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Esto es lo que dijo bailaoraespañola.

Fue en una plaza de la urbe, un gran rectángulo ensanchado a base de camelar a los edificios. Lo recuerdo muy bien. Bren estaba a mi lado y me traducía al oído, pero lo entendí casi todo a la perfección.

Recuerdo el tiempo que hacía, las casas, la atmósfera y la multitud de Ariekei. Miles de adictos se empujaban para ocupar todo el espacio disponible. Algunos esperaban oír a EzCal, querían su dosis de droga-dios. Esto es lo que dijo Bailaora Española.

Antes de que llegaran los humanos no hablábamos mucho de ciertas cosas. Nos cultivaron en el Idioma. Después de la historia hicimos la urbe y máquinas y les pusimos nombres. No hablábamos tanto de ciertas cosas. El Idioma nos hablaba. Las palabras que querían ser urbe y máquinas nos hacían hablarlas para poder ser.

Cuando llegaron los humanos, no tenían nombres, e inventamos palabras nuevas para que tuvieran un sitio en el mundo. Ellos no hacían lo que hacen otras cosas. Los introdujimos en el Idioma. El Idioma los aceptó.

Éramos como cazadores. Éramos como plantas que se alimentan de luz. Los humanos crearon su ciudad dentro de nuestra urbe, como una estrella dentro de un círculo. Hicieron su sitio, como un filamento en una flor. Pronunciábamos el nombre de su sitio, pero sabemos que tenía otro nombre, en medio de la urbe como un órgano en un cuerpo, como una lengua en una boca.

Antes de que llegaran los humanos no hablábamos mucho porque éramos como ésta, que años atrás era la niña a la que hirieron en la oscuridad y que comió lo que le dieron. Éramos como ella. Vosotros decidís por qué éramos como ella y por qué no éramos como ella. Por qué ella es como ella misma o no lo es. Hemos sido como todas las cosas; durante la época de la adicción abandonamos la urbe y ahora hablamos más.

Antes de que llegaran los humanos no hablábamos. Hemos sido como infinidad de cosas, hemos sido como todas las cosas, hemos sido como los animales que sobrevuelan la Ciudad Embajada en la dirección en la que alzo mi utensilia, y eso es una locución que ya entenderéis. No hablábamos, éramos mudos, solo sacábamos por la boca las piedras que mencionábamos, abríamos la boca y hacíamos que los pájaros que describíamos salieran volando, éramos vectores, éramos los pájaros que comían obedientemente, éramos la niña en la oscuridad, solo lo sabíamos cuando ya no lo éramos.

Ahora hablamos, o yo hablo, y otros hablan. Vosotros nunca habéis hablado. Hablaréis. Podréis decir que la urbe es un foso y un monte y un estandarte y un animal que caza y un barco en el mar y el mar y que nosotros somos peces del mar, no como el hombre que nada con peces todas las semanas sino los peces con los que nada, el agua, la charca. Os amo, me ilumináis, me calentáis, sois soles.

Nunca habéis hablado.

Eso fue lo que dijo Bailaora Española a los que estaban allí congregados. Dijo más. Fue mucho más hábil con ellos de lo que lo había sido yo al cambiarlo a él: entendía mucho mejor las psiques que quería alterar, y sus palabras eran cirugía.

Al principio, los que estaban en la plaza escuchaban, sin saber para qué. A medida que las palabras de Bailaora iban volviéndose más estrafalarias e imposibles, empezó a oírse un estruendo de consternación. Estaban entusiasmados, como lo habrían estado al oír las mentiras de cualquier virtuoso, y luego mucho más. Se produjo una histeria de admiración y preocupación.

Mientras Bailaora hablaba, los Ariekei gritaban con algo más que estupefacción. Aquello era el sonido de una crisis. Lo recordaba de cuando había enseñado a mentir a Bailaora Española: era el sonido de las mentes al reconfigurarse. Muertes: viejos pensamientos que morían. Veía utensilias y abanicos que se alzaban en gestos de éxtasis, éxtasis en un sentido antiguo, no sin terror y dolor, de visiones, y luego el silencio de los Ariekei adultos recién nacidos.

Aquella primera vez solo fueron unos pocos. La mayoría de los que lo escucharon se quedaron quizá aterrados, temblorosos, tras vislumbrar algo. Cuando por fin se calmaron, algunos volvieron a llamar a EzCal, pues su dependencia los volvía olvidadizos.

Pero otros, al oír a Bailaora Española, cayeron, se convirtieron en algo nuevo, aprendieron el lenguaje. Entendí casi todo lo que dijo.

A veces, cuando Bailaora Española me habla en mi idioma, no dice metáforametáfora sino mentira que es verdadmentira que es verdad, o mentiraverdad. Creo que sabe que eso me gusta. Es un regalo para mí.