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LA mañana siguiente Eliza no bajó a desayunar. Permaneció en su habitación hasta después de mi partida.
Mis padres me acompañaron en la limusina Mercedes que conducía un chofer. De sus dos hijos, yo era el que tenía futuro: sabía leer y escribir.
Y entonces, cuando todavía atravesábamos los hermosos campos, mi máquina del olvido comenzó a funcionar.
Era un mecanismo protector destinado a protegerme de un dolor insoportable, un mecanismo que, como pediatra, estoy convencido de que todos los niños tienen.
Parecía que en algún lugar dejaba atrás una hermana gemela que no era tan inteligente como yo. Tenía un nombre. Se llamaba Eliza Mellon Swain.
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Y el año escolar estaba estructurado de tal manera que nunca tuvimos que volver a casa. Visité Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Grecia. Estuve en campamentos de verano.
Mientras tanto se determinó que, aunque sin lugar a dudas no era ningún genio, poseía una inteligencia superior al promedio. Era paciente y ordenado, y capaz de encontrar una buena idea en una montaña de tonterías.
Fui el primer niño en la historia de la escuela que fue aceptado en un curso pre-universitario. Me fue tan bien que me invitaron a seguir estudios en Harvard. Acepté la invitación a pesar de que todavía tenía que cambiar la voz.
Y mis padres, que se sentían muy orgullosos de mí, me recordaban de vez en cuando que en algún lugar tenía una hermana gemela, que en ese momento era un poco más que un vegetal humano. Estaba internada en un exclusivo establecimiento para deficientes mentales.
Ella era sólo un nombre.
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Mi padre se mató en un accidente de coche cuando yo estaba en primer año en la Facultad de Medicina. Tenía un concepto lo bastante elevado de mí como para nombrarme albacea.
Al poco tiempo recibí la visita, en Boston, de un abogado gordo y de ojos huidizos llamado Norman Mushari. Me refirió lo que en principio me pareció una historia confusa y fuera de propósito acerca de una mujer que había permanecido durante muchos años encerrada contra su voluntad en un centro para débiles mentales.
Dijo que ella le había contratado para demandar a sus parientes y al centro por daños y perjuicios, para exigir su inmediata libertad y recuperar la parte de la herencia que se le había retenido injustamente.
Su nombre era, por supuesto, Eliza Mellon Swain.
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