—¿ESTÁS completamente seguro? —Sentado en un sillón en el estudio de Demonio, Dillon clavó los ojos en Barnaby. No sabía qué pensar.
Barnaby había regresado de Londres a primera hora de la tarde y había ido a buscarle al despacho, luego había insistido en que fueran a la hacienda Cynster para compartir sus averiguaciones con Demonio y con Flick a la vez.
Sentado en el asiento junto a la ventana, Barnaby asintió con firmeza.
—Ninguna duda, a Vane y a mí nos ha llegado la misma historia desde fuentes diferentes. Los rumores sobre las carreras de primavera se centran en el New Plate de Goodwood y el Cadbury Stakes de Doncaster, y en ambos casos, perdieron corredores de la misma caballeriza, caballos cuyo resultado en esas carreras nada tenía que ver con los que habían obtenido anteriormente. Son de las caballerizas de Collier, cerca de Grantham.
Sentado tras el escritorio, con Flick sentada como siempre en el brazo de la silla, Demonio miró a Dillon.
—Collier está muerto.
Sin apartar la mirada de Barnaby, Dillon asintió con la cabeza.
—Sí, lo sé.
A Barnaby se le descompuso la cara.
—¿Muerto? —dijo pasando la mirada de Dillon a Demonio.
—Sin duda alguna —respondió Demonio—. En su momento creó un buen revuelo. Collier era muy conocido. Llevaba muchos años en este negocio y tenía buenos caballos. Al parecer, estaba montando junto a una cantera, algo asustó a su caballo y lo arrojó por el acantilado. Se partió el cuello. —Demonio miró a Dillon—. ¿Qué sucedió con sus caballerizas? ¿Quién las heredó?
—Su hija. No estaba demasiado interesada ni en las caballerizas ni en los caballos, lo vendió todo. Mis ayudantes se hicieron cargo del papeleo.
—¿Quién los compró? ¿Fue alguna caballeriza en particular?
—La mayor parte de los caballos se vendieron sueltos o por pares a yeguadas diferentes.
Demonio frunció el ceño.
—¿No tenía un socio?
Dillon estudió la cara de Demonio.
—No. ¿Por qué?
—Collier se metió en dificultades a finales de la temporada de otoño del año pasado, apostó por sus propios caballos y lo perdió todo. La verdad es que me pregunté si volvería a participar en las carreras, pero tras el invierno, regresó, no sólo con las caballerizas en todo su esplendor, sino con dos nuevos purasangres muy buenos.
—¿No serán Vuela como el viento e Irritable? —preguntó Barnaby—. Esos son los caballos involucrados en las carreras sospechosas.
Demonio describió los dos caballos y Dillon convino en que debía comprobarlos. Miró a Barnaby.
—¿Hubo algún rumor sobre esos caballos o sobre los jockeys que los montaban?
—No. De hecho, fue muy comentado que los jockeys lo hicieron lo mejor que pudieron. No quisieron implicarles, pero tampoco supieron decir de qué otra manera se podía haber hecho el intercambio.
Demonio y Dillon intercambiaron una mirada.
—Cómo se hizo —dijo Dillon—, ya lo suponemos. A quién beneficia es lo que nos interesa descubrir.
—En realidad —dijo Demonio—, lo primero que interesa saber es: ¿cómo murió Collier? Fue un accidente o…
—Como dicen los rumores —intervino Dillon con voz acerada— y lo más probable es que así sea, alguien lo hizo callar.
—¿Lo hizo callar? ¿Por qué? —preguntó Barnaby.
—Porque así no podría delatar a quien promovió los amaños —respondió Flick.
Barnaby parecía perplejo.
Flick se explicó:
—Para que una carrera amañada aporte grandes beneficios, tienen que elegir a un caballo que haya alcanzado una sólida reputación y que se encuentre en buena forma, y luego, en una carrera en concreto sustituirlo por otro animal. Entonces el «favorito» pierde. Después de la carrera vuelven a intercambiar los caballos. En cuanto se pone en marcha una investigación y los jueces van a examinar al caballo que perdió de manera tan inesperada, se encuentran con que es el caballo correcto y no se puede presentar ninguna prueba.
Barnaby asintió con la cabeza.
—¿Y por qué no puede ser Collier quien estuviera detrás de todo este asunto y que su muerte fuera realmente un accidente?
—Porque —dijo Dillon— encontrar caballos sustitutos es caro. Tienen que ser exactamente iguales, y también tienen que ser purasangres.
—Además —dijo Flick—, si Collier tenía apuros económicos, tuvo que haber alguien más involucrado.
—Y… —Demonio captó la mirada de Barnaby— ese alguien fue quien pagó a Collier.
Barnaby arqueó las cejas.
—¿Por su prestigio en las carreras y para organizar, de la manera que sea que lo hagan, las sustituciones?
Dillon asintió con la cabeza.
—Eso parece.
—Ya veo. —Barnaby miró a Demonio y luego a Dillon—. Parece que mi siguiente visita tendrá que ser a Grantham.
Dillon se levantó.
—Obtendré los detalles de las caballerizas de Collier en el registro y podremos inspeccionar los caballos que Demonio recuerde como sospechosos. ¿Cuándo tienes pensado partir?
—Hay una velada en casa de lady Swalesdale esta noche. —Tras ponerse de pie, Flick sacudió las faldas—. Estoy segura de que a dicha dama le encantará que te unas a nosotros.
—Ah. —Barnaby la miró, luego miró a Dillon—. Estaré rumbo al norte al rayar el día. Necesito refrescar los caballos. Creo que le presentaré mis disculpas a lady Swalesdale.
Demonio tosió para disimular la risa.
Flick le dirigió una severa mirada a Barnaby. Dillon se mofó.
—Cobarde.
Barnaby sonrió ampliamente.
—Estás molesto porque no puedes librarte tú también.
En eso Barnaby se había equivocado. A Dillon no le interesaba librarse del baile de lady Swalesdale, sino todo lo contrario, estaba deseando observar cómo la hermosa señorita Dalling hacía frente a sus admiradores. Si había juzgado bien su temperamento, esos hombres la llevarían directamente a… sus brazos.
Apoyado contra la pared del salón de baile, oculto entre las sombras de una palmera, observó cómo Priscilla Dalling cautivaba —coqueteando cada vez que notaba que él la miraba— a una recua de caballeros, todos embelesados ante los abundantes encantos que desplegaba la dama.
Mientras apreciaba la imagen que ella ofrecía con un vestido de seda de color lavanda y un corpiño muy escotado que, lejos de ser decoroso, atraía la atención hacia el más que provocativo y profundo valle entre sus pechos; mientras sus ojos absorbían la figura esbelta pero curvilínea que revelaba el impecable corte de su vestido; mientras sentía que su mirada era atraída por la curva desnuda de su cuello y los brillantes tirabuzones negros que caían por encima de sus hombros y oscilaban tentadoramente sobre su oreja, se dio cuenta de que no era su notable belleza lo que mantenía su interés.
Era ella. La luminosidad de su cara, la gracia con la que se movía, la risa que él podía oír en ocasiones entre la cacofonía de voces, la vivacidad que percibía en su interior.
La belleza jamás había significado demasiado para él, sólo era una envoltura exterior, era sólo el interior lo que contaba. Cuando la miraba, veía un espíritu fogoso, una imagen femenina de sí mismo. Era eso lo que lo atraía, lo que lo impulsaba hacia ella.
Continuó observando con cinismo cómo ella trataba a sus admiradores. Ese flirteo, si bien servía a su propósito, ponía a prueba su temperamento. Esos caballeros eran una ayuda inestimable; formaban un corrillo en torno a ella. Pris no podría desaparecer de su vista en tanto ellos la tuvieran acorralada.
Habían pasado dos días desde que se la había encontrado cabalgando como una posesa en el Heath para salvar su vida. Dos días desde que había descubierto que un hombre había estado a punto de matarla.
La palidez de su cara cuando le había mostrado el agujero del sombrero todavía lo afectaba. Pris no había sabido hasta ese momento lo cerca que había estado de la muerte.
Dillon había tenido que controlar su temperamento con firmeza para mantenerse alejado de ella el resto del día, y el día siguiente también, y sólo lo había conseguido porque sabía que la vería esa noche. La había visto en el pueblo a cierta distancia. Desde que la había escoltado de regreso a Carisbrook House, ella había estado en compañía de su tía y de la señorita Blake. Nadie la había visitado, y no se había escabullido para ninguna reunión ilícita. Dillon había dispuesto que cuatro de sus mozos vigilaran la casa día y noche.
A través de la frondosa palmera, le estudió la cara —la firmeza de la barbilla, esos ojos color esmeralda— y decidió que ella aún no estaba preparada para sus propósitos. No había llegado el momento de ofrecerle una salida.
Le había dado a Barnaby la dirección de los establos de Collier, al este de Grantham. Habían confirmado que los nuevos purasangres de Collier habían sido los caballos involucrados en las carreras sospechosas. A la hora de la cena, Barnaby se había acordado de mencionar que Vane había tropezado con unos rumores similares sobre una carrera de Newmarket celebrada unas semanas antes, una de las primeras carreras de la temporada de otoño.
Eso era todo lo que habían descubierto por ahora. Vane y Gabriel seguirían investigando.
Las primeras carreras en levantar sospechas habían sido celebradas en Goodwood y Doncaster, bajo las reglas del Jockey Club, cierto, pero no era lo mismo que una carrera celebrada en Newmarket, bajo las propias narices del club. Sin embargo, si esa era la intención, los responsables se estaban volviendo cada vez más arrogantes y seguros, y podrían cometer un error.
Dillon sabía que todo aquel asunto no le incumbía a él directamente, ni siquiera como responsable del Registro Genealógico y del Libro de los Sementales, la oficina responsable de la verificación de las identidades de los caballos, sino a la autoridad competente. No obstante el comité le había pedido a él que se encargara de hacer las averiguaciones y que se ocupara del problema, con lo cual habían pasado la pelota a su tejado. Sus pasadas indiscreciones, incluso aunque fueran agua pasada, sólo añadían más presión.
De una manera u otra se había visto involucrado en aquel asunto personalmente. Y ahora se sentía como si tuviera enfrente a un enemigo sin rostro que estuviera a punto de dispararle una flecha mortal a la cara, y él tendría que hallar la manera de cortar la cuerda del arco antes de que la flecha saliera disparada.
Sus pensamientos volvieron a Pris Dalling. Tenía el convencimiento de que lejos de estar de parte de sus enemigos, estaba en algún lugar intermedio, entre la espada y la pared. Entre él y esos criminales.
Después de un rato, Dillon se movió, impaciente por actuar, deseando que ella desdeñara a todos los demás y se acercara a él.
Ella comenzó a avanzar despacio entre sus admiradores. Dillon se enderezó. Observándola con más atención, notó su repentino nerviosismo, la forma en que se movía furtivamente para mantener los hombros de sus incondicionales devotos entre ella y alguien que estaba situado en el otro extremo del salón de baile.
Dillon escudriñó a los invitados. Lady Swalesdale había reunido a una pequeña multitud, había mucha gente de la localidad así como muchos propietarios de caballerizas pertenecientes a la aristocracia. Volvió a mirar Pris. Ante sus perspicaces ojos, el pánico acechaba bajo su educada fachada, pero era imposible adivinar quién la ponía tan nerviosa.
Dillon estaba a punto de abandonar su santuario cuando ella actuó. Sonriendo ampliamente, consiguió deshacerse de dos caballeros; en el mismo momento en que se fueron, se excusó ante los otros tres. A juzgar por la lánguida mano que se llevó a la frente había aducido de manera poco imaginativa una ligera indisposición.
Los tres estaban descorazonados, pero en sus manos eran fácilmente maleables. Se inclinaron de manera respetuosa, y ella respondió con lo que Dillon supo que eran unos agradecimientos sinceros, luego se dirigió directa hacia donde él estaba.
Pris caminó con paso decidido, sin dejar de vigilar la estancia, y tomando la precaución de permanecer oculta para la persona misteriosa que estuviera en la otra esquina del salón. Se acercó a una de las hornacinas y para sorpresa de Dillon, se introdujo en la oscura abertura a la vez que llamaba por señas a un lacayo cercano.
El lacayo se apresuró a atenderla, haciendo una pequeña y breve reverencia.
—¿Señora…, señorita?
—Soy la señorita Dalling. Desearía que le diera un recado a mi tía, lady Fowles. Está sentada en un sofá en el otro extremo del salón. Viste de verde pálido y lleva plumas de avestruz en el cabello. Dígale a lady Fowles que me encuentro indispuesta y que regreso a casa. Que preferiría que se quedara aquí y que disfrutara de la fiesta. No quiero que regrese más temprano por mi culpa. Por favor, comuníqueselo de inmediato.
Pris escuchó mientras el lacayo repetía el mensaje e inclinó la cabeza.
—¿Desea que le busque un carruaje, señorita?
—No, gracias. Sólo entregue mi recado. —Le dirigió una radiante sonrisa al lacayo; luego este volvió a hacer una reverencia y se alejó para cumplir su misión. Ella recorrió la estancia con la mirada, respiró hondo y salió a hurtadillas de las sombras.
Con rapidez, y tan discretamente como pudo, se mezcló con los invitados y salió por una de las puertas secundarias. El pasillo estaba vacío, pero el baile apenas acababa de empezar; los invitados todavía seguían entrando a cuentagotas por las puertas principales del salón, cerca del vestíbulo de entrada.
Las puertas principales del salón aún permanecían abiertas de par en par y ella no podía arriesgarse a pasar por ellas, no podía arriesgarse a que la viera lord Cromarty. La última ocasión en que lo había comprobado, él permanecía de pie junto a un grupo de caballeros parecidos a él y, para su desgracia, encarado hacia esas puertas.
Hasta que él había entrado, no se le había ocurrido pensar que al relacionarse con la sociedad de Newmarket se estaba arriesgando a tropezarse con él. Cromarty la conocía, incluso había cruzado un par de palabras con ella; en ese momento, hacía menos de un año, Rus había estado con ella.
Ese era uno de los inconvenientes de ser gemelos casi idénticos, la hacía fácilmente reconocible. No podía arriesgarse a que Cromarty la viera aunque fuera una vez.
No había olvidado ni una sola palabra de la carta de Rus, si él había encontrado algo raro en lo que Harkness hacía, se lo habría contado a Cromarty. Mientras no tuviera claro qué papel tenía Cromarty en aquel asunto, no estaba dispuesta a poner en peligro a Rus, haciéndole saber que ella estaba allí.
Si Cromarty estaba involucrado, él sabría que o bien ella encontraría a Rus, o que él la encontraría a ella. Todo lo que Cromarty tendría que hacer sería vigilada para llegar hasta Rus.
Medio escondida por una lámpara de pie, Pris revoloteó por el vestíbulo hasta que otro lacayo salió del salón de baile. Dejándose ver, le hizo señas de manera imperiosa.
—Mi capa, por favor. Es larga, de terciopelo color lavanda, con un cinturón dorado.
El lacayo se sonrojó y tartamudeó, pero sin pérdida de tiempo se dirigió a buscar la capa. Ella permitió que se la colocara sobre los hombros, luego le dio permiso para irse, haciéndole ver que esperaba a alguien.
En el mismo momento en que el lacayo entró en el salón de baile, ella se giró, y se apresuró por el pasillo, lejos del salón y de su peligroso acechador, hacia el interior de la casa.
Al final del pasillo, encontró una escalera secundaria; al descender a la planta baja, se asomó por una ventana y vislumbró un jardín con caminos pavimentados que conducían hacia un bosquecillo no muy lejano.
Swalesdale Hall estaba sólo a un par de kilómetros de Carisbrook House. Conocía el camino y había luna llena; habría luz suficiente para encontrar el camino a casa.
¿Quién sabía? Incluso podría toparse con Rus; sabía que su gemelo estaba allí fuera en alguna parte. Solo.
Impulsada por ese pensamiento, buscó la puerta que daba al jardín, la abrió y bajó los escalones.
Echó un vistazo alrededor, pero no había nadie en las cercanías.
Cerrando la puerta, se tomó un momento para orientarse. Una brisa fresca movió la enredadera que cubría la fachada. Tras seleccionar el camino más probable de los cinco que tenía delante, se puso en marcha, caminando sobre las losas plateadas hacia los árboles.
Cuando estaba más o menos a medio camino de los árboles, la repentina premonición de que había alguien detrás de ella le produjo un helado escalofrío en la espalda.
Incluso mientras se decía a sí misma que su mente le estaba jugando una mala pasada, se volvió para mirar.
Había un hombre que caminaba con sigilo hacia ella.
Surgió un grito en su garganta, un grito que reprimió con todas sus fuerzas cuando la luz de la luna reveló al fin la identidad de aquel hombre.
El alivio fue tan profundo que cerró los ojos un instante, luego los abrió de nuevo. Pris se había detenido, él no.
Sólo lo hizo cuando estuvo a un paso de ella.
Para entonces, el fuerte temperamento de Pris había hecho su aparición.
—¿Qué diantres piensas que haces siguiéndome? ¡Me has dado un susto de muerte!
Que le había dado un susto de muerte era verdad, pero también era cierto que su mente ya andaba recreándose con su presencia: la anchura de sus hombros, la dureza fibrosa de su pecho, las líneas largas y firmes de sus piernas de jinete, la impactante gracia masculina que era aún más pronunciada con el elegante traje negro y la camisa blanca, y ese rizo negro suelto sobre la frente. Bajo el claro contraste creado por la luz de la luna, parecía una criatura oscura y peligrosa, una criatura que evocaba sus fantasías más profundas, fantasías sobre músculos calientes y acerados.
Dillon era demasiado tentador a la luz del sol; a la luz de la luna, era la personificación del pecado.
Sus acusaciones habían sonado chillonas incluso a sus oídos. Él ladeó la cabeza, estudiándole la cara.
—Lo siento. No tenía intención de asustarte.
Si hubiera pensado que se estaba riendo de ella, lo habría desollado verbalmente, pero su tono era sincero, con un toque de honradez que ella reconoció como real. Pris carraspeó y cruzó los brazos. Con mucho esfuerzo se contuvo para no dar golpecitos con el pie mientras esperaba que dijera algo, o mejor todavía, que se diera la vuelta y se alejara de ella.
Al ver que él se quedaba allí de pie, mirándola, Pris contuvo un suspiro, inclinó la cabeza regiamente y se dio la vuelta de nuevo.
—Buenas noches, señor Caxton.
Empezó a caminar.
A sus espaldas, oyó un suspiro.
—Priscilla. —No necesitó mirar para saber que la seguía—. ¿Adónde vas?
—A casa. A Carisbrook House.
—¿Por qué? —Ella no contestó—. O mejor dicho… —su voz de tenor parecía algo alterada—, ¿con cuál de los asistentes al baile no querías encontrarte?
—Con ninguno en especial.
—Priscilla, permíteme decirte que eres una pésima mentirosa.
Ella se mordió los labios, recordándose a sí misma que él sólo pretendía provocarla a propósito.
—Con quien yo quiera o no quiera encontrarme no es asunto tuyo.
—Lo cierto es que, en este caso, me parece que sí lo es.
Habían alcanzado los árboles. Pris no le tenía miedo, no en el sentido de que le fuera a hacer daño, pero ni sus nervios ni ella estaban dispuestos a atravesar un bosque oscuro con Dillon pisándole los talones. Tentar al destino era una cosa, esto sería una locura.
Deteniéndose, se giró, e intentó fulminarle con la mirada, lo que resultó difícil dado que tenía que levantar la vista para mirarlo.
—Buenas noches, Dillon.
Él la miró largo rato —lo suficiente para que ella tuviera que recurrir a toda su voluntad para que sus sentidos no se desbocaran—; luego él miró detrás de ella, a los árboles.
—¿Sabes que hay más de dos kilómetros para llegar hasta Carisbrook House?
—Sí. —Alzó la barbilla un poco más—. Preferiría ir a caballo, pero no he traído a mi yegua.
Dillon apretó los labios mientras la recorría con la mirada. Ella tuvo la impresión de que estaba a punto de decir algo pero que se lo pensaba mejor. En su lugar dijo:
—Aun así es una caminata de dos kilómetros. A través de los campos. —Bajó la vista hasta el ruedo de su vestido—. Vas a estropearte el vestido nuevo y los escarpines.
Pris lo sabía, y por dentro se maldecía ante el necesario sacrificio.
—He venido en el cabriolé. Vamos a los establos, engancharé los caballos y te llevaré a casa.
Dillon hizo la oferta de manera sucinta, directo al grano, como si fuera simplemente lo que un caballero debía hacer. Pris lo miró a la cara, pero no podía leer nada allí, la luz era demasiado débil. ¿Qué sería más peligroso? ¿Cruzar los campos en la oscuridad a solas, o sentada junto a él los pocos minutos que llevaba recorrer dos kilómetros en un cabriolé?
Clavó los ojos en los suyos con la intención de arrancarle la promesa de que se comportaría correctamente, pero él sólo se limitó a esperar impasible. Pris ahogó un suspiro y al final asintió con la cabeza.
—Gracias.
Dillon no se regocijó, y con un gesto elegante le señaló con la mano otro camino que partía del límite del bosque.
—Podemos llegar por aquí a los establos.
Pris se puso en camino, y él la siguió, ajustando sus largas zancadas a las de ella, más cortas. No intentó tomarla del brazo, lo cual ella agradeció. Su último encuentro y la manera en que se despidieron estaban aún frescos en su memoria, combinados con el recuerdo del encuentro anterior a ese, cuando él había intentado cegarla con la pasión. No la sorprendió que sus nervios ya tensos, se despertaran, ni que sus sentidos tintinearan.
Pris notó cuando él la miró.
—¿Te gusta estar aquí?
Sus palabras sonaron inseguras. Puede que él se estuviera limitando a mantener una conversación educada, pero ella sintió que no era así.
—Me gusta el pueblo. Es un lugar interesante.
—¿Y sus habitantes? Pareces haber hecho varias conquistas.
Había algo en su tono afable, una nota de desagrado, que la puso de los nervios. Pris inspiró por la nariz con desaprobación.
—Pero son conquistas fáciles. —Hasta ella notó el tono despectivo en su voz, el rencor subyacente, y suspiró para sus adentros—. Perdón, no he sido justa. Son bastante agradables, pero… —Se encogió de hombros y mantuvo la mirada al frente.
—Pero no quieres que se rindan a tus pies. —Sus palabras destilaban una cínica empatía—. No es necesario que te disculpes. Lo entiendo perfectamente…
Lo miró, pero se movían entre las sombras y no podía leer su expresión. Lo había visto en el salón de baile, capeando a todo un ejército de jóvenes damas; luego, él había desaparecido y había sentido una punzada de envidia por no poder hacer lo mismo.
Al menos él la entendía.
Era una situación extraña, conocer a un hombre que se enfrentaba al mismo problema que ella afrontaba de forma rutinaria, el mismo problema que volvía loco a Rus. Como estaban envueltos por la oscuridad le pareció posible preguntar.
—¿Por qué lo hacen? Jamás lo he entendido.
Dillon no contestó de inmediato, pero cuando ya tenían los establos a la vista, dijo suavemente:
—Porque no nos ven de verdad. Ven el físico, no a la persona.
—Se detuvieron al final del camino de grava, delante del establo.
Dillon capturó su mirada iluminada por la luz de la luna.
—No ven quiénes somos, ni lo que somos en realidad, ni que no somos tan condenadamente perfectos como parecemos, ese es el problema.
Salió un mozo del establo y Dillon se giró.
—Espérame aquí. Iré a buscar el cabriolé.
En cuestión de unos pocos minutos, él reapareció con un elegante vehículo, tirado por un par de sementales negros que cortaban la respiración.
«Oh, Rus…, ojalá pudieras verlos».
Tras ayudarla a subir al asiento, Dillon la miró. Se acomodó a su lado y luego tomó las riendas.
—Te gustan los caballos.
No había sido una pregunta.
—Sí. Tengo un hermano que es un entusiasta de ellos, vive, respira e incluso sueña con caballos.
—Ya veo. —Lo dijo con una sonrisa, y había verdadera comprensión en su tono—. Ya has conocido a Flick, a Felicity Cynster, mi prima. Ha sido así toda su vida, y su marido, Demonio, por lo que he visto desde que lo conozco, es todavía peor. —Azuzó a los caballos para emprender el camino—. Creo que aún no lo has conocido.
—No. —Se agarró al lateral del cabriolé cuando él tomó la senda bruscamente—. Supongo que será una especie de obsesión.
—No te lo discuto.
El traqueteo de las ruedas se mezclaba con el ruido de los cascos en un ritmo constante. La noche era serena y tranquila, la brisa no era más que una suave caricia.
—¿Vas a decirme de quién huías esta noche?
—No.
—¿Por qué no?
«Porque no puedo. Porque no me atrevo. Porque este no es mi secreto». Pris se removió inquieta en el asiento muy consciente de la cercanía de Dillon, de su sólida y cálida presencia. Su impecable elegancia disimulaba lo grande que era; más alto, más ancho, mucho más corpulento que ella, mucho más fuerte, mucho más poderoso.
Sentada a su lado en el estrecho asiento del cabriolé, se sentía rodeada por él.
Lo que Pris no podía comprender era por qué la hacía sentirse tan segura, sobre todo cuando sabía sin lugar a dudas que él era la mayor amenaza —para sí misma y su tranquilidad de espíritu— a la que jamás se había enfrentado.
—Ese hombre que intentó forzar la entrada en el Jockey Club —ella giró la cabeza para mirarlo mientras avanzaba por el camino a toda velocidad—, ¿lo has encontrado?
Pris necesitaba mantener la mente despejada y no permitir que la distrajera, ni que la tentara a confiar en él cuando eso podía resultar demasiado peligroso.
Dillon la miró brevemente, luego volvió la vista a los caballos.
—No. —Dado que lo había mencionado, él decidió aprovechar la oportunidad—. Es irlandés…, igual que tú.
—¿En serio? —Pris ni siquiera se molestó en disimular que no lo sabía. Dillon volvió a mirarla. Ella le sostuvo la mirada y luego agrandó los ojos—. ¿Tan difícil es encontrar un irlandés en Newmarket?
A pesar de que hizo la pregunta en tono burlón, él supo que la hacía de verdad, que Pris realmente quería saber la respuesta.
Con una sonrisa cínica en los labios, Dillon continuó mirando los caballos.
—Como sin duda has descubierto, Priscilla, encontrar un irlandés en Newmarket no resulta demasiado difícil. Pero ¿encontrar un irlandés en particular? Dado el número de mozos y jockeys irlandeses que pululan por aquí, y los que vienen para ver las carreras, localizar a uno en particular es como intentar encontrar una aguja en un pajar. —Ella no contestó. Dillon la miró de reojo y observó la expresión seria, casi abstraída, de su rostro—. ¿Quién es? —La pregunta surgió de sus labios antes de siquiera pensarlo. Ella lo miró; Dillon añadió—: Quizá pueda ayudarte.
Ella le sostuvo la mirada un instante, luego negó con la cabeza y miró hacia delante.
—No puedo decírtelo.
Él instó a los sementales negros para que giraran hacia Carisbrook. Al menos, Pris había dejado de fingir que no estaba buscando a un irlandés. Él había sugerido que era su hermano, y ella lo había negado. Si no era su hermano, ¿sería entonces… un amante?
No le hacía gracia pensar en esa posibilidad, pero se obligó a considerarlo. Ella tenía una educación exquisita, eso era evidente, pero no sería la primera dama enamorada de un carismático loco de los caballos. Sin embargo, no debía olvidar que su tía estaba involucrada. Lady Fowles no era el tipo de familiar que él imaginaba ayudando a Pris a salir en pos de un amante disoluto, o simplemente inadecuado.
Volvió a considerar la posibilidad de que fuera un hermano.
O un primo. Después de todo, Flick había sido su defensora, había llegado a hacer cosas por él que, aún ahora, le producían pesadillas.
—En una ocasión me vi involucrado en la estafa de una carrera.
Pris giró la cabeza con tal rapidez que sus bucles se agitaron.
—¿Qué?
Él la miró a los ojos, luego, echando un vistazo alrededor, hizo frenar los caballos. El recorrido a Carisbrook era largo; estaban sólo a medio camino de la casa. Si tenía que revelarle parte de su vida para que confiara en él, necesitaba hablar con ella en alguna parte. Y si recordaba bien…
Encontró el desvío que buscaba un poco más adelante, casi oculto entre la vegetación. Hizo girar los caballos, y los instó a tomar la senda.
—¿Dónde…? —Ella miró hacia delante, sobre el césped donde un hilera de árboles se cruzaban en su camino.
—Espera.
Guiando a los semental es entre los árboles, los llevó hasta el cenador que había en la orilla de un ovalado lago artificial cercano a la casa.
Tras detenerse, Dillon se bajó del cabriolé. Tomó las riendas y luego las ató a una rama para que los caballos estuvieran quietos. El cabriolé se balanceó cuando Pris se bajó; Dillon vislumbró sus delgados tobillos bajo las faldas.
Ella caminó tras él con la perplejidad reflejada en la cara.
—¿Qué has dicho?
Él señaló con la mano el cenador.
—Entremos.
Pris le precedió, y entró en una sala amplia y abierta con el techo abovedado. De madera pintada de blanco, el cenador sólo disponía de un sofá de mimbre y un sillón a juego, ambos acolchados, y de cara a la ventana que daba al lago y desde la cual podía verse la casa que se encontraba en la otra orilla.
Pris se sentó en la esquina del sofá. No era simple curiosidad lo que sentía, sino la necesidad, pura y dura, de saber lo que él tenía que decide. Justo lo que él había pretendido cuando había sacado el tema a colación.
Pero Pris necesitaba vede la cara, así que la seguridad del sillón no era una opción. Fuera, la luz de la luna emitía un brillo perlado, pero dentro del cenador, estaba considerablemente más oscuro. Ante el gesto de la mano de Pris, Dillon se sentó a su lado. Ella le estudió la cara, podía distinguir sus rasgos, pero no las emociones de sus ojos.
—No puedo creer que tú, el responsable del Registro Genealógico, hayas estado alguna vez involucrado en algo ilícito. Y menos relacionado con las carreras de caballos.
Él la miró a los ojos. Después de un momento le preguntó:
—¿No puedes?
Fue como si él, deliberadamente, hubiera dejado a un lado todo su glamour para que ella pudiera ver al hombre real, sin ninguna fachada tras la que ocultarse. Observándola fijamente, le dirigió una mirada interrogativa.
Pris suspiró. Moviendo las piernas, cambió de postura para poder verle bien la cara.
—Bueno, quizá pueda imaginarlo. Eras un joven salvaje y…
—No era sólo salvaje. Era imprudente y temerario. —Se interrumpió y la miró fijamente a los ojos; tras un momento, le preguntó—: ¿Te suena de algo?
Ella no respondió.
Se hizo un silencio embarazoso, luego él se volvió hacia delante. Apoyó los hombros contra el respaldo del sofá, estiró las piernas, cruzó los tobillos y deslizó las manos en los bolsillos del pantalón. Miró la superficie lisa del lago hasta la lejana luz que emitía la casa. Tenía los labios curvados, no en una mueca cínica pero sí con un evidente desprecio hacia sí mismo.
—Era un joven salvaje e imprudente que sólo se metía en líos. —Su tono sugería que él veía a aquel joven desde la sabiduría que confería el tiempo y la distancia—. Era hedonista, engreído y egoísta, y naturalmente inmaduro. Lo tenía todo, nombre, dinero, comodidades. Pero eso no bastaba. No…, deseaba más. Necesitaba excitación y emociones. Mi padre intentó, como hacen todos los padres, meterme en cintura, pero en esos días no nos comprendíamos demasiado bien. —Hizo una pausa, luego continuó con franqueza—: Pronto me vi involucrado en las peleas de gallos, me endeudé hasta las cejas, lo que me convirtió, como único hijo del responsable del Libro de los Sementales y reverenciado miembro del Jockey Club, en la persona más idónea para ser chantajeada.
Hizo una pausa, mirando sin ver el lago, luego siguió en el mismo tono pero dejando traslucir un montón de emociones encontradas.
—Querían que me pusiera en contacto con los jockeys, que les instara a refrenar sus monturas, una estafa bastante común esos días. Y fui… lo suficientemente cobarde para convencerme a mí mismo de que plegarme a sus deseos era mi única salida.
Esta vez, la pausa fue más larga, Dillon tenía las emociones a flor de piel; Pris no encontró las palabras adecuadas para romper el silencio, así que esperó.
Al final, él se movió y la miró brevemente.
—Flick se mantuvo a mi lado. Obligó a Demonio a echarme una mano, y juntos me ayudaron a salir de todo eso. Dejaron al descubierto la estafa y al caballero que estaba tras ella, y me forzaron… me dieron la oportunidad de madurar.
—¿Y qué sucedió con tu vena cobarde? —Cuando la miró, ella señaló—: No la habrías mencionado si no estuvieras seguro de haberla dejado atrás.
Los dientes de Dillon brillaron en la oscuridad, admitiéndolo con una sonrisa cínica antes de volver la vista al lago.
—El cobarde que había en mí murió en el mismo momento en que el criminal que había organizado todo aquello apuntó a Flick con una pistola. —Paseó la vista por la superficie del lago. Transcurrió un rato antes de que dijese—: Fue muy extraño… En un momento cambió toda mi vida. De repente me vi tal como era y como no quería ser. Ver a un ser querido en peligro por algo que yo había iniciado… no podía… simplemente no podía consentirlo.
—¿Qué pasó? ¿Le disparó?
Él sacudió la cabeza.
—No.
No dijo nada más. Ella frunció el ceño, analizando la situación.
Luego lo entendió, más que un presentimiento era una certeza.
—Te dispararon a ti.
Sin mirarla, encogió los hombros.
—Era lo razonable dadas las circunstancias. Sobreviví. —Era una penitencia, un castigo del que nunca había querido hablar. Pris se hacía una buena idea de por qué se lo había contado, y hacia dónde quería conducir la conversación, pero ella no quería que siguiera por ese camino—. Era salvaje e imprudente.
Pris esperó hasta que sus miradas se cruzaron.
—Ser salvaje e imprudente forma parte de tu alma. —Ella sabía que era así como también sabía que eso formaba parte de la suya—. Uno no puede cambiar algo así, ¿dónde te escondes? ¿Qué haces para satisfacer el deseo de sentir nuevas y excitantes emociones?
Ella sentía curiosidad. La miró a la cara y Pris sospechó que Dillon la entendía. Que se daba cuenta de que era una pregunta que se hacía a sí misma.
La sonrisa que curvó las comisuras de sus labios sugería que sentía cierta simpatía por ella.
—En aquel entonces, me preguntaba con temor si me había convertido en un adicto a los juegos de azar, pero para mi gran alivio, averigüé que no había sido así. Soy… —inclinó la cabeza como aceptando algo con cinismo— adicto, pero a la sensación que produce la excitación, a la emoción que viene con… el éxito, supongo. A ganar. A tener éxito, a luchar contra todas las posibilidades. —La miró brevemente—. Por fortuna, a mi adicción no le importa de qué manera consiga el éxito… siempre que lo obtenga.
—¿En qué has tenido éxito? —Pris agrandó los ojos—. No puedo imaginarme que llevar el Registro Genealógico del Jockey Club pueda considerarse un éxito.
Dillon sonrió ampliamente.
—Ni siquiera en su mejor día. Mi posición allí es más un interés a largo plazo, casi una cuestión hereditaria. No, mi éxito vino de la mano de Demonio y el resto de su familia, los Cynster: Me dio por invertir.
—No en fondos, supongo.
La sequedad de su comentario lo hizo sonreír.
—Habiéndome criado en el campo, parte de mi dinero está depositado en fondos, pero tienes razón, la excitación y las emociones vienen por otro lado. En buscar nuevas oportunidades, iniciar nuevos proyectos, en convertir una propuesta mediocre en una a gran escala con muchos más factores a tener en cuenta. Si adquieres las habilidades adecuadas y las utilizas bien, las probabilidades de tener éxito son mayores que en el juego, y las emociones y la excitación mucho más intensas.
Ella miró el lago y suspiró.
—Y por consiguiente más satisfactorias.
Dillon observó su perfil. No estaba demasiado seguro de por qué le había contado tanto de sí mismo, pero el relato sólo reforzaba su sentido de la obligación. Le debía demasiado a mucha gente, a Flick sobre todo, pero también a Demonio y a los Cynster en general. Cuando había estado en problemas, le habían brindado, libre y abiertamente, la ayuda que necesitaba para volver a encauzar su vida. Gracias a ellos, había hecho amigos y consolidado relaciones, algo que apreciaba enormemente, algo que era muy importante para la persona que era ahora.
Le habían dado mucho cuando lo había necesitado.
Ahora, Pris Dalling y a quien quiera que protegiera, necesitaban su ayuda; no podía darles la espalda, no podía negarse a ofrecerle su ayuda.
—Te conté esto sobre mí para que comprendieras que si tú, o quien quiera que protejas, se ha metido en algún tipo de lío del que no puede salir, yo, mejor que nadie, puedo entenderlo. —Esperó hasta que ella giró la cabeza y lo miró, Dillon sospechó que a regañadientes—. Si estáis en problemas y necesitáis ayuda, estoy dispuesto a ofrecérosla, pero para eso tendrás que decirme quiénes son y qué está ocurriendo.
Sosteniéndole la mirada, Pris se encontró frente al quid de la cuestión. Sabía en su corazón que Rus jamás se habría involucrado de forma voluntaria en ninguna estafa, pero ¿por qué no denunciaba y contaba lo que él había descubierto? ¿Por qué se escondía?
No lo sabía. Antes tenía que… Hizo una mueca, volvió a mirar al lago.
—No puedo decírtelo.
A pesar de todos sus esfuerzos, las palabras sonaron renuentes.
A pesar de su lealtad a Rus, el deseo de tomar la mano que Dillon le tendía era sorprendentemente intenso, en especial después del incidente con Harkness, y de haber visto a Cromarty en el baile.
Desde la noche en que había visto a Rus intentando forzar la entrada del Jockey Club, ella no había sabido nada más de sus andanzas. Y con Harkness acechando en el Heath y Cromarty pavoneándose por los salones de baile, su campo de investigación se estaba estrechando considerablemente.
Necesitaba ayuda, pero…
Dillon se movió, sacó las manos de los bolsillos y cambió de posición para mirarla.
Claramente, estaba considerando la idea de presionarla un poco más, pero antes de que pudiera hacerlo, ella decidió contraatacar; la mejor defensa era un buen ataque especialmente en lo que a él concernía. Pris clavó la mirada en sus ojos. De repente fue consciente de él, grande, oscuro y peligroso, de su brazo musculoso apoyado en el borde del respaldo del sofá.
—Necesito saber las implicaciones de lo que te voy a contar antes de hacerlo. ¿Me dirás lo que quiero saber del registro?
Dillon le sostuvo la mirada un instante, luego con absoluta terquedad contestó:
—No puedo.
De dónde sacó las fuerzas, Pris no supo decirlo. Quizás estuviera inducida por la agresividad, o por el miedo, o por ese sentimiento imprudente y temerario que formaba parte intrínseca de los dos.
—Podría persuadirte. —Las palabras surgieron de sus labios, cálidas y roncas.
Antes de que él pudiera reaccionar, Pris levantó las manos y las ahuecó sobre su cara, se inclinó hacia delante y lo besó.