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«¡Me libré de los templos! ¡Sonreídme!»

Es tan poeta, que todo ya lo siente en lírico, todo lo piensa en verso, todo lo escribe en poesía; hasta tal punto que, sin haberlo pretendido, su vida y su obra son en 1935-1936 una misma cosa. Dice una antigua sentencia que toda obra literaria es plagio o autobiografía, y por mucho que le demos vueltas acabamos llegando a la conclusión de que esto es así, porque o escribes lo que sucede a los demás o escribes lo que te sucede a ti mismo y a tu entorno, que es tú también. En el caso de Miguel, escribe lo que le pasa, pero como lo que le pasa lo percibe en música de palabras hilvanadas, es así como lo deja escrito, y es así como tenemos la suerte de poderlo leer.

El tránsito más importante de su vida es el cambio de la postura religiosa. Miguel Hernández no hubiera jamás llegado a ser el Miguel Hernández universal si hubiera continuado adscrito al grupo católico de Sijé y de Orihuela. Una mente extraordinaria como la suya necesita volar y la religión —las religiones— lleva siglos o milenios cortando las alas de la imaginación. Cuando Miguel se libera de las ataduras católicas es cuando empieza de veras a encontrarse a sí mismo, y es un encuentro que merece la pena. Lo contrario habría sido una lástima.

Es en este tiempo cuando su relación con Neruda, Aleixandre y Alberti cristaliza, cuando los tres grandes poetas ya «encajados» pueden tener una idea suficiente de lo que es y lo que vale el muchacho de las alpargatas, el pastor de Orihuela. «En el rostro de Miguel brillaban claros los ojos y claros, clarísimos, los dientes. Rompían entre el ocre de su tez, barro cocido, amasado y abrasado capaz de contener, y rebosar, el agua más fresca. Porque ésta era la verdad. Los pómulos abultados, el pellizco de la nariz, la anchura de su cara, afinada en su base, asociaban este rostro a la imagen de una vasija de barro popular, gastada y suavizada por el tiempo de su uso, pero enteriza siempre. Ni una grieta, salvo la que por boca y ojos hacía el frescor de su linfa… Este era Miguel. El dril de su chaquetilla, el cáñamo de su alpargata, la hilaza de su usada camisa eran en él siempre, y todavía, como la materia prima. Se diría que acababa de arrancarla en el campo, como quien pasa y desgaja y asume una vara de fresno»[20].

En Los encuentros, Aleixandre refleja otras peculiaridades de Miguel: «En esos casi comienzos del verano, cuando han brotado los árboles, ¿de dónde vienes, Miguel? “¡Del río!”, contestaba con voz fresquísima. Y allí estaba, recién emergido, riendo, con su doble fila de dientes blancos, con su cara atezada y sobria, con su cabeza pelada y su mechoncillo sobre la frente. Era puntual, con puntualidad que podríamos llamar del corazón. Quien lo necesitase a la hora del sufrimiento o de la tristeza, allí le encontraría, en el minuto justo».

Para Alberti, la aparición de Miguel es otra cosa. «… Con sus ojos tristes de caballo perdido oteando, escudriñando vereda segura». O también: «Raigón, raigones, guías hondas, entramadas, pegadas todavía de ese terrón mojado, que es la carne, la funda de los huesos, le salían a Miguel del bulbo chato de la cara, formándole en manojo, en enredo, toda la terrenal figura. Pero siempre en lo alto, al inclinarse, tosco, con cierto torpe cabeceo de animal triste, para enlazarle a uno la mano, le resonaban hojas verdes, llenas de resplandores. Miguel venía de la tierra, natural, como una tremenda semilla desenterrada, puesta de pie en el suelo. Y nunca este sentir, esta presencia de espíritu y de cuerpo procedente del barro, se los sacó de su poesía».

«Uno de los amigos de Federico y Rafael —escribe Neruda— era el joven poeta Miguel Hernández. Yo le conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalones campesinos de pana desde sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de cabras…» «Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en tomo a él. Tenía una cara de terrón o de patata que se saca entre las raíces y que conserva frescura subterránea…» «Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital».

Aleixandre, Alberti, Neruda, demasiada fuerza para que la cotidiana bondad católica de Ramón Sijé pudiera oponérsele. El Dios de los arcángeles y serafines, el Dios del cielo y el infierno, el Dios de la calle mayor de Orihuela, el Dios de los velatorios interminables, el Dios del «yo pecador», el Dios de las procesiones para que llueva o para que deje de llover, se le va saliendo a Miguel de lo más íntimo del pecho, pero no va dejándole ningún vacío, sino que, por el contrario, la casa deshabitada se va atiborrando de ilusiones recién nacidas. ¡Ah, cuánto, cuánto horizonte, y cuán amplio, al despejarse la barrera de la religión! Ahora sí que la distancia es distinta y la vida es vida y la muerte es muerte. Con tanto «creo en Dios todopoderoso», el cerebro se le había ido angostando, y ahora acaba de ver lo que son ríos y no arroyos, mares y no lagos, valles y no barbechos. Un nuevo sentido de la dimensión, de todas las dimensiones, y, por tanto, de las cosas, acaba de entrarle en la cabeza. La poesía, desde ahora, tiene mil sendas, mil momentos.

En Orihuela se captan perfectamente estos cambios de Miguel. Una carta de Sijé es particularmente reveladora: «Querido Miguel: He ido recibiendo tus cartas y las he guardado en el montón silencioso de las cartas incontestadas. Pero no por dolerme nada como tú piensas: por resentimiento, por mal humor, por amistoso odio. Es terrible lo que has hecho conmigo. Es terrible no mandarme Caballo Verde. Por lo demás, Caballo Verde no debe interesarme mucho. No hay en él nada de cólera poética ni de cólera polémica. Caballo impuro y sectario; en la segunda salida, juega al caballito puro y de cristal. Vais a transformar el caballo de galope y perdido en caballo de berlina y paseo. Quien sufre mucho eres tú, Miguel. Algún día echaré a alguien la culpa de tus sufrimientos humano-poéticos actuales. Transformación terrible y cruel. Me dice todo esto la lectura de tu poema Mi sangre es un camino. Efectivamente, camino de caballos melancólicos. Mas no camino de hombre, camino de dignidad de persona humana. Nerudismo (¡qué horroroso!, Pablo y selva, ritual narcisista e infrahumano de entrepiernas, de vello de partes prohibidas y de prohibidos cabellos); aleixandrismo; albertismo».

Esta carta define ya perfectamente la enorme distancia que hay ahora entre los dos amigos íntimos de Orihuela. Da la casualidad de que ese nerudismo, albertismo, aleixandrismo que a Sijé horroriza, para Miguel constituye toda una revelación. Pero, ¿cómo es ese poema que a Sijé le ha dejado desconcertado, hasta el extremo de definirlo como «camino de caballos melancólicos pero no camino de hombre, de dignidad, de persona humana»? Los conceptos son demasiado fuertes. El poema de Miguel dice, entre otras cosas, las siguientes:

La puerta de mi sangre está en la esquina

del hacha y de la piedra,

pero en ti está la entrada irremediable.

Como todo el poema tiene el modo de carta a una mujer, esa «entrada irremediable» se entiende «en» la mujer, lo que para los pacatos sentimientos del grupo oriolano es poco menos que un grito de irreverencia y de «vellos de partes prohibidas».

Necesito extender este imperioso reino,

prolongar a mis padres hasta la eternidad,

y tiendo hacia ti un puente de arqueados corazones

que ya se corrompieron y que aún laten.

Pero esto no es nada. Porque hasta ahora es un lenguaje fosforescente y metafórico. Lo malo es cuando Miguel se decide a llamarle «al pan, pan, y al vino, vino»:

¡Ay, qué ganas de amarte contra un árbol,

ay, qué afán de trillarte en una era,

ay, qué dolor de verte por la espalda

y no verte la espalda contra el mundo!

Es demasiado. ¿A dónde ha ido a parar el pío muchacho de las reuniones de Orihuela? ¿Qué han hecho del beato Miguel los Nerudas, Albertis y Aleixandres? «¿Estáis viendo cómo en Madrid está la perdición?» Pero, ¿y esto?:

Mi sangre es un camino ante el crepúsculo

de apasionado barro y charcos vaporosos

que tiene que acabar en tus entrañas…

Todo enlaza, tiene un sentido de unidad: en la carta a Josefina del 13 de julio le dice: «Quiero hacer que me manden a recoger noticias y datos sobre toros y toreros por nuestra provincia para tener ocasión de pasar por Orihuela y por tus ojos…»

Casi un siglo antes, Bécquer ya lo había dicho, a su aire y de manera muy sintetizada: «¡Es el amor que pasa!»

En carta de estos días a Carmen Conde y Antonio Oliver, dirigida a la Universidad Popular de Cartagena, les dice: «… Os supongo ya en nuestra azul y velera Cartagena». «He comenzado mi tragedia montés con entusiasmo muy grande; todo se ha conjurado en favor mío: la luna, el plenilunio; la viña, al rojo y al azul; las eras, la cosecha; las chicharras, la locura. Me siento grandemente satisfecho de estos paisajes de piedra y tierra de que me rodeo». Cree que está escribiendo una carta a sus amigos cartageneros y está escribiendo música de la mejor calidad.

El 28 de julio se inaugura en Alicante el primer centro falangista. Leemos a Vicente Ramos: «La apertura del centro falangista, situado en la calle Mayor, junto al bar Eritaña, se efectuó el 28 de julio de 1935. Asistieron militantes de Callosa de Segura, Crevillente, Alicante, Murcia y Cartagena, y pronunciaron discursos el presidente de las JONS de Crevillente y José María Maciá, jefe provincial de Falange, que residía en Callosa de Segura. El diario republicano El Luchador dio cuenta del acto inaugural con la siguiente gacetilla que insertó en el espacio dedicado a sucesos: “Ayer, la media docena de pimpollos fascistas con que cuenta la ciudad estuvieron de fiesta. A mediodía, abrieron las puertas del local o cuartel general de estas fuerzas que han montado para contar cuentos y jugar al parchís”. Horas después de la salida del periódico, ya de noche, el director del mismo, Álvaro Botella Pérez, fue agredido por el falangista José Ibáñez Musso, cuando transitaba por la calle Mare Nostrum. Botella repelió el ataque, y el agresor, detenido por unos paisanos, fue conducido a la comisaría. El Juzgado condenó a José Ibáñez Musso, de veintinueve años de edad, natural de Madrid, comerciante, a la pena de diez días de arresto en su domicilio —plaza de Ramiro, número 1— y a la indemnización por lesiones y pago de costas y gastos del procedimiento. La venganza falangista fue unánimemente censurada. Así, verbigracia, el semanario El Radical, en su número del 3 de agosto, decía: “Si toda agresión personal es repudiable, lo es más cuando se realiza en la forma en que se ha hecho contra el director de El Luchador, don Álvaro Botella… Y queremos también hacer constancia de nuestra más decidida inclinación al lado del periodista vilmente atropellado… La conducta observada por Falange en distintas poblaciones ha podido quizá soliviantar más o menos la atención pública. Aquí, aseguramos que no. No puede prosperar. Somos muchos los republicanos para que sueñen con “armar ruido” cuatro fascistas bisoños”»[21].

Las relaciones epistolares entre Miguel y su amigo Sijé se han enfriado ostensiblemente, sin duda a causa de la evolución religiosa de aquél. El 18 de agosto, Pablo Neruda, en carta a Miguel, le dice: «Celebro que no te hayas peleado con El Gallo Crisis, pero esto te sobrevendrá a la larga. Tú eres demasiado sano para soportar ese tufo sotánico-satánico».

Este 1935 tiene una gran importancia en todo lo que se relaciona con la política, por la razón sencilla de que es el precedente directo, inmediato, del año trágico de 1936. Cualquier detalle que a lo mejor en otro año cualquiera hubiera tenido una importancia media o nula, en 1935 se agranda y se ahonda por ese carácter de vísperas. En el Madrid que deambula Miguel Hernández hay un 57 por 100 de obreros de la construcción en paro. Los falangistas, cuyo fichero no sube de 743 afiliados en la capital, se muestran extraordinariamente activos siguiendo la consigna de su jefe, que estimula lo que denomina «la dialéctica de las pistolas». Ya se organizan unas «Guerrillas de España», con uniformes demasiado parecidos a los de los fascistas italianos y los nazis alemanes. Por haber aprobado el presidente de la República varios indultos en favor de algunos de los sublevados de Asturias, dimiten los ministros derechistas y se forma un nuevo gabinete a base de radicales (lerrouxistas), un general y un almirante.

Las ideas feministas del líder de los falangistas pueden deducirse de este párrafo de un discurso de José Antonio Primo de Rivera: «A mí siempre me ha dado tristeza ver a la mujer en ejercicios de hombre, toda afanada y desquiciada en una rivalidad donde lleva —entre morbosa complacencia de sus competidores masculinos— todas las de perder».

Apenas dura un mes el gobierno radical y ya están otra vez las derechas monarquizantes en el poder, ahora nada menos que con cinco ministros de la CEDA, entre ellos su jefe, Gil Robles, que se reserva la cartera de Guerra. La República así entra en una extraña vía en que es el gobierno el que la traiciona desde arriba. Los generales monárquicos y fascistizantes —Franco, Fanjul, Goded— son elevados a los más responsables puestos del Ejército. Es así como este 1935 se encamina dando bandazos hacia el dramático 1936.

Víctor Pradera dice en un discurso que la única solución es un gobierno «católico, tradicionalista y antiparlamentario». Los republicanos piensan con razón que para eso no había hecho ninguna falta un 14 de abril de 1931.

Nuevo incidente falangista en Alicante el 21 de octubre. Por la noche, unos falangistas reparten hojas de propaganda política. Un transeúnte las rehúsa y le obligan a tomarlas. Coge una papeleta y la rompe. Entonces, uno de los falangistas la emprende a golpes con él. Ramos perfila los datos: el falangista es César Elguezábal y el acometido es Francisco Devesa Aledo.

La prensa española publica una sorprendente fotografía en la que aparecen varios obispos italianos bendiciendo las banderas que van a la guerra de Abisinia. Se hace notar que, aparte de lo inmoral que es que los obispos bendigan banderas que van a una guerra de ocupación y de exterminio, se da la muy particular circunstancia de que Abisinia es un país cristiano en medio de todo un ancho paisaje musulmán. Abundando en esta postura del clero italiano, fascistizado y fascistizante, el cardenal de Milán ordena entregar el oro y la plata para la campaña de Abisinia. Centenares de párrocos en toda Italia terminan sus pláticas dominicales gritando: «¡Duce, Duce, Duce!»

Miguel, que observa todo este enjambre enrarecido en torno a él, más cerca, más lejos, sigue escribiendo versos todos los días, alternando esta tarea, que es la suya, con la obligada de hacer breves biografías de toreros para la enciclopedia de Espasa Calpe, que es lo que le permite vivir. En la revista Caballo Verde, de Neruda, publica un poema hondo, Vecino de la muerte. De él son las estrofas siguientes:

¿No cumplirá mi sangre su misión: ser estiércol?

¿Oiré cómo murmuran de mis huesos,

me mirarán con esa mirada de tinaja vacía

que da la muerte a todo el que la trata?

¿Me asaltarán espectros en forma de coronas,

funerarios nacidos del pecado

de un cirio y una caja boquiabierta?

Yo no quiero agregar pechuga al polvo:

me niego a su destino: ser echado a un rincón.

Prefiero que me coman los lobos y los perros,

que mis huesos actúen como estacas

para atar cerdos o picar espartos.

… … … … … … … … … … …

Mi cuerpo pide el hoyo que promete la tierra,

el hoyo desde el cual daré mis privilegios de león y nitrato

a todas las raíces que me tiendan sus trenzas.

… … … … … … … … … … …

En esta gran bodega donde fermenta el polvo,

donde es inútil ingerir sonrisas,

pido ser cuando quieto lo que no soy movido:

un vegetal sin ojos ni problemas,

cuajar, cuajar en algo más que en polvo,

como el sueño en estatua derribada;

que mis zapatos últimos demuestren ser cortezas,

que se produzcan cuarzos en mi encantada boca,

que se apoyen en mí sembrados y viñedos,

que me dediquen mosto las cepas por su origen.

… … … … … … … … … … …

Haré un hoyo en el campo y esperaré a que venga

la muerte en dirección a mi garganta

con un cuerno, un tintero, un monaguillo

y un collar de cencerros castrados en la lengua,

para echarme puñados de mi especie.

Y cuando más templado está en las ideas de su propia muerte le viene «como un rayo» la noticia de la muerte inesperada de Ramón Sijé, con sólo veintidós años de edad. Miguel deambula por las aceras madrileñas, esas que le hacen sentirse «bajo y blando». A pesar de que las relaciones entre ambos amigos están mortecinas por el motivo de la disensión religiosa, Miguel se da cuenta ahora de que no comprende la vida sin Ramón, de que si se ha muerto allá lejos Ramón, aquí, en el Madrid de las arañas y los ascensores, él, Miguel, se ha muerto también un poco. No: mucho, mucho. Ha sido en la madrugada de la Nochebuena. Este dolor va a originar la más bella poesía de todas las que Miguel lleva escritas hasta ahora y una de las más bellas de toda la literatura española de todos los tiempos.

Así, sencillamente. Aunque este poeta-cabrero no hubiera escrito nada más —nada más, antes; nada más, después—, con sólo este triste poema se hubiera colado de rondón en la antología general de la literatura lírica española. Si ha tenido discutidores, ya no podrá tenerlos. Con la muerte de Ramón Sijé y con el nacimiento de esta Elegía se han muerto también, derribados, todos los escépticos. La lectura despaciosa, pronunciando en la mente, es un saboreo amargo que eriza la piel y lleva agua a los ojos. El dolor ha encontrado quien lo cante. ¡Cómo le han ido viniendo las palabras abrazadas a las lágrimas! ¡Cuánto amor, cuánta sinceridad, cuánta finura, cuánta sensibilidad, qué arranque humano y hondo, qué fuerza tremenda desde dentro y bien desde dentro! Empieza diciendo en un paréntesis de encabezamiento: (En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería). Y la Elegía es ésta, que se reproduce en toda su extensión:

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes,

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

La muerte de Sijé, en el momento más tenso de la crisis religiosa de Miguel, viene paradójicamente a resolverlo todo. El rebelde Miguel se rebela aún más por la pérdida del amigo querido. Ya no va a tener que escribir temiendo que este nuevo lenguaje, estas nuevas palabras, esta manera nueva de pensar puedan herir la susceptibilidad católica de Ramón. Ahora va a poder ser más rebelde que nunca, con toda la apasionada rebeldía que lleva dentro. La duda, que viene de antiguo, nada menos que de los tiempos en que diera a la publicidad el auto sacramental, va a resolverse. Ya entonces se atrevió a escribir:

¡Mata y serás en el acto

si no el mismísimo Dios,

alguien que tendrá en los dos

muchos puntos de contacto!

¡Mata y serás casi exacto,

casi a Dios…!

Ahora, apenas dos semanas después de la muerte de Sijé, Miguel produce un poema largo, valiente, directo, que ya no deja lugar a dudas en relación con sus ideas religiosas. En este poema hay afirmaciones que, aparte de su gran mérito poético, presentan al Miguel de los veinticinco años cumplidos como un anticlerical consumado y un librepensador rotundo:

Vengo muy satisfecho de librarme

de la serpiente de las múltiples cúpulas,

la serpiente escamada de casullas y cálices;

su cola puso en mi boca acíbar, sus anillos verdugos

reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón.

Vengo muy dolorido de aquel infierno de incensarios locos,

de aquella boba gloria: sonreídme.

Sonreídme, que voy

adonde estáis vosotros, los de siempre,

los que cubrís de espigas y racimos la boca del que nos escupe,

los que conmigo en surcos, andamios, fraguas, hornos

os arrancáis la corona del sudor diario.

Me libré de los templos, sonreídme,

donde me consumía con tristeza de lámpara

encerrado en el poco aire de los sagrarios;

salté al monte de donde procedo,

a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre,

a vuestra compañía de relativo barro.

Agrupo mi hambre, mis penas y estas cicatrices,

que llevo de tratar piedras y hachas,

a vuestras hambres, vuestras penas y vuestra herrada carne,

porque para calmar nuestra desesperación de toros castigados

habremos de agruparnos oceánicamente.

El poema es bastante más largo, pero con lo transcrito queda suficientemente clara la evolución total de Miguel. El fondo religioso del intento no impide que brote el revolucionario, el inconformista, el líder, que por algo estuvo con los socialistas y ahora está con los comunistas. «Sonreídme, que voy adonde estáis vosotros, los de siempre», «Me libré de los templos, sonreídme», «Habremos de agruparnos oceánicamente». Al liberarse de la tenaza católica se ha encontrado de pronto inmerso en su verdadero grupo humano. Dentro de pocos meses, este grupo humano habrá de enfrentarse con el otro. ¿Qué hubiera sucedido si Ramón Sijé en lugar de morir en la Nochebuena-Navidad de 1935 hubiera estado vivo en los azarosos días de julio de 1936?