Capítulo 18

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DE modo que Eliza y yo volvimos a someternos a los mismos tests, pero esta vez juntos. Nos sentamos uno al lado del otro ante la mesa de acero inoxidable en el comedor de azulejos.

¡Nos sentíamos tan felices!

Una doctora Cordiner totalmente impersonal administró los tests como un robot, mientras nuestros padres observaban. Nos había cambiado las preguntas así que el desafío tenía además el estímulo de la novedad.

Antes de comenzar, Eliza dijo a nuestros padres:

—Prometemos contestar a todas las preguntas correctamente.

Que fue lo que hicimos.

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¿Cómo eran las preguntas? Bueno, ayer mientras buscaba entre las ruinas de la escuela en la calle 46, tuve la suerte de encontrar una batería de tests de inteligencia listos para ser administrados.

Cito:

«Un hombre compró 100 acciones a 5 dólares cada una. Si cada acción subió 10 centavos el primer mes, bajó 8 centavos al segundo mes y ganó tres centavos al tercer mes, ¿a cuánto asciende la inversión al cabo del tercer mes?»

Vean este otro:

«¿Cuántos dígitos hay a la izquierda de los decimales en la raíz cuadrada de 692.038,42753?»

O ésta:

«¿De qué color aparece un tulipán amarillo visto a través de un cristal azul?»

O ésta:

«¿Por qué la Osa Menor parece dar una vuelta en torno a la Estrella Polar una vez al día?»

O esta otra:

«La astronomía es a la geología como un deshollinador es a …………»

Etcétera.

Hi ho.

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Como ya he dicho, respondimos a la perfección tal como había prometido Eliza.

El único problema fue que en el inocente proceso de comprobar una y otra vez nuestras respuestas terminamos debajo de la mesa, cada uno con las piernas enredadas en el cuello del otro, bufando y respirando entrecortadamente sobre nuestras respectivas horcajaduras.

Cuando volvimos a ocupar nuestras sillas, la doctora Cordelia Swain Cordiner se había desmayado y nuestros padres habían desaparecido.

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A las diez de la mañana del día siguiente, fui llevado en coche a Cape Cod para ingresar en una escuela para niños con graves trastornos mentales.

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