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COMO todo se había deteriorado tan rápidamente y ya no había quien actuara con cordura, cultivé la manía de contar las cosas. Contaba las tablillas de las persianas venecianas, los cuchillos, cucharas y tenedores en la cocina, contaba los mechones de la colcha de la cama de Abraham Lincoln.
Un día me hallaba contando las barras de una barandilla, a gatas sobre la escalera, aunque la gravedad era regular con tendencia a liviana. Y de pronto me di cuenta de que un hombre me miraba desde abajo.
Llevaba un traje de ante, mocasines, un sombrero de piel de mapache, y un rifle.
Santo Dios, presidente Narciso, me dije a mí mismo, esta vez sí que has perdido la chaveta. Ahí abajo está el famoso Daniel Boone.
Y luego otro hombre se unió al primero. Vestía como un piloto de guerra de los tiempos, mucho antes de que me eligieran presidente, en que había una cosa que se llamaba Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
—Déjenme adivinar —dije en voz alta—. O es el Día de los Inocentes o es el 4 de julio.
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El piloto pareció desagradablemente sorprendido por el estado de la Casa Blanca.
—¿Qué ha ocurrido aquí? —dijo.
—Todo lo que puedo decirle —contesté— es que se ha hecho historia.
—Esto es espantoso —comentó.
—Si usted cree que esto está mal —repliqué—, debería ver cómo está la cosa aquí.
Y me di unos golpecitos en la cabeza con las puntas de los dedos.
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Ninguno de ellos tenía la más mínima sospecha de que yo pudiera ser el presidente. Por ese entonces yo ya era un mamarracho.
Ni siquiera querían hablar conmigo, ni tampoco entre ellos, en realidad. Resultó que no se conocían. Simplemente habían llegado al mismo tiempo por casualidad, ambos con una misión urgente.
Inspeccionaron las otras habitaciones y encontraron a mi Sancho Panza, Carlos Narciso-11 Villavicencio, que estaba preparando el almuerzo con galletas para travesías y una lata de ostras ahumadas y algunas otras cosas que había encontrado. Y Carlos los trajo de vuelta a donde yo estaba y los convenció de que yo era en realidad el presidente de lo que él, con toda sinceridad, llamaba «el país más poderoso del mundo».
Carlos era un hombre muy tonto.
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El pionero traía una carta para mí de parte de la viuda de Urbana, Illinois, que unos años antes había recibido la visita de los chinos. «Querido doctor Swain», comenzaba…
Soy una persona común y corriente, una profesora de piano, que sólo tiene de especial el haber sido la esposa de un gran físico, el haberle dado un hermoso hijo, y después de su muerte, haber recibido la visita de una delegación de chinos muy pequeños, uno de los cuales me dijo que su padre le había conocido. El padre se llamaba Fu Manchú.
Los chinos me hablaron del asombroso descubrimiento que había hecho mi marido, el doctor Félix Bauxita-13 von Peterswald, antes de morir. Mi hijo, que a propósito es un Narciso-11 como usted, y yo, hemos mantenido este descubrimiento en secreto porque lo que revela sobre la situación de los seres humanos en el Universo es sumamente desmoralizador, por no decir más. Tiene relación con la verdadera naturaleza de lo que nos espera a todos después de la muerte. Lo que nos espera, doctor Swain, es sumamente aburrido.
No me resigno a llamarlo Cielo ni el Eterno Descanso ni ninguna de esas cosas. El único nombre que puedo darle es el que le daba mi marido y el que también le dará usted cuando se entere. Él lo llamaba el «Criadero de Pavos».
En resumen, doctor Swain, mi marido descubrió un sistema para hablar con los muertos que se encuentran en el Criadero de Pavos. Nunca me enseñó la técnica, ni se la enseñó a mi hijo ni a nadie. Pero los chinos, que por lo visto tienen espías en todas partes, de algún modo se enteraron. Vinieron a estudiar sus diarios y examinaron también los restos del aparato.
Una vez que hubieron descubierto el proceso, tuvieron la amabilidad de explicarnos, a mí y a mi hijo, cómo realizar el escalofriante truco, si lo deseábamos. Ellos se sentían muy decepcionados con el descubrimiento. Explicaron que era algo nuevo para ellos pero que «sólo tiene interés para los miembros de los restos de la Civilización occidental», cualquiera que sea el significado de estas palabras.
He confiado esta carta a un amigo que espera unirse a un importante núcleo de parientes artificiales, los Berilios, en Maryland, que está muy cerca de usted.
Esta carta está dirigida al «doctor Swain» y no al «señor presidente» porque su contenido no tiene ninguna relación con los intereses nacionales. Se trata de una carta sumamente personal para informarle que he hablado varias veces con su difunta hermana Eliza a través del aparato de mi marido. Ella me ha comunicado que es de extrema importancia que venga pronto aquí para que pueda hablar directamente con usted.
Esperamos ansiosos su visita. Por favor no se sienta insultado por la conducta de mi hijo y hermano suyo, David Narciso-11 von Peterswald, que no puede dejar de proferir obscenidades y hacer gestos groseros incluso en los momentos menos apropiados. Padece el mal de Tourette.
Su fiel servidora.
Wilma Pachysandra-17 von Peterswald
Hi ho.
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