Se trata —en mi opinión— de la historia más increíble, la más inverosímil del siglo.
Me parecería una historia de ciencia-ficción si no lo hubiese visto y fotografiado yo mismo.
Lo que he visto no es ni sueño ni fantasía, es realidad. Bajo el continente sudamericano existe un gigantesco sistema de túneles, hondamente enclavado, de varios miles de kilómetros de extensión. ¿Quién lo construyó y cuándo? He ahí la incógnita. En Perú y Ecuador se consiguió recorrer cientos de kilómetros de estos túneles, pero esto no es más que el comienzo: el mundo lo ignora todo sobre ellos.
Con fecha 21 de julio de 1969, el argentino Juan Moricz depositó en la notaría del doctor Gustavo Falconi, de Guayaquil, una escritura legalizada, firmada por varios testigos (Fig. 1), que le reconocía ante el Estado de Ecuador y ante la posteridad como descubridor de este sistema de túneles. A continuación un extracto de las partes más relevantes de dicho documento:
Juan Moricz, ciudadano argentino por residencia, nacido en Hungría, pasaporte N.º 4 361 689…
En la región oriental, provincia de Morona-Santiago, dentro de los límites de la República del Ecuador, he desacierto valiosos objetos de gran valor cultural e histórico para la humanidad. Los objetos consisten especialmente en láminas metálicas; contienen probablemente el resumen de la historia de una civilización extinguida, de la cual no teníamos hasta la fecha el menor indicio. Los objetos se encuentran diseminados en distintas cuevas y son de la más variada naturaleza.
He podido realizar el descubrimiento en circunstancias afortunadas…
En mi condición de científico investigué aspectos folklóricos, étnicos y lingüísticos de las tribus ecuatorianas…
Los objetos por mí encontrados presentan las siguientes características:
El hecho del descubrimiento me ha constituido en propietario legal de las láminas grabadas y de los demás objetos, en conformidad al artículo 665 del Código Civil.
No obstante, siendo mi convicción que se trata de objetos de un valor cultural inimaginable que no fueron hallados en terrenos de mi propiedad, me permito hacer referencia al artículo 666, de acuerdo al cuál el patrimonio por mí descubierto, si bien seguiría de mi pertenencia, quedaría, sin embargo, sujeto al control del Estado.
Le ruego, Excmo. Sr. Presidente de la República, se digne designar una comisión científica que se encargue de verificar mi enunciado y disponer el control de los valores descubiertos…
Le señalaría a esta comisión la ubicación geográfica exacta y el sitio de la entrada, como asimismo los objetos que hasta la fecha he encontrado allí.
En junio de 1965, investigando con el concurso de indios peruanos, Moricz había dado con senderos subterráneos. Cauteloso por temperamento y escéptico como científico, guardó silencio durante tres años. Sólo después de haber recorrido muchos kilómetros de galerías y de haber encontrado valiosos objetos, solicitó, en la primavera de 1968, una audiencia al presidente Velasco Ibarra. Pero el presidente de un país en el cual casi todos sus antecesores habían sido derrocados antes de terminar su período, no tenía tiempo para recibir a este solitario con su fausta nueva. Los aduladores de palacio encontraron muy gentil al ansioso arqueólogo y, después de larga espera, le aseguraron que el presidente podría recibirlo dentro de algunos meses.
Moricz no consiguió audiencia hasta 1969. Amargado, se enclaustró en su laberinto subterráneo.
FIG. 1. En virtud de este documento notarial del 21 de julio de 1969, pasaron a propiedad de Juan Moricz los túneles recientemente descubiertos en el Ecuador. Moricz los colocó bajo control del Estado, allanando el camino para cualquier investigación.
F1G. 2. Erich von Däniken con el descubridor de los túneles, Juan Moricz, a la entrada del misterioso mundo subterráneo.
Conocí a Juan Moricz el 4 de marzo de 1972.
Durante dos días, su abogado, el doctor Mateo Peña, de Guayaquil, había tratado de localizarlo mediante telegramas y llamadas telefónicas. Me había instalado en su bufete, con suficiente lectura para entretenerme. Estaba algo nervioso, debo confesarlo, pues según todas las referencias, Moricz era un hombre difícilmente abordable. Al fin, un telegrama dio con él. Llamó por teléfono. ¡Y conocía mis libros! «¡Hablaré con usted!».
La noche del 3 de marzo estaba ante mí: tez bronceada, fuerte contextura, pelo gris, a mitad de los cuarenta (Figura 2). Silencioso. Es el tipo de hombre a quien es preciso dirigirle la palabra. Mis preguntas, impetuosamente apremiantes, le divertían. Poco a poco comenzó a hablar en forma objetiva y muy concreta de sus cuevas.
—¡Pero eso no existe! —exclamé.
—Ya lo creo que sí —replicó el abogado Peña—. Es exactamente así, yo mismo lo he visto.
Moricz me invitó a visitar las cuevas.
Frank Seiner (mi compañero de viaje), Moricz y yo subimos a un Jeep Toyota; durante las veinticuatro horas de viaje nos turnamos en el volante.
Antes de internarnos en una entrada lateral, nos tomamos tiempo para un profundo sueño. Al amanecer, el cielo anunciaba un día ardiente. Aquí comienza nuestra aventura.
En la provincia de Morona Santiago, en el triángulo Gualaquiza-S. Antonio-Yaupi (Fig. 3), región habitada por indios hostiles, se encuentra la entrada, ancha como el portón de un granero, practicada en la roca. Súbitamente, de un paso al otro, la claridad se transforma en la más completa penumbra. Hay pájaros revoloteando sobre nuestras cabezas. Se siente el soplo del viento y experimento un sobresalto. Fulguran los reflectores de cascos y linternas. Ante nosotros se abre una sima. Valiéndonos de un cable, nos deslizamos hacia abajo hasta una profundidad de 80 metros, donde se halla la primera plataforma. Ha comenzado la marcha hacia el submundo de una raza extraña y desconocida, de miles de años de antigüedad.
FIG. 3. En la provincia Morona-Santiago, en el triángulo de las ciudades Gualaquiza-S. Antonio-Yaupi se encuentra la entrada secreta a los túneles prohibidos, debidamente custodiados por indios hostiles.
Algunas galerías son estrechas; otras, anchas; las superficies a escuadra; paredes lisas, a menudo como pulidas; los techos planos y como vidriados. No se trata por supuesto de vías naturales: ¡se parecen a los refugios antiaéreos de nuestros días!
Examinando techos y paredes, estallo en una espontánea carcajada cuyo eco resuena en el laberinto. Moricz me enfoca con su linterna:
—¿Qué pasa? ¿Te sucede algo?
—¡Me gustaría ahora ver al arqueólogo que me explique aquí mismo que este trabajo ha sido hecho con piedras de moler!
FIG. 4. En el interior del sistema de túneles. Están llenos de extraños pájaros que revolotean por su interior. La capa de excrementos llega en algunos lugares a 90 centímetros de espesor. Los cielos son lisos, las paredes a escuadra y a menudo como vidriadas.
Mi duda acerca de la realidad de estas obras se ha desvanecido, me siento henchido de felicidad.
Túneles como éstos, dice Moricz, los hay a lo largo de muchos kilómetros bajo el suelo de Ecuador y Perú. «¡Ahora doblemos a la derecha!», exclama Moricz. Llegamos a la entrada de un local amplio como el hangar de un Jumbo-Jet. Podría tratarse de un recinto de distribución, un depósito de materiales, pienso yo. Aquí terminan o comienzan galerías en distintas direcciones. Saco la brújula. No funciona. La sacudo. La aguja no se agita. Moricz me mira:
«Es inútil. Aquí abajo hay radiaciones que hacen imposible la orientación con brújula. No entiendo nada de radiaciones, observo sus efectos solamente. Aquí tendrían que investigar los físicos».
En el umbral de un pasadizo lateral hay un esqueleto tan limpio como si lo hubiese preparado un anatomista para mostrárselo a sus discípulos, pero como rociado con oro en polvo mediante un pulverizador. A la luz de los reflectores, relucen los huesos como si fuesen de oro puro. A una indicación de Moricz, apagamos las luces y le seguimos lentamente. Reina el silencio. Sólo se oyen nuestros pasos, nuestra respiración y el revoloteo de los pájaros, al cual nos habituamos pronto. La oscuridad es más negra que la noche.
«¡Encended las luces!», exclama de pronto Moricz. Quedamos pasmados y fascinados en medio de una sala gigantesca. Moricz ha preparado su golpe tan bien como los bruselenses lo hacen para mostrar a los extranjeros su iluminada Grand Place, quizá la más hermosa del mundo.
Esta indescriptible sala, a la cual conduce la séptima galería, es de una magnitud tal que corta el aliento, de pasmosa hermosura y refinadas proporciones. Nos dicen que la planta es de 110 X 130 metros Son casi las dimensiones de la Pirámide del Sol en Teotihuacán, pienso. Tanto allí como aquí, nadie sabe quiénes son sus arquitectos, sus eximios técnicos.
En el centro de la sala hay una mesa.
¿Es una mesa? Parece, puesto que junto a ella se ven siete sillas.
¿Son sillas? Tienen el aspecto de sillas.
¿De piedra? No, no tienen el frío aspecto de la piedra.
¿De madera? No, con seguridad. La madera no habría conservado semejante estabilidad a través de miles de años.
¿Son de metal? No lo creo, al tacto parecen como de material plástico de temperatura autorregulada, pero son pesadas y duras como el acero.
Detrás de las sillas se ven animales; saurios, elefantes, leones, cocodrilos, jaguares, camellos, osos, monos, bisontes, lobos, y se arrastran lagartos, caracoles, cangrejos. Como vertidos en moldes, se alinean con naturalidad y amigablemente uno al lado del otro. No por parejas, como en el Arca de Noé. No como le gustaría al zoólogo, según género y clase. No como quisiera el biólogo, según el orden de la evolución natural.
Un jardín zoológico extravagante, y sus animales todos de metal.
El tesoro de los tesoros se encuentra también en esta sala: la biblioteca metálica de la cual se habla en el documento notarial y la cual no me había sido posible imaginar.
Frente al jardín zoológico, a la izquierda, detrás de la mesa de conferencias, se encuentra la biblioteca de láminas metálicas. En parte son planchas y en parte, láminas de milímetros de espesor. La mayoría, de 96 X 48 centímetros Después de larga observación, no me fue posible imaginar qué material podría tener la consistencia necesaria para mantener firmes hojas tan delgadas y grandes. Están dispuestas unas al lado de otras como formando libros gigantescos. Sobre cada lámina hay grabada una escritura, todas están selladas, la impresión es regular, como hecha por una máquina. Moricz no ha logrado hasta ahora contar las hojas de su biblioteca metálica. Acepto su estimación de que debe tratarse de algunos miles. La escritura de las planchas metálicas es desconocida, pero estoy convencido de que, de hacerse las comparaciones posibles, podría ser descifrada con relativa rapidez. Sólo falta que los científicos se den desde ahora por enterados de este descubrimiento extraordinario. Quienquiera haya sido el creador y organizador de esta biblioteca, aquel gran desconocido y sus colaboradores dominaban no sólo la técnica de fabricación de folios metálicos a la medida en tales cantidades —la obra está allí—, conocían además una escritura para comunicar cosas importantes a seres de un futuro lejano. Esta biblioteca fue creada para sobrevivir a las épocas, para poder ser leída por una eternidad…
FIG. 5. Caras anterior y posterior de un amuleto que debe datar entre 9000 a 4000 a. C. Puede verse un ser de pie sobre el globo terráqueo. ¿Cómo sabían los hombres de la Edad de Piedra que la Tierra es redonda?
FIG. 6. ¡Si el artista prehistórico quiso grabar aquí un dinosaurio, tendría que haber estado dotado de poderes ocultos! Estos animales vivieron hace unos 235 millones de años.
Queda por verse si nuestra época está seriamente interesada en la revelación de misterios tan grandiosos.
¿Está acaso interesada en el descifre de una obra antiquísima que puede revelar verdades capaces de trastocar el orden actual del mundo?
¿Temen tal vez las jerarquías de todas las religiones que los descubrimientos prehistóricos puedan reemplazar la jerarquía por el conocimiento de la creación? ¿Desea el hombre en el fondo aceptar que la historia de su origen es tan distinta a la que le enseñaron a la manera de un cuento piadoso?
¿Van los historiadores realmente y sin anteojeras, con honrado celo en busca de la verdad?
A nadie le gusta caer de un rascacielos que él mismo ha construido.
No se ven grabados en las paredes. Aquí no hay pinturas como en las cámaras mortuorias del Valle de los Reyes en Luxor, ni relieves como se encuentran en las cuevas prehistóricas en todas partes del mundo. En cambio hay esculturas de piedra; se tropieza a cada paso con ellas. Moricz posee un amuleto de piedra de 12 centímetros de altura por 6 centímetros de ancho. En la cara anterior (Fig. 5) hay grabada una figura de cuerpo hexagonal y cabeza redonda como una bola, como dibujada por la mano de un niño; la figura sostiene en la mano derecha la Luna, en la izquierda el Sol. Bien, esto no es extraordinario… Y sin embargo: ¡Está de pie sobre un globo! ¿Es esto una prueba terminante de que ya en los tiempos en que se grababan los primeros dibujos sobre la piedra había por lo menos una élite de nuestros antepasados que sabían de la redondez de la tierra? La cara posterior (Fig. 5) representa una media Luna y el Sol resplandeciente.
FIG. 7. Un esqueleto esculpido en piedra con precisa anatomía.
Me parece fuera de toda duda que este amuleto de piedra es una prueba de que nuestros antepasados poseían en la Edad Media de Piedra (9000 - 4000 a. C.) asombrosos conocimientos sobre nuestro planeta.
Sobre una plancha de piedra (Fig. 6) de 29 centímetros de alto por 53 centímetros de ancho, está grabada la figura de un animal. Sospecho que se trata de un dinosaurio. Estos animales primitivos desaparecidos se desplazaban en tierra con ayuda de sus patas traseras más largas, como muestra el grabado. Hasta su envergadura gigantesca —los dinosaurios tenían hasta 20 metros de largo— se deja entrever en su cuerpo rechoncho y corpulento representado en forma abreviada. También las patas con tres dedos corroboran mi sospecha. Si mi hipótesis es correcta, entonces ciertamente se trata de algo bastante inquietante. Estos desaparecidos reptiles vivían en la era mesozoica durante el período cretáceo, es decir, hace unos 135 000 000 de años, al comienzo de la formación de los actuales continentes. No me atrevo a seguir especulando. Sólo lanzo la pregunta al aire: ¿Qué ser pensante ha visto jamás un dinosaurio?
Ante nosotros el esqueleto de un hombre esculpido en piedra (Fig. 7). Cuento diez pares de costillas. Anatomía precisa. ¿Habían anatomistas que disecaban el cuerpo para el escultor? Según sabemos, Wilhelm Conrad descubrió «una nueva clase de rayos» que llamó Rayos X ¡recién el año 1895!
En un despacho, perdón, en un cuarto cuadrado de piedra, me muestra Moricz una cúpula (Fig. 8). Dispuestas a lo largo del ecuador de la cúpula, se ven figuras que parecen guardias de rostro oscuro portando sombreros puntiagudos; en las manos sostienen objetos que parecen lanzas, listos para entrar en acción. Sobre la bóveda hay figuras grabadas que dan la impresión de volar. Con la linterna reconozco, detrás de la entrada «románica» de la cúpula, un esqueleto acuclillado. Esto no me sorprende. ¡Lo que me asombra es el modelo de cúpula! La primera cúpula fue descubierta por Heinrich Schliemann durante sus excavaciones que sacaron a luz la ciudad y burgo de Micenas (1874-1876) en la región nororiental del Peloponeso. Esta cúpula debió haber sido construida a fines del siglo XIV a. C. En la escuela, hasta aprendí que el Panteón de Roma, construido entre el año 120 y 125 d. C. bajo Adriano, era la primera cúpula. Desde ahora considero esta construcción de piedra como el más antiguo modelo de cúpula…
FIG. 8. Parece ser el más antiguo modelo de cúpula. Lo que se dice en los libros, lo que se nos enseñó en la escuela no es efectivo.
Sobre un pedestal de piedra hay acurrucado un payaso con nariz en forma de bulbo (Fig. 9). Orgulloso porta el pequeño un casco que cubre las orejas; a los lóbulos de éstas van prendidos auriculares semejantes a los de nuestros teléfonos. En la parte frontal del casco hay pegada una cápsula de 5 centímetros de diámetro y 1 centímetro de espesor provista de 15 agujeros que parecen como hechos para servir de enchufe. Del cuello cuelga una cadena de eslabones de la cual pende a su vez una cápsula provista de agujeros, esta vez semejantes a los del dial de nuestros teléfonos. Digno de observarse es el traje que viste el gnomo, las semejanzas que guarda con el de nuestros actuales cosmonautas así como lo que parecen ser guantes protectores de contactos peligrosos.
Hay una madre con alas; entre sus brazos se ve arrodillado un niño de ojos oblicuos que lleva un casco semejante al de un conductor de Vespa. No me hubiese llamado mayormente la atención si no hubiera visto la misma figura (Fig. 10) en el Museo Americano de Madrid, esta vez hecha de arcilla.
Podrían escribirse volúmenes acerca de estas cuevas y sus tesoros, ¡y serán escritos! Allí se hablará también, entre muchas otras cosas, de las esculturas en piedra de dos metros de altura que muestran seres de tres y siete cabezas, de las planchas triangulares con escrituras parecidas a las de los niños en sus primeros intentos —de dados con figuras geométricas en sus caras— del trozo de esteatita de 114 centímetros de largo por 24 centímetros de ancho doblado en forma de bumerang grabado con una multitud de estrellas.
Nadie sabe quién ha construido estos túneles, nadie conoce a los escultores que en forma tan singular depositaron obras tan pletóricas de significado. Sólo esto me parece claro: Los constructores de las galerías no eran al mismo tiempo picapedreros, las vías prácticas y simples «hablan» contra los añadidos decorativos. Posiblemente mostraban las bóvedas subterráneas a los privilegiados, tal vez éstos plasmaron en la piedra lo que habían visto y lo que habían oído, conservándolo en las entrañas de la Tierra…
FIG. 9. ¿Payaso, divinidad o astronauta? La figura ostenta accesorios tan típicamente técnicos que habrían convenido perfectamente a un astronauta. Micrófono, contactos enchufables en el casco. ¿Qué significa esto?
La entrada al tesoro subterráneo de la Historia es conocida aun solamente por unas pocas personas dignas de confianza y visitada por una tribu de indios salvajes. Invisibles, acechan los indios en la espesura. Apagan literalmente la llama de la vida de los extranjeros que se aventuran mediante flechas envenenadas que soplan a través de sus cañas. Moricz ha sido recibido como amigo por el cacique de la tribu y tres de sus subordinados que tienen contactos ocasionales con la civilización, es decir, como amigo de toda la tribu.
Una vez al año, el 21 de marzo, al comienzo de la primavera, baja el cacique solo a los infiernos, hasta la primera plataforma, a fin de recitar oraciones rituales. Sobre ambas mejillas lleva el cacique marcados los mismos signos que se ven sobre las rocas a la entrada del túnel (Fig. 11). Aún hoy día, los guardianes de las cuevas confeccionan máscaras y entalladuras «de los hombres de nariz larga» (¿máscaras de gases?), y relatan hazañas de los «seres voladores» que vinieron un día del cielo. Pero, ni con palabras ni con regalos se los puede inducir a servir de acompañantes a las profundidades.
«No», respondieron a Moricz, «¡allí abajo hay espíritus!». Es curioso que, de tiempo en tiempo, los caciques paguen en oro deudas que han contraído en el mundo civilizado u obsequien valiosas obras de este metal a amigos que han prestado servicios a su tribu.
FIG. 10. En el Museo Americano de Madrid puede verse en arcilla la misma madre con alas que en las cuevas del Ecuador.
Muchas veces, a lo largo de nuestro viaje, Moricz se había opuesto a que tomase fotografías. Siempre tenía algún nuevo pretexto. Unas veces eran las radiaciones que de todos modos inutilizarían los negativos, otras veces era la luz de magnesio que con su intenso resplandor podría dañar la biblioteca metálica. Al comienzo no podía comprender la razón. Sólo después de haber pasado algunas horas en las profundidades, comencé a vislumbrar el motivo de la singular actitud de Moricz. Resulta que uno no puede librarse de la impresión de que se le espía constantemente, de que se está rompiendo un hechizo, desencadenando un descalabro. ¿Se cerrarán las vías de salida? ¿La luz de magnesio encenderá un rayo láser sincronizada? ¿No veremos nunca más la luz del día? ¿Pueriles imaginaciones en hombres que quieren ir al fondo de las cosas? Posiblemente. Pero quien conozca las refinadas trampas de todo tipo con las que fueron aseguradas las tumbas y las pirámides de los faraones contra los intrusos, comprenderá mejor mis malos presentimientos. Sólo con los instrumentos de la técnica moderna podrá ponerse en claro si hay aquí peligros que deban ser soslayados y superados.
Al llegar a las pilas de metal, expresé nuevamente mi deseo de tomar una fotografía, sólo una. Nueva negativa: Habría que levantar los bloques de metal de la pila, esto podría hacer ruido, lo cual podría provocar la caída de una avalancha de piedras del techo.
Moricz observó mi enojo y rió: «Tendrás ante la cámara metal suficiente y de la misma clase, sólo que no en cantidades tan grandes. ¿Satisfecho?». La colección más importante de objetos de oro extraídos de las oscuras cuevas no se encuentra expuesta, como pudiera creerse, en los museos sudamericanos. Está guardada en el patio interior de la iglesia María Auxiliadora de Cuenca, en Ecuador, un santuario a 2500 metros sobre el nivel del mar.
El padre Carlo Crespi (Fig. 4C) ha ido atesorando preciosos objetos de un valor inapreciable. El padre vive en Cuenca desde hace 45 años y goza de la fama de ser un fiel amigo de los indios. Éstos, durante decenios, le han venido trayendo pieza tras pieza de la más valiosa colección de obras de arte de oro y plata.
FIG. 11. Las mismas marcas que se ven en las rocas a la entrada del túnel las lleva en sus mejillas el cacique de la tribu encargada de su vigilancia: símbolo inmemorial de los indios.
Afortunadamente el padre dispone de dos indios que nos secundan. Es difícil respirar en las proximidades del religioso. Seguramente por castidad, no permitió nunca el contacto de su cuerpo pecador con el agua. Su aliento es asimismo un seguro disuasivo para el que pretenda acercársele demasiado.
Los indios arrastran planchas, barras y bloques de oro desde el patio interior de la iglesia colocándolos delante de mi cámara. Por fin puedo fotografiar una muestra de las pilas de oro tal como se ven en los túneles.
Cuando hablamos aquí a menudo de oro, entendamos claro que se trata literalmente de oro. Al menos el propio padre Crespi describe como tales sus tesoros; aunque debe dudarse de ello, ya que en su actual senilidad el padre Crespi apenas es capaz ya de distinguir el oro del latón.
Magnífica pieza de una estela (Fig. 11C), 52 centímetros de alto, 14 centímetros de ancho, 4 centímetros de espesor. Hay 56 signos de escritura repartidos en otros tantos cuadrados «impresos». Signos similares a los que vi en la biblioteca metálica en la gran sala. El artista creador de esta estela dominaba un código (¿un alfabeto?), de 56 letras o símbolos. Esto resulta tanto más notable cuanto que hasta la fecha se creía que las culturas sudamericanas (incas, mayas, etcétera) carecían de escritura alfabética.
«¿Conoces a esta dama?», pregunta Moricz.
Tiene 32 centímetros de alto. Dorada, por supuesto. La cabeza está formada por dos triángulos a los cuales van acopladas alas como si estuvieran soldadas. De las orejas salen cables enroscados. Con seguridad, no se trata de un adorno puesto que los pendientes van prendidos a los lóbulos de las orejas.
La dama tiene proporciones normales si bien triangulares, senos bien formados, las piernas dan la impresión que camina a grandes pasos. La falta de brazos no menoscaba su hermosura. En cambio, ostenta elegantes pantalones largos. Sobre la cabeza de la dama, pende una esfera, y me parece que las estrellas grabadas junto a sus codos se refieren a su origen. ¿Estrella de una época pasada? ¿Una joven de las estrellas?
Disco de metal de 22 centímetros de diámetro (Fig. 2C). No puede tratarse de un escudo para la defensa como lo catalogarían los arqueólogos: Por de pronto, es demasiado pesado, por otra parte, no hay trazas de mango en el liso respaldo. Pienso que este disco es otro medio de comunicación: Dos espermatozoos estilizados, pero increíblemente exactos, dos soles sonriendo, la hoz de una Luna menguante, una gran estrella, dos rostros humanos triangulares estilizados. En el centro: Puntos. Por su ordenación producen un efecto estético, pero es de presumir que tenían otro fin.
El padre Crespi arrastra una pesada plancha de oro ante la cámara.
«¡Joven, aquí hay algo especial para Ud! ¡Esta pieza es anterior al diluvio…!». Tres seres enseñan una tabla alta grabada con signos. Me miran fijamente. Tienen ojos semejantes, parecen como asomando detrás de lentes. El monstruo del lado izquierdo superior exhibe una esfera, el de la derecha parece metido de pies a cabeza en un mono remachado a los costados y sobre la cabeza ostenta orgulloso una estrella de tres puntas. Dos esferas que descansan sobre alas penden sobre la tabla con signos. ¿Qué presentan los monstruos? Algo parecido a una escritura Morse, puntos, guiones, ¿llamadas de urgencia? ¿Un tablero de distribución para conexiones eléctricas? ¿Una central de líneas de regulación? Todo es posible, pero en esta tabla no descubro signos de escritura, más bien parecen analogías técnicas… Y es de una época —como indica el padre comisionado por el Vaticano para sus investigaciones arqueológicas— anterior al diluvio. ¡Francamente, se requiere bastante dominio de sí mismo para no caer en una verdadera fiebre a la vista de los tesoros que hay en el patio interior del santuario de María Auxiliadora! Pero no fue solamente el material lo que me sacó de mis casillas: sobre cientos de láminas de metal brillan imágenes de estrellas, lunas, soles… y serpientes que, casi fuera de toda duda, son símbolos de viajes espaciales.
Llevo algunos ejemplares particularmente fotogénicos de aquellas representaciones de la, según se dice, desaparecida herencia de los incas. Estos ciertamente conocían el signo de la serpiente y lo relacionaban magistralmente con su soberano, el «Hijo del Sol».
Relieve de cobre con pirámide (Fig. 5C). Las paredes aparecen guarnecidas por serpientes; hay dos soles, dos monstruos astronautas, dos animales parecidos a ciervos y círculos punteados. ¿Representan acaso estos últimos el número de cosmonautas sepultados en las pirámides?
Y todavía otra lámina de oro con pirámide (Fig. 3C). Dos jaguares, símbolo de la fuerza, trepan por las paredes. Al pie de las pirámides, claros signos de escritura. A izquierda y derecha: Elefantes, como había en Sudamérica hace alrededor de 12 000 años, en una época en que, según se cree, no existía ninguna cultura. Y las serpientes, en el lugar que les corresponde, en el cielo. Serpiente y dragón tienen su lugar en todos los mitos de la creación. Nadie puede discutirlo. Incluso una científica como la doctora Irene Saenger-Bredt, ingeniero de la industria aeroespacial, plantea la pregunta en su obra «Ungelóste Rátsel der Schopfung»:
«¿Por qué juega el motivo del dragón un papel tan importante en las representaciones y mitos de los pueblos antiguos como los chinos, indios, babilonios, egipcios, judíos, germanos y mayas?».
En su respuesta, sugiere la doctora Saenger-Bredt la posibilidad de que los símbolos del dragón y la serpiente tengan alguna relación con la creación y el Universo. Robert Charroux, documentado en textos primitivos, muestra que en todas partes hubo serpientes luminosas que volaban por los aires, que egipcios y fenicios elevaron a serpientes y dragones a la categoría de divinidades, que la serpiente pertenecía al elemento fuego porque hay en ella una velocidad que, por razón de su aliento, nada puede sobrepasar. Charroux cita a Areios de Herakleopolis textualmente: «La primera y más alta divinidad es la serpiente con cabeza de gavilán. Cuando abre los ojos llena de luz la Tierra recién creada; cuando los cierra, se cubre de tinieblas».
El historiador Sanchuniaton, que vivía en Beirut alrededor del año 1250 a. C., había escrito la mitología e historia de los fenicios. De él reproduce Charroux este pasaje: «La serpiente tiene una velocidad que, por razón de su aliento, nada puede sobrepasar. Transmite a la espiral que describe en su movimiento la velocidad deseada… Su energía es extraordinaria… Con su resplandor lo ha iluminado todo…».
Éstas no son descripciones de serpientes, vista por seres pensantes.
¿Por qué se anidaron las serpientes con tanta obstinación en todas las historias de la creación?
Me remito solamente a la indicación de los científicos: Nuestros antepasados sólo pueden ser comprendidos en relación a la mentalidad de su tiempo, sólo hago consideraciones elementales de psicología:
Cuando nuestros primeros antepasados veían un pájaro fuera de lo común, de grandes dimensiones, lo describían en forma análoga a los pájaros que habían observado antes: Los conceptos para ello estaban ya en su reducido vocabulario. ¿Pero cómo describirían un fenómeno completamente nuevo en el firmamento que nunca habían visto antes y para el que no tenían ni conceptos ni palabras? Muy seguramente, los extraños cosmonautas durante sus primeros aterrizajes en nuestro planeta no se condujeron precisamente con extremada delicadeza. Tal vez los espectadores fueron alcanzados por un haz de rayos incandescentes de una tobera y resultaron quemados, o bien durante el despegue fueron aniquilados por la expulsión de un cohete. ¡El espectador de este grandioso y sobrecogedor acontecimiento carecía de vocabulario técnico! El desconocido y resplandeciente objeto que aterrizaba o despegaba, resoplante y ruidoso, no era ningún pájaro, por cierto. Por consiguiente, describían lo que habían observado mediante conceptos que les eran familiares, como algo «semejante a un dragón» o como «un pájaro grande y resplandeciente» o bien —como parecía tan extraño— como «una serpiente con plumas escupiendo fuego». Estremecidos, narrarían la experiencia padres a hijos, y éstos, a nietos a través de los siglos y decenas de siglos. Al correr del tiempo, la descripción hecha con este vocabulario improvisado iría mudando más y más sus contornos; ya predominaría el dragón escupiendo fuego, ya la serpiente voladora (¡puesto que era tan inconcebible!), que terminaría finalmente por anidarse en los mitos.
También en las planchas de las cuevas subterráneas del Perú y Ecuador, como asimismo en los tesoros del padre Crespi, pueden verse innumerables serpientes —trepando a las pirámides hacia la cúspide— volando al cielo y dejando estelas de fuego sobre cabezas de dioses. Pero ni aquí ni en ninguna parte se encuentra una sola representación de la serpiente común y corriente, como las que se han visto en todas las épocas: enrolladas en la hierba, colgadas de un árbol, deglutiendo tranquilamente una rata, arrastrándose por el barro entre la manada. En todas partes hay dragones, y sobre todo serpientes, como signos de sucesos cósmicos.
¿Qué opinan los arqueólogos?
La serpiente habría sido símbolo de la inmortalidad. ¿Por qué? Porque nuestros ladinos antepasados habían observado cómo el animal muda de piel saliendo del proceso siempre renovado. ¿No reparaban estos prehistóricos observadores que a pesar de todo la serpiente termina por morir?
La serpiente habría sido expresión de adaptabilidad, de agilidad. ¿No habrían sido los pájaros y mariposas mejores modelos que este miserable reptil?
La serpiente habría sido símbolo de fecundidad y por ello habría sido venerada por los pueblos primitivos —¡que le temían sin excepción!—. Un singular estímulo para la propagación de la especie.
El habitante de la selva habría temido a la serpiente y por esto la habría escogido como divinidad. Leones, osos y jaguares eran, a pesar de todo, mucho más peligrosos. La serpiente sólo ataca cuando tiene hambre, no sólo por el simple placer de matar.
Moisés (1/3) aborda mejor la cuestión: Para él, la serpiente es agorera de calamidad, algo así como en la mitología germánica, Midgard en la antigüedad, desdicha para aquella heredad entre cielo y tierra, serpientes Midgard rondan la hacienda como personificación del peligro y el poder de las tinieblas.
Testimonios de la prehistoria manifiestan:
Hasta el momento falta en la literatura arqueólogo-etnológica una investigación concienzuda que explique la presencia de la serpiente en mitos y leyendas.
Los especialistas pueden llenar estos vacíos. Yo pongo gustoso mi archivo a su disposición.
El padre Crespi ha apilado las planchas y láminas de oro en parte según los distintos motivos, por ejemplo, las que representan pirámides. Pude contemplar más de cuarenta, algunas de ellas se hallan reproducidas en este libro. Todos los grabados de pirámides ofrecen cuatro características comunes:
FIG. 12. Pintura de un dios hallada en las cuevas de Kimberley Ranges en Australia. ¡Nadie puede seriamente interpretar los 62 anillos como soles!
Estos círculos dobles —un punto bien marcado dentro de un círculo— los encontramos no solamente aquí en Cuenca, tropezamos con ellos en todos los grabados en cuevas prehistóricas y en todos los relieves. Hasta ahora se han interpretado estos círculos punteados como símbolos del Sol. Tengo mis dudas. El Sol tiene siempre además su lugar asegurado; a menudo se ven incluso varios soles. Si se dibujan soles en forma tan inequívoca, es de considerarse qué quieren representar los puntos. ¿Indican el número de astronautas observados? ¿Recuerdan, tal vez, en las proximidades de las pirámides, el número de dioses extranjeros allí sepultados? ¿O significan posiblemente la secuencia de explosiones observadas? Soy de opinión que los círculos punteados significan una simple enumeración. Mi criterio no podría ilustrarse mejor gráficamente que con la pintura encontrada en las cuevas de Kimberley Ranges, Australia (Fig. 12). La aureola del dios simboliza el Sol, pero junto a la figura pueden verse 62 círculos. ¿Se trata acaso de 62 soles? —Hay muchísimas incógnitas, y cualquier respuesta me parece más sensata que la hipótesis de que los círculos serían símbolos del Sol. Nuestros primitivos corresponsales no nos han hecho las cosas tan fáciles.
¡Y siempre hay animales ahí! Que me perdone el lector una breve digresión: Al pie de la pirámide, exactamente construida de pulidas piedras labradas, hay dos preciosos pequeños elefantes. Tierno.
Se han desenterrado en Norteamérica y Méjico huesos de elefantes, estimándose que corresponden a ejemplares que vivieron alrededor del año 12 000 a. C. En la época de los incas, sin embargo, cuya cultura tiene sus orígenes alrededor del año 1200 d. C., ya no hay elefantes; se habían extinguido. Esto está comprobado. Ahora, quien pueda que resuelva el jeroglífico: O bien recibieron los incas un talentoso visitante del África que les labró elefantes junto a las pirámides, o bien estas láminas de oro tienen una antigüedad superior a los 14 000 (12 000 + 2000) años. No queda otra alternativa.
Las pirámides estampadas en las láminas de oro del padre me parece que dan al traste con una interpretación equivocada. Hasta la fecha, se sostuvo que tanto las pirámides sudamericanas como las de América Central de los mayas no tenían ninguna conexión con las egipcias. Las colosales obras habrían sido aquí tumbas, allí, simplemente grandiosas construcciones en cuyas plataformas superiores se habrían erigido templos. Las láminas de oro a que me refiero aquí no presentan ningún achatamiento sobre el que se asiente un templo. Tienen la misma forma piramidal que las de Egipto. ¿Quién ha copiado de quién? ¿Quién construyó pirámides primero, los incas o los egipcios? Falsificaciones póstumas no pueden haber sido. Los falsificadores habrían debido tener más oro a su disposición que el que hay en las bóvedas de Fort Knox, habrían debido emplear a una legión de artistas con profundos conocimientos de los pueblos primitivos y sus culturas y, por otra parte, en todo caso, las grandiosas falsificaciones habrían tenido que ser realizadas en los tiempos de los incas.
Encuentro realmente impresionante la forma en que se pretende desconocer el enorme tesoro de incalculable valor arqueológico e histórico que describo aquí por primera vez y que parece no ajustarse a los intereses de nuestra época. ¿Es posible que todas las pirámides en todos los lugares del mundo hayan tenido los mismos arquitectos?
En las esculturas de Cuenca pueden a menudo observarse signos de escritura. ¿Se trata de escrituras más antiguas que las ya conocidas?
Alrededor del año 2000 a. C., bajo la influencia de las culturas egipcia y babilónica, se había desarrollado en Fenicia la escritura cuneiforme y en Egipto, los jeroglíficos. Alrededor del año 1700 a. C., la población preisraelita de Palestina había desarrollado, en base a los dos sistemas de escritura ya mencionados, una escritura silábica simplificada con alrededor de cien signos. De este último sistema, habría nacido alrededor del año 1500 el alfabeto fenicio (Fig. 13) con 22 signos. ¡Por agregación o cambio de interpretación de estos signos del alfabeto fenicio han derivado todos los alfabetos fonéticos del mundo! Alrededor del año 1000 a. C., los griegos adoptaron el alfabeto fenicio en dos variantes; dejaron a un lado algunos signos de consonantes superfluos, utilizándolos para representar vocales. ¡En esta forma nació la primera escritura fonética del mundo!…
Por generaciones, los hombres de ciencia han afirmado que los inteligentes incas no tenían escritura. Han admirado las obras de los indios, construcciones de vías, instalaciones hidráulicas, su preciso calendario, la cultura Nazca, las construcciones de Cuzco, su bien desarrollada agricultura, un correo oral bien organizado y mucho más. Solamente una cosa le han negado: La escritura.
El Profesor Thomas Barthel, Director del Instituto de Etnología de la Universidad de Tübingen, comunicó al 39.º Congreso Internacional Americanista en Lima que le había sido posible reconocer 400 signos de una escritura inca, de los cuales sería capaz de comprender el sentido de 50 y podría leer 24. No se trataba de una escritura alfabética. Investigadores peruanos y alemanes hablaron de «dibujos coloreados y adornos» a los cuales concedían el carácter de escritura.
FIG. 13. Del alfabeto fenicio con 22 signos se han derivado todos los alfabetos fonéticos del mundo. Esto es lo que se ha creído hasta la fecha.
Una verdadera bomba explotó en enero de 1972 en el Congreso de Arqueología Andina en Lima. ¡La etnóloga peruana, doctora Victoria De La Jara, probó con documentos reunidos a lo largo de diez años de investigaciones que los incas ciertamente tenían escritura! Los dibujos geométricos (cuadrados, rectángulos, rombos, puntos, guiones, etc.) que encontramos en la cerámica inca, urnas y decorados no son otra cosa que signos de escritura con contenidos desde los más simples hasta los terriblemente complicados: Narran sucesos de la historia, mitos y demuestran, entre otras cosas, que ya algunos incas se dedicaban al hermoso pero mal remunerado arte de la poesía. Grupos de elementos forman, según colores complementarios, una verdadera gramática. Cuando la doctora de De La Jara terminó su conferencia, recibió una atronadora salva de aplausos de los científicos allí reunidos.
¿Qué dirán ahora los etnólogos cuando, después de esto, cavilen acerca de los signos escritos en las láminas de metal de Cuenca? Con toda seguridad, no recibiré ninguna salva de aplausos. Digo, a pesar de todo: ¡Las escrituras en las láminas de oro encontradas bajo tierra serán reconocidas como las más antiguas del mundo!, y: ¡Sabios mensajeros de los dioses han escrito aquí información técnica y mensajes para el futuro!
¡He visto tres modelos prehistóricos de avión del más moderno diseño!
El primero (Fig. 14) puede verlo expuesto cualquiera que pase por Colombia en el State Bank de Bogotá. El segundo está en poder, naturalmente, del padre Crespi, y el tercero está todavía a 240 metros bajo el suelo en las cuevas de Juan Moricz.
Durante siglos, el modelo exhibido en Bogotá ha sido considerado por los arqueólogos como «ornamento religioso». Los arqueólogos me dan lástima: rien ne va plus.
El objeto ha sido examinado por expertos en aerodinámica quienes lo han sometido a prueba en el túnel aerodinámico: Opinan que se trata de un modelo de avión. El doctor Arthur Poyslee del Aeronautical Institute de New York se expresa en estos términos:
«La posibilidad de que el objeto represente un pez o un pájaro es altamente improbable. No solamente este modelo de oro fue encontrado profundamente al interior del país sino que además es imposible imaginarse un pájaro con superficies sustentadoras tan precisas y aletas vueltas verticalmente hacia arriba».
FIG. 14. Este modelo «Concorde» de oro está expuesto en el State Bank, Bogotá. No encaja dentro de ningún culto a peces o pájaros ¡no existía tal culto!
FIG. 15. Éstos son los complementos técnicos proyectados por el Aeronautical Institute de Nueva York luego de acuciosas pruebas en el túnel aerodinámico.
La parte delantera es maciza como el más pesado US-B52. Directamente detrás del tren delantero está la carlinga protegida por una superficie corta-viento. El fuselaje, abultado a causa de los mecanismos de impulsión allí alojados, descansa en aerodinámica simetría sobre dos superficies sustentadoras redondeadas. (El modelo en Bogotá tiene dos planos sustentadores en forma de delta, como el Concorde, y concurren, como las de éste, hasta formar una nariz puntiaguda). Dos aletas estabilizadoras y la cola de dirección completarían el modelo de avión inca (ver Fig. 15).
¿Quién será el espíritu taciturno y falto de imaginación que se ponga a sutilizar con pájaros o peces voladores en presencia de estos aerodinámicos modelos?
El oro fue siempre un metal escaso y por consiguiente costoso: Se lo encontraba en templos y palacios reales. Cuando un objeto se representaba en oro eso quería decir: a) Era muy importante; b) debía ser conservado por tiempo indefinido; c) por consiguiente, se lo reproducía en un material inmune a la oxidación y a la corrosión. Por lo demás no existió ningún culto al pez o al pájaro ante el cual debieran deponer sus pretensiones nuestros vehículos del espacio.
En la bóveda cronológica de María Auxiliadora, reluce una maciza esfera de oro (Fig. 1-OI) rodeada de un ancho limbo. Para anticiparme a objeciones tontas: Esto no representa un sombrero con alas. Los sombreros siempre tienen una concavidad, aún para las cabezas más vacías. En Regreso a las estrellas he fundamentado, sin haber sido aún rebatido, mi opinión de que la esfera es la forma ideal para vehículos y estaciones espaciales: La esfera gira en el espacio; esto genera una fuerza de gravitación artificial para la tripulación de las cabinas situadas en el ecuador de la misma, y esta fuerza es necesaria para el metabolismo de los órganos durante viajes prolongados. La esfera de oro corrobora una vez más mi sospecha que, ya en tiempos primitivos, los vehículos espaciales tenían forma esférica. El extenso limbo no solamente podría ser una rampa portátil para vehículos de enlace, podría también tratarse de una superficie dividida en paneles destinada al almacenamiento de energía solar. Hay aquí vasto margen para la fantasía.
¡En todo caso quisiera saber cómo llegó el molde (Fig. 16) de esta esfera en Cuenca a la lejana Turquía, a 12 000 kilómetros de distancia! El descubrimiento hecho allá está esculpido en piedra y se encuentra en el Museo Turco de Estambul. Es el negativo de la esfera de oro del Padre Crespi: La misma esfera, la misma corona dentada dibujada sobre el limbo. Bajo el molde de piedra en el primer piso del museo se lee: «No clasificable». En tanto la Ciencia permanezca encerrada en la torre de marfil de los prejuicios y rehúse aceptar la posibilidad de vehículos voladores en la prehistoria capaces de transportar mares y continentes, se encontrará siempre impotente ante enigmas como éste.
No pretendo insinuar que los científicos carecen de fantasía sino simplemente que quieren ajustar los resultados a un clisé.
FIG. 16. Molde, negativo de piedra de la esfera de oro de Cuenca. ¡Está expuesta en el Museo Turco de Estambul!
En Cuenca fotografié una escultura de metal de 52 centímetros de altura que representa un ser de proporciones humanas normales (Fig. 6-OI). Lo fuera de lo normal es que tanto las manos como los pies presentan solamente cuatro dedos. En la antigua India, entre los maorí, entre los etruscos y otros pueblos, encontramos representaciones de dioses que no muestran todos sus miembros.
Leí en una publicación científica seria cuan sencilla es la solución del enigma: Dedos de pies y manos deben haber sido una especie de máquina de calcular. Si se hubiese querido representar el número «19», por ejemplo, habrían tenido que dejar de dibujar un dedo de la mano o del pie. ¡De acuerdo a esta fantasía «científica», resultaba lógico representar el número «16» con seres de cuatro dedos en manos y pies! Este torpe sistema de numeración no me parece digno de un pueblo capaz de construir vías, fortalezas y ciudades. ¿Por qué los inteligentes incas han debido dibujar un hombre completo, con manos y pies, con el simple objeto de representar el número «4»? La Ciencia, tan terriblemente seria, se enreda en la malla de su propia fantasía: Siempre ha reconocido que los incas podían contar, pero no les concede que fueran capaces de representar un «4» con cuatro palotes o cuatro puntos. Para ello debían amputar dedos.
Por lo que respecta a la escultura de Cuenca, con manos y pies de cuatro dedos, aquí las muy humanas cuentas no tienen nada que hacer. Se trata, en efecto, —opinión del padre Crespi— de una representación de la «Divinidad de las Estrellas». A la derecha muestra el buen dios Sol un grupo de animales: Caballitos de mar, papagayo y serpiente. A la izquierda, una vara con su insignia —un sol sonriente— en su extremo superior y una cabeza de serpiente en su parte inferior. Del regocijado rostro salen puntas de estrella, análogas a las que presentan sus dos colegas de la selva australiana, los «seres creadores». (Figura 17). En todo caso, estos últimos ya visten monos con anchos ceñidores en torno al tronco.
FIG. 17. Estas ufanas figuras míticas, primitivos habitantes de Australia, y conocidos como los «dos seres creadores» llevan las mismas puntas que la «divinidad de las estrellas», actualmente catalogada como máquina de calcular.
Algún día, probablemente después del descifre de la biblioteca metálica, quedará en claro que, en el caso de los seres con miembros anormales, se trata de representaciones plásticas basadas en descripciones de visitantes del espacio que eran «diferentes».
Una obra maestra de los incas, comparable a la de un Dürer, Degas o Picasso, la constituye una plancha de metal de 98 x 48 x 3 centímetros Mientras más se la mira más cosas se descubren. A continuación describo lo que encuentro: Una estrella * un ser con el vientre abultado y con cola de serpiente * un animal semejante a una rata * un hombre con camisa blindada al cual se ve acoplado un casco * una figura triangular con el vientre perforado * un ser de cabeza triangular que emite rayos * dos rostros * una rueda desde la cual espía una cabeza * pájaros * serpientes * cabezas calvas y con cabellera * una cabeza que emerge de otra * una serpiente con rostro humano * un círculo doble con un rostro. ¡Un caos! Y en medio de todo el barullo: Dos fuertes goznes que destacan una cabeza sobre una bomba que cae (Fig. 7-OI).
¿Qué desea expresar el artista?
¿Es acaso su obra un Pandemonio?
¿He aquí perpetuado el momento de la aniquilación, del caos terrestre desencadenado por el dios de las estrellas?
Lo que muestro en estas páginas es sólo una parte insignificante del tesoro de María Auxiliadora de Cuenca, pero no es nada en comparación con el inmenso tesoro intocado que hay acumulado en las cuevas de Juan Moricz, una orgía de la Historia en metal.
¿Cuál era la intención detrás de las obras de metal de los incas?
¿Se trata sólo de costosos juegos primitivos?
¿Son en verdad todos mensajes provenientes de épocas remotísimas que hay que descifrar?
El Profesor Miloslav Stingl es el más destacado americanista de los países del bloque oriental. Presentó una tesis sobre las antiguas culturas americanas. Actualmente es miembro de la Academia de Ciencias de Praga, autor de obras sobre arqueología y etnología. Su obra «In versunkenen Mayastaedten» goza de merecido renombre. El Profesor Stingl, que fue huésped en mi casa, vio las fotografías que tomé en Cuenca.
«¡Si estas representaciones son auténticas, y todo lo hace suponer, puesto que no se hacen falsificaciones de oro, ni mucho menos en tales cantidades, se trata aquí de la mayor sensación arqueológica desde el descubrimiento de Troya! Yo mismo he sostenido durante años la opinión prevaleciente de que los incas no tenían escritura alfabética. ¡Y ahora me encuentro delante de una escritura inca! Debe ser una escritura muy antigua puesto que se observan transiciones del ideograma a la escritura alfabética».
¿Qué juicio le merecen los grabados, cómo los clasifica dentro del sistema reconocido?
«Para poder dar una opinión científica precisa, tendría que examinar cada lámina a fondo y durante largo tiempo, y comparar cada una con el material a mano. Por el momento sólo puedo decir: ¡Estoy profundamente impresionado!. En los grabados incas conocidos hasta ahora, el Sol era ciertamente con frecuencia parte integrante de un escenario, pero nunca era el hombre mismo —como veo repetidamente en estas fotografías— semejante al Sol. He aquí representaciones de hombres con rayos solares y puntas de estrella en torno a la cabeza. El símbolo de la “fuerza sagrada” fue siempre la cabeza. En estas representaciones, empero, la cabeza es al mismo tiempo Sol o estrella. Esto sugiere relaciones nuevas y directas». «¿Qué interpretación daría usted a la “bomba” sobre la lámina de oro?».
El ilustre sabio tomó una lupa y observó en silencio la fotografía por largo tiempo. Casi enojado exclamó:
«¡Es imposible una interpretación, todo esto es completamente nuevo! Desde el punto de vista totémico diría que los seres resplandecientes, con las estrellas arriba y las serpientes abajo, quieren significar una unión del cielo con la tierra. Y esto significa que los seres de las estrellas y soles han estado en relación con los habitantes de la Tierra».
«¿Y qué más?».
«¡Ninguna interpretación! Se conoce solamente la Rueda del Sol, pero aquí no está claro si se trata de una Rueda del Sol dado que en medio de ella se ve un rostro, y esto es contradictorio, muy contradictorio. En todo caso, todas las figuras, pájaros, serpientes, seres con casco y todo lo demás parece provenir del mundo de los sueños, de la mitología…».
«¡Una mitología con fundamentos cada día más accesibles y realistas!».
«Debo decirlo» rió el Profesor «Usted tiene argumentos en su juego de mosaico que desconciertan incluso a un viejo zorro como yo, y lo dejan pensativo».
¿Quién explorará las cuevas y tesoros bajo el Ecuador? ¿Quién expondrá a la luz de la Ciencia los sensacionales descubrimientos arqueológicos? No se vislumbra un hombre de la riqueza de, digamos, Heinrich Schliemann, que descubrió Troya y Micenas. Cuando Moricz descubrió el sistema de túneles era pobre como una rata. De entonces acá ha descubierto algunos yacimientos de hierro y plata cuya licencia de explotación ha cedido a talleres metalúrgicos. Gracias a ello ha conseguido una situación económica de relativo desahogo que, dentro de un marco de vida de gran sobriedad, le ha permitido dedicarse exclusivamente a sus exploraciones. Pero Juan Moricz no es lo suficientemente rico como para poder proseguir las investigaciones con la debida amplitud y rapidez y contratar el personal auxiliar especializado. Él sabe que inmediatamente podría contar con la ayuda de especuladores y aventureros, como en el Oeste americano: le bastaría con mostrarles sólo partes de los seductores tesoros de las cuevas. Pero no desea esta clase de colaboración; degeneraría en saqueo y no sería de utilidad para la humanidad. Ésta es la razón del porqué es difícil organizar una expedición desinteresada con una finalidad puramente científica. Ya en 1968 tuvo Moricz algunos invitados; hizo acompañar al grupo por algunos hombres armados. Mientras más se adelantaban en el laberinto, relatan Moricz y Peña, crecía la desconfianza y el nerviosismo, hasta que al final el grupo empezó a sentir miedo a los guardias quienes estaban siendo presa de la fiebre de oro. Debieron regresar.
¿Por qué el Ecuador no hace nada para organizar una expedición científica que atraería fama al país?
El Ecuador, con sus cinco millones de habitantes, es uno de los países más pobres de Sudamérica. Las plantaciones de cacao, bananas, tabaco, arroz y azúcar de caña no proporcionan divisas suficientes para la compra de aparatos modernos. La agricultura indígena de las tierras altas produce patatas y trigo e incluye la crianza de ovejas y llamas. El caucho natural que antes se cultivaba en la selva oriental ya no tiene mercado.
Probablemente la explotación de recursos minerales (oro, plata, cobre, plomo, manganeso) fomentada por el Estado, proporcione mayores entradas en los próximos años. Posiblemente también el petróleo descubierto frente a la costa signifique una contribución. Sin embargo, cualquier eventual aumento de ingresos será empleado principalmente para aliviar la miseria de las masas. Aún no hay sensibilidad para tareas de otra índole.
Juan Moricz estima que sólo una inspección del sistema de túneles, sin entrar a investigar detalles, costaría más de un millón de francos suizos (unos veinte millones de pesetas): Instalación de una estación eléctrica, construcción de almacenes para aparatos, instrumentos y aprovisionamiento, medidas de seguridad, incluso algunas obras subterráneas.
Con verdadero conocimiento de estos tesoros ocultos de la Historia, renuevo el llamado que hice en 1968 en «Recuerdos del futuro»:
«¡Ha pasado un año de ilusión! Durante este año, tanto arqueólogos como físicos, químicos, geólogos, metalurgistas y especialistas en todas las ramas de estas ciencias debieran haber estado dedicados a la resolución de una sola cuestión: ¿Recibieron nuestros antepasados visitantes del espacio?».
Para que ninguna persona ni institución pueda alegar que no se puede salir a la busca de cuevas misteriosas desconocidas, presento a continuación un facsímil de la tarjeta del abogado Peña, quien está encargado de poner en contacto con Juan Moricz a cualquier investigador serio (Fig. 18).
FIG. 18. El abogado Peña está encargado de poner en contacto con Juan Moricz a cualquier investigador serio interesado en los nuevos descubrimientos. ¡Los túneles del Ecuador deben ser explorados!
Para todos aquéllos que me escriben y me piden que yo organice una expedición a las cuevas y que yo informe de más detalles acerca de las instalaciones subterráneas, debo aclarar: yo no fui miembro de la «Expedición Moricz 1969», ni me hallé junto a entrada principal alguna de las instalaciones subterráneas. Moricz me llevó únicamente a una entrada secundaria, y en total sólo estuve 6 horas en el interior de los túneles. Este breve espacio de tiempo nunca fue suficiente para efectuar un estudio detallado de los objetos. Tampoco bastan seis horas para comprobar si el sistema de túneles se extiende «a lo largo de miles de kilómetros». Tomo estas indicaciones de Juan Moricz. El mismo y su abogado afirman que los objetos metálicos son de oro.
Por consiguiente, no es a mí sino a él a quien deben consultársele detalles más concretos. Una expedición propia tampoco puede montarse, ya que Juan Moricz reclama para sí, desde el acta notarial, los derechos sobre los tesoros albergados en los túneles.
Desde diversas fuentes se me ha informado igualmente que Moricz no es el descubridor original de estos tesoros. Es posible. Pero como yo no he pedido para mí los derechos de descubrimiento ni éstos me corresponden en modo alguno, ya dirimirán los descubridores sus derechos entre ellos.
No muy lejos, en los Andes del Perú, el capitán español Francisco Pizarro (1478-1541) descubrió sobre la montaña inca de Huascarán, a 6768 metros sobre el nivel del mar, las entradas a unas cuevas cerradas con losas de roca. Los españoles pensaron que se trataba de depósitos de provisiones.
Recién en 1971, unos exploradores se acordaron de estas grutas incas. La revista «Bild der Wissenschaft» informó sobre la expedición equipada con toda clase de medios técnicos (tornos de cable, cable eléctrico, reflectores, balones de oxígeno, etc.) que partió de la localidad peruana de Otuzco. A 62 metros bajo tierra hicieron los científicos un extraordinario descubrimiento: Al final de las cuevas de varios pisos, se encontraron súbitamente ante compuertas hechas con gigantescas losas de roca: ocho metros de alto por cinco de ancho y dos y medio metros de espesor. A pesar del enorme peso, pudieron, entre cuatro hombres, hacer girar las compuertas: Descansan sobre un sistema de rodamientos con bolas de piedra. «Bild der Wissenschaft» informa:
«Detrás de las “seis puertas” parten grandes túneles que harían palidecer de envidia a nuestros modernos ingenieros civiles. Estos túneles conducen, con un declive de un 14% en algunos trechos, hacia la costa en trayectoria oblicua. El suelo está cubierto con baldosas graneadas y acanaladuras transversales que impiden el patinazo. ¡Si hoy día es una aventura internarse por esta vía de transporte de 90 a 105 kilómetros para llegar finalmente a un nivel de 25 metros bajo el nivel del mar, cuáles no serían las dificultades entonces, en el siglo XIV o XV, para transportar mercaderías a fin de ponerlas fuera del alcance de Pizarro y los vizcondes españoles! Al final de las vías subterráneas de “Guanape”, así llamadas por la isla que hay aquí frente a la costa peruana —ya que se supone que en otra época los túneles conducían a dicha isla por debajo del mar—, asoma el océano. Después de muchas subidas y bajadas en la más completa oscuridad, empieza a escucharse un rumor y el oleaje con un singular timbre de oquedad. A la luz de los reflectores, termina la última pendiente al borde de una corriente oscura que resulta ser agua de mar. Aquí empieza la actual costa. ¿Era antes otra cosa?».
Los científicos consideran que no tiene sentido hacer exploraciones en la isla Guanape pues allí no hay ningún indicio de la existencia de algún túnel procedente del continente. «Nadie sabe dónde terminan estas vías subterráneas de los incas y sus antepasados, o si acaso llevan a tesoros escondidos de civilizaciones ya desaparecidas».
Ya Francisco Pizarro y su codiciosa escolta habían husmeado la existencia de tesoros escondidos secretos de los incas. En 1532, el hidalgo capitán prometió al soberano de los incas, Atahualpa, vida y libertad a condición que hiciese llenar con oro las dos terceras partes de una sala (7x5x3 m.). Atahualpa confió en la palabra del enviado de Su Majestad Juana la Loca (1479-1555). Día tras día cargaron los indios el precioso metal hasta llegar al nivel convenido. Entonces Pizarro rompió la promesa e hizo ejecutar a Atahualpa (1533).
El mismo año, el Capitán General elevó a la dignidad de rey títere al inca Manco Capac (también él fue asesinado por los conquistadores en 1544). Con este Manco Capac concluyó la dinastía inca que había nacido a la Historia con su legendario fundador del mismo nombre. Entre el primero y el último Manco Capac, habrían regido el Reino Inca, como establecen los historiadores, 13 «Hijos del Sol». Si, siguiendo a los historiadores, fijamos el comienzo del Imperio Inca alrededor del año 1200 d. C. y su fin, en 1544, fecha de la muerte del último «Rey Sol», entonces resulta que este poderoso imperio que abarcó desde Chile hasta el Ecuador, desde Valparaíso hasta Quito a lo largo de la cordillera andina, habría tenido que ser construido en el breve lapso de 350 años. Durante este período, tendría que haber experimentado el primer imperio precolombino de Sudamérica una transformación radical. Los países sometidos no fueron administrados como zonas de ocupación sino que fueron integrados bajo una misma constitución política común. Por intermedio de funcionarios debidamente adiestrados, se promovió el progreso de la agricultura y se estructuró una excelente organización económica común a pueblos heterogéneos. ¿Durante este espacio de tiempo, construyeron además los incas una red de 4000 kilómetros de buenas vías con paradores? ¿Levantaron asimismo ciudades como Cuzco, Tiahuanaco, Macchu-Piccau, las ciclópeas fortalezas Ollan-taytambo y Sacsayhuaman? ¿Instalaron en estos lugares tuberías para la conducción del agua y explotaron yacimientos de plata, zinc y cobre produciendo aleaciones de bronce? ¿Desarrollaron al mismo tiempo «con la mano izquierda» una excelente orfebrería, tejieron finas telas y crearon una refinada alfarería? Y no hablemos nada de la elevada cultura que informó éstas y otras manifestaciones de dicho pueblo durante estos escasos 350 años. Cada indio de esta época debió haber sido un genio en alto grado y un ser dotado de fabulosa energía.
¡Pero si además de todo esto fueron capaces de batir, despedazar, perforar y cincelar las rocas para construir los túneles que hay bajo el suelo de Ecuador y Perú, entonces este imperio fue la más descomunal potencia mundial desde el punto de vista técnico, cultural y artístico de todas las épocas!
No, reconstruir así la Historia es pegar los ladrillos con engrudo; cualquier consideración es suficiente para echar abajo el edificio.
Sostengo:
El sistema de túneles existía ya miles de años antes de la formación del Reino Inca (¿cómo y con qué medios habrían podido construir cientos de kilómetros de túneles a gran profundidad bajo tierra? ¡Nuestros ingenieros, con todos los adelantos de la técnica moderna, llevan más de 50 años estudiando el proyecto de una autopista bajo el Canal de la Mancha, y aún no está en claro cómo deberá ejecutarse esta obra que resulta humilde comparada con la que nos ocupa!).
Sostengo:
Las clases dirigentes de los incas conocían el primitivo sistema de túneles (después del asesinato de Atahualpa, el último Manco Capac ordenó recoger los tesoros diseminados en todos los templos del Sol del reino a fin de ponerlos a salvo en las cuevas disponibles y por él conocidas).
Sostengo:
Los tesoros en las cuevas subterráneas de Perú y Ecuador proceden de una época muy anterior a la formación del Reino Inca y su cultura. Alrededor de 1570, el cronista español, padre Cristóbal de Molina, se preocupó de investigar los motivos que habían inducido a los incas a construir cuevas. En su libro «Ritos y fábulas de los incas», publicado en 1572, nos explica el padre Molina que, una vez concluida la creación, el primer padre de la humanidad se habría retirado a una cueva. Este refugio secreto habría sido la cuna de muchos pueblos que más tarde habrían surgido procedentes de la «noche interminable». Al mismo tiempo, manifiesta el Padre, las cuevas habrían sido, a través de las generaciones, verdaderas bóvedas de seguridad donde se ponían a salvo las riquezas de los pueblos cada vez que éstos eran víctimas de una calamidad. La existencia de estas cuevas sólo habría sido conocida por una élite que estaba obligada a guardar el secreto bajo pena de muerte. (¡Cuan virulenta es esta drástica ley inmemorial, he podido observarlo durante mi viaje por Ecuador en 1972!).
Testigo principal de la antigüedad de los tesoros es el padre Crespi de Cuenca, quien me dijo:
«¡Lo que los indios me traen de los túneles es todo de épocas anteriores a Cristo! La mayor parte de los símbolos y representaciones prehistóricas son anteriores al diluvio».
Hay tres clases de tesoros en las cuevas y recintos subterráneos de Ecuador y Perú:
La incógnita de las incógnitas, sin embargo, es:
¿Con qué fin fueron construidas las cuevas?