18
Un marrón como la copa de un pino
—Caramba —murmuró Amy. Estaba delante del ordenador de Quinn. Había serpentinas de cinta digital sobre el escritorio y el regazo de la joven.
—Ah, te estás comiendo un buen marrón —masculló Kona, que estaba detrás de ella, posado en el taburete alto, y realmente daba la impresión de que estaba intentando aprender algo cuando entró Clay.
—Han estado simulando explosiones a sotavento de Kahoolawe con grandes altavoces submarinos de arrastre, midiendo los niveles. Los altavoces es lo que hay en ese maletín tan grande que hemos visto en su barco.
—En las cintas de los cantantes se oyen algunas explosiones, pero lejanas —dijo Amy—. Nate creía que eran ejercicios en alta mar.
—Hablando de cintas. —Clay cogió una tira de cinta—. Esto no será la grabación del equipo de reinspiración, ¿verdad?
—Lo siento, Clay. No he recuperado el vídeo, pero saqué el audio antes de que ocurriera. ¿Quieres ver el espectrograma?
Kona preguntó:
—¿Crees que las voces del agua eran submarinistas de la marina?
Clay miró a Amy y enarcó una ceja.
—Quería aprender.
—Cliff dice que no hay submarinistas en el agua, que solo están los miembros del equipo, militarmente hablando, por lo menos en el santuario. Pero es posible que él tampoco lo sepa.
Amy amontonó la cinta de vídeo y arrojó a la papelera el nido de pájaro resultante.
—¿Cómo pueden hacer eso, Clay? ¿Cómo pueden instalar un campo de tiro de torpedos en medio del santuario de las jorobadas? La gente se dará cuenta.
—Sí, el océano es muy grande. ¿Por qué aquí? —dijo Kona.
—No tengo ni idea. A lo mejor no quieren que haya malentendidos sobre las aguas en las que explota la artillería. Puede que si lo hacen entre un puñado de islas norteamericanas nadie malinterprete lo que están haciendo.
—Me he perdido —dijo Kona—. Error. Peligro. Peligro. Se necesita hierba en la sala de mandos. —El rastafari había escogido un acento que sonaba como una excelente imitación de un robot colocado.
—La guerra submarina consiste en jugar al escondite con los demás submarinos —explicó Clay—. Las tripulaciones son autónomas cuando están bajo el agua. Deciden si los están atacando y si deben defenderse. Puede que si la marina dispara torpedos en medio del mar abierto alguien malinterprete la acción como un ataque. Es jodidamente improbable que un submarino ruso vaya tranquilamente a comer a Wailea y malinterprete un ataque.
—No pueden hacerlo —repuso Amy—. Es imposible que les dejen detonar explosivos de gran potencia cerca de las madres y sus crías. Es una locura.
—Seguirán bajando y dirán que no les molesta. La marina garantizará que no explotará nada a menos de ciento veinte metros, por ejemplo. Las jorobadas no se sumergen tanto en este canal.
—Sí que lo hacen —replicó Amy.
—No, no lo hacen —insistió Clay.
—Sí que lo hacen.
—No disponemos de información sobre eso, Amy. Eso es exactamente lo que me preguntó Cliff Hyland. Quería saber si estábamos investigando hasta dónde se sumergen las jorobadas. Dijo que era lo único que le importaba a la marina.
Amy se levantó y empujó la silla de oficina con ruedas, que se estrelló contra las espinillas de Kona, que hizo una mueca.
—Relax, chava.
—Amy, esto no ha sido idea mía —dijo Clay—. Solo te estoy contando lo que me ha dicho Hyland.
—Muy bien —dijo Amy. Pasó por delante de él en dirección a la puerta.
—¿Adónde vas?
—A otra parte. —La puerta de pantalla se cerró violentamente a sus espaldas.
Clay se volvió hacia Kona, que estaba estudiando el techo con gran concentración.
—¿Qué?
—¿Te has inventado eso de la guerra submarina?
—Más o menos. Una vez leí un libro de Tom Clancy. Mira, Kona, yo no sé nada. El que sabía cosas era Nate. Yo solo sacaba fotos.
—¿Crees que fue la marina quien hundió nuestra barca? ¿Que tienen la culpa de lo que le ha pasado a Nate?
—Lo de la barca, es posible. No creo que tuvieran ninguna relación con Nate. No fue más que mala suerte.
—La Galletita Nevada… Todo esto la está poniendo de los nervios.
—A mí también.
—Voy a tranquilizarla.
—Gracias —dijo Clay. Fue al otro lado de la oficina, se desplomó en la silla y abrió las herramientas de edición en el monitor gigante.
Al cabo de media hora oyó una vocecilla a través de la puerta de pantalla.
—Lo siento —dijo Amy.
—No pasa nada.
Ella entró en la sala y se detuvo. No tenía un aspecto tan vidrioso como habría esperado si Kona la hubiera tranquilizado con remedios herbales.
—Y también siento lo de la cinta. La cámara estaba crujiendo, así que la saqué corriendo.
—No es problema. Era tu gran escena de rescate. Yo quedaba como un novato. Creo que tengo casi todo en el disco duro.
—¿Ah, sí? —Se dirigió al monitor—. ¿Es eso? —El plano congelado y el borde de la cola de la ballena y las marcas negras apenas visibles.
—La estaba repasando para ver si el audio había captado algo más. La cámara no paró de grabar mientras me salvabas el pellejo.
—¿Por qué no lo dejas un rato y me dejas invitarte a comer?
—Si son las diez y media.
—¿Qué pasa? ¿De repente te has vuelto estricto con los horarios? Ven a comer conmigo. Me siento fatal.
—No te sientas mal, Amy. Ha sido una pérdida terrible. Yo… Yo tampoco lo estoy llevando nada bien. ¿Sabes una cosa? Si queremos seguir trabajando en esto necesitaremos un poco de peso académico.
Amy estaba mirando fijamente la imagen congelada de la cola de ballena y volvió en sí.
—¿Qué? Ah, seguro que encuentras a alguien. Si se corre la voz, los doctores echarán la puerta abajo para trabajar contigo.
—Estaba pensando en ti.
—¿Yo? Si yo no valgo para nada. Ni mi color de pelo es auténtico. Ni siquiera se ha secado la tinta de mi máster. Ya has leído mi currículum.
—La verdad es que no.
—¿Ah, no?
—Parecías inteligente. Y estabas dispuesta a trabajar a cambio de nada.
—Pero Nate lo leyó, ¿no?
—Le dije que eras buena. Si te sirve de consuelo, te tenía en un pedestal.
—¿Así es como contratáis a la gente? Soy lista y salgo barata, ¿eso es todo? ¿Qué clase de estándares tenéis?
—¿Te has fijado en Kona?
Ella miró de nuevo la pantalla y después se volvió hacia Clay.
—Me siento utilizada. Halagada pero utilizada. Mira, me encanta que quieras que me quede, pero yo no voy a darte financiación ni credibilidad.
—Yo me encargo de eso.
—Encárgate después de comer. Venga, te invito.
—Pero si estás en la ruina. Además, he quedado para comer con Clair a la una.
—Vale. ¿Puedo llevarme la camioneta de Nate? Ah, ¿la camioneta verde?
—Las llaves están en la encimera. —Clay señaló la cocina por encima del hombro.
Amy cogió las llaves y fue hacia la puerta, se detuvo, volvió corriendo y le dio un abrazo al fotógrafo.
—Te agradezco mucho que me pidas que me quede.
—Vete. Llévate a Kona y que coma algo. Y no lo dejes fumar.
—No, si tú no vienes me voy yo sola. Saluda a Clair de mi parte.
—Vete de una vez.
Clay contempló de nuevo la pantalla, observó el deslumbrante sol de Maui al otro lado de la ventana y apagó el ordenador, sintiendo que nada de lo que hacía tenía importancia y que jamás volvería a tenerla.