Esto es lo que Moth llegó a entender:
La adicción y el asesinato tienen cosas en común.
En ambos, alguien quiere que confieses:
«Soy un asesino».
O:
«Soy un adicto».
En ambos se supone que llega un momento en que tienes que someterte a un poder superior:
«Para el típico asesino es la ley. Policías, jueces, quizá la celda de una cárcel. Para los adictos corrientes es Dios, o Jesús, o Buda, o cualquier cosa concebible más fuerte que las drogas o el alcohol. Sométete a ella. Es la única forma de dejarlo. Suponiendo que quieras hacerlo».
Jamás pensó que ninguna de ambas confesiones o concesiones formaría parte de su estructura emocional. Sabía lo que era la adicción. No estaba seguro sobre lo del asesinato, pero estaba decidido a averiguarlo en poco tiempo.