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Veinticuatro

Vuelvo a entrar en Little Cam usando el mismo método que para salir. Esta vez, sin embargo, mi concentración está tan alterada que no me doy la prisa suficiente. La electricidad me quema la mano. Grito y caigo al suelo con torpeza. No sufro heridas, pero cinco mil voltios de electricidad y cuatro metros y medio de caída no son lo que se dice un placer, ni siquiera para mí. Me lamento y me quedo allí tendida un momento, sin fuerzas para levantarme. Siento un hormigueo en la mano, pero al menos el dolor me despeja parte del pánico que, por cortesía de Eio, me bullía en la cabeza.

Iba a besarme. ¡A besarme! Un segundo más, y nuestros labios… Respiro rápido, superficialmente, no por agotamiento sino porque estoy sobrecogida. Saco del bolsillo el pájaro tallado que él me dio, y lo contemplo. ¿Hubiera hecho bien en dejarle que lo hiciera? Yo lo deseaba, eso seguro. En aquel momento, cuando él estaba tan cerca, tan cálido y vibrante, yo no quería otra cosa que sentir sus labios en los míos. Pero ahora, rodeada por mi familiar Little Cam, me pregunto si realmente le habría dejado. La perspectiva me emociona y al mismo tiempo me alarma.

Iba a besarme.

Oigo pasos y me apresuro a ponerme en pie, volviendo a meterme el pájaro en el bolsillo. El tío Timothy aparece doblando la esquina del edificio de mantenimiento con un rifle automático colgado al hombro. Cuando me ve, mueve la cabeza hacia los lados y lanza un suspiro.

—¿Qué andas tramando tú, eh?

—Lo siento. Estaba dando un paseo y me acerqué demasiado a la valla. —Estoy convencida de que puede oír los latidos de mi corazón. Desde luego, yo los oigo.

El tío Timothy pasa la mirada de mí a la valla, y después estudia la selva que hay al otro lado.

—¿He tenido que venir hasta aquí solo porque tú te chocaste con la valla?

Trago saliva y asiento con la cabeza. Sus ojos negros vuelven a mirarme a mí, y me doy cuenta de que no se lo acaba de creer.

—Ya te dije que lo siento —repito—. No soy la primera a la que le pasa. La gente no para de tocar la valla sin querer.

Él mueve la cabeza despacio, de arriba abajo.

—Sí… los demás sí. Pero tú no.

Me encojo de hombros, haciendo todo lo que puedo porque no se me note preocupada, y me voy pasando por delante de él, pero él me para y se inclina para mirarme a los ojos.

—No estarás haciendo ninguna tontería, ¿eh, Pia?

—¡No! Suéltame. Tengo que… ir a ver al tío Paolo. Llego tarde.

Me sigue mientras camino, y aunque intenta disimularlo, sé que sigue sospechando. Así que me voy a Laboratorios A, y al pasar por la puerta, me vuelvo y veo que el tío Timothy me observa. Ahora tendré que encontrar algo que hacer aquí durante al menos una hora, o de lo contrario levantaré más sospechas en él.

Subo al piso de arriba y empiezo a buscar al tío Paolo. Paso por delante del tío Haruto y del tío Jakob, que hablan en voz baja en el pasillo, y ambos me saludan con un gesto de la cabeza. El tío Paolo está solo en el laboratorio contiguo al mío, y ni siquiera oye abrirse la puerta. Está inclinado sobre una mesa, colocando fotos de caras. Yo me coloco detrás de él y lo observo. Las caras son inexpresivas, sin sonrisa. No me suena ninguna.

—¡Pia! —Por fin el tío Paolo se da cuenta de que estoy allí—. ¿Qué haces aquí? Creí que estaba cerrada la puerta.

—Pues no.

Mira a su alrededor como un mono asustado. ¿Hay algo que no quiere que yo vea? Pero después de comprobar las cosas que están a la vista, se relaja y no me manda salir.

—¿En qué estás trabajando? —le pregunto—. ¿Quiénes son esos?

Baja la mirada a las fotos.

—Son la primera generación del Proyecto 793.

—¿Del Proyecto 793?

Duda, tamborileando con los dedos en la mesa.

Corpus… quiere que demos pasos adelante en la creación de nuevos inmortales.

—Y… ese es el Proyecto 793. —«Vamos a hacer a Míster Perfecto», pienso, recordando lo que dijo una vez la tía Harriet—. ¿Y estos?

Da unos golpecitos en una de las fotos.

—Estos son los candidatos que Corpus ha seleccionado para comenzar el proceso.

—¿Van a venir aquí? ¿De fuera?

—Enseguida. En cuanto estemos listos.

—¿Dónde se quedarán?

—En los dormitorios B. La mayoría de las habitaciones están vacías, ya lo sabes. Se construyó para albergar a grupos de sujetos como este.

—¿Vivirán aquí?

—No permanentemente. —Se recuesta en la silla y descansa el tobillo izquierdo en la rodilla derecha. No deja de mover el pie mientras habla—: Los hombres permanecerán aquí tres años, suficiente para recibir tres inyecciones de Inmortis. Entonces recogeremos muestras de esperma de cada uno y los enviaremos a su casa. Las mujeres, tras la fertilización in vitro, se quedarán aquí más tiempo. Darán a luz, y entonces las mandaremos a su casa después de firmar un contrato que asegure la completa confidencialidad de todo lo que hicieron y vieron aquí. No podemos mantener una población de ese tamaño por mucho tiempo sin llamar la atención.

—¿Es eso seguro? ¿Y si se les escapa algo?

—Eso es cosa de Corpus —dice de modo impreciso—. De todos modos, ellos ni siquiera sabrán en qué consiste nuestro verdadero trabajo. Guardaremos de una manera muy estricta el secreto de tu naturaleza. Todo lo que ellos llegarán a saber es que nos están permitiendo el uso de su código genético en cierto tipo de investigación biomédica.

—¿Por qué van a hacerlo? —Observo la mirada inexpresiva de todas las caras—. ¿Por qué van a pasarse tres años aquí para un proyecto del que nunca sabrán nada?

El tío Paolo me mira frunciendo el ceño.

—¿Por qué te preocupan sus motivaciones?

—Soy una científica —digo encogiéndome de hombros—. Bueno, casi. Tú siempre dices que el único verdadero trabajo de un científico consiste en hacerse preguntas y encontrar las respuestas.

—De acuerdo, lo admito. —Mezcla las fotografías—. La mayoría de estas personas son atletas, estudiosos y artistas especialmente dotados, ya sea mental o físicamente, pero que en algún momento han tomado decisiones equivocadas. Todos necesitan algo: unos, dinero; otros, una identidad nueva, y otros, hacer tabula rasa para empezar de nuevo. Y nosotros necesitamos material genético. Como ves, todo el mundo sale ganando.

—¿Y los niños? —El corazón me da un vuelco—. Tendremos montones de niños en Little Cam, ¿no?

Él asiente con la cabeza, suspira, y se frota el puente de la nariz.

—Lo cual significa que tendremos que contratar a personas que los cuiden. Antonio no se puede hacer cargo de todos.

—Y los niños tendrán niños, y esos otros niños, y otros…

Cojo la foto de una mujer morena muy guapa, aunque tiene ojos tristes y distantes.

—Y yo los veré a todos. Los veré nacer, los veré crecer y aprender, y los veré morir.

El tío Paolo me coge la foto de la mano y la coloca con las demás.

—Pia… ¿va todo bien?

—Estoy bien —digo de modo automático—. ¿Cuándo llegarán? ¿Cuándo estaremos listos?

—Eso —dice él lentamente, mirándome a los ojos— depende sobre todo de ti.

—¡Ah! —Entiendo a qué se refiere, pero no quiero pensar en ello. Por el contrario, cambio de tema para mencionar algo que lleva días preocupándome—. Tío Paolo, ¿cuándo ocurrió exactamente el incendio de Laboratorios B? Me refiero al que destruyó el ala vieja.

Él se sienta más derecho y me dirige una mirada penetrante.

—¿Por qué lo preguntas?

—¿Por qué no? Es una de las pocas cosas de Little Cam que no conozco. ¿Cómo ocurrió el fuego? Tuvo que ser un acontecimiento importante, así que me extraña que no se hable más del tema. —Aunque lo digo como quien no quiere la cosa, observando al tío Paolo con detenimiento mientras lo digo. Veo que se le tensan los músculos del cuello. «Vamos, simplemente dime la verdad». Daría cualquier cosa porque él me dijera: «No hubo ningún fuego, Pia». ¿Tan difícil sería? Si me dijera la verdad, se me aliviaría la inquietud que llevo dentro desde que la tía Harriet y yo descubrimos aquellos cuartos.

Pero lo que hace el tío Paolo es defenderse atacando.

—¿Por qué te preocupas por eso? En lo que deberías estar pensando es en tu prueba.

Y yo, al instante, paso de la ofensiva a la defensiva.

—Me dijiste que me tomara mi tiempo…

—Te dije que no te presionaría, Pia, ya lo sé. Pero te necesitamos con nosotros por esto. —Hace un gesto señalando las fotos—. Cuanto más esperes, más me preocupará que puedas no estar tan preparada como esperábamos.

—Yo… estoy casi preparada. —Me pongo derecha y lo miro a los ojos, esperando que eso lo convenza.

Él asiente, pero sigue habiendo presión en sus ojos.

—Entonces, adelante —parecen decirme.

Le pregunto con mucha tristeza:

—¿Realmente es necesario? ¿De qué sirve? ¿Para qué exactamente me va a preparar el matar a Achís? Bueno, al sujeto 294…

—Pia…

—¡Es que no comprendo por qué el matar a un gatito puede demostrar que soy capaz de preparar la fórmula de Inmortis! —concluyo con energía, contenta de dejar salir mi principal motivo de frustración—. ¡Puede que no quiera hacerlo! ¡Puede que yo no quiera pasar tu prueba! ¿Quién dice que tengo que hacerlo, en realidad? —Mi temperamento se va encendiendo a cada palabra que pronuncio. Son palabras que me salen fuera, como el agua en una botella agujereada—. ¡Estoy harta de hacer siempre lo que me dices, tío Paolo! ¡Estoy harta de permanecer encerrada en este lugar!

—Pia…

—¿Por qué tengo que ser yo? Si se necesita un animal muerto para que lo diseccione el tío Sergei, ¡hazlo tú mismo! —Doy un puñetazo en la mesa, haciendo que las fotos salten en el aire. Estoy que reboso: reboso de confusión sobre Eio, reboso de irritación con el tío Paolo, reboso de rabia contra aquella Strauss y sus odiosos trajes blancos. No había tenido nunca tanta emoción encerrada dentro. Estoy llena de esas emociones, y siento que no puedo hacer nada para evitar que rebosen y se derramen fuera—. Quiero, quiero… —¿Qué es lo que quiero? Me empañan los ojos unas lágrimas de frustración. Me las seco con los dedos.

Al tío Paolo le tiemblan los labios. Hay una contracción violenta en el rabillo de los ojos. Por un momento, pienso que está a punto de abofetearme. Pero traga saliva y dice con calma:

—Es por culpa de esa Fields, ¿verdad?

—No…

—Te ha estado metiendo ideas raras en la cabeza. Ya sé que sí. Ella es así. Si me hubieran hecho caso, la doctora Fields no habría nunca… Pia, escúchame. —Me agarra por los hombros y agacha la cabeza hasta colocar sus ojos de frente a los míos. Tiene barba de varios días alrededor de la boca. Ha estado trabajando tanto y tan duro, preparando la visita de Corpus, que ni siquiera ha tenido tiempo de afeitarse—. Tú eres perfecta. ¡Perfecta! Y no solo perfecta por quien eres, sino por lo que eres. Por lo que significas para toda tu raza. Tú eres el pináculo de la perfección humana, el sueño que el hombre lleva milenios soñando. No hay nada más grande que tú, Pia. Tú eres el final de todos los debates de la religión y la ética. No hay bien ni mal, solo hay razón y caos, progreso y retroceso, vida y muerte. Te creamos para la razón, Pia, y para el progreso y la vida. ¡Para la vida! Eso es lo más precioso de todo, y tú tienes más de eso de lo que haya tenido nadie a lo largo de la historia.

Tiene los ojos enloquecidos, como los de Eio cuando luchaba contra la serpiente, y habla cada vez más alto:

—¡Te dimos la vida, Pia, y te hicimos perfecta! Y tuvimos que hacer sacrificios para ello. Hemos sacrificado la vida y la reputación como prominentes hombres de ciencia en el mundo. Hemos sacrificado la comodidad de una vida rodeados de amigos y familiares, para vivir, trabajar y morir en esta selva dejada de la mano de Dios. Hemos sacrificado cosas que a la mayoría de la gente no se le ocurriría abandonar. Hemos hecho cosas, las hacemos todavía, que la gente de ahí fuera llama erróneas y malvadas. Pero no son más que ignorantes, Pia. Ignorantes y débiles. Sin embargo, tú pondrás fin a todo eso. Tú traerás la razón, el progreso y la vida a un mundo oscuro y moribundo. Y donde otros pueden señalarnos y gritar «¡mal!» nosotros sabemos (¡lo sabemos, Pia!) que las cosas que hacemos son realmente la forma más grande y más noble de compasión. Nosotros…

Se calla, jadeando, y se sienta sobre un taburete. Yo me froto los hombros por donde él me tenía agarrada, porque me los ha dejado doloridos y sin color.

—Lo siento —susurro.

Cierra los ojos y se pellizca el puente de la nariz hasta que se calma. Entonces levanta la vista hacia mí. Parte de aquella ferocidad ha abandonado su mirada.

—Pero ¿lo ves, Pia? ¿Ves lo que estoy diciendo? Tú eres perfecta, y no hay nada más grande que eso. Algunas cosas tienen que quedarse por el camino, sí, gatitos incluidos. Es necesario. Tú todavía no lo comprendes, pero ya lo comprenderás. Debes hacerlo. Tienes que demostrarnos que estás preparada. Que comprendes la importancia de tu propia existencia y de lo que significas para la humanidad. Que puedes consagrarte a ti y a aquellos que vendrán después de ti. Te pondrán en un pedestal, Pia, porque tú eres la primogénita de los inmortales. Un día lejano tú serás la criatura más vieja de la tierra. Reinarás sobre hombres y mujeres como una reina, como una diosa inmortal. Y todo eso empieza hoy. Empezará en el momento en que hagas tu elección, cuando te mires en el espejo y te digas: «Elijo esto: seguiré adelante y no volveré la vista atrás». No puedes arrepentirte, ni puedes sentirte culpable. —Vuelve a ponerse en pie, y acerca su cara a solo unos centímetros de la mía—. Debes matar al sujeto 294 y ser capaz de olvidarlo, ¿lo entiendes? ¡Entonces, y solo entonces, estarás preparada!

Me siento tan oprimida como cuando la anaconda me rodeó la garganta. Las palabras del tío Paolo son una serpiente, al mismo tiempo aterradora y bella.

—Lo siento, Pia —dice, viendo quizá el terror en mis ojos—. No quería levantar la voz. Esperaba que vieras estas cosas por ti misma. Pero quizá yo estaba siendo demasiado suave. Quizá sobreestimé tu fuerza. Demuéstrame lo fuerte que eres. Sigue adelante con la prueba.

Asiento con la cabeza y, tras un gesto de aprobación que me hace con la mano, abandono la sala.

Encuentro un sitio tranquilo debajo de una cinchona que extiende sus ramas hasta abajo, detrás de la casa de cristal, y me pongo allí de rodillas para dar rienda suelta al llanto. Las lágrimas me caen sobre las manos y gotean a la tierra, produciendo en ella unas manchitas oscuras.

«¿Qué queréis de mí? ¿Qué más queréis? ¿No es suficiente con que sea inmortal, y rápida y lista? ¿Por qué tengo que…? ¿Qué? ¿Qué es lo que quieren que sea?».

«Quieren que les demuestres que estás más allá de la moral», repite el eco de la voz de la tía Harriet. ¿No es eso lo que dijo ella aquella mañana?

«Por supuesto que es eso, tú sabes que es eso», me dice mi propia voz en tono de burla. Al fin y al cabo, tu memoria es…

—Perfecta —susurro, cogiendo un puñado de hierba.

Cynodon dactylon, pienso examinando las esbeltas hojas. Debería hacerlo, acabar con ello. El pentobarbital sigue en mi cajón de los calcetines, me costaría menos de un minuto cogerlo y usarlo. Y todo quedaría resuelto: la frustración, el terror…

—¿Tamia?

Miro para otro lado, intentando secarme las lágrimas antes de que él las vea. Es el tío Antonio.

—¿Te encuentras bien?

Me giro para mirarlo mejor.

—¡Tu barba!

Se pasa una mano por la barbilla rasurada.

—¿Qué? ¿No te gusta? —Se pone un poco colorado—. Harriet me dijo que quedaría mejor sin ella…

Pero no es la barba que ha desaparecido lo que más me llama la atención, sino lo que había todo este tiempo escondido tras ella. Lo miro fijamente, con la boca abierta, anonadada, trazando con los ojos la línea de la mandíbula, que nunca había visto, la dura línea de los labios, el hoyuelo bajo la comisura izquierda de la boca. He visto antes esa cara. Bajo la mirada a la cintura en busca de la última pista… y allí está: un cinturón de piel de anaconda. No puedo hacer otra cosa que mirarlo con la boca abierta durante más de un minuto, atónita, con los ojos como platos.

—¡Tú eres el padre de Eio! —exclamo casi sin voz.

Echa la cabeza hacia atrás y mira por encima del hombro. Entonces se arrodilla delante de mí, con ojos tan abrasadores como los del tío Paolo. Me estoy cansando un poco de todas esas miradas enloquecidas que me taladran el cráneo.

—¿Dónde has oído ese nombre? —pregunta entre dientes.

Sigo impresionada. De todos los científicos que hay en Little Cam, nunca me habría imaginado… pero sí. Tiene sentido. El tío Antonio. El tranquilo tío Antonio, que debería haber sido el padre de un inmortal; el hombre cuyo objetivo en Little Cam, desde el Accidente, ha sido siempre incierto; el hombre cuyos labios se contraen cada vez que alguien me llama perfecta, y cuyos ojos parecen tristes cada vez que supero otra prueba wickham.

Me siento un poco triunfante, porque le dije a Eio que seguramente averiguaría yo solita quién era su padre. Y el triunfo no es nada si no otorga poder. Tal vez es eso lo que me da valor para decir la verdad.

—Yo también lo he estado haciendo.

—Haciendo… ¿qué? —Está al límite, como si fuera a estallar. Nunca lo había visto tan tenso.

—Salir de visita. —Sé que comprenderá lo que quiero decir, y veo que efectivamente ha sido así cuando lo oigo suspirar.

—Harriet —es todo lo que dice.

Asiento con la cabeza:

—Harriet.

—¿Por el agujero de la valla?

—Por el agujero de la valla —le confirmo. Es maravilloso poder soltarlo todo después de haberlo ocultado tanto tiempo. No tengo miedo de que el tío Antonio me delate: al fin y al cabo, compartimos el mismo secreto.

—¿Eio?

Vuelvo a asentir con la cabeza y susurro:

—Me salvó de una anaconda. Tenía más de seis metros de largo.

Eso no le impresiona. Sigue demasiado nervioso.

—Pia, tú no puedes… tienes que dejarlo. Dejar de escaparte a Ai’oa.

—¿Por qué? Tú lo haces.

—Yo… soy mayor. Tengo menos que perder.

—¿Menos que perder? —resoplo—. Yo soy inmortal. ¿Qué me pueden quitar? ¿La cena…?

—¡Es mucho más serio que eso! —espeta él, y yo le escucho con atención.

—¿Como el ala vacía de Laboratorios B? —pregunto—. Sé que no se incendió. La tía Harriet y yo lo hemos visto.

Me mira fijamente largo rato.

—Vosotras… Pia, por favor, prométeme que no volverás allí.

—Volveré. No me lo puedes impedir. A menos que se lo contaras, y entonces yo les contaría lo tuyo.

Suelta un gruñido:

—¿Cuántas veces has salido?

Me encojo de hombros.

—Solo cuatro hasta ahora. Eres malo, tío Antonio, realmente malo. Llevas años escabulléndote. Hasta tuviste un bebé con…

—Eso no es asunto tuyo —se apresura a decir—. Y, que conste, yo quería a Larula.

—Entonces ¿por qué no la trajiste a Little Cam? A ella y a Eio. —Qué diferente hubiera sido mi vida si hubiera tenido un amigo con el que crecer. Y aquí dentro, tal vez, la madre de Eio no hubiera muerto.

De repente veo la ironía. Si el Accidente no hubiera sucedido, el tío Antonio hubiera sido el padre de mi Míster Perfecto. En vez de eso, se convirtió en el padre de Eio. Pero Eio no puede ser mi… ¿o sí? Pienso en el beso que estuvimos a punto de darnos, y el corazón me da un vuelco.

—Yo no podía traerlos aquí —responde el tío Antonio—. Era también… Tengo mis razones. Pia, tienes que prometerme que no volverás. Confía en mí. Si te descubrieran…, te quitarían algo más que la cena. No se puede jugar con esta gente, Pia. Son despiadados a la hora de conseguir lo que quieren, y cualquiera que se ponga por delante será considerado un simple daño colateral.

Pienso en la conversación que he tenido con el tío Paolo hace menos de una hora, y en Laboratorios B, y en las amenazas de Victoria Strauss en cuanto a reemplazar el equipo Inmortis, y siento que el tío Antonio puede tener razón. Eso me hace sentirme muy mal.

—Prométemelo, Pia.

—Lo prometo. —«Sí: prometo regresar cien veces, todas las que sea necesario. Puedo convertirme en todo lo que el tío Paolo me pida, pero regresaré a Ai’oa solo para recordarme que sigo siendo humana»—. ¿Cómo sales sin ser visto? —le pregunto con curiosidad.

—Eso no necesitas saberlo.

—Bueno, vale. Yo compartí mi secreto. Sería justo que tú compartieras el tuyo. —Estoy haciendo pucheros, pero no me importa.

—Pia…

—Lo siento.

Antes o después, el tío Antonio regresará a Ai’oa, aunque solo sea para advertirle a Eio que no venga a buscarme. Cuando salga, yo le estaré espiando. Después de mi conversación de hoy con el tío Paolo, tengo la sensación de que va a poner fin a mis «estudios» con la tía Harriet, y, por tanto, también a la tapadera de mis fugas. Le prometí a Eio que regresaría, y para eso necesito una nueva vía de escape.

Y la encontraré gracias al tío Antonio.