Capítulo 38

* * * * *

FUE precisamente durante esa visita a Manhattan cuando vi el primer Club de los Trece. Según me habían dicho, había docenas de esos disipados establecimientos en Chicago. Ahora Manhattan tenía el suyo.

Eliza y yo no habíamos contado con que toda la gente que tuviera el número 13 junto al nombre se agruparía en forma casi inmediata para formar la familia más numerosa de todas.

Y ciertamente que sufrí las consecuencias de mis propias medidas cuando le pregunté al portero del Club de los Trece de Manhattan si me dejaba entrar a dar un vistazo. El interior se veía muy oscuro.

—Señor presidente —me dijo—, con todo respeto permítame preguntarle, ¿es usted un Trece?

—No —le respondí—, usted sabe que no lo soy.

—Entonces —replicó—, me veo obligado a decirle lo que tengo que decirle. Con todo el respeto imaginable, señor, ¿por qué no se fornica una rosquilla voladora? ¿Por qué no da un salto y se fornica la luuuuuuuuuuuuuna?

Me quedé extasiado.

* * *

Y fue también durante esta visita cuando tuve las primeras noticias de la Iglesia de Jesucristo Secuestrado. En ese tiempo era una pequeña secta establecida en Chicago, pero estaba destinada a convertirse en la religión de mayor éxito en toda la historia del país.

Me enteré de su existencia por un folleto que me entregó un pulcro y radiante joven cuando cruzaba el vestíbulo de mi hotel en dirección a las escaleras. Miraba con frecuencia a su alrededor de una manera que me pareció algo excéntrica, como si esperara sorprender a alguien espiándole desde detrás de una palmera o un sillón, e incluso encima de él, desde la araña de cristal.

Estaba tan absorto en su tarea de lanzar ardientes miradas en todas direcciones que el hecho de entregarle un folleto al presidente de los Estados Unidos no despertó en él el menor interés.

—¿Puedo preguntarle qué está buscando, joven? —le dije.

—A nuestro Salvador, señor —replicó.

—¿Usted cree que Él está en este hotel?

—Lea el folleto —contestó.

* * *

Así lo hice, instalado en mi solitaria habitación, con la radio encendida.

En la parte superior de la hoja se veía un primitivo cuadro de Jesús, de pie, con el cuerpo de frente y la cabeza de perfil, como la sota de la baraja. Estaba amordazado y esposado. En un tobillo tenía un grillete unido por una cadena a un anillo, fijo en el suelo. Del párpado inferior de Su Ojo colgaba una lágrima perfecta.

Bajo la ilustración había una serie de preguntas y respuestas que decían lo siguiente:

PREGUNTA: ¿Cómo se llama?

RESPUESTA: Soy el reverendo William Uranio-8 Wainwright, fundador de la Iglesia de Jesucristo Secuestrado, avenida Ellis 3872, Chicago, Illinois.

PREGUNTA: ¿Cuándo nos enviará Dios a su Hijo por segunda vez?

RESPUESTA: Ya lo ha hecho. Jesús está aquí, entre nosotros.

PREGUNTA: ¿Por qué no hemos visto ni oído nada acerca de Él?

RESPUESTA: Porque ha sido secuestrado por las Fuerzas del Mal.

PREGUNTA: ¿Qué debemos hacer?

RESPUESTA: Debemos abandonar todo lo que estemos haciendo y emplear en su búsqueda todas las horas de nuestra vigilia. Si no lo hacemos, Dios hará uso de Su Opción.

PREGUNTA: ¿Cuál es la Opción de Dios?

RESPUESTA: Puede destruir a la Humanidad en el momento en que le plazca.

Hi ho.

* * *

Esa noche vi al joven cenando solo en el comedor. Me maravilló verle agitar la cabeza en todas las direcciones sin dejar de comer y sin derramar una sola gota. Incluso buscaba a Jesús debajo del plato y del vaso, y no sólo una vez, sino en repetidas ocasiones.

No pude dejar de reírme.

* * *