Despierto con el habitual rayito de sol en el techo de cristal. La luz es verdosa, filtrada por las cortinas de hojas tendidas entre el techo y el cielo, y cae sobre mí con suavidad. Si pudiera, no me costaría nada volver a dormirme, pero el despertador suena inclemente. Entonces recuerdo la conversación que entreoí la noche anterior entre el tío Paolo y los representantes de Corpus, y me siento en la cama, muy erguida y completamente despierta. «Hoy me van a hacer la prueba». Aprieto la manta con las manos hasta que los nudillos pierden todo el color. «Y será la última prueba».
Alguien llama a la puerta. El corazón me da un vuelco porque la manera de llamar resulta inquietante. Es mi madre.
—¡Ha habido un cambio de planes, Pia! —dice—. Tienes que ver al doctor Alvez en el zoo dentro de media hora. —Entra en mi habitación como si fuera la suya y me retira las mantas.
—¡Eh! —Levanto las rodillas, indignada.
Mi madre se sienta al borde de la cama y se inclina hacia mí.
—Tienes que ser fuerte, Pia. Esto lo es todo. Todo. Tienes que hacer todo lo que te digan, o se llevarán a Paolo. —Me agarra por la parte de delante de la camiseta. Estoy tan sorprendida que no me resisto—. No podría perderlo, Pia, ¿me comprendes? Paolo es… ¡No podría perderlo!
Tiene los dedos blancos y fríos, los ojos rojos por la falta de sueño. ¿Estaría hablando anoche con el tío Paolo? ¿Le contaría él las amenazas de Strauss y László? Siempre he sabido que mi madre adoraba al tío Paolo, pero su mirada tiene una intensidad que no he visto nunca. Normalmente es muy reservada y contenida. Verla así me pone nerviosa. Seré sumamente feliz cuando Strauss y László se vayan y todo el mundo vuelva a actuar con normalidad.
—¡Ya me levanto! —susurro—. Todo irá bien, ya lo verás: estoy preparada.
Ella me sujeta un poco más, y entonces lanza un suspiro y me suelta. Antes de dejar la habitación, mira hacia atrás y dice:
—Espero que sí. Porque yo estoy dispuesta a hacer lo que sea para que se quede.
Y no dudo de lo que dice.
En el pequeño zoo no encuentro solo al tío Paolo, a László y a Strauss (que lleva otro traje pantalón blanco distinto), sino también a la tía Harriet. Ella y el supervisor del zoo, Jonas Brauer, están contemplando a un tití enfermo en una jaula y discutiendo sobre él. Me ven y me saludan con la mano, pero no interrumpen su conversación.
Me acomete una sensación de temor al acercarme al tío Paolo, pero estoy resuelta a hacerlo bien, no importa lo que me mande. Pienso en mi prole inmortal. Hermanos, hermanas y amigos que no morirán nunca. Una familia inmortal, inalcanzable por el dolor y la muerte, que solo conocerá la vida, el amor y la belleza. Intento imaginarlo, intento ver su rostro en mi mente… Pero lo único que veo es un chico de ojos azules sentado a la orilla del río, señalándome las estrellas.
Así que trato de pensar en mi madre y en el tío Paolo y en lo fuertes y serenos que son. «Puedo ser como ellos», pienso. «Puedo hacerlo». Estoy acostumbrada a que se sientan orgullosos de mí porque soy inmortal, pero quiero que vean que hay más en mí, que también soy fuerte y disciplinada. Un círculo y una línea…
—Hola, tío Paolo —digo con una sonrisa, esperando que no se dé cuenta de lo nerviosa que estoy. Ignoro a Strauss y László: si ellos no están interesados en hablar conmigo, yo tampoco lo estoy en hablar con ellos. Superaré su pequeña prueba, pero no tengo por qué hacer amistad con ellos mientras tanto.
—Hola, Pia. Sylvia. —Asiente con la cabeza mirando a mi madre.
—Deberíamos empezar —dice Strauss en tono formal.
El tío Paolo nos lleva a la parte de atrás del pequeño zoo. Espero que vayan los dos de Corpus, pero ellos se esperan a que pasemos delante mi madre y yo, y después nos siguen como jaguares que acechan su presa.
Presiento a qué jaula se dirige el tío Paolo antes de que llegue, y se me hace un nudo en el estómago. Quisiera que se volviera y parara en los terrarios de las tarántulas, o en el de las serpientes, pero continúa… y, tal como me temía, se para en la jaula de la ocelote.
Veo dentro a Jinx con su nueva cría, a la que el tío Jonas ha llamado Achís. Jinx tiene setenta y tres años, y es nuestra única ocelote inmortal. Ha sido cubierta por un macho mortal al que inyectaron poco antes una variante experimental de Inmortis, y los científicos esperaban que su retoño tuviera algún asomo de flor elísea. Pero Achís nació completamente normal, lo cual vuelve a demostrar que un inmortal debe aparearse con otro inmortal si quiere legar a su progenie el rasgo de la eternidad.
Jinx y Achís están tendidos junto al bebedero, y la madre pasa la áspera lengua por el lomo y la cabeza de la cría, que maúlla enfadada antes de dejar escapar el estornudo al que debe su nombre. Están tan felices y contentos que yo quisiera echar a correr ahora mismo, antes de que el tío Paolo pueda decirme en qué consiste la prueba de hoy. Pero no puedo. Tengo que seguir pensando en el equipo de Inmortis y en el espacio que tengo reservado en él, siempre y cuando consiga pasar esta prueba.
—Pia —dice el tío Paolo, tras examinar un gráfico que hay en la pared que describe el desarrollo de Achís—. Dime qué tenemos aquí.
Leo el gráfico, y resumo lo que dice:
—Achís…
—El sujeto 294, Pia. O, si lo prefieres, el ocelote macho joven. Pero no Achís. Nunca llames a los sujetos con un nombre propio, Pia. —Le dirige a Strauss una mirada de soslayo, como si se temiera que pudiera abalanzarse sobre él para decirle: «Excepto el sujeto 77. Usted la ha llamado por su nombre».
—De acuerdo: el sujeto 294 es un ocelote macho, un Leopardis pardalis, de dos semanas y tres días de vida. Ha dado positivo en el virus de inmunodeficiencia felina heredado de su madre, el sujeto 282, pero parece estar tolerando el virus excepcionalmente bien. —El VIF o virus de inmunodeficiencia felina, que es la forma felina del VIH, no suele resultar fatal para sus portadores, y puede no afectarles durante años.
—Excelente, excelente —murmura el tío Paolo—. Bien, Pia, seguro que te imaginas en qué va a consistir esta prueba.
—Sí —respondo en voz baja. Me doy cuenta de que ahora me están mirando el tío Jonas y la tía Harriet, pero no aparto la mirada de Achís. Él está tratando de atrapar la cola de su madre con las zarpas, pero ella no deja de moverla.
—Pia, esta será tu última prueba wickham.
—¿La última…? —Hago todo lo posible por fingir sorpresa. Strauss me mira como un halcón a su presa.
—Sí. Si pasas la prueba, serás un miembro de pleno derecho del equipo de investigación de la flor elísea, y conocerás la fórmula secreta a la que debes tu existencia.
—Inmortis —susurro.
Él asiente con la cabeza:
—Por eso es tan importante esta prueba. Quiero que pienses en ello y estés completamente segura de que estás preparada. No habrá vuelta atrás después de esto, Pia.
—De acuerdo.
Me entrega una jeringuilla.
—Pentobarbital —dice simplemente.
Al otro lado del corredor, oigo un grito ahogado que ha partido de la tía Harriet. Se me cae el alma a los pies. Esperaba algo terrible, pero no tanto.
—Quieres que yo… —No puedo terminar la frase. Ni siquiera consigo mirar al cachorro—. ¡Pero si el virus no le está afectando! Podría vivir una vida completamente normal…
—Y transmitir el virus a su prole —interrumpe el tío Paolo—. El doctor Zingre está buscando una vacuna para el VIF, y para su investigación necesita cadáveres infectados que examinar.
—¿Hay algún problema? —pregunta László con aspereza.
—¡No! —responde el tío Paolo. Una gota de sudor le cae por la ceja al volverse hacia mí—. Todos lo hemos hecho en algún momento. No hay más remedio. Little Cambridge no es como la mayoría de los centros de investigación, Pia. Es más duro. Más severo. Más importante. Mientras que la mayoría de los científicos se entretienen con malarias, cánceres y tratamientos contra las verrugas, nosotros, Pia, nos ocupamos de la inmortalidad. La inmortalidad de nuestra propia especie. No hay nada más importante que eso, Pia. El objetivo. ¡Recuerda el objetivo! —Me pone las manos en los brazos y me mira a los ojos fijamente—. El bien de la especie, Pia. Eso es lo único que importa. El fin justifica los medios.
Esto no tiene nada que ver con Achís ni con encontrar una vacuna contra el VIF. Ni siquiera con Strauss y László y sus amenazas. Tiene que ver conmigo. Por supuesto, esta prueba en particular tenía que ser dentro de meses, tal vez años. Pero aquí está. Un día tendría que probarme a mí misma. Y hoy es ese día.
¿Soy lo bastante fuerte? ¿Me puedo considerar digna de mi propia raza? Lo único que tengo que hacer es apretar rápidamente la aguja que tengo en la mano, simplemente presionar con el pulgar para inyectar la sustancia química en el animal. Y para Achís será como quedarse dormido.
Pero, cuando hago un esfuerzo por mirar al gatito, que juega con la cola de su madre completamente ajeno a su destino, las piernas me empiezan a temblar, y no deseo más que correr, esconderme y llorar. Strauss y László observan cada movimiento mío. No puedo mirar a la tía Harriet. Tengo la impresión de que, si lo hiciera, no podría soportarlo y empezaría a dar gritos aquí mismo.
—Tenemos que ser capaces de tomar decisiones duras, Pia —prosigue el tío Paolo—. Si no pudiéramos hacerlo, entonces tú no estarías aquí. Esto —señala la aguja— es tu legado y tu destino. Tienes que aprender a controlar las emociones y concentrarte en los objetivos.
«Nada más que un bebé», pienso mirando a Achís.
—La prueba final siempre es la más dura, Pia —dice el tío Paolo—. Tienes que estar completamente segura. Quiero que te tomes tu tiempo. Piensa en ello. Tómate un día, una semana, lo que necesites… Pero tienes que alcanzar una decisión final. Hacia delante o hacia atrás. Supervivencia o extinción. Fuerza o debilidad.
—¿Una semana…? —interrumpe Strauss con voz tensa—. ¿No es eso demasiada generosidad, Paolo?
El tío Paolo resopla a través de los dientes:
—Ya estoy rompiendo un siglo de protocolo al saltar al final de la serie de pruebas, Victoria. Así es como se hace la prueba final. El trabajo descuidado produce resultados descuidados. Déjenme hacer esto a mi manera. No, no a mi manera: a la manera de Little Cam. Lo siento si no les gusta, pero algunas cosas no se pueden hacer con prisas.
Por una vez, Strauss no tiene una respuesta sarcástica que dar.
—Pia —dice el tío Paolo—. Ahora está en tus manos. Tu sueño de una raza inmortal: todo está en tus manos.
No respondo, pero agarro la jeringuilla con tanta fuerza que mis dedos se quedan pálidos.
—Ven, Sylvia —dice el tío Paolo, rodeando a mi madre con el brazo—. Vamos a darle algún tiempo.
—Sé fuerte —dice mi madre, y sus palabras suenan más a advertencia que a ánimo.
László los sigue, pero Strauss se queda allí. Me coge del brazo clavándome las uñas en la muñeca, y sé que ella sabe que siento dolor. La tía Harriet nos mira.
—Nosotros te hemos creado —susurra Strauss—. Y podemos destruirte. Así que adelante.
—Ejem… —La mano de la tía Harriet se me posa en el hombro.
—Creo que comprende, Victoria.
Los ojos de Strauss se elevan al encuentro de los de Harriet, y se esfuerza en suprimir de su rostro unas arrugas de rabia, aunque su mirada permanece tan fría como siempre.
—Harriet: me alegro de volver a verte.
La tía Harriet no dice nada.
—Bueno. —Strauss se echa hacia atrás y se alisa la blanca chaqueta—. No se me olvidará darle recuerdos a Evie de tu parte.
La tía Harriet tensa los labios, pero no dice nada.
Cuando se va, me siento en el suelo y observo a los dos ocelotes. Son tan inocentes, tan inconscientes de que tengo su muerte en la mano, que resulta repugnante.
—Es terrible que te pidan que hagas eso —dice la tía Harriet.
—¿Quién es Evie?
—Una vieja colega mía. Nadie importante —se apresura a responder la tía Harriet—. ¿Lo vas a hacer?
—Al final. Hoy no. —No estoy preparada todavía, tal como ha dicho el tío Paolo. Necesito tiempo para hacerme a la idea, para templar los nervios y el estómago. Y no quiero darle a Strauss la satisfacción de verme ceder tan pronto.
—Esto me parece la barbarie. Además, ¿qué es lo que quieren de ti? ¿Qué te van a pedir a continuación, cuando les hayas demostrado que estás más allá de la moralidad?
¡La moralidad! No es esa una palabra muy utilizada en Little Cam. Está más bien desterrada, como las palabras amor o San Francisco.
—No lo sé. Pero no puede ser peor que esto, ¿o sí?
—¿Cómo voy a saberlo? Sé menos que tú. Soy nueva aquí, ¿recuerdas?
—No es más que un bebé.
La tía Harriet observa cómo miro a Achís, y después se sienta a mi lado con las piernas dobladas y las manos entrelazadas debajo de la barbilla.
—No quieres hacerlo.
—¡Por supuesto que no!
—Eso está bien. Significa que eres humana.
La miro atentamente, notando que las lágrimas me enrojecen el borde de los ojos.
—Si yo fuera completamente humana, lo único que me importaría sería el avance de la especie, como al tío Paolo, y no un tonto gatito.
La tía Harriet tensa los labios.
—Eso es lo que te han enseñado, me imagino. Bueno, ¿cómo voy yo, llegada de algún lugar remoto del que ni siquiera has oído hablar, a decirte lo que está bien y lo que está mal, cuando ya has tenido a todos esos brillantes científicos para hacerlo? Sin embargo, tú no quieres escucharlos, ¿verdad? Te gustaría que hubiera otro medio…
Asiento con la cabeza, incapaz de confiar en mi propia voz.
—Es tu brújula moral, Pia.
—¿Mi qué…?
—Tu brújula moral. Están intentando forzarla para que señale la dirección equivocada, pero la brújula se resiste, sigue apuntando en dirección opuesta. ¿No lo notas?
Lo noto, y me pregunto cómo lo sabe ella. Eso es exactamente lo que siento.
—Tu brújula moral —confirma ella.
—¿Estás diciéndome que no debería hacerlo? —pregunto, levantando la jeringuilla en la mano—. ¿Qué debería renunciar a todo, renunciar a todos mis sueños, por una vida insignificante?
—Deberías… —Ella duda, y en el fondo de sus ojos bullen cosas que no comprendo. Normalmente se me da bien entender a la gente, pero la tía Harriet es como una nube negra de tormenta que me tapa el sol—. Deberías pensar largo y tendido sobre ello, Pia —dice al fin—. Y, por encima de todo, considerar el costo. Pregúntate qué es lo que te están pidiendo. Mira quién es ahora Pia, y piensa en qué quieren que te conviertas.
—En perfecta —respondo de inmediato—. Quieren que sea perfecta.
—La perfección —argumenta ella— está en los ojos del alma que la contempla.
—¿Dónde has oído eso?
—Un hombre llamado Platón dijo una vez algo parecido. Supongo que no te habrán hablado de Platón, ¿eh…? No, ya veo que no. Me lo imaginaba. Bueno, ten cuidado de no mencionar su nombre, o las dos nos veremos en un buen lío. Me parece que ya me he metido en un buen montón de posibles problemas, así que no digas ni mu.
Se levanta y se sacude el polvo y la paja de los vaqueros. Cuando se dispone a irse, la llamo:
—¿Tía Harriet?
—¿Sí…?
—Todo el que llega a Little Cam tiene que pasar una prueba parecida, así que… ¿cuál fue la tuya?
Ella vuelve la cabeza de modo que el crespo pelo rojo tapa su expresión.
—No sé a qué te refieres.
Y tras decir eso, se apresura a salir del pequeño zoo a grandes zancadas, y me deja sola con los animales y la jeringuilla en las manos.