Después del festival, Scile desapareció. No contestaba mis llamadas, o contestaba, pero solo con comentarios lacónicos y promesas de volver. Quizá sencillamente pasara de mí, pero yo sospechaba que había hecho contactos insólitos. Al día siguiente del festival, yo estaba con Valdik y Shanita cuando llamaron a Valdik por el buzzer; cuando contestó, se calló de golpe y me miró con los ojos como platos. De pronto tuve la certeza de que era Scile quien había llamado.
Un par de días más tarde, mi marido volvió a nuestras habitaciones y estalló la pelea que llevaba largo tiempo gestándose. Como suele pasar con esas peleas, los detalles eran irrelevantes y poco interesantes. Scile estaba hosco y burlón, e hizo chistes sobre cómo pasaba yo el tiempo. Me lanzó pullas desagradables y desquiciadas, aunque en ese momento eso ya me daba igual. Estaba harta de su propensión a las declaraciones gnómicas y de sus enfados.
—¿Quién crees que organizó ese viaje, Scile? —le grité. No me contestó, ni siquiera me miró, y yo no puse los brazos en jarras ni gesticulé, sino que me crucé de brazos y me incliné hacia atrás y lo miré desde arriba, como el día que nos conocimos—. Otra persona esperaría unas palabras de agradecimiento, y no días seguidos de mal humor. ¿Qué te hace pensar que puedes comportarte así? ¿Dónde coño estabas?
Hizo alguna referencia que dejaba claro que había estado con Embajadores. Al oír eso paré, cuando estaba a punto de replicar. «¿Qué coño? —recuerdo que pensé—. ¿Quién va corriendo a reuniones de alto nivel en medio de un berrinche?»
—Escúchame —dijo Scile. Vi que estaba decidiendo algo, esforzándose por rebajar la tensión de nuestra disputa—. Escúchame, por favor. —Agitó una hoja de papel—. Sé qué intenta hacer. Surl Tesh-echer. Practica, y predica a su círculo. Esto es lo que dice. —No me explicó de dónde había sacado la transcripción—. Vosotros, los símiles… —continuó—. Los Anfitriones no son como nosotros, de acuerdo: no puede decirse que a la mayoría de nosotros nos emocionara mucho conocer a… una oración adjetival o a un participio pasado o lo que sea. Pero no me sorprende que algunos de ellos quieran conocer a un símil. Vosotros les ayudáis a pensar. Eso le encantaría a cualquiera que tuviera veneración por el Idioma.
»Pero ¿quién querría mentir? Te lo diré: un rufián. Avice, escúchame. Hay admiradores, y hay mentirosos. Y solo Surl Tesh-echer y sus amigos son ambas cosas. —Alisó la hoja—. ¿Estás preparada para escucharme? ¿Crees que estaba escondido en un armario porque no tenía nada mejor que hacer? Esto es lo que ha dicho.
—«Antes de que vinieran los humanos no hablábamos mucho de ciertas cosas. Antes de que vinieran los humanos no hablábamos mucho. Antes de que vinieran los humanos no hablábamos.» —Me miró—. «No caminábamos sobre nuestras alas. No caminábamos. No consumíamos tierra. No consumíamos.» —Scile leía deprisa, con nerviosismo—. «Hay un Terre que nada con peces, uno que no llevaba ropa, una que comió lo que le dieron, uno que camina hacia atrás. Hay una roca que rompieron y volvieron a juntar. Yo discrepo de mí mismo y luego coincido, como la roca que rompieron y volvieron a juntar. Cambio de opinión. Soy como la roca que rompieron y volvieron a juntar. No era no como la roca que rompieron y volvieron a juntar.»
»“Hago lo que hago siempre, soy como el Terre que nada con peces. No soy distinto de ese Terre. Soy muy parecido a él.”
»“No soy agua. No soy agua. Soy agua.”»
Ninguna traducción de las declaraciones de un Anfitrión que yo hubiera visto hasta ese momento era totalmente comprensible, pero aquella tenía una lectura diferente. Percibí una afinidad contraintuitiva. Pese a su extrañeza, estaba menos alejada del Anglo-Ubiq que otras traducciones de Idioma que había oído. Carecía de aquella exactitud característica, tan precisa y matizada.
—No es como los otros concursantes, que intentan forzar una mentira —dijo Scile—. Es más sistemático. Está entrenándose para la falsedad. Utiliza esas extrañas construcciones para poder decir algo cierto, y luego interrumpirse para mentir.
—Muchas de esas cosas no las ha dicho en público —observé.
—Ha estado practicando. Siempre hemos sabido que los Anfitriones os necesitan, ¿no? A ti y a los demás. Como la roca partida, como esos dos pobres gatos con los que hicieron una bolsa. Necesitan símiles para decir ciertas cosas, ¿verdad? Para pensarlas. Necesitan que existan en el mundo para poder establecer la comparación.
—Sí, pero… —Miré la hoja. La leí por encima. surltesh-echer estaba aprendiendo a mentir.
—«Soy como la roca que rompieron» —dijo Scile—, y luego «no soy no ella». No lo consigue del todo, pero intenta pasar de «Soy como la roca» a «Soy la roca». ¿Lo ves? El mismo término comparativo, pero diferente. Ya no es una comparación.
Me enseñó libros antiguos, físicos y virtuales: Leezenberg, Lakoff, u-senHe, Ricoeur. Yo estaba acostumbrada a las extrañas fascinaciones de Scile; formaban parte de lo que, tiempo atrás, me había cautivado. Ahora me producían desasosiego, igual que Scile.
—Un símil —continuó— es cierto porque tú lo dices. Es una persuasión: esto es como aquello. Pero eso ya no le basta. Los símiles ya no le bastan. —Se quedó mirándome—. Quiere convertirte en una especie de mentira. Quiere cambiarlo todo.
»El símil explica en detalle un razonamiento: está en curso, es explícito, un causante de verdad. No necesitas… logos, como solían llamarlo. Razón. No necesitas… conectar inconmensurables. A diferencia de cuando afirmas: «Esto es aquello». Cuando es evidente que no lo es. Eso es lo que hacemos nosotros. Eso es lo que llamamos «razón», ese intercambio, la metáfora. Ese mentir. El mundo se convierte en una mentira. Eso es lo que quiere Surl Tesh-echer. Introducir una mentira. —Hablaba con gran serenidad—. Quiere introducir el mal.
—Estoy preocupada por Scile —le dije a Ehrsul.
—Avice —me dijo por fin, cuando hube intentado explicárselo—. Lo siento, pero no sé si entiendo lo que me dices.
Me había escuchado: no quiero dar la impresión de que lo único que hizo fue escurrir el bulto. Ehrsul escuchaba, pero no sé muy bien qué. Yo no fui muy exacta, no podía serlo.
—Estoy preocupada por Scile —les dije a CalVin. Decidí probar con ellos—. Se ha vuelto un poco religioso.
—¿Farotekton? —me preguntó uno de ellos.
—No. No es la iglesia. Pero… —Había recogido más fragmentos de la emergente teología de Scile. Lo llamo así pese a que él insistía en que no tenía nada que ver con Dios—. Quiere proteger a los Ariekei. Quiere impedir que cambien el Idioma. —Les conté a CalVin lo de la tentación, lo que Scile creía que surltesh-echer planeaba—. Cree que hay mucho en juego.
«Todavía amo a ese hombre y me asusta lo que está pasando —estaba diciendo—. ¿Podéis ayudarme? No entiendo por qué hace lo que hace, de qué tiene miedo, por qué me hace sufrir.» Algo así.
—Deja que hable con él —dijo Cal o Vin.
El que no había hablado miró a su doppel arqueando las cejas; luego sonrió y me miró a mí.