Capítulo 23

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MAMA no se sentía capaz de tener un enfrentamiento con Eliza, y se retiró a su suite en el piso de arriba. Tampoco quería yo que la servidumbre presenciara ninguna escena grotesca que Eliza pudiera representar, de modo que los mandé a sus habitaciones.

Cuando sonó el timbre, abrí personalmente la puerta.

Sonreí en dirección al aardvark, a las cámaras y a la multitud.

—¡Eliza, querida hermana! —exclamé—. Qué sorpresa tan agradable. Entra, entra.

Sólo por guardar las formas hice un gesto impreciso, como si fuera a tocarla. Ella se apartó bruscamente.

—Si me toca, Lord Fauntleroy —me espetó—, le morderé y morirá de rabia.

* * *

La policía impidió que la multitud siguiera a Eliza y Mushari al interior de la casa, y yo cerré las cortinas de las ventanas para que nadie pudiera vernos.

Cuando estuve seguro de nuestro aislamiento, le pregunté sin ninguna amabilidad:

—¿Qué te trae aquí?

—La lascivia que me provoca tu cuerpo perfecto, Wilbur —replicó. Tosió y se rió—. ¿Está aquí mi querida mater o mi querido pater? —Luego se corrigió—: Cielos, el querido pater está muerto, ¿verdad? ¿O fue la querida mater? Es tan difícil saberlo.

—Mamá está en la Bahía de las Tortugas, Eliza —respondí. Interiormente desfallecía de dolor, de asco y de sentimientos de culpa. Calculé que su aplastada caja torácica tenía la capacidad de una caja de cerillas. La habitación empezaba a oler a destilería, y comprendí que Eliza también tenía problemas con el alcohol. Su piel era horrible y su cutis mostraba el mismo aspecto que el baúl de la bisabuela.

—La Bahía de las Tortugas, la Bahía de las Tortugas —repitió distraída—. Querido hermano, ¿has pensado alguna vez que nuestro querido padre no era en realidad nuestro padre?

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—Quizás en alguna noche de luna llena mamá haya abandonado sigilosamente el lecho y la casa, y copulado con una tortuga gigante en la bahía.

Hi ho.

* * *

—Eliza —interrumpí—, si vamos a hablar de asuntos familiares quizás sería mejor que el señor Mushari nos dejara solos.

—¿Por qué? —replicó ella—. Normie es el único pariente que tengo.

—Vamos, Eliza…

—Ese pedo de canario mal vestido de tu madre no tiene ningún parentesco conmigo.

—Vamos, Eliza… —repetí.

—Usted tampoco se considerará pariente mío, ¿verdad?

—¿Qué puedo decir? —contesté.

—Por eso le estamos haciendo esta visita, para oír todas las maravillosas cosas que tiene que decir. Usted siempre fue el sabihondo. Yo sólo era una especie de tumor que tenía que ser extirpado de su costado.

* * *

—Nunca dije eso —repliqué.

—Lo dijeron otras personas y usted lo creyó. Eso es peor. Usted es un fascista, Wilbur. Esa es la verdad.

—Eso es absurdo.

—Los fascistas son personas inferiores que cuando les dicen que son superiores se lo creen.

—Vamos, Eliza…

—Y luego quieren que todos los demás mueran.

* * *

—Por aquí no vamos a ninguna parte —dije.

—Estoy acostumbrada a no ir a ninguna parte —replicó—. Seguramente lo ha leído en los periódicos y lo ha visto en la televisión.

—¿Te serviría de algo saber que mamá sufrirá durante el resto de sus días por lo que te hicimos?

—No veo de qué me podría servir eso. Es la pregunta más estúpida que he escuchado en mi vida.

* * *

Enroscó su enorme brazo sobre los hombros de Norman Mushari y dijo:

—Esta persona sí sabe cómo ayudar a la gente.

Hice un gesto de asentimiento.

—Se lo agradecemos —dije—. Lo digo de verdad.

—Él es mi madre —continuó Eliza— y mi padre y mi hermano y mi Dios, todos en un solo ser. ¡Él me dio el don de la vida! Recuerdo que me dijo: El dinero no te va a hacer sentir mejor, cariño, pero les vamos a sacar hasta el último centavo.

—Vaya —dije.

—Pero lo que sí puedo decir —continuó— es que me sirve mucho más que sus sentimientos de culpa. Esa es sólo una manera de jactarse que tiene su maravillosa sensibilidad. —Se rió en tono poco amistoso—. Pero entiendo que mamá y usted quieran jactarse de su culpa. Después de todo es lo único que se han ganado en su vida.

Hi ho.

* * *