El Anillo Ecuatorial
Daeman no se sorprendió mucho cuando vio que el holograma de Próspero podía incorporarse y caminar. El magus recogió su bastón y anduvo lentamente hacia la ventana-cúpula de la habitación. Cuando alzó el rostro para contemplar las estrellas pasar, la pálida luz marcó las arrugas de su garganta y sus mejillas. Toda aquella exposición a la vejez de los últimos días incomodaba a Daeman, todavía más teniendo en cuenta lo que estaba discutiendo en aquel momento. Trató de imaginar un mundo en que sus amigos y él (¡y su madre!) se volvieran viejos como Savi, como este holograma manchado y arrugado. Se estremeció de horror.
Entonces recordó el horror de los tanques, los gusanos azules y la mesa del comedor de Calibán.
¿No seria más práctico matar al monstruo? ¿Dejar la fermería intacta?
No, decidió Daeman a pesar del hambre y la fatiga. Aquel lugar era una obscenidad, se mirara como se mirase. Todo el sistema de creencias de sus Cinco Veinte se basaba en la convicción de que la gente iba a los anillos después de cumplir cien años, para unirse allí a los posthumanos en una vida de comodidad e inmortalidad. Daeman pensó en los cadáveres grises a medio devorar que flotaban en el aire escaso y rancio, y tuvo que reprimir una carcajada.
—¿Qué pasa? —preguntó Próspero, volviéndose a medias.
—Nada —dijo Daeman. Tenía ganas de llorar o de romper algo. Preferiblemente lo segundo.
—¿Cómo podemos destruir la fermería? —preguntó Harman. Temblaba a causa de la enfermedad. Su cara estaba aún más pálida que la de Daeman y le brillaba de sudor.
—Sí, ¿cómo? —preguntó Próspero, apoyándose en su bastón y mirándolos—, ¿Habéis traído explosivos, armas, aparte de esa tonta pistolita de Savi, o herramientas?
—No —respondió Harman.
—No hay ninguna aquí arriba —dijo Próspero—. Los post-humanos habían auto evolucionado muy por encima de las guerras y los conflictos. Y de las herramientas. Los servidores hacían todo el trabajo, aquí arriba.
—Todavía trabajan —dijo Daeman.
—Sólo en la fermería —contestó el magus. Se acercó despacio a la consola central—. ¿Habéis pensado en los cientos de seres humanos que flotan Indefensos en los tanques de la fermería?
—Dios mío —susurró Harman.
Daeman se frotó las mejillas, notando la barba. Era una sensación extrañamente gratificante.
—No podemos usar los fax-nódulos de los tanques de curación para regresar a la Tierra —dijo—, pero es posible que la gente que está ya en los tanques pueda ser faxeada de vuelta a los portales de los que vino.
—Sí —dijo Próspero—. Si podéis convencer a los servidores para que lo hagan. O si os hacéis con los controles del fax. Pero hay un problema.
—¿Cuál? —dijo Daeman, pero incluso al hacer la pregunta vio el problema claramente.
Próspero sonrió sombrío, y asintió.
—Para aquellos que acaban de llegar a los tanques, o los que han terminado con el proceso de curación de los gusanos azules, es posible regresar. Pero los cientos que están en pleno proceso de curación… —Su silencio lo dijo todo.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Harman—. Habrá gente nueva llegando y marchándose, cientos en proceso.
—Si Próspero tiene razón y podemos hacernos con los controles del fax —dijo Daeman—, podríamos cerrar las llegadas, y luego continuar faxeando a los ya curados a medida que termine el proceso, hasta que todos los tanques queden vacíos. Ambos hemos estado en los tanques. ¿Cuánto suele tardar la curación de los Veinte… veinticuatro horas? ¿Cuarenta y ocho para heridas graves como ser devorado por un alosaurio?
—No te «curaron» de eso —dijo Próspero—. Te reconstruyeron de cero, usando tus códigos de memoria actualizados de los bancos de fax, el ADN almacenado y partes orgánicas de repuesto. Pero tienes razón, incluso los casos de curación más lentos no requieren más de cuarenta y ocho horas.
Daeman abrió las manos y miró a Harman.
—-Dos días a partir del momento en que lleguemos a la fermería.
—Si podemos hacernos con la fermería y con el proceso de control del fax —dijo Harman, vacilante.
El magus se apoyó en el respaldo de su asiento.
—Yo no puedo hacer nada, pero sí daros información —dijo el anciano—. Puedo deciros cómo funcionan los controles del fax.
—Pero, ¿nosotros no podremos faxearnos? —preguntó Harman de nuevo. Obviamente, la idea de emplear el sonie le preocupaba.
—No.
—¿Podemos reprogramar los servidores para que se encarguen del faxeo? —-preguntó Daeman.
—No. Tendréis que destruirlos o desconectarlos. Pero no están programados para conflictos.
—Ni nosotros tampoco —rio Harman.
Próspero rodeó su sillón.
—Sí —susurró—. Vosotros sí. Con los seres humanos, no importa lo civilizados que podáis parecer, sólo es cuestión de despertar la vieja programación.
Daeman y Harman se miraron uno al otro. Harman se estremeció de nuevo dentro de la termopiel azul.
—Vuestros genes recordarán cómo matar —dijo Próspero—. Vamos, dejadme que os muestre el instrumento de destrucción.
El holograma de Próspero no podía manipular los controles virtuales de la consola central, pero enseñó a Daeman y Harman a usar sus manos con los complejos y brillantes manipuladores, interruptores, placas, dinamos y palancas.
Una imagen cobró solidez sobre la consola, luego rotó en tres direcciones para ser inspeccionada.
—Es uno de esos grandes artilugios del anillo-e que vimos al llegar —dijo Daeman.
—Un acelerador lineal con su anillo de recolección de agujero de gusano —dijo Próspero—. Los posthumanos estaban tan orgullosos de estas cosas… Como habéis visto, hicieron miles.
—¿Y? —dijo Harman—. ¿Estás diciendo que el sistema de fax de la Tierra está controlado por estas cosas?
Próspero negó pesadamente con la cabeza.
—Vuestro sistema de fax es terrestre. No mueve cuerpos por el espacio y el tiempo, sólo datos. Pero estos recolectores de agujeros de gusano son las arañas en el centro de la red de teleportación cuántica de los posthumanos.
—¿Y? —repitió Harman—. Nosotros sólo queremos regresar a la Tierra.
—Agarra ese controlador verde y aprieta dos veces el círculo rojo —dijo Próspero.
Daeman así lo hizo. En la imagen holográfica del acelerador lineal orbital, una pequeña cuadrícula de motores impulsores latió dos veces, enviando al espacio un diminuto cono plateado de gases cristalizados. La larga disposición de vigas, tanques, columnas y anillos empezó a rotar muy lentamente. Los contraimpulsores dispararon igual de brevemente, y el largo acelerador se estabilizó. El titilante agujero de gusano de su extremo, de cincuenta metros de diámetro, centrado dentro del enorme y brillante anillo de recolección, no había girado con el acelerador.
Daeman se inclinó para acercarse a la imagen holográfica del acelerador y vio que el anillo de recolección se apoyaba en balancines. Metió una mano en la imagen, tocó distintos elementos, y vio la imagen vid convertirse en diagramas y letras descriptivas: línea de retorno, inyector, cuadriimpulsores. Apartó la mano y la imagen en tiempo real reapareció.
—Impulsores de traslación orbital y control de altitud —dijo Próspero—. Este asteroide se encuentra en órbita estable (sería un acontecimiento de los que provocan la extinción de especies si cayera a la Tierra), pero los aceleradores de recolección del agujero de gusano y los espejos Cachemira eran trasladados constantemente.
—-Desde aquí —dijo Daeman.
Próspero asintió.
—Y desde las otras ciudades asteroidales.
Harman y Daeman volvieron a mirarse.
—¿Hay más ciudades posthumanas? —preguntó Harman.
—Tres más —respondió el magus—. Una en este anillo ecuatorial. Dos en el anillo polar.
—¿Hay posthumanos vivos en ellas? —preguntó Daeman. De repente vio una alternativa a la destrucción al final de los Cinco Veinte de vida.
—No. —Próspero se sentó en su sillón de alto respaldo—. Y no hay otras fermerías tampoco. Esta ciudad fue la única que se ocupó de vosotros, los antiguos modificados de allá abajo. —Indicó con una mano manchada la Tierra que asomaba por la curva derecha de la cúpula. La habitación de repente se iluminó de nuevo con la luz terráquea.
—Todos los posts están muertos —repitió Daeman.
—No, muertos no —dijo Próspero—. Se fueron a otro lugar.
Daeman miró el amanecer de la Tierra y la negrura del espacio sobre la titilante curva de la atmósfera.
—¿Adonde?
—A Marte, para empezar —dijo el magus. Miró sus expresiones de asombro y se echó a reír—. ¿Alguno de los hombres modernos tiene idea de dónde está Marte? ¿De qué es Marte?
—No —respondió Daeman sin el menor embarazo—. ¿Volverán los posts de allí?
—No lo creo —dijo Próspero, todavía sonriendo.
—Entonces no importa, ¿no? —dijo Harman—. Próspero, ¿estabas sugiriendo que podríamos usar este… este acelerador de partículas del agujero de gusano… como arma?
—Como el arma definitiva contra esta ciudad —contestó Próspero—. Los explosivos o las armas corrientes tendrían poco efecto contra la ciudad de cristal o contra este asteroide. Estas torres están hechas para soportar el impacto de meteoritos. Pero tres kilómetros o más de materiales exóticos de masa pesada con un agujero de gusano en el morro, bajo presión, causarán un impacto definitivo, sobre todo si apuntáis directamente a la fermería.
—¿Sobrevivirá Calibán? —preguntó Daeman.
Próspero se encogió de hombros.
—Sus túneles y grutas lo han salvado antes. Pero tal vez una colisión semejante causará una extinción de la especie de Calibán propiamente dicha.
—¿Puede escapar antes del impacto? —preguntó Harman.
—Sólo sí descubre el sonie y se apodera de una de vuestras termopieles —dijo Próspero. Sonrió de manera desconcertante, como si tal perspectiva no fuera del todo improbable.
—¿Cuánto tiempo necesitará esta monstruosidad de acelerador en llegar? —preguntó Daeman—. ¿Hasta el impacto?
—Podéis programarlo para que llegue tan rápida o tan lentamente como queráis —dijo el magus, levantándose y caminando hasta el interior de la consola central, donde la parte inferior de su cuerpo desapareció en los paneles metálicos y virtuales. Alzó un brazo, la túnica resbaló un poco, y el delgado antebrazo y el dedo huesudo señalaron el extremo del acelerador más apartado del anillo del agujero de gusano—. Justo aquí —dijo Próspero— están los impulsores de cambio de plano, los motores más potentes. Os mostraré cómo activarlos y apuntar con esta arma.
Los dos siguieron sus instrucciones para rotar el acelerador y programar lo que Próspero llamaba sus coordenadas de trayectoria y delta-v. El dedo de Daeman tembló sobre el botón virtual de inicio.
—No nos has dicho cuánto tiempo tenemos hasta el impacto —le dijo a Próspero.
El holograma agitó los dedos.
—Cincuenta horas no parece mal. Una hora para llegar a la fermería y haceros con el control. Cuarenta y ocho horas para permitir que las nuevas llegadas sanen y para enviarlas a todas de vuelta intactas. Una hora luego para encontrar el camino hasta el sonie y escapar antes de que este pequeño mundo se acabe.
—¿No hay tiempo para dormir? —dijo Harman.
—Yo no lo aconsejaría —respondió Próspero—. Calibán probablemente intentará mataros cada minuto de ese tiempo.
Harman y Daeman intercambiaron una mirada.
—Podemos turnarnos para dormir y comer y vigilar los controles —dijo Daeman. Sopesó la pistola y luego la guardó en la mochila de Savi—. Mantendremos a Calibán a raya.
Harman asintió, vacilante. Parecía muy, muy cansado.
Daeman miró de nuevo la imagen en tiempo real del acelerador lineal y colocó el pulgar sobre el botón de activación del impulsor.
—Próspero, ¿estás seguro de que esto no acabará con la vida en la Tierra o algo así?
El magus se echó a reír.
—Con la vida tal como la conocéis, sí —dijo—. Pero no será un acontecimiento que acabe con la especie como un asteroide de fuego. Al menos no lo creo. Tendremos que verlo.
Daeman miro a Harman cuyas manos estaban hundidas hasta las muñecas en el panel virtual.
—Hazlo —dijo Harman.
Daeman pulsó el botón. En la pantalla sobre el proyector holográfico, ocho enormes impulsores situados en el extremo del acelerador lineal se iluminaron con sólidos y continuos latidos de ignición de iones azules. La larga estructura se estremeció levemente y empezó a moverse muy despacio, directamente hacia la cara de Daeman y Harman.
—Adiós, Próspero —dijo Daeman, recogiendo la mochila y encaminándose hacia la salida semipermeable.
—Oh, no —dijo Próspero—. Si llegáis a la fermería, yo estaré allí. No me perdería las siguientes cincuenta horas por nada del mundo.