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Veintiocho

Hoy vamos a la Cañada de Falk para llenar un vial de néctar de flor elísea.

El tío Paolo y el resto del equipo (nadie del equipo Inmortis se quiere perder un día tan importante como este) hace preparativos mientras yo me siento allí, mirando. Las felicitaciones del equipo al darme la bienvenida aún resuenan frescas en mis oídos, junto con el pronunciamiento de la noche pasada del tío Paolo: Para celebrar mi nueva posición como miembro del equipo, iremos a la cañada y volveremos con flor elísea suficiente para hacer una inyección de Inmortis. Hace una semana, una cosa así me hubiera puesto eufórica. Pero ahora la emoción está mezclada con temores. No he visto al tío Antonio desde la noche pasada en la cabaña, y no estoy segura de que quiera verlo. Sus palabras siguen desfilando por mis pensamientos en letras mayúsculas y negritas. «Hay algo muy malvado en Little Cam…». Me miro las manos.

—¿Estás lista para ir, Pia? —pregunta el tío Paolo.

—Desde hace rato —respondo dando unas palmadas en mi mochila.

—¡Cargamos en cinco minutos! —exclama él. Los científicos se afanan organizando sus bolsas y el equipo. Realmente, no veo por qué necesitan tanta cosa. Se supone que va a ser solo una excursión rápida: entrar, llenar un vial de néctar, y volver.

Diez minutos después, cargamos. Vamos en tres todoterrenos, aunque cabríamos en dos si no fuera por todo el equipaje que llevamos. Los científicos empaquetan cosas como si se prepararan para una expedición de un mes. Mi madre sube al lado del tío Paolo, y da órdenes a los otros mientras cargan las cosas. Yo la observo, pero ella hace como si no se diera cuenta de mi presencia. Estaba allí la noche anterior, cuando le mostré al tío Paolo el cuerpo de Achís, y ni siquiera me miró a los ojos.

El tío Paolo conduce uno de los coches, y el tío Timothy asigna los otros dos a dos de sus hombres, que también llevan rifles.

—Por seguridad —explica el tío Paolo.

El propio tío Timothy se queda detrás.

Cuando por fin se abre la cancela, y empezamos a salir, me doy cuenta de pronto de que es la primera vez que salgo de Little Cam con permiso. Me he estado escabullendo con tanta frecuencia, que casi se me olvida que va contra las reglas.

Doblamos la primera curva del camino, y Little Cam desaparece de la vista.

El tío Jakob me dirige una sonrisa de lado.

—¡Bienvenida a la selva, Pia! —me dice.

Le devuelvo otra sonrisa, pero aparto la mirada rápidamente para que no se dé cuenta de lo leve que es.

Solo hay cuatro kilómetros de distancia a la Cañada de Falk. Aparcamos a un lado del camino y tenemos que caminar los últimos dos kilómetros porque el camino se dirige al sur, al Little Mississip, mientras que la cañada se encuentra al oeste. El aire de la selva está húmedo hoy, aunque no demasiado caliente. Sin embargo, cada bocanada de aire que respiramos parece más húmeda que la anterior. Los científicos maldicen y jadean, avanzando con dificultad cada paso bajo la carga que llevan, y despotricando contra mi madre cuando esta les grita que se den más prisa. El tío Paolo mueve la cabeza hacia los lados, mirándolos a ellos, y se resigna a esperar. Suda como el resto de ellos, pero parece imbuido de una energía que desafía todas las dificultades. Cuando lo miro, no me cabe duda de que lo veo temblar de la emoción.

Han pasado dieciocho años desde que se preparó el último vial de Inmortis. El último habría sido para mis padres, un año o así antes de que me concibieran. El tío Paolo estuvo aquí por eso, pero no fue él el que estaba al cargo, sino un hombre llamado doctor Sato, que se retiró poco después de que naciera yo. Así que esta es la primera ocasión que tiene el tío Paolo de preparar el Inmortis por sí mismo, de supervisarlo todo.

Después de que anunciara la excursión de hoy, yo le pregunté por qué íbamos tan pronto. Ninguno de los nuevos sujetos ha llegado todavía, y aunque yo no sé mucho sobre Inmortis, sí sé que hay que usarlo en el plazo de una semana porque después pierde su fuerza. La respuesta del tío Paolo fue una gran sorpresa:

—Resulta, Pia, que uno de los sujetos ya está aquí: soy yo. Sí, voy a participar yo mismo en el proyecto Inmortis, y por eso recibiré la primera inyección.

Por lo que yo sé, es el primer científico que se designa a sí mismo para ese papel. No me sorprende que tenga tantas ganas: le va más en la excursión de hoy que a ningún otro; salvo, tal vez, a mí.

Sé que el tío Paolo siempre ha soñado con influir en el futuro de la humanidad al crear a los inmortales, pero está dando un paso más al introducir su propio código genético en el banco de genes que al final producirá a Míster Perfecto. Y cuando uno de los sujetos femeninos dé a luz a lo que esencialmente será el hijo del tío Paolo, ¿será tratado ese retoño de modo diferente a los otros? De repente, me pregunto si esta nueva idea suya estará diseñada no solo para tener más influencia en el proyecto Inmortis, sino simplemente para tener un hijo o una hija. Es una pregunta que no le he hecho nunca a él ni a ningún otro de los científicos: ¿Querrían tener hijos? Todos los seres vivos sienten el impulso intrínseco de la procreación. Eso es una parte básica de la biología, y algo que la mayor parte de ellos ha sacrificado para trabajar aquí. Para cuando se retiren, será demasiado tarde para que puedan tenerlos.

Una vez más, me recuerdan lo mucho que han invertido en mí y en el proyecto Inmortis, y cuando pienso en que la otra noche estuve a punto de abandonar este lugar, me avergüenzo. Algo de pesar sí que siento, sin embargo. El dolor en los ojos de Eio cuando corría…

Pero ahora no puedo pensar en eso. Tengo que ser fuerte.

Hay un estrecho sendero que nos marca por dónde tenemos que ir, y en vez de acomodarme al paso tremendamente lento de los demás, me coloco delante. El resultado es que alcanzo la cañada unos cinco minutos antes que ellos. Después de subir una pequeña colina cuajada de frondosos helechos verdes y rojas heliconias, vuelvo a descender: me encuentro en la Cañada de Falk.

Por un momento, no puedo hacer otra cosa que mirar. El claro no es más grande que el patio de Little Cam, pero está inundado de orquídeas moradas, como una copa de vino teñido de violeta. Son más grandes y están formadas de modo más complejo que la mayoría de las especies de orquídea. Los pétalos tienen la punta de oro. Son bellas hasta un extremo indescriptible. La vista de la cañada, después de muchos años imaginándomela, me eleva un poco el espíritu. Antonio tiene que estar equivocado. Es imposible que tal belleza exista al lado de eso tan malvado que él imagina, consista en lo que consista.

De repente me pregunto si la flor catalizadora podría crecer también aquí, pero lo único que veo es la flor elísea.

Me recibe un guardia que se llama Dickson, uno de los hombres del tío Timothy. Me pregunta dónde están los otros, y cuando le digo que se las ven y se las desean para acarrear el equipo, gruñe, escupe sobre un helecho, y se va a ayudarlos, dejándome sola en la cañada.

Una lisa roca se levanta al borde del mar de flores. Me siento en ella y me inclino sobre la flor que tengo más cerca. Allí, en la pequeña copa que forman los pétalos, veo unos gramos del néctar inmortal, y pienso: «Es increíble lo conectadas que pueden estar la vida y la muerte en esta simple flor, separadas solo por la presencia del catalizador».

—¿Pia?

Me giro y veo un rostro enmarcado por frondas de helecho. Me pongo tensa, me pongo de pie, y aprieto los puños a ambos lados de mi cuerpo.

—¿Qué es lo que quieres?

Eio es casi invisible. Podría haber permanecido allí todo el día sin que nadie lo descubriera.

—Quería decirte que lo siento. No quería que te enfadaras.

—Eio, los científicos llegarán de un momento a otro. ¡Tienes que irte!

Niega con la cabeza, de ese modo tan terco y tan suyo.

—Todos te echarán de menos, sobre todo Ami. Pregunta por ti.

—Olvidaos de mí los dos, ¡y el tío Antonio también! Ahora estoy donde tengo que estar, haciendo lo que tengo que hacer. ¡Siendo quien realmente soy! ¿No lo comprendes?

—Comprendo que te enfadé, y lo siento. —Su rostro muestra el dolor, sus ojos son implorantes. Es difícil mantener mi determinación cuando Eio me mira de ese modo—. Castígame como quieras pero, por favor, no castigues a Ami. Ni a mi padre.

Miro al camino para asegurarme de que sigo sola. Pero sé que no tardarán en llegar, así que le pongo mala cara y señalo la selva.

—¡Vete, Eio! ¡Déjame en paz! ¡Te lo digo en serio! No quiero volver a ver Ai’oa, ni a ti ni a Ami ni a nadie más. Simplemente vete, ¿vale?

Parece como si le hubiera disparado con una flecha envenenada.

—Vine a entregarte un mensaje de mi padre. Me dijo que si quieres saber la verdad, la sabrás.

—¿En serio? —Lo miro con escepticismo—. ¿Me lo va a contar todo? ¿Me va a contar por qué se escaparon Alex y Marian, y por qué quiere que me vaya yo?

—Sí. No. Bueno, sí, te enterarás de todo eso, pero no es mi padre quien te lo va a contar.

Levanto las manos.

—¿Entonces, quién?

—Kapukiri.

Dejo caer las manos.

—¿Kapukiri? ¿Qué sabe Kapukiri?

—¿Vas a venir? ¿Esta noche?

—Yo… —Recuerdo mi rabia, y a tío Antonio llamándome monstruo, y decido que no cederé tan fácilmente—. No lo sé. Creo que no.

De pronto oigo voces. Los demás llegan por la colina. Ya les veo la parte superior de la cabeza.

—¡Eio! ¡Vete, Eio!

Parece que está a punto de decir algo más, pero cierra la boca y desaparece en la selva. Me vuelvo justo para ver al tío Paolo bajando a la cañada, y espero que no pueda ver el rubor de mis mejillas, ni las hojas que tiemblan donde se encontraba Eio. Sin embargo, el tío Paolo tiene los ojos puestos en la flor elísea, no en mí, y yo respiro despacio e intento que se me calme el corazón.

«O sea que el tío Antonio quiere decirme la verdad… toda la verdad». ¿Iré? No lo sé. Realmente no lo sé. Tal vez sea un truco, y tal vez el tío Antonio quiera obligarme a marcharme, por la fuerza, ya que no me quiero ir por propia voluntad. O tal vez sea esta mi ocasión de averiguar de qué van todos esos misterios. Pero ¿me lo va a contar Kapukiri? Finalmente llegan los demás. Enseguida empiezan a sacar cámaras y cuadernos, caminando con cuidado por las flores mientras documentan hasta la última manchita de cada pétalo.

—Bueno —dice el tío Paolo—, ¿qué piensas tú, Pia?

—Que es hermoso. Más de lo que se puede explicar.

Asiente con la cabeza, completamente de acuerdo.

—¡Y pensar, Pia, que son las únicas flores de esta clase que existen en todo el mundo…!

—¿Puedo hacerlo? —pregunto con vacilación—. ¿Puedo recoger yo el néctar?

El tío Paolo me mira, pensativo.

—Sí… creo que es una buena idea.

Haciendo todo lo que puedo por ser una científica tan serena y eficiente como el tío Paolo, cojo el pequeño vial que me ofrece y sigo cuidadosamente sus instrucciones. Mi madre, que tiene una cámara en las manos, registra cada instante del proceso.

—Ahora —dice el tío Paolo—, coge una flor. Vale cualquiera. Bien. Pon el vial bajo el pétalo inferior, y simplemente vuelca la flor. Excelente, Pia. Bien hecho.

Le entrego el vial, lleno hasta la mitad del brillante y claro líquido, al tío Paolo. Él le pone el tapón y se lo guarda con cuidado en el bolsillo del chaleco.

—¿Solo un vial?

—Es cuanto necesitamos hoy.

Al equipo le cuesta otros treinta minutos volver a guardar los bártulos, la mitad de los cuales ni siquiera han salido de su bolsa.

Me da pena cuando perdemos de vista la Cañada de Falk. Es el tipo de lugar del que uno sabe que nunca podrá encontrar otro igual. Un lugar al que el recuerdo no puede hacer plena justicia, un lugar tan raro y hermoso que parece sagrado.

En el camino de vuelta, me descubro saliendo de la oscura nube que el tío Antonio puso sobre mi cabeza. Tal vez las cosas no sean tan malas. Miro alrededor a mi equipo y veo sonrisas, camaradería, esperanza. No son monstruos. Son mis colegas y mentores. Mis amigos. Hasta mi madre… está sentada al lado del tío Paolo, riéndose por algo que él le ha dicho, y le ha puesto la mano en la rodilla. Mi madre mató a Achís, sí, es verdad, pero lo hizo para salvar a la persona más importante que hay en su vida. Tal vez yo pueda aprender a aceptarlo.

Cada vez me siento más segura de que he hecho lo correcto regresando a Little Cam. Este es mi sitio, y si hay secretos que se me ocultan, no pueden ser tan malos como piensa el tío Antonio.

Medito sobre la invitación de Eio a ir esta noche a Ai’oa para enterarme de la verdad. Es tentadora, pero creo que no iré. Al fin y al cabo, ahora soy una científica, y el tío Paolo no tardará en contarme todos los secretos de Inmortis, incluyendo la naturaleza de ese misterioso catalizador. Pese a las dudas que pueda albergar el tío Antonio, yo soy una más de ellos, así que debería empezar a comportarme como lo hacen ellos. Dejaremos que sea el tío Paolo el que me cuente la verdad.

Cuando atravesamos las cancelas de Little Cam, casi me siento feliz. La noche pasada tomé mi decisión, y a ella me atendré.

Hoy es el primer día de la eternidad.

En la cena, me siento con el tío Sergei y el tío Jakob, que hacen en la mesa un tablero de ajedrez con los espaguetis, y emplean aceitunas y rodajas de salchichón como piezas. Resulta muy divertido, pero me cuesta reírme. Por encima del hombro del tío Sergei, veo al tío Antonio. Cada vez que levanto la mirada lo veo mirándome de frente. Sé que se pregunta si Eio me habrá comunicado su mensaje.

Más tarde, esa misma noche, cuando intento ir a darme un baño, encuentro que el tío Antonio me está esperando. Está sentado al borde de la piscina con los pies en el agua. No hay nadie más aquí. Sé que no puedo seguir evitándolo.

—¿Habló contigo? —pregunta mientras yo me meto en el agua. Me zambullo hasta el fondo de la piscina y me siento allí durante casi un minuto antes de volver a salir a la superficie, donde me seco los ojos y asiento con la cabeza.

—¿Y…? ¿De acuerdo…?

—No voy a ir. —Me pongo a hacer el muerto, deseando que él simplemente se dé por vencido y se vaya.

—Ven aquí, Pia.

—No.

—¡Ven aquí!

Irritada, a regañadientes, me acerco a él lentamente. Cuando me encuentro lo bastante próxima, me agarra por la muñeca y me sujeta, para evitar que vuelva a desaparecer bajo el agua.

—¡Tío Antonio!

Intento soltarme, pero él me agarra fuerte.

—¿Alguna vez te ha contado alguien, Pia, lo que les ocurrió a tus abuelos, mis padres?

—Se fueron de Little Cam —respondo enfadada—, para empezar una nueva vida en el mundo exterior.

Niega con la cabeza.

—Mentiras. Nunca salieron de Little Cam. No tuvieron la oportunidad, porque después del «Accidente» de Alex y Marian, los encerraron en Laboratorios B, donde… —Respira varias veces, como si intentara reprimir un acceso de emoción. Los ojos le arden—: … Donde murieron.

—¿Murieron? —susurro—. ¿Cómo?

—Por aquel entonces, Sato era el que mandaba aquí. Tenía menos paciencia que Paolo y quería encontrar un medio de saltarse las cinco generaciones de espera para que naciera un inmortal. Quería la inmortalidad para sí mismo, así que… —El tío Antonio cierra los ojos, y el pecho se le infla al respirar. Cuando vuelve a abrirlos, la rabia ha pasado y ha sido reemplazada por la pena—. Los usó para probar diversas variantes de Inmortis. Murieron con días de diferencia, y sus cuerpos…

—Calla… —le digo en un susurro, porque parece demasiado alterado. Y porque no quiero oírlo.

Pero él no se apiada de mí.

—Sus cuerpos los tiraron en la selva para que se descompusieran, después de lo que Sato hizo con ellos.

—Pero mi madre…

—Tu madre sabe la verdad, Pia, pero hace mucho que se convirtió en una de ellos. Dios sabe por qué. Tal vez por miedo de que a ella pudiera sucederle lo mismo. Y además está Paolo, claro. —Mueve la cabeza hacia los lados en señal de negación—. Se enamoró de él en cuanto llegó, hace mucho de eso. Ella solo tenía quince años o algo así cuando vino él, pero en cuanto ella lo vio, empezó a pertenecerle. Completamente. Y desde ese momento ha odiado a tu pobre padre. Paolo era todo lo que Will no era, y a ella le dio rabia que la hubieran emparejado con él. Aunque hubiera hecho mejor eligiendo a Will. Es mejor persona que Paolo, lo que pasa es que no deja que nadie se percate.

El agua parece treinta grados más fría, pero no es la temperatura lo que me provoca la carne de gallina en los brazos. «No, por favor, no». Tenía razón. Es más terrible de lo que suponía. Pienso en los cuartos de Laboratorios B, las manchas que había en el suelo y las paredes… manchas de sangre. Los arañazos hechos por las uñas de mis propios abuelos, enloquecidos, tal vez, por el dolor o la claustrofobia. ¿Cuánto tiempo sobrevivirían en aquellas oscuras celdas antes de que los experimentos de Sato les costaran la vida? Cuando al fin murieron, ¿sería un alivio para ellos?

¿Cómo puede mi madre vivir con eso, sabiendo lo que sucedió? ¿Y mi padre? Es tan callado y tímido… tal vez sea por eso. Siempre parece estar escondiéndose de algo, y nunca he sabido de qué.

Pero ni siquiera estas terribles verdades (aunque quisiera, no puedo dudar de que se trata de verdades, pues ninguna mentira podría producir semejante angustia en el rostro del tío Antonio) son lo peor de todo. El tío Antonio aún no me ha dado una respuesta a lo que más me intriga de todo. Lo que pasa es que, después de lo que acaba de decirme, ya no estoy tan segura de que quiera oírla.

—¿Por qué se escaparon Alex y Marian, tío Antonio?

—Ven conmigo a Ai’oa, Pia, y lo sabrás. Te juro que no volveré a pedirte nada. Ven conmigo esta única vez, y si no cambias de parecer, sabré que realmente eres una de ellos. Te entregaré yo mismo tu bata de laboratorio.

Sus palabras suenan duras y cortadas, pero sus ojos me imploran de modo casi desesperado.

—Si no lo haces por mí —prosigue—, hazlo por Eio. La última vez. Tengo entendido que él arriesgó la vida para salvar la tuya. Se lo debes.

Diciendo esto, se pone en pie y se calza las sandalias, dejándome libre para zambullirme en el agua una vez más. Pero no lo hago. Lo observo mientras se va, y nuestros ojos se encuentran cuando se detiene en la puerta y se vuelve.

—Te estaré esperando en el túnel, a medianoche. —La tristeza que hay en sus ojos es lo bastante honda para ahogarse en ella—. Es demasiado tarde para Alex y Marian, Pia. Demasiado tarde para mí y para tu madre y para tus abuelos. Pero no es demasiado tarde para ti, aunque el tiempo se te está acabando.

Se va, y sus sandalias húmedas hacen un ruido de succión en las baldosas. Yo hago el muerto, deslizándome hacia el centro de la piscina, pensando en la foto que mi madre me mostró el día de mi cumpleaños y en la figura borrosa que era mi abuelo.

El pasado parece flotar a mi alrededor manchando el agua de negro, intentando arrastrarme hacia abajo y ahogarme. La piscina ya no me reconforta. Cuando miro hacia arriba, a los paneles de cristal del techo, veo rostros borrosos de gente que no he conocido. Personas cuya sangre corre por mis venas, y que sufrieron una muerte terrible. Ahora los tengo congelados en mi recuerdo, y nada podrá borrarlos.