A diferencia de la primera vez, él había asumido el mando.
La noche siguiente, Pris estaba de pie a un lado del salón de lady Helmsley rodeada por un grupo de admiradores mientras intentaba no pensar en los recientes acontecimientos de la noche anterior.
Algo inútil, dada la pobre competencia que representaban sus atentos pretendientes. Había cuatro caballeros, además de las señoritas Cartwright y Siddons, con ella, todos intercambiando bromas y disparates; su cháchara insustancial no podía competir con sus recuerdos, con las imágenes que su mente recreaba: Dillon alzándose sobre ella en la noche, mientras se quitaba el resto de la ropa y la de ella y le mostraba cuánto placer podía proporcionarle, hasta qué punto podía hacer que su cuerpo disfrutara y alcanzara gloriosas alturas, inundando su alma de éxtasis.
Pero lo mejor de todo habían sido esos momentos en que había podido ver y comprobar cuánto placer le había proporcionado ella, liberando al hombre salvaje e imprudente, haciendo que disfrutara con una unión tan intensa y profunda que no sólo lo había satisfecho a él sino también a ella.
La segunda vez había sido aún más apasionante y fascinante que la primera.
Sin embargo, al final tuvieron que separarse. Habían recogido sus ropas y se habían vestido en la oscuridad, sin asomo de timidez; luego, él la había llevado a casa. Pris ya estaba en su habitación con la luz apagada cuando Eugenia y Adelaide regresaron; no había querido hablar con ellas, no había querido regresar al mundo real, lo único que había deseado era yacer en la cama y soñar.
—¿Asistirá a la carrera de esta semana, señorita Dalling?
Pris parpadeó, y dirigió una sonrisa a lord Matlock, que llevaba media hora intentando impresionarla.
—No lo creo, milord. Es una carrera menor. Dudo que sea lo suficientemente interesante para captar el interés de mi tía.
—Pero ¿Y usted y la hermosa señorita Blake? —Lord Matlock le dirigió una mirada suplicante—. Sin duda podremos tentarlas para que se unan a nosotros. Cummings llevará a su hermana, lady Canterbury. Podríamos organizar una fiesta.
Siendo experta como era en aquel juego, Pris jugó con ellos y permitió que intentaran persuadirla. Mientras los caballeros hacían planes y discutían entre ellos, Pris aprovechó la oportunidad de volver a examinar la estancia.
La fiesta de lady Helmsley era mucho más exclusiva que la velada de lady Kershaw. No se esperaba la asistencia de lord Cromarty; Eugenia había interrogado al respecto a lord Helmsley cuando llegaron, mencionando el vínculo irlandés para excusar su interés.
Así que Pris estaba segura por esa noche, o al menos durante un rato.
Faltaba que apareciera Dillon. La excitación la recorría de arriba abajo mientras examinaba las cabezas de los asistentes, impaciente por ver el registro y descubrir de qué manera podría ayudar a Rus, además deseaba ver a Dillon de nuevo y volver a estar a solas con él.
Hasta la fecha, sus encuentros habían sido casi siempre ilícitos, veladas privadas o alejadas de la sociedad y que, como tales, carecían de las convenciones sociales. Quizá fuera por eso por lo que se sintió tan emocionada cuando vio su cabeza oscura entre la multitud.
Devolviéndole la mirada a lord Matlock, fijó su atención en él.
—Desde la altura de mi faetón podrá ver las carreras perfectamente —la tentó Matlock—. ¿Qué me dice, señorita Dalling? ¿Se anima?
Pris esbozó una mueca.
—Lo siento, milord, pero no creo que mi tía lo permita. —Suavizó la negativa con una sonrisa—. Si le digo la verdad, ni la señorita Blake ni yo somos fieles seguidoras de las carreras.
Los caballeros bromearon educadamente con ella, señalando que ninguna dama que se preciara seguía a los rocines. Sonriendo, ella les devolvió sus ocurrencias, mirándolos fijamente mientras sus sentidos la impulsaban a centrar su atención en Dillon, al que sentía muy cerca.
Y de repente, él estaba allí, inclinándose de manera respetuosa sobre su mano y reclamando un sitio a su lado. Hizo una reverencia a las señoritas Cartwright y Siddons, y saludó con la cabeza a los caballeros.
—Matlock. Hastings. Markham. Cummings.
De inmediato, Dillon se convirtió en el centro de atención. Las jóvenes damas, como era de esperar, absorbieron todo lo que él decía, pero las reacciones de los caballeros fueron todavía más reveladoras. Ante sus ojos, Dillon —unos años mayor que ellos—, más duro y experimentado, era todo un enigma, pero uno por el que sentían admiración.
Al mirar a la alta figura ataviada con un traje negro y una camisa blanca, y su impresionante atractivo que sólo contribuía a realzarlo más, Pris comprendió la absoluta admiración que sentían esos caballeros y damas. La imagen que él mostraba, era la que cualquier caballero aristocrático querría ofrecer.
Los otros hombres se mostraron sumamente educados y respetuosos y pidieron su opinión sobre algunos caballos que correrían en las próximas carreras.
—Me pregunto si hay algo de cierto en el rumor que circula sobre algunas de las carreras que se celebraron hace unas semanas —dijo por impulso el señor Markham. Se percató demasiado tarde de con quién estaba hablando y miró a los demás mientras comenzaba a ruborizarse—. Bueno —concluyó débilmente—, ¿hay algún sospechoso?
«¿Algún sospechoso?». Pris miró a Dillon. Su expresión educada y distante no decía nada.
—En realidad no puedo comentar nada al respecto. —Esbozando una sonrisa distante, Dillon extendió la mano hacia Pris—. Si nos disculpan, me ha enviado lady Amberfield para que le presente a la señorita Dalling.
—Oh. Ah…, sí, por supuesto. —Lord Matlock hizo una reverencia igual que los demás caballeros.
En cuanto Pris se despidió de ellos y de las dos damas, Dillon la condujo entre la gente.
La sala de lady Helmsley era grande y tenía forma de L, pero dado el gran número de invitados que llenaba ese espacio era imposible ver más allá de unos metros. Dillon guio a Pris entre la multitud, agradeciendo que los numerosos asistentes casi imposibilitaran la vista. Pris llamaba la atención como siempre, a pesar del estilo severo de su vestido de seda. Era del mismo color que sus ojos y un excelente contrapunto a su pelo negro, que esa noche llevaba recogido en un moño alto. El estilo debería de resultar austero, pero, por el contrario, provocaba fantasías en los caballeros presentes. La seda moldeaba suavemente su figura, el escote exhibía el nacimiento de sus pechos y la profunda hendidura entre ellos, dejando expuesta la tentadora y vulnerable línea de la nuca.
Una vez más, ella había intentado suavizar el efecto con un chal de flecos de seda negro, y, una vez más, no lo había conseguido.
Con sus ojos recreándose en la imagen que ella ofrecía, él se sorprendió de su repentina susceptibilidad ante los, hasta ese momento, poco perturbadores encantos femeninos. Con una cínica resignación, la guio hasta el fondo del brazo más corto de la L.
Pris miró a su alrededor.
—¿Quién es lady Amberfield?
—Una matrona local.
Pris frunció el ceño.
—¿Para qué quiere conocerme?
—No quiere. —Después de conducida entre las últimas personas de la estancia, hizo que se detuviera ante una puerta secundaria de la pared del fondo de la habitación.
Ella miró la puerta.
—Ah. Ya entiendo.
Dillon abrió la puerta. Sin una palabra, Pris salió a un pasillo largo y oscuro. Tras echar un breve vistazo a los invitados, y comprobar que todos parecían ocupados, él la siguió y cerró la puerta a sus espaldas.
En medio de la penumbra, la miró a los ojos.
—No creo que nos hayan visto salir. ¿Estás dispuesta a arriesgarte a desaparecer una hora más o menos?
Ella arqueó las cejas.
—¿Para ver el registro? Por supuesto.
Dillon siguió mirándola durante un momento, luego le indicó el camino.
—Podemos acortar camino por los jardines. Dan a la parte trasera del club.
Dillon estaba familiarizado con la casa y los jardines. Una vez fuera, atravesaron con rapidez la zona de arbustos, dirigiéndose directamente hacia la puerta del muro del jardín, que daba a un área despejada, oculta de la calle principal por las fachadas traseras de otras propiedades y una hilera de árboles. Tras cruzar esa área abierta llegarían al bosque que rodeaba la fachada trasera del Jockey Club.
—¿Por ahí? —Pris señaló el bosque.
Él asintió con la cabeza. Levantando el dobladillo del vestido para no arrastrarlo por la hierba, ella apretó el paso.
Observando instintivamente las sombras de los árboles, Dillon no tardó en ajustar su paso al de ella.
—Te dejaré en la puerta trasera, luego rodearé el edificio y saludaré a los vigilantes.
—¿Vienes a menudo por la noche?
—De vez en cuando. Algunas veces se me ocurren nuevas ideas en especial, después de hablar con mi padre.
—Me has dicho que él también fue responsable del Registro Genealógico.
—Lo fue. —La miró—. Ocupó el mismo puesto que ocupo yo ahora. Se puede decir que viene de familia. En su momento, mi abuelo estuvo involucrado en la creación del registro.
La linde del bosque se abría ante ellos. Dillon miró los pies de Pris y se dio cuenta de que llevaba un calzado adecuado, a pesar del tacón de sus zapatos. Unos frágiles escarpines se hubieran estropeado y empapado al atravesar el bosque.
Cogiéndola del brazo, la detuvo junto a los árboles. Dillon observó las sombras e hizo una mueca.
—Hay zarzas.
—Oh. —Ella se miró las faldas y los largos flecos del chal.
Él dio un paso atrás, se inclinó y la cogió en brazos.
Pris contuvo un chillido, luego masculló un juramento irlandés…, uno que él conocía.
Ocultando una sonrisa, Dillon la alzó, acomodando su peso.
—Recógete el chal.
Todavía mascullando con ingratitud, ella recogió los flecos sobre su regazo.
Agachándose para esquivar una rama, la llevó a través del bosque. No había caminos definidos, pero la maleza no era densa. Resultó sencillo esquivar los pocos arbustos que se encontraron en su camino.
Aunque ella no dijo nada, Dillon tuvo la impresión de que se sentía irritada por perder el control, por tener que depender y confiar en él.
Ante ese pensamiento, su respuesta fue inequívoca. Podía entenderla, pero tendría que acostumbrase a ello.
A su alrededor, el bosque estaba vivo con un sordo coro de susurros, chirridos y chasquidos, pero no había indicio alguno de ningún hombre escondido entre las sombras. Era consciente de que ella también observaba, escrutando las sombras hasta donde su vista podía alcanzar. Estaba claro que no sabía si su «conocido» aún tenía intenciones de irrumpir en el club.
Eso le recordó lo grave que era la situación, le recordó por qué estaba a punto de romper la que, hasta ese momento, había sido una regla inflexible y mostrarle el registro.
Llegaron al final del bosque. Ella se retorció de inmediato entre sus brazos y la dejó en el suelo. Pris se sacudió las faldas y se recolocó el chal, luego miró el espacio abierto del club.
—Gracias.
Dillon sonrió ampliamente y recorrió con la vista la larga fachada lateral del enorme edificio. No había nadie a la vista. La cogió de la mano.
—Vamos.
La guio a través del césped por el camino que conducía a la parte posterior del club. La puerta trasera estaba protegida por un porche. La condujo allí.
—Espérame aquí —murmuró—. Entraré por la puerta principal y te abriré esta.
Ella asintió con la cabeza y él se apresuró a rodear el edificio hasta la entrada.
Dos vigilantes, que charlaban al calor de un brasero, levantaron la vista hacia él. Lo reconocieron y lo saludaron con una amplia sonrisa. Uno se tocó la gorra.
—Señor Caxton.
Sacando las llaves del bolsillo del chaleco, Dillon los saludó con la cabeza.
—Voy a trabajar un rato. Estaré en mi oficina.
—De acuerdo, señor.
Dillon subió los escalones.
—Se supone que estoy en casa de lady Helmsley… Vine a través del bosque. Está todo muy tranquilo ahí fuera.
Como él había esperado, el mayor de los guardas captó el significado oculto de sus palabras.
—Bueno, entonces… Joe estaba a punto de efectuar otra ronda, pero ya que el lugar está despejado, es evidente que no es necesario, así que nos quedaremos aquí sentados un rato.
—De acuerdo. Estaré al menos una hora. —Abrió la puerta y entró. Después de echar el cerrojo, atravesó el vestíbulo a grandes zancadas.
El guarda nocturno del interior del edificio tenía una pequeña cabina en un lateral del vestíbulo. Se asomó y Dillon lo saludó con la mano. El hombre le devolvió el saludo y se retiró; estaba acostumbrado a las visitas nocturnas de Dillon.
Luego recorrió el pasillo hasta la puerta trasera. En el mismo momento que la abrió, Pris entró, rozándole al pasar.
Se estremeció y se envolvió con fuerza en el chal, pero Dillon no creía que tuviera frío como ella quería hacerle pensar. Cerró la puerta y luego se giró para descubrir que Pris ya estaba en el pasillo, echando un vistazo en los despachos.
En cuanto la alcanzó, la tomó del codo, se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
—Ven.
Pris volvió a estremecerse, pero no de frío.
Consciente de que su excitada libido estaba en un estado bastante comprometido simplemente porque ella estaba cerca —eso sin tener en cuenta el paseo con ella en brazos por el bosque y el hecho de que estaban solos— y no necesitaba más estímulos, la guio directamente a su oficina.
Tras soltarla, cerró la puerta y cruzó la estancia hacia el enorme ventanal.
—Quédate dónde estás.
Cerró las pesadas cortinas, dejando el despacho sumido en la oscuridad, ya que Dillon conocía el lugar como la palma de su mano. Acercándose al escritorio, tomó la yesca de la bandejita de las plumas y la prendió.
Encendió la gran lámpara de la esquina del escritorio, ajustó la mecha y luego colocó la pantalla de cristal en su lugar. La luz inundó la estancia. Observó que ella se había acercado a la librería y que echaba un vistazo a los volúmenes.
—Es el tomo que falta. —Había un hueco en el tercer estante.
Pris lo miró arqueando las cejas.
—Está en la oficina de mis ayudantes. Espera aquí mientras voy a por él.
Pris miró la librería con el ceño fruncido.
—¿Sólo hay un libro?
A punto de llegar a la puerta, Dillon se detuvo y se giró hacia ella.
—¿Necesitas ver algún tomo del registro en particular?
Pris lo miró fijamente; no tenía ni idea.
Dillon suspiró y le explicó.
—En cada tomo del Registro Genealógico hay un listado de los caballos nacidos en un año determinado y que han sido registrados para correr en las carreras organizadas por el Jockey Club. No pueden correr hasta que cumplan los dos años. El tomo del registro de este año, contiene los caballos que cumplieron dos años el primero de mayo (la fecha que se toma de partida para todos los caballos) y que han formalizado su registro. El tomo del año pasado contiene los caballos de tres años, y cualquier nuevo caballo de tres años que se registre deberá inscribirse en ese tomo.
Ella frunció el ceño de nuevo.
—Cualquier registro debería valer, pero quizá sería mejor que trajeras el último.
Cualquiera que fuese el lío en el que estaba metido Rus, estaba ocurriendo en este momento. Así que probablemente el último volumen contendría lo que fuera que él estaba buscando.
Dillon le escrutó la cara, luego asintió con la cabeza y salió del despacho.
Pris caminó de regreso al escritorio. Se quitó el chal de los hombros, lo dobló y lo dejó a un lado. En el despacho no hacía frío. Los escalofríos, los nervios a flor de piel, se debían a la expectación, a la anticipación.
Al cabo de unos minutos descubriría qué buscaba Rus con tanta urgencia. Cruzando los brazos, miró sin ver el escritorio y rezó para poder comprender, para poder deducir de la información del registro qué clase de plan se estaba llevando a cabo y de qué manera amenazaba a Rus.
Su mente regresó a los últimos acontecimientos; su búsqueda del registro, sus encuentros con Dillon, y el culminante interludio de la noche anterior.
Su caída en desgracia, aunque fuera por una causa digna. Esbozó una mueca. No iba a engañarse pensando que se había entregado a Dillon Caxton sólo para ver el registro y de esa manera poder salvar a su gemelo.
Su único pesar era que Dillon así lo creía.
Un solo pensamiento, y ya volvía a sentir la emoción, a saborear la excitación de su viaje al lado salvaje y temerario de la vida. A recrearse en la tormenta que juntos habían desatado, y que habían disfrutado. A compartir los placeres sensuales y el deleite.
Miró hacia la puerta, y oyó cómo se cerraba otra no muy lejos. Inspiró hondo y dejó escapar el aire. Mentir, engañar, incluso aunque fuera por omisión nunca había sido fácil para ella. Si había engañado a su padre e involucrado a Eugenia y a Adelaide en su plan, era sólo porque Rus se encontraba en un serio aprieto. Era demasiado confiada, y estaba demasiado segura de sí misma para sentir la necesidad de andarse con subterfugios. Siempre se había mostrado a la gente tal como era y había afrontado con valentía las consecuencias de sus actos.
Oyó el sonido de las zancadas de Dillon que se acercaban cada vez más.
Clavó la vista en la puerta. Dejar que Dillon —el hombre que era en realidad— adivinara la verdad de sus sentimientos, adivinara que se había entregado a él sin ningún tipo de justificación, no sería inteligente. Se lo decía el instinto. Si llegaba a descubrirlo… No estaba segura de lo que él haría. Ni siquiera estaba segura de querer saberlo.
Se movió el picaporte. Descruzando los brazos, se incorporó.
Iba a examinar el registro, descubriría en qué estaba involucrado Rus, averiguaría la manera de encontrarle y lo sacaría de ese lío. Luego Eugenia, Rus, Adelaide y ella dejarían Newmarket. Y eso sería todo.
No existía futuro para Dillon Caxton y ella. Además, él no sabía quién era ella en realidad, y en las presentes circunstancias ese era un secreto que no pensaba revelar.
Se abrió la puerta y entró Dillon con un grueso tomo en los brazos.
Mirándolo fijamente, Pris sintió que se ponía cada vez más nerviosa ante la expectativa.
Dillon cerró la puerta, y se aproximó al escritorio.
—Es bastante pesado, déjame colocarlo sobre la mesa.
Ella se hizo a un lado. Él soltó el registro —un libro de unos quince centímetros de grueso, de medio metro de altura, y casi tan ancho como largo— que cayó pesadamente sobre el escritorio.
Con la mano en la cubierta, Dillon la miró mientras ella se acercaba.
—¿Buscas alguna entrada en particular?
Ella negó con la cabeza.
—Sólo necesito ver qué información se enumera.
Levantó la cubierta y abrió el libro en una página llena de entradas. Con un gesto se la señaló y luego retrocedió.
Pris clavó los ojos en la fina escritura que abarrotaba la página.
Miró hacia la lámpara; Dillon ya estaba ajustando la mecha para obtener más luz. Colocándose justo delante del libro, Pris apoyó las manos en el escritorio y se inclinó sobre el volumen para estudiar las anchas páginas.
Había unas columnas que ocupaban el doble de anchura. Otras eran más estrechas, salvo la última columna de la página de la derecha que ocupaba la mitad de la hoja. Cada entrada tenía por lo menos unos centímetros de ancho, y estaba claramente separada de las demás.
La primera columna indicaba el nombre del caballo, la segunda la fecha y lugar de nacimiento, la tercera hacía referencia a su madre y el linaje de esta, con detalles que ocupaban varias líneas, y la cuarta informaba sobre el padre y su linaje, también con bastantes detalles.
Desde allí, las descripciones se extendían considerablemente.
Las dos últimas columnas ocupaban casi toda la página de la derecha; una era la descripción física completa escrita con letra diminuta y la última era un listado de características. Pris sabía lo suficiente de caballos para comprender lo que leía, pero ¿cómo podrían usarse ilegalmente tales detalles? Y si Rus veía esas entradas, ¿les encontraría algún sentido?
Ella siguió leyendo, buscando alguna pista que, estaba segura, debía de estar allí.
Desde el otro lado del escritorio, Dillon estudió su cara. Observó con cuánta concentración sus ojos rastreaban la pequeña pero concisa letra de sus ayudantes.
¿Qué estaba buscando Pris? ¿Se daría cuenta él de cuándo lo encontraba?
¿Se daría cuenta ella?
Esa última cuestión permaneció en su mente. Tras llegar al final de una entrada, Pris se detuvo, luego frunciendo el ceño profundamente y con la preocupación oscureciendo esos preciosos ojos, pasó a la siguiente entrada.
Con creciente inquietud, Dillon se movió, se acercó a la librería y clavó la mirada en ella. Se forzó a ser paciente.
La noche anterior, Dillon había decidido que sólo había un camino a seguir. Sus planes eran claros, pero antes de poder llevarlos a cabo, tenía que liberar a Pris —y a sí mismo— del lío que la relacionaba con las carreras amañadas y que era su deber descubrir. Mientras ella permaneciera involucrada, no importaba que fuera inocente, las lealtades de Dillon estaban comprometidas y no podía permitirse dar un paso en falso.
Eso era lo que se había dicho a sí mismo, cómo había racionalizado sus acciones. Cómo había excusado la compulsión que le roía las entrañas y que le había llevado a mostrarle el registro, una flagrante violación de la que hasta ese momento había sido una regla absoluta.
Todo mentira. O si no era una mentira categórica, al menos no dejaba de ser una verdad a medias.
A sus espaldas oyó cómo Pris pasaba una página. Mirando por encima del hombro, la observó alisar la hoja e inclinarse para leerla mientras la luz dorada de la lámpara dibujaba su perfil.
Dillon se acercó un poco más para poder ver la expresión de su cara. La mirada vulnerable de sus ojos hablaba con claridad de la ansiedad que sentía, de su creciente preocupación.
Hablaba de confusión y, finalmente, de miedo.
La imagen atravesó como una lanza sus escudos, y lo incitó a acercarse a ella.
La verdad estaba en su corazón, en su alma, en sus huesos, rescatada estaba por encima de todo. Esa era su prioridad número uno, tenía que eliminar todo aquello que la amenazara.
Ni por un instante se le había olvidado que estaba en peligro, un peligro real. El peligro que suponía que un hombre le hubiera disparado, un peligro que quedaba en evidencia por la muerte de Collier. Fuera lo que fuese lo que estaba ocurriendo, quien estuviera involucrado no se echaría atrás a la hora de cometer un homicidio, y ella, sin que él supiera por qué, estaba metida en el medio.
Dillon estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que fuera necesaria para protegerla, incluso secuestrarla para mantenerla a salvo. Se encargaría de esos criminales, y luego lidiaría con Pris.
Quisiera ella o no.
Pris seguía concentrada en las páginas del registro. Dillon se acercó más, colocándose a su lado; incapaz de contenerse le deslizó una mano por la cintura. Distraída, ella lo miró brevemente por encima del hombro, y luego volvió a concentrarse en la página.
La sensación del cuerpo de Pris, cálido y maleable bajo la seda fue como un bálsamo sensual que tranquilizó a la bestia excitada que aguardaba en su interior. Mantuvo la mano en su cintura. Como ella no puso objeciones, él avanzó un poco más, cambiando levemente de posición para quedar justo detrás de ella, aprisionándola entre el escritorio y su propio cuerpo.
Atraído por la nuca expuesta, Dillon inclinó la cabeza e inspiró, llenándose los pulmones y la mente con el embriagador perfume de Pris. Totalmente seducido, posó los labios en la curva seductora, besando la piel exquisitamente suave.
Pris se estremeció y contuvo el aliento. Por un instante, alzó la cabeza en respuesta a su caricia, pero entonces él apartó los labios de su piel, y con un suspiro ella regresó a su tarea.
Dillon levantó la otra mano para unirla a la primera, rodeando su cintura, y sosteniéndola ante él, mientras contenía el aliento y esperaba a que el repentino palpitar de sus venas se apaciguara un poco.
Pris se distrajo, soltó una risita entre dientes, contenta de tenerle cerca. Descubrió que la sensación de la fuerza de Dillon rodeándola no era amenazadora sino reconfortante. Bajando la mirada a la cuidadosa caligrafía, intentó concentrarse de nuevo. Distraídamente, respondió a su contacto, frotando sus caderas contra las de él, de un lado a otro.
Las manos que le rodeaban la cintura se tensaron.
Pris parpadeó al sentir la dura protuberancia de su erección contra el trasero. Sus sentidos enloquecieron; la excitación corrió por sus venas. Se detuvo, luego volvió a rozarse contra él lentamente, fascinada por poder excitarlo con tanta facilidad.
Se preguntó qué haría él a continuación, y obtuvo la respuesta. Él se apretó más contra ella. Movió las manos, esculpiendo su cuerpo, subiéndolas para ahuecarle los pechos. Pris se enderezó, permitiendo la caricia, alentándola.
Dejando caer la cabeza contra el hombro de Dillon, Pris saboreó la sensación de sus manos recorriendo su cuerpo por encima de la seda, asombrada de lo mucho que había echado de menos su tacto, y de cuánto deseaba algo que conocía desde hacía menos de un día.
Dillon inclinó la cabeza y bajó los cálidos labios hasta la suave unión del cuello con el hombro, excitándola deliberadamente mientras sus dedos la rozaron, la acariciaron, la buscaron, y jugaron con ella.
—¿Has encontrado lo que estabas buscando?
Su cálido aliento agitó los rizos de encima de su oído y la acarició como una llama.
—No lo sé. —Sus palabras apenas fueron un susurro—. No puedo… interpretarlo.
Dillon le recorrió la garganta con los labios, encontrando un sensible lugar en el borde de su barbilla.
—Si me dices cuál es la razón de tu búsqueda, es probable que pueda ayudarte.
El deseo de decírselo era muy fuerte, pero…
—Necesito saber más antes de tomar una decisión.
Dillon dejó que sus manos, ahora inquietas y cada vez más posesivas, vagaran por el cuerpo de Pris; deteniéndose, le preguntó:
—¿Qué necesitas saber?
Pris bajó la mirada al libro abierto ante ella, a las columnas que llenaban las páginas. Se humedeció los labios.
—Necesito saber cómo se utiliza la información del registro.
Transcurrió una dilatada pausa, luego las manos de Dillon se deslizaron por el vestido, sobre la cintura y más abajo, a la unión de sus muslos, presionando con un dedo justo en ese punto, por encima de las faldas que cubrían sugerentemente su monte de Venus. De una manera descarada y explícita, él inclinó sus caderas contra las suyas.
—¿Estás segura?
Las palabras murmuradas en su oído estaban cargadas de ardor, con la misma fuerza seductora que había descubierto la noche anterior.
Eran los brazos del hombre salvaje e imprudente los que la sostenían, un hombre que podía mostrarle las estrellas y el resto del firmamento.
—Sí.
La palabra escapó de sus labios.
Ella esperó con los nervios a flor de piel a que él le diera la vuelta, a que la besara, a que se uniera a ella como la noche anterior.
Pero en vez de hacer eso, apartó la mano que mantenía sobre su pubis; Dillon se inclinó hacia delante y empujó el libro abierto sobre el escritorio.
—Deja las manos tal y como están, sobre el escritorio.
Dillon se acercó más, acercando sus caderas a las de ella, inmovilizándola contra el escritorio. Movió la mano para volver a ahuecarle el pecho sobre la seda. La otra mano seguía en la cintura, agarrándola, anclándola a él, mientras cerraba la mano sobre su pecho para amasarlo con frenesí, para juguetear con ella.
Con sus sentidos. Con sus pensamientos. Con sus nervios.
Los primeros se encendieron y Pris bebió con avidez de las sensaciones que él despertaba en su cuerpo y que excitaba todas sus terminaciones táctiles, haciéndola arder. Los segundos se perdieron y ella se dejó llevar totalmente cautivada por las caricias de Dillon, por las promesas implícitas en sus lentas caricias, casi arrogantes, por la pesada dureza del cuerpo masculino presionando contra el de ella.
En cuanto a sus nervios… él se los afinó como un maestro, poniendo su cuerpo a tono, preparándolo para su uso personal. Para su placer, para su propio deleite.
Dillon inclinó la cabeza y posó los labios en su cuello. Los sentidos de Pris enloquecieron de nuevo, luego se derritieron. ¿Qué tenía ese hombre que con tan sólo el leve roce de sus labios la hacía arder hasta quemarse? Cada ligera y provocadora caricia de esa lengua sobre su garganta la hacía encenderse de necesidad, con una embriagadora mezcla de lujuria, pasión y deseo que él extendía bajo su piel haciendo palpitar sus venas y tensando su vientre, donde se originaba un volcán de pura necesidad que estaba a punto de hacerla estallar.
La mano en la cintura la mantuvo erguida contra él. Los dedos siguieron jugueteando con su pecho, se deslizaron sobre su piel cerrándose sobre el pezón y pellizcándolo.
Ella soltó un grito ahogado. Se percató de que él le había aflojado el corpiño y apartado la tela para dejar su seno al aire, como si tuviera todo el derecho del mundo a poseerlo y acariciarlo tal como deseaba.
Había algún elemento, una corriente subyacente en su toque, que hablaba de eso, de cómo él la veía, de cómo la quería.
Pero la mente de Pris estaba tan obnubilada por la pasión que no podía pensar con claridad.
Su respiración se volvió más rápida y jadeante, y la opresión de sus pulmones aumentó todavía más cuando los labios de Dillon volvieron, cálidos y ardientes, a recorrer la línea vulnerable de su garganta.
Mareada, cerró los párpados. Dejó caer la cabeza hacia atrás y le permitió hacer lo que quisiera.
Lo dejó cebar ese horno que ella tenía en su interior y alimentar las llamas, hasta que el fuego fundió su cuerpo y su cerebro.
Luego, lo sintió inclinarse a sus espaldas. Cogiéndole las faldas por detrás, se las subió hasta que las sostuvo encima de la cintura, atrapando la camisola entre ellas, dejando al descubierto la parte de atrás de sus piernas y su trasero, exponiéndola al aire frío de la noche.
A él.
Dillon la tocó, la acarició, la moldeó.
Una llamarada fue la respuesta a cada caricia, un ardor que invadía la carne de Pris y fundía su sangre hasta hacerla palpitar.
Dillon rozó con los dedos los pliegues hinchados de entre sus muslos y el nudo que allí había latió y dolió, de forma que cuando él hubo acariciado y reclamado cada curva, cuando el rocío del deseo se había extendido por su piel mientras él la tocaba allí, presionando las yemas de los dedos entre sus muslos y acariciándola, abriendo sus pliegues y penetrándola profundamente, ella estaba absolutamente excitada y dispuesta.
Pris estaba a punto de gemir cuando Dillon le cubrió el pulso de la base de la garganta con esa boca cálida, la sujetó ante él y la penetró aún más profundamente con los dedos.
Con los ojos cerrados ella se concentró en esos dedos tan incitadores, presionándose contra ellos en cada empuje, moviendo las caderas para rozarse más contra su erección en una explícita invitación.
Dillon le soltó el pecho y se movió a sus espaldas. Luego se inclinó hacia delante, obligándola con los hombros y el pecho a doblarse sobre el escritorio mientras sus dedos volvían a acariciarle el pecho.
—Apóyate en las manos.
Pris lo hizo. Y sintió cómo le lamía con la lengua el galopante pulso de la base de la garganta. Sintió sus dedos pellizcando una vez más el pezón torturado y agudamente sensibilizado.
Pris sentía tanta presión en los pulmones que le dolían y tenía los nervios cada vez más tensos. Su cuerpo latía con un dolor sordo y lloraba de necesidad cuando él retiró los dedos del horno que tenía entre los muslos.
La punta de su erección llenó el vacío.
Él presionó hacia dentro, luego empujó más profundo, haciéndola ponerse de puntillas.
El sonido que ella emitió, en parte gemido, en parte sollozo, sonó a rendición. A necesidad, a hambre.
Dillon la agarró por la cadera, mientras que la otra mano, dura y cálida, permanecía sobre su pecho. La sujetó anclándola ante él, se retiró y empujó profundamente, alimentándose y nutriendo su hambre feroz con cada largo y duro envite.
Pris jadeó, e inclinó la cabeza, dejó que las sensaciones la atravesaran y la inundaran. Sintió el roce de sus labios, la caricia de su aliento en la nuca desnuda mientras la llenaba, mientras el placer florecía, crecía y los inundaba a los dos.
Dillon supo en ese mismo momento que ella se había rendido, que le cedía todos los derechos, que le daba el control, que le dejaba marcar el ritmo.
Fue un momento embriagador, uno que le habría gustado saborear, pero la calidez de su vaina resbaladiza cerrándose como un guante hirviente en torno a su rígida carne lo instó a continuar. No le dio tregua, ni le permitió pensar.
Cuando él la tenía entre sus brazos, todo lo que sabía, todo lo que podía asimilar mientras se hundía en su cuerpo, eran sentimientos. Se rebelaban, lo golpeaban, lo arrasaban. A veces se abrían camino en la batalla, derribaban sus sentidos y sus defensas, y hundían sus garras en lo más profundo de su alma.
Dillon sabía, no porque lo pensara sino por instinto, por qué estaban ahí. Cuando él la tomaba tan posesivamente, puede que fuera una posesión disimulada por su sofisticada experiencia, pero él sabía la verdad.
Sabía a dónde le conducía.
La noche anterior, Pris todavía era virgen; al principio él había asumido que lo era, pero su atrevida y descarada provocación lo habían hecho preguntárselo y dudar. Luego había llegado ese asombroso momento cuando ella se había empalado profunda y deliberadamente en él, y Dillon había descubierto la verdad. No bastaba sólo con que ella nunca hubiera tenido un hombre en su interior, o que lo hubiera elegido a él para su primera vez. Dillon removería cielo y tierra, llegaría hasta las estrellas, haría cualquier cosa para ser el único hombre en su vida.
Era una promesa nacida del alma y del corazón. Un voto que no necesitaba ser dicho, ni siquiera necesitaba ser pensado. En ese momento era, simplemente, una realidad que su alma veneraba y que había quedado grabada en su corazón.
Que había aceptado.
Comprenderlo lo dejó aturdido, lo estremeció, aún no había llegado a un nivel en él que fuera capaz de manejar esa inapelable convicción.
Ella. Era. Suya.
Dillon lo había sabido desde el primer momento que la vio. Ese conocimiento había estado arraigado en lo más profundo de su ser.
Todo muy lógico. Parecía que la parte racional de su mente había tomado el control, que había formulado los planes para conseguir lo que tanto necesitaba y que tenía que poseer. De una manera u otra, Pris sería suya. No tenía ninguna duda.
Pero él no era una persona racional, no actuaba guiado por la lógica. La necesidad que lo atravesaba, que lo atenazaba y consumía cada vez que la tenía cerca, cada vez que surgía la oportunidad; y la parte más temeraria de sí mismo la percibía, estaba totalmente dominada por la pasión. Una implacable necesidad labrada por el calor del anhelo desenfrenado, por las llamas de un deseo sin límites.
La deseaba con desesperación. Deseaba ardientemente sentir su piel desnuda y saborear su esencia. Era adicto a ella, y, simplemente, tenía que tenerla.
Esa era la razón por la que en ese momento la tenía inclinada sobre el libro abierto encima del escritorio, con el trasero al aire y la parte de atrás de sus muslos rozándose contra los suyos mientras la llenaba; con la fina piel como seda caliente bajo su mano y los pezones duros como guijarros entre sus dedos mientras hundía su rígido miembro en ese ardiente refugio y la volvía a reclamar.
Había tenido que poseerla de nuevo, se había sentido impelido a aplacar esa parte tan atrevida y temeraria que ella provocaba de forma tan flagrante, esa parte que ella quería poseer a toda costa.
Con su cuerpo apretado contra él, Dillon sintió que perdía el control. Sintió el rugido de su sangre en la cabeza. Sintió el calor que la atravesaba mientras la sostenía entre sus brazos y se hundía una y otra vez en ella, llevándola cada vez más alto.
Hasta que ella tocó las estrellas.
Hasta que ella estalló y gimiendo suavemente llegó a la cima. Sus músculos se contrajeron poderosamente en torno a él, una y otra vez, y eso fue todo lo que Dillon pudo aguantar. Con un gemido gutural la siguió y se dejó llevar por la marea cuando su cuerpo se unió desenfrenadamente con el de ella.
La conciencia regresó poco a poco, como un goteo.
Estaban inclinados sobre el escritorio, respirando como caballos que hubieran terminado una carrera. La mano de Dillon había resbalado desde el pecho de Pris y estaba apoyada al lado de la de ella para sostener su peso. Pris tenía la cabeza inclinada, y la nuca bajo sus labios.
Dillon rozó la piel delicada con su susurrante y jadeante aliento. Se preguntó, con esa parte desconcertada de su mente que había logrado resguardar, si ella pensaría realmente que la había reclamado en pago a la información como le había dejado creer…, o si, por el contrario, habría adivinado la verdad. Si en su corazón, en su mente, ella lo sabría.
La verdad que estaba escrita en su alma.