La llamada de la tierra
La verdad es que Orihuela ha cambiado muy poco en los escasos meses que Miguel ha permanecido en Madrid. Se hacen ligeramente menos ostentosos los grandes señores del casino, quizá hay alguna bandera republicana donde antes no había ninguna, ni republicana ni «roja y gualda», y —caso notable— los jesuitas, apartados de la enseñanza por las disposiciones del Gobierno republicano, ya no dan clases en Santo Domingo, pero las siguen dando a escondidas, vestidos de seglar, en las casas particulares de las familias pudientes. Estos niños de casa bien han de educarse con los jesuitas se ponga la República como se ponga.
¡Cómo le agrada escuchar otra vez los giros huertanos! Donde en Madrid dicen «muy bonito» aquí dicen «mu bonico», ¿no es más íntimo? Recordado desde aquí, el modo de hablar de los madrileños le parece como un oficio o una instancia leídos en voz alta, con esa pronunciación tan recortada y preocupada. Una mujer se cruza porque tiene prisa, ya que ha de llevar a su «Marianico» a la escuela; en Madrid hubieran dicho «Marianito» y el «colegio». El charlatán —Ramonet— vende cosas que son «pal nene y pa la nena»; ¿le hubieran entendido en Madrid? Pronto llega Miguel a la conclusión de que el castellano de la capital es más correcto, pero éste de aquí es más suyo.
La sorpresa grande es la actitud —¡ahora!— del padre. Lejos de aparecer con su sempiterno gesto de reproche o de amenaza, se le muestra protector y cordial. Hasta insiste en que Miguel crea que lamenta hondamente todo lo que ha tenido que sufrir en Madrid, y en el viaje de regreso. Comprende que ha tardado en darse cuenta de que tenía un hijo distinto, que valía mucho. Los reportajes publicados han hecho mella en la mente primitiva y despierta del viejo Visenterre. «No, las cabras no son para ti». No se opondrá a que estudie, a que se coloque en un empleo más en consonancia con sus aficiones. Lo que necesite y él pueda dárselo, hecho. Para una familia modesta como ésta es un honor tener en su seno un hombre tan inteligente.
El primer empleo es como mecanógrafo en la notaría de don Luis Maseres. Veamos cómo explica la obtención de esta plaza Muñoz Hidalgo: «Don Francisco Giménez Mateo era maestro de primera enseñanza y director interino de la Escuela Nacional Graduada de ambos sexos de Santo Domingo. Una vez que le nombraron director dejó el puesto de mecanógrafo en la notaría de don Luis Maseres Muñoz, en la calle del Molino de Cox»[10].
La calle del Molino de Cox está junto a la calle Loaces o Cardenal Loaces, muy cerca del Casino Orcelitano. Centro del centro del centro. Tiene siete horas diarias de trabajo, sábados incluidos, desde las diez a la una y desde las cuatro a las ocho. A esto le ha llevado aquella lejana máquina de escribir que se compró a plazos y que empleó tantas veces en plena colina, mientras las cabras se le escapaban a comerse las habas del huerto vecino. No son demasiados los mecanógrafos que hay en Orihuela en 1932, y eso ya es ser algo, sobre todo ser infinitamente más que pastor de cabras.
Saliendo una tarde de su trabajo conoce a Josefina, sin saber que es Josefina y sin sospechar que acabará siendo su mujer. Por la calle Mayor se cruza con un grupo de modistillas que salen del taller de costura de algo más arriba. ¿Quién es?, pregunta a sus amigos. «El padre es guardia civil. A ella la dicen la Pepica». Dos días más tarde ya ha completado algo más la ficha. Pepica-Josefina Manresa. Efectivamente, el padre es guardia civil y tiene fama de hombre muy serio. Por el momento, entre los dos jóvenes no hay más que miradas coincidentes, pero eso tiene bastante vuelo como para que Miguel empiece a escribir versos y versos en rol de pleno enamorado. Un día llegará en que ella pueda leer todo esto.
(Se ha producido en ocasiones un error comprensible en algunos biógrafos de Miguel Hernández, anotando que trabajó como mecanógrafo «en Cox». El lapsus se debe a que «trabajó como mecanógrafo en la calle del Molino de Cox», que es el nombre de una calle de Orihuela. Diferente hubiera sido que la raíz de la mala información hubiera dicho: «trabajó como mecanógrafo en la calle del Molino, de Cox». Se da la circunstancia de que, efectivamente, Miguel vivirá una temporada muy importante en el pueblo de Cox, pero para eso faltan varios años aún, como tendremos ocasión de comprobar en este libro).
Por este tiempo escribe algunas colaboraciones en prosa en el periódico La Verdad, de Murcia, siendo de destacar el trabajo titulado «Cabra, fórmula de feminidad», al que pertenece el siguiente párrafo: «El fulgor ángel de sus ojos con el dolor del parto, que la postra y le desgarra la costura del sexo y bomba explosiva estallando en vidas».
Su cargo de presidente de la Juventud Socialista de Orihuela le acarrea admiraciones y disgustos a la vez. Nada hay más odiado en las ciudades pequeñas, dominadas por oligarquías caciquiles, que el «joven intelectual de izquierdas», y es precisamente esto lo que Miguel es ahora, un joven intelectual de izquierdas. Por otra parte, entre los socialistas viejos de la ciudad, que no son demasiados, hay cierto resquemor: ¿socialista y católico?, ¿socialista e íntimo amigo de Sijé, que es supercatólico? La verdad es que incluso dentro de la cabeza del propio Miguel hay también, por estos dos conceptos, dudas, resquemores y no pocos sobresaltos.
El día 2 de octubre de este mismo 1932 tiene lugar en Orihuela un gran homenaje a Gabriel Miró. Se trata de inaugurar un monumento en la Glorieta. Hay varias versiones sobre este acto y la mayoría están politizadas, de manera que deben ser convenientemente filtradas. Testigo excepcional, Carmen Conde relata así lo sucedido:
«En octubre de 1932 tiene lugar en Orihuela un homenaje a Gabriel Miró, al que se adhiere la Universidad Popular de Cartagena. En el acto se produce un incidente como consecuencia de unas palabras desaprobadoras de mi marido a las que alguien acaba de pronunciar, lo que produce un cierto revuelo y es la causa de que seamos conducidos ambos a la comisaría de policía. Al enterarse Sijé de lo ocurrido, envía a Miguel con la orden obtenida del gobernador de que nos pongan en libertad. Allí, pues, en la comisaría de Orihuela, conocimos a Miguel Hernández y trabamos amistad. Yo diría que en tal homenaje fue la primera vez que aquel muchacho de ojos azules, pelado casi al rape y modestamente vestido, tomó partido por la juventud de la provincia…»[11].
Esto no convence demasiado. La versión de Poveda, uno de los amigos más íntimos de Miguel Hernández, difiere notablemente: «… me encontré con la novedad de que Ramón Sijé, nuestro buen amigo, organizaba un homenaje a Gabriel Miró para erigirle un busto en la Glorieta de Oleza. Pero este homenaje, que, en efecto, se llevó a cabo, tuvo también su parte fea, por lo que se verá después. En la comisión organizadora incluyó Sijé a Miguel y habían invitado para este acto a poetas y escritores, tales entre ellos a Carmen Conde y Antonio Oliver, su esposo, de Cartagena, que fueron invitados, precisamente, por Miguel Hernández. Este matrimonio era republicano de corazón, de la extrema izquierda. Los demás eran todos ellos de la muy extrema derecha, fascistas, que Sijé los invitó, de buena fe, seguramente. Como invitado de honor llegó a Orihuela un tal Ernesto Giménez Caballero…»[12].
El propio Giménez Caballero explica así su intervención en el acto de Orihuela:
«Yo tenía un grupito de amigos —de fascistizantes— en aquel rincón levantino. Y me invitaron a hablar. Me presenté con camisa azul, mientras imponía, ante un imponente jaleo que se armó, mis teorías antiliberales y antisocialistas. Formaba entre aquel grupito un malogrado muchacho, Ramón Sijé, que murió. Un magnífico poeta que acababa yo de descubrir, José (?) Hernández, pastor de Orihuela. A ése le pasó algo peor que malograrse, descarriado en brazos de Bergamín, en su venenosa Cruz y Raya». … «Al final del jaleo, en el que vaticiné esto: la vuelta de los jesuitas a España, por nosotros, discípulos de quienes los habían expulsado, les di una predicación en el casinillo del pueblo a aquel romántico grupito de oriolanos…»
La versión de Muñoz Hidalgo, por no ser menos, difiere también de las demás:
«Entre la concurrencia se encontraba Azorín. Más que una simple inauguración parecía un acto político. También asistieron Antonio Oliver y Carmen Conde. De Madrid había venido Ernesto Giménez Caballero. Llevaba una camisa azul. En principio se había pensado que asistiera un diputado a Cortes que era socialista, pero éste se había negado rotundamente a participar en dicho acto. La corporación municipal tampoco disponía de fondos suficientes. El grupo literario de José Marín (Ramón Sijé) estaba con Azorín y con otros intelectuales que se habían congregado allí… “Señores, yo no estoy con el régimen porque el régimen es cosa de enfermos, y yo me considero sano de cuerpo y de alma”. Estas palabras, entresacadas del discurso de Giménez Caballero, fueron comentadas y dieron lugar a toda clase de interpretaciones. ¿Pretendía aquel político dar una nueva orientación y cauce a las ideas un tanto inseguras del momento?»[13].
La consecuencia es sencilla: en Orihuela este día de octubre de 1932 no ocurre sino lo mismo que está sucediendo en todo el país al año y medio de proclamada la República: no hay manera de llevar a término un acto que no acabe siendo un acto político. Giménez Caballero —eso sí— es ya muy fascista en 1932.
Es tenso como el que más este último trimestre del año. En octubre viene como un vendaval otra racha de quema de iglesias y conventos, al tiempo que menudean las huelgas y los actos revolucionarios. No parece sino que es la izquierda la que tiene más interés en derribar a la joven República. Como en tantas ocasiones —y ahora es buena ocasión para recordarlo—, la izquierda le hace el juego a la derecha. El espíritu laico presente en la Constitución es interpretado por cada alcalde a su aire, y así mientras uno prohíbe en absoluto el toque de campanas, el otro exige un impuesto por celebrar procesiones, y el otro manda que los entierros con cruz alzada han de pasar por determinadas calles y no por otras. De Arrarás, autor absolutamente parcial y fascista, pero en este caso suficientemente veraz, es el párrafo siguiente:
«Fueron frecuentes en estos últimos meses de 1932 los crímenes políticos y los encuentros sangrientos entre afiliados a distintos partidos. En una reyerta entre nacionalistas y socialistas en San Salvador del Valle (Valencia) resultó muerto un marxista y dos nacionalistas heridos. En San Bartolomé de Pinares (Ávila), los socialistas asaltaron el Ayuntamiento. En Cantalapiedra (Salamanca), patronos y obreros se tirotearon; hubo tres heridos. La Guardia Civil disparó contra los rabassaires amotinados en Tarragona y ocasionó cinco heridos. Un guardia civil fue asesinado en Valencia y un cabo de la guardia municipal muerto en Villar del Arzobispo (Valencia). El alcalde de Sesma (Navarra) se defendió a tiros de un grupo que intentaba lincharlo e hirió de gravedad a uno de los agresores. El secretario del Ayuntamiento de Hinojosa del Duque (Córdoba) asesinó al teniente de alcalde, socialista, Blas Teba, por resentimientos políticos. El juez municipal de Pedro Abad (Córdoba) fue muerto a tiros; contra el de Palacios de Goda (Ávila) atentó un huelguista. El extorero Emilio Torres (Bombita) y su administrador fueron víctimas de un atentado en Sevilla. Un sargento de la Guardia Colonial asesinó al gobernador general de la Guinea, Gustavo Sostoa y Sthamer, ministro plenipotenciario, cuando visitaba, la isla de Annobón. El asesor jurídico de la Sociedad de Armadores de Vigo, Valentín Paz Andrade, quedó herido muy grave en un atentado. En Carrajo (Orense), el vecindario acometió a un agente ejecutivo, y resultaron dos guardias civiles heridos. En Barcelona fue asesinado un maestro de obras. El secretario del Ayuntamiento de Cabezas Rubias (Huelva) resultó herido en una agresión. Un dependiente hizo siete disparos contra el diputado socialista y farmacéutico doctor Mouriz, al reclamarle aquél ciertos atrasos; el doctor resultó herido, etc».[14].
Así son estos tres meses últimos de 1932, sobre todo cuando los acontecimientos se recogen y se esquematizan intencionadamente. Muchos años después, muchos, tanto en la llamada paz de Franco como en la también llamada democracia de Suárez, cualquier lector de periódicos que se hubiera entretenido en anotar minuciosamente los atentados, huelgas y asesinatos cometidos en el curso de tres meses habría logrado cupos tan importantes. Pero la realidad es que la España de Miguel Hernández en el último trimestre de 1932 es así. En esta España hay también, que no todo es negativo, un hombre en el poder de la talla de Manuel Azaña, cuyos discursos suelen ser magistrales lecciones de política y de filosofía: «Desde que se ha encendido en el mundo la luz de la inteligencia humana, toda la historia no es más que un drama inenarrable por conseguir sobreponer lo moral a lo zoológico, los ímpetus superiores de espíritus cultivados sobre los instintos bajos del animal humano. Y a mí, cuando considero que el espíritu humano ha inventado y creado el concepto de justicia y el concepto de libertad, lo que me parece prodigioso no es que la justicia se vaya abriendo camino en el mundo, sino que se nos haya impuesto en el alma como una norma de la vida pública y de la vida personal».
Para Miguel Hernández, que lo lee todo y todo le deja pensando, hay de negativo y de positivo en la vida nacional española. Hay muchas cosas que le repugnan, pero no son pocas las que le dan esperanza. De manera que cuando el 1932 termina, él, que está dando los últimos toques a su primer libro de versos, llega a la conclusión de que los motivos de optimismo son ligeramente superiores a los de pesimismo, lo que no deja de ser un saldo importantísimo.
El 20 de enero de 1933 se publica su primer libro de versos, Perito en lunas. Es anécdota que cuando Miguel visitó a Almarcha para pedirle que le ayudara a publicarlo, éste revisó el original y dijo: «No van por ahí mis gustos literarios», a lo que Miguel respondió: «No le pido consejo, sino apoyo». El caso es que con pie de la Editorial Sudeste, de Murcia, sale a la luz Perito en lunas, 300 ejemplares en total que han costado 425 pesetas. (Otras versiones hablan de Ediciones La Verdad, de Murcia, pero a fin de cuentas parece que es la misma empresa editorial). El libro pasa punto menos que inadvertido. Una crítica de Madrid, la de Alfredo Marqueríe, no es nada cordial. Desmoralizado, Miguel envía un libro a Federico García Lorca y le dice que le aconseje lealmente: si sigue como poeta o debe dejarlo. La contestación del granadino es alentadora:
«… sé que sufres con esas gentes puercas que te rodean y me apena ver tu fuerza vital y luminosa encerrada en el corral y dándote topetazos con las paredes. Así aprendes a superarte, en ese terrible aprendizaje que te está dando la vida. Tu libro está en el silencio, como todos los primeros libros, como mi primer libro (Impresiones y paisajes), que tanto encanto y tanta fuerza tenía. Escribe, lee, estudia, ¡lucha! No seas vanidoso de tu obra. Tu libro es fuerte, tiene muchas cosas de interés y revela a los buenos ojos pasión de hombre, pero no tienes más c…, como tú dices, que los de casi todos los poetas consagrados. Cálmate. Hoy se hace en España la más hermosa poesía de Europa. Pero, por otra parte, la gente es injusta. No se merece P£rito en lunas ese silencio estúpido, no. Merece la atención y el estímulo y el amor de los buenos. Eso lo tienes y lo tendrás porque tienes la sangre de poeta y hasta cuando en tu carta protestas tienes en medio de cosas brutales (que me gustan) la ternura de tu luminoso y atormentado corazón. Yo quisiera que pudieras superarte de la obsesión, de esa obsesión de poeta incomprendido, por otra obsesión más generosa política y poética. Escríbeme. Yo quiero hablar con algunos amigos para ver si se ocupan de Perito en lunas. Los libros de versos, querido Miguel, caminan muy lentamente. Yo te comprendo perfectamente y te mando un abrazo mío fraternal lleno de cariño y camaradería. Federico. (Escríbeme). t/c. Alcalá, 102. Madrid».
El libro consta de cuarenta y dos octavas reales. Es apenas un de escasos pliegos. Inspirado en los modos y formas de Góngora, en algunas octavas se parece demasiado a éste, en otras sorpresas lo supera. La edición ha sido posible gracias al apoyo de Almarcha y de Martínez Arenas, sus dos amigos, admiradores y protectores. Algunas de las mejores son, seguramente, las siguientes:
Hay un constante estío de ceniza
para curtir la luna de la era,
más que aquélla caliente que aquél iza,
y más, si menos, oro, duradera.
Una imposible y otra alcanzadiza,
¿hacia cuál de las dos haré carrera?
Oh, tú, perito en lunas: que yo sepa
qué luna es de mejor sabor y cepa.
… … … … … … … … … … …
Aquella de la cuenca luna monda,
sólo habéis de eclipsarla por completo,
donde vuestra existencia más se ahonda,
desde el lugar preciso y recoleto.
¡Pero bajad los ojos con respeto
cuando la descubráis quieta y redonda!
Pareja, para instar serpientes, luna,
al fin, tal vez la Virgen tiene una.
¿No ha de costarle trabajo introducir su Perito en lunas concebido en octavas reales, y por si es poco, gongorianas, cuando ya anda por las librerías la producción revolucionaria de García Lorca y de Alberti? No tuvo Miguel ocasión de estudiar lo suficiente. De haberla tenido, quizá su profesor le hubiera explicado las corrientes clásicas de la trasposición, los juegos de palabras de Góngora, ya pasados de moda cuando el mismo Góngora aún no se había muerto, las ironías de los poetas coetáneos:
En una de fregar cayó caldera
(trasposición se llama esa figura).
Hasta tal punto es todo esto así, que puede afirmarse que Miguel Hernández no triunfa por Perito en lunas, sino «a pesar» de Perito en lunas. No hay más que retroceder unas páginas y releer despacio el soneto a Carmen la Calabacica. Este soneto está en la línea de la poesía moderna. Perito en lunas, desde luego, no. Escribir: «… el atesado peso par asueta» y «injertadas, bakeres más viúdas», cuando en los escaparates de las librerías están las producciones de Neruda, Altolaguirre, Alberti, Machado, Gerardo Diego, García Lorca, Cernuda y Juan Ramón Jiménez, es tanto como pretender iluminar un escenario con quinqués de petróleo cuando llevamos ya medio siglo de electricidad. Por Perito en lunas, como por algunos de sus poemas incipientes de juventud que hemos conocido en páginas anteriores, Miguel Hernández nunca hubiera sido un poeta trascendente.
El 23 de marzo escribe un poema, Elegía a la novia lunada, de poco mérito. De él son las estrofas siguientes:
No has dejado de ser, como la rosa,
bella para la muerte;
dispensa la rutina de tu boca
perfección permanente.
… … … … … … … … … … …
¡Oh, qué proeza la de no arrancarme
mi corazón de cuajo,
para, como una esquila palpitante,
a tu cuello colgarlo!…
Son seguramente los versos más aceptables de todo el poema, en el que hay expresiones que no se entienden y otras que, entendidas, más valiera lo contrario.
El 29 de abril, los dos amigos íntimos —hermanos se llaman, lo hemos visto en las cartas—, Ramón Sijé y Miguel Hernández, actúan en el Ateneo de Alicante. Sijé da una conferencia, Miguel recita versos. El público, que aplaude fuertemente a Sijé, lo hace tibiamente con Miguel. Sus versos gustan por el sonido que tienen, pero casi nadie entiende su enjundia. La charla de Sijé se denomina «El sentido bíblico de la danza». El primer terceto de la Elegía media del toro, de Miguel, ya avisa que el intento no viene sencillo:
Aunque no amor, ni ciego, dios arquero,
te disparas de ti, si comunista,
vas al partido rojo del torero.
Y sigue:
Gallardía de rubio y amaranto,
con la muerte en las manos, larga y fina,
oculto su fulgor, visible al canto.
Se diría que se ha hecho el deliberado propósito de escribir para una minoría intelectualizada, dando de lado al pueblo. Suele ser el vicio inicial de muchos de los escritores en sus primeros tiempos, creer que el mérito está allí donde la sencillez no aparece por parte alguna.
El 21 de julio actúa en la Universidad Popular de Cartagena, «… donde le esperaba su fundador, Antonio Oliver, con su esposa, Carmen Conde, a la cual había regalado el año anterior el original de su libro. Allí dio su recital. Carmen Conde y Antonio Oliver recuerdan los gestos expresivos que acompañaban su voz de barítono y lo sorprendente que era su fantasía escénica, inspirada, quizá, en las espectaculares conferencias de Ramón Gómez de la Serna, porque, si bien no aparecía como este último, encaramado sobre un trapecio ni sobre un elefante, se rodeaba de una multitud de objetos extraños, entre los que resaltaba un melón bien visible sobre la mesa»[15].
Una semana después actúa en Alicante. Vive en plena fiebre creadora y lanzado a su propia promoción en todas direcciones, siempre a la vera de Sijé, su mentor, su guía, su inspiración, su hermano mayor, aunque tiene algunos años menos que él. En la tarima de la Universidad Popular se dedica a recitar versos tras haberse presentado al público con una jaula en la que, en lugar de un pájaro, lleva encerrado un limón. Aquí ofrece unas cuantas octavas de Perito en lunas que el público «aplaude cortésmente».
Lleva meses cruzándose con el grupo de muchachas en el que va Josefina. Por fin, una tarde de agosto se decide. Va en derechura al grupo, da a Josefina un papelito doblado: «Tome». Es un tiempo en que todo el mundo, incluso entre gente muy joven, se habla de usted. Josefina coge el papel, ruborizada. Es un poema. Lo leerá muchas veces, que también llevaba tiempo esperando la decisión de Miguel. Días más tarde, el enamorado reflejará estos instantes en un escrito en prosa que le publica La Verdad, de Murcia, del 9 de septiembre: «… Yo sé que tiene la edad justa para que yo la quiera». «Mi voluntad es quererte, le digo, y me mira como si su voluntad también lo fuera. Eres mi novia aunque yo no sea tu novio —y me responde en nuestro idioma de aldea, bien nutrido de graciosidades, cosas oscuras, maliciosas de inocencia, con un temblor que no sabe explicarse—. No te muevas. Cállate. Estate quieta como el agua, a ver si así te aclaras». «Con los ojos caídos, sin mirar con sospecha de que la miren, emocionada de mi contemplación, ella sabe que yo también espero».
Josefina lo cuenta todo esto a su manera: «Había visto a Miguel, sin saber quién era, dos años antes de pretenderme, cuando aún no había hecho su primer viaje a Madrid. Más tarde, en el taller de costura de la calle de San Juan —la calle donde él nació—, compraron un día Estampa, donde publicaban un artículo dedicado a Miguel. Recuerdo que se armó un gran revuelo y que las compañeras decían “Tiene el poético de la calle de Arriba”. Me explicaron que era pastor y un muchacho muy listo. Poco después, el día de la feria, que es el quince de agosto, y yo le eché sin saber que era el mismo que había salido en el periódico. Por entonces no se estilaba salir a, pasear entre semana. El único paseo era el del domingo. Además, yo salía poco porque el cuartel lo cerraban a las ocho y no te podías descuidar. Si ibas más tarde, el guardia de puerta se molestaba.
»En aquella época se empezó a salir los jueves a la plaza Nueva, un jardín que hay en Orihuela junto al Ayuntamiento y el Juzgado. Recuerdo que un jueves, que habían regado el jardín, había un charco muy grande. Yo iba con una amiga y apareció Miguel acompañado de un amigo. Los dos se acercaron y él me dijo: “¿Quiere usted una barca para pasar?” Yo me reí y él se quedó. Dos días después, que era su santo, me trajo una caja de bombones…» «… Luego vino ya a la puerta del cuartel y habló con mi padre…»[16].
No es una muchacha de Orihuela, sino de la provincia de Jaén, concretamente de Marlunda, Quesada, donde ha nacido el 2 de enero de 1916. Tiene, por tanto, unos cinco años menos que Miguel. Es decir: cuando la pareja inicia sus relaciones, prácticamente en septiembre de 1933, Miguel tiene veintidós años y Josefina diecisiete. «Tienes la edad justa para que yo te quiera».
En octubre y noviembre se producen en España dos hechos de importancia política. Uno de ellos es el célebre mitin falangista, fundacional, del teatro de la Comedia de Madrid, donde el hijo del general Primo de Rivera, José Antonio, se presenta como líder indiscutible de este nuevo partido-antipartido. Tiene este acto bastante repercusión en Orihuela, donde pronto se forma un grupo bajo la disciplina de Falange Española. El segundo acontecimiento es la celebración de unas elecciones generales en las que, por primera vez, vota la mujer. Se ve que varios diputados republicanos, entre ellos algunas diputadas, tenían razón al decir que la República da el voto a la mujer y la mujer, al votar, acabará con la República. En esta primera presencia de la mujer en las urnas, la izquierda resulta derrotada, la derecha triunfante; es decir, como se previera en las Cortes, la mujer, emancipada por la República, responde apuñalando a la República.
El 21 de febrero de 1934 se celebra en el casino de Orihuela una extraña sesión. No hubiera sido imaginada uno o dos años antes. Los amigos poderosos de Miguel han conseguido que se autorice en ese local una colecta para allegar fondos a fin de que Miguel, que empieza a ser una honra de la localidad, pueda ir a Madrid con cierta holgura, y mantenerse allí al menos un primer período sin las angustias horribles del viaje anterior. Empieza el Ayuntamiento abriendo la suscripción con 50 pesetas. El encabezamiento dice que se trata de que el poeta Miguel Hernández «pueda estudiar y depurarse en Madrid», lo que no deja de tener gracia.
Ha terminado su auto sacramental Quien te ha visto y quien te ve, al que da lectura en el salón Novedades de Orihuela. Nadie discute ya que Miguel es todo un joven valor que enaltece a la localidad. Aunque muchas de las frases redondas del «auto» no las entiende el público, entusiasma el modo rotundo y sonoro de los versos. Orihuela aclama a su poeta. Josefina está orgullosa de él. Su padre, el guardia Manresa, también. El otro padre, el de Miguel, vencido por la realidad insoslayable, deja hacer.
De estos meses primeros de 1934 son los sonetos pastores, algunos de los cuales tienen verdadero mérito:
Apacentando amores y corderas
¡qué vida más pacífica la mía
si no hubiera jamás esa sequía
que impide hierbear las primaveras!
No llueve, y son los montes calaveras
por donde va mi hatajo cada día
arruinándose más en la porfía
de pacer ya pacidas hinojeras.
Pastores de Teruel que vais buscando
hierbas en vuestros montes no encontradas.
Tampoco aquí las hay. ¡Mirad mi otero!
Hierbas voy por el aire delirando…
¡Qué abril se nos presenta en las majadas
sin un cardo siquiera bandolero!