Capítulo 4

—ESTÁ claro que esta mañana estaba buscando a una yeguada en particular. —Tumbado de modo poco elegante en un sillón de la salita del hogar de Demonio y Flick, Dillon comentaba todo lo que sabía sobre la señorita Dalling a su prima, su marido y a los dos hijos mayores de estos.

Barnaby, que estaba sentado en el asiento junto a la ventana, y él se habían reunido a media mañana; tras discutir sus conclusiones, habían decidido buscar el consejo de Demonio. Poca gente conocía mejor que él el funcionamiento interno del mundo de las carreras, y no había nadie, a juicio de Dillon, en quien confiara más cuando se trataba de desenmascarar una estafa en las carreras.

—Al percatarse de que la estaba observando, huyó. La seguí. En cuanto se dio cuenta de que no iba a poder despistarme, regresó a Carisbrook House.

Un informe bastante abreviado, pero fiel en lo esencial. Dillon miró a Flick, que estaba sentada en el reposabrazos del sillón de Demonio. Hoy no llevaba pantalones; había pasado el día con sus hijos en vez de con los purasangres de su marido. Sus dos hijos mayores, Prudence y Nicholas, se habían unido a ellos en la salita como si fuera lo más correcto. Nicholas, un diminuto Demonio de ocho años tanto en aspecto como en agudeza, estaba sentado junto a Barnaby en la ventana, escuchando con atención, mientras que Prudence, a quien todos llamaban Prue y que parecía toda una Cynster a pesar de sus diez años —aunque el gesto terco de su barbilla le recordaba a Dillon que también era hija de Flick—, había reivindicado su lugar al lado de Demonio. Como su madre, se interesaba por todo lo que la rodeaba, y estaba fascinada por la historia que Dillon había venido a compartir.

—Dudo seriamente que la señorita Dalling esté directamente involucrada en lo que sea que esté ocurriendo —concluyó—, pero definitivamente sabe algo, mucho más de lo que nosotros sabemos. Creo que protege a alguien y es muy probable que ese alguien sea su hermano.

—Lo cierto es que ella reaccionó cuando le sugeriste que era su hermano con quien yo había estado forcejeando —intercaló Barnaby—, y lo que no sabes, porque me olvidé de mencionado, es que el granuja se parecía a ella. —Dillon parpadeó. Barnaby se corrigió—. Bueno, en realidad una desaliñada versión masculina de ella. De hecho, él parecía un cruce entre tú y la señorita Dalling.

Flick, que había seguido con avidez el intercambio de palabras, abrió la boca para preguntar lo obvio.

Prue le ganó por la mano.

—¿Por qué se parecen? ¿Es guapa?

Todos miraron a Dillon.

Él vaciló, luego lo admitió.

—No es que sea guapa. Es la mujer más extraordinaria e increíblemente bella que he visto nunca. Si va a Londres sin un anillo de compromiso y no acepta alguna proposición en menos de una semana, las mamás casamenteras afilarán los cuchillos.

Flick arqueó las cejas.

—¡Dios mío! ¿Y esa diosa de la belleza se encuentra aquí mismo, en Newmarket?

Un brillo especulativo iluminó los ojos azules de Flick. Dillon lo observó, luego miró a Demonio, preguntándose qué medidas tomaría el poderoso marido de Flick. Demonio tenía unos puntos de vista bastante sólidos en lo que concernía a la seguridad de Flick y no quería que se involucrara en ningún enredo peligroso. A pesar de ello, le permitía montar sus purasangres, así que su definición de peligro era algo flexible. Lo suficientemente flexible para que Flick y él hubieran permanecido felizmente casados durante más de diez años.

Demonio ni siquiera había tenido que mirar a Flick para saber qué pensaba.

—¿Crees que podrías descubrir más sobre la señorita Dalling si te relacionas con ella?

Flick sonrió.

—Relacionarme con ella no supondrá ningún problema. Sin embargo… —volvió a mirar a Dillon—, sonsacarle alguna información podría requerir un tipo de persuasión que yo no estoy cualificada para dar. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Ya veremos.

A Dillon no le gustó la mirada calculadora que se vislumbró en los ojos azul pálido de Flick.

—Su tía ha alquilado Carisbrook House. Nos ha dicho que su tía es una excéntrica que actualmente siente una gran fascinación por las carreras de caballos, de esa manera ha justificado su interés por el registro.

—Hum. —Flick parecía dubitativa—. Tú la has visto mientras montaba a caballo, ¿qué tal amazona es?

Él sonrió.

—No tan buena como tú.

Eso le valió una mirada sufrida de Flick, Demonio, Nicholas y Prue. Flick era la mejor amazona del mundo. Podía hacer sudar a Demonio en una carrera, y eso que él era indiscutiblemente el mejor jinete que conocía. Decir que la señorita Dalling no montaba tan bien como Flick no quería decir nada.

—En realidad, es bastante buena —recordó; luego arqueó las cejas—. Lo cierto es que es condenadamente buena, mucho mejor que la mayoría de amazonas que conozco.

—¿Así que sabe de caballos? —preguntó Demonio. Dillon comprendió lo que estaba sugiriendo.

—Sí, pero no como tú crees. Ella sabe de caballos tanto como puedo saber yo, pero no como vosotros.

Demonio hizo una mueca.

—Así que no hay razón para pensar que su familia posee un criadero de purasangres o algo similar. Sin embargo, está relacionada de alguna manera con los caballos. —Dillon asintió con la cabeza—. Bien —Demonio miró a Flick—, dejaremos que seas tú, cariño, quien se ocupe de la señorita Dalling, al menos hasta saber quién más está involucrado. Entretanto… —miró a Dillon y Barnaby—, tenemos que decidir cuál es la mejor manera de probar esa posible estafa y cómo enfocaremos este asunto durante la temporada de carreras.

Barnaby se adelantó, esta vez, mostrando un gran interés.

—¿Entonces estás de acuerdo en que está ocurriendo algo? ¿Que no nos hemos aventurado al unir trozos inconexos de información que han llegado a nuestras manos por casualidad?

Dillon miró a Demonio. Sus apuestos rasgos angulosos tenían cierto aire sombrío.

—No creo que vuestras preocupaciones provengan de unas imaginaciones demasiado activas. —Demonio torció los labios—. Lo cierto es que por mucho que quisiera descartar vuestras pruebas y aseguraros que no ocurre nada de lo que haya que preocuparse, tú has conseguido reunir suficientes datos como para que pudiera achacado a una mera coincidencia. Y si no es una coincidencia, sólo existe otra explicación posible: alguien está amañando carreras.

Dillon y Barnaby intercambiaron una significativa mirada, luego Dillon miró a Demonio.

—¿Cómo crees que deberíamos proceder?

Volvieron a revisar toda la información de que disponían. Prue y Nicholas comenzaron a sentirse inquietos. Con una sonrisa maternal, Flick se puso en pie; agitando la mano para que los hombres volvieran a sentarse, condujo a los niños hacia la puerta.

—Es la hora de nuestro paseo. —Saludó con la cabeza a Barnaby, luego a Dillon, e intercambió una mirada con Demonio—. Me lo contarás todo más tarde.

Demonio arqueó las cejas, pero cuando dejó de mirada, había una sonrisa en sus ojos.

Después de repasar una vez más lo que sabían, convinieron cuáles eran las cuestiones más importantes, luego evaluaron las opciones. Una fuente que necesitaban comprobar urgentemente eran los rumores sobre las pérdidas inesperadas en la temporada de primavera.

—Si pudiéramos saber en qué carreras ocurrieron y qué caballos estaban involucrados, tendríamos algo por lo que empezar.

Barnaby hizo una mueca.

—Cuando investigué esos hechos, los rumores comenzaron a desvanecerse… Nadie daba nombres.

Demonio soltó un bufido.

—Demasiados caballeros piensan demasiado en el qué dirán. Se quejarán y gruñirán, pero luego, cuando llega el momento de formular quejas específicas ¡Dios nos libre! Incluso puede haber pérdidas más recientes que aún no conozcamos. Las mayores pérdidas en este tipo de estafa no ocurren en las pistas, sino en las apuestas ilegales hechas fuera del hipódromo, en Londres. Es ahí donde se apuestan grandes sumas de dinero y donde las «pérdidas inesperadas» son más dolorosas. Si los pillamos con el ánimo adecuado, deberíamos poder persuadir al menos a algunos de los que se hayan quejado de manera más específica.

Estaba claro que alguien tenía que investigar los rumores londinenses. Sin embargo, con la temporada de otoño en marcha, ni Dillon ni Demonio podían dejar Newmarket. No obstante, Demonio podía alertar a Vane, su hermano, y a sus primos, Diablo y Gabriel Cynster, que estaban en ese momento en la ciudad.

—Si identificamos a los inconformistas que están difundiendo los rumores y les damos sus nombres, sabrán cómo obligar a esos malhumorados apostadores a explicarse.

Demonio miró a Barnaby.

—¿Estarías dispuesto a regresar a Londres, e intentar descubrir algo con los demás?

Barnaby asintió entusiasmado.

—También cambiaré impresiones con mi padre. —Su padre estaba involucrado en la nueva fuerza policial—. Puede que algunos de sus inspectores hayan oído algo. Me pondré en camino esta misma tarde.

—Mientras, yo estaré al tanto de lo que ocurre por aquí. —Demonio miró a Dillon—. Por lo que a ti respecta… —Una amplia sonrisa depredadora brilló en su cara—. No esperes que Flick consiga hacer algún tipo de avance con la señorita Dalling. Sin embargo, establecer relaciones sociales con ella, debería ofrecerte la oportunidad de persuadir a la señorita de abrazar nuestra causa.

Dillon hizo una mueca.

—Si sólo me dijera lo que quiere saber del registro, o mejor dicho, por qué… —Se interrumpió, luego meneó la cabeza—. Estoy convencido de que sabe algo, pero…

—Pero —continuó Demonio—, ella tiene miedo de revelar lo que sabe, primero porque no comprende lo que está pasando, y segundo porque protege a alguien. —Sostuvo la mirada de Dillon—. Lo mejor que puedes hacer es ganarte la confianza de la señorita Dalling. Sin eso, no conseguirás nada de ella, en cambio, si la obtienes, nos lo contará todo. —Demonio sonrió, pero no había diversión en el gesto, sólo una firme intención—. Es muy sencillo.

Dillon le sostuvo la mirada en absoluto impresionado.

—¿Sencillo, dices? —Se permitió dar rienda suelta a su escepticismo—. Ya veremos.

Pris ahogó una imprecación, pero se obligó a esperar el resto del día. La mañana siguiente se levantó al amanecer y de nuevo salió a escondidas para buscar las caballerizas de lord Cromarty.

Se mantuvo alerta mientras cruzaba velozmente el brumoso paisaje, pero no detectó nada. Si Caxton la estaba esperando en el Heath, con un poco de suerte no la reconocería. Montaba a horcajadas un sólido pero anodino bayo, vestida con pantalones, botas y chaqueta, con un sombrero de ala ancha calado hasta las cejas y una bufanda cubriéndole la barbilla. En cuanto encontrase las caballerizas de Cromarty, tenía intención de seguirles para encontrar a Rus; sería mucho más fácil deambular por los establos si parecía otro mozo más.

Para su alivio, los caballos de Cromarty se ejercitaban cerca de donde los había visto la última vez. Los observó desde los árboles, escudriñando a los jinetes; Rus no se encontraba entre ellos.

No sabía exactamente de qué se ocupaba Rus; puede que sus funciones en Newmarket no incluyeran los ejercicios matutinos.

Mientras Harkness hacía que sus jinetes corrieran varias series al galope, ella pensó en Rus, recordar su cara y las hazañas compartidas la hizo sonreír. Por fin, Harkness hizo un descanso. Los caballos formaron una larga fila y comenzaron a retirarse.

Ella los siguió, no directamente detrás de ellos, no podía arriesgarse, sino que se desvió ligeramente a la derecha, así si alguien miraba hacia atrás, no parecería tan obvio que los estaba siguiendo.

La caballeriza fue al paso, al trote, y de nuevo al paso. Al final cruzaron un camino y subieron por una senda. Pris se detuvo a leer el poste indicador; SWAFFAM PRIOR. Si cogía ese camino, parecería que se dirigía al pueblo; tomando la senda, continuó adelante.

Mantenía una distancia prudencial con respecto a los rezagados de la yeguada. Al final, la larga fila giró a la derecha y tomó una senda todavía más estrecha. Varios edificios se agrupaban al final del camino.

Y parecían bastante grandes. Abandonando la senda, Pris atravesó los campos; luego giró y subió una pequeña loma que llevaba a una arboleda más allá de los edificios. Oculta entre los árboles, miró el asentamiento; estaba claro que era allí donde lord Cromarty guardaba los caballos.

Con el corazón latiendo de anticipación, observó cómo desensillaban los caballos, los almohazaban y limpiaban. Entrecerró los ojos, estudiando a cada uno de los hombres del patio.

Ninguno era Rus.

Lord Cromarty salió de la casa para hablar con Harkness. Después de una larga conversación, Harkness envió a uno de los mozos a por un caballo, una fogosa yegua negra. El mozo la hizo desfilar ante Harkness y Cromarty, luego, tras un gesto de aprobación de Cromarty, devolvió la alazana a su puesto.

Pris permaneció encima de su caballo bajo la sombra de los árboles. Toda expectativa había desaparecido, mientras una sensación de inquietud se adueñaba de ella. Un frío helado se asentó en su nuca.

Rus no estaba allí.

Lo sabía en su corazón, no necesitaba más pruebas para confirmarlo.

Después de otra hora perdida, se alejó de allí. Al llegar a la senda de Swaffam Prior, dudó, luego hizo girar al caballo castrado hacia el pueblo.

Tenía que descubrir si Rus estaba todavía en algún lugar, bajo las órdenes de Cromarty.

Patrick Dooley, devoto admirador de Eugenia y su hombre de confianza, había pasado la tarde en la taberna de Swaffam Prior. Regresó tarde y con inquietantes noticias.

Pris aún no había considerado retirarse, estaba demasiado nerviosa para descansar; Eugenia se había acomodado en el sofá de la salita para hacerle compañía y Adelaide había decidido acompañarlas también.

Patrick se reunió con ellas. Les informó que, como Pris había adivinado, los mozos de cuadra de Cromarty pasaban muchas tardes en la diminuta taberna. Ni siquiera había tenido que preguntar por Rus; su desaparición había sido el tema principal de la conversación. Según los mozos, «el Encopetado», como lo llamaban cariñosamente, había estado ocupándose de sus tareas como era habitual hasta hacía sólo diez días. Luego, una mañana, simplemente no apareció.

La descripción coincidía con la de Rus; remilgado, pero con buena mano para los caballos. Ninguno de los mozos o jinetes de Cromarty tenía constancia de que hubiera habido algún tipo de altercado con Cromarty o Harkness; los hombres estaban sencillamente desconcertados por la brusca desaparición de Rus.

Pero lo que realmente había captado su interés había sido la reacción de Harkness; al descubrir que Rus se había ido, había tenido un imponente ataque de furia. Cromarty también se había enfurecido y luego había ofrecido una recompensa por cualquier noticia relacionada con Rus, arguyendo que sabía demasiado sobre los jinetes de sus caballerizas, sus rarezas, y sus defectos en la manera de correr, y que no podía correr el riesgo de que vendiese tales secretos a sus competidores.

—De modo que se ha ido —concluyó Patrick—, pero nadie sabe a dónde.

Patrick era irlandés, un visitante incondicional de la pequeña casa que Eugenia había alquilado. Aunque sólo era seis años mayor que Pris, la devoción que sentía por su tía estaba fuera de toda duda.

Ella estudió su impasible semblante.

—Rus tiene que estar vivo. Si no lo estuviera, Harkness y Cromarty no habrían ofrecido una recompensa. Rus se dio cuenta de que estaba pasando algo y escapó antes de que pudieran detenerlo. Ha huido y se ha escondido.

Patrick asintió con la cabeza.

—Eso es lo que yo creo…

—¿Dónde se habrá escondido?

La mirada de Patrick se llenó de pesar.

—Respecto a eso, pensé que tú tendrías alguna idea.

Pris hizo una mueca. Durante los años que Eugenia había pasado en Dalloway Hall, Patrick había visto cómo crecían Rus y ella; Pris podía decir sin lugar a equivocarse que Patrick comprendía a Rus mucho mejor que a Albert o a ella misma.

—No sé demasiado sobre carreras de caballos, pero —Patrick la miró a los ojos— ¿crees que se habrá quedado por aquí, o habrá ido a Londres?

Ella parpadeó.

—No lo sé. Sé que estaba aquí hace tres noches, pero esconderse en Londres le resultará más fácil, y allí tiene a sus amigos de Eton y Oxford. Si descubrió algo, quizá pensó que ellos podrían ayudarle.

—Comprobaré los carruajes, veré si ha cogido alguno que haya partido hacia Londres, o a cualquier otra parte. —Patrick a Eugenia—. Tengo que ir a Cambridge y preguntar allí tan por si acaso se le ocurrió acercarse y coger un carruaje desde allí.

Eugenia asintió con la cabeza.

—Ve mañana. Y mientras estás en ello, veremos qué podemos hacer nosotras desde aquí. —Miró a Pris. Su voz suave tenía un tono duro—. Está claro que no ha sido ninguna tontería lo que haya llevado a tu hermano a poner pies en polvorosa, sino algo verdaderamente serio. Debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para ayudar a Rus en cualquiera que sea el lío en el que se haya metido. Así que… ¿qué podemos hacer?

Pris lo pensó, luego soltó un bufido de frustración.

—¡Todo nos acaba llevando a ese condenado registro! —Dirigió la mirada a Eugenia—. Lo siento, pero sin saber lo que contiene ese registro, no tenemos ni idea de con qué ha podido llevar a huir a Rus. Sabemos que va detrás del registro, o que iba detrás de él. Saber qué contiene nos daría alguna idea sobre el tipo de actividades ilícitas que podía haber descubierto.

—¿No hay ninguna copia? —preguntó Patrick.

Pris negó con la cabeza.

—Y está estrechamente vigilado…, ahora incluso más. —Se relajó un poco—. Anoche volví a escondidas y registré los alrededores… el bosque, por si acaso Rus había vuelto por allí. Lo hizo, pero vi a dos guardias más patrullando alrededor del edificio. Caxton sabe que tanto Rus como yo vamos detrás del registro y está resuelto a que no podamos verlo.

Eugenia arqueó las cejas.

—Quizá deberíamos considerar alguna manera de convencer señor Caxton. —Miró a Pris—. Dijiste que era un hombre guapo.

—También dije que era todavía más guapo que yo, e igual de inmune a los halagos.

Pris alcanzó a ver el brillo burlón en la sonrisa de Patrick, frunció el ceño, pero él también era inmune a ella.

—Quizá —dijo él— podrías considerar la posibilidad de convencer a Caxton como un reto.

Cruzando los brazos, ella murmuró entre dientes.

—Quizá, pero…

Era un reto que podría no ganar.

—Me preguntaba…

Todos dirigieron la mirada hacia Adelaide. Un suave ceño le arrugaba la frente.

—He visto una biblioteca en el pueblo y después de todo, esto es Newmarket, ¿no puede haber algún libro que contenga información sobre ese registro?

Pris parpadeó.

—Es una idea excelente —sonrió—. ¡Muy bien pensado, Adelaide! Iremos mañana, y mientras estamos allí, buscaremos también un mapa. Quiero saber dónde están los terrenos comunes y si hay casas y establos abandonados en los alrededores del Heath.

Patrick asintió con la cabeza.

—Otra idea excelente.

—¡Entonces pongámonos en marcha! —Eugenia recogió su labor de encaje—. Mañana tenemos cosas que hacer. Sugiero que nos vayamos a la cama… Es ya medianoche.

Se pusieron en pie justo cuando todos los relojes de la casa repicaban.

Mientras subía las escaleras detrás de Eugenia, consciente de los familiares y acogedores sonidos que la rodeaban, Pris se preguntó dónde estaría Rus, si disfrutaba de alguna comodidad y qué sonidos estaría oyendo él en ese momento.

Tenía que saber dónde estaba. Y si el frío nudo de temor que le encogía el estómago estaba justificado.

—Da la casualidad de que tenemos un mapa que muestra la ubicación de las propiedades y los establos —la bibliotecaria sonrió a Pris desde detrás del mostrador—, pero me temo que no se puede tomar prestado, aunque puede estudiarlo aquí si quiere. —Señaló con la cabeza el vestíbulo de la biblioteca—. Está colgado allí.

Pris se dio la vuelta, agrandando los ojos cuando vio un mapa enorme, muy detallado, que cubría una considerable sección de la pared de enfrente.

Detrás de ella, la servicial bibliotecaria continuó:

—Vienen tantos caballeros preguntando por él, intentando familiarizarse con tal o con cual establo, que el concejal lo colgó en la pared.

—¿Está actualizado?

—Oh, sí. El secretario municipal viene una vez al año para actualizarlo. Vino en julio, así que algunos detalles son muy recientes.

—Gracias. —Pris le dirigió a la amable mujer una radiante sonrisa. Se alejó del mostrador y atravesó el vestíbulo en dirección contraria a las librerías que se perdían en la semioscuridad del edificio. Había sillas y mesas en esa área cercana a la ventana de la biblioteca. Dos mujeres, sentadas en unos confortables sillones, estaban comparando novelas. Pris se detuvo ante el mapa que cubría la pared.

Era enorme y contenía mucha información. Incluso mostraba algunas de las grandes arboledas que lindaban con el Heath. Localizó el bosque en que se había besado con Caxton; retrocediendo, encontró la zona donde había entrenado la caballeriza de Cromarty, luego trazó la ruta a sus establos, al sureste de Swaffam Prior. Incluso la taberna del pueblo estaba cuidadosamente señalada.

En el otro extremo, en algún lugar entre las librerías, Eugenia y Adelaide buscaban libros que hablaran sobre el Registro Genealógico.

Tras localizar Carisbrook House, Pris buscó las haciendas más importantes, y los establos más famosos en los alrededores del pueblo. Memorizó los nombres y contornos de las propiedades más grandes, buscando cobertizos alejados y edificios en desuso, cualquier lugar que Rus pudiera utilizar como refugio.

Sabía que él estaba en las cercanías. Aunque existía la posibilidad de que se hubiera marchado a Londres, una opción que no debería descartar por completo, no creía que ese fuera el caso.

Al lado de una importante hacienda llamada Cynster, encontró una propiedad más pequeña, una vieja finca, con una casa solariega llamada Hillgate End. El nombre que aparecía debajo era CAXTON. Pris tomó nota del bosque y los senderos circundantes y mentalmente, y no muy entusiasmada que digamos, se preparó para lo inevitable: tendría que acercarse a Caxton de nuevo.

Después de su interludio en el bosque, se había negado en redondo a pensar en tener que volver a verlo. A tener que arriesgarse. Centrándose de nuevo en el mapa, comenzó a observar los alrededores del Heath buscando casas abandonadas o en desuso.

A sus espaldas, tintineó la campana de encima de la puerta de la biblioteca. Un instante después, oyó la exclamación de uno de los ayudantes:

—¡Señora Cynster! Es usted la persona que necesitábamos. Tengo aquí a una señora que está muy interesada en el registro, supongo que es ese Registro Genealógico que guarda el señor Caxton, pero nosotros no tenemos libros sobre el tema, lo cual, debo decir, me parece bastante extraño. ¿Podría quizás hablar usted con ella?

Pris miró a su alrededor y contempló una visión envuelta en un suave color azul veraniego. La señora Cynster era una joven matrona, con mucho estilo, elegantemente ataviada y con unos espléndidos tirabuzones dorados exquisitamente cortados. A su lado había una jovencita de unos diez años, que esperaba pacientemente.

La niña vio a Pris. Los ojos de la chica se agrandaron, luego se agrandaron aún más. Sin quitarle la vista de encima, estiró el brazo a ciegas para coger la manga de su madre y tirar de ella.

Pris se volvió hacia el mapa. Era muy a menudo objeto de tal fascinación pasmosa, pero en este caso, con una madre como aquella, la niña tenía un nivel muy alto con el que comparar.

Volviendo a centrarse en el mapa, Pris observó la propiedad Cynster con la hacienda Hillgate End, más pequeña, justo encima. La señora Cynster, suponiendo que fuera esa señora Cynster, era vecina de Caxton.

Detrás de ella, la aludida accedió a hablar con Eugenia y el ayudante la condujo entre las hileras de librerías. Pris oyó que la niña era silenciada cuando intentó hablarle a su madre sobre Pris, y oyó también el eco de los pasos infantiles cuando a regañadientes siguió a su madre.

Pris tenía unos minutos a lo sumo para decidir qué hacer. Para decidir cómo y de qué manera utilizar la oportunidad que el destino le ofrecía. La señora Cynster podía ser vecina de Caxton, pero Pris no se imaginaba al hombre que la había interrogado en su despacho, compartiendo sus problemas —estaba segura de que él la consideraba como un problema— con sus vecinos, y particularmente con las damas.

No existía razón alguna para que la señora Cynster supiera nada de ella, y mucho menos para que conociera los motivos del interés de Eugenia en ver el registro. Pero la señora Cynster sí podría saber algo sobre ese condenado registro, o incluso alguna cosa útil sobre Caxton.

Apartándose del mapa, Pris se adentró en un pasillo que estaba entre dos largas hileras de librerías, utilizando la voz de Eugenia como guía.

—Tengo que confesar —decía la señora Cynster—, que aunque he vivido en Newmarket casi toda mi vida, y tengo mucho interés en la cría y entrenamiento de caballos, en realidad no tengo una idea exacta de en qué consiste el Registro Genealógico. Sé que todos los caballos de carreras tienen que estar registrados, pero no por qué, ni con qué detalles, es algo que jamás se me había ocurrido preguntar.

Eugenia vio a Pris y sonrió.

—Estás ahí, cariño. —Volvió a mirar a la belleza de pelo dorado—. Señora Cynster, le presento a mi sobrina, la señorita Dalling. Ha sido muy servicial intentando responder a mis preguntas.

La señora Cynster se giró. Pris se encontró con unos ojos azul claro, transparentes e inocentes, pero había una mente rápida y aguda detrás de ellos.

Sonriendo, le hizo una reverencia, luego estrechó la mano que le tendía la señora Cynster.

—Encantada de conocerla, señora.

La sonrisa de la señora Cynster se ensanchó; era una mujer menuda, varios centímetros más baja que Pris.

—No tanto como yo de conocerla a usted, señorita Dalling. Odio no estar al corriente de las últimas noticias, en especial en Newmarket, y usted es obviamente la señorita que he oído describir recientemente como «la mujer más extraordinaria e increíblemente bella que he visto nunca». Había considerado la descripción un poco exagerada, pero por lo que veo no le hace justicia.

Los ojos chispeantes aseguraron a Pris que el cumplido era genuino.

—Me pregunto… —Volvió su mirada azul a Eugenia, ya Adelaide que permanecía en silencio a su lado, y luego volvió a mirar a Pris, arqueando las cejas—. Me gustaría presentarlas a la sociedad local… Me he enterado de que recientemente han alquilado Carisbrook House, pero no está bien que permanezcan encerradas allí. Además, aunque nunca es el primer tema de conversación entre las damas de la localidad, muchas de nosotras sabemos bastante de carreras de caballos. —Miró a Eugenia—. Y usted, ciertamente, podría aprender más.

La mirada sonriente incluyó a Pris y a Adelaide.

—Ofrezco un té esta tarde. Me encantaría que pudieran asistir. Les aseguro que algunas de nosotras podríamos proporcionarles más detalles que nuestros propios maridos si tuviéramos la oportunidad. Por favor, vengan.

Eugenia miró a Pris que sólo tuvo un instante para decidirse; sonriendo, asintió levemente con la cabeza.

Eugenia volvió a centrar su atención en la señora Cynster.

—Nos sentimos muy honradas de aceptar, querida. Debo decirle que, en mi opinión, cualquier investigación sin un poco de diversión, es de lo más aburrida.

—¡Excelente! —Con una mirada radiante, la señora Cynster les dio las indicaciones para llegar hasta su casa, lo que confirmó que ella era de hecho la propietaria de la hacienda Cynster.

Lo que significaba que su marido sabría con toda probabilidad qué características deberían ser tenidas en cuenta para que un caballo fuera apuntado en el Registro Genealógico.

La sonrisa de Pris fue genuina; estaba llena de anticipación y esperanza.

La señora Cynster se despidió de ellas, luego llamó a su hija.

—Ven, Prue.

Pris miró a la niña con una sonrisa en los labios.

Y se tropezó con unos ojos azules, no como los de su madre, sino más duros y perspicaces; la expresión de la cara de esa chica era de contenida expectación.

Pris parpadeó; Prue se limitó a sonreír todavía más, se giró y siguió a su madre entre las altas hileras de librerías. Pris percibió la última mirada encantada que Prue le dirigió antes de que las librerías le bloquearan la visión.

—¡Maravilloso! —Eugenia se recolocó el chal, luego se giró para irse—. La perspectiva social parece mucho más prometedora que estos libros. Será una reunión encantadora.

Siguiendo a Eugenia y Adelaide, Pris asintió conforme, aunque tenía la cabeza en otra parte. ¿Por qué Prudence Cynster había parecido tan expectante?

Pris tenía hermanas menores, no hacía tanto tiempo que ella misma había pasado por esa etapa. Podía recordar la mayor parte de los temas que despertaban el interés de las niñas de esa edad.

Al salir bajo el brillo del sol en compañía de Eugenia y Adelaide, decidió que aunque el té de la señora Cynster era la mejor manera de avanzar en la investigación, mostrar un poco de cautela no estaría de más.