64

Ardis Hall

Daeman durmió durante dos días y dos noches, despertando solo cuando Ada le daba de comer caldo y Odiseo lo bañaba. Despertó de nuevo brevemente la tarde en que Odiseo lo afeitó, pasando una cuchilla recta por su barba correosa, pero Daeman estaba demasiado cansado para hablar o escuchar a nadie. Tampoco prestó atención a los rugidos en el cielo cuando los meteoritos regresaron la noche siguiente y luego a la otra. No despertó cuando un trozo pequeño de algo que viajaba a varios miles de kilómetros por hora golpeó el prado situado tras la casa, exactamente en el lugar donde Odiseo había enseñado durante semanas. El impacto abrió un cráter de cinco metros de diámetro y casi tres de profundidad y rompió todas las ventanas que quedaban en Ardis Hall.

Daeman despertó a media mañana del tercer día. Ada estaba sentada al borde de la cama (resultó que era su propia cama) y Odiseo se apoyaba en el marco de la puerta, cruzado de brazos.

—Bienvenido, Daeman Uhr —dijo Ada en voz baja.

—Gracias, Ada Uhr —respondió Daeman. Su voz era ronca y le pareció que tenía que usar una cantidad inusitada de energía sólo para croar unas pocas palabras—. ¿Y Harman? ¿Y Hannah?

—Están mejor los dos —dijo Ada, Daeman nunca se había fijado en lo perfectamente verdes que eran los ojos de la joven—. Harman se ha levantado de la cama y está abajo comiendo, y Hannah está aprendiendo a caminar de nuevo. Ahora mismo está en el jardín delantero, tomando el sol.

Daeman asintió y cerró los ojos. Sintió la abrumadora necesidad de mantenerlos cerrados y volver a dormir y a soñar. Dolía menos así y en aquel momento el brazo derecho le dolía y le ardía terriblemente. De repente abrió los ojos y apartó las sábanas de ese brazo, con la terrible certeza de que le habían amputado el miembro mientras dormía y que lo único que sentía era el dolor fantasma de un brazo fantasma.

El brazo estaba rojo, hinchado, cubierto de cicatrices, la herida de la terrible mordedura de Calibán cosida con un grueso hilo, pero el brazo seguía allí. Daeman intentó moverlo, agitar los dedos. El dolor lo hizo jadear, pero los dedos se habían movido, el brazo se había levantado un poco. Lo dejó caer sobre la sábana y se quedó boquiabierto durante un rato.

—¿Quién lo ha hecho? —preguntó un momento más tarde—. Los puntos. ¿Los servidores?

Odiseo se acercó a la cama.

—Lo hice yo —dijo el fornido bárbaro.

—Los servidores ya no funcionan —dijo Ada—. En ninguna parte. Los fax-nódulos todavía siguen operativos, y nos llega esa noticia de todas partes; los servidores no funcionan, los voynix se han ido.

Daeman frunció el ceño, tratando de comprender lo que eso significaba, pero incapaz de hacerlo. Harman entró en la habitación, usando un bastón para caminar. Daeman vio que el hombre conservaba la barba, aunque parecía que se la había recortado. Se sentó en una silla junto a la cama y agarró el brazo izquierdo de Daeman. Daeman cerró los ojos un instante y luego devolvió el fuerte apretón. Cuando abrió los ojos, los tenía llorosos. La fatiga, pensó.

—La tormenta de meteoritos está pasando, es un poco menos violenta cada noche —dijo Harman—. Pero ha habido bajas. Muertos. Más de un centenar de personas murieron en Ulanbat solamente…

—¿Muertos? —repitió Daeman. La palabra no había tenido ningún significado desde hacía mucho, mucho tiempo.

—Habéis tenido que aprender a enterrar de nuevo —dijo Odiseo—. Se acabó el faxear a una feliz eternidad como posthumanos inmortales en los anillos e y p. La gente está quemando a sus muertos y tratando de atender a los heridos.

—¿Y Cráter París? —consiguió decir Daeman—. ¿Mi madre?

—Está bien —respondió Ada—. La ciudad no fue alcanzada. Tenemos corredores que vienen cada día con noticias. Envió una carta, Daeman: tiene miedo de faxear hasta que las cosas no se tranquilicen. Le pasa a mucha gente. Sin los servidores y los voynix y con la energía desconectada en todas partes, la mayoría de la gente no quiere viajar a menos que sea absolutamente necesario.

Daeman asintió.

—¿Por qué está desconectada la energía pero los fax-nódulos siguen funcionando? ¿Dónde están los voynix? ¿Qué está ocurriendo?

—No lo sabemos —dijo Harman—. Pero la lluvia de meteoritos no ha provocado… ¿cómo lo llamó Próspero? Un evento de extinción de Especies. Podemos alegrarnos de eso.

—Sí —dijo Daeman, pero en lo que estaba pensando era: ¿Así que Próspero y Calibán y la muerte de Savi fueron reales, no fue todo un sueño? Movió el brazo derecho y el dolor respondió a su pregunta.

Hannah entró, vestida con una sencilla bata blanca. Parecía que ya había una leve pelusilla en su cuero cabelludo. Su cara parecía más humana y viva en todos los aspectos. Se acercó al lado de la cama de Daeman, cuidando de no tocarle el brazo, y se inclinó y lo besó firmemente en los labios.

—Gracias, Daeman, gracias —dijo cuando el beso terminó. Le tendió un diminuto nomeolvides que había arrancado del jardín y él lo aceptó torpemente con la mano izquierda.

—No hay de que —-respondió Daeman—. Me ha gustado ese beso.

Era verdad. Era como si él, Daeman, el mujeriego más ansioso del mundo, nunca hubiera recibido un beso antes.

—Esto es interesante —dijo Hannah, mostrando un paño turín que tenía en la otra mano—. Lo encontré junto a la mesa del viejo roble, pero ya no funciona. Lo intenté con otros dos. Nada. Ni siquiera los turín funcionan ahora.

—O tal vez el drama de la batalla entre griegos y troyanos se ha terminado —-dijo Harman, llevándose a la frente los circuitos bordados en el paño y apartándolo luego—. Tal vez la historia del turín se ha acabado.

Odiseo contemplaba por la ventana el cielo azul y el césped verde, pero ahora se volvió hacia la pequeña reunión.

—No lo creo —dijo—. Sospecho que la guerra de verdad acaba de empezar.

—¿Sabes algo sobre el drama turín? —preguntó Hannah—. Creía que habías dicho que nunca te habías puesto debajo del paño.

Odiseo se encogió de hombros.

—Savi y yo distribuimos los paños turín hace casi diez años. Traje el prototipo de… muy lejos.

—¿Por qué? —preguntó Daeman.

Odiseo abrió la mano.

—La guerra se acercaba. Los seres humanos de la Tierra tenían que aprender algo sobre la guerra, su terror y su belleza. Y tenían que aprender algo sobre la gente del relato: Aquiles, Héctor, los otros. Incluso yo.

—¿Por qué? —preguntó Hannah.

—No somos parte de ella —dijo Ada.

Odiseo se cruzó de brazos.

—Lo seréis. No estáis todavía en el primer frente de batalla, pero se acerca. Tomaréis parte en este conflicto lo queráis o no.

—¿Cómo podemos tomar parte? —preguntó Ada—. No sabemos combatir. Ni siquiera queremos aprender a hacerlo.

—Unos sesenta de los jóvenes de ambos sexos que se han quedado sabrán algo de lucha dentro de unas semanas —dijo Odiseo—. Será cosa suya que quieran luchar o no cuando llegue el momento. Como siempre. —Señaló a Harman—. Lo creas o no, vuestro sonie puede repararse. He estado trabajando en él y puedo tenerlo en el aire dentro de una semana o diez días.

—No quiero ver ninguna lucha —dijo Ada—. No quiero estar en ninguna guerra.

—No —dijo Odiseo—. Tienes razón en no querer.

Ada bajó el rostro como para combatir las lágrimas. Cuando apoyó la mano cerrada en la cama. Daeman acercó los dedos a los suyos, y le tendió el nomeolvides de Hannah. Luego volvió a quedarse dormido.

Despertó en la oscuridad y la luz de la Luna y había una forma sentada junto a la cama. ¡Calibán! Daeman alzó instintivamente el brazo derecho, cerrando el puño, y el dolor llenó sus párpados de luces.

—Tranquilo —dijo Harman, inclinándose hacia él para enderezarle el brazo vendado—. Tranquilo, Daeman.

Daeman jadeaba, intentando no vomitar de dolor.

—Creía que eras…

—Lo se —dijo Harman.

Daeman se sentó en la cama.

—¿Crees que está muerto?

El hombre de las sombras negó con la cabeza.

—No lo sé. He estado preguntándome… pensando. En los dos.

—¿En los dos? —dijo Daeman—. ¿Te refieres también a Savi?

—No… quiero decir, sí, pienso mucho en ella… pero estaba pensando en Próspero. En el holograma de Próspero que dijo que sólo era un eco de una sombra o lo que fuera.

—¿Qué pasa con eso?

—Creo que era realmente Próspero —susurró Harman. Se acercó más—. Creo que, de algún modo, estaba prisionero en la ciudad asteroidal de los posthumanos… lo que el holo de Próspero llamaba «mi isla», igual que también estaba prisionero Calibán.

—¿Quién los aprisionó?

Harman se echó atrás y suspiró.

—No lo sé. Últimamente no sé nada de nada.

Daeman asintió.

—Nos llevó mucho tiempo aprender lo suficiente para darnos cuenta de que ninguno de nosotros sabe nada, ¿verdad, Harman?

El otro hombre se echó a reír. Pero cuando volvió a hablar entre susurros, su tono era serio.

—Me temo que los hemos liberado.

—¿Liberado? —susurró Daeman. Un segundo antes estaba hambriento, pero ahora sintió como si su barriga se llenara de agua helada—. A Calibán y Próspero.

—Sí.

—O tal vez los matamos —dijo Daeman con dureza.

—Sí. —Harman se levantó y dio una palmada en el hombro del joven—. Voy a marcharme para dejarte dormir un poco. Gracias, Daeman.

—¿Por qué?

—Gracias —repitió Harman. Salió de la habitación.

Daeman se recostó contra las almohadas, exhausto, pero no pudo conciliar el sueño. Escuchó los sonidos de la noche que llegaban a través de la ventana abierta (grillos, aves nocturnas a las que no podía poner nombre, ranas croando en el pequeño estanque, tras la casa, el rumor de las hojas con la brisa nocturna), y descubrió que estaba sonriendo.

Si Calibán está vivo es una maldita lástima. Pero yo también estoy vivo. Estoy vivo.

Durmió entonces, un sueño limpio y sin pesadillas que duró hasta que Ada lo despertó después del amanecer con su primer desayuno de verdad en cinco semanas.

Cuatro días más tarde, Daeman paseaba a solas por los jardines, disfrutando de una tarde fresca pero hermosa, cuando Ada, Harman, Hannah, Odiseo, Petyr y la joven llamada Peaen bajaron la colina para reunirse con él.

—El sonie está arreglado —dijo Odiseo—. O al menos puede volar. ¿Quieres ver las pruebas de vuelo?

Daeman se encogió de hombros.

—No me interesa especialmente. Pero quiero saber qué vas a hacer con él.

Odiseo miró a Petyr, Peaen y Harman.

—Primero, voy a explorar un poco —dijo—. Voy a ver cuáles son los daños causados por el meteorito en las inmediaciones, y si la máquina puede llevarme hasta la costa y volver.

—¿Y si no puede? —preguntó Harman,

Odiseo se encogió de hombros.

—Volveré andando a casa.

—¿Dónde está eso? —preguntó Daeman—. ¿Y cuánto tardarás en llegar allí, Odiseo Uhr?

Odiseo sonrió, pero había una gran tristeza en sus ojos.

—Si al menos lo supiera… —dijo en voz baja—. Si lo supiera…

Seguido por sus dos jóvenes discípulos y por Hannah, el bárbaro volvió a subir la colina hacia la casa.

Harman y Ada pasearon con Daeman.

—¿Qué pretende en realidad? —le preguntó Daeman a Harman.

—Va a buscar a los voynix —dijo Harman.

—Y luego, ¿qué?

—No lo sé.

Harman ya no necesitaba bastón, pero decía que se había acostumbrado a usarlo y ahora lo empleó para arrancar un hierbajo que crecía entre las flores.

—Los servidores solían arrancar los hierbajos del jardín —dijo Ada——. Yo lo intento pero estoy tan ocupada con las comidas, la colada y lo demás…

Harman se echó a reír.

—Es difícil encontrar buena ayuda hoy en día.

Harman rodeó la cintura de Ada con el brazo. La joven lo miró con una expresión que Daeman no pudo interpretar, pero supo que era importante.

—He mentido —le dijo Harman a Daeman—. Tú y yo sabemos que Odiseo planea atacar a los voynix, impedirles que hagan lo que estén planeando hacer.

—Sí —dijo Daeman—. Lo sé.

—Usará esta guerra para preparar a sus discípulos para lo que considera que es la guerra auténtica —dijo Harman, contemplando la blanca mansión en lo alto de la colina—. Está intentando enseñarnos a luchar antes de que llegue la verdadera batalla. Dice que lo sabremos, que la guerra vendrá con esferas giratorias que abrirán agujeros en el cielo, y que nos traerán nuevos mundos y nos llevarán a nuevos mundos.

—Lo sé. Le he oído decirlo.

—Está loco.

—No —dijo Daeman—. No lo está.

—¿Vas a ir a la guerra con el? —pregunto Harman, como si hubiera hecho esa pregunta muchas veces.

—No contra los voynix —dijo Daeman—. No a menos que tenga que hacerlo. Tengo otra batalla que librar primero.

—Lo sé —dijo Harman—. Lo sé.

Besó a Ada.

—Te veré en la casa —dijo, y se marchó colina arriba él solo, cojeando todavía débilmente.

Daeman se encontró de pronto sin energía. Había un banco de madera encarado hacia el prado inferior y el valle fluvial en sombras, y se sentó en él con alivio. Ada se sentó a su lado.

—Harman ha entendido de qué estabas hablando —dijo—, pero yo no. ¿Qué batalla tienes que librar primero?

Daeman se encogió de hombros, avergonzado de hablar del tema.

—¿Daeman? —Su voz sugería que iba a permanecer sentada en aquel banco hasta que él hablara, y Daeman no tenía fuerzas para levantarse y marcharse en ese momento.

—Hay un haz de luz azul que se alza en la noche en un lugar llamado Jerusalén —dijo por fin—, y en esa luz están atrapados más de nueve mil miembros del pueblo de Savi. Nueve mil judíos. Sean lo que sean los judíos.

Ada lo miró, sin comprender. Daeman advirtió que ella todavía no había escuchado esa parte de su historia. Todos estaban volviendo a aprender lentamente el delicado arte de la narración: llenaba las noches iluminadas por la luz de las velas de algo más que platos por fregar.

—Antes de que la guerra prometida por Odiseo llegue aquí —dijo Daeman, la voz suave pero decidida—, antes de que yo no tenga más remedio que luchar en una enorme confrontación que no comprendo, voy a sacar a esas nueve mil personas de esa maldita luz azul.

—¿Cómo? —preguntó Ada.

Daeman se echó a reír. Fue una risa fácil, inconsciente, algo que había aprendido en los dos últimos meses.

—No tengo ni puñetera idea —dijo.

Se puso en pie con esfuerzo, seguido de Ada para sostenerlo, y subieron por la colina hacia Ardis Hall. Algunos de los discípulos estaban encendiendo ya las linternas de la mesa al aire libre, aunque todavía faltaba una hora para la cena. Esta noche le tocaba a Daeman el turno de cocinar, y estaba intentando recordar qué plato le tocaba. Ensalada, esperaba.

—¿Daeman? —Ada se había detenido y lo estaba mirando.

Él se detuvo y le devolvió la mirada, sabiendo que la joven amaría a Harman eternamente y de algún modo sintiéndose feliz por ello. Tal vez eran las heridas y la fatiga, pero Daeman ya no quería tener sexo con toda hembra a la que encontrara. Naturalmente, advirtió, no se había encontrado con muchas hembras nuevas desde la tormenta de meteoritos.

—Daeman, ¿cómo lo hiciste?

—¡Hacer qué!

—Matar a Calibán.

—No estoy seguro de haberlo matado.

—Pero lo derrotaste —dijo la joven, casi con ferocidad—. ¿Cómo?

—Tenía un arma secreta —dijo Daeman. Vio la verdad de lo que estaba diciendo incluso mientras lo hacía.

—¿Cuál? —preguntó Ada. Las sombras de la tarde eran largas y suaves sobre el jardín que los rodeaba, el cielo amable sobre Ardis Hall, pero Daeman vio nubes oscuras congregándose en el horizonte detrás de ella.

—La cólera —dijo por fin—. La cólera.