PRIS no quería que nada lo distrajera, ni a ella tampoco. Quería dejar a un lado sus problemas, cada vez más graves, aunque fuera por unos minutos. Quería calmar su alma inquieta y saborear ese lado salvaje e imprudente.
Dillon sabía a ambas cosas, y a una oscura y ardiente necesidad que la acariciaba y la provocaba, tentándola con una promesa de placeres prohibidos y peligrosos, de atávicos deleites con los que nunca había soñado.
Sus labios buscaron los de ella sin vacilación, respondiendo con la misma intensidad, o incluso más. Tomó lo que ella le ofrecía, pero sin exigirle nada. Dejó que ella tomara la iniciativa mientras se recostaba en el sofá con actitud distante para ver hasta dónde sería capaz de llegar Pris, de qué manera trataría de persuadirlo.
Ni en sus fantasías más descabelladas había pensado Pris que podía hacer algo así. Su deseo por ver el registro no era la verdadera razón por la que se había lanzado hacia él, de que le recorriera el labio inferior con la punta de la lengua, de que se hundiera por completo en su boca, cuando él abrió los labios, para tentarlo aún más.
Con un beso casi suplicante.
Él se movió, deslizó el brazo del respaldo del sofá y con lentitud la rodeó con él, atrayéndola hacia su cuerpo. Levantó la otra mano para ponerla sobre su cabeza mientras con suavidad la acercaba todavía más y la sentaba en su regazo. Luego inclinó la cabeza y asumió el control.
Del beso, y de todo lo demás que ella quisiera cederle, pero la pasividad no era el estilo de Pris; trazó unos límites y los sostuvo, dejando que la besara como quisiera y cuanto quisiera, pero reservándose el derecho de retomar el juego cuando así lo deseara.
Pero ahora, en ese momento, lo deseaba a él. Deseaba sentir su lengua acariciando la de ella, deseaba experimentar una vez más el cálido placer del deseo que él lograba despertar con tanta facilidad. Sus labios se movían sobre los de ella, exigiendo y controlando, pero sin prisas, con suavidad y arrogancia.
Pris salió al encuentro de cada estocada de su lengua, batiéndose y retirándose para dejarlo explorar de nuevo. Luego, le tomó la cabeza entre las manos y le devolvió el placer con atrevimiento.
Y en ese instante —ese segundo de vacilación en el que sintió que el control masculino se resquebrajaba, dejando ver su interior—, vio qué se escondía detrás de la sofisticada fachada de Dillon.
Algo que no era sofisticado en absoluto, sino primitivo, poderoso y devorador, algo afilado y ardiente; un deseo tan salvaje, tan imprudente y apasionado que, de liberarse, estallaría incontenible, sacudiendo y arrasando el mundo de los dos.
Una tentación salvaje e imprudente.
Un pecado que era imposible de resistir.
Pris lo vio, lo deseó y lo ansió. Sin contemplaciones se lanzó a por él, devorándole la boca con labios y lengua.
Dillon maldijo para sus adentros e intentó resistir. Su intención había sido provocarla y tentarla, nada más. Había pretendido desenmascarar a la mujer fatal por la que se hacía pasar, pues sabía que era una pose, poner las cartas sobre la mesa y dejarle bien claro que no podía ganar…
Pero se había olvidado de lo susceptible que era. No a ella —el simple aprecio por un cuerpo femenino era algo que podía controlar con facilidad— sino a la pasión que ella evocaba, haciendo rugir la sangre que corría por sus venas, a esa lujuria que, cuando la tenía entre sus brazos, le obnubilaba la mente.
Dillon intentó ignorarlo, luchó por resistirse… y fracasó. El calor formaba remolinos en su interior, se alzaba como una ola gigantesca que no podía contener. Con desesperación, la agarró por la cintura y la apartó para poner distancia entre sus cuerpos ardientes, para romper el beso que los sumergía cada vez más en una necesidad salvaje y rugiente.
Ella no lo dejó, sencillamente no se lo permitió; se subió a su regazo, le puso las manos en los hombros y utilizó su peso para arrinconarlo en la esquina del sofá. Luego se apretó contra él de una manera muy tentadora y comenzó a deslizar las manos por su cuerpo. Aquello, definitivamente, multiplicó sus problemas.
Aquellas manos seductoras vagaron bajo el abrigo y por encima de su pecho, mientras le abría el chaleco y la camisa y se los sujetaba a los lados, luego su lengua se encargó de hacer estragos en todos sus sentidos mientras el suave peso de esas curvas femeninas —suaves y flexibles— lo atraía y tentaba…, lo urgía a darle caza, haciendo aparecer al depredador que había en él, esa parte de él que apenas reconocía, pero que sabía que poseía. Era una de las muchas facetas de sí mismo que ella conseguía sacar a flote sin demasiado esfuerzo.
Dillon luchó para recobrar el aliento, para controlar sus pensamientos, si no sus sentidos. Tirando de las riendas, metafóricamente hablando, hizo acopio de fuerzas para enderezarse y apartarla de él, pero ella sintió que tensaba los músculos y se anticipó a su maniobra.
Dillon apenas había levantado los hombros cuando ella lo derrotó de manera aplastante, al empujarlo a un lado y hacer que su espalda chocara contra el brazo del sofá. Un revuelo de faldas y, al instante, las piernas cubiertas de fina seda le apresaron los muslos. Aquello definitivamente lo distrajo por completo.
Entonces, de alguna manera, él se encontró recostado contra el brazo acolchado del sofá, con las piernas estiradas sobre el asiento, y con Pris montada a horcajadas sobre él, con su calidez filtrándose a través de la tela de los pantalones mientras ella se reacomodaba sobre sus caderas.
Su mente, sus pensamientos, sus sentidos se rebelaron, luchando por asimilar cada sensación, cada contacto.
Los labios de Pris no habían abandonado los suyos, seguía besándolo con gran firmeza, atrayéndolo e incitándolo de una manera descarada y flagrante, como una sinuosa sirena moviéndose sobre él.
¿Sería realmente tan inocente como había pensado?
Antes de que pudiera reunir el suficiente ingenio para responderse a sí mismo, ella eliminó cualquier tipo de pensamiento racional de su mente.
A la altura de su cintura, las pequeñas manos de Pris le agarraron la camisa y tiraron con fuerza para liberarla de la cinturilla y acariciar la piel de debajo.
Sus caricias, la sensación de esas manos, cálidas e intensamente femeninas presionando con avidez y codicia sobre la ya acalorada piel de Dillon, lo marcaron a fuego.
E incineraron cualquier barniz de civilización que hubiera en él, haciendo volar en pedazos su legendario control.
Dillon reaccionó. Le tomó la cabeza, ahuecó la palma de la mano en la nuca de Pris y le devolvió el beso con voracidad, con un ansia nueva; un ansia que nunca antes había sentido, una mezcla entre el peligroso depredador y el frío caballero experimentado que era.
Un hombre primitivo y posesivo, arrogante y exigente.
En el fondo de su mente, sabía que estaba tan perdido como lo estaba ella, pero no podía remediarlo, no podía reunir la voluntad o la fuerza necesaria para liberarlos a ambos de la marea de pasión irresistible e incontrolable que atronaba en su ser y que los había capturado a los dos.
De la marea que los sumergía en un mar de deseo y cálido anhelo. Una marea que los conducía hasta un nivel donde para ellos no existía nada más que el cálido tacto y la siguiente caricia apenas contenida.
Con dedos torpes ella forcejeó con su corbata. Con una mano Dillon buscó a tientas las cintas de la capa anudadas al cuello de Pris y las desató.
La capa se le deslizó de los hombros y cayó a un lado con un susurro sibilante. Dillon rozó la seda del vestido mientras alzaba la mano para encontrar un seno; lo rodeó y lo palpó. Era incapaz de ocultar la necesidad de su caricia, la posesividad que lo dominaba. Soltando el firme montículo, buscó y encontró las cintas del corpiño, que desanudó con dedos rápidos y experimentados.
En el mismo momento en que este se aflojó, Dillon apartó la tela y, deslizando la mano por debajo, acarició con la palma la sedosa y cálida piel. Pris se estremeció. Una cálida marea de alivio sensual lo recorrió ante su tacto, pero aquello no alivió su deseo sino que lo excitó aún más, incrementando su necesidad, haciendo más profunda su lujuria. El beso se volvió ardiente; Dillon le inmovilizó la cabeza mientras él saqueaba su boca, suave, entregada, intensamente femenina. Embriagadora. Con la otra mano, rodeó y sopesó su seno, cerrando posesivamente los dedos sobre la tensa cima para acariciarla y pellizcarla.
Con un grito ahogado, ella interrumpió el beso. Inclinó la cabeza hacia atrás en un intento desesperado por recuperar el aliento.
Él sonrió para sus adentros, y aprovechó la oportunidad. Le soltó la nuca y dejó que esa mano vagara por su espalda hasta el hueco de la cintura, y a la vez se aprovechó de la instintiva oferta de Pris; inclinándose hacia delante, Dillon posó los labios en la garganta expuesta, rozando con una cálida caricia el sensible hueco de la oreja, luego dejó un reguero de besos ardientes por la tentadora columna de su garganta.
Entonces se detuvo para sentir el pulso que le latía salvajemente en la base del cuello, se detuvo para degustar el sabor, para saborear el deseo galopante que la mantenía en sus garras. Satisfecho, siguió descendiendo, trazando con sus labios el camino hacia la turgencia de su pecho cuyo brote pellizcaba con los dedos y que estaba doliente, palpitante y duro.
Dillon cerró los labios justo sobre ese punto y Pris dio un respingo entre sus brazos.
Él la apaciguó con un húmedo lametazo, y ella se estremeció. Dillon tomó nota mental, pero la bestia que había en su interior, hambrienta y necesitada, no vio razones para detenerse y considerarlo. Así que se entregó a la tarea de enseñarle todo lo que podía hacerle sentir, todo lo que podría experimentar si se entregaba a él.
Con suma maestría, él la redujo con rapidez a un estado de desesperada necesidad. Rota y sollozante, la respiración jadeante de Pris era música celestial para sus oídos.
Su propia necesidad era rugiente y desgarradora. Espoleado con una aguda anticipación, Dillon se echó hacia atrás, reclinándose contra el brazo del sofá, sorprendido de que también él necesitara recobrar el aliento, de que su respiración también fuera jadeante, de que…
A Pris se le había deslizado el vestido hasta la cintura junto con la camisola que estaba arrugada sobre él. Dillon devoró con los ojos los exuberantes y desnudos montículos, la turgente y cálida carne femenina, que sus manos y labios ya habían reclamado.
La visión, más que complacerlo, lo embriagó, y envió un torrente de cálida pasión a sus ijares, haciendo que se sintiera cada vez más apremiante. La compulsión sexual trascendía cualquier cosa que él hubiera sentido antes; era más fuerte, más poderosa, más real.
De alguna manera todas aquellas sensaciones dejaban al descubierto quién era él en realidad, cómo era realmente. Imprudente y salvaje.
Una mirada a la cara de Pris, a las chispas esmeraldas que brillaban de deseo bajo sus párpados entrecerrados, le confirmó más allá de toda duda que ella también sentía ese deseo irresistible e incontrolable, un deseo que era imposible negar.
Si quería, podría poseerla en ese momento. Estaba montada a horcajadas sobre él, con las rodillas hundidas en los cojines a ambos lados de sus caderas. Sólo tendría que levantarle las faldas, liberar su verga, y enfundarse en su suavidad, pero la bestia que lo dominaba quería mucho más. Exigía mucho más de ella y para ella.
Más que una completa rendición, quería una completa sumisión sensual.
El mundo se había desvanecido a su alrededor. Sólo existían ellos dos, aislados en la oscuridad bajo la tenue luz de la luna en el silencio del cenador. Un silencio roto sólo por sus respiraciones jadeantes, por el susurro de sus ropas.
Pris ya se había deshecho de la corbata y le había subido la camisa para poder acceder a su pecho, pero eso no era suficiente. Ella quería ver además de sentir. Quería saber…, conocerlo todo.
Con los ojos entornados, Pris capturó la mirada de Dillon mientras le desabotonaba la camisa. En la negra oscuridad, resultaba imposible leerle los ojos, pero la expresión de su rostro mientras la observaba todavía conservaba un poco de control, de astucia, de intención.
Aunque ya no había frialdad en la mirada de Dillon; sólo calor, un calor casi abrasador. Mientras deslizaba esa mirada sobre sus pechos, mientras los examinaba, levantó una mano perezosamente para acariciarlos.
Los nervios de Pris se tensaron, sus sentidos se excitaron ante esa caricia que hacía tambalear su mente. Pris cerró los ojos, saboreando la sensación. Estaba montada a horcajadas sobre él, desnuda hasta la cintura, pero estaba lejos de sentirse escandalizada o vacilante. Estaba justo donde quería estar. Quería sentir esos ojos oscuros sobre su cuerpo, ansiaba sentir esas caricias fugaces y el placer que prometían esos dedos juguetones sobre su sensible piel.
Pris sentía el latido de su propio corazón en la punta de sus dedos, bajo la piel, haciendo eco a la compulsión vibrante que la atravesaba, que recorría cada vena, que tensaba cada nervio. Cómo podía estar familiarizada con algo que jamás había saboreado era un misterio, pero la sensación era real. Simplemente lo deseaba y quería tenerlo.
Por fin, desabrochó el último botón. Con los ojos muy abiertos, abrió la camisa y bajó la vista. Lo devoró con la mirada de la misma manera que él la había devorado a ella, luego, soltando la tela, se estiró y lo tocó y acarició. Trazó los bien definidos músculos de su pecho, enredó los dedos en el vello negro que se extendía como una alfombra por el ancho torso, hasta desaparecer como una flecha bajo la cinturilla de los pantalones. Buscó los círculos planos de sus tetillas bajo el vello y los acarició una y otra vez hasta que se pusieron duros. Con gran atrevimiento, se inclinó y los lamió, luego los mordisqueó, y sintió cómo él contenía el aliento y se removía inquieto bajo ella.
Irguiéndose, deslizó las manos con los dedos extendidos sobre las duras protuberancias de su abdomen. Allí, sentada sobre él, siguió el mismo camino con los ojos y tragó saliva. Dillon era fuerte, musculoso y duro, un peligroso varón en todo su esplendor.
Uno que estaba medio desnudo debajo de ella.
Pris curvó los labios. Alzando sus ojos hacia los de él, capturó el brillo oscuro que ocultaban las largas pestañas, y le sostuvo la mirada, luego, con total deliberación deslizó las manos con lentitud por el ancho pecho. A continuación, se inclinó hacia delante y, con una audacia temeraria, posó sus labios en los de él, sellándolos con un beso salvaje, retándolo y tentándolo audazmente con labios y lengua, luego se apartó.
Dillon movió la mano por su espalda hasta volver a ahuecarle la nuca. La inmovilizó, y haciendo gala de un poder irresistible, asumió el control del beso. Con descaro y arrogancia, tomó todo lo que ella ofrecía.
Y todo lo que él deseaba.
Un escalofrío recorrió a Pris de pies a cabeza, un reconocimiento primitivo de que, aquí y ahora, él podría obtener cualquier cosa que quisiera de ella, de que no se resistiría, de que nunca podría ni querría resistirse.
Aquí y ahora, eso era lo que ella quería, lo que tenía que tener.
A él.
Con seguridad y audacia, ella respondió a su pasión con la suya propia, incitándolo descaradamente, convencida de que, más allá de toda lógica, cualquier cosa que pudiera obtener de él era lo que ella más deseaba, lo que necesitaba ardientemente.
El hombre salvaje e imprudente. El hombre apasionado que se escondía detrás de esa fachada fría.
Eso era lo que ella quería. Y lo que estaba determinada a tener. Costara lo que costase. No importaba qué precio tuviera que pagar, lo pagaría con mucho gusto. Con ese cuerpo duro y caliente debajo de sus manos, con esos labios rudos y exigentes que reclamaban los suyos con ávida urgencia, con esa lengua cálida enredándose con la de ella, Pris no estaba dispuesta a negarse nada a sí misma. Ni a él.
No estaba dispuesta a hacer nada que no fuera contener la respiración mientras él deslizaba la mano bajo sus faldas. Esa dura palma se curvó sobre su pantorrilla y luego se deslizó lentamente hacia arriba, dejando a su paso una espiral de sensaciones. La mano continuó ascendiendo inexorable por la rodilla, deslizándose hasta la piel desnuda de los muslos por encima de los ligueros, apartando el vestido y la camisola hasta llegar a su objetivo.
La mano indagadora encontró su trasero. El corazón de Pris pareció detenerse cuando él lo acarició, lo rozó con suavidad, y luego, lo ahuecó ligeramente. La mano que le sujetaba la nuca se deslizó hacia abajo. Los dedos trazaron un sendero por el hombro desnudo, rozaron con delicadeza un pecho erguido e hinchado hasta que una cascada de sensaciones la atravesó y el placer cálido y líquido se extendió por su cuerpo.
Esos dedos indagadores continuaron descendiendo. Dillon continuó besándola; Pris continuó besándolo mientras él deslizaba esa mano también, bajo sus faldas. Él le rodeó el trasero con las dos manos y lo amasó, pero ella sabía que sólo estaba ganando tiempo, que aún contenía su ardor con rienda firme; todavía tenía el control y así sería hasta que ella pagara el precio.
Pris no sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. Ese conocimiento estaba allí, en su interior, y no cuestionaba su veracidad.
Mientras seguía agarrándola y sujetándola, Dillon interrumpió el beso. La miró fijamente a los ojos, mientras ella levantaba los pesados párpados; su aliento era una promesa caliente cuando murmuró:
—Quiero verte entera. Quítate el vestido.
Pris no vaciló. Inmersa en una marea embriagadora y delirante, se incorporó, se recogió las faldas con las manos y se sacó la prenda por la cabeza. La dejó caer al suelo y bajó la mirada hacia él.
Pero Dillon no la miraba a la cara.
Su mirada estaba fija en la unión de sus muslos, en los rizos oscuros que se transparentaban a través de la camisola, en los pliegues que cubrían sus caderas y muslos, como un velo que nada escondía. Ella se preguntó si él también quería que se quitara la camisola.
Como si Dillon hubiera oído sus pensamientos, dijo:
—Quítate el resto.
Esas palabras no fueron más que un gruñido bajo, y le provocaron un estremecimiento de anticipación sensual.
Las manos de Dillon abandonaron su trasero y se deslizaron por sus muslos, y luego más abajo, hasta cerrarse sobre las rodillas. Con mucha lentitud, él liberó su presa y volvió sobre sus pasos, deslizando las manos suavemente hacia arriba, por debajo de la vaporosa camisola, al paso que acariciaba los músculos tensos, moviendo los pulgares sobre la sensible piel del interior de los muslos.
Pris se quedó sin aliento, con los pulmones totalmente paralizados.
Las manos masculinas se detuvieron en su lento ascenso; Dillon se reclinó, se removió ligeramente debajo de ella al echarse hacia atrás contra el brazo del sofá.
Distraída por la vista del pecho que de nuevo se exhibía ante ella, por el torrente de sensaciones que provocaba la ligera brisa que jugueteaba sobre su piel caliente, por la fuerza de esas manos que de manera provocativa trazaban espirales sobre los muslos desnudos, Pris tardó un momento en darse cuenta de que la mirada de Dillon estaba otra vez concentrada en su cara, estudiándola.
Ella alzó la vista y lo miró. Lo que leyó en sus ojos, en su expresión, no podía asegurarlo, pero una ceja oscura se arqueó lentamente de una manera casi insultante.
—¿No deberías besarme, Priscilla?
Pris no tenía ni idea, pero no pensaba admitirlo. No cuando él se lo preguntaba así, como si ella hubiera perdido su turno en el juego que estaban jugando. Deseó poder corresponder a esa desafiante arrogancia con otra similar, pero sólo se inclinó y acató su sugerencia. Lo besó en el acto, con cada gramo de determinación que poseía para exigir y tomar todo de él, no del caballero frío y tranquilo sino del hombre salvaje e imprudente.
Y sintió cómo el control de Dillon se resquebrajaba. Cómo Se estremecía mientras las riendas que lo contenía se afinaban y deshilachaban.
De inmediato, ella aprovechó la oportunidad y lo presionó aún más. Dejando a un lado todo disimulo, se apretó contra él hasta que sus pechos rozaron el torso de Dillon. Él se estremeció y de forma instintiva curvó las manos, clavándole los dedos en los muslos.
Pris se regocijó, y se lanzó a por el hombre, el hombre escurridizo que ella deseaba conocer. Y él se abrió para ella, alimentando su lujuria con un beso devorador, arrasándole la boca mientras sus manos seguían apretándola con más fuerza, luego la llevó todavía más allá, tocándola con más dureza y resolución, con mucha más audacia. Le ahuecó la carne cálida entre sus muslos, la rozó y acarició. Abrió los pliegues resbaladizos e hinchados, y buscó su entrada.
La distrajo con sus labios y su lengua, la hizo luchar por corresponderle y satisfacer sus demandas. El cuerpo que tenía debajo también parecía diferente, más duro, más poderoso.
¡Había desatado a un depredador!
Pris lo sintió cuando él se alimentó de su boca. Sin pensarlo siquiera, le devolvió el placer con la misma desinhibición que él mostraba, incitándolo todavía más.
La caricia de Dillon entre sus muslos se hizo todavía más íntima, aún más explícita, hasta que Pris se sintió tentada a gritar. Hasta que ansió todavía más, hasta que supo que el fuego que la consumía se convertía en una ávida y voraz necesidad.
De repente, la mano libre de Dillon la agarró por la cadera, manteniéndola inmóvil entre sus muslos, la otra mano se aventuraba todavía más, luego, lenta y deliberadamente, introdujo un dedo en su interior. Y profundizó, más y más adentro.
El corazón de Pris se detuvo. Sus pulmones dejaron de funcionar.
Dillon le soltó la cadera y, en su lugar, le agarró la cabeza, y presionó sus labios contra los suyos, negándose a dejar que ella se echara hacia atrás mientras sacaba el dedo índice de su interior y luego volvía a penetrada con él una y otra vez. Y otra vez.
Y otra vez más.
Las sensaciones la inundaron con oleadas de placer cada vez mayores, cada vez más intensas. Con cada caricia, con cada íntima penetración, el calor que la atravesaba convirtió su cuerpo en un horno líquido.
Su cuerpo ya no era suyo, sino de él, para que lo hiciera suyo, para que lo acariciara tanto como quisiera, para que le diera placer…
Desesperada, ella intentó interrumpir el beso; esta vez tuvo éxito, y logró separar sus labios unos centímetros.
Al instante, él le agarró la cabeza con más fuerza, pero antes de volver a capturar su boca, Dillon alzó las pestañas y la miró a los ojos. Le sostuvo la mirada un momento mientras sus alientos se mezclaban, el de ella jadeante e inseguro, y el de él más entrecortado incluso.
—Sigue besándome. Quiero estar en tu boca cuando llegues al clímax.
Ella no comprendía nada más que la necesidad que él sentía. El deseo y el ansia que lo embargaba. Pris respiró hondo, acortando la distancia entre ellos, pero se quedó sin aliento cuando él profundizó más entre sus muslos y abrió los labios con un gemido de súplica y rendición. Los labios de Dillon capturaron los suyos, le invadió la boca con su lengua, y la marea cálida de su beso se apoderó por completo de ella y la dejó sin sentido.
«Cuando llegues al clímax».
Pris lo entendió de repente, ya que de pronto se encontró a sí misma —con su cuerpo y sus sentidos— al borde de un precipicio sensual. Había sido conducida hasta allí por las poderosas y repetidas caricias, por la constante estimulación de los nervios de sus lugares más íntimos, entre sus muslos, en su boca, en las sensibles cimas de sus pechos que se rozaban contra el vello áspero del torso de Dillon.
Sentía su cuerpo cada vez más tenso; cada uno de sus sentidos parecía a punto de estallar de placer.
Luego la realidad estalló en mil pedazos y la condujo a la gloria, con un calor y un placer inimaginables.
Una enorme oleada de regocijo y puro deleite la inundó, la remontó en su cresta y la arrastró más allá; luego, lentamente, se retiró y la dejó flotando. Mientras ella iba a la deriva de regreso a tierra, mientras volvía a recuperar sus sentidos, sintió que él bebía de su boca como si pudiera saborear su placer, como si el goce que ella había experimentado en sus manos fuera un néctar que él pudiera sorber de sus labios.
Pris se dejó caer contra él mientras lo sentía moverse debajo de ella.
Notó que mientras ella estaba laxa y sin fuerzas, el cuerpo de Dillon no sólo estaba tenso sino rígido, su dureza esculpida había sido afilada por la pasión, presa por una constante necesidad que, aun en su inocencia, Pris reconoció por instinto.
Tembló por dentro. Supo que había llegado la hora de la verdad, pero no podía pensar… y no sabía cómo proceder.
No podía recordar dónde estaba, ni mucho menos, adónde iba. Dillon la alzó un poco, extendió la mano entre ellos y se abrió los botones de la pretina. Con los dientes apretados, liberó su dolorida erección y respiró de alivio.
Pris estaba ardiente, húmeda y acogedora, y había caído desgarbada y seductoramente sobre él. El perfume del deseo femenino se elevó y lo envolvió, y logró que el animal que habitaba en él sacara las garras.
Lo único que tenía que hacer era alzarla un poco, y deslizarse en su palpitante y ardiente refugio que él tan diligentemente había preparado. Era grande, pero en el estado en que se encontraba, ella lo acogería entero.
La sangre rugió en sus venas con un insistente tamborileo que lo instaba a la acción. Necesitaba estar en el interior de Pris más de lo que necesitaba respirar, pero había algo que su mente racional intentaba decirle por todos los medios, algo que debía recordar. Sólo con que consiguiera despejar las neblinas de la lujuria…
Ella emitió un suspiro, el suave aliento le acarició la mejilla. Tenía la cabeza junto a la suya, anidada en su hombro. Dillon le dirigió una mirada y entonces lo recordó.
Ella.
Eso era lo que necesitaba recordar. Que la quería. No por un día, ni una semana, ni siquiera un mes.
La quería para siempre.
Una vez que se habían despejado las neblinas del deseo, el recuerdo acudió a su mente.
Contuvo un gemido, y forzó sus brazos a que, si al menos no se relajaban, tampoco actuaran. Se negó a permitirles la autonomía de levantarla y hacerla recorrer ese corto camino.
¡Dios mío! ¿Cómo habían llegado hasta allí?
Pris lo había tentado…, pero él sabía condenadamente bien que ella no había querido que sus provocaciones los llevaran tan lejos. O, al menos, que no pasaran de ese punto.
Dillon estaba, literalmente, dolorido, pero… si la tomaba ahora, si permitía que lo dominaran sus instintos más bajos y la poseía, —tal como deseaba, tal y como ella había provocado—; si la tomaba con fuerza en un acto primitivo de reclamación, ¿cómo reaccionaría ella más tarde?
¿Lo entendería?
Dillon apenas podía seguir sus propios razonamientos, y no confiaba en poder seguir los de ella.
Pero ¿cómo podía dejarla ahora? ¿Cómo podría disimular que no la deseaba? Pris no era tan inocente como él había pensado; sabía cuánto la deseaba, y se preguntaría… No tenía ni idea de qué se preguntaría.
Ella se movió entre sus brazos. El cuerpo de Dillon reaccionó al instante. No sólo con anticipación, sino con ansia y un enorme clamor.
Apretando los dientes, Dillon reprimió la acuciante necesidad. Podía oír a sus instintos más bajos diciéndole que si la poseía ahora podía atarla a él para siempre.
Ella levantó la cabeza.
Con la mandíbula tensa, Dillon tomó la mano de Pris con la suya y luego la llevó más abajo. Tenía los ojos abiertos y fijos en los de él, luego los agrandó cuando le cerró la mano sobre su rígida longitud. El control de Dillon se tambaleó; no podía respirar mientras luchaba por contener los efectos que provocaba su tacto.
Los ojos de Pris, abiertos y brillantes con un nuevo deseo, le dieron fuerzas para mantener a raya a la bestia interior; el tiempo suficiente para tomar aliento y decir:
—Tú decides.
Pris parpadeó. Sentía la enorme tentación de bajar la vista y examinar lo que sus dedos rodeaban, pero se contuvo y en su lugar escrutó los ojos oscuros de Dillon.
Una vez más ella lamentó la oscuridad que los rodeaba al no poder ver lo suficiente como para leer las emociones masculinas. Estaban allí, en las profundidades de esos ojos oscuros, pero tenía que confiar en otros sentidos que no fueran la vista para definirlas.
—¿Por qué?
Le pareció la pregunta más pertinente.
Dillon hizo una mueca. Se ceñía a su papel habitual, pero el hombre salvaje e imprudente que entendía sus deseos de emociones nuevas y excitantes estaba muy cerca de la superficie.
—Es obvio que te deseo. Pero no estaría bien que me aprovechara de tu…
Se interrumpió.
Entrecerrando los ojos, ella le preguntó:
—¿Debilidad? ¿Fragilidad femenina?
Dillon apretó los labios.
—Iba a decir «inexperiencia».
Pris se sintió insultada de repente, de una manera un tanto extraña y peculiar.
—Fui yo quien comenzó esto, por si no lo recuerdas.
Él la miró a los ojos.
—Precisamente por eso. Tú lo iniciaste… Es decisión tuya decidir hasta dónde quieres llegar o cuándo quieres parar.
Si fue su temperamento, su respuesta normal ante un reto, o alguna otra cosa lo que la sublevó y desbordó, ella no lo sabía ni podía decido. De cualquier manera el resultado final fue el mismo…, un abandono temerario que ella conocía al dedillo.
Pris lo había empezado todo, y recordaba porqué. Recordaba con claridad el deseo de experimentar las emociones y la excitación con las que él estaba tan íntimamente familiarizado pero que ella aún no había saboreado.
Dillon había tomado parte en ello, había satisfecho sus apetitos… ¿acaso pensaba que ella se retiraría ahora?
Sabía lo que él creía que la inducía a seducido, pero ella conocía la verdad. Y había descubierto otra razón más en los últimos y acalorados minutos… lo deseaba de verdad.
Deseaba saber, deseaba experimentar, deseaba saborear la intimidad física… con él.
Pris había estado acariciándolo, deslizando la mano con suavidad por su duro miembro, consciente de que se había vuelto mucho más duro como respuesta a su toque.
Sosteniéndole la mirada, Pris cerró la mano.
No tuvo que moverse demasiado para volver a la anterior posición a horcajadas sobre él; encontró que era fácil guiar, sólo con el tacto, la cabeza redondeaba de la ardiente erección hacia su entrada hinchada y sorprendentemente resbaladiza, introducirla entre sus labios inferiores, y luego empujar un poco, y un poco más, deslizándola dentro de su cuerpo.
Dillon era grande; ahora que casi estaba dentro de ella, lo sentía más grueso de lo que pensaba, pero la expresión de su mirada valía cada segundo de incomodidad que sintió cuando la penetró.
Ella empujó hacia abajo. Dillon la miraba como si sus ojos oscuros jamás hubieran visto antes a una mujer desnuda, como si ninguna mujer le hubiera hecho lo que ella estaba haciéndole.
Muy lentamente.
Dillon había dejado de respirar. De repente, inspiró hondo, su pecho se hinchó por completo y, entonces, la sujetó por las caderas.
Ella maldijo e interceptó sus manos; tuvo que sentarse para hacerlo, y al instante, sintió la dureza de él contra su himen.
Pris cerró los ojos, se agarró a las manos de Dillon con fuerza, se levantó un poco y, con rapidez, se empaló.
Sintió una punzada aguda de dolor, pero muy breve gracias a Dios, cuando su himen se rompió. Luego hubo una indescriptible sensación mientras asimilaba la novedad de la gruesa y dura realidad de él enterrada profundamente en su interior.
El dolor comenzó a desvanecerse.
Y esa otra sensación creció y se intensificó.
Abrió los ojos y lo miró. Dillon aún tenía la vista clavada en ella; Pris no podía interpretar su expresión, parecía aturdido, como si ella le hubiera dado una bofetada y él no hubiera visto venir el golpe.
Por supuesto, él ahora lo sabía; tanto que ella podía leerlo en sus oscuros ojos agrandados.
Pris entrecerró los ojos mientras lo miraba fijamente.
—Si en algo valoras tu vida, no digas nada.
Algo llameó en esos ojos oscuros mientras apretaba la mandíbula.
—Eres la mujer más condenadamente incomprensible que conozco.
Las palabras fueron un ronco murmullo, tan bajo, tan grave que ella apenas pudo entenderlas.
—En vez de discutir mis razones, ¿podríamos regresar a lo que tenemos entre manos? Esto es lo que yo quería, así que ¿por qué simplemente no me lo das?
Dillon la miró un momento, luego sus ojos ardieron.
—¿De verdad quieres esto?
Las palabras sonaron bajas y roncas de nuevo, pero ahora insinuaban algo más. Algo ligeramente amenazador, algo peligroso. Un estremecimiento de excitación se deslizó por su espalda. Pris sabía, más allá de toda duda, que su lujuria lo había convertido en ese hombre salvaje e imprudente; el hombre que ella quería.
—Oh, sí. —Ella se empaló completamente en él. Luchando por contener una mueca, se aferró con descaro a él, lo agarró de los hombros y lo atrajo bruscamente hacia ella—. Esto —exhaló las palabras sobre sus labios, y se ajustó de nuevo a su tamaño—, es precisamente lo que quiero.
Y se inclinó hacia delante para besarlo, pero él se adelantó y la besó.
Con voracidad. Sin reservas.
Todas las inhibiciones que ella había poseído estallaron en llamas cuando las manos de Dillon recorrieron su cuerpo y lo reclamaron con rudeza. La poseyó con una fuerza implacable; cada curva, cada centímetro de su piel, cada lugar sensible e íntimo.
Ella intentó recorrer con las manos la piel de sus hombros, pero el abrigo y la camisa se interponían en su camino.
Dillon soltó una imprecación, luego, de repente, se movió, se deshizo del abrigo, el chaleco y la camisa y la atrajo hacia él, aplastando su cuerpo contra el suyo; sus pechos hinchados y doloridos se apretaron contra ese magnífico torso hasta que le ardió la piel.
Rodeada por esos brazos duros, por una fuerza que no podía negar, con cada una de sus terminaciones nerviosas estremecidas por la febril anticipación, por el conocimiento de que estaban íntimamente unidos, por la abrumadora sensación de él —que con un duro y rígido envite penetraba profundamente en su interior—, Pris se regocijó y se rindió, lo rodeó con los brazos y se entregó a él, a esa pasión salvaje e imprudente, a la necesidad y el deseo de alcanzar el clímax que los consumiría a los dos.
Dillon no podía creer lo que ella había hecho, apenas podía comprender el poder, la pura necesidad que lo embargaba. Que ella había desatado.
El cuerpo de Pris era cálido y sedoso, apremiante e impaciente, ávido e imprudente cuando se removió entre sus brazos. Su vaina lo envolvía como un guante ardiente que lo retenía con fuerza. Con sus labios sobre los de ella, su lengua se batía en un duelo feroz con la suya, se alimentaba de ella, y fue imposible no ver la fuerza, la rugiente marea de deseo ardiente que la rodeaba y que volcaba en él.
Sin ser consciente, Dillon esculpió y amoldó su cuerpo, luego la agarró de las caderas, la alzó ligeramente, aguantando su peso mientras empujaba en ella más y más profundo. La subió y la bajó sobre él, en él; rápida y eficazmente la obligó a tomarlo por completo.
Pris jadeó temblorosa, pero no se retiró ni una sola vez, ni una sola vez puso freno a su ávida necesidad.
Ni a la de él.
En el mismo momento en que Dillon la llenó por completo, la impulsó hacia arriba, luego la volvió a bajar.
Con una vez fue suficiente; ella captó el ritmo y comenzó a montarle. Dillon siguió agarrándole las caderas, guiándola y asegurándose de que ella se alzaba lo suficiente y bajaba con la fuerza justa para estremecer los sentidos de ambos.
Al cabo de unos minutos, ella se tambaleó. Desesperada, se apartó e interrumpió el beso. Cerrando los ojos, echó hacia atrás la cabeza y llenó de aire sus pulmones.
Con los ojos entornados, él la observó, observó su rostro una y otra vez, cada vez que —su hasta ahora virginal cuerpo— lo tomaba profundamente mientras él empujaba con fuerza y firmeza una y otra vez, y su funda lo recibió, lo aceptó, lo apresó.
Durante un instante, allí en la oscuridad, con el perfume de la lujuria y la pasión envolviéndolos, bailando el más primitivo de los bailes, con esos jadeos suaves y esos gemidos quebrados saliendo de sus labios como un canto de sirena, él casi podía creer que ella era una criatura fantástica enviada para hechizarle.
De cualquier manera, ella había tenido éxito.
La necesidad femenina era cada vez más intensa, y lo contagió.
Los aguijones de la necesidad lo espolearon; Pris clavó las uñas profundamente en sus hombros mientras la pasión aumentaba y los conducía cada vez más alto.
Dillon bajó la mirada a los senos que se bamboleaban con sus vaivenes, que se alzaban con los suspiros que ella exhalaba. Inclinó la cabeza y acercó la boca a los hinchados montículos. Encontró una de las endurecidas cimas, la rodeó con la lengua y luego la tomó profundamente en su boca.
La succionó con fuerza. Y Pris gritó.
Su cuerpo comenzó a tensarse, a escalar el último pico. Todavía guiándola, la impulsó más allá, alimentándose de sus pechos, sintiendo el ancestral poder que los atravesaba a los dos, sintiendo que ella lo tomaba, lo apretaba, lo montaba, lo fustigaba.
Los zambullía a los dos en una vorágine de pasión, de calor líquido y de gloria rugiente, que los elevó hacia un universo de sensaciones donde giraron cada vez más y más alto hasta que ella estalló sobre él. El grito de Pris resonó en sus oídos cuando se contrajo en torno a su cuerpo y se deshizo entre sus brazos con un placer tan cegador que hasta él vio las estrellas.
Ciego de pasión, se unió a ella, se hundió en su cuerpo y la sujetó con rudeza, sintiendo la última contracción de su cálida funda cuando se vació en ella.
Sospechando que había perdido su alma en el proceso, se dejó caer bruscamente contra el brazo acolchado del sofá. Priscilla Dalling era puro fuego. Con su cuerpo desnudo y saciado desplomado sobre el suyo, Dillon intentó determinar dónde se encontraban en ese momento.
No cabía duda de que había sido ella quien había dado el primer paso, pero si bien Pris había iniciado aquello, él no creía que ella comprendiera del todo las consecuencias de su acto temerario.
Dillon estaba casi seguro de que ni siquiera él comprendía todas las ramificaciones de aquel acto, por lo menos no todavía. De cualquier modo, estaba claro que él no estaba en condiciones de juzgar, de afrontar o de admitir la profundidad y envergadura de todo lo que ella le había hecho sentir. Ya era suficientemente malo saber que Pris había abierto una brecha en su armadura, y más teniendo en cuenta que en tan sólo una semana, había conseguido ganar el terreno suficiente como para causar estragos como el que había tenido lugar esa última hora.
Pris se removió, y bajó la vista hacia ella, pero seguía tumbada sobre él, aparentemente sin sentido. Tenía la mejilla apoyada sobre su pecho, y su glorioso pelo caía en una masa ondeante y rizada sobre su fría piel. Tenía el pelo más oscuro que él, de un negro azulado mientras el suyo tiraba más a castaño oscuro, y le acariciaba la mandíbula como seda pura.
Dillon levantó una mano, y tomó uno de los enredados mechones, deslizándolo entre sus dedos. Echó hacia atrás la cabeza y miró a través del oscuro cenador, hacia el futuro.
El suyo, y el de ella.
Por lo que a él concernía, ese futuro era uno solo, y nada iba a cambiar eso. Por desgracia, dudaba seriamente de que ella lo viera de igual modo.
Todavía.
¿Cómo debería proceder él?
Pris sintió la caricia de sus dedos en el pelo, sintió el toque suave, casi distraído…, y permaneció quieta. Pris no estaba segura de por qué, pero no podía deshacerse de la sensación de bienestar que se extendía sobre ella, una sensación de seguridad, de paz, y de algo más.
Era como un bálsamo embriagador, como un placer del cielo.
Era como si estuviera muerta de sed y aquello la saciara, como si inundara su alma.
La realidad se fue entrometiendo poco a poco; la parte racional de su mente despertó y decidió actuar en consecuencia, recordándole que estaba desnuda entre los brazos de Dillon, y que él seguía en el interior de su cuerpo, no tan grande e impresionante como antes, pero todavía anclado allí, manteniéndolos íntimamente unidos.
Pris esperaba sentir un cálido rubor en sus mejillas, pero nunca llegó.
Se quedó perpleja durante un momento, luego lo aceptó; no podía fingir que no había disfrutado cada instante, incluso de aquel momento de lacerante dolor; que no había disfrutado de la indescriptible sensación de sentirle duro, sólido y muy real en lo más profundo de su cuerpo.
Por supuesto, él había estado incluso más adentro todavía, y ella había gozado excitada de cada momento de esa unión.
Con cada uno de sus sentidos. Con cada fibra de su ser.
Aún podía sentir su cuerpo vibrando por las secuelas.
Ella había querido, había deseado excitación y emociones nuevas, y él le había dado todo eso, y más.
Aunque él no lo supiera, Dillon había cumplido todos y cada uno de sus sueños prohibidos.
Pris esbozó una sonrisa. Estaba a punto de levantar la cabeza cuando sintió que la mano que le acariciaba el pelo se tensaba, inmovilizándola por un momento en ese lugar.
—Te enseñaré el registro.
Le llevó un par de segundos recordar de qué estaba hablando Dillon.
Un hecho que mostraba por sí solo el aturdido estado en que se encontraba su cerebro, la lentitud con la que hilvanaba sus pensamientos. Con rapidez, puso orden en su cabeza, intentó hablar y se dio cuenta de que tenía que aclararse la voz.
—Iré al club mañana por la mañana.
—No —dijo él con un suspiro mientras le deslizaba la mano por el pelo—. Eso no podrá ser. No le he enseñado el registro a nadie, y esta semana todos los tomos están en las dependencias de mis ayudantes. Si voy a buscar uno para enseñártelo, incluso aunque nadie te vea mirándolo, será causa de muchos comentarios.
Alzando la cabeza, Pris le miró a la cara.
—Ninguno de los dos desea que ocurra eso.
—No —reconoció él devolviéndole la mirada—. Mañana por la noche hay una fiesta en casa de lady Helmsley a la que los dos acudiremos. Helmsley Hall no está lejos del club. Podemos escabullimos un rato para ir a ver el registro, luego regresaremos a la fiesta. Habrá muchos invitados, nadie se dará cuenta.
Ella lo miró a los ojos.
—¿Qué pasa con los vigilantes que patrullan por el club?
—No les sorprenderá verme. Puedo entrar y luego dejarte pasar por la puerta trasera. Nadie te verá.
Pris le estudió la cara, agudamente consciente del cuerpo duro que la sostenía, de la intimidad que habían compartido y de lo aislados que estaban. Se humedeció los labios.
—De acuerdo. Mañana por la noche, entonces.
Sin poder evitarlo, la mirada de Pris cayó sobre los labios de Dillon. Pasó un instante, a continuación lo miró a los ojos, leyendo en su mirada, en su silencio, que su mente seguía el mismo curso de sus pensamientos…, que sus deseos y los de ella eran los mismos.
Que ella había apostado duro y que no tenía nada que perder.
Y que una vez probado el goce de la pasión con él, sabía con exactitud lo mucho que podía ganar.
Pris supo sin necesidad de preguntar, sin necesidad de que él le dijera nada, que de nuevo tendría que decidir ella.
Con naturalidad, se apoyó en el pecho de Dillon, alzó la cabeza hacia la de él, y cubrió su boca con la suya.
Y otra vez, el hombre salvaje e imprudente se dispuso a compartir sus emociones y excitación con ella.