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El culo y la bestia

Cuando Amy salió del dormitorio llevaba sus acostumbrados pantalones cortos de excursionista, sandalias y una camiseta con el eslogan «Las ballenas son nuestras amigas».

—¿Mejor?

—No me siento mejor, si es lo que me estás preguntando. —Nate estaba sentado frente a la mesa, delante de una lata de zumo de pomelo y una botella de vodka.

—Quiero decir que si estás más cómodo ahora que estoy vestida. Porque puedo volver a desnudarme en un periquete…

—¿Quieres una copa? —Nate necesitaba olvidarse del desnudo lo antes posible. Llegados a este punto, la aplicación de alcohol le parecía el método más efectivo.

—Claro —aceptó ella. Sacó una copa de uno de los armarios de la cocina y la puerta transparente se retrajo como la película protectora del ojo de una rana—. ¿Quieres un vaso?

Nate había estado bebiendo sorbos de la lata de zumo y la botella de vodka alternativamente hasta que hubiera espacio suficiente en la lata para echarle un poco de vodka.

—Sí. No me gusta meter la mano en los armarios.

—Eres un poco melindroso para ser biólogo, pero supongo que uno tiene que acostumbrarse. —Amy le puso las copas delante y dejó que sirviera las bebidas. No había hielo—. Te acabas adaptando.

—Parece que tú ya te has adaptado. ¿Cuándo te capturaron? Debías de ser muy joven.

—¿Yo? No, yo nací aquí. Siempre he estado aquí. Por eso era perfecta para trabajar con vosotros. El coronel me ha enseñado biología de los cetáceos desde hace años.

A Nate se le ocurrió entonces que había visto a muy pocos niños humanos y que no había considerado seriamente la infancia en Villababa. Alguien tenía que instruirlos. ¿Por qué no el infame coronel?

—Debería de haberlo imaginado. Cuando intentaste encontrar a la ballena de oído el último día. Tendría que haberlo imaginado.

—Corrección, cuando encontré a la ballena de oído, que todavía me debes una cena.

—Me parece que esta es una de esas situaciones en las que se anulan todas las apuestas, Amy. Eras una espía.

—Nate, antes de que te enfades demasiado, acuérdate de que la alternativa a espiaros y descubrir con detalle en qué estabais trabajando habría sido simplemente mataros. Eso habría sido mucho más sencillo.

—Ryder y tú os comportáis como si me hubierais hecho un favor. Como si me hubierais salvado de un gran peligro. Pero el único peligro que corría erais vosotros. Así que no intentes impresionarme haciéndote la humanitaria. Tú eres la culpable de todo; destrozaste el laboratorio, hundiste la barca de Clay, todo… ¿Verdad?

—No, directamente no. Poynter y Poe destrozaron el laboratorio. Y los balleneros hundieron la barca de Clay. Yo saqué los negativos del sobre del estudio fotográfico. Los mantenía informados y me aseguraba de que estuvierais donde ellos querían, eso era todo. Nunca quise hacerte daño, Nate. Nunca.

—Ojalá pudiese creerlo. Y luego te presentas de esta forma, tratando de convencerme de que este es un sitio estupendo, justo después de que Ryder me eche un discurso. —Apuró la copa y se sirvió otra, esta con apenas un chorrito de zumo de pomelo.

—¿De qué estás hablando? No he visto a Ryder desde que he vuelto. Solo hace unas horas que he llegado.

—Pues entonces siempre ha formado parte del plan: que Amy convenza al biólogo para que se quede.

—Nate, mírame. —Le levantó la barbilla con la mano para mirarlo directamente a los ojos—. He venido porque he querido, no he seguido las instrucciones de Ryder ni de nadie. De hecho, nadie sabe dónde estoy, excepto quizá la Baba; eso nunca se sabe. He venido a verte, sin máscaras ni engaños.

Nate se apartó de ella.

—¿Y no se te había ocurrido que me enfadaría? ¿Y a que venía eso de «mira lo buena que estoy»?

Ella bajó la mirada. Herida, pensó Nate. O haciéndoselo. No importaba que llorase. No serviría de nada.

—Sabía que ibas a enfadarte, pero creí que a lo mejor te tranquilizabas. Solo intentaba hacerme un poco la guarrilla. Perdona si no se me da muy bien. Es algo que no se hace mucho en una ciudad submarina. Para serte sincera, el abanico de posibilidades en Villababa es bastante limitado. Solo intentaba ser sexi. Yo nunca he dicho que fuera una buena guarra.

Nate le dio una palmadita en la mano.

—No, eres una guarra estupenda. No estaba diciendo eso. No estaba cuestionando tus… eh, guarrerías. Solo estaba cuestionando que fueran sinceras.

—Pues son sinceras. De verdad que me gustas. De verdad que he venido a verte, a estar contigo.

—¿De verdad? —¿Qué analogía biológica tendría aquello? Un macho de viuda negra tragándose uno de sus camelos, sabiendo de forma innata cómo acabaría. Sabiendo hasta en el ADN que ella iba a matarlo y comérselo inmediatamente después de aparearse y decidiendo que ya se preocuparía por eso más adelante. Así que el señor Viuda Negra transmitía una y otra vez sus genes de gilipollas esclavo del sexo a la siguiente generación de machos gilipollas esclavos del sexo, que acababan cayendo en la misma trampa. Dándole un poco de conversación: Viuda negra, qué nombre tan interesante. ¿A qué se debe? Háblame de ti. ¿Yo? Bah, soy un tipo sencillo. Mi naturaleza masculina me condena a seguir a mi libido de araña hasta la muerte. Hablemos de ti. Me encanta el reloj de arena rojo que tienes en el trasero.

—De verdad —insistió Amy. Se le estaban formando lágrimas en los ojos. Se llevó la mano de Nate a los labios y la besó con ternura.

—Amy, no quiero quedarme aquí. No soy… Quiero… Soy demasiado viejo para ti, aunque no fueras una mentirosa, destructiva y malvada…

—Vale. —Ella se puso la mano de Nate en la mejilla.

—¿Cómo que «vale»?

—No hace falta que te quedes. Pero ¿puedo quedarme contigo esta noche?

Nate retiró la mano, pero ella le sostuvo la mirada.

—Tengo que emborracharme mucho más para esto —dijo.

—Yo también. —Se dirigió a la temible nevera—. ¿Tienes más vodka?

—Hay otra botella dentro de esa cosa… La otra cosa que me da miedo. —Se descubrió mirándole el trasero mientras ella buscaba la botella—. Has dicho que vale. ¿Eso quiere decir que conoces una salida?

—Cállate y bebe. ¿Vas a beber o vas a hablar?

—Esto no es sano —observó Nate.

—Gracias, doctor Perspicaz —dijo Amy—. Sírveme una.

—Bonito reloj de arena rojo.

—¿Qué?

De vuelta en el bungaló de Papa Lani, Clay estaba tumbado en la cama con la cabeza entre las manos mientras Clair le masajeaba las contracturas de los hombros. Le había contado la historia de la Vieja Zorra y ella lo había escuchado tranquilamente, haciéndole preguntas de tanto en tanto.

—Entonces ¿la crees? —preguntó.

—No sé ni lo que admito que creo. Pero creo que ella está convencida de que es cierto. Nos ha ofrecido un barco, Clair. Se ha ofrecido a comprarnos un barco de estudio, a contratar una tripulación y pagarla.

—¿Para qué?

—Para que encontremos a Nate y a James, su marido.

—Creía que estaba en la ruina.

—No está en la ruina. Está forrada. Sería un barco de segunda mano, pero seguiría siendo un barco. Le costaría millones de todas formas. Quiere que encuentre uno… y una tripulación.

—¿Y encontrarías a Nate si tuvieras un barco?

—¿Dónde voy a buscarlo? Ella cree que se encuentra en una isla en alguna parte, un lugar secreto en el que viven esas cosas. Demonios, si lo que dice es cierto, es posible que sean del espacio exterior. Si no… Bueno, no puedo dar la vuelta al mundo en barco haciendo escala en todas las islas y preguntando si han visto a alguien saliendo del culo de una ballena.

—Técnicamente, cariño, las ballenas no tienen culo. Para tener trasero hay que caminar sobre dos patas. Por eso somos la especie dominante del planeta, porque tenemos trasero.

—Ya sabes a qué me refiero.

—Es una aclaración importante. —Se sentó en su regazo, rodeándole el cuello con los brazos.

Clay sonrió a pesar de la angustia que sentía.

—Técnicamente, el hombre no es la especie dominante. En la Tierra hay por lo menos cuatrocientos cincuenta kilos de termitas por cada persona.

—Puedes quedarte con las mías, gracias.

—Así que en realidad el hombre no domina nada, ni con el cerebro ni con el trasero.

—Cariño, no estaba diciendo que el hombre fuera la especie dominante, estaba diciendo que la especie dominante somos nosotras. Las mujeres.

—¿Porque tenéis trasero?

Clair se contoneó sobre su regazo a modo de respuesta, apoyó la frente contra la suya y lo miró a los ojos.

—Buena aclaración —comentó Clay.

—¿Qué pasa con el barco? ¿Vas a dejar que la Vieja Zorra te lo compre? ¿Vas a buscar a Nate?

—¿Por dónde tendría que empezar?

—Sigue alguna de esas señales. Encuentra lo que la emite y síguela.

—Para eso necesitamos una posición.

—¿Cómo se hace eso?

—Necesitamos a alguien que maneje la antigua red de sonar que la marina instaló en todos los océanos durante la guerra fría para detectar submarinos. Conozco a gente en Newport que puede hacerlo, pero tendríamos que contarles esta historia.

—¿No podrías decirles que estás buscando a una ballena en concreto?

—Supongo que sí.

—Y si tuvieras tu barco y esa información podrías seguir a la ballena, la nave o lo que fuera hasta la fuente.

—¿Mi barco?

—Date la vuelta que te hago un masaje en la espalda.

Pero Clay no se movió. Estaba reflexionando.

—Sigo sin saber por dónde empezar.

—¿Quién tiene el trasero? Date la vuelta, capitán.

Clay se quitó la camisa hawaiana y se tendió bocabajo.

—Mi barco —murmuró.

De pronto Nate sintió frío y cuando abrió los ojos estaba seguro de que le iba a estallar la cabeza.

—Estoy seguro de que me va a estallar la cabeza —dijo. Y alguien zarandeó bruscamente la cama.

—Venga, juerguista, el coronel te reclama. Tenemos que irnos.

Se asomó entre los dedos que usaba para sujetar los fragmentos del cráneo y vio el rostro amenazante pero divertido de Cielle Núñez. No era lo que esperaba (ni tampoco la que esperaba) y examinó rápidamente la cama con una pierna para asegurarse de que estaba solo.

—He bebido —explicó.

—Ya he visto las botellas encima de la mesa. Has bebido mucho.

—No pedí un picaporte para que lo use cualquiera cuando le dé la gana.

—Ya he visto lo del picaporte. Desentona.

Entonces Nate se dio cuenta de que estaba desnudo, de que Núñez estaba viéndolo desnudo y de que tenía que soltar los fragmentos del cráneo para cubrirse. Buscó a tientas una sábana y tiró de ella al tiempo que se incorporaba y sacaba las piernas de la cama.

—Necesito un momento.

—Date prisa.

—Tengo que hacer pis.

—Está bien.

—Y vomitar.

—También está bien.

—Vale. Ahora vete.

—Lávate los dientes. —Y salió de la habitación.

Nate buscó alguna pista de Amy, pero no encontró ninguna. No se acordaba de dónde estaba la ropa de la muchacha, pero estaba seguro de que la última vez que la había visto no la llevaba puesta. Entró en el cuarto de baño dando tumbos y contempló el lavabo de madreperla con la grifería en forma de sifón y el desagüe verde en forma de esfínter. Aquello fue suficiente para que vomitase dentro.

—Hola —dijo Amy, asomándose por la puerta retráctil de la ducha.

Nate trató de decirle algo sobre las arañas que salen de los desagües, en consonancia con el tema arácnido que estaba desarrollando para referirse a ella, pero se le escapó algo más húmedo y burbujeante de lo que había pretendido.

—Adelante —dijo Amy—. Yo me quedo aquí dentro. —Y la puerta se cerró con un chasquido como el de una almeja asustada.

Después de repasar el contenido de su estómago, Nate se lavó la cara y limpió el lavabo, vació la vejiga en una cosa en la que no estaba dispuesto a sentarse, se reclinó contra la pila y gimió un instante mientras se aclaraba las ideas.

Salió una cabeza de la ducha.

—Pues sí que ha salido bien.

—El agua no corre.

—No me estoy duchando. Me estoy escondiendo. No quería que me viera Núñez. Es mejor que el coronel no sepa que he estado aquí. Me iré después de vosotros. Lávate los dientes. —Y a continuación regresó a la almeja.

Nate se lavó los dientes, se aclaró la boca, repitió ambas cosas y dijo:

—Vale.

Amy salió, lo agarró del pelo y le estampó un fuerte beso.

—Ha sido una buena noche —comentó. La ducha volvió a cerrarse con un chasquido con ella dentro.

—Estoy demasiado viejo para esto.

—Sí, iba a hablarte de eso. Pero ahora no, después. Vete. Ella te está esperando.