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Cuatro

—Entonces —dice Harriet mientras apaga el cigarrillo en la mesa de exploración y lo tira a la papelera—, ¿se trata de eso? ¡He aquí la Pia inmortal, la perfecta! Parece el final del camino. ¿O es que anda por ahí algún tío cachas igual de perfecto e inmortal? —Mira a su alrededor, como si esperara que saliera de detrás del frigorífico lleno de muestras de saliva.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, tal como suena, parece que el propósito de este lugar es crear una nueva raza de Übermenschen

—¿Uber qué…?

—De inmortales. Pero lo único que veo es una chica esquelética con la autoestima más grande que la talla de sujetador…

—Yo no estoy esquelética —digo, echando para atrás los hombros y fulminándola con la mirada.

—Sí, claro. —Hace un gesto de desdén con la mano—. Tú eres perfecta, se me olvidaba. De todas maneras, mi pregunta era: ¿dónde está Míster Perfecto?

Asiento con la cabeza, comprendiendo, y respiro hondo:

—Bueno, en cuanto acabe con mis estudios y me convierta en parte del equipo de Inmortis, haremos uno. —Pronunciar en voz alta lo que es mi sueño provoca que el corazón me palpite de impaciencia. Sonrío con orgullo.

Por algún motivo, ella se echa a reír a carcajadas. Se inclina sobre la mesa de exploración, apoya la cabeza en las manos, y cada dos carcajadas lanza un resoplido. Cuando vuelve a levantar la mirada, debe de percibir la expresión de mi rostro, porque deja de reír.

—Lo siento, Pia. Lo siento, yo solo… —Está a punto de echarse a reír otra vez, pero se contiene—. Al oírte decir eso…, me apuesto a que eres la primera chica en la historia que puede sinceramente decir algo así.

—¡No hay nada equivocado en lo que dije!

—No, no.

Sigue haciendo esfuerzos por no reírse, y a cada minuto que pasa me pongo más furiosa:

—Me gustaría que lo dejaras.

—¿Que dejara qué?

—Que dejaras de reírte de mí. Diga lo que diga, actúas como si fuera… una estupidez.

Frunce el ceño y se acerca a mí. Me estremezco cuando me coge la mano con las suyas.

—Pia, yo no creo que seas estúpida. Pero tienes que comprender. He llegado aquí hace un día nada más. Vine aquí pensando que me encargaría de una investigación y documentación rutinaria, y sin embargo te encuentro a ti: una joven de deslumbrante belleza que me dice que es inmortal. Y perfecta. ¡Y que además puede demostrarlo! Es mucho lo que tengo que asimilar.

Veo en su rostro que dice la verdad, pero sigo furiosa:

—De todas maneras, no es asunto tuyo. Como dijiste, tú estás aquí para hacer investigación rutinaria, no para estudiarme a mí.

—¿No? —Ladea la cabeza—. Una vez estudié a una tigresa blanca en el zoo de San Francisco que tenía tanta seguridad en sí misma como tú. Era una criatura hermosa y extremadamente rara, y también ella lo sabía. Lo llevaba como una condecoración puesta sobre su abrigo blanco. No tenía ni idea de que un animal pudiera ser altivo y desdeñoso hasta que conocí a Sacha.

Pienso que podría estar otra vez riéndose de mí, pero no estoy segura, así que le pregunto:

—¿Qué es San Francisco?

—¿Qué has dicho? —pregunta una voz distinta.

Las dos nos volvemos sorprendidas al ver al tío Paolo, que está en la puerta. Comprendo de inmediato que Harriet Fields va a verse en problemas. Le dirijo al tío Paolo una enorme sonrisa.

—¡Hola! La doctora Fields estaba casualmente hablándome de San Francisco.

Ella gira la cabeza y me dirige una mirada capaz de encender madera de ceiba mojada.

—¡Desde luego que no, señorita! —dice, y se vuelve hacia el tío Paolo—: No es verdad.

—Doctora Fields —dice con frialdad, sin dejar de mirarme—, ¿puedo hablar con usted en mi despacho?

Ella rezonga y levanta las manos.

—¡Vamos, soy nueva aquí! ¡Esta se me perdonará!

—Doctora Fields, si es tan amable…

El tío Paolo no está contento. Nada contento. Decido no inmiscuirme en este asunto y cerrar bien la boca. La doctora Fieldespato me dirige una mirada de pocos amigos mientras sale de la estancia. El tío Paolo se demora un instante. Hay una expresión en su rostro que me recuerda a cuando Alai mira a algún ratón en nuestro pequeño zoo.

—Pia, sería mejor que no hablaras con la doctora Fields durante los próximos días.

—¿Se ha metido en problemas? —pregunto.

La expresión se vuelve aún más fría.

—Por favor, ve a tu habitación.

Entonces me pongo furiosa:

—¡No!

—¡Pia, a tu habitación! ¡Por favor!

Y ese «por favor» suena más a advertencia que a ruego. No puedo aguantar más su expresión, y cedo.

—Vale.

Desde mi habitación, acecho como un depredador. Si tuviera cola como Alai, o como esa tigresa blanca de la doctora Fieldespato, la estaría moviendo.

Me siento en mi habitación sobre la cama, con las piernas cruzadas y la espalda rígida, abrazando una almohada mientras miro fijamente el mundo exterior. Al otro lado de las barras de hierro y de la alambrada electrificada, la selva permanece en calma, como si aguardara algo. O a alguien. Por un instante de insensatez, me imagino que me aguarda a mí.

Solo una vez he estado al otro lado de esa cerca. Tenía siete años y era el día de llegada de los camiones con las provisiones. La cancela se abrió, entraron los camiones, y yo salí corriendo. Di trece pasos. Eso es lo más lejos que llegué, antes de que el tío Timothy me recogiera levantándome en el aire como si fuera una bolsa de plátanos, para dejarme caer por el lado de dentro de la cerca. Recibí al menos cinco sermones de diferentes personas, la mayoría de los cuales incluían espeluznantes historias de gente que se perdía en la selva y era devorada por las anacondas. No tardé mucho en comprender que incluso una niña que no puede recibir heridas podría ser devorada entera. Así que no hace falta decir que no volví a escaparme.

Pero mientras contemplo por los cristales las sombreadas profundidades azul y verde del bosque tropical, pienso en aquel día y en aquellos trece pasos que di. Hay también unos trece pasos desde la pared de cristal de mi dormitorio a la cerca.

—¡Hora de cenar, Pia! —grita mi madre desde la sala de estar.

Sacudo la cabeza para despertar de mis ensoñaciones, y me reúno con ella de camino al comedor. Todavía es un poco pronto, así que la sala está casi vacía. Gracias a los camiones, podemos comer langostinos y carne. Las dos cosas son muy especiales, y normalmente me abalanzo sobre platos como esos. Pero hoy no puedo dejar de pensar en aquel día en que casi penetro en la selva. Como si fuera ayer, recuerdo la emoción y la euforia que rodearon aquellos trece pasos de libertad, y ese recuerdo me deja con un inquietante vacío que no podrá llenar toda la comida del mundo.

Hay un científico sentado a la mesa que se encuentra en uno de los rincones, y mi madre y yo nos sentamos con él. Yo lo llamo tío Will, pero si quisiera podría llamarlo padre, pues lo es. No lo veo a menudo. Reside en los dormitorios con los demás y se pasa casi todo el tiempo escondido en su laboratorio, donde estudia los insectos que mi tío Antonio captura en la selva. El tío Will se pirra por los bichitos.

Tanto el tío Will como mi madre nacieron en Little Cam, al igual que sus padres y los padres de sus padres. Cada generación de mi árbol familiar es más fuerte que la anterior, lo cual es un resultado de la asimilación gradual del néctar de la flor elísea por parte de sus códigos genéticos. Mis padres tienen los dos un coeficiente intelectual muy elevado y sistemas inmunitarios casi perfectos, pero sus células ya han empezado a deteriorarse como no lo harán nunca las mías. Según los cálculos del tío Paolo, obtenidos mediante la observación de las diversas especies de animales inmortales que hay en Little Cam, a partir de los veinte años, aproximadamente, mis células seguirán regenerándose en vez de deteriorarse como las de los humanos normales. Seguiré siendo joven siempre.

A diferencia del tío Paolo, del tío Timothy, del tío Jakob y de los demás, que llegaron a Little Cam desde el exterior, mis padres, así como el tío Antonio, nacieron en el complejo y han vivido aquí toda su vida. Fueron educados por los científicos igual que me educan a mí ahora, y han asumido roles en Little Cam que antes eran competencia de científicos que llegaban del mundo exterior.

El tío Paolo me contó una vez que los científicos esperan descubrir un medio de crear inmortales sin recurrir a la reproducción orgánica. Hace cuarenta años empezaron a usar fertilización in vitro, lo cual, aparentemente, evitaba complicaciones a lo largo de todo el proceso. Pero hasta que descubran el modo de nutrir con éxito a un embrión fuera del útero materno, en Little Cam seguirá habiendo, por lo menos, madres.

Me alegro de que no hayan encontrado el modo de replicar la gestación, al menos por el momento. Me gusta saber que procedo de seres humanos reales, con vida, y no de una probeta de cristal de un laboratorio.

Aunque no conocí a mis abuelos, todos sus nombres están en el papel que le mostré a la doctora Fieldespato. Son mi linaje: mi árbol genealógico.

Si observáis ese papel, y empezando por mis padres os desplazáis uno hacia arriba y dos de lado, encontraréis a Alex y Marian. Que son los que murieron demasiado jóvenes.

Pienso en Alex y Marian mientras acometo mi langostino. Fueron los únicos de mis antepasados (y eso incluye a mis abuelos y a los padres del tío Antonio) que optaron por no emplear la fecundación in vitro. A diferencia de sus contemporáneos, se eligieron uno al otro como compañeros de por vida, y quisieron reproducirse de modo natural. He oído a la tía Nénine hablar sobre ello a la tía Brigid, sobre lo mucho que se querían el uno al otro. Miro a mis propios padres preguntándome si alguna vez se enamoraron. Apenas se hablan, y me sorprende incluso que se sienten a la misma mesa. Como mucho, su relación puede describirse como de mutua tolerancia.

Alex y Marian dejaron juntos Little Cam hace más de treinta años, para no regresar nunca. No sé adónde intentarían ir ni por qué… pero sí sé que nunca lo lograron.

Me han dicho que los científicos discutieron sobre si empezar desde el principio para reemplazar esa línea generacional, lo que significaba que tendrían que traer dieciséis nuevas parejas y empezar a tratarlas con Inmortis. Ya que en ese momento nadie sabía si tendría éxito el proyecto Inmortis, decidieron esperar a que yo naciera. Y siguen esperando para ver qué pasa conmigo. Para ver si supero las pruebas wickham.

—La doctora Fields se ha metido hoy en problemas por hablarme de San Francisco —comento.

Mis padres dejan de comer y me miran, y a continuación observan la sala a su alrededor. Seguimos solos. Mi madre parece un poco molesta, pero el tío Will sonríe.

—Es una ciudad —dice—. El doctor Marshall me habló una vez de ella. Dijo que se encuentra en los Estados Únicos de América.

—Los Estados Unidos de América —le corrige mi madre, y me sorprende que sepa tanto. De todos nosotros, ella es la menos interesada por lo que existe al otro lado de la cerca. Como la máxima autoridad en matemáticas de Little Cam que es, está completamente absorta en su trabajo, y muchas veces dice que los números son iguales no importa dónde se encuentre uno, si en la selva o en la luna.

—¡Sabía que sería una ciudad! —le digo al tío Will—. Tiene que haber allí más gente incluso que en Little Cam. Me imagino entonces otra Little Cam con los mismos edificios en distintos lugares.

—Esa mujer no debería haberte dicho nada —rezonga mi madre—. No me gusta la pinta que tiene esa doctora Fields. Es alocada e impredecible.

—Pero ella no es un problema matemático. No puedes sustraer las partes de ella que no te gustan. —En el mismo momento de decirlo, me pregunto por qué defiendo a la doctora Fieldespato, pues a mí tampoco me gusta la pinta que tiene.

El tío Will se ríe al oír eso. Mi madre frunce el ceño y le apunta con el cuchillo.

—¡Y tú tampoco deberías decir nada! A Paolo no le gustará. —Vuelve a mirar a su alrededor. El cocinero está colocando un cuenco con bollitos para la cena, pero está demasiado lejos, al otro lado de la sala, para oír nuestra conversación.

—¿Por qué no puede decir nada? —digo retadora—. Puede que yo quiera saber algo de San Francisco.

—Tú no necesitas preocuparte más que de tus estudios —asegura mi madre con firmeza—. Cuando llegue el momento, estarás lista para asumir el trabajo del doctor Alvez.

El tío Paolo no es tan mayor. Seguirá aquí años y años. A mí me están preparando para asumir al final el trabajo del tío Paolo, así que el tío Timothy no tendrá que volver a preocuparse por traer más científicos jefes a Little Cam. Yo estaré al mando para siempre, cumpliendo el destino con el que sueño desde hace años: crear otros seres iguales a mí. De mi especie. Personas perfectas e inmortales que a su vez ayudarán a crear a otros como nosotros. Con el tiempo, dejaremos de ser un grupo aislado y escondido en la selva para convertirnos en una raza. Al pensar en ese día, las lágrimas casi me afloran a los ojos, de tantas ganas como tengo de que llegue.

Todo forma parte del plan que el doctor Falk diseñó hace un siglo. Bueno, casi todo forma parte de ese plan. El Accidente no estaba previsto en el plan, pero sucedió.

Si no hubiera sido por el Accidente, Alex y Marian habrían tenido una niña. Cuando se fugaron de Little Cam, Marian estaba embarazada. Esa niña hubiera sido destinada a mi tío Antonio, y el hijo de ambos habría sido mi «Míster Perfecto», como dijo la doctora Fieldespato. Entonces, los dos juntos habríamos dado origen a la nueva raza y culminaríamos de ese modo el gran proyecto del doctor Falk.

Alex y Marian murieron, y mi compañero inmortal murió con ellos. Así que ahora tengo que esperar a que el tío Paolo haga uno empezando por el principio. Y no lo puede hacer hasta que decida que estoy lista para ayudarle. Lo cual significa que tengo que superar más pruebas wickham. Pensar en eso me quita el poco apetito que tengo, y recuerdo los temblorosos latidos del gorrión en la palma de mi mano.

—Me gustaría ver San Francisco —dice mi padre en tono soñador mientras juega con un langostino que tiene en el plato.

—Eso es ridículo —dice mi madre—. Tú no vas a ir nunca a San Francisco. Tu lugar está aquí, en Little Cam.

Paso la mirada de uno a otro de mis padres, preguntándome de repente si alguna vez mirarán por la ventana al exterior como miro yo por las paredes de cristal de mi dormitorio. Me pregunto si odiarán la valla como la odio yo, y si la selva también los llamará a ellos. Por supuesto, los dos han estado fuera. Mi padre a veces sale con el tío Antonio para recoger especímenes, y mi madre incluso ha llegado a Little Mississip. Un día el tío Paolo me dejará salir a mí también, pero la espera me resulta dura.

—Tío Will —digo mientras me sirvo un poco de plátano recién recogido—, ¿has visto alguna vez un mapa del mundo? —Le pregunto a él y no a mi madre, porque ya sé lo que diría ella: «Claro que no, Pia, qué ocurrencias tienes…».

Pero veo que hasta el tío Will se pone nervioso con el giro que ha tomado la conversación.

—No, Pia, no. —No dice nada más, sino que se limpia los labios, arroja la servilleta sobre la mesa y se levanta—: Tengo algunas pruebas que hacer en el laboratorio.

Lo veo irse, y quisiera tener un laboratorio al que escapar yo también. Lo único que tengo es mi habitación de cristal. En ocasiones como esta, lamento no haber dejado que pusieran paredes de escayola, por mucho que me guste la vista.

Porque mi habitación de cristal es estupenda para mirar fuera, pero no muy buena para esconderse.