Capítulo 6

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QUIZÁ haya gente que realmente nace infeliz.

Ciertamente, espero que no sea así.

Hablando por mi hermana y por mí mismo: nacimos con la capacidad y la determinación de ser extremadamente felices todo el tiempo.

Quizás incluso en esto éramos monstruos.

Hi ho.

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¿Qué es la felicidad?

En el caso de Eliza y en el mío, la felicidad consistía en estar perpetuamente en compañía del otro, con montones de sirvientes y buena comida, viviendo en una mansión tranquila y llena de libros, situada en un asteroide cubierto de manzanos, y creciendo como dos mitades especializadas de un mismo cerebro.

Aunque nos sobábamos y abrazábamos con mucha frecuencia, nuestras intenciones eran puramente intelectuales. Es cierto que Eliza alcanzó su madurez sexual a los siete años. Sin embargo, yo no entré en la pubertad hasta mi último año de estudios en la Escuela de Medicina de Harvard, a los veintitrés años. Eliza y yo utilizábamos el contacto corporal con la única finalidad de aumentar la intimidad de nuestros cerebros.

De ese modo dimos vida a un genio único, que moría en cuanto nos separábamos, y que renacía en el momento en que volvíamos a juntarnos.

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Nuestra especialización como mitades de aquel genio tuvo caracteres casi paralizantes. Ese ser era el individuo más importante de nuestras vidas, pero nunca lo nombrábamos.

Cuando aprendimos a leer y a escribir, por ejemplo, era yo quien realmente leía y escribía. Eliza fue una analfabeta hasta el día de su muerte.

Sin embargo, Eliza tenía las grandes intuiciones. Fue ella la que adivinó que nos convenía permanecer mudos, pero que debíamos aprender a avisar antes de hacer nuestras necesidades. Fue Eliza la que descubrió qué eran los libros y qué podían significar esos pequeños signos sobre las páginas.

Fue Eliza la que sintió que había algo raro en las dimensiones de algunos corredores y habitaciones de la mansión. Y fui yo el que se dio el trabajo de tomar las medidas y luego tentar los paneles y el parquet con destornilladores y cuchillos de cocina, buscando las puertas de un universo optativo que finalmente encontramos.

Hi ho.

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Sí, y yo era el que me encargaba de la lectura. Y ahora me parece que no existe un solo libro escrito en un idioma indoeuropeo publicado antes de la Primera Guerra Mundial que yo no haya leído en voz alta.

Pero Eliza se encargaba de la memorización y me decía lo que teníamos que aprender a continuación. Y era ella la que reunía ideas aparentemente sin ninguna relación para formar un nuevo concepto. Eliza era la que yuxtaponía.

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Gran parte de nuestra información, por supuesto, estaba definitivamente superada, ya que a partir de 1912 habían llegado muy pocos libros a la mansión. Gran parte de ella también desafiaba el tiempo. Y también había cosas francamente estúpidas como los bailes que aprendíamos.

Si quisiera, yo podría ejecutar aquí mismo en las ruinas de Nueva York una versión bastante aceptable, incluso correcta desde un punto de vista histórico, de la tarantela.

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¿Éramos realmente un genio cuando pensábamos como un solo ser?

Tengo que responder que sí, especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que no teníamos profesores. Y lo digo sin jactancia porque sólo soy la mitad de esa mente extraordinaria.

Recuerdo que criticábamos la Teoría de la Evolución de Darwin basándonos en el hecho de que las criaturas se convertirían en seres tremendamente vulnerables mientras trataban de mejorar su especie, cuando intentaban desarrollar alas o una coraza. Serían devorados por animales más prácticos mucho antes de que sus maravillosas nuevas características se hubiesen perfeccionado.

Hubo por lo menos una profecía en la que acertamos con tal exactitud que pensar en ella, incluso ahora, me deja pasmado.

Escuchen: comenzamos con el misterio de cómo los antiguos habían levantado las pirámides de Egipto y México, y las grandes cabezas de la Isla de Pascua y los impresionantes arcos de Stonehenge, sin las fuentes de energía ni los instrumentos modernos.

Llegamos a la conclusión de que en la Antigüedad hubo días en que la gravedad era tan ligera que la gente podía jugar a la pelota con enormes trozos de roca.

Incluso estimamos que quizá fuese anormal que la gravedad de la Tierra se mantuviera estable durante largos períodos de tiempo. Profetizamos que en cualquier momento la gravedad podía volver a convertirse en un elemento tan caprichoso como el viento, el frío, el calor, o las tempestades.

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Sí, y también Eliza y yo redactamos una precoz crítica de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. Argumentamos que era más que nada un sistema para provocar el descontento general puesto que su éxito en mantener a la gente razonablemente feliz dependía de la fuerza de la misma gente, y sin embargo no presentaba ningún sistema práctico tendente a hacer que los ciudadanos, al contrario de sus representantes elegidos, tuvieran fuerza.

Dijimos que era posible que los que redactaron la Constitución fuesen ciegos a la belleza de las personas que no tenían una gran fortuna, o amigos poderosos o un puesto público, pero que sí eran auténticamente fuertes.

Sin embargo, nos pareció más probable que los autores no se hubiesen dado cuenta de que resultaba natural, y por lo tanto casi inevitable, que los seres humanos en situaciones extraordinarias, se viesen a sí mismos como partes de nuevas familias. Eliza y yo señalamos que esto había ocurrido tanto en democracias como en tiranías, ya que los seres humanos eran los mismos en todo el mundo, y civilizados sólo desde ayer.

De ahí que se podía esperar que los representantes elegidos se convirtieran en miembros de la famosa y poderosa familia de los representantes elegidos, lo cual, naturalmente, los haría reaccionar en forma cauta, aprensiva y tacaña ante los otros tipos de familia en que, naturalmente, se subdivide la Humanidad.

Eliza y yo, pensando como mitades de un sólo genio, propusimos que la Constitución fuese enmendada de modo que garantizara a todo ciudadano, por muy humilde, loco, incompetente, o deforme que fuese, la filiación a alguna familia tan disimuladamente xenofóbica y astuta como la que forman los funcionarios públicos.

Bravo por Eliza y por mí.

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Hi ho.

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