de qué van luego a vivir? El padre de Josefina, el guardia civil Manresa, está a favor de Miguel, pero no por eso deja de ver la realidad de las cosas: ¿de qué vais a vivir?
Miguel, excedente de cupo cuando su quinta, escucha por la radio la llamada del Gobierno: deben incorporarse inmediatamente los reservistas de las quintas de 1934 y 1935, es decir, los muchachos de cuatro y cinco reemplazos posteriores al suyo. Y se decide: esta visita a Orihuela va a convertirse en despedida de la novia, de los padres y hermanos, del río, su río, en el que se baña en las caliginosas mañanas de los últimos días de julio y primeros de agosto. Y va a ser despedida porque en cuanto regrese a Madrid ingresará voluntario en el Quinto Regimiento.
Y la guerra sigue en torbellino alucinante. El 2 de agosto se sublevan los presos comunes de Alicante contra los hermanos Primo de Rivera, a quienes acusan de ser los promotores de la contienda. Al día siguiente, destacamentos de la CNT se hacen cargo de la vigilancia del jefe de los falangistas, ante el temor de que cualquiera de los intentos por liberarle obtenga éxito. El día 5 es el del famoso paso del Estrecho, mediante el cual buena parte de las tropas de África empiezan a trasladarse a la península en apoyo de los sublevados. El 11, los rebeldes se apuntan un doble éxito, ocupando Tolosa en el Norte y Mérida en el Sur.
Estando aún Miguel en Orihuela se produce en la ciudad un hecho lamentable. Los anarquistas, que son minoría, pero que aparecen constantemente armados por las calles, sin demasiado entusiasmo por acudir a los frente de combate, tienen un gran interés en colectivizarlo todo. Es la norma de la CNT: «primero la revolución, luego la guerra». Los patronos pasan a convertirse en uno más, con sueldo de obrero, y la propiedad se transforma en colectivizada. Un patrono barbero se niega a aceptar el sistema: en respuesta, los obreros barberos le apuñalan.
El 13 de agosto, el padre de Josefina, que presta servicio en la Guardia Civil de Elda, a donde había sido trasladado cuatro meses antes, es asesinado por un grupo de milicias armadas fuera de control. Manuel Manresa es prácticamente cazado a tiros en el centro de la ciudad y acabado de una manera innoble. («Mi madre —declarará Josefina años después— murió ocho meses más tarde como consecuencia de aquello. Miguel sintió mucho la muerte de mi padre. Él no era partidario de que mataran a nadie»).
Esta muerte crea una cierta tensión en los novios. De una parte, Josefina ha perdido a su padre asesinado por los aliados de Miguel; de otra parte, para Miguel es naturalmente violento que hayan sido «gentes del pueblo» las que han acabado de tan fea manera con el padre de Josefina. Pero puede con todo el amor de ambos, y su juventud. Morir y matar en la guerra es cosa corriente, aunque estas muertes de la retaguardia no pueden admitirse entre los riesgos normales.
Para el drama que escribe lentamente prepara unos versos que son revolucionarios desde la primera letra a la última:
En mi tierra moriré,
entre la raíz y el grano,
que es tan mía por la mano
como mía por el pie.
Es mía la tierra llana,
que sobre el surco he nacido
y con mi esfuerzo la cuido,
con mi amor y con mi gana.
… … … … … … … … … … …
Me pertenece, aunque diga
que es suya, y no la conoce
ni siquiera por el roce
de un terrón o de una espiga.
Y ésta, definitiva:
Nadie merece ser dueño
de hacienda que no cultiva,
en carne y en alma viva
con noble intención y empeño.
El 4 de septiembre, en plena desbandada republicana por tierras de Toledo, cambia el Gobierno de Madrid y se hace cargo del poder el jefe socialista Francisco Largo Caballero. En el valle del Tiétar se unen las tropas sublevadas que proceden del Norte con las que llegan del Sur. La mancha rebelde es ya considerable y ocupa todo el lado oeste de la nación.
Los últimos días en Orihuela tienen todo un sabor de muerte. Los asesinatos han sido demasiados en la zona, hasta el extremo de que si van muertos más de cuarenta sacerdotes de la diócesis valenciana, son más de sesenta los curas muertos en la diócesis de Orihuela. De los grupos falangistas de la Vega Baja, Orihuela, por supuesto, incluida, han sido apresados casi todos y ejecutados muchos de ellos. Le suenan los apellidos Pertusa, Seva, Cunero, Cañizares, Murcia, Rufete, Cabrera, Almodóvar, todos ellos, y algunos más, fusilados. El regreso a Madrid es triste. La intención de alistarse en las milicias combatientes se ha convertido ya en una necesidad.
La impresión de Orihuela, unida a la de Madrid —sangre y más sangre— le pone en los labios nuevos versos:
Sangre, sangre por árboles y suelos,
sangre por aguas, sangre por paredes,
y un temor de que España se desplome
del peso de la sangre que moja entre sus redes
hasta el pan que se come.
El enemigo ya tiene un jefe único. Los generales reunidos en un campo de aviación de Salamanca han elegido a Franco jefe del Ejército y del Gobierno en el Estado español. Él y su hermano Nicolás van a ocuparse pronto de cambiar algunos pequeños detalles para que, desapareciendo la palabra gobierno, la designación sea como jefe del Estado. Unos generales se agrupan en un barracón campesino y deciden que en España va a mandar otro general. Así de sencillo, que nadie sabe por qué y para qué se hicieron unas elecciones en febrero, cuando los militares lo resuelven todo tan rápidamente.
Por fin, el 25 de septiembre, el mismo día en que las avanzadillas de la Legión alcanzan el río Guadarrama, Miguel Hernández se va a la calle de Francos Rodríguez de Madrid e ingresa en el Quinto Regimiento. De momento, su adscripción no puede ser menos lírica: el poeta Miguel Hernández se transforma en el miliciano Miguel Hernández, de la 2.a Compañía de Fortificaciones, y recibe en el espaldarazo una pala, un saco, una mochila y algunas prendas de uniforme. En pocas horas tiene la instrucción imprescindible y ya está haciendo zanjas en el cinturón de la defensa de Madrid.
De tierras alicantinas llega para incorporarse al movido y peligroso frente del centro el batallón «Alicante Rojo», compuesto por quinientos voluntarios. Se les acuartela en Alcalá de Henares, con carácter muy provisional. Aquí no viene nadie de la Vega Baja y sí de la Marina, desde el mismo Alicante siguiendo la línea de la costa (Villajoyosa, Benidorm, Altea, Calpe, Benisa, Gata, y otros del interior, Monforte, Pego, Novelda, Orba, Jalón).
Miguel cae enfermo y es enviado a reponerse a un hospital de Madrid. Cuando se recupera, ha sido dado de baja en Fortificaciones y adscrito como comisario —miliciano de la cultura— a la unidad que manda El Campesino.
Sobre la adscripción de los poetas a las unidades militares, un día escribirá Enrique Líster lo siguiente: «Yo, que no entiendo nada de poética, les estoy profundamente agradecido a los poetas por el importante papel que la poesía ha desempeñado durante la guerra. He sido siempre partidario de los discursos cortos, directos, que llegan al corazón, calientan la sangre y dejan en el cerebro de quienes los escuchan materia de reflexión. Por eso, una buena poesía era para mí algo así como varias horas de discursos resumidos en pocos minutos. He podido comprobar muchas veces que una poesía capaz de llegar al corazón de los soldados valía más que diez largos discursos. Recuerdo cuando, en los días más difíciles de Madrid y luego a lo largo de toda la guerra, venían Alberti, Migue] Hernández, Herrera Petere, Juan Rejano, Serrano Plaja, Pedro Garfias, Altolaguirre, Emilio Prados y otros poetas a las trincheras a recitar a los combatientes sus poesías y lo que éstas representaban como materia combativa, explosiva, de reforzamiento de la moral de combate y de confianza en la victoria; de impulso para la realización de actos heroicos individuales y colectivos. Fue por esos días cuando me di plenamente cuenta de la inmensa fuerza de la poesía para despertar en el hombre todo lo que hay de mejor en él. Para empujarle a superarse, para hacer de los hombres héroes y de los héroes, héroes aún más grandes»[25].
Este Quinto Regimiento es una unidad muy peculiar. Por supuesto que la cuantía de su nómina no tiene nada que ver con la de un auténtico regimiento. Hasta sus orígenes tienen algo de novelesco:
«—¿No hay por aquí un local grande que podamos convertirlo en cuartel?
—El convento de Francos Rodríguez.
—Ir y tomarlo. Que se queden esos bastardos con el quinto Batallón. Nosotros vamos a crear el Quinto Regimiento. Nuestro Quinto Regimiento. Lo que sea, menos estar aquí tumbados en las aceras, dejando pasar el tiempo y dándoles tiempo a ellos…»[26].
Es así como Enrique Castro Delgado cuenta el nacimiento de esta unidad, con la garantía de haber sido precisamente el primer jefe de la misma. Desde los primeros momentos funcionó este Quinto Regimiento más como una academia de formación militar o premilitar que como una unidad combatiente, hasta el extremo de que se calcula en más de 70.000 el número de soldados preparados que para diciembre de 1936 había conseguido situar en los frentes madrileños. Entre sus creaciones figuran las llamadas compañías de acero, unidades de élite, de choque, que en realidad como tales se comportaron a lo largo de toda la guerra, así como los milicianos de la cultura (maestros, intelectuales, catedráticos), grupo al que queda adscrito Miguel al regreso de su convalecencia. El comandante más famoso del Quinto Regimiento fue sin duda el italiano Vittorio Vidali, comunista, conocido también como Carlos Contreras y comandante Carlos, hombre enérgico, con grandes dotes de organizador pero en ocasiones innecesariamente cruel.
El 31 de agosto, unas compañías de acero, integrantes de unos 400 hombres, desfilan por Madrid, causando sensación por su uniformidad y su marcialidad, extremos desconocidos en la capital desde que la guerra empezó. Van armados de mosquetones y llevan una sección de ametralladoras. El lado anecdótico de este desfile lo tomamos de la narración de Peirats: «Forman parte de esta magnífica milicia ocho bellas muchachas que acompañan a los milicianos al campo de combate donde son destinados».
Ésta es la unidad a la que Miguel pertenece desde que viste el mono azul con correaje claro de los comunistas de Cuatro Caminos.
apenas se hace cargo de su nueva función cultural, vuelve a sus versos, a su libro, a las charlas improvisadas frente a las tropas, en las trincheras, a las arengas poco antes de iniciarse los combates:
Llegaron a las trincheras
y dijeron firmemente:
—¡Aquí echaremos raíces
antes que nadie nos eche!
… Y la muerte se sintió
orgullosa de tenerles.
… … … … … … … … … … …
Sangre que no se desborda,
juventud que no se atreve,
ni es sangre ni es juventud,
ni relucen ni florecen.
Cuerpos que nacen vencidos,
vencidos y grises mueren;
vienen con la edad de un siglo,
y son viejos cuando vienen.
A todo esto se desarrolla en Alicante y en sus cercanías el curioso y dramático episodio de los intentos por liberar de la cárcel a José Antonio Primo de Rivera. Es toda una novela que protagonizan diplomáticos, falangistas de la primera línea, marinos alemanes, obreros portuarios de Alicante, guardias civiles y guardias de asalto. Desde los buques de guerra alemanes «Deutschland» e «litis», surtos en el puerto alicantino, dispuestos a llevarse al prisionero, hasta Agustín Aznar, alto jefe falangista, disfrazado de marinero alemán y sobornando al jefe de la CNT del puerto, pasando por los intentos del cónsul alemán y por las sospechas del gobernador civil. En el lado trágico, los intentos de los falangistas de Callosa, muertos casi todos ellos en el intento. Y, como trasfondo, realmente misterioso, el intento del canje por el hijo de Largo Caballero, prisionero de los de Salamanca, intento que no se lleva a término, sin que la historia hasta ahora haya podido explicar claramente por qué.
Madrid, la lucha hacia Madrid, acapara en octubre la atención de toda España y de todo el mundo. Tan seguros están los jefes sublevados de que la entrada en Madrid va a ser un paseo militar que el día 6, comiendo Franco con el embajador alemán en Lisboa, le asegura: «En unos días conquistaré Madrid», y al día siguiente, en perfecta sincronización con Franco, Mola declara: «El día 12 estaré en Madrid tomando café». Desde el día 12, y por muchos meses, en numerosos cafés de Madrid habrá una mesa con un servicio de café y un rótulo irónico: «Reservado para el general Mola».
Miguel acude a casi todos los sectores de los frentes del centro: lo mismo da una conferencia en El Escorial que recita versos en las trincheras de Guadalajara. A veces se sale del ámbito de su unidad y va a los frentes de Córdoba y de Jaén. Su atuendo, casi siempre con la cabeza descubierta, es unas botas de campaña, unos pantalones de soldado viejísimos y una guerrera de cuero cruzada por una especie de zurrón en bandolera que le hace las veces de maleta y de mochila. Cuando puede avanza un poco más el drama que empezó escribiendo en la paz y se terminará, si se termina, en la guerra. Y muchas poesías inspiradas en la contienda misma:
Naciones de la tierra, patrias del mar, hermanos
del mundo y de la nada:
habitantes perdidos y lejanos,
más que del corazón, de la mirada.
Aquí tengo una voz enardecida,
aquí tengo una vida combatida y airada,
aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.
Abierto estoy, mirad, como una herida.
Hundido estoy, mirad, estoy hundido
en medio de mi pueblo y de sus males.
Herido voy, herido y malherido,
sangrando por trincheras y hospitales.
… … … … … … … … … … …
España no es España, que es una inmensa fosa,
que es un gran cementerio rojo y bombardeado:
los bárbaros la quieren de este modo.
Será la tierra un denso corazón desolado,
si vosotros, naciones, hombres, mundos,
con mi pueblo del todo
y vuestro pueblo encima del costado
no quebráis los colmillos iracundos.
… … … … … … … … … … …
Naciones, hombres, mundos, esto escribo:
la juventud de España saldrá de las trincheras
de pie, invencible como la semilla,
pues tiene un alma llena de banderas
que jamás se somete ni arrodilla.
Mediado octubre ya tiene el Gobierno republicano en marcha sus seis primeras Brigadas Mixtas. Ha sido creado, aun en contra del criterio de algunas sindicales, el nuevo Ejército Popular de la República y se va consiguiendo a trompicones el mando único.
Y sobre el supremo mando único militar, la jerarquía del presidente: una circular de Largo Caballero a los altos mandos del Ejército es concisa y explícita: él asume el mando.
Cuando Miguel vuelva a Alicante no lo va a conocer. En realidad conoce muy poco la capital de su provincia, pero es que ahora, con los cambios de nombres, está prácticamente desconocida. Como en toda España —la de aquí y la de allá—, el furor del cambio de nombres a las calles cae de cuando en cuando en inexplicables tonterías. A la plaza de Santa Faz le ponen del Progreso (claro que cuando ganen la guerra los que la van a ganar se tomarán la venganza en Madrid, y la plaza del Progreso pasará a denominarse de Tirso de Molina); el barrio de San Gabriel se convierte en barrio de la Armonía; la calle del general Millán Astray (sublevado) pasa a ser calle del general Miaja (leal). La calle de la Virgen del Remedio será desde ahora del Soviet.
Algunas unidades solicitan la presencia de Miguel Hernández como revulsivo para la apatía o la duda de sus soldados. Y Miguel llega con su carga de versos, se sube a un cajón y recita. Hay tanta convicción en las palabras y en el tono, que convence, alienta, vivifica. Es todo un motor que trasciende energía. Una compañía que guarnece un punto es diferente antes y después de la presencia del poeta, que tiene siempre las palabras oportunas para hacerse entender:
Jornaleros que habéis cobrado en plomo
sufrimientos, trabajos y dineros.
Cuerpos de sometido y alto lomo:
jornaleros.
Españoles que España habéis ganado
labrándola entre lluvias y entre soles.
Rabadanes del hambre y el arado,
españoles.
… … … … … … … … … … …
Esta España que habéis amamantado
con sudores y empujes de montañas,
codician los que nunca han cultivado
esta España.
… … … … … … … … … … …
Jornaleros: España, loma a loma,
es de gañanes, pobres y braceros.
¡No permitáis que el rico se la coma,
jornaleros!
Cuando Miguel termina su actuación, los soldados están radiantes, convencidos de su razón y seguros de su victoria. Tiene las palabras justas y electrizantes, llega a lo más hondo de estos jornaleros convertidos por la sublevación en guerreros. Lo más importante de estas intervenciones de Miguel es que dice a las tropas, verso a verso, que no hay más razón que la suya y que hay cien motivos por los que luchar. Esta guerra, que a veces muchos no comprenden, una vez que Miguel se ha subido al cajón o al poyete o al saco terrero y ha recitado, ya está sobradamente clara. Miguel va diciendo por las trincheras líricamente por qué lucha la gente y por qué hay que ganar al enemigo.
También hay versos en el lado opuesto de las trincheras, y buena muestra de ello es el Himno del Apostolado de la Oración, que los capellanes de algunas unidades hacen rezar a sus tropas de las brigadas de Navarra franquistas. Dice así:
Nuestro Apostolado avanza;
porque donde Cristo impera,
la oración todo lo alcanza.
¡Qué grande es nuestra alianza!
¡Qué hermosa es nuestra bandera!
Entre sus pliegues tremola
promesa de gran valor
hecha a un hijo de Loyola.
¡Escúchala, Satanás!,
y en tu rencor furibundo,
jamás la olvides, jamás, jamás.
Reinaré en España,
y más que en todo el resto del mundo.
Reinaré en España,
y más que en todo el resto del mundo.
Claro que aparte de tener este himno a su disposición, el adversario tiene también un poeta de más rango, que es Pemán.
Discursos referidos a la guerra de España pronunciados por Hitler y Mussolini. El Führer dice: «Este Eje, a cuyo alrededor podrán trabajar todos los países europeos que estén animados de un deseo de paz y de colaboración». El Duce engarza una frase de las suyas: «Para los demás, el Mediterráneo es una vía, para Italia es la vita». El presidente de Guatemala envía el día 1 de noviembre un telegrama a Franco felicitándole por la entrada de sus tropas en Madrid.
Miguel está terminando su Labrador. Día por día está más presente el afán revolucionario en los versos del drama:
Arrogante y aldeano,
me honra extremadamente
decir que mi pan lo gano
con el sudor de mi frente,
y que desde que la esteva
llevo, con su manantial
siempre el sudor me renueva
una corona de sal.
… … … … … … … … … … …
Vivo con la tierra y sueño
con la tierra y el trabajo:
y si la tierra me trajo
a darle el barro de mí,
bien dirá que se lo di
cuando me coja debajo.
… … … … … … … … … … …
¿Cómo me viene a decir
que no es mía, si es tan mía,
que ella no me dejaría
aunque me quisiera ir…?
No está Madrid para estrenos teatrales, de manera que Miguel ya no piensa como antes, en los tiempos de la paz, en lograr a toda costa un escenario para el Labrador. Prefiere darlo a la luz en forma de libro. Y sigue, mientras tanto, deambulando frentes de combate y desgranado versos ante los soldados absortos. Muchas veces, cuando las tropas reciben la indicación de concentrarse en un punto para escuchar a Miguel, inician un comentario despectivo: «¡Un poeta aquí! ¡Estamos para poetas!» Pero cuando ven la silueta recia y aldeana de Miguel, se sorprenden: y en cuanto el poeta empieza a hablar, el silencio es absoluto. ¡Es uno de ellos, uno como ellos, pero con todas esas cosas dentro!
La guerra va mal, francamente mal para el lado republicano. La avalancha de legionarios, moros, soldados y falangistas que sube desde el Estrecho anda ya a la puertas de Madrid. El día 4 de noviembre hay otro cambio de Gobierno, dándose entrada a varios ministros de la Confederación Nacional del Trabajo. El 5, Alicante sufre un furioso bombardeo y, curiosamente, los únicos buques surtos en el puerto que no apagan sus luces son los alemanes y los italianos. El 6, el Gobierno decide trasladar su sede a Valencia. El 7 por la mañana, las tropas de Franco están a punto de entrar en la capital de España. El 7 mismo por la noche, Madrid sabe ya que no van a entrar. Un capítulo termina y otro está a punto de comenzar.