En 1984, en el cuadragésimo aniversario del Día D, los británicos tuvieron que hacer una difícil elección: dónde concentrar su celebración. Los estadounidenses habían escogido sus playas, Omaha y Utah; y los británicos estuvieron tentados de hacer lo mismo. Podrían haber ido a Lion-sur-Mer, cerca del centro de la playa de Sword, o a Arromanches, en la playa de Gold. Arromanches hubiera sido un lugar especialmente apropiado, porque fue allí donde los británicos colocaron sus puertos artificiales, construidos a un alto coste por la industria británica y que representaron un triunfo de la imaginación, la tecnología y la productividad británicas.
En cambio, los británicos centraron su celebración en la pequeña localidad de Ranville, a unos diez kilómetros hacia el interior. Ranville había sido el Cuartel General de la 6.ª División Aerotransportada británica durante el Día D. El príncipe Carlos viajó hasta allí y participó en una emotiva conmemoración en el cementerio militar. Estaban presentes cientos de veteranos de las fuerzas aerotransportadas y miles de espectadores, además de fotógrafos, reporteros y equipos de televisión.
Los veteranos desfilaron ante el príncipe Carlos, que es el coronel en jefe del Regimiento Paracaidista. Mientras tocaban las bandas, los ancianos marchaban con los ojos brillantes, llevando orgullosamente sus boinas, los pechos cubiertos por sus medallas. Había mujeres y hombres normandos apiñados a los lados de las calles, saludando con la mano, gritando con entusiasmo, llorando.
El príncipe Carlos había llegado a Ranville en avión; de camino, pasó sobre un pequeño y anodino puente sobre el Canal de Caen, a dos kilómetros de Ranville, y lo observó atentamente. Era un puente que había sido tomado por una compañía de planeadores de la 6.ª División Aerotransportada en la noche del 5 al 6 de junio, en un golpe de mano. El resto de la división había llegado a la zona lanzándose en paracaídas o en planeador, y durante todo el día estas fuerzas defendieron el puente frente a los importantes contraataques alemanes.
En el cuadragésimo aniversario, hubo toda clase de celebraciones especiales en Ranville y en el puente sobre el Canal del Caen, incluyendo el lanzamiento de un pelotón de paracaidistas del Regimiento Paracaidista, formado por veteranos de Irlanda del Norte y de la Guerra de las Malvinas. La Reina Isabel II llegó por el Canal de Caen en el yate real Britannia, y saludó al puente elevado mientras pasaba por debajo de él.
Evidentemente, éste no era un puente cualquiera, y la lucha que se desató para hacerse con él no fue una batalla cualquiera. Por eso, porque fue una operación en la que los británicos dieron lo mejor de sí, el hoy llamado puente Pegasus, en honor al símbolo de las fuerzas aerotransportadas británicas, fue escogido por los británicos como punto central de su celebración del aniversario. Y además, fue el punto crítico en su flanco de la invasión.
Los puentes siempre son puntos centrales en las guerras. Las batallas y las campañas son decididas a menudo por quien tenga el control del puente, o quien se haga con el puente, o quien destruya el puente.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en la campaña del noroeste de Europa, hubo tres puentes que se hicieron especialmente famosos. El primero fue el puente Ludendorff, un puente ferroviario sobre el río Rin en Remagen. El 7 de marzo de 1945, el teniente primero Karl H. Timmerman cruzó este puente a toda velocidad con su compañía de la 9.ª División Acorazada, esperando que explotara en cualquier momento, a pesar de los disparos del enemigo. Fue uno de los grandes momentos de la guerra, y ha sido merecidamente recordado en libros, artículos de revistas, y películas (la más destacada de las cuales es El puente de Remagen, de Ken Hechler).
El segundo puente más famoso fue el de Arnhem, más conocido en las islas Británicas que en Estados Unidos hasta 1974, cuando Cornelius Ryan publicó Un puente lejano. Con ese libro, las hazañas del coronel John Frost y sus paracaidistas en el puente de Arnhem recibieron su merecido reconocimiento a ambos lados del Atlántico.
El tercer puente, el Pegasus, sigue siendo más conocido en el Reino Unido que en Estado Unidos, a pesar de que apareció en la versión cinematográfica del libro de Ryan El día más largo y aparece en cualquier relato sobre la invasión. Pero ningún libro se ha centrado en este hecho de armas.
La primera vez que me sentí atraído por esta historia fue el 7 de junio de 1981. Estaba en el puente Pegasus con un grupo de veteranos estadounidenses y sus esposas, guiando una visita por los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Habíamos observado el puente, nos habíamos maravillado con la destreza de los pilotos de los planeadores, y habíamos visitado el pequeño museo. Acababa de subir a todo el grupo otra vez en el autobús y estaba preparado para continuar —con retraso como siempre—, cuando un pequeño anciano de pelo blanco y extremadamente simpático, apoyado en un bastón, me detuvo cuando estaba a punto de subir al autobús y preguntó:
—Disculpen. ¿Alguno de ustedes es de la 6.ª División Aerotransportada británica?
—No, señor —le contesté—. En este autobús somos todos estadounidenses.
—Ah, lo siento —dijo.
—No lo sienta —le respondí—. Estamos todos bastante orgullosos de ser estadounidenses. ¿Estuvo usted en la 6.ª División Aerotransportada?
—Así es —me respondió—. Soy el comandante John Howard.
—¿Cómo está usted? ¿Cómo está usted? —exclamé, estrechándole la mano—. Qué honor y qué alegría conocerlo.
Preguntó si a «mis muchachos» les gustaría escuchar algunas palabras acerca de lo que había sucedido allí. Por supuesto que sí, le aseguré, y corrí al autobús para decirles a todos que bajaran una vez más. Nos reunimos alrededor del comandante Howard, que estaba de pie sobre el dique, de espaldas al puente. Prácticamente todos los que estábamos en ese autobús éramos adictos a las historias de guerra, y por consiguiente éramos todos expertos. Todos estuvimos de acuerdo más tarde en que nunca habíamos escuchado tan buenas historias de guerra, y tan bien contadas. Al año siguiente, Howard fue un extraordinario cicerone para mi grupo turístico y contó con más detalles los sucesos del 6 de junio de 1944.
Volvió en 1983 y ofreció un relato especialmente memorable. Ese año, cuando el autobús se alejaba para dirigirse hacia el Cuartel General de Rommel, rumbo a París, se colocó delante del café y saludó con la mano. En ese momento, decidí que quería escribir la historia del puente Pegasus.
Acababa de terminar con veinte años de trabajo sobre Dwight D. Eisenhower. Durante todo ese tiempo, había estudiado algo así como más de dos millones de documentos antes de escribir un manuscrito de más de dos mil páginas. Necesariamente había tenido que estudiar la Segunda Guerra Mundial, y luego la Guerra Fría, desde la elevada perspectiva del Jefe Supremo y el Presidente. En mi siguiente libro quería hacer algo completamente distinto, en términos de fuentes, extensión, y perspectiva.
Pegasus era perfecto. Una compañía en acción no produce demasiada evidencia documental, pero sí crea vividos recuerdos, lo que significaba que mis fuentes consistirían básicamente en entrevistas a los supervivientes, en lugar de documentos. En cuanto a la duración, un día en la vida de una compañía sería obviamente mucho más corto que los setenta y ocho años de la vida de Ike. Y por último, Pegasus me permitiría bajar al nivel de un comandante de compañía y sus hombres en el lugar de la acción.
Lo que yo tenía en mente lo ha dicho mejor Russell Weigley en el prefacio de su magistral libro Eisenhower’s Lieutenants. Weigley escribe: «Hace mucho que me molesta la tendencia de la “nueva” historia militar posterior a 1945… que evita lanzarse al calor de la batalla. Esto responde en parte a un esfuerzo por generar una supuesta respetabilidad académica e intelectual para la historia militar moderna… Sin embargo, es para prepararse y hacer la guerra por lo que existen principalmente los ejércitos, y el hecho de que el historiador militar evite el análisis de la guerra es dejar su trabajo grotescamente incompleto». Después de haber pasado tantos años estudiando a Ike, sentí la fuerza de ese pasaje, porque al nivel de Ike uno no oía los disparos, ni veía a los muertos, ni sentía el miedo, ni conocía ningún combate.
La frase final de Weigley también me intrigaba. Escribió: «Un día de batalla revela más sobre la naturaleza esencial de un ejército que toda una generación de paz». Qué gran verdad, pensé, y también pensé que ese principio podía extenderse: un día de batalla revela más acerca de la naturaleza esencial de un pueblo que toda una generación de paz. Es por eso que uno de los aspectos más atractivos de la historia de John Howard y de la Compañía D de los Ox and Bucks (The Oxfordshire and Buckinghamshire Light Infantry) fue la forma en que reveló la verdadera calidad tanto del ejército como del pueblo británicos.
Siempre me ha impresionado el trabajo de S. L. A. Marshall, especialmente por su uso de las entrevistas tras el combate para determinar lo que sucedió realmente en el campo de batalla. Marshall insiste en que para hacer bien su trabajo, el historiador especializado en los combates debe realizar las entrevistas inmediatamente después de la batalla. Para mí, en este caso, eso obviamente era imposible, pero de todas formas sentía que para los participantes el Día D era el día más grande de sus vidas, había quedado grabado para siempre en sus memorias. Sabía que así era para Ike, quien pasó por dos mandatos completos como Presidente de Estados Unidos, pero que siempre vio el Día D como el más grande de su vida, y podía recordar los detalles más sorprendentes.
Hice las entrevistas en el otoño del año 1983, en Canadá, Inglaterra, Francia y Alemania. Conseguí grabar veinte horas de cinta con John Howard, diez horas con Jim Wallwork, cinco horas con Hans von Luck, y dos o tres horas con los demás.
Escuchar a los viejos veteranos fue un proceso fascinante. El Día D había quedado grabado a fuego en sus mentes, y les complacía tener una audiencia interesada en sus historias. El principal problema a la hora de elaborar un libro basado únicamente en entrevistas era la secuencia y el momento de los acontecimientos. Llegué a escuchar seis u ocho descripciones distintas del mismo suceso. Cuando los veteranos disentían, era sólo en los pequeños detalles. Pero muchas veces no estaban de acuerdo en cuándo había tenido lugar un incidente determinado, ya fuera antes de éste o después de aquél. Comparando todas las transcripciones de las entrevistas, utilizando todo el material de documentación existente y comprobando constantemente mis fuentes, elaboré una sucesión de acontecimientos e incidentes que es, creo, lo más cercano a la verdad a lo que uno puede llegar después de cuarenta años.
El momento clave, del que depende todo lo demás, es aquel en el que el primer planeador tomó tierra. Calculo que fueron las 00.16 horas del Día D, según el reloj de John Howard y el de uno de sus soldados. Ambos se detuvieron exactamente a las 00.16 horas, probablemente a causa de la colisión.
Siempre se discutirá sobre quién fue el primer soldado aliado en pisar suelo francés el 6 de junio de 1944. Los exploradores (Pathfinders) de la 82.ª y las 101.ª Divisiones Aerotransportadas estadounidenses y de la 6.ª División Aerotransportada británica, reclaman ese honor. Si Jim Wallwork, John Howard, y el resto de los tripulantes del planeador n.º 1 de la Compañía D fueron los indiscutibles primeros o no, es imposible saberlo. Lo que es seguro es que la Compañía D de los Ox and Bucks fue la primera compañía en entrar en acción como unidad el Día D. También era la que tenía la tarea más exigente e importante de todas las miles de compañías involucradas en el ataque. Llevó a cabo su labor estupendamente. Lo que sigue es la historia de cómo se hizo.