No sé si echarme a reír o echar a correr. Observo a Eio, y veo que me mira a mí tan fijamente como el tío Antonio. Es obvio lo que le parece la idea. Hoy mismo, él me ha dicho algo muy parecido.
—¿Lo dices… lo dices en serio? —pregunto.
—Totalmente en serio —responde el tío Antonio.
—¿Dejar Little Cam? ¿Así, simplemente? —Chasqueo los dedos—. ¿Lo dices en serio? ¿Qué demonios…?
—Pia, es necesario que comprendas algo —me interrumpe el tío Antonio—. Esto no es ningún capricho. Llevo tiempo queriendo decírtelo.
—¿… Que debería irme? —pregunto casi sin voz. Siento algo en el estómago que pudieran ser nervios, o miedo, o rabia, o tal vez las tres cosas. Él asiente con la cabeza.
—No creí que el momento llegaría tan pronto. Quería que te hicieras mayor, más experimentada. Pero aquí lo tenemos: tú, Eio, yo… Solos en la selva, y en el momento propicio. Eio, ¿recuerdas el viaje al que te envié? ¿El que creíste que era una tontería?
—El viaje a la ciudad. —Eio abre los ojos completamente—. Quieres decir…
—Sí, eso quiero decir. —El tío Antonio se vuelve hacia mí—. Eio te llevará, Pia. Él conoce el camino, eso ya lo ha demostrado. Te llevará a Manaos, y después de eso… —Cierra los ojos y se frota la frente—. ¡Hay tantos detalles que aún no he planeado! Pero vosotros sois inteligentes…
—Tío Antonio… —comienzo, pero él no se detiene.
—Y averiguaréis algo. De momento llegad a Manaos. No podéis quedaros mucho tiempo, porque al final buscarán por allí. Tenéis que huir, Pia, huir lejos. Encontrar algún lugar seguro…
—Tío Antonio…
—Me pregunto si debería haberle hablado de esto a Harriet. Tal vez ella hubiera podido ayudar… Tengo que decir… Me imaginaba que yo sería el que te ayudaría a salir, quien te presentaría a Eio. Y durante todo este tiempo, vosotros dos habéis…
—Tío Antonio, yo no me voy a ir de Little Cam. —Me pongo en pie, con los hombros alzados y los puños apretados. Al final, él deja de hablar y me mira, mientras yo prosigo—. ¿Por qué dices todo esto? ¿De verdad esperas que lo abandone todo? ¿Mi hogar, mi familia…?
—¡Pia! —Parece sorprendido por mi respuesta—. Pensé que tú lo comprendías. Has visto las celdas de Laboratorios B. Estás al tanto de las terribles pruebas que tiene que superar todo el mundo. Y los secretos, las mentiras… lo que tú pensabas…
—Sí, sé todas esas cosas —respondo—. Y, vale, lo admito: me han sorprendido. Pero ¿me estás diciendo que esos son los motivos por los que se mataron Alex y Marian? ¿Qué preferían morir a…? ¿A qué? ¿A que les mintieran?
—No. —Ahora tiene la espalda rígida. Eio observa con ojos mudos, ardientes, y los brazos cruzados por delante del pecho desnudo. El tío Antonio aprieta el puño contra la otra mano y lo retuerce repetidas veces, como si quisiera pegarle a alguien pero no supiera a quién—. Eso también tuvo que ver, pero no fue el motivo.
—Entonces ¿cuál fue? ¿Quieres que abandone todo lo que he conocido, pero no me dices por qué? —Cojo el libro de Shakespeare con una mano, y le doy palmadas con la otra—: «La ignorancia es la maldición de Dios; y el conocimiento son las alas con que volamos al cielo». ¿No es así la cosa? ¡Yo no puedo volar si lo ignoro todo, tío Antonio!
Los ojos se le saltan de las órbitas.
—Yo… no puedo… No comprendes, Pia. Si tú supieras, tú… No puedo hacerte eso… ¡Tienes que saber que de Little Cam no puede venir nada bueno! ¿No lo notas?
Mi propia voz me asusta cuando replico:
—Yo vengo de Little Cam. ¿En qué me convierte eso?
El tío Antonio exhala un intenso suspiro:
—No es eso lo que quiero decir. Desde luego, tú eres la única cosa buena que ha salido de ese sitio. Pero, Pia… ¡ah! Tal vez tendría que decírtelo, tal vez no haya más remedio.
—¡Entonces dilo! ¿Por qué no lo puedes decir? —le ruego, sintiendo las lágrimas que me queman los ojos—. ¿Por qué escaparon, tío Antonio? ¿Qué esconde el tío Paolo? ¿Qué tiene Little Cam tan terrible que ni siquiera te atreves a contármelo?
—Pia… —empieza Eio, pero el tío Antonio lo interrumpe.
—Cada vez que sales aquí, acaricias la idea de irte para siempre, ¿no? Yo sí.
—Entonces, ¿por qué no lo has hecho? —le reto.
—¡Por esto! —Se levanta la manga de la camisa, da vuelta al brazo. Hay una pequeña cicatriz en su antebrazo que yo no había visto hasta ese momento—. Hicieron algo más que encerrarme cuando intenté escapar, Pia. Me metieron un chip de seguimiento bajo la piel, escondiéndolo tan adentro, bajo venas y arterias, que si tratara de arrancármelo moriría en el intento. Si desapareciera alguna vez, ellos lo activarían y me darían caza en cuestión de horas. Por eso solo puedo visitar a Eio de noche, cuando piensan que estoy durmiendo. Por eso no puedo escaparme. ¡Por eso tengo que mandar a mi único hijo para que sea tu guía, y perder para siempre la única cosa, aparte de ti, que cuenta en mi vida! Pia, hay algo muy malvado en Little Cam. La verdad te destrozaría si yo te la contara. No puedo hacerte eso, no lo haré. Tienes que confiar en mí. ¿Haría yo todo esto, renunciaría a Eio por ti, basándome en simples especulaciones? Yo sé qué es lo que realmente sucede detrás de esas puertas de los laboratorios. Lo he visto por mí mismo. Después de que tú nacieras, la cosa paró por un tiempo. Pero ahora están empezando otra vez, metiendo nuevos sujetos, comenzando el proceso entero desde cero. No puedes estar aquí por eso, Pia. Tú no eres quien ellos piensan que eres, no eres una de ellos. No puedes hacer las cosas que te piden.
Temblando, parpadeando para que caigan las lágrimas que me mojan las pestañas, lo miro. Es como si me hubiera leído la mente durante los últimos días y sacara a la luz todas mis dudas.
—¡Déjalo ya, padre! ¿No ves cómo la estás alterando? —Eio se me arrima e intenta cogerme la mano, pero yo niego con la cabeza.
—¿Qué es lo que estás diciendo, tío Antonio?
—Tú no eres su pequeña y perfecta científica, Pia. Han hecho todo lo que han podido por moldearte a su imagen, pero tú te estás liberando. ¿Por qué si no te escapas a Ai’oa? ¿Por qué no has matado aún a ese gatito? No puedes estar en los dos lados. No puedes quedarte con Ai’oa y con Little Cam. Lo has visto, ¿no? Yo lo sé, porque yo lo he sentido casi toda mi vida. Intentas que haya un equilibrio entre los dos, pero antes o después, caes. O terminas como yo, sin pertenecer a ningún lado.
Me río. No lo puedo evitar. Es como si él y Eio lo hubieran planeado todo: aquella tarde bajo la ceiba, el sermón airado del tío Paolo, y ahora esto.
—¿Qué tiene de divertido, Pia? —pregunta Eio.
—Nada. Absolutamente nada. —¿No se da cuenta lo parecidas que resultan las palabras de tío Antonio a las que él mismo me ha dicho este mismo día?—. En cualquier caso, si tienes metido un chip de seguimiento, tío Antonio, entonces yo también lo tendré. No podría ir a ningún lado.
—No, Pia. Tú no lo tienes. Intentaron implantarte uno cuando naciste, pero… piel irrompible, ¿recuerdas? Quisieron fijarte uno en el tobillo, pero yo les convencí de que no era necesario. Les dije que siempre y cuando no conocieras el mundo exterior, no tendrías ningún deseo de verlo, y te quedarías bien a salvo dentro de tus paredes de cristal. Porque yo sabía que llegaría el día en que tendrías que escaparte. Hace años que lo sé. Pero si te atrapan, no dudarán en usar un monitor de tobillo, y entonces te encontrarás completamente atrapada.
¡No! ¡No puede ser! Conozco a esas personas. Son mi familia. Ellos me crearon. Podría creerlo de Victoria Strauss, pero no del tío Paolo. No de mi equipo de Inmortis.
Pero si él tuviera razón… Cierro los ojos y me imagino bajando por el río, metiéndome en un bote con Eio y remando hacia aquellos distintos lugares que figuran en el mapa de la tía Harriet. El corazón me late un poco más aprisa al pensar en ello. Es posible, podríamos hacerlo… Bastaría con irse y abandonarlo todo para siempre.
¿Abandonar qué? O sea que el tío Paolo me mintió sobre el fuego de Laboratorios B. ¿Iba a hacer eso sin tener un buen motivo? El tío Paolo es la persona más razonable que conozco.
Y si me voy, los someto al castigo de Corpus. Recuerdo las palabras de Strauss como si ella me las susurrara en el oído en este momento: «Se me ocurren al menos veinte científicos que serían capaces de matar por obtener su puesto. Su puesto y los puestos de todo el equipo». ¿Quién sabe qué les sucederá si me marcho? ¿Podría vivir una eternidad con esa culpa? No. No puedo hacerles eso.
Me siento como la balanza del laboratorio del tío Sergei, y cada nueva idea que me pasa por la cabeza añade un peso en alguno de los platillos. La balanza se inclina tan pronto de un lado como del otro, pero no logro encontrar el punto de equilibrio.
—No sé cómo puedo creerte, tío Antonio —le digo con tristeza—. Si hay algún terrible secreto que no conozco sobre Little Cam, entonces deberías contármelo.
—No puedo hacerlo, Pia —dice en voz baja—. Tú lo sabes. Pero estás negando lo que sabes que es verdad.
—¡No estoy negando nada porque ni siquiera sé qué es lo que tendría que negar! ¡No me lo vas a decir!
Se queda callado, y sus ojos son una mezcla de frustración y pena. Lo envidio: solo tiene dentro de él dos emociones que luchan entre sí. Yo tengo docenas, según parece, aunque la rabia está venciendo a todas las demás.
—No voy a dejar Little Cam —le digo—. Me he pasado la vida soñando con tener a alguien como yo. Alguien que sepa lo que es vivir para siempre, y que sepa qué es no poder recibir una herida. Alguien que… —Tengo que hacer un esfuerzo para no mirar a Eio—. … Que permanezca conmigo siempre, que no envejezca nunca ni muera ni me deje sola mientras yo permanezco eternamente joven. —Levanto las manos, como implorándole que me entienda—. Tienes razón, yo no soy de ellos. Ni de Little Cam ni de Ai’oa. Estoy completamente sola, tío Antonio. Siempre lo he estado. Y si abandono Little Cam, abandonaré para siempre la posibilidad de ser una entre iguales. Estaré sola para siempre —susurro.
—¡No tienes por qué estar sola, Pia! —tercia Eio—. ¿Por qué no quieres verlo? Yo estoy aquí.
—¿Sí…? ¿Por cuánto tiempo? ¿Por cuánto tiempo, Eio? Yo no puedo… No puedo tenerte para perderte después. No puedo hacerlo. —Miro de nuevo al tío Antonio—. El único sitio que tendré para siempre será entre los míos. Y todavía no existen. Ese es mi sueño, tío Antonio. Es mi destino.
—Esas son palabras de Paolo —responde él con frialdad—. No tuyas.
—El tío Paolo me ha hecho lo que soy.
—Está haciendo un monstruo de ti.
Con esto es bastante. Casi oigo el chasquido de algo que se cierra en mi cabeza.
—No pienso seguir aquí escuchando estas cosas. Esto es… es demencial. Estás loco. Me voy.
Me vuelvo hacia la ventana, pero entonces recuerdo que hay una puerta y me encamino hacia ella.
—¡Pia! —Su voz me detiene justo cuando mi mano toca la endeble madera—. Si supieras la verdad, ¿pensarías de otro modo?
Abro la puerta y respondo sin darme la vuelta:
—¿Cómo voy a saberlo cuando no sé cuál es la verdad?
La selva parece más oscura que antes. Salgo casi a ciegas, tropezando en las piedras y casi chocándome con los árboles, de tan alterada como estoy. Oigo a Eio detrás de mí, corriendo para darme alcance, pero no le hago caso. Solo cuando me adelanta y se me coloca enfrente y se niega a dejarme pasar, me veo obligada a pararme. Eio me coge la mano suavemente.
—Ven, Pia.
—No, yo…
—Ven, Pia.
—¿Dónde vamos?
—Ven.
Cedo a lo que me pide, sabiendo que es inútil resistirse. Ya vi su terquedad cuando se oponía al tío Antonio. ¡El padre de Eio! Esa revelación en particular es algo que aún no he asimilado como es debido. ¿Cómo ha podido ocultarte de mí todo este tiempo? O tal vez la pregunta que debería formular es: ¿Tiene razón el tío Antonio? Sus palabras me aterran. Hay algo muy malvado en Little Cam. Pero nadie me lo muestra. Veo sombras, oigo susurros, pero nada claro. ¡Me decís que huya, pero no me decís por qué! No comprendo por qué él piensa que decirme simplemente que hay algo muy malvado en Little Cam, sin decirme qué es esa cosa tan malvada, me convencerá para que deje todo lo que conozco. Si no me puede decir la verdad, tal vez es que no existe.
Sé honesta contigo misma, Pia. Tú sabes que sí existe. Pese a lo cálida que resulta la mano de Eio cogiéndome la mía, siento un escalofrío. Sabes que es verdad, has visto las celdas. Has visto la mirada de Paolo. Hay algo en sus ojos, algo de lo que nadie hablará…
Niego con la cabeza, intentando aclarar los pensamientos que la nublan. ¡Yo veía las cosas con tanta claridad antes de que empezara todo esto! Antes de que la tía Harriet viniera con su salvaje pelo rojo y sus fuertes ideas. Antes del agujero en la valla y del chico del otro lado de ella, y de su frustrante padre. Veía las cosas como una científica. Todo era o blanco o negro. Razón y caos. Progreso y retroceso.
¿Dónde estoy ahora? ¿Progresando o retrocediendo? ¿Es esto la razón, encontrarse aquí en la selva de noche, cogiendo la mano de un chico salvaje con rayas en la cara? Seguramente no. Lo que está claro es que mi vida se vuelve inexorablemente más caótica a cada día que pasa.
—Aquí —dice Eio, haciendo a un lado una espesa cortina de lianas.
Detrás se encuentra la poza, cuyas aguas tranquilas rielan a la pálida luz de la luna. Esta noche debe de haber luna llena. No puedo verla, pero solo la luz de la luna llena consigue alcanzar alguna vez el suelo del bosque. La cascada parece plata que fluye con un ruido suave y tranquilizador.
—Espera aquí —me dice.
—¿Qué…?
—Solo espera.
Cierro la boca y me siento junto a la poza, sobre un tronco cubierto de musgo.
Camina por la orilla y salta en una zambullida superficial, para nadar justo por debajo de la superficie, como una nutria. A su alrededor, el agua tiene destellos azules. La poza debe de estar cuajada de algún tipo de alga bioluminiscente, tal vez la Pyrocystis fusiformis, que brilla al moverse. Me quedo sin respiración, sobrecogida con la fantasmal belleza de la escena. Solo había visto este fenómeno en el microscopio del laboratorio. Pero aquí fuera, bajo la luna de la selva, la pálida luz azul resulta cien veces más cautivadora. Eio nada en la luz, y su cuerpo es una sombra oscura que se desplaza rauda pero tranquilamente hacia la cascada.
Hace pie en una de las rocas que hay bajo la cascada y se pone derecho. Su cuerpo divide la cortina de agua, que rebota en sus hombros y brilla como cuentas de plata al sacudirse el pelo. Tengo la boca ligeramente abierta, y comprendo que llevo más de un minuto sin respirar. ¿Por qué estamos otra vez aquí? ¿Se supone que estoy enfadada? Pero no recuerdo por qué. No importa. Nada importa. Mi cabeza se vacía de todo pensamiento para hacer sitio a la hermosa imagen de Eio, que está de pie en aquella poza brillante mientras la selva le unge los hombros con su agua fragante.
Eio empieza a trepar por las resbaladizas rocas hasta aferrarse a la parte de arriba de la cascada, que se separa en dos torrentes de plata, uno a cada lado de él, que vuelven a unirse justo debajo de sus caderas. El agua le tira de los pantalones, amenazando con quitárselos. Trago saliva, con esfuerzo. Y no pestañeo.
Mis ojos apenas ven lo que hacen sus manos, de tan fijos como están en el modo en que sus músculos traseros se tensan bajo la piel, iluminada por la suave luz azul de la poza que brilla a sus pies. Entonces se vuelve, y yo me doy cuenta de que ha cogido una pasionaria de una gruesa liana que cuelga sobre la parte superior de la cascada. Con cuidado, Eio desciende y vuelve a meterse en el agua, que resplandece ante él. Mantiene la flor por encima de la superficie y atraviesa la poza luminiscente en dirección a mí. Entonces se me presenta delante, emergiendo del agua como un ser mitológico, como algún fabuloso dios ai’oa, retirándose del rostro los cabellos mojados y alisándoselos con la mano. El pecho y los hombros le brillan de agua y luz de luna. Detrás de él, un tembloroso rastro de luz azul marca el camino que ha recorrido por el agua. Los pantalones empapados le cuelgan en las caderas, un poco más abajo de lo normal, tentando mi imaginación. Me ofrece la flor, y yo la tomo con dedos temblorosos.
Oigo un «gracias» suave, ahogado, y comprendo que ha salido de mis propios labios.
Sonríe de lado con una sonrisa leve, y creo que se da cuenta de que me ha dejado sin palabras. Sospecho que ir a buscar la pasionaria para mí era solo parte de su objetivo al atravesar la brillante poza.
—De nada —dice al sentarse a mi lado. Está tan cerca de mí que el agua del cabello me gotea en el hombro. No me la seco. Me observa, mientras hago girar lentamente la flor entre los dedos, como esperando a ver si la flor me alegra.
—Es hermosa —le digo.
—¿Más hermosa que tu flor elísea?
Comprendo que la pregunta no versa solo de flores. Las usa para probar el equilibrio del que depende todo entre nosotros: ¿La selva o Little Cam? ¿Eio o Míster Perfecto? ¿Amor… o eternidad?
—Eio, yo… no lo sé —le confieso.
Sus labios se tensan y él baja la mirada a sus manos. Me siento fatal, manteniéndolo a la distancia de un brazo, pero sin soltarlo. No quiero darle falsas esperanzas, pero tampoco quiero perderlo. Mis dedos juegan, ausentes, con los pétalos de la pasionaria, mientras los pensamientos contienden en mi cabeza.
La noche está cuajada de gorjeantes pájaros nocturnos y del esporádico aullido de algún mono. Recuerdo que fue la selva nocturna lo primero que me enamoró, cuando pasé la valla por primera vez. Veo que sigue igual: la oscuridad es como una manta, y la fina luz de luna no invade como el sol. Me deja permanecer callada, y guardarme mis secretos para mí.
—Él te quiere —dice Eio al cabo de un momento, tan suave como la brisa—. Si no te quisiera, no se preocuparía tanto por ti.
Escudriño su cara.
—¿Tú crees que deberíamos escapar?
Eio frunce el ceño y se vuelve a pasar la mano por los cabellos.
—No lo sé, Pia. Yo no sé qué es lo que pasa dentro de vuestra valla. No soy parte de ese mundo.
Hay una mirada en sus ojos, una especie de evasiva, que me empuja a preguntar:
—¿Crees que tiene razón, que hay algo muy malvado en Little Cam? ¿Algo tan malvado que me destrozaría si lo conociera?
Eio espera un largo momento antes de decir:
—Pienso que si él quiere que huyas, debería decirte por qué. En eso tienes razón. Pero quizá deberías confiar más en él. Podría tener más razón de lo que piensas.
Eso es justamente lo que me aterra. Los ojos de Eio siguen evitando los míos.
—¿Qué es lo que sabes tú, Eio? ¿Te ha dicho algo que no me quiera decir a mí?
Sin apartar la vista de sus manos, me responde:
—No me ha dicho nada.
—Siempre ha sido mi tío favorito, ya sabes. Nunca me llama perfecta.
—Entonces se equivoca —dice Eio.
Escudriño su rostro a través de las pinturas, que permanecen intactas pese a su baño nocturno.
—Cuanto más te oigo, más me suenas como uno de nosotros.
—¿Nosotros?
—Ya sabes, los científicos. Los littlecambridgenses o como nos quieras llamar.
Incluso en la oscuridad, veo cómo frunce el ceño.
—Yo… me siento menos ai’oa que antes. Desde que te conozco, por lo menos. —Me coge la mano y frota el pulgar contra mi palma—: Tú me has cambiado, Ave Pia.
«Tú también me has cambiado a mí».
—¿Cómo?
—Bueno, me siento fatal casi todo el tiempo.
—¡Vaya! —Le suelto la mano.
—Casi todo el tiempo. O sea, cuando tú no estás aquí. No consigo dormir por la noche, porque no puedo dejar de pensar en ti. Lo que te dije hoy lo dije en serio: tú eres mi py’a, mi corazón. —Vuelve a cogerme la mano.
—Tú… ¿realmente sientes eso por mí? —pregunto, con la boca seca y el corazón palpitante. Tiene los ojos serios cuando encuentra los míos.
—Desde el momento en que te chocaste conmigo, me apuntaste a los ojos con aquella maldita linterna y me lanzaste a tu jaguar. Yo me enfadé, pero sobre todo porque estaba aterrado.
—¿De verdad soy tan aterradora?
—Tu belleza lo es —susurra.
Entiendo lo que quiere decir, porque yo siento el mismo terror cuando lo miro a él. Es como si algo me tirara del corazón cada vez que me mira, cada vez que me coge la mano y me acerca a él. Mi memoria es perfecta, y sin embargo no recuerdo cómo eran las cosas antes de conocer a Eio. Apenas hace una semana que lo vi por primera vez, y sin embargo siento como si siempre hubiéramos estado los dos. Es una sensación muy extraña. En mis pensamientos todo está siempre claro y nítido, definido por números y fórmulas. Pero con Eio, mi mente parece una de las acuarelas del tío Smithy: los bordes se emborronan y los números se mezclan y confunden hasta que solo queda una especie de asombro. Asombro por lo profunda y rápidamente que me he enamorado de este muchacho de la selva. Asombro por el modo en que él ha hecho saltar todo mi mundo en un millón de pedazos, para después volver a juntar todas las piezas de un modo diferente, creando un mundo completamente nuevo, y una Pia enteramente nueva también, que no existía antes. Las cosas que eran importantes han caído a los pies de ideas y sueños nuevos… y eso me aterroriza.
—Podríamos irnos, Pia. Podríamos dejar este lugar. Little Cam y también Ai’oa. No me importa. Hay barcas cerca de aquí. Te llevaré lejos. —Toca delicadamente con un dedo el pájaro de piedra que tengo colgado del cuello, y a mí casi se me corta la respiración—. Podemos ser solo tú y yo… Yo sería feliz, ¿tú no?
«¿Yo no?». En el interior de mi cabeza, Pia la Salvaje se alza, levanta la mano y grita: «¡Sí, sí, sí! ¡Vete con él, Pia!». Es fuerte y persuasiva, y yo flaqueo.
Su rostro está muy cerca del mío. Distingo cada detalle: el arco de las cejas sobre los ojos azules, muy azules, ese hoyuelo bajo la boca, la línea recta de la mandíbula, tan firme y pertinaz como la del tío Antonio.
—Eio…
—¿Sientes lo mismo, Pia? ¿Con respecto a mí?
—Yo… —¿Puedo? ¿Puedo? ¿Me atrevo? Cuando miro a Eio, veo más que un muchacho, por muy apuesto y valiente que pueda ser. Veo Ai’oa con todos sus habitantes, y veo a Ami, riendo y charlando, y al tío Antonio, y hasta a la tía Harriet. Y la selva. Siempre la selva profunda, misteriosa, hermosa e irresistible. Un lugar en el que podría perderme para siempre.
De repente Eio gruñe entre dientes y agita una mano en el aire. Donde el agua acaricia el tronco que está a su lado, crece uno de los enormes lirios acuáticos que tanto fascinan a los botánicos de Little Cam. Victoria amazónica, el nombre me viene sin pensar. La parte inferior está cubierta de espinas pequeñas y afiladas, y con una de ellas se corta Eio.
Levanta un dedo brillante de sangre. Lo miro, paralizada.
—¡Estás sangrando!
Encogiéndose de hombros, mira más de cerca para ver lo profunda que es la herida. Lo único que veo es la sangre, que se derrama por su frágil piel, oscuro carmesí.
«No, no, no, no, no…».
—¡No! —digo, poniéndome en pie de un salto y dejando caer la pasionaria al suelo—. No, Eio. Yo… yo… no puedo. No puedo, ¿lo ves?
Me mira con ojos como platos.
—¿Qué quieres decir?
—Eio, yo soy inmortal. ¿No te das cuenta de lo que significa eso? Viviré eternamente. ¡No voy a morir nunca! Voy a vivir y vivir, y tú vas a… a… —me ahogo intentando pronunciar la palabra—. Yo tengo un sueño, Eio, el sueño de lograr mi propia raza, una raza de inmortales, y mi sitio estará entre ellos. No en Little Cam, y tampoco en Ai’oa, sino en mi propio lugar, con mis semejantes. Yo… lo siento, pero tú… Simplemente no puedo. El tío Antonio tiene razón. No puedo andar haciendo equilibrios entre esto y lo otro. Me sobrepasa.
«El amor debilita a uno. Lo distrae de las cosas importantes. Puede hacerle perder de vista el objetivo».
Sus ojos se llenan de dolor y confusión. Levanta una mano hacia mí, pero es la mano de la herida, y sigue habiendo sangre…
Y echo a correr.