Capítulo 46

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INCLUSO los niños, los borrachos y los locos que asistían a la reunión parecían sagaces conocedores de los procedimientos parlamentarios. La pequeña que estaba detrás del atril dirigía la reunión en forma tan rápida y decidida que hacía pensar en una especie de diosa con un haz de rayos bajo el brazo.

Sentí un enorme respeto por estos procedimientos que hasta ese momento siempre me habían parecido un solemne montón de tonterías.

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Y conservo ese respeto hasta tal punto que acabo de buscar el nombre del inventor en la enciclopedia que guardo aquí en el Empire State.

Se llamaba Henry Martyn Robert. Era un ingeniero graduado en West Point. Con el tiempo llegó a ser general. Pero, poco antes de la Guerra Civil, cuando sólo era un teniente destinado en New Bedford, Massachusetts, tuvo que dirigir una reunión parroquial y perdió el control de la situación.

No había reglas.

De modo que este soldado se sentó y escribió un reglamento, que era el mismo que seguí en Indianápolis. Se publicó bajo el título de Reglamento de Asambleas y actualmente pienso que es uno de los cuatro grandes inventos que ha producido nuestro país.

En mi opinión, los otros tres son nuestras leyes fundamentales, los principios de los Alcohólicos Anónimos y las familias ampliadas artificialmente que imaginamos Eliza y yo.

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A propósito, los tres reclutas que los Narcisos de Indianápolis finalmente eligieron para ser enviados al rey de Michigan era toda gente de la que se podía prescindir fácilmente y que, según la opinión de los votantes, hasta ese momento habían llevado una vida sin preocupaciones.

Hi ho.

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El siguiente punto del orden del día se refería al albergue y la alimentación de los Narcisos que empezaban a llegar a la ciudad de todas las zonas de combate al norte del Estado.

La asamblea una vez más desalentó a un entusiasta. Una joven muy bella pero inconsecuente, y obviamente enloquecida por el altruismo, dijo que podía albergar por lo menos a veinte refugiados en su casa.

Alguien se levantó y le dijo que era un ama de casa tan incompetente que sus propios hijos se habían ido a vivir con otros parientes.

Otra persona señaló que era tan distraída que a no ser por los vecinos su perro habría muerto de hambre, y que por descuido su casa se había incendiado tres veces.

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Esto puede dar la impresión de que los asistentes a la reunión eran muy crueles. Pero todos la llamaban «prima Grace» o «hermana Grace», según fuera el caso. También era prima mía. Era una Narciso-13.

Además ella sólo representaba un peligro para sí misma, de modo que nadie estaba particularmente enfadado con ella. Según me dijeron, sus hijos se trasladaron a otros hogares mejor organizados en cuanto aprendieron a caminar. Y creo que sin lugar a dudas esta es una de las características más atractivas de nuestro invento: había muchos padres y hogares que los niños podían hacer suyos.

La prima Grace, por su parte, escuchó todas estas malas referencias como si le resultaran muy sorprendentes, pero sin duda verdaderas. No huyó deshecha en lágrimas. Se quedó hasta el final de la reunión obedeciendo el Reglamento de Asambleas y se mostró amable y despabilada.

En un momento en que se trataban los asuntos de actualidad, la prima Grace propuso que cualquier Narciso que se alistara con los piratas de los Grandes Lagos o con el ejército del duque de Oklahoma debería ser expulsado de la familia.

Nadie apoyó esta moción.

Y la pequeña que presidía la asamblea le dijo:

—Prima Grace, tú lo sabes tan bien como cualquiera de los presentes: «El que vive como Narciso muere como Narciso».

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