¿Rascacielos? ¡Rascaleches!
El segundo viaje a Madrid se produce en marzo de 1934 y en condiciones muy diferentes al primero. La colecta en Orihuela le ha brindado unas reservas con las que al menos podrá mantenerse un tiempo inicial, mientras logra incrustarse en la ciudad y empezar a ganar dinero por sí mismo, para lo cual —¡ah, ahora no será, no, como la primera vez!— trae direcciones, cartas y un propósito muy firme de triunfar como sea.
Tan es así que apenas descendido del tren ya está buscando a José Bergamín para darle a leer su última obra, el auto de fe titulado nada menos que Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras. A pesar de que el texto rebosa catolicismo por todas partes, influencia directa de su íntimo Sijé, como Miguel ha dejado en los versos su impronta, en la que están presentes la inquietud social y el humanismo cristiano, y como, además, los versos empiezan ya a dar constancia de la presencia de un gran poeta, Bergamín decide publicar el auto en su revista Cruz y Raya. La obra de Miguel ve la luz al amparo de Cruz y Raya en el número de julio-septiembre de esta revista.
Mientras tanto, en Orihuela ha salido el primer número —en junio— de una revista literaria promovida por Sijé y sus amigos, El Gallo Crisis, que viene a ser tan social y tan pía como Quien te ha visto, pero sin la gracia ni el empuje, ni la riqueza de lenguaje de Miguel. Como veremos en su momento, esta revista será juzgada duramente por Neruda, con notable acierto.
Miguel es, de momento, un muchacho religioso. No podía ser de otra manera habiendo nacido y crecido en «Orihuelica del Señor» y habiendo tenido por compañero del alma a Sijé. El auto, que demuestra un absoluto dominio de la construcción técnica del verso, tiene atisbos como éste:
Niño: |
Padre, ¿y qué hay luego, detrás |
del viento? |
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Esposo: |
Más viento en pos. |
Niño: |
¿Y detrás del viento? |
Esposo: |
Dios. |
Es el único acomodo |
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que hallarás, bueno y sencillo, |
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al fin: el Perfecto Anillo, |
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el Sin-Por-Qués y el Por-Todo. |
Parece ser que cuando Miguel lleva el manuscrito a Bergamín no ha pensado aún el título, que surge, en la conversación entre ambos, o en la meditación de Bergamín tras la lectura, rememorando aquellos versos en que la obra dice: «¡Quién me ha visto y quién me ve!» Miguel, que ha escrito todo esto sin poderse desligar —todavía— de la poderosa carga religiosa que va con él, inicia algún que otro apunte de franca rebeldía:
… hoz y martillo serán vuestra
muerte y nuestro lema,
en donde el presidente de la Juventud Socialista Miguel Hernández vence por completo al joven visitador de templos y recitador de salmos Miguel Hernández.
En la fiebre dinámica de este su segundo viaje a Madrid se presenta a Enrique Azcoaga. Enrique Azcoaga es un finísimo escritor, agudo, inteligente, muy atareado en las Misiones Pedagógicas, una de las obras más interesantes de la República. Desde el primer momento, los dos artistas intiman y Azcoaga conviene con Miguel en trabajar juntos en las Misiones. Los dos juntos recorren diversas capitales y poblaciones importantes. Es anécdota que en Salamanca Miguel se impresiona mucho al pensar que está pisando las mismas piedras, el mismo suelo pisados siglos antes por Fray Luis de León, hasta el extremo de hacer intención de besarlos.
De todas formas, la evolución religiosa ha comenzado ya en el interior de Miguel. No hay que descartar en este terreno la influencia de Azcoaga. El criterio libre, diáfano de Azcoaga necesariamente tiene que hacer mella en las antiguas pero débiles creencias religiosas de Miguel. En una carta del 20 de julio a Josefina le dice —y esto es sobradamente significativo—: «Mi amigo Pepito (Ramón Sijé se llama en realidad José) está disgustado conmigo porque le dije hace tiempo que está demasiado metido en la iglesia siempre».
Dos días más tarde se forma en Callosa de Segura un grupo llamado Falange Española. Callosa es, así, la adelantada del falangismo en toda la provincia de Alicante. En el acto hablan José Antonio Primo de Rivera y Manuel Valdés. Actúan asimismo los falangistas locales José María Maciá Rives y Arturo Estañ, como jefe provincial y secretario respectivamente. El acto, que reúne en realidad a unas docenas de derechistas y de curiosos, tiene trascendencia, pues otros lugares de la provincia se apresurarán en las semanas próximas a formar pequeños núcleos de falangistas y a ponerse en contacto con el jefe provincial Maciá Rives.
No puede desligarse la trayectoria de Miguel de los avatares de la vida política española en este último trimestre de 1934. Si sobre el poeta provinciano pesa su ciudad, las treinta iglesias de su ciudad, el todavía próximo ambiente del colegio de Santo Domingo, el aire de beaterío de la «sotánica y satánica» Orihuela, no menos pesan sobre él los sucesos políticos y sociales de toda España, que en Madrid se palpan con especial sensibilidad. Tampoco el Madrid de 1934 puede serle ajeno. Ni las menudencias de la vida cotidiana. Con el periódico en las manos, o con los ojos bien abiertos en su paseo por Madrid, Miguel absorbe a su país sin perderse nada.
Bien distinto este 1934 madrileño de aquel que Miguel encontrara en su primer viaje de 1931. Entonces, todavía se respiraba el aire nuevo de una República recién estrenada; ahora cunde el desaliento y hay que fijarse mucho en los tres colores de la bandera para creer que la República sigue. Se habla en Madrid, cuando no se habla de política, del bandolero Pasos Largos, abatido a tiros en la sierra de Ronda por la Guardia Civil; del «duende de Zaragoza», que tiene una dulce voz de mujer y habla por la chimenea de cierta casa; del revuelto mundo de los toros, en el que han sido clasificados en el llamado «grupo especial» Belmonte, Barrera, Ortega y Victoriano de la Serna, «¡todos de derechas, leñe!»; se tararea la música de las últimas producciones americanas, La calle 42, Vampiresas 1933; se estrena Don Gil de Alcalá, de Penella, cuya preciosa habanera repiten al precio de «perra gorda» todas las gramolas-taxi de los bares.
Nada menos que por 9-0 vence España a Portugal en fútbol, merced a un equipo en el que forman Zamora —¡claro!—, Zabalo,
Quincoces, Cilaurren, Marculeta, Fede, Veritolrá, Regueiro, Lángara, Chacho y Gorostiza. Samitier dice que se va del fútbol («dice que se va, dice que se va y vuelve…»). Ignacio Ara, el boxeador español más universal, más aún que Uzcudun, vence en el Price madrileño a Dewanquer por k.o. El equipo de fútbol de Italia se proclama campeón del mundo tras lesionar a unos cien jugadores de todos los equipos que se le fueron poniendo por delante.
Avanza el sinsombrerismo amparado en la gomina y en la brillantina, que se venden en cantidades industriales. García Sanchiz, el ilustre charlista siempre dispuesto a hablar a sueldo del que más le pague, contrata una serie de charlas sobre la conveniencia de usar sombrero, «el sombrero es señor», y demuestra que el sinsombrerismo ha ocasionado ya la miseria a unas 30.000 familias españolas. En la capital de España son detenidos más de seiscientos vagos y maleantes, que son encerrados en la prisión de Guadalajara. Unos guardias torean a la fuerza un toro escapado, en plena Gran Vía. El toro, asustado, se sube al primer piso de una casa. Un guardia lo mata y el público pide con pañuelos en la mano que le den la oreja al guardia. En el Parque del Oeste se inaugura un monumento a Concepción Arenal, que la inmensa mayoría de los madrileños no sabe quién es.
Y este octubre de 1934, que no es un octubre más. Parece como si el país entero se hubiera convertido de pronto en tierra de volcanes. La presencia de las derechas monarquizantes en el poder presenta a los ojos de la izquierda española una extraña República que tiene muy poco de republicana. La revolución socialista, comunista y anarquista, varios meses ya latente, estalla, y lo hace con particular violencia en Asturias y en Cataluña. A raíz de la formación del «gobierno de urgencia» del 4 de octubre, presidido por el radical (republicano muy moderado) Alejandro Lerroux, e integrado por trece ministros, de los cuales tres son de la CEDA y uno es agrario, es decir, monárquicos disimulados, no puede extrañar a nadie que las masas obreras se sientan defraudadas: ¿qué República es ésta que va a ser gobernada por los más descarados enemigos del régimen republicano? En Asturias se sublevan los mineros y ocupan a golpe de dinamita la capital, Oviedo, y la mayoría de las ciudades importantes de la cuenca; en Cataluña se declara la República catalana «de izquierdas», desglosada del poder central derechista.
El problema catalán es resuelto en el término de horas merced a la artillería del general Batet, obediente a Madrid, pero en Asturias se encona la lucha y han de resolverla los legionarios traídos a toda prisa de sus guarniciones africanas. El resumen de la «guerra» en Asturias es de 3.284 bajas, de las cuales son muertos 1.195. La peor parte la lleva la población civil, que carga con 940 muertos y 1.449 heridos, mientras que las fuerzas armadas —ejército y guardias de toda clase— quedan con 256 muertos y 639 heridos. En estas cifras debe verse la mano de la represión, que a cargo de las tropas traídas de Marruecos no es difícil calcular cómo es.
Los falangistas arriman, naturalmente, el ascua a su sardina y sacan todo el partido que pueden de la situación. Extrañamente, una manifestación fascista, encabezada por José Antonio Primo de Rivera, se acerca a la Puerta del Sol de Madrid, donde está el Ministerio de la Gobernación, para ofrecerse al Gobierno; extrañamente, el Gobierno se siente ahora mucho más cerca de estos grupos de jóvenes de la ultraderecha que de los socialistas sublevados en Asturias. De manera que los revolucionarios tienen cierta parte de razón, antes y después de rebelarse, cuando se preguntan: ¿qué clase de República es ésta?
Precisamente inspirado en los sucesos de octubre escribe Miguel Los hijos de la piedra, que denota ya una clara victoria de las ideas nuevas sobre las viejas. Neruda y Azcoaga han vencido a Ramón Sijé y al señor obispo. Los diálogos del leñador y el pastor tienen gran fuerza expresiva:
Leñador: |
Desde que tengo brazo para levantar el hacha estoy |
colgando a golpes mi vida de las ramas y los troncos. |
|
Pastor: |
… ningún brazo como el tuyo puede expresar mejor |
el gesto del rayo. |
La evolución religiosa de Miguel se mueve a gran velocidad. Sólo con observar lo que sucede en torno a él ha de dudar cada minuto, cada segundo. ¿Cómo es que son precisamente los diputados tenidos por más católicos del Congreso los más empeñados en que sean ejecutados todos los reos de la revolución asturiana? ¿Cómo es que no se levanta una sola voz católica —salvo la del propio presidente de la República— en favor de los condenados? La inquina de los diputados de la derecha llega a tal extremo que la clemencia del presidente provoca una crisis gubernamental: los derechistas de Gil Robles no quieren gobernar en una República que perdona. ¿Qué reacción puede ser la de Miguel ante esto?
Las procesiones madrileñas, de nuevo en la calle, le decepcionan. Los mismos capirotes que en su Orihuela de niño le impresionaban, ahora, aquí, en las anchas calles madrileñas, le parecen una mascarada. Y cuando recibe el ejemplar de El Gallo Crisis, que puntualmente le manda Sijé, repasa sus páginas, en las que viene siempre una colaboración suya, y le sonroja un poco que su poesía vaya en las mismas páginas de esta casi, casi hoja parroquial. Se ve la mano de Fray Buenaventura, el capuchino, que es en realidad quien, a pesar de la República, sigue gobernando el joven cotarro católico de Orihuela. ¿Qué hace él metido ahí, en medio de esas páginas perfumadas de olor de sacristía? No recuerda cuánto tiempo hace ya que no reza. ¡Rezar! Repetir las palabras rutinarias que alguien escribió un día en el que, desde luego, no estaba inspirado. De rezar, él va a hacerlo con sus propias palabras y no con un pobre y tonto lenguaje prestado. Pero, ¿es que va a rezar?
La rebeldía y la duda en materia religiosa le brotan ya constantemente a cada verso. Cada vez que inicia una carta a Sijé se siente más distante del ideario de su mejor amigo, que sigue siendo, no obstante, y se ha de ver, su mejor amigo. Así como Sijé ha hecho todo lo posible por llevar a Miguel al redil religioso, ahora es Miguel el que quisiera llevar al ánimo de su camarada estas mismas rebeldías y dudas que le acosan. «Ramón —piensa— sería perfecto si también dudara de todo lo divino». Y conforme lee más y más poesía de Alberti, de Neruda, de Altolaguirre, de Juan Ramón Jiménez, Miguel piensa que puede haber, efectivamente, un Dios que no se parece en absoluto al de la Acción Católica de Orihuela ni al que venera el obispo reverendísimo. ¿Conseguirá alguna vez que Ramón Sijé empiece a pensar como él mismo está empezando a pensar?
De esta época es una de sus mejores composiciones. La aldea y la urbe se enfrentan en la cabeza del poeta. ¿Orihuela?, ¿Madrid?, ¡Orihuela! Y la duda rompe con todos los conformalismos y se hace poesía de una manera raudal, a borbotones de risa, de rabia y de pureza. ¿Rascacielos? ¡Rascaleches!
Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas…
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.
… … … … … … … … … … …
¡Cuánto labio de púrpuras teatrales,
exageradamente pecadores!
¡Cuánto vocabulario de cristales,
al frenesí llevando los colores,
en una pugna, en una competencia
de originalidad y de excelencia!
¡Qué confusión! ¡Babel de las babéles!
¡Gran ciudad! ¡Gran demontre! ¡Gran puñeta!:
¡y su desequilibrio en bicicleta!
Los vicios desdentados, las ancianas
echándose en las camas rosicleres,
infamia de las canas,
y aun buscando sin tuétano placeres…
… … … … … … … … … … …
Huele el macho a jazmines,
y menos lo que es, todo parece,
la hembra oliendo a cuadra y podredumbre.
¡Ay, cómo empequeñece
andar metido en esta muchedumbre!
¡Ay!, ¿dónde está mi cumbre, mi pureza y el valle del
sesteo de mi ganado aquel y su pastura?
Y miro, y sólo veo
velocidad de vicio y de locura.
Todo eléctrico: todo de momento.
Nada serenidad, paz recogida.
Eléctrica la luz, la voz, el viento,
y eléctrica la vida.
… … … … … … … … … … …
¡Rascacielos!: ¡qué risa! ¡Rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el retiro
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
Esta es la ciudad. Veamos ahora en el mismo poema los versos destinados a Orihuela. Parafraseando a los clásicos, «menosprecio de Corte y alabanza de aldea».
Aquí la vida es pormenor: hormiga,
muerte, cariño, pena,
piedra, horizonte, río, luz, espiga,
vidrio, surco y arena.
Aquí está la basura
en las calles y no en los corazones.
Aquí todo se sabe y se murmura:
no puede haber oculta la criatura
mala, y menos las malas intenciones.
Nace un niño, y entera
la madre a todo el mundo del contorno.
Hay pimentón tendido en la ladera,
hay pan dentro del horno,
y el olor llena el ámbito, rebasa
los límites del marco de las puertas,
penetra en toda casa
y panifica el aire de las huertas.
Entonces, si la ciudad es esa electricidad enervante entre rascacielos-rascaleches y, en cambio, en la entrañable Orihuela está el pimentón en las laderas y el olor de los hornos panifica los aires de las huertas, ¿qué hará el poeta…?
Haciendo el hortelano, hoy
en este solaz de regadío
de mi huerto me quedo.
No quiero más ciudad, que me reduce
su visión, y su mundo me da miedo.
… … … … … … … … … … …
Lo que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.
Aquí de nuevo empieza
el orden, se reanuda
el reposo, por yerros alterado,
mi vida humilde y, por humilde, muda.
Y Dios dirá, que está siempre callado.
En la breve distancia de unos versos aparece el creyente y se presenta de pronto el escéptico, ya que si en un instante pregunta a Dios cuándo será el instante en que eche «tanta soberbia abajo de un suspiro», al final vuelve a nombrar a Dios, pero esperando que alguna vez diga algo, «ya que está siempre callado», que es tanto como «demasiado callado».
Cuanto más Madrid, tanto más Orihuela. Cuanto más distante de la novia morena, tímida y provinciana, más rabiosamente cerca de ella, dentro de ella.
Tus cartas son un vino
que me trastorna y son
el único alimento
para mi corazón.
Desde que estoy ausente
no sé sino soñar,
igual que el mar tu cuerpo,
amargo igual que el mar.
Tus cartas apaciento
metido en un rincón,
y por redil y hierba
les doy mi corazón.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme, paloma,
que yo te escribiré.
En el poema que llama Silbo de la sequía hay un conocimiento profundo de la vida campesina. Aquí están todas las palabras sentidas y no acertadas por los labradores de un sureste español mortificado por la falta de agua. Hablan con palabras de Miguel Hernández los cardos y las jaras, las acequias agostadas y los embalses vacíos. No es un poeta que habla de la sequía, es la sequía misma que ha encontrado una musical manera de hacerse entender:
Dan ganas de llorar ver este mundo
sin un valle, ni un monte ni una orilla
donde el rebaño pueda abrir la boca.
Desertan los pastores a la muerte,
hartos de ver hambrientos sus corderos.
No hay señales de hierba en ningún lado…
… … … … … … … … … … …
No se ve una sonrisa de frescura
en medio mundo, un símbolo de agua;
una lombriz, un junco ni una caña.
¡Ay, sequía, sequía,
de noche, de mañana y todo el día!
… … … … … … … … … … …
Se retuercen las venas los viñedos.
Arden solos los cardos y las zarzas.
… … … … … … … … … … …
Ocioso de hace tiempo, se ahorca el cubo,
desesperado, al pie de la polea.
… … … … … … … … … … …
Ávida va la sed devoradora
por los alrededores
del sol buscando ríos y aguadores.
… … … … … … … … … … …
¡Qué desolado cosechón de nada!
Otra vez podemos observar el escepticismo-rebeldía: ¿por qué así las cosas? En su memoria están las rogativas y las procesiones para «impetrar la lluvia», tan de su aire, tan oriolanas. ¿Hay ahora también que rezar para que llueva, rezar para no morir angustiado, y que no se mueran los pájaros, los trigos, los higos, los viñedos?
¡Agua para la tierra!, todo clama,
y, ceñudo, el Señor, no la derrama.
… … … … … … … … … … …
Ni ganas de parir tienen las vacas,
ni de montar los gallos las esposas,
ni de agraciar el gesto las mujeres…
… … … … … … … … … … …
¡Ay, sequía, sequía!
Ni corre un río ni una madre cría.
El poeta se debate entre lo aprendido y creído en su juventud primera y las ideas nuevas que se le cuelan de rondón como un vendaval: ¿es el cielo el que decide las lluvias?, ¿hay que pedir al cielo que llueva o que deje de llover?, ¿hay allá arriba, sentado en su trono, un rey omnipotente que lo decide todo y entonces —¡ah, entonces!— es él también quien ha decidido la sequía?
Llorad, llorad, lloremos,
hermanos de la tierra,
a ver si nuestro llanto apiada al cielo.
Llorad, llorad, lloremos
sobre el inacabable surco abierto
y ante el monte de piedra inacabable,
a ver si redimimos las espigas,
los rebaños, las aves y las hierbas.
Hasta que Dios nos considere dignos
de la lluvia hilo a hilo caudalosa,
es cuestión de llorar amargamente.
Es natural que cuando estos versos son leídos en Orihuela por Ramón Sijé, al muchacho católico le parece que su amigo Miguel se le descarría peligrosamente. ¡Ah, Madrid, Madrid, qué lejos de Dios, con los Nerudas y los Cernudas y los Altolaguirres! Y, sin embargo, el Madrid de enero de 1935 comunica «a España» que la Acción Católica española cuenta ya con más de 273.000 afiliados (entre los que, desde luego, no se encuentra Miguel Hernández). Si a Orihuela llegan los nuevos y rebeldes versos de Miguel, a Madrid llega la revista orionala de Sijé El Gallo Crisis. A este propósito, en carta del 4 de enero dice Neruda a Miguel:
«Querido Miguel: Siento decirte que no me gusta El Gallo Crisis. Le hallo demasiado olor a iglesia, ahogado en incienso».
¡Buen regalo de Reyes! El 6 de enero es detenido por la Guardia Civil en San Fernando del Jarama, «por indocumentado». Muñoz Hidalgo relata así el episodio: «Como era bastante ingenuo y despreocupado, casi nunca llevaba en el bolsillo su cédula personal. Con el aspecto que mostraba pelado al rape, sin corbata, con su traje de pana y con sus esparteñas en vez de zapatos, por eso de no importarle el atuendo, parecía más un revolucionario sospechoso, de los que abundaban en aquella época de inquietud y zozobra política, que un simple empleado de una editorial o un poeta. La Benemérita, que hacía su ronda por las afueras, le detuvo por sospechoso, pidiéndole la documentación. Era de noche…»[17].
Es el propio Miguel Hernández quien cuenta así lo ocurrido en San Fernando con la Guardia Civil: «Siento mucho que se haya sabido en Orihuela lo que me ocurrió con la Guardia Civil. Verás: el día de Reyes íbamos a ir a San Fernando del Jarama, que es un pueblo próximo a Madrid, varios amigos. Nos citamos en la estación, y luego resultó que a los otros se les hizo tarde y me fui yo solo a San Fernando. Yo, como siempre, me había dejado la cédula en mi casa, y estaba por las afueras del pueblo, donde hay una ganadería de toros, viéndolos. De pronto se presenta la Guardia Civil ante mí, me dicen que qué hago allí, contesto sonriendo que nada y que estoy por gusto; mi sonrisa debió irritarlos mucho, me pidieron la cédula personal, les dije que no la llevaba y de muy malos modos me dijeron que me llevaban detenido al cuartel. Yo, indignado, les dije que aquéllos no eran modos de tratar a una persona. Bueno; por esto nada pasó, en el cuartel me dieron no sé cuántas bofetadas, me quitaron las llaves de mi casa, me dieron con ellas en la cabeza, me llamaron ladrón, hijo de p… Querían que dijera que había ido al pueblo a robar o a tirar bombas. Como no me sacaban otras palabras que no fueran de protesta, me dijeron que me iban a hacer filetes si no confesaba los crímenes que había cometido. Por fin, me dejaron telefonear a Madrid a mi amigo el cónsul de Chile (Pablo Neruda), y sin darme ninguna explicación ni disculparse me dejaron libre. Comprenderás que desde aquel día tengo odio a la Guardia Civil, menos a tu padre, Josefina…»
Esta detención, y sobre todo la forma en que se ha producido y desarrollado, origina en los ambientes literarios de Madrid un fuerte ambiente de protesta, hasta el extremo de originar una larga nota, firmada por importantes intelectuales del momento y publicada por varios periódicos de la capital. La nota dice así:
«El lunes día 7 de este mes, estando el poeta murciano Miguel Hernández pasando el día en las orillas del Jarama, fue detenido por la Guardia Civil, y preguntado, primero, qué hacía en aquellos lugares, Miguel Hernández contestó, sonriente, que era escritor y que estaba allí por gusto. El traje humilde, modesto de nuestro amigo llevó a la Guardia Civil a tratarle con violencia, conduciéndole al cuartelillo de San Fernando. Durante el trayecto, para ocultar la vergüenza que provocaba en él la detención, Miguel Hernández, de rabia, fue dándole con el pie a las piedras. Entonces le amenazaron de muerte diciéndole: “Si no es por aquella mujer que viene andando detrás de nosotros, te dejamos seco”.
»Al entrar en el cuartelillo y sin más explicaciones el cabo le abofeteó. Siguieron los golpes, hasta con unas llaves que le quitaron después de un registro minucioso, en el que encontraron además, como terrible prueba, una cuartilla encabezada con este nombre: “Juan de Oro”. Los guardias civiles de aquel puesto no podían comprender que un hombre con aire campesino escribiese un título para una obra de teatro. “Éste es un cómplice. Anda. Confiesa”. Así, golpeado, insultado, vejado, permaneció varias horas en el cuartelillo, hasta que pudo telefonear a un amigo de Madrid, que respondió de su persona.
»Enterados de este atropello, lo denunciamos al ministro de la Gobernación, y protestamos, no de que la Guardia Civil exija sus documentos a un ciudadano que le parezca sospechoso, sino de la forma brutal de hacerlo, pues en vez de limitarse a comprobar su identidad, le golpease maltratándole y hasta amenazándole de muerte. Protestamos de la vejación que representa abofetear a un hombre indefenso. Protestamos de esta clasificación entre señoritos y hombres del pueblo que la Guardia Civil hace constantemente. En este caso que denunciamos, Miguel Hernández es uno de nuestros poetas jóvenes de más valor. Pero, ¡cuántas arbitrariedades tan estúpidas y crueles como ésta se cometen a diario en toda España sin que nadie se entere! Protestamos, en fin, de esta falta de garantías que desde hace tiempo venimos sufriendo los ciudadanos españoles.
»Federico García Lorca, José Bergamín, José María Cossío, Ramón J. Sender, Antonio Espina, Arturo Serrano Plaja, César M. Arconada, Pablo Neruda, María Teresa León, Rosa Chacel, Miguel Pérez Ferrero, José Díaz Fernández, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Luis Cernuda, Luis Lacasa, Pedro Salinas».
El 14 de enero les nace a los católicos españoles, y muy particularmente a los católicos madrileños, un refuerzo notable con la aparición del periódico diario Ya. Se mueve España en este tiempo en un constante vaivén derecha-izquierda, pero gobernando las derechas y en plena represalia por la revolución de octubre del año anterior. El ambiente bélico nacido en las tremendas luchas de Asturias se ha contagiado a toda la nación. Nunca han estado tan distantes las izquierdas y las derechas entre sí. No hay centro, aunque teóricamente sea el centro el que manda, porque así lo ve bien el presidente de la República, Alcalá-Zamora.
A raíz del incidente de San Femando del Jarama, Miguel se da de baja en el Partido Socialista, pero no para inclinarse hacia mesetas más moderadas, sino para ingresar decididamente en el Partido Comunista. No habría exageración ninguna diciendo que es precisamente —paradójicamente— la Guardia Civil la que empuja a Miguel Hernández hacia el lado de los comunistas.
En busca de trabajo conecta con José María de Cossío, que está preparando su monumental enciclopedia de los toros para la editorial Espasa Calpe. Tiene un sueldo de doscientas cincuenta pesetas, que en la primavera de 1935 no es nada despreciable. Son tres mil pesetas al año, que es lo mismo que cobran la mayoría de los oficiales de la administración pública. «En Orihuela se casan cuando tienen ya fijos treinta duros al mes». El trabajo, preparar biografías de toreros, al principio le divierte pero luego le adormece y le desmoraliza. «Me angustia hacer biografías de toreros sin importancia y tengo ganas de que me suceda algo muy grave o muy dichoso».
En las horas perdidas, nunca mejor ganadas, escribe para un libro que se titulará El rayo que no cesa. Tiene escrito ya —febrero de 1935— el que en el libro llevará el número 2, el soneto que motiva el título:
¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?
¿No cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?
Este rayo ni cesa ni se agota;
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.
Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.
Todo Madrid escucha por la radio en la última semana de marzo de este 1935 las conferencias del célebre jesuita padre Laburu. La palabra de este religioso inteligente lleva un mensaje político sibilinamente deslizado. Los «ejercicios espirituales», que ha dirigido primero en Barcelona con enorme éxito, los lanza ahora desde la catedral de Madrid a toda España e incluso a Francia, Bélgica y Portugal. Son, con gran habilidad, todo un ataque contra la Constitución republicana, aunque a primera vista parece que se trata de la prédica de un cura revolucionario. El derecho de familia, tan renovado por la Constitución y por la ley del Divorcio, son fustigados por el padre Laburu. El solo recuerdo de los títulos de sus conferencias es bien patente: «La esencia del matrimonio», «La desarticulación del matrimonio», «La preparación al matrimonio», «La vida de familia», «La educación de los hijos». Empleando un lenguaje persuasivo, ameno, animado de ejemplos casi gráficos —un lenguaje incontestablemente radiofónico—, el padre Laburu está asestando a la República la más honda de las puñaladas, de la cual la República no se entera, porque sigue en manos de los hombres de la derecha.
El 5 de abril, Miguel escribe otra carta a Josefina: «Yo voy —le dice— sonámbulo y triste por las calles de la ciudad, llenas de humo y de tranvías, tan diferentes de esas calles silenciosas y alegres». Mientras Josefina lee la carta de «su Miguel», Carlos Fenoll, el amigo de siempre, tiene en sus manos otra carta llegada el mismo día: «Me acuerdo cada día más de la vida sencilla del pueblo en esta complicada de aquí. No puede uno liberarse de chismes literarios ni de chismosos. Temo acabar siendo yo el peor de todos. Hay mucha mentira en todo, querido Carlos. Estoy sufriendo cada desengaño con amigos que he creído generosos y perfectos. Procuro verme con todos ellos lo menos posible».
En abril escapa en viaje casi relámpago de Madrid a Orihuela. Son demasiados meses sin ver a Josefina. Visita a los muertos y a los vivos, ya que después de estar en las casas de todos los íntimos, se va al cementerio a quedarse un rato con sus muertos. Allí, paseando entre las tumbas, vuelve a morderle la duda religiosa, que ya es menos duda que meses atrás. Como Bécquer, se pregunta en lo íntimo si «vuelve el polvo al polvo / vuela el alma al cielo». No puede sospechar este poeta-pastor-biógrafo de toreros, pensador, ya comunista, radiantemente joven, que sólo le quedan siete años de vida, y, sin embargo, la presencia de los muertos le impresiona vivamente. Lo podremos ir viendo en parte de su mejor poesía. Muchas veces les habla a los muertos o se anticipa muerto ya, como en ese verso premonitorio: «Aunque bajo la tierra / mi amante cuerpo esté / escríbeme, paloma / que yo te escribiré»[18].
Y de nuevo a Madrid. Tiene un trabajo y hay que cumplir con él. Tiene unos amigos y hay que verles. Tiene unas ilusiones y deben ser realizadas. La idea religiosa, en pleno tobogán, va perfilándose, acelerándose. En los primeros días de mayo escribe a su amigo Juan Guerrero Ruiz una carta reveladora. No hay más remedio que insertarla aquí casi entera, si deseamos entender cómo y cuándo y por qué se produce el deslizamiento religioso de Miguel hacia el librepensamiento. Se refiere a su auto sacramental Quien te ha visto y quien te ve, y se critica a sí mismo:
«Ha pasado algún tiempo desde la publicación de esta obra y ni pienso ni siento muchas cosas de las que digo allí, ni tengo nada que ver con la política católica y dañina de Cruz y Raya, ni mucho menos con la exacerbada y triste revista de nuestro amigo Sijé.
»Estoy harto y arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios y de la tontería católica. Me dedico únicamente a la canción y a la vida de la tierra y sangre adentro; estaba mintiendo a mi voz y a mi naturaleza terrena hasta más no poder, estaba traicionándome y suicidándome tristemente. Sé de una vez que a la canción no se le puede poner trabas de ninguna clase: no sé cómo explicar esto.
»Mire: yo quisiera llevar para agosto a Pablo Neruda a ver lo mejor de esas tierras: usted, nuestros pueblos…, Cabo de Palos… Quiero saber si podría residir en la isla de Tabarca o en una de las islas del Mar Menor. En una de éstas sería mejor, ¿no? A él sé que le agradaría un lugar donde el mar no se encontrara con arenas al ir a la tierra, donde el agua tuviera más grandeza. He hablado a Antonio Oliver y me ha prometido gestionar inmediatamente el asunto. Yo he pensado en usted antes, pues sé que es el llamado a escoger el mejor sitio. He de decirle que yo pienso también ir, y que quisiera que nos resultara lo más barato posible. Además, Pablo tiene una niña de diez meses, enferma, y le agradeceré me diga si hay médicos buenos, especializados en enfermedades de niños.
»Me ha dicho Oliver que ha estado usted en Orihuela hace unos días. Yo no sé cuándo volveré a esa tierra. Me mantengo en Madrid por ahora trabajando en una enciclopedia taurina que va a editar Espasa Calpe: dirige Ortega y Gasset y ordena J. M. de Cossío. Gano muy poco: cuarenta duros mensuales[19], pero estoy en el ambiente que necesito en estos tiempos míos.
»Si cree que le he escrito por el interés del viaje al mar que sueño —yo, que nunca he estado en contacto con las olas más de dos días—, destierre ese pensamiento. Es que no sé escribir cartas, Guerrero, amigo, y sufro mucho cuando lo hago. Me pesan la pluma y el papel y la cabeza y olvido más a los amigos a quienes escribo que a quienes olvido por correo. Para los que no escribo siempre tengo un pensamiento en acción. Este propósito de viaje a nuestra región ha dado ocasión a que el pensamiento que dirigía continuamente a usted se paralice un poco: perdónelo.
»Espero su carta y su biografía todo lo pronto que puedo desearlas. Le abraza fuertemente y le quiere. Miguel. Adiós.
»Mande a Vallehermoso, 96, 1.a derecha. Adiós».
Lo que más nos interesa de esta carta es el contenido de los primeros párrafos, allí donde dice que «está harto, y arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios y de la tontería católica» y que «ni pienso ni siento muchas cosas de las que digo allí» (en el auto sacramental varias veces citado).
Su amistad con el escritor Víctor González Gil, que promociona y dirige la revista Rumbos, le proporciona la ocasión de publicar versos de cuando en cuando. Rumbos, que tiene su sede en Talavera de la Reina, se subtitula «Revista mensual de las artes y de la vida», lo que dice bastante. En el número del 15 de junio de 1935, Miguel publica un soneto titulado Pastora de mis besos, pensado para Josefina y dedicado a ella, aunque no conste así en la página. Pastora de mis besos aparece en la portada de la revista y su texto —una delicada y deliciosa carta de amor— es éste:
Te me mueres de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.
Yo te libé la flor de la mejilla,
y desde aquel tristísimo suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.
El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más patente, negro y grande.
Y sin dormir, amor, celosamente
me vigilas la boca, ¡con qué cuido!,
para que no se vicie y se desmande.
Por cierto, que en la versión de las poesías completas de la editorial Zero, de Bilbao, de 1976 el texto de los tres versos últimos aparece ligeramente desfigurado: «Y sin dormir estás celosamente / vigilando mi boca, ¡con qué cuido!». De ser uno más fehaciente que otro, el texto copiado en el soneto completo es el que debe darnos toda garantía, ya que procede de la propia cubierta de la revista Rumbos, directamente, eso sí, sin perder de vista que el mismo Miguel, al preparar la edición de sus libros, corregía muchas veces sus poesías, las «actualizaba», que decía él, y bien hubiera podido ser que el rectificador no haya sido otro que él mismo.
El enamorado se muestra ahora arrebatador, casi furioso. Es la sangre levantina de sus veinticinco años escasos gritándole a todas horas. De Madrid a Orihuela son muchos kilómetros de distancia, demasiado traqueteo de tren en las madrugadas.
Besarte fue besar un avispero
que me clama al tormento y me desclava
y cava un hoyo fúnebre y lo cava
dentro del corazón donde me muero.
antes, sus tres pasiones, que son a fin de cuentas una sola: su amor por Josefina lejana, su algarabía librepensadora conforme se va liberando de Dios y de los suyos, su fiebre política y social que le hace a minutos del pueblo y más del pueblo.
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
… … … … … … … … … … …
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro me crezco en el castigo
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Esta cabeza vibra con total independencia del absurdo escenario que la rodea. Versos con olor mediterráneo en el centro de un Madrid alucinante y tonto. Una isla de verdura fresca y aromática en medio de un desierto de estultez.
En los primeros meses de 1935 el Ayuntamiento madrileño intenta dos mejoras que constituyen una prueba de la ingenuidad de los ediles: la primera es anular todos los semáforos y señales indicadoras de tránsito y aparcamiento —aunque aún esta palabra «aparcamiento» prácticamente no existe—. Se pretende que el buen sentido de peatones y automovilistas ponga lo que venían poniendo las señales y las prohibiciones. El resultado es un desastre. A pesar de que por el escaso número de automóviles matriculados en la capital esto hubiera sido muy fácil de llevar a la práctica, no ha contado el Ayuntamiento de Madrid con el anárquico espíritu de los madrileños, con la fortísima tendencia a la incivilidad de los habitantes de la llamada «capital de las Españas». El segundo intento es el de prohibir que se arrojen al suelo papeles, tanto en la vía pública como en los establecimientos de cafés, bares y oficinas. Los madrileños, que de tiempo atrás tienen decidido no europeizarse y seguir en el mismo plan cerril de siempre, no sólo no obedecen las indicaciones municipales, sino que tienen a gala reírse de ellas y echar al suelo más papeles que nunca. Es mucho Madrid. Hay muchos ciudadanos —o algo así— que cuando han de tirar al suelo una cajetilla de tabaco, no sólo no lo hacen en las papeleras dispuestas al efecto, sino que se esperan a estar delante de un guardia para hacerlo, en franca provocación. Es mucho Madrid.
Se hunde el viaducto. No hay mal que por bien no venga: habrá que hacerlo nuevo. Alguien comenta que tiene gracia que habiendo sido el viaducto el lugar preferido para los suicidas, precisamente al hundirse no ha ocasionado una sola víctima.
El Ayuntamiento acuerda no efectuar ningún cambio más en los nombres de las calles. Se devuelve su denominación de origen a las de Cedaceros, Princesa, Amor de Dios, Turco y Conde Duque, entre otras más. Las fiestas del carnaval son aprovechadas para asestar alguna puñalada que otra y llevar a cabo no pocos robos con escalo y sin él. Un periódico dice en grandes titulares: «Una mujer se cambia de casa y se deja olvidado a su padre».
Se abre un mercado nuevo, el de Olavide, y se cierra uno viejo, el de la Cebada. Al tiempo se inaugura nuevo mercado central de frutas y verduras en la plaza de Legazpi: todo un alarde de más de treinta mil metros cuadrados.