Las llanuras de Ilión
Mahnmut llegó a la Colina de Espinos justo cuando nueve altas figuras negras salían de la nave espacial que había aterrizado entre las naves-avispa, y las nueve bajaron la rampa en medio de la tormenta de polvo creada por su aterrizaje. Las figuras eran humanoides con algo de insecto, cada una de unos dos metros de altura, cubiertas de brillantes y quitinosas armaduras de duraplast y un casco que reflejaba el mundo que las rodeaba como ónice pulido. Sus brazos y piernas recordaron a Mahnmut las imágenes que había visto de las extremidades de los escarabajos: terriblemente curvos, engarbados, con espinas y negros aguijones. Cada figura llevaba un arma compleja y de múltiples cañones que parecía pesar al menos quince kilogramos. La figura que dirigía a las demás se detuvo en medio del remolino de polvo y señaló directamente a Mahnmut.
—Tú, pequeño moravec, ¿es esto Marte? —La voz amplificada habló en el inglés básico interlunar y llegó a través de sonido y tensorrayo.
—No —dijo Mahnmut.
—¿No? Se supone que es Marte.
—No lo es —dijo Mahnmut, enviando toda la conversación a Orphu—. Es la Tierra. Creo.
La alta forma militar sacudió la cabeza como si ésa fuera una respuesta inaceptable.
—¿Qué clase de moravec eres tú? ¿De Calisto?
Mahnmut se alzó al máximo sobre sus dos pies.
—Soy Mahnmut de Europa, antaño del sumergible de exploración La Dama Oscura. Éste es Orphu de Io.
—¿Eso es un moravec de durovac?
—Si.
—¿Qué ha pasado con sus ojos, sensores, manipuladores y patas? ¿Quién ha abollado así su caparazón?
—Orphu es veterano de guerra —dijo Mahnmut.
—Tenemos que presentarnos a un ganimediano llamado Koros III —dijo la forma acorazada—. Llévanos a él.
—Fue destruido —dijo Mahnmut—. En cumplimiento de su deber.
La alta figura negra vaciló. Miró a los otros ocho guerreros de ónice y Mahnmut tuvo la impresión de que conferenciaban vía tensorrayo. El primer soldado se volvió de nuevo.
—Llévanos entonces al calistano Ri Po —ordenó.
—Destruido también —dijo Mahnmut—. Y antes de que sigamos adelante, ¿quiénes sois?
Son rocavecs, envió Orphu por su canal privado de tensorrayo.
—¿No sois rocavecs? —preguntó el ioniano por la longitud de onda común del tensorrayo. Había pasado tanto tiempo desde que Orphu no se comunicaba con nadie más que con Mahnmut, que el moravec más pequeño se sorprendió al oír su voz en la banda común.
—Preferimos el nombre de moravecs del Cinturón —dijo el líder, volviéndose hacia el caparazón de Orphu—. Deberíamos evacuarte a un centro de reparación de combate, antiguo. —Hizo una señal a algunos de los otros moravecs de combate y éstos empezaron a acercarse al ioniano.
—Alto —ordenó Orphu, y su voz tuvo la autoridad suficiente para detener a las altas formas—. Yo decidiré cuándo abandono el campo. Y no me llames antiguo o me comeré tus menudillos. Koros III estaba al mando de esta misión. Está muerto. Ri Po era el segundo al mando. Está muerto. Eso nos deja a Mahnmut de Europa y a mí, Orphu de Io, al mando. ¿Cuál es tu rango, rocavec?
—Centurión líder Mep Ahoo, señor.
¿Mep Ahoo?, pensó Mahnmut.
—Yo soy comandante —replicó Orphu—. ¿Está clara la cadena de mando aquí, soldado?
—Sí, señor —dijo el rocavec.
—Infórmanos de por qué estáis aquí y por qué creéis que esto es Marte —dijo Orphu con el mismo tono de mando absoluto. Mahnmut pensó que la voz de su amigo por tensorrayo estaba pasando a subsónico, tan grave era el tono—. Inmediatamente, centurión líder Ahoo.
El rocavec hizo lo que le decía, y se explicó tan rápidamente como pudo mientras más aparatos-avispa zumbaban en las alturas y cientos de guerreros troyanos salían de la ciudad y lentamente avanzaban colina arriba hacia el grupo de desembarco, los escudos alzados, las lanzas prestas. En el mismo instante, cientos más de aqueos y troyanos atravesaban el portal circular, a unos centenares de metros al sur, todos ellos corrían hacia las laderas heladas del Olimpo visibles a través de la rendija abierta en el cielo y el suelo.
El centurión líder Mep Ahoo fue sucinto. Confirmó la anterior valoración que Orphu le había hecho a Mahnmut (su discusión cuando pasaban por el Cinturón de Asteroides camino de Marte), de que sesenta años-t atrás el ganimediano Koros III había sido enviado al Cinturón por Asteague/Che y el Consorcio de las Cinco Lunas. Pero la misión de Koros había sido diplomática, no de espionaje. Tras pasar más de cinco años en el Cinturón, saltando de roca en roca y perdiendo en el proceso la mayor parte de su equipo de apoyo moravec jupiterino, Koros había negociado con los beligerantes líderes de los clanes rocavecs, compartiendo la preocupación de los científicos moravecs jupiterinos por la rápida terraformación de Marte y los primeros signos de actividad de túneles cuánticos que se acababan de detectar allí. Los rocavecs querían saber quién estaba haciendo esos peligrosos túneles TC: ¿posthumanos de la Tierra? Koros III y los moravecs del cinturón acordaron llamarlos EMD: Entidades Marcianas Desconocidas.
Los rocavecs ya estaban preocupados, aunque más por la visible (e imposible) y rápida terraformación de Marte que por la actividad cuántica, que su tecnología no detectaba con facilidad. Atrevidos y beligerantes por naturaleza, los moravecs del Cinturón ya habían enviado seis flotas de naves espaciales al relativamente cercano Marte. Ninguna de sus naves había regresado ni sobrevivido a la traslación a la órbita marciana. Algo en el Planeta Rojo, o en lo que había sido el Planeta Rojo hasta hacía poco (los rocavecs no tenían ni idea de qué) destruía sus flotas antes de que llegaran.
Con diplomacia, astucia, valor y algún que otro combate singular, Koros III se había ganado la confianza de los líderes de los clanes rocavecs. El ganimediano les explicó el plan del Consorcio de las Cinco Lunas: primero, los rocavecs diseñarían y biofabricarían guerreros-vecs específicos a lo largo de los siguientes cincuenta años, usando su ADN rocavec ya establecido como base reproductora. Los rocavecs serían también responsables de diseñar y construir vehículos avanzados para el combate en el espacio y la atmósfera. Mientras tanto, los científicos e ingenieros moravecs de las Cinco Lunas, más avanzados, desviarían la tecnología punta de su programa interestelar para la construcción de un perforador de túneles cuánticos y un estabilizador de agujeros de gusano propio.
Segundo, cuando fuera el momento y la actividad cuántica de Marte llegara a niveles alarmantes, el propio Koros lideraría un pequeño contingente de moravecs del espacio de Júpiter, con el objetivo de llegar sin ser detectados al Planeta Rojo.
Tercero, una vez en Marte, Koros III colocaría el perforador de túneles cuánticos en el vértice de la actual actividad TC, estabilizando no sólo esos túneles cuánticos ya usados por las EMD, sino abriendo nuevos túneles al Cinturón de Asteroides, donde otros aparatos perforadores diseñados en las Cinco Lunas estarían esperando su señal para activarse.
Cuarto, finalmente, los rocavecs enviarían a través de estos túneles cuánticos sus flotas y sus guerreros a Marte, donde se enfrentarían, identificarían, someterían, dominarían e interrogarían a las Entidades Marcianas Desconocidas.
—Parece sencillo —dijo Mahnmut—. Enfrentarse, identificar, someter, dominar e interrogar. Pero, en realidad, vuestro grupo ni siquiera ha llegado al planeta adecuado.
—Navegar por los túneles cuánticos fue más complicado de lo que se esperaba —dijo el centurión líder Mep Ahoo—. Nuestro grupo conectó obviamente uno de los túneles de las EMD ya existentes y pasó de largo Marte, llegando… aquí.
La quitinosa figura de ónice miró alrededor. Sus soldados alzaron sus pesadas armas cuando un centenar de troyanos se acercó a la cima de la colina.
—No les disparéis —dijo Mahnmut—. Son nuestros aliados.
—¿Aliados? —dijo el soldado rocavec, su brillante visor vuelto hacia la muralla de lanzas y escudos. Pero al final asintió, tensorrayó a sus soldados y éstos bajaron las complejas armas.
Los troyanos no bajaron las suyas.
Afortunadamente, Mahnmut reconoció al comandante troyano de las largas presentaciones de capitanes que había visto antes. En griego, Mahnmut le dijo:
—Périmo, hijo de Megas, no ataques. Estos hombres negros son nuestros amigos y aliados.
Las lanzas y escudos permanecieron alzados. Los arqueros de la segunda fila bajaron sus arcos pero no retiraron sus flechas, dispuestos a apuntar y disparar en cuanto lo ordenaran. Los rocavecs podían sentirse a salvo de aquellas flechas empapadas en veneno, pero Mahnmut no quería probar la fuerza de su propia coraza de esa manera.
—«Amigos y aliados» —se burló Périmo. El pulido casco de bronce del hombre, la guarda de la nariz, la cobertura de las mejillas, los redondos huecos para los ojos y el largo borde en la nuca sólo mostraban la furiosa mirada de Périmo, sus labios estrechos y su fuerte barbilla—. ¿Cómo pueden ser «amigos y aliados», pequeña máquina, cuando no son ni siquiera hombres? Y ya puestos, ¿cómo puedes serlo tú?
Mahnmut no tenía una buena respuesta para eso.
—Me viste con Héctor esta mañana, hijo de Megas —dijo.
—Te vi también con Aquiles, el ejecutor de hombres —respondió el troyano. Los arqueros habían vuelto a alzar sus arcos y había al menos treinta flechas apuntando a Mahnmut y los rocavecs.
¿Cómo me gano la confianza de este tipo?, tensorrayó Mahnmut a Orphu.
Périmo, hijo de Megas, murmuró el ioniano. Si hubiéramos dejado las cosas tal como decía la Ilíada, Périmo habría muerto dentro de dos días a manos de Patroclo, junto con Autónoo, Equeclo, Adastro, Elaso, Mulio y Pilartes en una salvaje refriega.
Bueno, envió Mahnmut, no tenemos dos días, la mayoría de los troyanos que has mencionado (Autónoo, Multo y los demás) están aquí ahora mismo con los escudos alzados y las lanzas prestas, y no creo que Patroclo vaya a ayudarnos a salir de aquí a menos que venga nadando desde Indiana. ¿Alguna idea de lo que podemos hacer ahora?
Diles que los rocavecs son ayudantes, forjados por Hefesto y convocados por Aquiles para ayudamos a ganar la guerra contra los dioses.
Ayudantes, dijo Mahnmut, repitiendo la palabra en griego. No conocía esta forma particular del nombre, no significa «criado» ni «esclavo» y…
Tú suéltalo, gruñó Orphu, antes de que Périmo te atraviese el hígado con una lanza.
Mahnmut no tenía hígado, pero captó la sugerencia de Orphu.
—Périmo, noble hijo de Megas —dijo Mahnmut—, estas formas oscuras son ayudantes, forjados por Hefesto pero traídos aquí por Aquiles para ayudarnos a ganar la guerra contra los dioses.
Périmo vaciló.
—¿Tú también eres un ayudante? —preguntó.
Di que sí, envió Orphu.
—Sí.
Périmo ladró a sus hombres y los arcos bajaron y las flechas fueron retiradas.
Según Homero, envió Orphu, los "ayudantes" eran una especie de androides creados en la fragua de Hefesto con partes humanas, y los dioses y algunos mortales los usaban como si fueran robots.
¿Me estás diciendo que en la Ilíada hay androides y moravecs?, preguntó Mahnmut.
La Ilíada tiene de todo, dijo Orphu.
—Centurión líder Ahoo —le ordenó Orphu al jefe de los rocavecs—, ¿habéis traído proyectores de campos de fuerza en esa nave?
El alto rocavec de ónice se puso firmes.
—Sí, comandante.
—Envía un escuadrón a la ciudad. A esa ciudad, Ilión. Y emplaza un campo de fuerza total para protegerla —ordenó Orphu—. Emplaza otro para proteger el campamento aqueo que ves en la costa.
—¿Un campo de fuerza total, señor? —preguntó el centurión. Mahnmut sabía que eso probablemente requeriría toda la potencia del reactor de fusión de la nave.
—A toda potencia —dijo Orphu—. Que pueda repeler ataques con lanzas, láser, máser, balísticos, cruceros, nucleares, termonucleares, neutrones, plasma, antimateria y flechas. Son nuestros aliados, centurión líder.
—Si, señor.
La figura de ónice se dio media vuelta y envió un mensaje por tensorrayo. Una docena de soldados descendieron por la rampa cargando con enormes proyectores. Los oscuros soldados corrieron a paso de marcha, dejando solo al centurión líder Ahoo junto a Mahnmut y Orphu. Los aparatos-avispa despegaron y trazaron círculos en el aire, las armas todavía girando.
Périmo se acercó más. La cresta del casco pulido pero abollado del hombre apenas llegaba al pecho cincelado del centurión líder Ahoo. Périmo alzó el puño y golpeó con los nudillos la coraza de duraplast del rocavec.
—Interesante armadura —dijo el troyano. Se volvió hacia Mahnmut—. Pequeño ayudante, vamos a unirnos a Héctor en la lucha. ¿Quieres venir con nosotros?
Señaló al amplio círculo que marcaba el cielo y el suelo al sur. Más unidades troyanas y aqueas marchaban a través del portal cuántico, sin correr, sino marchando en orden, los carros y los cascos brillando, los estandartes ondeando, las puntas de las lanzas reflejando la luz del sol de la Tierra por un lado, la luz marciana por el otro.
—Sí —dijo Mahnmut—. Quiero ir con vosotros.
¿Te quedarás aquí, antiguo?, le dijo a Orphu por tensorrayo.
Tengo al centurión líder Mep Ahoo para protegerme, envió el ioniano.
Mahnmut marchó junto a Périmo colina abajo (los arbustos de espinos estaban ahora casi aplastados después de nueve años de ir y venir en la batalla), guiando al pequeño contingente de troyanos para reunirse con Héctor. Al pie de la colina se detuvieron cuando una extraña figura avanzó trastabillando hacia ellos: un hombre desnudo y sin barba, con el pelo revuelto y los ojos levemente enloquecidos. Caminaba con torpeza, abriéndose camino entre las piedras, los pies descalzos y ensangrentados. Sólo llevaba un medallón.
—¿Hockenberry? —dijo Mahnmut en inglés. Dudaba de sus propios circuitos de reconocimiento visual.
—Presente —sonrió el escólico—. ¿Cómo estás, Mahnmut? Buenas tardes, Périmo, hijo de Megas —añadió en griego—. Soy Hockenberry, hijo de Duane, amigo de Héctor y Aquiles. Nos conocimos esta mañana, ¿recuerdas?
Mahnmut nunca había visto antes un ser humano desnudo, y esperó que pasara mucho, mucho tiempo hasta que tuviera que ver a otro.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó—. ¿Y tus ropas?
—Es una larga historia —respondió Hockenberry—, pero apuesto que podría resumirla y terminarla antes de que atravesemos ese agujero en el cielo. —Se volvió hacia Périmo—. Hijo de Megas, ¿existe la posibilidad de que alguien de tu grupo me preste un poco de ropa?
Périmo obviamente reconoció a Hockenberry ahora y recordó cómo Aquiles y Héctor se habían dirigido a él antes en su interrumpida conferencia de capitanes en la Colina de Espinos. Se volvió y ordenó a sus hombres.
—¡Ropa para este señor! ¡La mejor capa, las sandalias más nuevas, la mejor armadura, las grebas mejor pulidas y la ropa interior más limpia!
Autónoo dio un paso al frente.
—No tenemos ropa ni sandalias ni armaduras de más, noble Périmo.
—¡Desnúdate y entrégale las tuyas inmediatamente! —gritó el comandante troyano—. Pero mata primero los piojos. Es una orden.