De esto hace ya casi 30 años, en el segundo curso de la escuela primaria en Schaffhausen. Allí oímos por primera vez de boca de nuestro profesor de Religión que en el Cielo tuvo lugar una batalla: Un día se habría presentado el arcángel Lucifer delante de Dios y le habría declarado: «¡No seguiremos sirviéndote!». Al oír esto, Dios habría ordenado al poderoso arcángel Gabriel expulsar del Cielo a Lucifer y su hueste de rebeldes.
Ahora sé que en el Antiguo Testamento no aparece Lucifer en ninguna parte. Naturalmente, era imposible puesto que la legendaria figura de Moisés, a la cual están subordinados los autores del Antiguo Testamento, debe haber aparecido alrededor del año 1225 a. C., y el nombre Lucifer proviene del latín, idioma que no aparece antes del año 240 a. C. Lux fare (Lucifer) significa el que trae la luz, el que porta la luz. Resulta divertido que en el catecismo católico se presente al infame Lucifer como portador de la luz.
Pero el Antiguo Testamento ciertamente habla de una batalla en el Cielo.
Del profeta judío Isaías (740-701 a. C.) leemos descripciones y profecías en los capítulos I al XXXV. En el capítulo XIV, vers. 12 está escrito:
¡Cómo has caído del Cielo, tú, resplandeciente estrella de la mañana! ¡Cómo has sido arrojado al suelo, tú, vencedor de los pueblos! Te habías propuesto: «Subiré al Cielo y estableceré mi trono por encima de la estrella de Dios, y reinaré en la Montaña de los Dioses…».
Pero también en el Apocalipsis de San Juan leemos en las revelaciones del Nuevo Testamento, en el capítulo XII, versículo 7, referencias inequívocas a batallas en el Cielo:
Y estalló la guerra en el Cielo, y Miguel y sus ángeles hicieron la guerra al Dragón. Y el Dragón hizo la guerra con sus ángeles; y no pudieron resistir, y ya no pudieron hallar lugar para ellos en el Cielo.
Hay muchos testimonios primitivos que nos hablan de guerras y luchas en el cielo. Durante miles de años, se guardó en criptas del Tibet el libro de Dzyan, una doctrina secreta. El texto original (no se sabe si aún existe) fue copiado de generación en generación y completado con nuevos textos y conocimientos de los iniciados. Cientos de traducciones al sánscrito de partes del libro revolotean por todo el mundo, y los entendidos afirman que contiene el desarrollo de la Historia de la Humanidad a través de millones de años.
En la sexta estrofa del libro de Dzyan se lee:
En el Cuarto (mundo) se ordena a los hijos hacer sus fieles retratos. Una tercera parte rehúsa, las otras dos obedecen. Se pronuncia la maldición… Las Ruedas más antiguas comenzaron a girar. La Hueva materna lo llenó todo. Se libraron batallas entre creadores y destructores, y batallas en el espacio; apareció el germen y continuó apareciendo. Saca tus cuentas, Lanoo, si quieres saber la verdadera edad de tu Rueda…
En el «Libro de los Muertos» de los egipcios, aquella colección de textos relativos a la vida de ultratumba que solían colocar en el sarcófago de los difuntos, Ra, el poderoso Dios Sol, lucha contra los hijos rebeldes en el espacio, pues Ra nunca ha salido del lluevo del Mundo durante la contienda.
El poeta romano Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.), conocido por su Ars amandi, escribió una colección de epopeyas mitológicas, las Metamorfosis. En éstas, nos habla el poeta de Phaeton (El Resplandeciente), quien obtuvo una vez de su padre, el Dios Sol, Helios, permiso para conducir el Carro del Sol. Phaeton no fue capaz de guiar el Carro y se arrojó afuera prendiendo, al caer, fuego a la Tierra.
En la mitología griega juegan un papel importante los doce hijos de Urano (personificación del cielo) y de Gaa (personificación de la Tierra); eran jóvenes revoltosos estos doce titanes que, con sus colosales fuerzas se sublevaron contra toda ley universal, protestaron contra Zeus, el rey de los dioses, y atacaron el Olympo, residencia de las divinidades griegas. Hesiod (alrededor del año 700 a. C.), poeta conocido por su Teogonía, en que trata de la genealogía de los dioses y la formación del mundo, nos habla del titán Prometeo, quien, después de una violenta discusión con Zeus, trajo a los hombres el fuego del cielo. El mismo Zeus, después de cruenta lucha, debió compartir su poder con sus hermanos Poseidón y Hades. Su nombre significa dios de la luz. Homero (800 a. C.) lo describe como prepotente, que amontona las nubes, pendenciero que, sin ninguna clase de contemplaciones, elimina con rayos a los que osan interponérsele. El rayo como arma aparece también en las leyendas maoríes de la Oceanía: Hablan de una rebelión que habría estallado en el cielo después que Tañe estableció el orden en el mundo de las estrellas. La leyenda incluso cita por su nombre a los rebeldes que no estaban dispuestos a seguir a Tañe. Entonces llegó Tañe montado en un rayo, derrotó a los insurrectos y los precipitó sobre la Tierra, y desde entonces en la Tierra lucha hombre contra hombre, pueblo contra pueblo, animal contra animal, pez contra pez. El dios Hinuno de las leyendas de los indios Puyute de Norteamérica, no salió mejor librado: Después de haberse peleado con los dioses, fue expulsado del cielo.
La Academia Internacional de Investigación del Sánscrito de Mysore, India, tuvo el coraje de traducir vocablos tradicionales contenidos en un texto en sánscrito de Maharshi Bharadwaja, un vidente de la antigüedad, a términos corrientes de nuestra cultura occidental contemporánea. El resultado fue sorprendente: Las leyendas primitivas se transformaron en perfectos informes técnicos (Zurück zu den Sternen, págs. 224 y sig.). Aplicando cautelosamente el mismo procedimiento y reemplazando solamente la palabra «cielo» por el concepto moderno «espacio», entonces las leyendas y mitos de batallas entre dioses en el cielo se transforman en un abrir y cerrar de ojos en gigantescas batallas entre dos bandos opuestos en el espacio. En el cielo de las religiones, naturalmente no se libraban guerras; allá sólo había y hay un único Dios bueno y omnisciente.
A pesar de todo, en el Antiguo Testamento no se habla solamente de un Dios; se habla de varios dioses:
Creemos hombres a nuestra imagen y semejanza que reinen allá sobre los peces del mar y sobre los pájaros del cielo (I. Moisés 1/26).
Otra vez se le escapa al monoteísta Moisés este fallo:
… vieron los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas… (1/6/1).
Helene Petrowna Blavatsky (1831-1891), que fundó en 1875 en Londres la Sociedad Teosófica, escribió en su obra seis tomos «La Doctrina Secreta» (1888):
Uno de los nombres del judío Jehová, «Sabaoth» o el «Señor de los Ejércitos», pertenece a los sabeos de Caldea y tiene por raíz la palabra «tsab» que significa «carro», «navío» y «ejército». Sabaoth significa, por consiguiente, etimológicamente, «el ejército del navío», la «tripulación» o la «escuadra de navíos».
Sospecho que, tanto en la creación (= descubrimiento) de la Tierra como en la «creación» del hombre, intervinieron mucho dioses. El mito de la creación del Quiché-Maya, el Popol Vuh, relata la creación del hombre:
Se dice que aquéllos fueron creados y moldeados. No tenían madre, ni padre, y, sin embargo, se los llamaba hombres. No nacieron de hembra. No fueron hechos ni por creador ni por moldeador, ni por Alom ni Caholom. Fueron formados milagrosamente, por un portento…
El pueblo maya, cuya celebrada entrada en la Historia data de comienzos de nuestra era, vivía originalmente en forma muy primitiva en la selva y se dedicaba a la caza con las armas más rudimentarias. No era precisamente por su sabiduría que se distinguían, sin embargo, los mitos del Popol Vuh provienen de esta época. ¿Cómo pueden haber tenido cabida en mentalidades tan primitivas conceptos como: …no tenían madre ni padre …no nacieron de hembra …fueron formados milagrosamente, por un portento… ?
Resulta todo tan contradictorio y confuso. Esto no resulta conciliable dentro del marco de las ideas hasta ahora aceptadas. Por ello me atrevo a sugerir algunas nuevas hipótesis.
En el supuesto de que realmente se libraron batallas en el universo, entonces (como en todas las contiendas que llegan a las vías de hecho) deben haber habido victoriosos y vencidos. Los vencedores pudieron permanecer sin ser molestados en su planeta; los vencidos, sin embargo, debieron huir: Fueron forzados a enfilar rumbo, con toda rapidez, hacia otro planeta. Un vehículo espacial sólo puede almacenar energía y provisiones para un tiempo limitado. Por consiguiente, el vencedor dispone también de un plazo bien limitado —que él conoce exactamente— para aniquilar definitivamente y de raíz al adversario. La más mínima ventaja de tiempo resulta en provecho de los fugitivos, pues éstos sacarán partido de la dilatación del tiempo en su nave espacial. (Este fenómeno está científicamente probado: En una nave espacial que se desplaza a una velocidad ligeramente inferior a la velocidad de la luz, transcurre el tiempo más lentamente que en el planeta de partida). El vencedor no desea sobrevivientes: Sólo unos pocos de los vencidos que lleguen a un refugio seguro es suficiente para que allí se multipliquen y lleguen a formar un pueblo que más tarde tomará venganza de su derrota (si sólo unos pocos —y eso lo saben los vencedores— tienen conocimientos de biología molecular, estarán incluso en condiciones de modificar la vida primitiva de su nuevo planeta). Los perseguidos, a su vez, conocen bien la «mentalidad» de sus perseguidores; comparten sus conocimientos técnicos y su «espíritu». En carrera contra el tiempo, enfilan rumbo al planeta más próximo. ¿Encuentran los fugitivos a 28 000 años-luz del centro de la galaxia un pequeño planeta, el tercero en distancia del Sol, nuestra Tierra?
¿Fue nuestro celeste planeta el asilo de los derrotados en una batalla cósmica?
Si se continúa especulando en base a esta hipótesis, entonces se impondrían algunas premisas irrecusables. La patria de los perseguidos debería ser al menos análoga a nuestra Tierra; el planeta de origen tendría aproximadamente la misma distancia al Sol, más o menos el mismo tamaño y con ello una fuerza gravitacional parecida a la de la Tierra, por último, una atmósfera con oxígeno. ¿Es probable que desde planetas semejantes a la Tierra hayan partido vehículos tripulados en vuelos cósmicos? La probabilidad estadística es grande.
Según el profesor Hans Elsásser, hoy en día muchos hombres de ciencia consideran que la suposición de que somos los únicos seres inteligentes en el universo es una tremenda ilusión.
¿Quién conoce el número de estrellas?
Se cuentan cien millones de estrellas fijas en nuestra galaxia. Suponiendo que sólo una de cada diez estrellas fijas cuente con un sistema planetario a su alrededor, resulta que habrían diez mil millones de sistemas planetarios. Ahora supongamos en este cálculo aproximado que cada una de estas estrellas con sistema planetario tenga solamente un planeta a su alrededor (en realidad, habrían muchas con varios). Así serían diez mil millones de planetas. Ahora supongamos que entre éstos sólo uno de cada diez presente cualidades semejantes a la Tierra; llegaríamos a la cantidad realmente astronómica de mil millones de planetas «parientes» de la Tierra. Una vez más, podemos suponer que tal vez sólo uno entre diez sea de tamaño análogo al de la Tierra y ofrezca condiciones de temperatura que permitan el nacimiento y conservación de la vida. Quedaría todavía la fabulosa cifra de cien millones de planetas. Separemos todavía en la razón 1:10 aquellos planetas que podrían estar rodeados de una atmósfera de gases nobles y ¡nos quedan finalmente diez millones de planetas a los cuales podríamos «exigirles» condiciones para la vida orgánica en nuestra galaxia!
El profesor auxiliar Dr. Hans F. Hebel, Heidelberg, escribe en su ensayo «¿Posible Vida en otros Planetas?»: «Los astrónomos estiman que el número de planetas semejantes a la Tierra y habitables, en nuestra Vía Láctea solamente, es del orden de los cientos de millones».
Por consiguiente, mi teoría no tiene que inquietarse por falta de espacio para rampas de lanzamiento en planetas similares a la Tierra.
La opinión que hasta hace pocos años presidía nuestra concepción del mundo y según la cual sólo en la Tierra podía darse la vida inteligente ha desaparecido incluso del círculo de los catedráticos más rigurosos. Tempi passati.
Y aquí nos topamos con otra incógnita.
Y suponiendo que hayan tantos planetas con seres inteligentes, ¿no podría haberse desarrollado la vida en ellos en formas completamente distintas de la nuestra? ¿No resulta temerario suponer que los seres que libraron la batalla cósmica eran semejantes a los hombres?
Las últimas investigaciones en muchos campos relacionados con el tema confirman que las inteligencias extraterrestres tienen que haber sido semejantes a los hombres: Las estructuras atómicas y reacciones químicas son las mismas en todo el cosmos y, según el profesor Heinz Haber:
«Es completamente falso lo que se ha pensado repetidamente en el pasado, que el fenómeno de la vida aguarda pacientemente hasta que la naturaleza inanimada de un planeta haya creado las condiciones bajo las cuales aquélla puede darse. Parece, por el contrario, que la vida, con su notable actividad química, coopera en forma decisiva a crear su propio medio ambiente y a transformar un planeta de modo de hacerlo apto para albergarla en todos sus matices».
Lord Kelvin Of Largs (1824-1907) era profesor en Glasgow. Goza de gran renombre como físico. No solamente descubrió el segundo principio de la Termodinámica; además dio una definición científica estricta de la temperatura absoluta (hoy día medida en grados Kelvin). Este sabio estableció asimismo la fórmula standard de la duración de la oscilación en los circuitos eléctricos oscilantes. Descubrió igualmente el llamado «efecto termoeléctrico». Lord Kelvin fue, desde luego, un gran hombre en el campo de las ciencias exactas; todo estudiante lo conoce como uno de los más grandes en su disciplina. Sin embargo, nuestra época nada sabe de la convicción de Kelvin que la «vida» no apareció originalmente en la Tierra, nuestro diminuto planeta, sino en las profundidades del universo en forma de esporas. Kelvin estaba convencido que estos gérmenes vegetales unicelulares —gérmenes asexuados— son de tal modo insensibles a las más bajas temperaturas que llegaron a la Tierra en buenas condiciones junto con meteoritos o polvo meteórico. Estas esporas se habrían desarrollado en la Tierra bajo la acción de la luz, de modo que así se habrían formado los primeros organismos superiores. Soy partidario de tomar el serio al Kelvin entero, es decir, también al que ya en su tiempo discrepó de la opinión prevaleciente de que la vida sólo pudo nacer en nuestro planeta. También en estos campos, que son de la estricta incumbencia de las ciencias naturales, se encuentran siempre barreras que interpone el pensamiento religioso (confesional): puesto que la vida tiene sus límites, tiene que tenerlos en el cosmos. Mientras los científicos no hayan demostrado que la convicción de su tan reverenciado Lord es un error, debe ésta ocupar un lugar de honor entre las hipótesis sobre el origen de la vida en la Tierra. Esto lo ha merecido el ilustre sabio.
Jamás me arriesgaría a poner en discusión una tesis tan audaz y grandiosa, pero debo dejar bien establecido que las especulaciones por las que se me ataca están sustentadas por una buena dosis de lectura de la literatura científica. Tranquilizador para mí, intranquilizador para mis críticos.
Por ejemplo, y esto es importante para mi teoría de una batalla en el universo, encuentro escepticismo cuando sostengo que las representaciones encontradas en las cuevas recuerdan algunas veces objetos e instrumentos propios de nuestros viajes espaciales (trajes, antenas, sistemas de aprovisionamiento) y que podrían sugerir la presencia de visitantes del espacio.
Disparate, me dicen: Si estos objetos, corrientes en nuestros días, se hubiesen dado en tiempos pretéritos, entonces estos seres del espacio tendrían que haber evolucionado en forma muy diferente de la nuestra. Argumentos precisos, ciertamente, no escucho; pero no puede ser lo que no debe ser. En medio del mar de conjeturas, hay algunos raciocinios lógicos que fundamentan mi tesis de que los seres del espacio tendrían que haber sido iguales, o por lo menos muy parecidos al homo sapiens.
El Prof. Roland Puccetti, colaborador en publicaciones especializadas de tanto renombre como «The Philosophical Quarterly» y «Analysis», escribe en su libro «Inteligencias Extraterrestres desde el Punto de Vista Filosófico y Religioso», que ha abordado el referido estudio porque «después de todas las argumentaciones vulgares que han sido expuestas, ha llegado, a mi parecer, la hora de discutir los últimos resultados de la investigación científica sobre estos temas, sin reservas, desde el punto de vista del filósofo y del teólogo». Puccetti es de la opinión que los demás seres inteligentes del universo tienen que ser, en gran medida, semejantes al homo sapiens, y comparte esta opinión con un selecto grupo de científicos. Ya en 1964, el conocido biólogo, Dr. Robert Bieri, publicó en «American Scientist» un trabajo titulado «Humanoides y otros Planetas», en que expresa análoga convicción. Igualmente, el bioquímico, Dr. Joseph Kraut, de la Universidad de California, llegó, luego de quince años de investigación sobre las enzimas, a la misma conclusión. ¿Pero cómo demostrar que los seres del espacio han evolucionado en forma análoga al hombre? La demostración tendrá que ser un razonamiento basado en hechos comprobados.
El Prof. Puccetti parte de la base de que condiciones exteriores iguales conducen a la configuración de formas y órganos similares en seres genéticamente diferentes. Tal convergencia se da en todos los planetas semejantes a la Tierra en los cuales se dan las condiciones de vida para los organismos complejos. Por consiguiente, las diferencias en la evolución de los seres vivientes deberían ser insignificantes. Tanto aquí como allá, comenzó la vida con la transformación química de la superficie del planeta «con la formación de la materia orgánica a partir de la materia inanimada sobre la base de carburos en un medio acuoso». Está probado que, tanto herbívoros como carnívoros, se diferenciaron en su medio ambiente oceánico evolucionando hacia especies diferentes «antes de abordar tierra firme»: Se han encontrado fósiles en formaciones pétreas de más de sesenta millones de años, y hasta un esquisto de mil millones de años. El desarrollo de nuevas formas entre especies que primitivamente llevaron vida de anfibios no es accidental: Para su desplazamiento y para poder escapar en tierra firme, necesitaban miembros diferentes a los peces. La naturaleza desarrolló la única forma adecuada de desplazamiento: la marcha, ya que ésta es posible sobre cualquier subsuelo. Si bien los anfibios ya poseían un pequeño cerebro, los animales de tierra necesitaban un aparato pensante más desarrollado para poderse desenvolver en medio de los múltiples peligros a que se veían expuestos. La forma de transporte más adecuada para un cerebro voluminoso es la marcha, la cual resulta asimismo la más indicada desde el punto de vista de la irrigación sanguínea del mismo. «¿Cuántas patas debían tener los nuevos colonos?», pregunta Puccetti. Una sería demasiado poco pues el animal no podría ponerse de pie nuevamente en caso de perder el equilibrio. Un número impar no sería lo más práctico por razones de estabilidad, pero muchos pares no serían tampoco lo más indicado porque el movimiento resultaría demasiado lento. En realidad, los hallazgos de fósiles son una buena prueba de que la evolución fue continuamente disminuyendo el número de patas a lo largo de millones de años hasta reducirlo finalmente a dos pares. «Dos piernas parecen lo más indicado para el desarrollo de un cerebro grande. Al disponer el animal de cuatro patas, pudo transformar dos de ellas en brazos, lo que le facilitó la vida entre los árboles y le hizo posible el manejo de los primeros instrumentos». Es evidente que el tránsito de la vida anfibia a la terrestre forzó tal modificación de la «carrocería». Si así sucedió entre nosotros, lo mismo ha debido acontecer en todas partes. Ahora bien, dado que ya no existe ninguna duda de que la vida tuvo su origen en el mar, hasta este punto de nuestra argumentación, no deberían haber disidentes.
No obstante, pronto se hizo patente la necesidad de una nueva puesta al día del «chasis» con el comienzo de la vida activa de las fieras. El hocico pertenecía a la parte anterior del cuerpo, el ano, a la posterior. Ambas zonas se revelaron como particularmente apropiadas para la alimentación y la evacuación respectivamente. Los órganos sensoriales más importantes y los instrumentos prensiles se encuentran en todas las fieras en la parte anterior, en la región del hocico. No es de sorprender, por consiguiente, que también el cerebro, el principal centro nervioso, se encuentre situado en dicha zona: En esta forma, las órdenes del cerebro a los órganos prensiles se transmiten por las vías más cortas. Con el desarrollo en tierra firme, tiene lugar un proceso de refinamiento del tejido nervioso que, muy gradualmente, va haciendo posible la actividad intelectual. Es sabido que los delfines «poseen un cerebro de considerables dimensiones, si bien viven en el agua. La capacidad para formar conceptos parece, sin embargo, desarrollarse en conexión con la vida en sociedad, con el empleo del habla y la utilización de instrumentos en el sentido estricto de la palabra». Siendo que resulta extraordinariamente difícil el empleo de instrumentos —aún los más simples— bajo el agua, es «improbable que, bajo estas condiciones, pueda haberse desarrollado un cerebro capaz de pensamiento conceptual ya que este proceso supone un medio ambiente social y cierta forma de lenguaje objetivo». El Prof. Puccetti excluye también la posibilidad de seres inteligentes con aspecto de ave ya que un ser volador debe ser liviano y un cerebro voluminoso pesa demasiado y necesita abundante irrigación sanguínea. Menciona esta variante de vida solamente para pasar por el tamiz de la Ciencia algunas especulaciones de la fantasía.
Una ilustración más de lo compulsivo que resultan los dictados de la evolución se da en la semejanza que se observa en la disposición de los ojos en especies totalmente diferentes del mundo animal: Poseen un ojo perfectamente similar a una cámara fotográfica, con cristalino, retina, músculos oculares, córnea transparente, etc. Incluso son idénticos el número y posición de los ojos siempre en la cabeza, en las proximidades del cerebro. Otro tanto sucede con las dos orejas; siempre encuentran su lugar más adecuado en la parte superior del cuerpo. Los sentidos del gusto y olfato se desarrollaron, junto con el hocico y nariz, en las proximidades del sistema nervioso.
El Prof. Puccetti expone la argumentación recogida en estas líneas a fin de rebatir la opinión de algunos biólogos según los cuales la vida inteligente podría haberse desarrollado adoptando una variedad ilimitada de formas diferentes. Es imposible sostener al mismo tiempo la multiplicidad de vías posibles de evolución y la necesidad de existencia de vida inteligente. Puccetti establece, y ésta es la tesis que siempre he sostenido, que, bajo condiciones externas análogas a las de la Tierra, deben haberse formado seres vivos que, tan pronto abordaron tierra, evolucionaron compulsivamente siguiendo vías análogas a las recorridas en nuestro planeta «y tuvieron las mismas posibilidades de servirse de un lenguaje, emplear instrumentos y vivir en sociedad». Esta vía de evolución le ha sido trazada a la vida inteligente en todo el universo, y los casos similares al nuestro serían tan numerosos que sería perfectamente posible ponerse en contacto con estos seres y comunicarse con ellos. Puccetti dice: «Mi conclusión… es muy simple: Que los seres inteligentes extraterrestres deben ser muy semejantes al homo sapiens».
El anillo se va cerrando: Lord Kelvin opinaba que la vida llegó a la Tierra desde el espacio exterior; Puccetti, basándose en las leyes que presiden la evolución de la vida, concluye que las vías de este desarrollo son en todas partes las mismas. Joseph Kraut está convencido que en planetas similares a la Tierra, la naturaleza debió resolver sus problemas en forma análoga. Albert Einstein opinaba:
«Me pregunto si acaso la naturaleza no repite siempre el mismo juego».
Si se puede (o debe) aceptar que existe vida inteligente en millones de otros planetas no se puede descartar la posibilidad de que, si esta vida ha evolucionado durante mayor tiempo que la nuestra, estos seres estén más adelantados que nosotros en todo sentido. ¿No sería ya hora de ir contratando los funerales de Adán como cabeza de la creación?
Naturalmente, no puedo probar mi teoría, pero tampoco nadie tiene argumentos para convencerme de lo contrario; por consiguiente sigo adelante:
Las partes rivales en el cosmos disponían de los mismos conocimientos matemáticos, habían recogido las enseñanzas de una experiencia común y tenían en su haber los mismos conocimientos técnicos. Los vencidos debieron escapar en una nave espacial rumbo a un planeta similar al suyo, desembarcar allí y desarrollar una civilización. Los fugitivos tenían conciencia del peligro que corrían de ser ubicados desde el cosmos y que se los buscaría con el auxilio de todos los medios técnicos a disposición de los vencedores. Así comenzó un juego de escondite del cual dependía la supervivencia: Los astronautas se refugiaron bajo tierra, construyeron túneles a gran profundidad para servir de comunicación entre puntos muy alejados; instalaron bases hondamente enclavadas desde las cuales podían explotar algunos sectores de su nueva patria haciéndolos formar parte integrante del sistema de infraestructura.
Se ha objetado que los constructores de los túneles habrían tenido que traicionarse a causa de la enorme cantidad de material excavado a que habría dado lugar una empresa de esta naturaleza, pero hay que considerar que, disponiendo de una técnica superior como supongo, podrían perfectamente haber empleado un taladro térmico. Después de un año y medio de investigaciones, los científicos del centro de investigación atómica de Los Alamos han desarrollado un instrumento semejante. Este taladro es completamente diferente de los usuales. La broca es de acero al tungsteno y se la calienta mediante un elemento de calefacción de grafito. Este procedimiento no da lugar a material excavado: El taladro térmico funde el material comprimiéndolo contra las paredes en las cuales se enfría. El primer modelo experimental se introdujo a una profundidad de cuatro metros en la roca sin producir casi ningún ruido. En los Alamos está en proyecto la construcción de un taladro térmico en forma de vehículo blindado que roe la tierra como un topo. Este taladro está concebido para atravesar la corteza terrestre de aproximadamente 40 kilómetros de espesor a fin de extraer muestras de magma hirviente.
Las especulaciones no pagan derecho y por ello considero también concebible que nuestros recién llegados astronautas hayan podido emplear haces de electrones en sus construcciones; habrían podido «vaporizar» electrones mediante un cátodo recalentado y acelerarlos luego en un campo eléctrico entre cátodo y ánodo. Habrían enfocado el haz mediante un electrodo de enfoque: Todos los electrones «evaporados» quedarían así formando un haz. Esto no es una fantasía mía. La firma Westinghouse ha desarrollado un generador de haces de electrones en el curso de sus investigaciones sobre procedimientos de soldadura en el espacio. El haz de electrones se adapta a las mil maravillas para demoler la roca, no constituyendo su dureza inconveniente alguno; las tensiones producidas por el calor despedazan los más enormes bloques. ¿Disponían nuestros astronautas de taladro térmico y cañón de electrones? Todo es posible. Al toparse el taladro con capas demasiado duras, éstas podrían ser reventadas mediante rayos del cañón de electrones; nuestro taladro térmico blindado proseguirá su camino fundiendo las masas de rocalla. Al enfriarse luego la masa pastosa, se forma una capa vidriada dura como el diamante, quedando los túneles provistos de un excelente revestimiento impermeable. Los apuntalamientos ya no son necesarios en las nuevas cavidades.
Lo que me ha inducido a hacer estas conjeturas han sido los túneles del Ecuador. Juan Moricz dice que estas paredes vidriadas se ven sobre todo en las galerías largas y rectas (Fig. 19) y que los grandes recintos han sido abiertos con explosiones. En las entradas de los túneles (Figura 20) puede apreciarse cómo han sido reventadas capas enteras de rocas; igualmente se ve la puerta de marco rectangular abierta por este mismo procedimiento. Las capas en que está dispuesta la roca así como los elementos de construcción que pueden apreciarse no pueden ser obra de la naturaleza, de irrupciones de agua por ejemplo. Del cuidado en la planificación hablan los pozos de ventilación practicados con precisión a intervalos regulares (Fig. 21); tienen en promedio entre 1,80 metros y 3,10 metros de largo y 80 centímetros de ancho. Por estos conductos de aire puro salen del laberinto bandadas de pájaros semejantes a las cornejas (Fig. 22) y van regresando día tras día para morir finalmente en la mazmorra.
FIG. 19. Juan Moricz dice que sobre todo las largas galerías tienen las paredes vidriadas y que los recintos han sido abiertos por explosiones.
FIG. 20. Una entrada principal a 110 metros bajo la superficie. Puede verse cómo han sido voladas las capas de rocas, como asimismo la puerta a escuadra abierta en la roca. Igualmente, los elementos de construcción que se ven a la derecha no pueden ser obra de la naturaleza. Originalmente estaba a un nivel más elevado; en algún momento debió producirse una irrupción de agua que arrastró rocalla.
FIG. 21. Cada 1100 metros se encuentran estos pozos de ventilación artificiales. Miden entre 1,80 y 3,10 metros de largo por 80 centímetros de ancho.
FIG. 22. ¡El número de estos pájaros semejantes a las cornejas que viven en los túneles es legión! Entran y salen día y noche por lo pozos de ventilación para morir finalmente en el laberinto.
Aquí, en las insondables profundidades, después de muchos años, cuando ya parecía alejado todo el peligro de ser descubiertos, decidieron los dioses crear hombres «según su imagen».
El Popol Vuh, la sagrada escritura de los indios quiche, pertenecientes a la gran familia de América Central habla de esta «creación» primitiva en los siguientes términos:
Pero el nombre del lugar al que se dirigieron Bálam. Quitze, Bálam-Acáb e Iqui-Balam era: la Gruta de Tula, siete grutas, siete desfiladeros. También Tamud e Ilocab partieron hacia allá. Éste era el nombre de la ciudad en que recibieron a sus dioses… Uno tras otro fueron dejando atrás a los dioses y Hacavitz fue el primero… También Mahucutah dejó atrás a su dios. Pero Hacavitz no desapareció en el bosque sino en un monte árido desapareció Hacavitz…
Y ahora leemos en el Popol Vuh aquel pasaje ya citado más atrás, pero que, por su contenido, es oportuno recordar en el presente contexto:
Se dice que aquéllos fueron creados y moldeados. No tenían madre ni padre, y, sin embargo, se los llamaba hombres. No nacieron de hembra. No fueron hechos ni por creador ni por artífice, ni por Alom ni Caholom. Fueron formados milagrosamente, por un portento…
En una tabla escrita con caracteres cuneiformes que fue hallada en Nippur, ciudad de la antigua Babilonia que fue la sede del dios súmero Enlil alrededor del año 3000 a. C., se lee lo siguiente acerca de la creación del hombre:
En aquellos días, en el taller de los dioses, en su morada Duku, fueron formados Lahar y Aschman…
Alguien podría objetar aquí que este paralelo entre los textos del Popol Vuh y la escritura cuneiforme de Nippur es totalmente tirado de los cabellos puesto que ¡entre la América Central de los mayas y la patria de los someros median en todo caso algo así como 13 000 kilómetros por vía aérea! No se trata de una desesperada búsqueda de analogías entre culturas extrañas entre sí en su contenido y en la ubicación geográfica. Sin ir más lejos, el Antiguo Testamento y el Popol-Vuh también presentan muchas coincidencias, algunas evidentes y otras más disimuladas, y para el lector escéptico vayan algunos ejemplos:
Moisés 1/11/1: Pero todo el mundo hablaba la misma lengua, empleaban las mismas palabras…
Popol-Vuh: Ahí veían salir el Sol. Tenían la misma lengua. No adoraban madera ni piedra…
Moisés 11/14/21: Y Moisés extendió su mano sobre el mar, lo retiró el Señor, soplando toda la noche un viento seco y abrasador y lo convirtió en seco: y el agua quedó dividida. Y entraron los hijos de Israel por medio del mar seco: porque el agua estaba como un muro a derecha e izquierda de ellos.
Popol-Vuh: Apenas se dieron cuenta en qué forma habían cruzado al mar. Lo atravesaron como si no hubiese estado allí; caminaron sobre piedras. De la arena surgieron piedras redondas, y caminaron sobre las hileras de piedras. Arena Movediza llamóse el lugar; los que atravesaron el mar dividido le dieron el nombre. Así llegaron a la otra orilla.
Moisés 1/9/12: Éste es el signo de la alianza que concierto entre Mí y vosotros y todos los seres vivientes con vosotros…
Popol-Vuh: Esto os ayudará cuando acudáis a mí.
Éste es el signo de la Alianza. Pero, con mucha pena, ahora debo irme…
Daniel 3/21: Y en el punto fueron atados aquellos varones y echados en el homo de fuego… (25)… y él replicó: pero veo cuatro hombres sin ligaduras e ilesos paseándose en medio del fuego y el cuarto tiene el aspecto de un ser celestial.
Popol-Vuh: En seguida entraron al fuego, a una casa de fuego. Adentro era todo llamas, pero no se quemaban. Con piel tersa y rostro hermoso lucían al amanecer. Se les deseaba la muerte en los lugares porque habían pasado. Pero esto no sucedió. La confusión hizo presa de los de Xibalba.
Cabría preguntarse qué tiene que ver todo este rodeo con una escritura cuneiforme súmera, el Antiguo Testamento y el Popol Vuh con mis túneles. Estoy presentando los argumentos en que se apoya mi convicción de que el homo sapiens procede de una fuente única, a saber, la de los autores de la creación misma. Sólo mucho después, cuando pueblos y razas se habían esparcido por el globo, se añadieron nuevas experiencias en distintos lugares a la tradición primitiva original. En todas las tradiciones, sin embargo, se conservó el núcleo del acto creador: ¡los dioses crearon al primer hombre a su imagen! La creación del hombre por seres extraterrenos no atenta ni contra la teoría de la formación de la vida ni contra la teoría de la evolución.
Y ahora dos preguntas. La primera: ¿qué acontecimiento desencadenó el proceso de formación del hombre? La otra ¿por qué, entre todos los homínidos sólo el homo sapiens llegó a ser inteligente?
Hay muchas respuestas; convincente ninguna. Al fin de cuentas, hace alrededor de un millón de años, todos los homínidos tenían un cerebro de alrededor de 400 cms. Cuando cientos de miles de años más tarde, el clima hizo bajar a los monos de los árboles, lo hizo, ciertamente, con todos y no solamente con aquella especie predestinada a transformarse en homo sapiens. Si la capacidad para fabricar instrumentos hubiese sido condición para el desarrollo y la supervivencia, entonces ya no deberían quedar monos en el mundo. «¿Acaso es necesario transformarse en hombre para sobrevivir?», pregunta Oskar Kiss Maerth en su libro «El comienzo fue el fin». Tratando del problema de la formación del hombre, plantea Maerth algunas preguntas muy sugestivas:
¿Si hubo una raza de monos que, a causa del temor a las fieras y a fin de alimentarse con más facilidad se vio inducida a pararse sobre las patas traseras, por qué no lo hicieron lo mismo los demás primates por idénticas razones?
Todos los homínidos fueron y son fundamentalmente vegetarianos… También lo fueron los antepasados del hombre y sólo se hicieron carnívoros durante el proceso de formación del ser humano… Se dice que el alimentarse de carne habría sido signo de inteligencia y hasta un progreso porque resultaba más fácil y era mejor. Lobos y gatos monteses agradecen el cumplido: habían venido haciéndolo desde varios millones de años antes.
¿Por qué, de la noche a la mañana, a nuestro antepasado le resultó más «fácil» alimentarse de carne? ¿Desde cuándo es más fácil matar una gacela o un bisonte que coger el fruto de un árbol?
Durante el último millón de años hubieron alternativamente muchos períodos de sequía y de lluvia… y todos los monos pudieron retirarse a los bosques para hacer su vida habitual. ¿Por qué lo hicieron todos los primates grandes excepto aquéllos que más tarde habrían de transformarse en hombres?
Sin la más mínima base ha pretendido explicar hasta ahora la teoría de la evolución, el salto maravilloso por el cual el homo sapiens se separó de su familia de homínidos. Se habla con toda simpleza del cerebro que de repente se vuelve capaz de creación técnica, de observaciones meteorológicas y de comunicación social. Y el portento tiene lugar de la noche a la mañana. ¿Milagro? No, los milagros no existen.
La pretensión que la inteligencia humana haya tenido sus orígenes hace ya un millón de años atrás y haya llegado a su condición actual a través de un lentísimo proceso de desarrollo en un medio ambiente comunitario tampoco pasa. Todos los mamíferos viven en grupos; rebaños y manadas cazan y se defienden en común. ¿Se han hecho acaso por esto más inteligentes? Hay incluso seres parecidos al hombre que fabrican ciertos instrumentos primitivos y no por ello podemos considerarlos homo sapiens. El doctor Leaky del Centro Nacional de Investigación de Prehistoria y Paleontología de Nairobi habla de hallazgos hechos en Fort Terman que han demostrado que el Kenyapithecus Wickeri fabricaba instrumentos con filo y que el homo habilis utilizaba ciertos utensilios rudimentarios hace ya unos dos millones de años atrás. Según Leaky, Jean Goddall ha efectuado observaciones de la vida de los chimpancés en su medio ambiente natural, habiendo comprobado que nuestros parientes confeccionan con regularidad una buena cantidad de pequeños instrumentos y los utilizan. ¿Ya que estas criaturas llenan algunas de las condiciones que caracterizan al homo sapiens habría alguien dispuesto a admitirlas en el círculo de los seres inteligentes?
Animales parecidos al hombre que fabricaron instrumentos y los utilizaron los hubo en todo tiempo, pero seres parecidos al hombre que adoren dioses y les teman, pinten frescos en las cuevas, canten melodías, sientan vergüenza, cultiven la amistad y entierren a sus congéneres, esta clase de seres no se han dado hasta la fecha. Dudo mucho que puedan darse sin mediar una mutación artificial efectuada por seres extraterrestres. Es por ello que pienso en la posibilidad que hayan sido los derrotados en una batalla cósmica quienes, sirviéndose de su conocimiento del código genético, hayan desencadenado el proceso de formación del hombre mediante una mutación artificial.
El 5 de junio de 1972, la Associated Press de Washington publicó un despacho acerca de un informe de 129 páginas de la Comisión de Astronomía de la Academia Americana de Ciencias. Según opinión de los científicos, durante los últimos siete años se han recogido numerosos indicios que hacen aparecer como mucho más probable de lo que era dable pensar años atrás la existencia de otros seres inteligentes en el universo. La Academia recomienda al Gobierno apoyar con subsidios más elevados los esfuerzos encaminados a detectar aquellos lejanos mundos. Sin duda, los actuales telescopios resultan capaces de recibir señales radiales de civilizaciones extraterrestres, pero sería necesario desarrollar nuevos instrumentos capaces de recoger ondas provenientes de astros fuera de nuestro sistema solar. El informe del comité dice textualmente: «En estos momentos, probablemente nos llegan ondas transmitiendo conversaciones de habitantes de remotos planetas. Es posible que pudiésemos registrar estas conversaciones siempre que tengamos un radiotelescopio debidamente orientado y sintonizado a la frecuencia precisa».
Según mi parecer, una teoría merece ser discutida seriamente en tanto tengamos indicios en pro de ella. No se trata aquí de pruebas. ¿Qué teoría científica pudo jamás esbozarse apoyándose en pruebas?
No se trata tampoco de una «religión sustitutiva» como la llaman despectivamente algunos críticos. Si mi teoría tiene sabor a religión sustitutiva, entonces lógicamente, las más consagradas verdades científicas que en su época no fueron más que simples teorías, habrían tenido que ser igualmente religiones sustitutivas: el hombre corriente no está en situación de llevar a cabo las series de experimentos necesarios para probar una teoría. ¿No se verá obligado a creer en teorías científicas aun a riesgo que más adelante las investigaciones demuestren que estaba en un error? Con mis teorías no pretendo otra cosa que hacer sugerencias. Nada más, pero tampoco nada menos. Y así me permito presentar mis ideas sobre el posible origen del gigantesco sistema de túneles recién descubierto en Perú y Ecuador y sobre el posible origen del homo sapiens.
La ciencia dirá la última palabra.