Notas del autor

Ciencia y magia

«La ciencia que no conoces parece magia», afirma Kona en el capítulo 30. Yo suelo decantarme por la magia, porque no tiene tantas matemáticas, sencillamente, pero en el caso de Aleta era necesario aprender unas cuantas cosas sobre la ciencia ciencia. Sin embargo, como buena parte de esta novela pertenece al ámbito de la magia, me parece justo explicaros, amables lectores, los hechos que son reales y los que no lo son.

El corpus de conocimientos sobre la biología de los cetáceos, sobre todo en lo referente a la conducta de estos, aumenta a un ritmo tan vertiginoso que cuesta estar seguro de lo que se sabe de un día para otro. (Aunque resulta que yo vivo mi vida exactamente igual, de manera que es apropiado.) Los científicos han estudiado el canto de las ballenas jorobadas desde hace menos de cuarenta años y solo en la última década se han emprendido estudios que tratan de relacionarlo con la interacción y la conducta social. (Y una pregunta interesante en este sentido: ¿Qué constituye la interacción en el caso de unas criaturas cuyas voces se escuchan a mil quinientos kilómetros de distancia?). Cuando escribo esto, en septiembre de 2002, todavía se desconocen muchas cosas sobre el canto de las ballenas jorobadas. (Aunque los científicos saben que suele encontrarse en aguas tropicales y en la sección de música new age. No existe ninguna explicación razonable para esto, pero hasta el momento nadie ha seguido el rastro de una ballena jorobada hasta la sección de new age de Sam Goody’s).

Hasta la fecha nadie ha visto ni filmado jamás el apareamiento de las jorobadas, de manera que aunque parece que está relacionado con el canto, porque solo cantan los machos durante la temporada de apareamiento, nadie ha establecido una correlación directa entre ambas cosas. Existen muchas teorías: que los machos están marcando territorio mediante el sonido, que cantando demuestran que son grandes y fuertes, que están llamando a una compañera, que están diciendo «hola», todas estas cosas o ninguna. El hecho, no obstante, sigue siendo que, sea cual sea el propósito del canto de las ballenas jorobadas, se trata de la composición no humana más compleja de la Tierra. Ya sea una obra de arte, una oración o una línea caliente, experimentarlo en primera persona es algo apasionante, y sospecho que seguirá siendo mágico incluso después de que se haya resuelto el aspecto científico.

Aparte del canto, buena parte de la conducta de los machos y la biología que se describe en esta novela es exacta, al menos en la medida en la que no sobrecargaba la historia. (Con la excepción de las naves-ballena, los balleneros y el hecho de que todas las ballenas asesinas se llamen Kevin; todo eso es de mi invención. En realidad las ballenas asesinas se llaman Sam.) Casi todos los datos acústicos, así como el análisis de los mismos, son una sarta de disparates. Aunque en efecto los científicos obtienen datos de la forma que se describe, una parte significativa del proceso de análisis es producto de mi imaginación. Pero para que conste, los cantos de ballena de baja frecuencia sí que recorren miles de kilómetros bajo el agua.

A pesar de que los estudiosos de las ballenas inundan el puerto de Lahaina todos los inviernos, y aunque de hecho se celebran conferencias periódicamente en el centro de visitantes del Santuario de Ballenas, todos los resentimientos, la competencia y las tensiones entre los científicos que se describen en esta novela son de mi invención, al igual que los retratos y las personalidades de los personajes. Las tensiones entre un hatajo de neuróticos resultan más interesantes para una historia que la descripción de los profesionales entregados que hacen su trabajo y mantienen buenas relaciones en la vida real. En caso de duda, suponed que me lo he inventado.

Conservación

«No debemos matar a las ballenas, porque avivan la imaginación.»

—Doctor James Darling.

¡Eh, yo creía que ya se habían salvado! A nadie le gusta la postura de: «Nos alegramos de que le haya gustado esta historia sobre la selva amazónica, con sus preciosos animalitos y sus pintorescos indígenas, ¡PORQUE LA SEMANA QUE VIENE TODO ESTO SERÁ UN DESIERTO CARBONIZADO!», y odio haceros esto a vosotros, pero deberíais saber que buena parte de la información sobre la conservación que contiene esta novela es auténtica. No están completamente a salvo.

Los japoneses y los noruegos siguen cazando ballenas, anotándose respectivamente hasta quinientas minke al año gracias a licencias de «investigación científica» (esa carne acaba en los mercados europeos y asiáticos). A pesar de los argumentos del «mercado libre», la caza de ballenas no es un negocio rentable en Japón, sino que recibe subvenciones del gobierno. Además, con el fin de estimular la demanda de los consumidores, se ha introducido la carne de ballena en los programas de las escuelas para que los niños adquieran el gusto por ella. (Bien pensado. ¿A que todos nos morimos por la comida que nos ponían cuando éramos niños? Mmm, puré de guisantes.) Mediante el análisis del ADN, los biólogos que trabajan infiltrados en los mercados japoneses (empollones espías) han encontrado especies de ballenas en peligro de extinción (incluidas las ballenas azules) en latas de carne de ballena etiquetadas como «carne de ballena minke». (De manera que alguien sigue cargándoselas.)

Con la excepción de la caza con fines científicos, la moratoria de la Comisión Ballenera Internacional sobre la caza de grandes ballenas sigue estando vigente, aunque algunas naciones balleneras están intentando que se levante y financian estudios estadísticos para demostrar que las poblaciones de grandes ballenas, entre ellas las grises y las jorobadas, se han recuperado lo suficiente como para volver a cazarlas. La postura antiballenera que los Estados Unidos mantienen en la CBI está seriamente comprometida por el hecho de que defienden la caza aborigen; en otras palabras, la caza de subsistencia que realizan los pueblos indígenas. Pero la defensa de la caza aborigen no suele basarse en la subsistencia sino en la afirmación de que la caza de ballenas es «una tradición cultural de los pueblos indígenas que debe conservarse». Eso es una auténtica gilipollez, desde luego. El genocidio de los pueblos indígenas es una tradición de los americanos de ascendencia europea, pero eso no significa que debamos empezar a hacerlo otra vez. Algunas ideas antiguas también son malas.

Aunque es cierto que aparentemente muchas especies de ballenas, como las grises y las jorobadas, se están recuperando, otras poblaciones siguen luchando y es posible que algunas, como la ballena franca del Atlántico Norte, desaparezcan del planeta. (Pero no porque las cacen, sino, como afirmó un científico al que no pienso mencionar, «porque son tontas del culo y no se apartan cuando vienen los barcos». Qué demonios, yo casi tengo un accidente cuando una ardilla se pone delante de mi coche, y de esas hay millones. No me imagino impidiendo que un superpetrolero acabe en la cuneta eludiendo a una de las últimas ballenas francas que quedan.) Los estudios recientes estiman (y solo pueden hacer estimaciones, porque los científicos no encuentran ejemplares suficientes para contarlos; supongo que cuando dan con uno tienen que contarlo hasta la extenuación y extrapolar con algoritmos y proyecciones informáticas) que puede que haya menos de trescientas ballenas francas del Atlántico Norte en todo el mundo.

La buena noticia es que algunas poblaciones se están recuperando y, aunque a todas luces el gobierno de Japón está formado por un hatajo de imbéciles (¿y quiénes somos nosotros para decirlo?), parece que al pueblo japonés le interesa más observar a las ballenas que comérselas, así que es posible que disminuya la presión para que se incremente la caza.

Pero seguramente lo más curioso de todo esto es que la mayor amenaza para los mamíferos marinos no es la caza, sino la contaminación y la desaparición de su hábitat. (¿Qué…? ¿La desaparición de su hábitat? ¿Acaso no disponen de todo el océano?) La mayor parte de nuestros océanos son grandes desiertos mojados con millones de kilómetros cuadrados en los que la vida es muy escasa. Como era previsible, las poblaciones humanas han empezado a competir con los mamíferos marinos por las fuentes de alimento y debido al aumento de la demanda y la sofisticación de los equipos de pesca muchas regiones pesqueras que antes eran ricas están quedándose tan desiertas como un bosque deforestado. Las presas hidroeléctricas que limitan la migración de los salmones y otras especies a sus terrenos de cría de agua dulce ya están teniendo impacto en las poblaciones de mamíferos marinos que se alimentan de salmones adultos.

En cuanto a la contaminación de las industrias y los desagües agrícolas, que arrojan productos químicos tóxicos al océano, se diría que el enorme volumen de agua salada disolvería estos productos hasta unos niveles inofensivos, y eso es lo que ocurre hasta que los absorbe un mecanismo llamado cadena alimentaria. Estudios recientes de muestras de tejido de algunas ballenas dentadas (ballenas asesinas y delfines, que ocupan un alto puesto en la cadena alimentaria) muestran unos niveles de toxinas, fabricadas por el hombre, tan elevados que la grasa de estos animales se considera un residuo tóxico. Ahora se están realizando estudios para determinar si la disminución de las poblaciones de mamíferos marinos en la Costa Oeste norteamericana se debe al descenso del índice de natalidad y al deterioro del sistema inmunológico de los animales que se alimentan de pescado tóxico. (Ah sí, ¿adivináis quién se encuentra en lo más alto de la cadena alimentaria marina?)

¿Queréis colaborar? Pues prestad atención. El hecho de que os preocupe el estado de los océanos no significa que seáis unos psicópatas liberales, sensibleros y amantes de los árboles, significa que sois inteligentes. La salud de toda la vida del planeta depende de la salud de los océanos. Es un buen negocio. (Hasta los que se decantan por la oferta tendrán que reconocer que si una población desaparece debido a la pesca no habrá oferta de ninguna clase, de manera que tampoco habrá demanda. Es una economía totalmente insostenible.) Así que tened cuidado con lo que coméis y no consumáis pescado que se pesque en exceso (como la lubina chilena, por ejemplo). Y no echéis el aceite usado del coche por la alcantarilla si no queréis que vuestra próxima fuente de langostinos sepa a Quaker State y os guste la idea de que vuestros hijos nazcan con aletas.

Y os recomiendo que vayáis a ver ballenas. Pero no cautivas, sino salvajes. Puesto que todo se reduce a la economía, tendremos ballenas a nuestra disposición siempre que sea rentable observarlas. Si no vivís cerca del agua y no podéis desplazaros, alquilad alguna película sobre ballenas. Todo vuelve.

Aparte de eso, podéis gritarle a la gente que deje de matar a las ballenas. A lo mejor se pone de moda. En serio.

(—¿Lo quiere con guarnición de patatas fritas?

—¡Cállese y deje de matar ballenas!

—Gracias. Siga conduciendo, por favor.)