CUATRO horas más tarde, Pris hizo una entrada razonablemente satisfactoria en la sociedad de Newmarket. Había adoptado una personalidad de «altiva marisabidilla»; se había enfundado un sencillo vestido de color gris perla con ribetes dorados y se había retirado el pelo de la cara con un apretado moño; había intentado proyectar una tranquila y estudiada apariencia de sabihonda.
La reunión de la señora Cynster había resultado ser más concurrida de lo esperado; había muchas damas jóvenes y un sorprendente número de caballeros elegibles recorriendo el césped cercano a la casa bajo los vigilantes ojos de las matronas y damas de más edad, las cuales se habían acomodado bajo los árboles de los alrededores.
—Gracias, lady Kershaw. —Pris hizo una reverencia—. Estaré deseando verla mañana por la tarde. —Con una leve sonrisa, se alejó de la arrogante matrona.
Invitaciones para cenas y fiestas eran la consecuencia inevitable de asistir a tal acontecimiento, pero había descubierto algunas cosas relacionadas con las carreras de caballos, y estaba de acuerdo con Eugenia en aceptar todas las invitaciones. En cualquiera de esos eventos podría descubrir una información de vital importancia. Hasta que encontraran algo, debían seguir avanzando y cubrir todos los frentes. Eugenia y ella eran hijas de condes, y Adelaide se había movido toda su vida en ese tipo de ambientes, así que tratar con la sociedad de Newmarket no representaba un gran desafío.
En cuanto fueron presentadas, las tres habían tomado caminos diferentes. Adelaide se había unido a las damas más jóvenes intentando descubrir cualquier cosa relacionada con algún edificio abandonado o algo similar, y estaba encantada con la tarea.
Eugenia, entre tanto, perseguía el registro con el celo propio de una excéntrica. Desafortunadamente, no era posible hablar sólo de eso, así que cuando Pris se había acercado por última vez a ella, Eugenia intercambiaba opiniones sobre el último escándalo londinense.
Deteniéndose a un lado del césped, Pris observó a los invitados.
Su tarea había sido tantear a las jóvenes damas así como a los caballeros, para ver qué podía averiguar. Se había aferrado a su papel de marisabidilla, soltando algunas sutilezas en respuesta a las habituales miradas sorprendidas, o tal vez envidiosas, que provocaba su belleza. Su atavío no había ayudado tanto como había esperado, pero su actitud sí. Ahora la precedería su reputación; semejante tipo de sutilezas no eran comunes, y las demás damas la miraban con una mezcla de interés y celos incipientes.
Era una sensación refrescante; le gustaba la libertad que le permitía ese papel para interactuar de una manera menos superficial. Siempre había encontrado interesante relacionarse con la gente, pero durante los últimos ocho años, su belleza se había convertido en una barrera invisible que impedía cualquier acercamiento.
Sin embargo, ahora, mientras observaba a las personas allí reunidas y tras comprobar que había charlado con casi todas ellas, sintió una agitación interna, la punzada de una creciente impaciencia.
Un movimiento en el interior de la salita atrajo su atención. Las puertas que llevaban al césped estaban abiertas; con la brillante luz del sol iluminando el exterior, el interior parecía lleno de sombras. Mientras ella observaba, alguien se movió, alguien que se deslizaba con una elegancia depredadora que hizo resonar todas sus alarmas.
No había bajado la guardia hasta haberse asegurado que ni Caxton ni su amigo Adair acechaban entre los invitados. Ahora, con todos los sentidos alerta, observó la sombra resuelta de ese hombre mientras salía a los escalones iluminados por los rayos del sol. Esos oscuros rizos y esa pecaminosa elegancia la hicieron maldecir entre dientes.
Dillon ya se había fijado en ella.
Pris se giró y se unió a un grupo de invitados.
Él la observó fundirse con la multitud. Vaciló al borde del césped, debatiendo cuál sería la mejor manera de iniciar el ataque.
Había pasado los tres últimos días pensando en la adorable señorita Dalling, y aunque muchos de esos pensamientos habían girado en torno a qué papel representaba ella en todo ese asunto de las carreras amañadas, algunos de ellos habían sido de carácter más privado. Si bien en un principio había estado de acuerdo con Demonio —dada la seriedad de la situación, y el daño potencial a las carreras— en que estaba justificado emplear estratagemas más personales para ganarse la confianza de la señorita Dalling e intentar descubrir todo lo que necesitaban saber de ella, no por ello dejaba de sentirse extrañamente renuente a perseguirla de esa manera… o, al menos, por esas razones.
Tras su último encuentro, Dillon no estaba totalmente seguro de desear volver a reunirse con ella de una manera tan personal.
Le había soltado una advertencia. Jamás se le hubiera ocurrido hacer tal cosa, pero con ella se había sentido obligado por una sencilla razón. Ninguna otra mujer lo había tentado como ella lo había hecho. La señorita Dalling había atravesado su caparazón sin aparente esfuerzo, y si no hubiera estado tan versado en las relaciones sociales como lo estaba, hubiera perdido la compostura y se hubiera dejado llevar en un intento de experimentar algo que jamás había querido antes, y que había dejado al descubierto una faceta de sí mismo que, hasta aquel apasionado momento en el bosque, no sabía que poseía.
No importaba con qué intención la hubiera hecho, su advertencia había sido provocada por el instinto de conservación. El suyo, no el de ella.
Siempre se había considerado como un hombre sensual pero distante, apasionado pero controlado, jamás se dejaba llevar por sus apetitos, nunca se había permitido sentir una necesidad tan apabullante y desgarradora. Ella le había demostrado que estaba equivocado, que con la mujer adecuada, con la tentación apropiada, podría ser domado como los demás, como Demonio, como Gerrard, como todos los demás varones Cynster con los que había mantenido contacto durante la última década.
Y ese no era un pensamiento reconfortante, en especial cuando su misión era persuadirla para que le revelara sus secretos. Estaba obligado a acercarse a ella, a tentarla, a emplear el tiempo que fuera necesario para conseguir su propósito, pero iba a ser difícil volver a recobrar ese, hasta ahora, legendario control que ella había debilitado muy seriamente.
A pesar de la reacción instantánea de su cuerpo ante la imagen de esa mujer —una deliciosa visión engalanada con un vestido de color gris perla con ribetes dorados— que en ese momento permanecía sola, examinando al gentío como una extraña cuya extraordinaria belleza la mantenía apartada de los demás —algo que le solía ocurrir muy a menudo a él mismo—, él dudaba seriamente que, en este caso en concreto, el encuentro produjera algo más que un altivo desprecio. O una más que probable locura si se veía forzado a luchar todo el rato contra esos nuevos demonios recién descubiertos.
No obstante…, la inmediata reacción femenina ante él, la instintiva maniobra de buscar refugio entre la multitud, le había hecho curvar los labios. El depredador que había en él reconocía esos movimientos como lo que eran. ¿Había pues esperanza? ¿Podría él «persuadirla» sin que aquello supusiera arriesgar más de lo que podía permitirse de manera segura?
—¡Aquí estás! —Observó cómo Flick se dirigía con premura hacia él. Irguiéndose, ella le estampó un beso en la mejilla y murmuró—: Está allí, con los Elcott, ¿la has visto?
—Sí. —Flick le había enviado un mensaje para comunicarle que la señorita Dalling y su tía asistirían al té—. ¿Cuánto tiempo llevan aquí?
—Alrededor de una hora, así que dispones de tiempo. Ahora —girándose, Flick examinó a los invitados—, ¿te gustaría conocer a su tía?
—Por supuesto. Y después de presentármela, puedes despejarme el camino. —Dillon fingió no notar las ávidas miradas que se posaban en él—. No tengo ningún tipo de interés en ninguna de esas dulces señoritas…, sólo quiero hablar con la señorita Dalling.
Flick se rio entre dientes mientras lo tomaba del brazo.
—Estoy de acuerdo contigo en que ella no es dulce, pero al menos es interesante. Sin embargo, mi buen muchacho, me temo que a pesar de tu falta de interés, hay muchas damas por aquí cuyo interés por ti no puedes ignorar.
Él gimió, pero se rindió, y dejó que lo condujera a la expectante multitud. Saludó a diversas matronas, se inclinó de manera respetuosa sobre las manos de sus hijas, y sin ningún esfuerzo mantuvo su habitual actitud distante; incluso mientras seguía mirando a todas esas dulces jóvenes, sus sentidos buscaban a su verdadera presa. Ella estaba moviéndose entre los corrillos, manteniéndose siempre lo más alejada posible, mientras él se abría paso entre la multitud.
Al parecer, la señorita Dalling había hecho caso de su advertencia. ¿Cómo tentarla lo suficiente para que lidiar con él fuera un nuevo reto?
En ese momento Flick lo condujo hasta una dama de más edad que se sentaba al lado de lady Kershaw.
—Y esta es lady Fowles. Está pasando unas semanas con su sobrina y su ahijada en Carisbrook House. Déjeme presentarle a mi primo, el señor Dillon Caxton. Dillon es el responsable del famoso Registro Genealógico.
—¿De veras? —Lady Fowles le dirigió una sonrisa calculadora, como un águila avistando a su presa.
Al inclinarse de manera respetuosa sobre su mano, Dillon se encontró con un par de sagaces ojos grises.
—He oído hablar mucho sobre usted, joven. A mi sobrina. Ha sido muy poco servicial al no contarle todo lo que yo quería saber.
La sonrisa de la dama despojó las palabras de todo rastro de ofensa. Dillon respondió con una sonrisa mientras se enderezaba.
—Me temo que los detalles del Registro Genealógico son un tema reservado.
Él se preguntó si la venerable dama conocería las correrías nocturnas de su sobrina. Le parecía improbable; a pesar de toda su pretendida excentricidad, lady Fowles parecía estar en sus cabales.
Aunque procedió, sin embargo, a interrogarle sobre el registro.
Él sorteó sus preguntas, debatiendo en su lugar sobre otros aspectos del Jockey Club, aquellos que eran del dominio público. Dada su larga relación con el club, podía hablar largo y tendido sobre el tema sin poner toda su atención en ello.
Lo que dejaba a su mente libre para reflexionar sobre la señorita Dalling, para considerar cómo atraerla… Todo lo que tenía que hacer era continuar hablando animadamente con su tía. La señorita Dalling también caería presa de la curiosidad.
Cuando sintió que sus sentidos se ponían alerta, advirtiéndole que ella estaba cerca, lady Fowles dejó de mirarlo y sonrió.
—Estás aquí, querida. He intentado sonsacarle al señor Caxton información sobre el registro. —La dama le dirigió una mirada perspicaz—. Pero es más fácil sacar agua de debajo de las piedras.
La mujer volvió a mirar a la señorita Dalling mientras esta se les unía. Dillon se volvió para mirarla; ella permanecía recelosa a unos metros de ellos.
—Señor Caxton. —El tono fue educado. Hizo una reverencia a la que Dillon correspondió con una inclinación de cabeza.
Agrandando los ojos, la dama sugirió:
—¿Por qué no intentas tú minar su determinación, querida? Quizá se sienta más inclinado a compartir esos detalles contigo.
Ocultando su satisfacción, Dillon clavó los ojos en su presa. Esos ojos verdes y alarmados se alzaron hacia los suyos. Casi sentía compasión por ella…, arrojada a los leones por su propia tía.
—No creo que eso sea probable, tía —la corrigió con remilgo, pero esperó expectante a que él hiciera algún comentario, declinara su compañía y se retirara.
Él sonrió de manera encantadora, como si estuviera embelesado por su belleza; Pris no era tonta, una repentina sospecha afloró en sus ojos color esmeralda.
—Sé cuán abnegada es usted a la hora de satisfacer la sed de saber de su tía, señorita Dalling. —Le ofreció su brazo—. Quizá deberíamos pasear un rato para darle la oportunidad de probar sus artimañas. Quién sabe, quizás en semejante entorno podría dejar caer alguna cosa.
Ella lo miró fijamente, luego bajó la vista a su brazo como si fuera una hiedra venenosa.
—Ah —con un titubeo, ella extendió la mano—. Sí. Muy bien. —Alzando la cabeza, lo miró con los ojos entre cerrados, buscando su mirada—. Será un paseo… muy agradable.
Dillon sintió la vacilante presión de los dedos en su manga y contuvo el intenso deseo de cubrirlos y atraparlos bajo los suyos.
Cuando se despidieron de su tía y lady Kershaw, Dillon se giró hacia el límite del césped.
—Vayamos por aquí.
Ella asintió conforme.
Había menos invitados por ese lado. Él la guio entre los corrillos, evitando las miradas de aquellos que pretendían reclamar su atención.
—Dígame, señorita Dalling, ¿a qué se debe el interés de su tía en el registro?
Ella le dirigió una mirada recelosa, pero directa.
—Comprendo que quizá para usted sea difícil entenderlo, pero mi tía es una persona muy obsesiva. Cuando decide que quiere saber algo, sencillamente no descansa hasta que lo consigue.
—En ese caso, en este caso en concreto, no podrá llegar hasta el fondo. Los detalles del registro no son de dominio público.
—Ella no es alguien «público».
—No entiendo por qué… —Se interrumpió.
Él le recorrió la cara con la mirada; su expresión era ilegible, pero tenía los ojos muy abiertos… Se le había ocurrido algo.
Observó cómo echaba por la borda todo intento de disimulo; sintió cómo la tensión alteraba sutilmente ese ágil cuerpo tan cercano al suyo, relajándolo, poniéndolo más flexible, pero preparándose para su próximo ataque.
—Dígame entonces una cosa. —Lo miró a los ojos con un brillo directo y desafiante en los suyos—. ¿Por qué esos detalles son tan secretos?
Dillon le sostuvo la mirada y luego miró hacia delante. Habían dejado atrás al resto de los invitados. Concentrada en él, Pris no percibió cuando la condujo por el camino que conducía al establo. ¿Cuánto debería contarle?
—Esos detalles podrían utilizarse para amañar las carreras de distintas maneras. El Jockey Club prefiere no llamar la atención sobre ellos, es por eso por lo que hay tanto secretismo en torno al registro y su uso.
Ella frunció el ceño, paseando tranquilamente a su lado.
—¿Así que esa información es utilizada de alguna manera para… dar validez a los caballos de carreras?
Cuando ella levantó la vista, él capturó su mirada y dejó caer cualquier intento de disimulo.
—Haré un trato con usted. Si me dice por qué necesita saber lo que hay en el registro, yo le diré todo lo que quiere saber a cambio.
Ella escrutó sus ojos durante un largo momento, luego miró hacia delante.
—Ya le he dicho por qué…, y más de una vez. Mi tía quiere saber… Usted ya ha hablado con ella, sabe que es cierto.
El tono impaciente hizo más profundo su marcado acento irlandés.
Dillon suspiró para sus adentros. Demonio tenía razón. Ganarse la confianza de esa mujer era la única manera de llegar a saber sus secretos.
Y la manera más rápida y segura de conseguida era seduciéndola.
No se detuvo a pensarlo, sólo actuó. Parándose en el camino, se giró hacia ella. Bajando el brazo, le cogió la mano y la empujó suavemente hacia atrás, hasta que su espalda chocó con un seto.
Luego él se acercó más, en un movimiento tan elegante y fluido que proclamaba toda la experiencia que Dillon poseía.
Ella abrió los ojos de par en par, clavando la vista en él con incredulidad durante un largo momento, luego miró a un lado y otro, y se dio cuenta de dónde estaban. Lejos de la vista de cualquiera, totalmente solos.
Volvió a mirarlo de nuevo a los ojos.
—¿Qué demonios cree que está haciendo?
Obviamente estaba irritada, pero no había ni la más leve nota de pánico en su tono.
La terquedad femenina fue todo un estímulo. Inclinando la cabeza, se apretó contra ella. Levantó una mano y enroscó un dedo en uno de esos exuberantes rizos negros que se había soltado de su severo recogido, y se lo colocó detrás de la oreja.
La sedosa y cálida sensación que envolvió su dedo lo distrajo por un momento. Con suavidad, liberó el dedo, y se dio cuenta de que ella estaba conteniendo el aliento. La miró a los ojos, capturando su mirada aturdida y vacilante, luego, suave y lánguidamente, rozó la fina piel de la barbilla de Pris con la yema del dedo.
Durante un instante, el deseo se arremolinó en esos increíbles ojos color esmeralda; ella intentó contener un estremecimiento, pero él detectó la ardiente respuesta cuando observó el parpadeo de los ojos entrecerrados.
Sólo un santo se habría resistido a ella, sólo un santo no habría permitido que sus cuerpos quedaran separados por tan sólo unos centímetros, ni se habría permitido sentir toda la calidez femenina y el placer de su cuerpo junto al suyo. Pero, después de todo, él no era un santo, así que se permitió disfrutar de la sensación.
Dillon murmuró las siguientes palabras sobre su mejilla:
—He pensado que quizás, y dado lo obsesionada que está con los detalles del registro, quiera atraerme hacia su causa.
Ella levantó los párpados con rapidez. Los ojos que se clavaron en los suyos no estaban nublados por el deseo, en ellos brillaba un temperamento duro como el acero.
—¿Y qué ha sucedido con el… —comenzó a decir con voz alterada, y si bien no logró imitar su tono, sí tuvo éxito con su inflexión— «señorita Dalling, si tiene el más mínimo instinto de conservación, no vuelva a intentar manipularme utilizándose usted misma como cebo»?
Dillon le sostuvo la mirada durante unos segundos, luego se encogió de hombros.
—He cambiado de idea. —Bajó la vista a los deliciosos montículos gemelos que desbordaban el escote del vestido—. He reconsiderado mi posición ante sus encantos. Es obvio que hablé con precipitación en un momento de enojo. —Alzó la mirada a sus ojos—. Por así decirlo.
Con los ojos entrecerrados hasta formar unas ranuras estrechas, ella lo estudió largamente, luego indicó con sequedad:
—Tonterías.
Y usando ambas manos, le empujó por los hombros.
El estado de puro atolondramiento en que se encontraba le hizo retroceder un paso. Ella se movió con rapidez y emprendió el camino de regreso. Luego se detuvo, dudando, y lo miró.
—¿Dónde estamos?
Sintiéndose como si le hubieran sacudido la cabeza, caminó hasta ella, señalando los edificios del final del camino.
—Son los establos del marido de mi prima. Dado el interés de su tía por los caballos de carreras, he dado por supuesto que echar un vistazo a los establos de uno de los mejores criadores de caballos de Inglaterra podría ser de interés para usted.
Pris clavó los ojos en los establos el tiempo suficiente para que él se preguntara si ella estaría considerando su oferta de pasar más tiempo juntos, más aislados incluso que ahora… Pero entonces ella sacudió la cabeza.
—Mi tía sólo tiene una obsesión en este momento. Mi intención es satisfacerla.
Tras dar media vuelta, ella desanduvo el camino. Suspirando para sus adentros, él se aproximó a ella.
—¿Ha pensado en lo que le he sugerido?
La mirada que le dirigió fue fulminante.
—¿En serio espera que crea que tengo alguna posibilidad de «persuadirle»? Por no hablar del tiempo y la energía que tendría que invertir en ello.
Regresaron al césped. Él se detuvo para mirarla cuando se ella se paró a su lado. Arqueó una ceja, burlándose de ella deliberadamente.
—¿Cómo lo sabrá si no lo intenta?
Pris le sostuvo la mirada con una expresión despectiva…, pero se lo estaba pensando. Dillon permaneció impertérrito ante ella, sin sentirse afectado, ni siquiera amenazado.
Al fin, ella alzó la barbilla.
—Que tenga un buen día, señor Caxton.
Por el tono de voz, dedujo que ella esperaba que se cayera de cabeza en un pantano de camino a casa. Dillon sonrió e inclinó cortésmente la cabeza.
—Señorita Dalling. —Y esperó hasta que ella se dio la vuelta con la cabeza bien alta, para añadir en voz baja—: Hasta que volvamos a vernos.
Pris se quedó paralizada, con la espalda rígida; luego, sin ninguna otra señal que indicara que había oído sus palabras, se alejó a través del césped.
Dillon la observó hasta que se reunió con su tía, viendo cómo se inclinaba para decirle algo al oído. Antes de que cualquier otra dama pudiera acercarse a él, se volvió hacia el camino y emprendió una retirada estratégica.
Dillon no dejó nada al azar. A la mañana siguiente, habló con sus ayudantes y con los jueces y les dejó bien claro que la continuidad de su empleo dependía de que no sucumbieran a cualquier tipo de halago o tentación que les llevara a divulgar los detalles del Registro Genealógico o del Libro de los Sementales.
Más tarde, dio parte al comité, los tres caballeros elegidos por los miembros del club, modificando su advertencia en consecuencia, describiéndola como una precaución necesaria para el buen resultado del curso de las investigaciones.
No mencionó a la señorita Dalling.
Estaba involucrada, pero él aún no sabía cómo ni por qué iba detrás de los detalles del registro. Tenía serias dificultades para creer que ella, y mucho menos su tía, pudieran prestarse a formar parte de cualquier empresa ilícita.
El día pasó entre reuniones con propietarios, entrenadores y jockeys, concejales del pueblo y diversos habitantes de la zona.
Se preguntó cuándo regresaría Barnaby, y si él o los Cynster habían descubierto alguna información sólida.
Una y otra vez, sus pensamientos regresaban a la señorita Dalling, a ese paseo y ese asombroso interludio cerca de los establos. Aunque pensarlo lo hacía parecer fatuo, la experiencia le había enseñado que pocas damas podrían haberse librado de caer víctimas de su hechizo, y mucho menos con un arrebato de ira tan genuino.
La ira no debería haber estado dentro de las posibles respuestas, no en ese momento.
Cuando la tocó, ella había respondido, con más pasión y abandono que otras, pero a pesar de eso, su mente había permanecido alerta, su temperamento fuerte, su voluntad inflexible… Y había adivinado las intenciones de él.
La encontraba increíblemente refrescante.
Se preguntó cómo sería bailar un vals con ella, cómo reaccionaría.
Flick había estado en lo cierto. La señorita Dalling podía no ser dulce, pero era, definitivamente, interesante. Tras haber puesto el cebo, estaba deseando que sus caminos volvieran a cruzarse esa noche.
Inspeccionando el salón de baile de lady Kershaw, Pris se sintió aliviada y extrañamente relajada al no detectar ningún rizo oscuro elegantemente despeinado, ni a ningún caballero apuesto y demoníaco esperando al acecho.
Otros caballeros la miraron especulativamente, pero ella apenas lo notó; no los temía. No estaba demasiado segura de si temía más a Caxton o a lo que él podría tentarla a hacer. Suponía un riesgo. En especial dada su creciente inquietud por Rus.
Había regresado a la biblioteca esa mañana; la bibliotecaria le había confirmado que el maravilloso mapa sólo mostraba los edificios actualmente en uso. Lo había sospechado, pero aun así fue un duro golpe.
Patrick había confirmado que Rus no había tomado ningún carruaje, ni tampoco lo había alquilado. Su gemelo era tan llamativo como ella; nadie lo habría olvidado si lo hubiera visto. Así que Rus debía de encontrarse, como ella había pensado, en las cercanías, oculto y en serio peligro no sólo por el propio Harkness, sino también por aquellos que estuvieran dispuestos a conseguir la recompensa ofrecida.
Alguien en Newmarket, de entre las muchas personas con las que se relacionaría socialmente, tenía que saber algo. Moviéndose entre los invitados, intercambió saludos con aquellos que recordaba de la tarde del té de la señora Cynster, dejando que estos les presentaran a otras personas.
Había creado la imagen de una seria y hermosa marisabidilla por lo que se vistió con un elegante vestido de oscura seda verde con un chal de seda negra que le cubría los hombros desnudos y que aseguraba sobre los pechos. El largo borde del chal ocultaba la mayor parte de su figura; la seda negra contrastaba con el verde esmeralda del vestido. Unos guantes negros aumentaban la impresión de represiva severidad. Había vuelto a recogerse el abundante cabello negro en un apretado y rígido moño.
Su experiencia social combinada con su edad le permitía adoptar el estatus de soltera aún elegible pero independiente, una joven que ya no necesitaba estar bajo el atento ojo de una carabina.
Sonriendo y charlando, circuló por la estancia, prestando casi toda su atención a los caballeros; estaba dispuesta a utilizar su aspecto para inducir a los hombres a intentar impresionarla, quizás así pudiera conseguir alguna pista.
Aunque las damas que habían oído hablar de la obsesión de su tía dirigían las conversaciones hacia el registro, Pris se había dado cuenta de que no sabían nada que le sirviera en sus averiguaciones. Los comentarios de Caxton sobre el tema habían sido escuetos, pero había aportado un dato relevante así que Pris alentaba a cualquiera que pudiera describirle lo que ocurría al final de las carreras, cómo se trataba a los caballos ganadores, cuáles eran las reglas, y cómo se comprobaban los datos del registro.
Tras una hora de constantes pesquisas, se apartó de dos corpulentos caballeros con una amplia sonrisa en la cara; esos hombres le habían explicado la existencia de los jueces de carrera y cuál era su función a la hora de verificar a los caballos ganadores.
—Los jueces de las carreras no le dirán nada… Ni se moleste en preguntarles.
Con un gemido apenas contenido, ella casi dio un brinco y se alejó de Dillon que se cernía sobre ella. El corazón se le había subido a la garganta; tuvo que esperar un momento antes de tranquilizarse y de que los pulmones le volvieran a funcionar de nuevo.
Y todo por sentir el suave susurro de ese aliento en el borde de la oreja.
Respirando hondo, alzó la barbilla y le dirigió una mirada asesina.
Él le sostuvo la mirada y sonrió.
Pris sintió que esa sonrisa era tan involuntaria como un parpadeo, había intentado contenerla, pero Dillon no había podido evitar sonreír… y no había sido un gesto automático, sino uno genuino y sincero.
Por alguna perversa razón, ella le divertía. Pris alzó la nariz un poco más.
—Estaba espiándome.
La sonrisa se hizo más amplia, extendió la mano y la tomó del brazo.
Pris no tuvo ni idea de por qué no se liberó y escapó.
Apoyó la mano en su manga, mientras Dillon la miraba a los ojos.
—Ayer hablé más de la cuenta. Tiene facilidad para sonsacar información. Pero si quiere saber más, tendrá que esmerarse.
—Ayer no estaba… —Se interrumpió y lo miró.
Dillon notó la mirada y le respondió con una sonrisa conocedora, vagamente arrogante.
Pris parpadeó y miró hacia delante. La tarde anterior no había intentado sonsacarle información —ni tampoco seducirlo—, pero él sí le había insinuado algo. Al parecer con toda deliberación.
¿A cambio de qué estaría dispuesto a divulgar los secretos del registro?
¿Estaba ella en posición de ignorar la posibilidad de que lo hiciera?
¿Lo estaba Rus?
Estaba a punto de girarse hacia él —¿cómo se embarcaba una en esa clase de «intercambio»?—, cuando su brazo se tensó bajo su mano. Él la dirigió a la pista de baile mientras los músicos se disponían a tocar en el otro extremo de la estancia.
—Bailemos.
Ella se encogió de hombros mentalmente, alegrándose de poder sortear ese incierto momento. Los músicos tocaron los acordes previos de un vals; ella se giró entre los brazos de Caxton antes de que pudiera pensárselo dos veces.
Él curvó los dedos en torno a los de ella, mientras le posaba la palma de su otra mano, cálida y dura, en mitad de la espalda. Pris contuvo el aliento al sentir que se estremecía y con resolución se obligó a mantener sus sentidos encerrados bajo llave y a no delatar su repentina sensibilidad. Fijando la mirada por encima del hombro masculino, luchó para concentrarse en las vueltas del baile, luego se dio cuenta de que eso no la ayudaba en absoluto.
Caxton la llevaba sin esfuerzo alguno por toda la estancia, mientras sus traicioneros sentidos caían bajo su hechizo. En los cambios y giros, sus faldas se rozaban seductoramente contra los pantalones de él, y Pris sintió un repentino calor cuando uno de los duros muslos masculinos separó los de ella para hacerla girar.
Conteniendo la respiración, Pris llevó la mirada a su cara.
Él le devolvió la mirada, observó lo que decían sus ojos y luego sonrió. Fue una sonrisa seductora y absolutamente sincera que le hizo perder la cabeza.
No podía apartar la mirada de la de él, no podía liberar los sentidos de su embrujo, de la sensual trama del baile.
En los ojos oscuros crecía el ardor lentamente. Los duros rasgos de su cara cambiaron sutilmente como si él también lo sintiera, como si él también fuera consciente de la tensa opresión de las sensaciones, del floreciente deseo que el baile evocaba.
No el baile. Ellos.
Pris jamás había considerado antes el vals como una experiencia sensual, pero cuando la música se desvaneció y él la hizo girar hasta detenerse, se sentía alborozada. Con los nervios a flor de piel como sólo se había sentido en una ocasión.
Cuando él la había besado en el bosque y casi la había raptado. Algo debió de asomar a su rostro. Los ojos oscuros recorrieron los rasgos de Pris a toda velocidad; cuando bajaron a sus labios, estos palpitaron.
Caxton masculló con rudeza algo por lo bajo. En lugar de soltarla, cerró la mano sobre la de ella con más fuerza y apartó el otro brazo a regañadientes mientras, levantando la cabeza, escudriñaba la estancia.
Ella se humedeció los labios. Su ingenio parecía haber perdido agudeza. Pris tenía la fuerte sospecha de que si hubiera funcionado con normalidad, la instaría a escapar. Había algo que la mantenía paralizada en ese lugar, con toda su atención puesta en un hombre que era la personificación del peligro.
—Vamos. —Dillon enlazó su brazo con el suyo, y con su otra mano le colocó los dedos sobre su manga.
Lady Fowles los había visto bailar; sonriéndoles con benevolencia, la dama regresó a la conversación que mantenía. Ayudaba que la señorita Dalling se hubiera mostrado tan independiente. No se alzaría ninguna ceja si él la escoltaba más allá de las paredes del salón de baile.
En vez de guiarla a la terraza, donde ya había un buen número de parejas, la condujo hacia una puerta que desembocaba en un pasillo y que en ese momento se encontraba desierto.
Dillon visitaba a los Kershaw desde que era pequeño; conocía esa casa y todos sus rincones como la palma de la mano. Raras veces se utilizaba el invernadero, situado al final del pasillo y fuera de la vista del salón de baile, era el lugar perfecto para persuadir a la señorita Dalling, y a su vez dejarse persuadir por ella.
La guio por el pasillo ignorando su reticencia.
—¿Qué…? ¿Adónde vamos? —Él se detuvo ante las puertas de cristal del invernadero, las abrió y la hizo traspasarlas con rapidez—. Señor Caxton…
—Dillon. Si vamos a mantener una relación más personal, me parece razonable que utilicemos los nombres de pila. —Adentrándose en un pasillo estrecho entre montones de arbustos frondosos, con Pris detrás de él, se detuvo y se giró para mirada—. ¿Cuál es tu nombre de pila?
Ella frunció el ceño y entrecerró los ojos.
—Priscilla.
Dillon curvó los labios.
—¿Cómo te llama tu hermano? —Al no contestar de inmediato, él preguntó—. ¿Pris?
Ella no lo negó. Miró a su alrededor, luego hacia atrás, dándose cuenta de que estaban fuera de la vista del pasillo o de cualquiera que se acercara a la puerta. No había ninguna lámpara encendida, pero la luz de la luna traspasaba el techo de cristal, iluminándolos tenuemente, lo suficiente para poder ver. Ella dirigió la mirada hacia los jardines más allá de las paredes de cristal, pero el denso follaje también los ocultaba en esa dirección.
Pris frunció el ceño con más fuerza.
—Señor Caxton, no sé qué tipo de «relaciones» quiere mantener, pero sean las que sean, le agradecería que me acompañase de regreso al salón de baile.
Estaba claro que el contacto de su mano no era suficiente para ella. Dillon suspiró, le soltó la mano y la estrechó con fuerza entre sus brazos.