Capítulo 47

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FINALMENTE me llegó el turno de hablar.

—Hermanos, hermanas, primos y primas —comencé—, vuestra nación se ha consumido. Como podéis ver, vuestro presidente también se ha convertido en una sombra de su antigua sombra. Ante vosotros sólo está vuestro chocho primo Wilbur.

—Para nosotros, has sido un gran presidente, hermano Wilbur —gritó alguien desde las últimas filas.

—Me hubiese gustado dar a mi país paz y fraternidad —continué—. Lamento tener que decir que no tenemos paz. La encontramos, la perdemos, volvemos a encontrarla y volvemos a perderla. Gracias a Dios, las máquinas, por lo menos, han decidido no combatir más. Ahora sólo queda la gente. Y, gracias a Dios, han dejado de existir las batallas entre extraños. No me importa quién combata con quién; todo el mundo tendrá familiares en el otro lado.

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La mayoría de los presentes en la reunión no sólo eran Narcisos, sino también buscadores de Jesucristo Secuestrado. Descubrí que resultaba muy desconcertante dirigirse a un público así. Dijera lo que dijera, no dejaban de mover la cabeza bruscamente en todas direcciones con la esperanza de divisar a Jesús.

Pero aparentemente me estaban escuchando porque aplaudían y aclamaban en los momentos apropiados, así que seguí hablando.

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—Y como ya hemos dejado de ser una nación y sólo quedan las familias —proseguí—, será mucho más fácil para nosotros dar y recibir clemencia en la guerra.

Poco antes de venir aquí presencié una batalla que tuvo lugar en el Norte, en la zona del lago Maxincuckee. Había caballos, lanzas, rifles, cuchillos, pistolas y uno o dos cañones. Vi cómo moría mucha gente. También vi a muchos que se abrazaban y parecía que gran número de soldados desertaban y por todos lados la gente se rendía oficialmente. Estas son las noticias que les puedo dar de la batalla del lago Maxincuckee: No fue una carnicería.

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