Al día siguiente, se supone que tengo que hacer bosquejos y esquemas de las flores del jardín entre Laboratorios A y Dormitorios B, pero a lo que me dedico es a dibujar caras. Tengo una hora para realizar la tarea que me ha mandado el tío Smithy, pero solo me costará quince minutos, así que no me preocupo por el tiempo.
Primero dibujo al tío Antonio, con la mandíbula cuadrada y la barba poblada que ya he dibujado antes tantas veces. Su barba lo convierte en uno de mis modelos favoritos, y disfruto de lo prolijo de dibujar cada uno de los diminutos pelos individuales. También dibujo a mi madre y al tío Will, pero me aburro de sus caras antes de terminarlas. No soy una artista tan buena como el tío Smithy, que es el mejor dibujante de Little Cam. Dice que a mí me pierde mi interés en los detalles, que me concentro demasiado en cada aspecto individual de una persona y no lo bastante en el todo de la apariencia de esa persona.
Por mera diversión, me paso a una página en blanco y empiezo a dibujar al azar, sin tener en la mente una cara en concreto. Cualquier cosa es mejor que dibujar otra hoja más, u otra orquídea, cosa que también podría hacer de memoria.
Mis pensamientos vagan mientras dibujo, hasta que los movimientos de mi lápiz se vuelven parte del lejano fondo. Pienso en Eio, allí en pie, al otro lado de la valla, bajo la lluvia. Han pasado tres días desde la última vez que lo vi. Pienso en la tía Harriet encubriendo mi escapada a la selva, y en lo furioso que se pondría el tío Paolo si se enterara. Pienso en la puerta cerrada de Laboratorios B, y en los misteriosos cuartos que encontramos al traspasarla, y me pregunto cuál será la verdad sobre ellos.
Cuando mi mente regresa de aquel paseo por las nubes, bajo la vista al papel y veo el rostro de Eio, mirándome desde él. Asustada, miro por encima del hombro para asegurarme de que no lo ha visto nadie. Entonces, embelesada, examino el resultado de mis cavilaciones. Hay más vida en aquel rostro que en ningún otro que haya dibujado nunca. Tal vez he descubierto por fin lo que el tío Smithy llama «expresar la tensión» y encontrado el camino artístico en el que la creación resulta espontánea y natural. Los ojos de Eio son casi tan profundos y están tan llenos de vida como lo estaban aquella noche en Ai’oa, y me acomete la repentina y fantástica idea de que es él quien me está mirando, y no un dibujo.
De repente oigo voces, y paso la hoja. El tío Antonio y la tía Harriet están bajando por el pasaje cubierto que une los edificios de Little Cam. El brazo de la tía Harriet serpentea por el del tío Antonio. Me ven y me saludan con la mano. La tía Harriet le susurra algo a él, y se me acerca dando saltos. El tío Antonio la mira un instante, y después entra en el edificio de laboratorios.
—¡Pia, hola, cielo! ¿Qué te traes entre manos?
—Dibujando… —digo apretando los papeles contra el pecho.
—¿Puedo…?
—Eh… bueno. —Le entrego todos los dibujos, salvo el de Eio.
Asiente con la cabeza y emite un sonido gutural de aprobación ante los dibujos, y se muestra especialmente interesada en el del tío Antonio.
—Son muy buenos. Un poco… fríos, pero buenos. Tienes que ponerles emoción para que sean una obra de arte. Como la Gioconda.
—¿Quién es esa?
—Alguien que seguramente tu tío Paolo no quiere que conozcas. ¿Y eso? —Señala el papel que sigue en mis manos.
—Nada… No está acabado todavía.
—¡Déjamelo ver!
Estoy a punto de negarme, pero entonces mi voluntad flaquea. Supongo que una parte de mí necesita compartirlo con alguien, y de todos los que están en Little Cam, la tía Harriet parece la menos propensa a marcharse corriendo para contárselo al tío Paolo. Pero no le diré quién es. Eso no. Eso es demasiado privado.
Coge el papel y asiente con la cabeza durante un rato.
—Esto está mejor. Esto sí tiene emoción.
—¿De verdad te lo parece? —Miro por encima de su hombro.
—Desde luego. Yo no le enseñaría esto al que te esté dando clase hoy, porque puede despertar demasiadas sospechas. Vaya, vaya, este tío está para mojar pan, ¿no?
—¿Cómo…? —La expresión es nueva para mí.
—Para mojar pan. Que… —Hace un vago gesto señalando el dibujo— que está para comérselo.
Vuelvo a mirar la cara de Eio, y me pongo colorada.
—Este es el tipo de rostro junto al cual querría despertar una chica, no sé si entiendes lo que quiero decir —suspira la tía Harriet—. ¿Quién es?
—Se llama Eio… —Me tapo la boca con la mano. Pero Pia, ¿serás idiota? ¿Cómo es posible? Menuda falta de autocontrol… No me explico cómo es que lo he dicho. Tal vez la necesidad de compartir sea más fuerte de lo que había pensado. Si estuviera sola, me daría de bofetadas en pleno rostro por ser tan tonta e imprudente.
Ahora sí que he despertado el interés de la tía Harriet. Se vuelve para mirarme directamente a la cara, levantando tanto una ceja que casi le llega al nacimiento del crespo cabello.
—¿Eh…?
—Por favor, devuélvemelo. No es nada. Mi imaginación, solamente.
Ella me lo entrega, pero una sonrisa pasa por su rostro como una oruga sobre una hoja, lenta pero decidida.
—Muy buena imaginación para una chica que apenas ha visto a un hombre que esté por debajo de los treinta.
—No es verdad —protesto, pero la debilidad de mi voz resulta inconfundible. Acaparo las siete formas de la idiotez, desde luego—. No lo vas a contar, ¿verdad?
—Lo añadiré a la caja que tengo bajo la cama con la etiqueta: «Confesiones secretas de Pia la inmortal». Por Dios, chavala, no pongas esa cara de susto: esa caja no existe.
Reúno el resto de mis dibujos y me pregunto cómo podré deshacerme de ellos. No hay nada comprometedor en la cara de mi padre, pero preferiría enterrar el episodio entero. Cualquiera podría encontrar los dibujos en un cubo de la basura. Lo que necesito es fuego.
—Vamos, dámelos —me pide la tía Harriet.
Estoy tan aturullada y paranoica que se los entrego. Ella echa una mirada rápida a nuestro alrededor, pero seguimos solas. Entonces cruza al estanque de los peces y deja caer los papeles en el agua. En un instante, las imágenes se emborronan hasta resultar incomprensibles. Podrían ser inofensivos dibujos de frondas de helechos.
—No quería dibujarlo —susurro—. Solo estaba garabateando, sin prestar atención a lo que hacía.
—Típico de una chica que vive en las nubes —dice ella, juntando las hojas mojadas y estropeadas—. Yo tenía una amiga en el colegio que miraba por la ventana durante toda la clase de historia, garabateando maldiciones en los exámenes sin darse cuenta de lo que hacía. No hace falta decir que no sacaba muy buenas notas.
—Yo nunca he estudiado historia —comento con indiferencia, aunque este hecho es totalmente irrelevante en el aprieto en que me encuentro ahora. Nunca en toda mi vida me había visto en tantos aprietos en tan poco tiempo. Me preocupa, insensatamente, que esté condenada a vivir una eternidad de secretos y dilemas que se vayan acumulando con rapidez. ¿Cuánta tensión puede soportar una persona antes de estallar?—. Necesito un baño —concluyo, pero entonces recuerdo que tengo que dibujar las plantas y me siento aún peor. La tía Harriet me escudriña como si yo fuera un puzle al que le faltan piezas. O quizá soy yo la que se siente como un puzle al que le faltan piezas.
—Lo que necesitas —dice al fin ella en susurros, porque Clarence pasa por allí en aquel momento, cargado con un cubo lleno de toallas sucias— es volver a pensar en la oferta que te hice hace unos días.
Solo necesito un segundo para trazar la línea que une todos los puntos. La evalúo con cautela, preguntándome dónde está la trampa.
—Entonces, ¿todavía necesitas alguien que te ayude en la investigación?
—Precisamente.
Observo la parte de arriba de mis zapatillas blancas, preguntándome si soy tan transparente como parece.
—¿Cómo lo sabías?
—¿Que el chico del dibujo seguramente tiene algo que ver con tu desaparición? —Hace una mueca con los labios—. ¡Ay, Pia! Sé cómo funciona la mente de una adolescente. No hace tanto tiempo que yo misma era una adolescente, para que te enteres. —Le da la risita. Una risita tonta como la de las niñas de Ai’oa—. Una vez, cuando estaba en el instituto, tuve tres novios al mismo tiempo. Recuerdo noches en que tenía cita con los tres, uno detrás de otro. —Vuelve a darle la risita—. Y ¿sabes?, ninguno de ellos se enteró de que estaban los otros. Eso estuvo bien.
—¿Novios?
Parpadea.
—No… ¿no sabes lo que es un novio? Vaya. ¡Ay, Pia, cielo…! Estás muy aislada, ¿eh? Un novio es un… ya sabes… un chico que te gusta y al que tú le gustas. Bueno, más que gustar…
La miro fijamente sin entender.
—En fin, no importa. Esa lección es para otro día.
Novios, vaya… Eso será algo en lo que pensar después. Me imagino teniendo tres Eios, y llego a la conclusión de que la tía Harriet está como una regadera. Ya es bastante duro entendérselas con uno.
—O sea… Si me dan permiso para pasar varios días de la semana contigo…
—Y si fueras a desaparecer durante la mayor parte de ese día…
—Podrían no llegar a enterarse. —Medito en ello como haría un buen científico—. No sería fácil. Por si alguien me preguntaba, yo tendría que saber exactamente lo que hacías cada minuto mientras yo me encontraba en otro sitio. No podríamos permitirnos cometer ningún fallo.
—No es tan difícil. Como ya habrás visto, yo soy una excelente mentirosa.
—¿Me dejarían…? Después de todo lo que ha pasado…
—Hay algo, Pia, en lo que siempre se puede confiar cuando se trata de científicos como los de Little Cam.
—¿En qué?
Ella sonríe y se da golpecitos con el dedo en la nariz.
—En el orgullo.
Según la tía Harriet, el tío Paolo y el equipo Inmortis están tan cegados por el éxito de crearme que no pueden imaginar que yo les contraríe intencionadamente. Siempre han estado vigilantes ante accidentales corrupciones de mi mente y carácter, por influencias externas que pudieran apartarme del papel que me está destinado como jefa de su equipo. Pero la idea de que yo, a propósito, incumpla sus normas les resulta tan inconcebible como que un paramecio agitara el puño desde el otro lado del microscopio, negándose a que lo sigan observando por más tiempo, y marchándose del portaobjetos.
No estoy segura de estar de acuerdo con ella, pero le hago caso. Al fin y al cabo, su idea de la cámara frigorífica funcionó perfectamente. Quizá hay más en la tía Harriet de lo que pensé al principio. Me guste o no, ella se está convirtiendo rápidamente en mi confidente más cercana en Little Cam. Y también en la mayor amenaza para mi futuro como científica, o al menos eso es lo que diría el tío Paolo si se enterara de las cosas que dice y hace. ¿Por qué, entonces, no corro derechita hacia él ahora mismo, para confesárselo todo?
Sospecho que la razón tiene mucho que ver con el hecho de que yo dibujara inconscientemente la cara de Eio en aquella hoja. Sueño con mis inmortales, sí… pero ¿no puede haber sitio dentro de mí para más de un sueño?
Caminamos por Laboratorios A buscando al tío Paolo. Lo que estoy aprendiendo sobre la tía Harriet es que apoya sus palabras con acciones inmediatas y osadas. En cuanto acepté su ofrecimiento, ella puso manos a la obra muy decidida.
Lo encontramos, a él y al resto del equipo de Inmortis, nada menos que en mi propio laboratorio. Mi madre está enfrascada en varias hojas de cálculo que se hallan extendidas en la mesa de exploración. El doctor Haruto Hashimoto, un severo pero brillante bioquímico japonés, nos saluda con su ceño característico. Los doctores Jakob Owens y Sergei Zingre sonríen amablemente: son los más majos del equipo. Siempre siento que me embarga el orgullo cuando los veo a todos juntos con sus planchadas batas blancas: son mi equipo, las mentes que están detrás de mi existencia. Se lo debo todo, y un día seré uno de ellos. Cuando miro alrededor, me descubro examinando sin querer la estructura de sus caras y el color de sus ojos, comparándolos con los de Eio. «¿Es hijo de alguno de vosotros?», me pregunto. Mis ojos se vuelven al tío Jakob, que seguramente es el más impredecible de todos. Esta claro que el tío Haruto no es.
—¡Pia, estábamos a punto de mandar a buscarte! —exclama el tío Paolo—. Hola, doctora Fields. ¿Qué os ha traído por aquí?
—Necesito hablar contigo, Paolo, si no te importa —le dice la tía Harriet.
—Por supuesto, ¿qué…?
—En privado.
Parece un poco sorprendido, pero asiente con la cabeza, y salen al pasillo los dos. Mientras tanto, yo me quedo con el resto del equipo Inmortis. Pienso en lo que dijo Eio la primera noche que nos encontramos, aquello de que la familia era algo más que la sangre. Miro a aquellos científicos que me criaron y educaron, y creo que entiendo lo que Eio quería decir. Apoyándome en un taburete de metal, sonrío y doy unos golpecitos con el dedo en la tablilla del tío Sergei.
—Entonces, ¿para qué me ibais a llamar?
El tío Haruto responde con su tono severo:
—Deberíamos esperar al doctor Alvez.
—Vamos, Haruto, relájate —dice el tío Jakob arrastrando las palabras—. Ella pertenece al equipo tanto como tú. No hay secretos aquí. —Se vuelve hacia mí, ignorando el gesto de desaprobación que le dirige el tío Haruto, me guiña un ojo y dice—: Vamos a tener invitados.
—¿Invitados? ¿Quiénes? —Me siento derecha, con el corazón latiendo a toda prisa—. ¿Gente de fuera?
El tío Jakob asiente.
—De Corpus.
—¿Qué es eso?
El tío Haruto lanza un silbido de advertencia, pero el tío Jakob pone los ojos en blanco.
—Paolo se lo pensaba decir, así que ¿qué problema hay? Corpus es la compañía que mantiene este lugar en funcionamiento, Pia. Ellos dotan de fondos a nuestras investigaciones, envían nuevos científicos, como la doctora Fields, cuando los necesitamos, y cosas así.
—Y ahora quieren verte a ti —dice el tío Sergei—. Corpus lleva casi veinte años sin aparecer por Little Cam, y ahora van a venir. Será muy importante que demos la mejor impresión posible, porque si no les gusta lo que ven aquí, nos cierran esto. —Da un golpe en la mesa—. Así de sencillo.
—¿Cierran esto? —La sala parece fría de repente—. ¿Harían eso? Pero…
—¡Pia, Pia…! —interrumpe mi madre—. No seas ridícula, por supuesto que no lo van a cerrar. Porque tú les vas a demostrar que no hay nada en el mundo más importante que Little Cam. —Sus ojos me miran fijamente y no apartan la mirada—. ¿De acuerdo?
Sé que quiere decir «De acuerdo, se lo demostraremos», pero esa mirada que me dirige casi parece preguntar: «Porque supongo que no hay nada más importante que Little Cam… ¿verdad, Pia?».
—¿Cuándo vienen? —pregunto, apartando los ojos de su mirada que todo lo penetra.
—Dentro de tres días —responde el tío Jakob. Observa el laboratorio, que está atestado de papeles viejos y tazas de café vacías, y lanza un suspiro—: Tenemos mucho trabajo que hacer.
—¿Qué trabajo? —pregunta el tío Paolo, volviendo a entrar en la sala con la tía Harriet. La miro a ella buscando alguna pista sobre el resultado de su conversación, pero la cara de la tía Harriet me resulta inescrutable.
—Le ha contado a Pia lo de Corpus —dice el tío Haruto, levantando las manos—. Le dije que te esperara.
El tío Paolo suspira y le lanza al tío Jakob una mirada severa, pero el tío Jakob se limita a encogerse de hombros.
—¡En fin! —exclama el tío Paolo—. Ya se lo has dicho, y eso es lo que importa. Pia, estaremos muy ocupados los próximos días, limpiando todo el lugar y preparándonos para recibir a nuestros invitados. Necesitaremos la ayuda de Antonio, así que las clases habituales se cancelarán. En su lugar, he decidido asignarte a la doctora Fields por el momento, al menos hasta que las aguas vuelvan a su cauce.
—Ah —digo como quien no quiere la cosa—. Vale… Si piensas que eso es lo mejor…
Él asiente con la cabeza, resueltamente:
—Por supuesto. Llevaba tiempo pensando en ello, no es algo que se me acabe de ocurrir.
Por encima del hombro, la tía Harriet guiña el ojo levísimamente.