31

Pobre Scile.

¿Cómo puedo decir esto?

Casi todas las mañanas voy al monte Lilypad. Los ayudantes y yo discutimos los planes. «¿Tenemos algo ya?», pregunto, y todas las mañanas, hasta hoy, han revisado los datos y han negado con la cabeza, «Todavía no», y yo he dicho: «Bueno, pronto. Estad preparados».

¿Puedo decir «Pobre Scile» después de todo lo que ha pasado? Sí, puedo. Lo que hizo me repugna —han muerto amigos míos que estarían vivos de no ser por él—, pero ¿cómo no voy a sentir lástima? Está en la cárcel en que convertimos la enfermería. Sus vecinos son los Embajadores fallidos que todavía estaban demasiado descompuestos para salir por su propio pie por las puertas cuando las abrimos. Scile sabe que sigue con vida porque, pese a ser un criminal, no hizo nada tan grave, nada tan imperdonable como para justificar su ejecución. Hemos decidido que no aplicaremos la pena de muerte para castigar un simple asesinato.

A veces voy a verlo. La gente lo entiende. Es lástima, preocupación, curiosidad y el fantasma del cariño. Él no da crédito a lo que ha ocurrido. No puede creer que haya fracasado tan estrepitosamente.

Cuando mató a Cal se produjo el caos. Me sorprende que nadie le disparara, que consiguiéramos capturarlo vivo.

—No lo haréis —dijo. Cal todavía se sacudía en el suelo. Scile apuntó con la pistola a Bailaora Española—. No serán como tú.

Lo redujimos antes de que volviera a disparar. Bailaora le arrebató la pistola. Lo agarró por la camisa y le preguntó: «¿por qué?¿por qué?». Scile se tapó las orejas y llamó demonio a Bailaora Española.

Su desaparición no había sido un suicidio, sino un peregrinaje. Había ido a buscar al ejército de los Absurdos, a caminar detrás de ellos como testigo y apóstol mientras ellos —¿fuego purificador, santos vengadores que preferían mutilarse a quedar mancillados por las mentiras?— purgaban a los arruinados Ariekei, volvían a preparar el mundo, un vivero, para las crías por nacer con un Idioma puro.

Era una esperanza brutal, pero era esperanza. Estoy convencida de que Scile se enteró de que habían nacido EzCal, dondequiera que estuviese. No sé cómo pudo llegarle la noticia, pero las noticias siempre llegan. Debía de saber que EzCal y sus orados no podrían resistir el ataque de los Absurdos. Pero no nos tuvo en cuenta a mí, a Bren y a Bailaora Española. Cuánto horror debió de sentir al vernos y ver lo que hacíamos, desde los campamentos, junto al ejército. Tuvo paciencia, esperó a que llegara la droga-dios antes de realizar su misión santa. Debió de pensar que se sacrificaba por los Absurdos. Quizá tuviera en mente a los niños Ariekene que un día pasearían por una Ciudad Embajada vacía, pensarían explicaciones para sus ruinas y las dirían en Idioma. Scile estaba dispuesto a que muriéramos todos.

No se equivocaba del todo: se había producido una caída. Ahora los Ariekei son diferentes. Es verdad que ahora mienten. Lo diré otra vez:

«Pobre Scile. Debe de pensar que está rodeado de demonios».

Hace poco llegó un miab al monte Lilypad. Ya no éramos los mismos a quienes se lo habían enviado. Creo que por eso, al abrirlo, sentí que cometía una travesura. Noté lo que solo yo habría podido identificar como una tenue inmerhumedad alrededor. Como niños traviesos, sacamos nuestros caprichos. Vino, alimentos, medicinas, lujos: no hubo sorpresas. Abrimos nuestras órdenes, y también las instrucciones selladas para Wyatt. Él no intentó impedírnoslo. Tampoco nos sorprendieron.

Los nuevos Ariekei pueden hablar con los automas, y los entienden.

—No quiero entrar —dije.

—No pasa nada, solo es… —Bren asintió con la cabeza.

Bailaora Española y él tardaron más de lo que esperaba. Aguardé en la calle, vi moverse las vallas publicitarias. Los productos que anuncian ya no se venden.

Volvieron a reunirse conmigo.

—Está dentro —dijo Bren.

—¿Y?

le hemos habladole hemos hablado.

—¿Y…? ¿Os ha hablado ella? —le pregunté a Bailaora.

Bren y él se miraron.

no lo séno lo sé.

Alcé la vista hacia su edificio. Debía de haber cámaras en varios sitios; hay cámaras por todas partes, y mi amiga siempre había estado integrada en su entorno. No saludé con la mano.

—«Ehrsul, sé que entiendes las palabras que digo», le ha dicho Bailaora —dijo Bren—. En Anglo. Y ella ni siquiera le ha mirado. Le ha dicho: «No, tú no puedes hablar conmigo; los Ariekei no pueden entenderme». «A Avice le gustaría saber cómo estás, qué has hecho últimamente.» «¡Avice! ¿Cómo está? Y tú no puedes hablar conmigo. Tú no me entiendes, y solo puedes hablar en Idioma.»

Dejamos atrás una avenida con trids anticuados, un mercado de raíces, y yo no decía nada, y Bren no insistió. En la economía planificada de nuestra reconstrucción, se nos suministran los productos básicos, pero los extras, los lujos, dan lugar a esos trueques. Me recuerdan a mercados de otras ciudades, otros lugares.

Han retirado las barricadas. Algunos habitantes de la urbe dicen que, dado que ellos pueden respirar nuestro aire pero nosotros no podemos respirar el suyo, la atmósfera de la Ciudad Embajada debería extenderse a toda la urbe. En los sitios donde están creciendo nuevas ampliaciones, los edificios Ariekene muestran una sutil modernidad. Una aguja; una ventana sesgada; cierto tipo de contrafuerte: nuestra topografía Terre se ha puesto de moda.

No han encontrado a korasaygiss ni a DalTon, o nadie que sepa dónde están, humano o indígena, está dispuesto a revelarlo. Como es lógico, su desaparición me hizo sospechar un ajuste de cuentas. Pero tengo acceso a excelentes redes de información, y si ha sucedido algo así, se ha hecho con gran discreción. Y no lo digo para encourager les autres. Creo que o bien fueron dos de los muchos que la guerra mató e hizo desaparecer, o que uno o ambos están escondidos —la urbe todavía ofrece escondites—, esperando qué sé yo. Supongo que tendrán que estar alerta.

Personalmente, considero a DalTon un caso aparte. En cuanto a korasaygiss, sin embargo, dudo que la venganza, ya sea por linchamiento o por cualquier otro medio, sea lo que buscan la mayoría de los Nuevos Ariekei; dudo que comenten siquiera que vivieron bajo korasaygiss. Ningún Ariekes que yo conozca ha sabido contestarme cuando le he preguntado si recuerda cómo pensaba antes. No han podido responder mis preguntas sobre el Idioma. El primer discurso de Bailaora Española, sobre ese cambio, era a la vez contagio y exposición. No digo que no lo recuerden; lo que digo es que, si lo recuerdan, no saben explicármelo.

Nadie sabe por qué algunos Ariekei son inmunes a la metáfora. La atención de Bailaora y su creciente número de ayudantes, sus prosélitos, que con sermones estudiados, contagiosos, ostentosamente llenos de mentiras alteran a sus oyentes, no funciona con todos. En todas las reuniones hay éxitos: los Ariekei abandonan el Idioma y entran en el lenguaje y los semas. Otros se acercan y lo consiguen la vez siguiente, o la siguiente. Y están los que se niegan; y los que, como Azotea, enfermos de pureza, sencillamente no pueden. Siguen sin poder hablarme; solo pueden hablar con los Embajadores. Solo entienden un Idioma en vías de extinción.

Ahora tenemos las drogas, las voces, para mantenerlos vivos, y ya no hay dioses.

Oí que un orado le decía a YlSib que EzSey eran sus preferidos, porque el temblor que provocaba su voz era… y en ese punto nos falló el vocabulario, el mío y el suyo. Otros prefieren a EzLott, o EzBel, según la ebriedad que producen.

Scile era más inteligente de lo que podría parecer por su último asesinato. Sabía cómo habíamos creado a EzCal: debió de pensar que podríamos volver a hacerlo. Retiramos los mecanismos del interior de la cabeza de Cal, y estaban intactos, pero, aunque no lo hubieran estado, el final habría sido el mismo.

—«Tengo algo» —habían anunciado MagDa—. «Southel lleva semanas montando prototipos.» «Amplificadores.» «Se han presentado varios voluntarios. Estamos preparados.»

Ése era el plan secreto que habían estado desarrollando MagDa mientras nosotros llevábamos el nuestro a la práctica: acumular una reserva para protegernos de Cal y EzCal, cuyo poder radicaba en su singularidad. La traición de MagDa encajaba con la nuestra, mía y de Bren. Scile no había llevado ningún relato a una conclusión. Había matado a Cal, pero no había cambiado nada.

Los primeros voluntarios fueron Giros hendidos: se afeitaban la cabeza, se les implantaban las tomas, se ponían los amplificadores, que parecían diademas con garras, enchufaban los conectores y dejaban que Ez, Rukowsi, al que apuntaban con una pistola, sintonizara sus ondas cerebrales y hablara con ellos. Lott fue la primera en interpretar el papel, mientras su doppel, Char, todavía vivía.

A algunos les da miedo, pero muchos Embajadores han apagado sus conectores. No se corrigen. Ya casi nunca hablan Idioma. No se les presentan muchas ocasiones. Yo no creo que todos detesten a su doppel. Bren dice que discrepa, pero yo le digo que él no puede pensar más allá de su propia experiencia, lo cual es comprensible.

Seguimos protegiendo a Joel Rukowsi porque lo necesitamos, necesitamos su estrafalaria cabeza empática, pero creo que hasta eso cambiará. Encontraremos a otros como él. Entretanto le hacemos trabajar mucho, y almacenamos horas de voz-droga. Podemos permitirnos ser generosos con los integrantes del éxodo.

Ahora hay dos urbes —una de adictos y otra que integra a todos los demás— que se cruzan educadamente. Los Absurdos y los Nuevos tienen muchas más cosas en común de las que cada grupo tiene con los orados. Ya no importa si oyen o no: lo que importa es que los Absurdos y los Nuevos piensan lo mismo.

Bailaora intercambia cumplidos con los Ariekei en cada esquina, con los Terres, y también con los sin abanico, mediante los tapetes táctiles que llevan encima, nuestra contribución terretecno. Yo estoy aprendiendo a leer y escribir sus garabatos en evolución, como un joven Ariekes. Ahora, en cuanto despiertan en su tercer estadio, los instruyen para que abandonen sus instintos, como si se sometieran a un rito iniciático. Solo disponen de unos pocos días liminales de Idioma en estado puro, en que las palabras son referentes y las mentiras son asombrosas, entre el estadio animal y el estadio consciente. Después, los jóvenes Nuevos Ariekei saben que su urbe no siempre fue así, pero no pueden imaginársela de otra forma.

De los que no consiguen desaprender el Idioma, algunos se ensordecen ellos mismos, pues saben que así se curarán, y que eso no supone renunciar al lenguaje y el pensamiento, como antes creían. Otros, como Azotea, se preparan para marcharse. Nosotros nunca visitaremos sus comunidades autárquicas. No estarán conectadas a la urbe mediante tuberías. Les entregaremos gran cantidad de chips de audio, suficientes para mucho tiempo. Los exiliados vivirán con su adicción y criarán a una nueva prole, nunca les dejarán oír los chips, hasta que sus hijos también hablen Idioma, pero sin dependencia alguna, libres. Los humanos —vectores de adicción— estarán prohibidos y serán tabú; la urbe, les explicarán, donde ahora hablan de otra forma, también será tabú. En el futuro inmediato, no serán los humanos sino los Nuevos Ariekei los embajadores entre la urbe y los asentamientos.

Pero yo sé qué pasará. Un día llegará un Nuevo Ariekes, un comerciante: hablarán con él, de Idioma a lenguaje, y creerán que sí, pero no se entenderán. Los jóvenes sentirán curiosidad por ese extraño forastero, y unos pocos de esos hablantes de Idioma, jóvenes e intrépidos, llegarán hasta las puertas de la urbe. Eso es lo que pasará. Aquí todavía habrá adictos, sin duda —marginados, santos locos o cualquiera que sea entonces su estatus—, y los recién llegados oirán la droga transmitida para ellos, y al instante se convertirán también en adictos.

La tripulación de la nave tendrá armas, por supuesto: armas de Bremen, más avanzadas que las nuestras. Pero nosotros somos muchos y ellos serán pocos. Además, nosotros no queremos hacerles ningún daño. Tendremos una guardia de honor.

«Bienvenido, capitán —diré cuando se abran las puertas en territorio Ariekene—. Acompáñenos, por favor.» Serán nuestros invitados además de prisioneros.

Eso es tendencioso. Serán prisioneros, pero los trataremos bien.

Según las instrucciones de Wyatt, nuestro próximo relevo traerá a la Ciudad Embajada a varios nuevos Embajadores del mismo tipo que EzRa. Han mejorado sus técnicas empáticas. EzRa eran la prueba: se suponía que a continuación tenía que producirse el golpe de Estado de Bremen.

Demasiado tarde. Nosotros dimos el golpe primero. Los nuevos Embajadores trabajarán de camellos para los adictos.

«bienvenido, capitánbienvenido, capitán —dirá Bailaora Española. Señalará educadamente con la utensilia a los armados moradores de la Ciudad Embajada—. vendrá con nosotros, por favorvendrá con nosotros, por favor

A los Nuevos Ariekei les sorprendió mucho saber que los Terres tenemos más de un idioma. Cargué unos archivos en francés. «Yo, je. Yo soy, je suis», dije. Bailaora Española estaba encantado. «je voudrais venir avec toime gustaría ir contigo», me dijo.

Ésa no es su única innovación. Aquí no hablan Anglo-Ubiq, sino Anglo-Ariekei. Yo estudio ese nuevo idioma. Tiene sus matices. Cuando le pregunté a Bailaora si se arrepentía de haber aprendido a mentir, me contestó, tras una pausa: «no me arrepiento de nadame arrepiento». Quizá estuviera actuando, pero envidio esa precisión.

Me pregunto si Bailaora Española se lamenta alguna vez por él mismo. Si me dejara leer lo que está escribiendo, que estoy casi segura de que es la historia de la guerra, tal vez lo averiguaría.

Me contó otra historia. Cuando Bautista y Toallero regresaron a la Ciudad Embajada haciéndose pasar por orados, con objeto de persuadir a EzCal a desplazarse al campo, donde los esperábamos nosotros, la droga-dios no quiso recibirlos. EzCal les dijeron que transmitieran su mensaje a través de un miembro de su séquito regular Ariekene, y éste, al verlos, los identificó como seguidores del polémico surltesh-echer.

Comprendió que algo iba mal, y habría podido delatarlos. Bautista y Toallero, con gran arrojo y decisión, confesaron a su contacto cuál era en realidad la situación: que se avecinaban nuevos tiempos, y mejores, para todos ellos, pero que tenían que conseguir que EzCal acudieran a la llamada.

Pese a saber que, como su profeta, podían ser mentirosos, decidió creerles. Ese funcionario, al que por primera vez en mucho tiempo ofrecían esperanza, fue a hablar con EzCal y les transmitió el mensaje que Bautista y Toallero no habían tenido ocasión de darles. Pero ellos eran Nuevos y él no. Él sabía la verdad y nunca antes había mentido. Tuvo que fingir, en Idioma, y consiguió, con un esfuerzo hercúleo y con grandes dosis de suerte, pronunciar unas palabras que a él mismo le sonaron como gruñidos. Ése fue el verdadero héroe de la guerra, me dijo Bailaora Española, ese Ariekes anónimo que contó la única mentira de su vida.

A Bremen no le costaría mucho destruirnos. Pero creo que podemos hacer que no les convenga destruirnos. Hacer la guerra desde otro extremo del ínmer resultaría muy caro. Tenemos que asegurarnos de que somos útiles. Sabemos para qué pueden utilizarnos. ¡Mirad dónde estamos, en el borde oscuro del ínmer!

Tendrán el puerto que querían. En una década local. Seremos el último puesto de avanzada. Ése fue siempre el papel que teníamos asignado, solo que ahora lo sabemos, y aunque no será exactamente lo que nuestra metrópoli tenía pensado, podemos gobernarnos a nosotros mismos.

Bienvenidos a la Ciudad Embajada, la frontera. Sé que las historias no tardarán en propagarse. Soy inmersora: ya las he oído. Dirán que más allá de las costas de nuestro planeta, lejos en el ínmer, hay paraísos míticos, naves abandonadas perdidas mucho tiempo ha, Tierra, Dios. De acuerdo.

Sé qué oportunistas vendrán, qué piratas. Sé que existe la posibilidad de que la Ciudad Embajada se convierta en una barriada: pero si no tenemos ninguna utilidad, nos desmoronaremos y moriremos o seremos erradicados por la megabomba de Bremen. Scile, con su estupidez de visionario, tratando de salvar a los Ariekei los habría condenado: si ellos nos hubieran matado, cuando hubiera llegado el relevo los habría liquidado a todos. Cuando se olvida de esas cosas, me acuerdo de que Scile no nació en una colonia.

Así pues, nos saquearán la especulación y los buscadores de emociones. Seremos los salvajes. He estado en planetas superfluos y en ciudades de pioneros: hasta esos apeaderos tienen sus cosas buenas. Nosotros ampliaremos el cielo. Tendremos unos conocimientos que vender. Mapas asombrosamente detallados. Caminos del ínmer que solo los lugareños como nosotros podemos encontrar. Tenemos que acreditarnos como explorocracia; por tanto, para sobrevivir y gobernarnos a nosotros mismos tenemos que explorar.

Pronto tendremos una inmernave en nuestra pequeña flota, y al menos un capitán. Cuando llegue la próxima delegación de Bremen para ver qué hace con nosotros, tendremos algo que ofrecerle.

La inmersión siempre entraña peligros. Tan lejos de todo, al borde, volvemos a los peligrosos y gloriosos días de la homodiáspora. No siento la menor vacilación. He salido al exterior, he regresado, y ha llegado el momento de volver a marcharme, en direcciones y a distancias que ningún inmersor ha alcanzado jamás. Dentro de kilohoras, tal vez conozca a un exot y sea la primera Terre que él ve, y quizá tenga que emplear un programa lingüístico para intentar formular un saludo. Podría encontrar cualquier cosa.

He estudiado navegación e inmersología, técnicas que yo, la orgulante, siempre había evitado. «Tú no has orguleado en tu vida», me dijo Bren con aspereza cuando hablé de eso con él. He empezado a soñar con cómo veré la Ciudad Embajada desde la nave. Por eso voy al monte Lilypad todos los días. Porque estoy impaciente.

«Buenos días, capitán. Acompáñenos.» Y mi tripulación y yo pondremos el esquife en órbita, hasta la nave.

«Preparados», diré, y pondré rumbo a más allá del vacío conocido. Empujaré los mandos y saldremos. O quizá sea más elegante que deje que lo haga mi primer teniente. No sabemos cómo afectará el tránsito a una tripulación así: ya se lo he advertido. Pero ellos insisten.

Así que tal vez sea el teniente Bailaora Española el encargado de provocar ese indescriptible paso del espacio cotidiano al siempre. Inmersaremos, nos sumergiremos en el ínmer, y en el exterior.

Sería absurdo aparentar que sabemos qué va a pasar. Tendremos que ver qué forma adopta la Ciudad Embajada. Cuando digo la Ciudad Embajada me refiero a la urbe. Hasta los Nuevos Ariekei han empezado a llamarla así. ciudadembajada, dicen, o embajadaciudad, o ciudad embajadaciudad embajada.