58

El Anillo Ecuatorial

Al principio no pudieron sacar a Hannah del tanque. El pesado trozo de tubería no era capaz de mellar el cristal plástico. Daeman disparó tres veces con la pistola de Savi, pero las flechas apenas marcaron la superficie del tanque antes de rebotar por toda la fermería, rompiendo cosas frágiles, desviándose en los servidores ya desconectados y casi alcanzándolos a ambos. Finalmente Harman encontró un modo de subirse a la parte superior del tanque y usaron el tubo como palanca y luego arrancaron la complicada tapa. Luego Harman se colocó el visor de la termopiel, se puso la máscara de osmosis y saltó al líquido que se vaciaba para sacar a Hannah. Con la energía principal desconectada, las luces apagadas y el brillo del tanque reduciéndose a la nada, trabajaron casi a ciegas, usando sólo el haz de la linterna.

Desnuda, mojada, sin pelo, la piel irritada y nueva, su joven amiga parecía tan vulnerable como un pajarillo recién nacido mientras yacía tirada en el suelo mojado de la fermería. La buena noticia era que respiraba (jadeando, de manera entrecortada, alarmantemente rápida), pero respiraba por su cuenta. La mala noticia era que no podían despertarla.

—¿Vivirá? —preguntó Daeman. Los otros veintitrés hombres y mujeres del tanque estaban obviamente muertos o moribundos y no había manera de sacarlos a tiempo.

—¿Cómo quieres que lo sepa? —jadeó Harman.

Daeman miró en derredor.

—La temperatura está bajando sin la energía para calentarlo todo. Dentro de unos minutos estaremos bajo cero, igual que en la ciudad principal. Tenemos que encontrar algo para taparla.

Todavía con el arma, pero sin buscar ya a Calibán, Daeman atravesó corriendo la oscura fermería. Había huesos humanos, trozos de carne putrefacta, servidores inmóviles, fragmentos y pedazos de instrumentos y tubos y tuberías, pero ni una sola manta. Daeman arrancó una placa de plástico transparente de la tapa que ya habían arrancado para sellar la entrada semipermeable y regresó.

Hannah estaba todavía inconsciente pero tiritaba incontrolablemente. Harman la rodeaba con sus brazos y le frotaba la carne con las manos desnudas, pero eso no parecía servir de nada. El plástico se adaptó torpemente a su cuerpo blanco y delgado, pero ninguno de los dos creyó que fuese capaz de retener el calor corporal.

—Va a morirse a menos que hagamos algo —susurró Daeman. De las sombras de los tanques de curación, ahora oscuros, llegó un sonido reptante. Daeman ni siquiera se molestó en alzar el arma. El vapor del oxígeno líquido y otros fluidos derramados llenaba la fermería.

—Vamos a morirnos pronto de todas formas —dijo Harman. Señaló hacia los paneles transparentes que tenían encima.

Daeman alzó la mirada. La estrella blanca del acelerador lineal estaba más cerca, mucho más cerca.

—¿Cuánto tiempo queda? —preguntó.

Harman negó con la cabeza.

—Los cronómetros desaparecieron con la energía y Próspero.

—Nos quedaban unos veinte minutos cuando empezaron los problemas.

—Sí —dijo Harman—, ¿pero cuánto hace de eso? ¿Veinte minutos? ¿Treinta? ¿Cuarenta y cinco?

Daeman miró hacia arriba. La Tierra había desaparecido y sólo las estrellas (incluyendo la forma brillante que se abalanzaba hacia ellos) ardían frías en los paneles.

—La Tierra era todavía visible cuando empezó esta mierda —dijo—. No pueden haber pasado mucho más de veinte minutos. Cuando la Tierra vuelva a aparecer…

La porción blanca y azul del planeta apareció a la vista entre los paneles inferiores.

—Tenemos que irnos —dijo Daeman. Hubo más roturas y fricciones en la oscuridad, tras ellos. Daeman se giró con la pistola preparada, pero Calibán no apareció. La gravedad de la fermería estaba fallando ahora también; los charcos de líquido empezaban a levantarse del suelo y trataban de flotar, adquiriendo forma de ameba, buscando convertirse en esferas. La linterna de Savi reflejaba su luz en las resbaladizas superficies, por todas partes.

—¿Cómo nos vamos? —preguntó Harman—. ¿La dejamos aquí?

Los párpados de Hannah no estaban cerrados del todo, pero sólo podían verle el blanco de los ojos. Sus temblores estaban remitiendo, pero eso a Daeman le pareció un mal signo.

Daeman se había quitado la máscara (había aire suficiente para respirar en la fermería, aunque seguía oliendo a una despensa de carne sin la energía) y ahora se frotó la barba.

—No podemos llevarla al sonie con sólo dos termopieles. Moriría de exposición en la ciudad, no digamos ya en el espacio.

—Tenemos el campo de fuerza y el calentador del sonie —susurró Harman—. Savi los conectó cuando volábamos alto.

Se quitó también la máscara, y su aliento formó una nube en el frío aire. Había hielo en su barba y su bigote. Sus ojos parecían tan cansados que a Daeman le dolía mirarlos.

Daeman negó con la cabeza.

—Savi me contó cómo eran el frío y el calor en el espacio, lo que le hace el vacío al cuerpo. Hannah moriría antes de que consiguiéramos conectar el campo de fuerza.

—¿Te acuerdas de cómo conectarlo? —preguntó Harman—. ¿De cómo pilotar la maldita cosa?

—Yo… no lo sé —respondió Daeman—. La vi pilotarlo, pero nunca pensé que tendría que hacerlo yo. ¿Tú no te acuerdas?

—Yo estoy tan… cansado —dijo Harman, frotándose las sienes.

Hannah había dejado de temblar y parecía muerta. Daeman se quitó el guante de la termopiel y colocó la palma desnuda sobre su pecho. Por un segundo estuvo seguro de que había muerto, pero luego notó el leve y rápido latido de su corazón, como el de un pajarillo.

—Harman —dijo, con voz fuerte—, quítate la termopiel.

Harman lo miró y parpadeó.

—Sí —dijo estúpidamente—, tienes razón. Yo ya he tenido mis Cinco Veintes. Ella se merece vivir más que…

—No, idiota. —Daeman empezó a ayudarle a quitarse el traje. El aire estaba convirtiendo ya en hielo la cara y las manos expuestas de Daeman; no imaginaba cómo sería estar desnudo con aquel frío. El aire escaseaba mientras hablaban, y sus voces sonaban más agudas y más débiles—. Comparte la termopiel con ella. Cuenta hasta quinientos, luego quítasela y caliéntate tú. Sigue intercambiándola con ella hasta que muera.

—¿Dónde vas a estar tú? —jadeó Harman. Se había quitado la termopiel y estaba intentando ponérsela a la muchacha inconsciente, pero sus manos y brazos temblaban tanto de frío que Daeman tuvo que ayudarlo. Inmediatamente la termopiel se adaptó al cuerpo de Hannah y ella empezó a temblar de nuevo, aunque el traje contenía ahora casi el cien por cien de su calor corporal. Harman le puso su máscara de ósmosis.

—Voy a buscar el sonie —susurró Daeman. Le tendió a Harman la pistola, pero tuvo que alzarse la máscara para hacerse oír, ya que el otro hombre no tenía el comunicador del traje—. Toma. Quédatela por si Calibán viene a por vosotros.

Daeman recogió el tubo de cuatro palmos que habían usado como palanca.

—No lo hará —dijo Harman entre jadeos—. Irá a por ti. Luego podrá devorarnos a placer.

—Bueno, espero causarle indigestión —dijo Daeman. Se puso la máscara de osmosis y se impulsó y corrió y flotó hacia la membrana de salida.

Sólo después de haber usado el extremo afilado del tubo para romper y rasgar un agujero del tamaño de un hombre en la membrana y pasar a la gravedad aún más baja y al frío aún más grande y oscuro del otro lado, advirtió Daeman que no le había dicho a Harman que su plan era regresar con el sonie, haciendo de algún modo que atravesara la ventana-pared para recogerlos a ambos. Bueno, ya es demasiado tarde para volver y decírselo.

Daeman siempre había tenido problemas para seguir el ritmo de Savi y Harman cuando los tres nadaban para abrirse paso a través de la ciudad de cristal hacía un mes (una eternidad ya), pero ahora Daeman nadó a través del fino aire como si fuera una criatura marina de baja gravedad, una nutria de la ciudad de cristal, encontrando siempre el lugar perfecto donde impulsarse con los pies justo en el instante adecuado, chapoteando en el aire con los tres miembros libres con pura economía de esfuerzo, dando volteretas y haciendo piruetas con perfecta sincronización para encontrar la siguiente viga o mesa o incluso el siguiente cadáver posthumano para impulsarse al siguiente tramo del viaje.

Seguía sin ser lo bastante rápido. Podía sentir que el tiempo le ganaba la carrera, mientras alzaba la vista y veía los paneles de la ciudad de cristal. Los paneles mostraban su brillo moribundo, proyectando una oscuridad aún más profunda a los lechos de algas y las terrazas cubiertas de cadáveres por donde él se impulsaba y nadaba, pero no había paneles transparentes por los que pudiera ver la llegada del acelerador lineal. ¿Lo oiré cuando atraviese el techo de la ciudad de cristal, o el aire es demasiado escaso para transportar el sonido?

Apartó la cuestión de su mente. Lo sabría cuando llegara.

Daeman casi había pasado la torre de cristal mientras se encaminaba al sur cuando alzó la cabeza y vio que estaba ya directamente bajo los cientos y cientos de pisos de aire que se alzaban en la oscuridad.

Aterrizó en el asteroide, agarró el tubo con ambas manos, girando, usando sólo las lentes de su termopiel para penetrar la oscuridad. Allí flotaban formas humanoides, algunas cercanas, pero sus giros sin sentido sugerían que probablemente eran cadáveres de posts, no Calibán. Probablemente.

Daeman se colocó el tubo bajo el brazo, se agachó, recordó la pose encogida de Calibán, la imitó, y se impulsó con toda la energía que le quedaba en los brazos y piernas. Flotó hacia arriba, pero lentamente, demasiado lentamente. Sintió que apenas se movía cuando llegó a la primera terraza, situada a unos veinte o treinta metros, y advirtió lo débil que estaba mientras usaba la barandilla de la terraza para impulsarse de nuevo, contemplando las sombras mientras lo hacía.

Había demasiadas sombras.

Calibán podría saltar hacia él desde cualquiera de aquellas terrazas oscuras, pero Daeman no podía hacer nada al respecto: tenía que permanecer cerca de la pared y las terrazas para seguir impulsándose, moviéndose siempre, flotando hacia arriba, rápidamente al principio, luego con velocidad menguante hasta que escogía la siguiente terraza, sintiéndose como una rana que saltara de un lirio de metal y piedra al siguiente.

De repente Daeman soltó una carcajada. Su termopiel, bajo la suciedad y el lodo y la sangre y la mugre, era verde. Sí que parecía una rana torpe, famélica y achaparrada que se alzaba en vertical cada diez barandillas o cada diez terrazas. Su risa resonó hueca en sus comunicadores y le hizo guardar silencio, a excepción de su torturada respiración y sus gruñidos.

Con una punzada de temor, Daeman se detuvo y dio una voltereta mientras seguía flotando hacia arriba. ¿He sobrepasado el nivel donde está aparcado el sonie? La distancia hasta el suelo de abajo parecía increíble: trescientos metros de vacío, al menos, y el sonie estaba solamente… ¿a cuántos pisos de altura? Su corazón redobló de pánico. Daeman intentó recordar la imagen holográfica de la celda de control de Próspero. ¿A cincuenta metros o así? ¿A cien?

Enfermo de terror por haberse perdido, Daeman flotó hasta separarse de la pared y comprobó los paneles de cristal. La mayoría brillaban con aquel resplandor enfermizo anaranjado cada vez más tenue. Algunos eran claros allí arriba, plateados a la luz terráquea. Ninguno mostraba la marca blanca de las membranas semipermeables de la primera compuerta y la puerta de Próspero. ¿Vi esa marca de la ventana en el holograma, o supuse que habría una visible desde dentro?

Flotando ahora hasta casi detenerse en el apogeo de su último salto, Daeman se soltó la máscara de ósmosis. Iba a vomitar.

No tienes tiempo para eso, gilipollas. Trató de respirar el aire de allí arriba, pero era demasiado escaso, demasiado frío, demasiado rancio. Apenas consciente, Daeman volvió a ponerse la máscara. ¿Por qué no he traído la linterna? Creía que Harman la necesitaría para atender a Hannah o dispararle a Calibán, pero ahora no puedo distinguir las puñeteras ventanas.

Daeman se obligó a controlar la respiración y a calmarse. Antes de que la gravedad empezara a tirar de nuevo de él hacia aquel oscuro suelo situado mucho más abajo, se impulsó y se apartó de la pared, girando sobre su espalda como un nadador que buscara las estrellas.

Allí. Otros quince metros más arriba, en aquella pared. El cuadrado blanco en un panel opaco.

Daeman hizo una pirueta, sostuvo el tubo entre la barbilla y el pecho y uso ambos brazos y sus manos enguantadas en una poderosa brazada. Si no podía llegar a esa terraza cercana, perdería treinta metros o más de altura, y no creía que le quedaran fuerzas para subir otra vez.

Llegó a la terraza, agarró el tubo con la mano izquierda y se impulsó con los pies en vertical, cronometrándolo tan a la perfección que se detuvo justo cuando llegaba al panel marcado de blanco. Jadeando, la visión oscurecida por el sudor, Daeman extendió el brazo derecho. Su mano y su antebrazo atravesaron la membrana como si fuera una gasa levemente pegajosa.

—Gracias a Dios —jadeó Daeman.

Calibán lo alcanzó entonces, surgido de los huecos en sombras de la parte inferior de la siguiente terraza, los largos brazos y las largas piernas abiertas, los dientes brillando a la luz de la Tierra.

—No —gruñó Daeman Justo cuando el monstruo lo golpeaba, envolviendo brazos y piernas y largos dedos alrededor del hombre, los dientes buscando su yugular. El humano consiguió alzar el brazo derecho para protegerse la garganta (los dientes de Calibán rasgaron la carne y encontraron el hueso), mientras las dos formas, entrelazadas y debatiéndose, la sangre fluyendo en baja-g alrededor, caían juntos por el fino aire hasta la terraza siguiente, chocando contra cristal y plástico, contra madera y carne congelada posthumana mientras se hundían en la oscuridad.