Capítulo 37

* * * * *

SOPHIE pidió el divorcio, por supuesto, y cogió sus joyas, sus pieles, sus cuadros, sus ladrillos de oro, etc., y se fue a un condominio en Machu Picchu, Perú.

Creo que prácticamente lo último que le dije fue:

—¿Ni siquiera puedes esperar a que confeccionemos las guías de los grupos familiares? Estoy seguro de que descubrirás que estás emparentada con muchos hombres y mujeres distinguidos.

—Yo ya tengo parientes distinguidos —replicó—. Adiós.

* * *

Para poder reunir y publicar las guías de los grupos familiares, tuvimos que sacar más papel de los Archivos Nacionales y trasladarlo a la central eléctrica. Esta vez seleccioné expedientes del período presidencial de Ulysses Simpson Grant y Warren Gamaliel Harding.

No pudimos proporcionar a cada ciudadano un ejemplar. Todo lo que conseguimos fue un juego completo para cada gobernación, ayuntamiento, cuartel de policía y biblioteca pública del país.

* * *

No pude evitar un gesto de codicia: Antes de que Sophie me abandonara, pedí que nos enviaran una guía de Narcisos y otra de Cacahuetes. Tengo conmigo la guía de Narcisos aquí en el Empire State. Vera Ardilla-5 Zappa me la regaló para mi cumpleaños el año pasado. Es una primera edición, la única que llegó a publicarse.

Y gracias a ella me enteré de que entre mis nuevos parientes se encontraban Clarence Narciso-11 Johnson, Jefe de Policía de Batavia, Nueva York, Mohamed Narciso-11 X, ex campeón mundial de boxeo en la categoría de los semi pesados, y María Narciso-11 Tcherkassky, la prima Ballerina del ballet de la Ópera de Chicago.

* * *

Y en cierto modo me alegro de que Sophie nunca llegara a ver la guía de su grupo familiar. Los Cacahuetes parecían realmente un grupo bastante prosaico.

El más famoso que recuerdo era una figura de segunda categoría de las carreras sobre patines.

Hi ho.

* * *

Entonces, después de que el Gobierno proporcionara las guías, la libre empresa produjo los periódicos familiares. El mío era Las Narci-noticias. El de Sophie, que siguió llegando a la Casa Blanca mucho tiempo después de que ella se hubiera ido, era El Rumor de la Tierra. Vera me dijo el otro día que el de las Ardillas se llamaba La Madriguera.

En los anuncios económicos, los parientes pedían trabajo o capital para sus empresas y ofrecían incluso cosas en venta. Las nuevas columnas mencionaban los triunfos de diversos miembros del grupo y prevenían contra otros que eran depravados o estafadores. Se publicaban listas de familiares a los que se podía visitar en distintas cárceles y hospitales.

Había editoriales que exigían programas de seguridad social, actividades deportivas, etc. Recuerdo un interesante ensayo, publicado en Las Narci-noticias o en El Rumor de la Tierra, en el que se sostenía que las familias de elevados principios morales eran las que mejor contribuían a mantener la ley y el orden, y que se podía esperar que desaparecieran los organismos policiales.

«Si usted se entera de que algún pariente participa en actividades delictivas», terminaba diciendo, «no avise a la policía. Llame a otros diez parientes.»

Y cosas por el estilo.

* * *

Vera me dijo que el lema de La Madriguera había sido el siguiente: «Un buen ciudadano es un buen hombre de familia o una buena mujer de familia».

* * *

Cuando las nuevas familias comenzaron a indagar sobre sí mismas, se encontraron algunas curiosas estadísticas. Casi todos los Pachysandras, por ejemplo, sabían tocar un instrumento musical, o por lo menos cantaban afinadamente. Tres de ellos dirigían importantes orquestas sinfónicas. La viuda de Urbana que había recibido la visita de los chinos era una Pachysandra. Daba clases de piano y con eso se mantenían ella y su hijo.

Las Sandías, por regla general, pesaban un kilo más que los miembros de las otras familias.

Las tres cuartas partes de los Azufres eran mujeres.

Y así hubo muchos casos.

En cuanto a mi familia, había una extraordinaria concentración de Narcisos en Indianápolis y sus alrededores. El periódico familiar se publicaba allí. En la primera página, junto al nombre, se leía: «Impreso en la Ciudad de los Narcisos, EE.UU.»

Hi ho.

* * *

Aparecieron los clubs familiares. Corté personalmente la cinta en la inauguración del Club Narciso aquí en Manhattan, en la calle 43, muy cerca de la Quinta Avenida.

Fue una experiencia que me dio que pensar, aunque estaba drogado por el tri-benzo-conductil. Una vez yo había pertenecido a otro club y a otro tipo de familia artificialmente ampliada, que tenía la misma sede. Mi padre, mis abuelos, y mis cuatro bisabuelos también habían sido miembros del club.

El edificio había servido una vez de refugio para hombres ricos y poderosos, y bastante entrados en años.

En ese momento estaba lleno de mujeres y niños, de ancianos que jugaban a las damas o al ajedrez o que simplemente soñaban, de muchachos que aprendían a bailar o jugaban a los bolos o se entretenían en las máquinas tragaperras.

No pude dejar de reírme.

* * *