Agradecimientos

Lo primero, gracias a mi equipo doméstico: a Charlee Rodgers, como de costumbre, por sus juiciosas lecturas y sus incisivos comentarios, a mi editora, Jennifer Brehl, y a mi agente, Nicholas Ellison, que me dijo hace un par de años: «Oye, ¿te gustaría escribir un libro sobre el canto de las ballenas? No sé… Que tiene significado o algo por el estilo. Piénsalo». En ese sentido Nick se merece todo el mérito o la culpa. Como siempre, gracias a Dee Dee Leichtfruss, por ser mi «lectora desinteresada». Gracias también a Galen y a Lynn Rathbun, que se tomaron un respiro del estudio de esas arpías narizotas y me pusieron en contacto con gente de la NOAA[21].

Gracias también a Kurt Preston por la información geológica, al doctor David Kirkpatrick por la información genética, a Mark Joseph por la conferencia telefónica de introducción al sonar y a Brett Huffman por las clases particulares de jerga rastafari.

Buena parte del contexto sobre los genes, la evolución y los memes está tomado de las obras de Richard Dawkins, como El gen egoísta, El relojero ciego y El fenotipo extendido, entre otras, así como de La peligrosa idea de Darwin, de Daniel Dennett y el excelente libro de Susan Blakemore, La máquina memética. Os recomiendo que los leáis todos con mucha atención, aunque cuando hayáis terminado es posible que tengáis que leer unos cuantos libros míos y ver muchas horas de televisión para volveros lo bastante estúpidos para desenvolveros de nuevo en el mundo moderno. Por suerte yo tengo mucho talento en ese sentido y me he recuperado enseguida, gracias.

El algoritmo de medición láser que se describe en el capítulo 1 fue formulado por el doctor John Calambokidis, del colectivo científico Cascadia, que merece ser reconocido por esa y muchas otras contribuciones a este campo.

Muchas de las anécdotas científicas que he incluido en Aleta se basan en historias que me han contado los propios científicos. La historia de los balleneros japoneses que se enternecen cuando ven a una ballena de esperma con una cría (capítulo 30) me la refirió Bob Pittman, del Centro Científico de Pesca del Sudoeste. La historia del Proyecto de Investigación Biológica del Pacífico, en la que el ejército financia un estudio para determinar si es factible utilizar a las aves marinas como armas biológicas, me la contó Lisa Ballance, la mujer de Bob, que también trabaja en el Centro Científico de Pesca del Sudoeste de la NOOA.

Gracias al doctor Wayne Perryman, de la NOOA, que compartió conmigo muchas horas de historias y me informó sobre el estilo de vida de los científicos. Y también al doctor Perryman, que me invitó al estudio de las ballenas grises de California y no insistió en que siempre llevara la pizza.

Gracias a Jay Barlow, del Centro Científico de Pesca del Sudoeste de la NOOA, que me informó sobre los proyectos científicos de la marina y la relación que esta mantiene con los científicos. Deseché buena parte de esta información situando al capitán Tarwater en Maui, pero gracias, Jay.

Gracias también a Carol DeLancey, del Programa de Mamíferos Marinos de la Universidad de Oregón, que me contó la estupenda historia de la ballena franca hembra que utiliza una zódiac científica como diafragma mientras los tripulantes sufren el ataque de las pichas prensiles de dos machos (capítulo 8); algo que le ocurrió realmente al doctor Bruce Mate, pero que yo adorné en el sentido de que no creo que las ballenas eyacularan en la barca y de que el doctor Mate no se hizo lesbiana a resultas de ello.

Muchas gracias al doctor Christopher G. Fox, del Centro Científico Marino de Newport, Oregón, que me informó sobre la acústica submarina y la naturaleza y el alcance del canto de las ballenas azules, de lo que no sabía casi nada. La descripción de Chris de un sonido vibrante y persistente no identificado bajo el océano Pacífico, en alguna parte frente a la costa de Chile, inspiró la ciudad submarina de Villababa.

Gracias a Rachel Cartwright y la capitana Amy Miller, que estudian la biología y la conducta de las madres jorobadas y sus crías en Maui en invierno y en Alaska en verano, y me contaron los entresijos de la vida en el puerto de Lahaina y la vida amorosa de las científicas.

Gracias también a Kevin Keyes por sus historias sobre ballenas y delfines y la infinita paciencia que demostró enseñándome a llevar un kayak en el océano y la «disciplina de agua fría» que seguramente impidió que me ahogara mientras trataba de situarme entre los animales.

Por último, gracias infinitas a los doctores Jim Darling, Flip Nicklin y Meagan Kones, que durante dos temporadas me permitieron unirme a ellos y asistir a sus investigaciones en Maui y compartieron generosamente su tiempo contestando a mis preguntas en persona y por correo electrónico. Aunque casi toda la información sobre las ballenas jorobadas y el canto de estas que aparece en Aleta es fruto de estos viajes, las imprecisiones y las libertades respecto de dicha información son mías. Las anécdotas y la información científica que me enseñaron estos tíos, que se han pasado la vida trabajando en este campo, habría bastado para escribir dos volúmenes, y desde luego era demasiado abundante para incluirla en este. En pocas palabras, este libro no habría sido posible sin su ayuda. No hay personas más amables, inteligentes y entregadas sobre la faz de la Tierra.

Para colaborar en el estudio de la conducta y el canto de las ballenas jorobadas, haga una donación desgravable a:

Whale Trust

300 Paani Place

Paia, HI 96779

Estados Unidos