imagen2

Trece

Cuando abro los ojos, es el alba.

El cuerpo se me congela mientras la mente, aún adormecida, se esfuerza por comprender lo que veo. Espero ver, como cada mañana, los árboles a través del cristal del techo de mi habitación. El dosel de vegetación está allí, pero el cristal no. Las pocas motas de cielo que distingo son azul claro.

Mi mente empieza a comprender lentamente. Estoy tendida boca arriba, envuelta en guirnaldas de flores. A mi alrededor oigo el suave golpeteo de pies desnudos en la tierra y voces que hablan en murmullos. A modo de almohada, tengo algo estrecho y duro.

Me siento y veo que tenía la cabeza apoyada en el brazo extendido de Eio. Está dormido como un tronco, y se tapa los ojos con su otro brazo. Estamos tendidos junto a los cálidos rescoldos de una fogata, y en torno a nosotros hay otros cuerpos. La mayoría de los ai’oa siguen durmiendo, agotados después de una larga noche de danza y festejo, pero algunas mujeres pululan a nuestro alrededor. A Alai no se lo ve por ningún lado. La niña que me dio el plátano por la noche está sentada a un par de metros de mí, juntando hojas de palmera y mirándome.

¡No, no, no…! Me pongo en pie con dificultad y me desprendo las guirnaldas. El terror convierte mi aletargamiento de primera hora de la mañana en una descarga de adrenalina.

Es el alba. No, ya es más que el alba, puesto que el espeso follaje de la selva tropical impide que la luz llegue hasta abajo antes de que el sol esté bien alto en el cielo. En Little Cam, todo el mundo habrá desayunado ya, y enseguida se darán cuenta de que falta alguien: yo.

Eio despierta y bosteza con mucho escándalo. A continuación se ríe.

—Ave Pia, tienes una mantis en el pelo.

—Eio, ¿por qué me has dejado dormir? —le grito mientras me sacudo el pelo, enfadada. La mantis cae a mi mano y menea las largas antenas verdes, molesta. No la miro: tiemblo de rabia y terror.

Eio arruga la frente.

—¿Que por qué…? Te pregunté si de verdad querías dormir aquí en Ai’oa, y me dijiste que te dejara. Y te volviste a dormir. Así que no te molesté. —Parece tan molesto como la mantis.

—¡Tengo que irme ahora mismo! —Dejo caer al suelo la última de las orquídeas y me dirijo a la salida de la aldea. Varios ai’oa me miran cuando paso por delante de ellos—. ¡Alai! —grito, pero el jaguar no aparece.

Eio corre detrás de mí. Se echa el arco al hombro y le pide a un niño que le traiga las flechas.

—Iré contigo.

—No me haces falta.

Sé que no es culpa suya, pero no puedo evitar enfadarme con él. Al fin y al cabo, si no fuera por él no habría vuelto a meterme en la selva.

Aun así, me sigue, y en cuanto llegamos a los árboles, se me adelanta para mostrarme el camino, pese a que recuerdo cada paso. No discuto, pero lo ignoro tan concienzudamente como si no estuviera allí. De este modo avanzamos por la selva, haciendo más ruido que un par de monos aulladores. Eio sigue molesto por mi enfado, pero me niego a disculparme. Estoy demasiado nerviosa como para preocuparme del ego herido de un nativo.

—¡Ven, Alai! —le grito de nuevo, aterrada—. ¿Dónde estará…? ¡Alai!

Mi imaginación evoca imagen tras imagen de lo que podría estar ocurriendo en Little Cam: registran mi habitación, encuentran el mapa, el mapa les lleva a la doctora Fieldespato, la encierran para interrogarla…

Me sorprende que pueda siquiera pensar algo así. Al fin y al cabo, nunca he visto al tío Paolo castigar a nadie, todo lo más echar alguna reprimenda y tal vez retirarle la paga a un trabajador si se empeña en salirse de la raya. Eso de retirarle la paga pone a un trabajador de muy mal humor, pues a nadie le gusta perderse la ocasión de comprar cerveza o ropa nueva cuando acompaña al tío Timothy a por víveres, como casi todo el mundo hace en alguna ocasión. Pero no tenemos nada parecido a una prisión en la que encerrar a los que incumplen las normas.

Desde luego, nadie ha cometido nunca un delito más grave que, digamos, coger caramelos del almacén o romper alguna pieza del gimnasio y no decir que fue él. Quitando el Accidente, claro está. Pero a Alex y Marian no los llegaron a pillar. Si los hubieran pillado… no, no puedo… pensar en eso. Por primera vez, creo que podría comprender un poco de lo que ellos sentían, de por qué escaparon. No puedo ponerlo aún en palabras, pero siento, en lo más profundo, una chispa de empatía, cuando antes solo sentía compasión y disgusto.

Al final Alai responde a mis llamadas y sale de entre un montón de heliconias. Por un instante, apenas lo reconozco debido a la mirada feroz que hay en sus ojos, y a que enseña los colmillos. Pero en cuanto me ve, se suaviza su aspecto y vuelve a ser mi mascota de siempre. Lo abrazo por el cuello, aliviada de que no se haya escapado para unirse definitivamente a los suyos.

—No podría vivir sin ti, Alai. No vuelvas a hacerme eso.

Ya estamos cerca de Little Cam cuando Eio se detiene bruscamente y se vuelve hacia mí.

—¿Volverás?

—No lo sé —le confieso—. Supongo que depende de lo que ocurra cuando entre. Sabrán que he desaparecido, tienen que saberlo. Descubrirán el agujero de la valla, lo arreglarán y no tendré por dónde salir.

—Yo treparé la valla —declara—. Y te sacaré.

—¡No, Eio! Esa valla está electrificada. Eso significa que en cuanto la toques…

—Ya sé lo que quiere decir electrificada. Mi padre es científico, ya sabes. Pero no me preocupa. —Me coge las manos—. Treparé por esa valla si tú me lo pides, y te sacaré.

Con un ligero estremecimiento, me percato de que aquello es lo más bonito que nadie me ha dicho nunca. Todas esas veces que me han llamado perfecta, y resulta que esto significa más.

—Eio, yo… te lo agradezco mucho. Pero no te lo pido. Me gusta mi casa y me gusta la gente que vive aquí. No hay nada muy malvado en Little Cam, no importa lo que diga Kapukiri. Un día te haré pasar dentro para que lo puedas ver por ti mismo. Tal vez me ayude tu padre. Me gustaría que me hablaras más sobre él. Estoy segura de que lo conocería por la descripción.

Eio baja los párpados. Sus largas pestañas oscuras son una cortina que se cierra ante mí.

—Ya te lo dije. Es feo como todos los extranjeros.

—¿Excepto yo?

Se encoge de hombros.

—Vete, Ave Pia, antes de que te alcance una flecha.

—Eres un dramático. —Pero sus palabras son como una flecha ellas mismas, una flecha de hielo—. Adiós, Eio.

—¿Por última vez?

No sé qué responder a eso.

—Será mejor que te vayas tú también. Si están rastreando alrededor del complejo en mi busca, no quiero que te encuentren.

—¿Por qué? Creí que no era cierto que hubiera algo muy malvado en Little Cam —replica.

—¡No lo hay! Pero se supone que tú no puedes estar aquí. Little Cam es un lugar secreto, y yo soy la parte más secreta de todo el lugar. Si averiguan que sabes demasiado sobre mí, podrían…

—¿Qué podrían hacerme…?

—No lo sé, Eio, y tampoco quiero averiguarlo. —Me está irritando. ¿Por qué no se va? ¿Por qué insiste en intentar hacerme dudar de la gente que me creó y me crió? Y ¿por qué lo está logrando?—. ¡Vamos, Eio! ¡Vete ya!

Sin decir una palabra, se vuelve y desaparece en la selva. En cuanto se ha ido, siento un breve tirón dentro de mí, como si el corazón quisiera ir tras él.

Me abro camino por el denso follaje hasta que veo los brillos de la valla y el edificio que se encuentra detrás. Estoy cerca del agujero, y dado que no oigo gritos ni veo a nadie rastreando el perímetro, pienso que quizá, después de todo, tenga la posibilidad de colarme de vuelta.

Pero cuando llego al agujero, me paro en seco y miro aterrada, y agarro a Alai para que no pueda correr hacia allí.

La zona está llena de hombres y mujeres, científicos, trabajadores y guardas uniformados. Han descubierto el agujero, eso es evidente. ¿Sospechan que yo lo encontré primero?

Me deslizo entre los árboles, confiando en que se me haya pegado algo de la habilidad de Eio para volverse invisible. Sin atreverme apenas a respirar, me acerco arrastrándome para investigar, aferrando por el collar a mi mascota.

El tío Paolo y el tío Antonio están allí. Ninguno de los dos parece muy contento. Tienen la cara colorada, y parece que están con los pelos de punta, como Gruñón y Alai cuando se miran en el pequeño zoo. ¿Están enfadados uno con el otro, o los dos conmigo? Sospecho que más bien esto último. La ceiba caída ha sido cortada y retirada, y varios hombres se están encargando de rellenar el agujero y enderezar la valla. Deben de haber desconectado la electricidad en aquella sección, porque manejan el alambre con las manos desnudas. Cuando cambio de posición, veo más de lo que está pasando. Mis padres están allí, al otro lado de la valla, y parece que están callados y descoloridos. Detrás de ellos, veo mi habitación de cristal, vacía y (me produce esa impresión por primera vez) extremadamente abierta y vulnerable. Puedo verlo todo dentro. El rincón en el que se encuentra la butaca, cubriendo el mapa escondido debajo de la alfombra, parece que sigue en su sitio, lo cual me alivia. Ya estoy metida en demasiados problemas para tener además que explicar lo del mapa.

Tengo que acercarme más para enterarme de lo que dicen sobre mí. Seguramente todo el mundo se estará acordando del Accidente, preguntándose si habrá vuelto a pasar lo mismo. Empiezo a lamentar haberme escapado anoche, no haber escuchado la voz de mi sentido común y haberme quedado dentro de Little Cam. Pero entonces pienso en Eio y en los niños de Ai’oa, y mi espíritu se insubordina testarudamente y cruza los brazos: lo volvería a hacer.

Sin embargo, a juzgar por el aspecto de las cosas, es muy posible que nunca más vuelva a tener esa opción.

Repaso las posibilidades que tengo de actuar en este momento:

Puedo salir y enfrentarme a todo. Confesarlo todo, hasta lo del mapa, y jurar que nunca, nunca lo volveré a hacer.

Puedo salir y enfrentarme a todo. Confesarlo todo y jurar que lo volveré a hacer, les guste o no.

Escaparme. Volverme una nativa, tal vez, y esta vez para siempre.

No me gusta ninguna de estas opciones, pero parece que no hay más alternativas entre las que elegir. Así que opto por quedarme donde estoy, esperando y observando. Ya se presentará alguna salida.

Manteniéndome muy pegada a la tierra y moviéndome a la velocidad de un perezoso tridáctilo especialmente adormecido, logro llegar donde puedo oír hablar al grupo que está junto a la valla, sin que me vean.

—Seguros, lo que se dice seguros de que haya salido por aquí, no estamos —comenta el tío Antonio.

—Tenemos que estudiar todas las posibilidades. A estas alturas, podría encontrarse a kilómetros de distancia, Antonio. ¡A kilómetros! —El tío Paolo se pasa las manos por el cabello, y parece más nervioso de lo que lo haya visto nunca—. ¡No puedo perderla! ¡Ella lo es todo para este lugar! ¡Sin ella no significa nada Little Cam, la investigación, nada de lo que hemos hecho…! Piensa en lo que dirá Strauss… Dios mío, ¿qué dirá Strauss? ¿Strauss? —Yo no he oído hablar de nadie que se llame así en Little Cam.

—Tranquilo, Paolo —responde el tío Antonio—. Seguramente ella está en algún lugar del complejo. No podemos tomar conclusiones por adelantado.

—¿Demasiado pronto? ¡Hemos estado horas registrándolo todo dentro de la valla! Se nos ha escapado. Esa es la única explicación, Antonio. Ya sabía yo que era mala idea quitar las cámaras de su habitación. ¡Clarence! ¿Por qué tardáis tanto? ¡Traed un cochino bulldozer si hace falta, pero llenad ese agujero! —El tío Paolo camina de un lado para otro, de derecha a izquierda, sin parar un momento—. Tendría que haberme imaginado que pasaría esto. He hecho demasiadas concesiones. ¡Esa fiesta fue una idea estúpida! Ella necesita un programa más estricto, más supervisión… Tal vez debiéramos reinstalar las cámaras. No importa el jaleo que monte, ya la hemos malcriado bastante…

El tío Antonio responde con cara de mármol:

—Pia no es un ratón, Paolo.

Esta vez el tío Paolo deja de caminar, y él y el tío Antonio se miran uno al otro con un odio que yo nunca hubiera sospechado que pudiera haber entre ellos. Nunca he pensado que fueran amigos ni nada de eso, pero ahora comprendo que puede haber entre ellos mucha más animosidad de lo que dejan traslucir normalmente. Eso debe de ser. La manera en que se miran ahora parece demasiado dura como para ser solo producto de mi desaparición. De repente se me ocurre algo. Todas esas personas fuera de la valla… seguramente no han salido arrastrándose por el agujero. Lo cual significa que deben de haber abierto la cancela.

Y tal vez siga abierta.

Sin atreverme casi a respirar, empiezo a moverme en silencio por el perímetro de Little Cam. Si puedo llegar a la cancela y está abierta, entonces podré colarme dentro y presentarme con alguna historia… tal vez que me quedé dormida al lado de la piscina, o que me perdí en algún rincón apartado con un libro de biología. Mis pensamientos van por tres caminos diferentes al mismo tiempo, propulsando mi mente a toda velocidad.

Tal vez por eso no veo a Harriet Fields hasta que me doy de bruces con ella.