Capítulo 10

* * * * *

MI madre enloqueció temporalmente esa noche.

Llegué a conocerla bien, años más tarde. Y aunque nunca la amé, nunca llegué a amar a nadie si vamos a eso, sí admiré su inquebrantable decencia para con todo el mundo. Jamás profería insultos. Cuando hablaba, ya fuese en público o en privado, no destrozaba ninguna reputación.

De modo que no fue realmente nuestra madre la que en la víspera de nuestro cumpleaños dijo: «¿Cómo puedo amar al conde Drácula y a su sonrojada novia?», refiriéndose a Eliza y a mí.

No fue realmente nuestra madre la que le preguntó a papá:

—¿Cómo pude dar a luz a un par de babosos postes totémicos?

Y cosas por el estilo.

* * *

En cuanto a mi padre, la abrazó llorando de amor y lástima.

—Caleb, oh, Caleb —exclamó ella entre sus brazos—, no me reconozco.

—Por supuesto que no —replicó él.

—Perdóname —dijo ella.

—Por supuesto —dijo él.

—¿Me perdonará Dios alguna vez?

—Ya lo ha hecho.

—Fue como si de pronto un demonio se hubiese apoderado de mí.

—Eso fue lo que ocurrió, cariño.

Su locura comenzaba a disminuir.

—Oh, Caleb…

* * *

Como no quiero que se piense que estoy buscando compasión, permítaseme decir de inmediato que en esos días Eliza y yo éramos tan vulnerables emocionalmente como «El Gran Rostro de Piedra» de Nueva Hampshire.

Necesitábamos el amor de un padre y de una madre tanto como un pez necesita una bicicleta, como dice el refrán.

De modo que cuando nuestra madre habló con dureza de nosotros, cuando incluso expresó el deseo de que estuviéramos muertos, nuestra reacción fue puramente intelectual. Disfrutábamos resolviendo problemas. Quizás pudiésemos resolver el problema de mamá, descartando el suicidio, por supuesto.

Finalmente recuperó la calma, y cobró ánimo suficiente como para pasar unos cien cumpleaños más con Eliza y conmigo, si Dios quería probarla de esa manera. Pero antes de todo esto dijo lo siguiente:

—Caleb, daría cualquier cosa por ver un débil signo de inteligencia, un mínimo destello de humanidad en los ojos de alguno de nuestros hijos.

* * *

Eso tenía una solución muy fácil.

Hi ho.

* * *

Así que volvimos a la habitación de Eliza y escribimos un gran anuncio en una de las sábanas. Luego, cuando nuestros padres estaban profundamente dormidos, nos introdujimos subrepticiamente en su cuarto a través de una puerta falsa en el armario. Lo colgamos en la pared, de modo que fuera lo primero que vieran sus ojos al despertar.

Esto es lo que decía:

QUERIDOS MATER Y PATER:

NUNCA SEREMOS BELLOS. PERO PODEMOS SER TAN INTELIGENTES O TAN ESTÚPIDOS COMO EL MUNDO REALMENTE QUIERA QUE SEAMOS.

SUS FIELES SERVIDORES,

ELIZA MELLON SWAIN

WILBUR ROCKEFELLER SWAIN

Hi ho.

* * *