—Por favor, demos juntos la bienvenida —no alcancé a ver quién era el maestro de ceremonias que anunciaba las llegadas al Salón Diplomacia— al Embajador EzRa.
Los rodearon inmediatamente. En ese momento no vi a ningún amigo íntimo, no tenía a nadie con quien compartir mi tensión, una mirada de complicidad. Esperé a que EzRa iniciaran el recorrido; en cuanto lo hicieron, su forma de hacerlo proporcionó otro indicador de su rareza. EzRa debían de saber la impresión que nos causarían. Ez y Ra se separaron y se dejaron guiar por JoaQuin y Wyatt respectivamente; se desplazaban a cierta distancia mientras les presentaban a los invitados. De vez en cuando se miraban, como habría hecho una pareja, pero al poco rato ya había varios metros entre los dos: nada que ver con los doppels, nada que ver con un Embajador. Pensé que sus conectores debían de funcionar de otra forma. Me fijé en sus pequeños mecanismos y comprobé que cada uno llevaba uno de diseño diferente. Eso no debería haberme sorprendido. Disimulando su nerviosismo con aplomo de funcionarios, JoaQuin guiaban a Ez, y Wyatt, a Ra.
Cada mitad del nuevo Embajador se hallaba en el centro de un grupito de curiosos. Era la primera ocasión que la mayoría de nosotros teníamos para conocerlos. Pero había miembros del Cuerpo y Embajadores cuya fascinación por los recién llegados no se había disipado tras sus encuentros iniciales. LeNa, RanDolph y HenRy reían con Ez, el de menor estatura, mientras Ra escuchaba un tanto cohibido a AnDrew, que le hacían preguntas, y me fijé en que MagDa permanecían lo bastante cerca de él para tocarle las manos.
La fiesta bullía a mi alrededor. Vi los ojos de Ehrsul, por fin, y le lancé un guiño; entonces se me acercó Ra. Wyatt exclamó «¡Aaah!», levantó ambas manos y me besó en las mejillas.
—¡Avice! Ra, esta es Avice Benner Cho, una de nuestras… Bueno, Avice es infinidad de cosas. —Inclinó la cabeza, como si me concediera algo—. Es una de nuestras inmersoras. Ha pasado largas temporadas en el exterior, y ahora nos ofrece su experiencia cosmopolita y una valiosísima perspectiva de viajera.
Me caía bien Wyatt; me gustaban sus pequeños juegos de poder. Podríamos decir que nos divertíamos mutuamente.
—Encantada, Ra —dije.
Una vacilación demasiado breve para que él la percibiera, creo, y le tendí la mano. No debía llamarlo «señor» ni «caballero»: legalmente no era un hombre, sino la mitad de algo. Si hubiera estado al lado de Ez me habría dirigido a él como «Embajador». Saludé con una inclinación de cabeza a AnDrew y a MagDa, que nos observaban.
—Capitana Cho —dijo Ra, y tras vacilar también, me dio la mano.
Me reí.
—Acaba usted de ascenderme. Y puede llamarme Avice.
—Avice.
Nos quedamos un momento en silencio. Era alto y delgado, de tez clara; llevaba el negro pelo trenzado. Parecía un poco nervioso, pero se recompuso un tanto mientras hablaba.
—Admiro tu capacidad para inmersar —dijo—. Yo no consigo acostumbrarme. No es que haya viajado mucho; supongo que en parte debe de ser por eso.
No me acuerdo de qué contesté, pero fuera lo que fuese, después hubo un silencio. Al cabo de un minuto, dije:
—Tendrá que mejorar. Es importante saber mantener conversaciones triviales. Su trabajo consiste en eso, a partir de ahora.
Sonrió y dijo:
—No me parece del todo justo.
—No —admití—. También hay que beber vino y firmar documentos. —Eso pareció encantarle—. Y para eso ha venido hasta Arieka. Para siempre.
—No para siempre —repuso él—. Nos quedaremos aquí setenta u ochenta kilohoras. Hasta el próximo relevo o el siguiente, creo. Luego volveremos a Bremen.
Me quedé atónita. Dejé de decir tonterías. Pero no debería haberme sorprendido. ¿Un Embajador que se marchaban de la Ciudad Embajada? La situación no tenía ni pies ni cabeza. Un Embajador con un sitio al que regresar era, para mí, una contradicción.
Wyatt hablaba en voz baja con Ra. MagDa, detrás de ellos, me sonrieron. Me caían bien MagDa: eran de los Embajadores que habían seguido tratándome como siempre desde que perdiera el favor de CalVin.
—Soy de Bremen —me dijo Ra—. Me gustaría viajar como tú.
—¿Qué es, Corte o Giro? —le pregunté.
Era evidente que no le había gustado la pregunta.
—Giro —respondió. Era mayor que yo, pero no mucho.
—¿Cómo ha ido todo esto? —dije—. Lo de usted y Ez. Se tarda años en… ¿Cuánto tiempo llevan entrenándose?
—Avice, por favor —intervino Wyatt, detrás de Ra—. Ya te enterarás de todo…
Arqueó las cejas para reprenderme, pero yo arqueé las mías. Ra y él se miraron, y entonces Ra volvió a hablar.
—Somos amigos desde hace mucho tiempo —dijo—. Nos examinaron hace años. Es decir, kilohoras. Fue una prueba aleatoria, en el contexto de una exhibición sobre el método Stadt.
Se interrumpió; el nivel de ruido de la sala había aumentado. Mag o Da dijo algo, riendo; se colocaron entre Ra y yo reclamando su atención, y él se la dio educadamente.
—Está tenso —le dije en voz baja a Wyatt.
—Creo que esto no es lo que más le gusta —dijo él—. Pero ¿a ti te gustaría? El pobre hombre está en un zoo.
—«Pobre hombre» —dije—. Resulta muy raro oírte hablar de él así.
—Son tiempos raros.
Nos reímos; la música sonaba más fuerte. Se respiraba un intenso olor a perfume y vino. Observamos a EzRa, que en realidad no eran EzRa, no del todo, sino Ez y Ra, separados por unos metros. Ez bromeaba con facilidad y placer. Se fijó en mí, se excusó ante sus interlocutores y se me acercó.
—Hola —me saludó—. He visto que te han presentado a mi colega. —Me tendió la mano.
—¿Su colega? Sí, nos han presentado. —Sacudí la cabeza. Joa y Quin flanqueaban a Ez, como dos padres ancianos, y los saludé inclinando la cabeza—. Su colega. Ya veo que están firmemente decididos a escandalizarnos, Ez —dije.
—No, por favor. En absoluto. En absoluto. —Sonrió para disculparse ante los doppels que lo escoltaban—. Es… bueno, supongo que solo es una forma un poco diferente de hacer las cosas.
—«Y será inestimable» —dijo Joa o Quin, con entusiasmo. Hablaron los dos por turnos—: «Siempre nos dices que estamos demasiado…» «… estancados en nuestros métodos, Avice.» «Esto será…» «… bueno para nosotros, y para la Ciudad Embajada.» —Uno de ellos le dio una palmada en la espalda a Ez—. «El Embajador EzRa son destacados lingüistas y burócratas.»
—Lo que quieren decirme es que traen «aires de cambio», ¿no es eso, Embajador? —dije.
JoaQuin rieron.
—«¿Por qué no?» «Eso, ¿por qué no?» «Eso es exactamente lo que traen.»
Ehrsul y yo éramos unas maleducadas. En todos aquellos actos siempre permanecíamos juntas, hablándonos al oído y burlándonos de todo. Por eso cuando agitó una mano trid para llamar mi atención me acerqué a ella, pensando que íbamos a divertirnos un rato. Pero cuando llegué a su lado, me dijo con apremio:
—Ha venido Scile.
—¿Estás segura? —pregunté sin darme la vuelta.
—Ni se me había ocurrido que pudiera venir —replicó ella.
—No sé qué… —Hacía tiempo que no veía a mi marido, y no quería montar una escena. Me mordisqueé un nudillo, me puse más derecha—. Está con CalVin, ¿verdad?
—¿Voy a tener que separaros, chicas? —Era otra vez Ez.
Me sobresalté. Había conseguido escapar de la estrecha vigilancia de JoaQuin. Me ofreció una copa. Activó algo en su interior, y sus augmens brillaron con luz trémula, cambiando el color de su tenue halo. Me di cuenta de que con ayuda de tecnología interna podía haber estado escuchándonos. Me concentré en él e intenté no buscar con la mirada a Scile. Ez era más bajo que yo, y musculoso. Llevaba el pelo muy corto.
—Ez, le presento a Ehrsul —dije.
Para mi sorpresa, Ez la miró, no dijo nada y volvió a mirarme a mí. Su grosería me cortó la respiración.
—¿Te lo pasas bien? —me preguntó.
Vi moverse unas luces diminutas en sus córneas. Ehrsul se apartó de nosotros. Iba a irme con ella con altanería y dejarlo allí plantado, pero detrás de Ez, Ehrsul hizo destellar un rápido mensaje: «Quédate, aprende».
—Va a tener que aprender a hacerlo mucho mejor —le dije en voz baja.
—¿Cómo? —Estaba desconcertado—. ¿Qué? Tu…
—No es mía —dije; él me miró fijamente.
—¿El automa? Lo siento. Te pido disculpas.
—No es a mí a quien debe pedirlas.
Ez agachó la cabeza.
—¿Qué está monitorizando? —le pregunté tras un silencio—. He visto sus visualizadores.
—Es la fuerza de la costumbre. Temperatura, impurezas del aire, ruido ambiental. Nada importante. Y algunas cosas más: trabajé varios años en situaciones que… Bueno, me acostumbré a comprobar la presencia de trids, cámaras, oídos, cosas así. —Arqueé una ceja—. Y tengo tendencia a ejecutar programas de traducción por defecto.
—¡No! —dije—. Qué emocionante. Pero dígame la verdad. ¿Lleva software en los oídos? ¿Está ejecutando una banda sonora?
Se rió.
—No —contestó—. Eso ya lo he dejado. Hace… un par de semanas que no lo practico.
—¿Por qué ejecuta programas de traducción? Usted… —Le puse una mano en el brazo y de pronto me mostré exageradamente impresionada—. Usted habla Idioma, ¿verdad? Oh, vaya, ha habido un terrible malentendido.
Volvió a reír.
—Sí, me defiendo con el Idioma. No se trata de eso. —Con un tono más serio, añadió—: Pero no hablo ningún dialecto Shur’asi ni Kedis, ni…
—No se preocupe, aquí no va a encontrar exots esta noche. Aparte de los honorables Anfitriones, evidentemente.
Me sorprendió que no lo supiera. La Ciudad Embajada era una colonia de Bremen y se regía por las leyes de Bremen, que reducían el estatus de nuestros pocos exots al de trabajadores invitados.
—¿Y tú? —me dijo—. No veo que lleves augmens. ¿Hablas Idioma?
Al principio no entendí qué quería decir.
—No. Dejé que se me cerraran las tomas. Antes llevaba algún que otro elemento. Pueden resultar útiles para la inmersión. Además —añadí—, sí, bueno, entiendo que un poco de ayuda para entender lo que dicen los Anfitriones pueda resultar… útil. Pero los he probado, son demasiado… intrusivos.
—De eso se trata, en cierto modo.
—Ya, y los soportaría si tuvieran alguna utilidad, pero el Idioma está más allá de eso —dije—. Si los llevas puestos, cuando oyes hablar a un Anfitrión solo percibes galimatías. Hola barra interrogación va todo bien paréntesis indagación dudas sobre oportunidad barra insinuaciones de afabilidad sesenta por ciento insinuaciones de convicción de que el interlocutor tiene un tema que discutir cuarenta por ciento bla bla bla. —Arqueé una ceja—. No tenía sentido.
Ez me miró a los ojos. Sabía que le estaba mintiendo. Debería haber sabido que, para un morador de la Ciudad Embajada, la idea de utilizar programas para traducir Idioma era profundamente inapropiada. No era ilegal, pero lo considerábamos una impertinencia espantosa. Yo ni siquiera entendía por qué me había molestado en darle tantas explicaciones.
—Me han hablado de ti —dijo. Esperé. Si EzRa hubieran sido mínimamente buenos en su trabajo, habrían preparado algún comentario personal que resultara válido para la mayoría de las personas con que pudieran encontrarse esa noche. Lo que dijo Ez a continuación, sin embargo, me dejó atónita—. Ra me recordó dónde habíamos oído tu nombre. Apareces en un símil, ¿verdad? Y supongo que habrás estado en la urbe. Fuera de la Ciudad Embajada.
Alguien lo rozó al pasar a su lado. Ez no dejó de mirarme a los ojos.
—Sí —dije—. He estado allí.
—Lo siento, creo que he… Perdóname si he… No es asunto mío.
—No, es solo que me ha sorprendido.
—Claro que he oído hablar de ti. Nosotros hacemos nuestras investigaciones, ¿sabes? No hay muchos moradores de la Ciudad Embajada que hayan hecho lo que has hecho tú.
No dije nada. Sentí algo raro al oír que aparecía en los informes de Bremen sobre la Ciudad Embajada. Incliné la copa hacia Ez, me despedí y fui a buscar a Ehrsul, que maniobraba con su chasis entre el gentío.
—Bueno, ¿qué se cuentan? —dije.
Ehrsul encogió su representación de unos hombros.
—Ez es un encanto, ¿verdad? —dijo—. Ra parece haberse relajado un poco, pero es tímido.
—¿Has captado algo en las redes?
Seguramente Ehrsul habría intentado piratear los datos que flotaban alrededor.
—Poca cosa —contestó—. Su presencia aquí es una especie de golpe maestro de Wyatt. Cacarea tan fuerte que por todas partes las gallinas se están poniendo cachondas. Por eso el Cuerpo está tan tenso. He descodificado la última parte de algo… Creo que el Cuerpo les hizo un examen a EzRa. No sé, supongo que como es la primera vez desde Cristo sabe cuándo que vienen un Embajador del exterior, no estaban seguros de que alguien que no hubiera crecido hablando el Idioma pudiera captar sus matices. Deben de estar contrariados por este nombramiento.
—Técnicamente, a todos los han nombrado para su cargo, no lo olvides —dije. Era una espina que tenía el Cuerpo: a su llegada, Wyatt, como todos los agregados, había tenido que autorizar formalmente a todos los Embajadores para que representaran a Bremen—. En fin, pero ¿hablan Idioma o no?
Volvió a encoger los hombros.
—Si no hubieran aprobado, no estarían aquí —dijo.
Algo pasó entonces en la sala. Una sensación, un momento en que, pese a la cordialidad que reinaba en el ambiente, de pronto era imperativo concentrarse. Siempre pasaba lo mismo cuando los Anfitriones entraban en una habitación, y acababan de entrar en el Salón Diplomacia.
Los asistentes a la fiesta intentaron no ser groseros; como si pudiéramos ser groseros con ellos, como si los Anfitriones consideraran la cortesía según parámetros que tuvieran sentido para nosotros. Aun así, la mayoría continuamos charlando y evitamos comérnoslos con los ojos.
La excepción fueron los miembros de la tripulación, que se quedaron mirando sin disimulo a los Ariekei, a los que nunca habían visto. Al fondo de la sala vi a mi timonel y me fijé en la expresión de su cara. Una vez había oído una teoría, un intento de explicar el hecho de que, por mucho que hubieran viajado las personas, por muy cosmopolitas que fueran, por mucho mestizaje biótico que se diera en sus lugares de origen, no pudiesen mostrarse indiferentes la primera vez que veían a un miembro de cualquier raza exot. La teoría afirma que estamos integrados en el bioma Terre, y que cada vez que tenemos un atisbo de algo que no desciende de esa cepa original, nuestro cuerpo sabe que no deberíamos siquiera verlo.