Actualidad, 3

Existen formas de diferenciar a los Anfitriones. Está el dibujo, único como las huellas dactilares, de cada abanico (cualquier observación sobre este hecho solía ir seguida del tedioso comentario de que la Ciudad Embajada era el único sitio donde no todas las huellas dactilares Terres eran únicas). Están las peculiaridades del sombreado del caparazón, de las púas de las extremidades, de la forma de los cuernos-ojo. En esa época raramente les prestaba mucha atención, ni me aprendía los nombres de los Ariekei a los que conocía, con algunas excepciones. Por eso no sé si en esa primera visita a la urbe, o en alguna otra posterior, ya había conocido a algún miembro de la delegación de Anfitriones que se nos unió kilohoras más tarde, en el Salón Diplomacia, para recibir a EzRa, el nuevo e imposible Embajador.

Me pareció que todos eran de mediana edad, que estaban en su tercer estadio, y que por lo tanto eran seres conscientes. Algunos llevaban bandas que indicaban rango o predilecciones (incomprensibles para mí); algunos tenían incrustadas unas joyas pequeñas y feas en la parte más gruesa de la capa de quitina. Los Embajadores más veteranos, MayBel y JoaQuin, recorrieron lentamente la sala con ellos y ofrecieron a cada uno una copa de champán cuidadosamente amañada para que les resultara agradable al paladar. Los Anfitriones las sujetaban con delicadeza y daban pequeños sorbos con su boca-Corte. Vi que Ez los observaba.

—Viene Ra —me advirtió Ehrsul.

—¿Cómo tenemos que llamarlos? —pregunté—. ¿Qué son Ra y Ez respecto al otro? Porque no son doppels.

Pensé que Scile debía de estar tan tenso como yo por la novedad de todo aquello, aunque no lo veía en la sala y no sabía con quién estaba.

Ez y Ra se acercaron el uno al otro, y algo cambió en su presencia, como si pasaran a otro modo.

¿Cómo lo habían logrado?

Todas esas estructuras en su sitio, durante tantos miles de horas, años. Años de la Ciudad Embajada, los años con los que yo había crecido, largos meses cuyos nombres estúpidamente nostálgicos remitían a un calendario antiguo, cada uno de muchas semanas de doce días. Durante casi un siglo de la Ciudad Embajada, desde su nacimiento, las estructuras habían estado en su sitio. En las granjas de clones, los doppels, mediante esmerados cuidados, se convertían en Embajadores, y obtenían las habilidades de gobierno que necesitarían. Todo bajo los auspicios de Bremen, por supuesto: era nuestro poder central; en todos nuestros edificios públicos había relojes y calendarios ajustados al tiempo de Charo City. Pero aquí, tan alejados en el ínmer, todo debía estar controlado por el Cuerpo.

En una ocasión CalVin me dijeron que las expectativas originales de Bremen sobre las reservas de lujos, rarezas y oro de Arieka habían sido demasiado optimistas. Pero sin duda alguna, los biodispositivos Ariekene eran valiosos. Los Anfitriones moldeaban esos ejemplares, más elegantes y funcionales que las rudimentarias quimeras o subterfugios de ensamblaje de partículas que cualquier Terre que yo conociera hubiera conseguido jamás, a partir de fecundos plasmas mediante técnicas que nosotros no solo no podíamos imitar, sino que eran imposibles según nuestras ciencias. ¿Era eso suficiente? En cualquier caso, ninguna metrópoli relaja el control sobre sus colonias.

¿Por qué y cómo había entrenado Charo City a aquel absurdo Embajador? Yo, como todos, conocía la historia del experimento y el asombroso resultado: la escala Stadt registraba una empatía sin precedentes. Pero aun suponiendo que fuera cierto que esos dos amigos escogidos al azar tuvieran esa conexión, por el contingente motivo psíquico que fuera, ¿por qué convertirlos en Embajadores?

—Wyatt está emocionado —observó Ehrsul.

—Todos lo están. —Se nos había acercado Gharda; había acabado de tocar y había guardado su instrumento—. ¿Por qué no iban a estarlo?

—Damas y caballeros. —Los augmens transmitieron las voces de JoaQuin a unos altavoces ocultos. JoaQuin y MayBel pronunciaron elogios de sus invitados Ariekene. A continuación, dieron la bienvenida al nuevo Embajador.

Había asistido a varias presentaciones en sociedad de Embajadores que habían alcanzado la mayoría de edad, y había visto a parejas de jóvenes doppels arrogantes, extraños y encantadores saludando al público. Pero aquello no tenía nada que ver con esos otros nombramientos.

—«Vivimos un momento extraordinario —dijeron JoaQuin—. Nos encontramos ante la tarea…» «… la inevitable tarea, la extraña tarea…» «… de abordar un tipo diferente de bienvenida. Quizá ya sepan que tenemos un nuevo Embajador.» —Risas educadas—. «Estos últimos días hemos pasado mucho tiempo con ellos…» «… hemos tenido ocasión de conocerlos, y ellos a nosotros.» «Vivimos tiempos insólitos.» —«Escuchad, escuchad», dijeron RanDolph—. «Es un privilegio estar aquí, en un acto que espero que nos permitan describir…» «… como histórico. Sí, este es un momento histórico.» «Damas y caballeros…» «… Anfitriones…» «… todos nuestros invitados. Es un honor para nosotros dar la bienvenida a la Ciudad Embajada…» «… al Embajador EzRa.»

Cuando cesaron los aplausos, JoaQuin se volvieron hacia los Anfitriones que estaban a su lado y pronunciaron con esmero el nombre del nuevo Embajador, en Idioma. «ezra», dijo. Los Anfitriones estiraron sus corales-ojo.

—Gracias, Embajador JoaQuin —dijo Ez. Consultó en voz baja con Ra—. Es un gran honor estar aquí —continuó. Dijo unos cuantos tópicos y cumplidos.

Yo observaba a los otros Embajadores. La autopresentación de Ra fue breve: dijo poco más que su nombre.

—Queremos hacer hincapié en que esto es un honor para nosotros —añadió Ez—. La Ciudad Embajada es uno de los puestos de avanzada más importantes de Bremen, y una comunidad de gran interés. Estamos profundamente agradecidos por su maravillosa bienvenida. Estamos impacientes por integrarnos en la comunidad de la Ciudad Embajada, trabajar juntos por su futuro y por el futuro de Bremen.

El público aplaudió, como es lógico. Ez le cedió la palabra a Ra.

—Estamos impacientes por trabajar con ustedes —anunció Ra.

Algunos Embajadores y miembros del Cuerpo intentaban disimular su nerviosismo. Otros, pensé, su entusiasmo.

—Sabemos que deben de tener ustedes preguntas que hacernos —prosiguió Ez—. No sean tímidos, por favor. Sabemos que somos… una anomalía, de momento… —Sonrió—. No tenemos ningún inconveniente en hablar de ello, aunque la verdad es que nosotros tampoco sabemos ni por qué ni cómo podemos hacer lo que hacemos. Somos un misterio para nosotros mismos, igual que para ustedes. —Recibió las risas que estaba esperando, pero fueron breves—. Ahora nos gustaría hacer algo para lo que nos hemos entrenado mucho y muy duro. Somos un Embajador, lo digo con profundo orgullo, y tenemos una misión que cumplir. Lo que nos gustaría hacer es saludar a nuestros gentiles Anfitriones.

Esa vez el aplauso pareció sincero.

Las pterocámaras revoloteaban y las pantallas mostraban imágenes, desde numerosos ángulos, de cómo los nuevos colegas de Ez y Ra los dirigían hacia los Anfitriones. Los Ariekei estaban de pie formando un semicírculo. No tengo ni idea de qué concepto tenían de lo que estaba pasando. Al menos sabían que aquello era un Embajador y que se llamaba ezra.

EzRa consultaron como hacían todos los Embajadores, en voz baja, preparando sus palabras. Los Anfitriones estiraron los ojos. Pareció que todos los Terres que estaban en la sala se inclinaran un poco y contuvieran la respiración. Con gran teatralidad, EzRa se dieron la vuelta y hablaron en Idioma.

Ez era el Corte, y Ra, el Giro. Hablaban muy bien; yo había oído suficiente Idioma para poder afirmarlo. Tenían buen acento y buena sincronía. Sus voces eran apropiadas. Dijeron a los Anfitriones que era un honor conocerlos. «suhailshura suhail», dijeron. Saludos cordiales.

Fue en ese momento cuando todo cambió. Ez y Ra se miraron y sonrieron. Acababan de hacer su primera declaración oficial. De no ser porque no se consideraba correcto, creo que todos habríamos aplaudido. Estoy segura de que mucha gente, en el fondo, no los creía capaces.

Estábamos todos muy ocupados escuchándolos y evaluando sus aptitudes. No notamos que todo cambiaba. Creo que en ese momento ninguno de nosotros se percató de la reacción de los Anfitriones.