Capítulo 23

TODAVÍA ciega y sin poder hablar, Pris recorrió a trompicones lo que supuso que era un pasillo al final de unas estrechas escaleras. La guiaba Wallace que, algo por detrás de ella, tiraba de Pris con la mano que le rodeaba el brazo.

—Ya hemos llegado.

La detuvo, y estiró el brazo a su lado para abrir una puerta, luego la empujó para que entrara.

Pris se tambaleó al entrar en la estancia. Al instante, el olor acre del que había sido consciente desde el momento que entró en ese edificio se intensificó. Olía a sudor, a hombre y a algo rancio y peculiar. Privada de aire, Pris pensó que se desmayaría. Tambaleándose, contuvo la respiración y luchó contra la oscuridad que amenazaba con engullirla. No era momento para delicadezas. Iba a necesitar cada onza de ingenio, de fuerza y de coraje que pudiera reunir para librarse de lo que fuera que Wallace le tuviera reservado.

Sintió que tiraban de los nudos que aseguraban la seda que le cubría la cara. Un instante después, los pliegues se aflojaron, luego la tela cayó. Mientras Wallace la liberaba de la larga bufanda de seda, Pris se humedeció los labios resecos, parpadeó y miró a su alrededor.

A primera vista, pensó que se había equivocado en sus impresiones, y que Wallace la había hecho subir por la escalera de servicio de alguna mansión, pues la estancia en la que se encontraban parecía un opulento dormitorio con una enorme cama con un dosel de terciopelo rojo y una colcha de raso color bermellón; las paredes estaban cubiertas por un elegante empapelado labrado del mismo color. Luego Pris parpadeó de nuevo y pudo fijarse mejor.

El terciopelo era barato, el raso chabacano y sucio. La cama parecía sólida, pero era vieja y estaba llena de marcas. El lino que cubría las almohadas no era blanco, sino de un color amarillento, y los lazos de encaje estaban raídos y desgarrados.

Todas sus impresiones se fundieron en una sola imagen. Wallace le liberó las manos.

Pris se dio la vuelta, pero él se encontraba entre ella y la puerta.

—¿Dónde estamos?

Al menos había recuperado la voz, y su tono era firme y seguro.

Wallace la observaba con los ojos entornados.

—Este establecimiento es conocido popularmente como El Santuario de la señora Miller.

Pris enarcó una ceja, mostrando abiertamente sus sospechas. Wallace sonrió.

—Exacto. La señora Miller es la abadesa, y este es el santuario, no para las chicas que prestan aquí sus servicios, sino para los caballeros que quieren disfrutar de las habilidades, llamémoslas esotéricas, de dichas mujeres. Por ejemplo, una de las especialidades de la casa es la desfloración de vírgenes, de jóvenes de buena familia. En los tiempos que corren, es sorprendente el número de jovencitas que acaban aquí, vendiéndose a sí mismas. Usted, claro está, no es que sea pobre ni que haya caído en desgracia, pero… —se encogió de hombros— aquí está.

Pris contuvo un escalofrío. No era virgen, pero no podía imaginar de qué manera podría ayudarla eso. Dando un paso atrás, cruzó los brazos y de nuevo volvió a mirar a su alrededor. No había más puertas que la que tenía Wallace a sus espaldas. Y no había ninguna ventana.

Dillon iría a por ella, y Rus también. Lo sabía en su corazón, lo sentía en su alma. Tenía que mantenerse a salvo hasta que ellos llegaran.

Miró a Wallace.

—¿Por qué aquí? ¿Por qué todo esto? ¿Cómo está tan seguro de que de esta manera se vengará de Dillon y Rus? No es que se esté vengando de ellos directamente.

Wallace esbozó una sonrisa casi fría.

Au contraire, querida. Me enorgullece saber que mi plan de venganza golpeará a su prometido y a su hermano donde más les duele, y que los dejará impotentes para protegerse, o para protegerla a usted. —Él cambió el peso a la otra pierna y la observó, dejando que sus ojos la recorrieran de arriba abajo, no lascivamente, sino con una mirada fría y calculadora, con la misma emoción que si estuviera observando un trozo de carne.

—Considere —sus ojos subieron para atrapar los de ella; eran pálidos y carentes de cualquier emoción— lo mucho que su prometido ha invertido en usted. Su amor. —Wallace soltó un bufido sarcástico—. Y también su orgullo, qué estúpido. Dejando eso de lado, está claro que usted significa mucho para él. Y en lo que respecta a su hermano, no es sólo su hermano, sino su gemelo. Por lo tanto, dado que es su hermana gemela, sus sentimientos por usted deben de ser muy profundos, debe de considerarla casi como una parte de sí mismo. Al igual que con Caxton, usted forma parte de su hermano.

La expresión de Wallace no podía ocultar su enorme satisfacción.

—¿Cómo cree que se sentirán cuando sepan que han sido sus acciones contra mí las que han causado su ruina? No sólo su ruina, sino su «deshonra».

Pris clavó los ojos en él e intentó bloquear la imagen que evocaban sus palabras. No podía pensar en el dolor que causaría a Dillon y Rus. Si lo hacía, se quedaría paralizada y… ¿no era eso con lo que contaba Wallace?

No había percibido ninguna indicación de que él la viera como algo más que una joven excepcionalmente bella, como la típica señorita blandengue. Una que se desmayaría o sufriría un colapso, en vez de luchar.

Wallace continuó, con voz suave y arrastrada; tenía la sartén por el mango y lo sabía.

—Lo que he planeado para usted, querida, será una excelente venganza tanto para Caxton como para su hermano. La dañará de una manera irreparable, de una manera que ellos jamás podrán reparar. Se verán obligados a vivir con ello durante todos los días de su vida, y cargarán con sus sentimientos de culpa hasta la tumba.

Le brillaron los ojos. Parecía saborear y disfrutar la malicia de sus palabras.

—Incluso con el apoyo de sus poderosas conexiones se verán impotentes para reparar las consecuencias de lo que yo he preparado… —su mirada fría y dura, estaba clavada en ella mientras curvaba los labios— para usted.

Pris tembló para sus adentros, pero se obligó a ignorar esa sensación y alzó la barbilla desafiante.

—¿Qué ha planeado para mí?

Él parecía dispuesto a darle todo tipo de explicaciones, y durante largo tiempo. Todo el tiempo que estuviera allí con ella…

Abarcó la habitación con un amplio gesto de la mano.

—Como ya he mencionado, este establecimiento se ocupa de satisfacer a una determinada clase de caballeros. Los que tienen dinero y estatus social. He arreglado todo para que esta noche usted se convierta en el entretenimiento de cuatro jóvenes de linaje, muy difíciles de complacer. La señora Miller estuvo realmente encantada de ayudarme, le gusta dejar a sus clientes satisfechos. Y se quedarán muy satisfechos con la diversión que usted les proporcionará. Los cuatro, como muy pronto verá, son aristócratas, jóvenes depravados y crueles que gustan de las peores perversiones. La habrán visto en esas pistas de baile de la sociedad que usted frecuenta y habrán codiciado su hermoso cuerpo desde la distancia. Habrán soñado con poseer ese delicioso cuerpecito, y esta noche sus sueños se harán realidad.

Su sonrisa era cínica, los ojos le brillaban con malicia.

—Luche con ellos… Estarán encantados de violarla por turnos.

Wallace se giró y se dirigió a la puerta. Se detuvo, con la mano en el picaporte y la miró por encima del hombro.

—Si sobrevive a esta noche, le haré saber a Caxton y a su hermano dónde pueden encontrarla. Mi único pesar es que no me atrevo a perder el tiempo para presenciar la desesperación que les corroerá el alma, pero estoy seguro de que ellos, y usted, sabrán disculparme.

Con un frío destello de triunfo en la mirada, le hizo una reverencia burlona.

—Que pase usted una buena noche, lady Priscilla.

Pris lo observó salir, mientras intentaba no imaginar lo que él había planeado para ella. La mente no le funcionaba, no podía encontrar palabras ni preguntas que retrasaran su partida.

El clic del picaporte la sacó de su aturdimiento. Inspiró hondo y se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo a medio camino y retrocedió instintivamente cuando la puerta volvió a abrirse.

Primero vio a uno, y luego a tres caballeros más. Como Wallace le había dicho, eran de su clase, con las mejillas, la nariz y la barbilla sonrojadas, y con unos ojos entrecerrados que de inmediato se clavaron en ella y se pasearon por su figura mientras ella retrocedía. Cada uno de los movimientos de esos hombres gritaba su confianza en sí mismos, su convencimiento de que podían coger y tener cualquier cosa que desearan.

Los cuatro estaban vestidos de manera cara y disoluta. Sus rostros ya mostraban los efectos de la disipación en la que vivían, junto con sus gestos lascivos.

Sus expresiones eran abiertamente crueles y expectantes cuando atravesaron la estancia. Pris fue retrocediendo hasta que sus piernas tropezaron con los pies de la cama. Les miró a la cara y no encontró allí ninguna esperanza. Habían bebido, pero estaban lejos de estar borrachos. Luego les miró directamente a los ojos y vio en ellos una crueldad y una especie de odio cuando le devolvieron la mirada.

Ella supo, sin ninguna duda, que las siguientes horas iban a ser mucho peores que la peor de sus pesadillas.

El conductor del vehículo de alquiler tiró de las riendas. El carruaje redujo la marcha.

Dillon ya había abierto la puerta y saltado del vehículo al suelo adoquinado antes de que los caballos se parasen del todo. Rus salió detrás de él.

La calle estaba vacía.

—¿Cuál es la casa? —le preguntó Dillon al conductor.

El conductor le señaló con el látigo un edificio estrecho al otro lado de la calle.

—Esa es la de Betsy Miller.

Dillon se dirigió hacia la puerta con Rus pisándole los talones. El carruaje negro que los había seguido desde Mayfair pasó de largo y se detuvo un poco más adelante. Dillon no les dirigió ni una mirada. Al llegar a la puerta comenzó a golpearla.

Rogar no serviría de nada. Ni gritar. Mientras los observaba mirándola con esas sonrisas de anticipación, Pris tuvo la sospecha de que eso les gustaría, que rogar y gritar sólo los provocaría.

Ya había reculado todo lo que podía, no había ningún sitio al que correr. No estaba en el mejor lugar para permanecer de pie, pero al menos tenía espacio para girarse hacia un lado y escabullirse.

Habían cerrado la puerta; en ese momento se quitaban los abrigos, y los lanzaban encima de una vieja silla desvencijada. Dos de ellos comenzaron a remangarse la camisa.

—Bueno, bueno, lady Priscilla.

El patán que Pris instintivamente catalogó como al líder —el más dominante, al que más importante era distraer— se acercó a ella, despacio, dispuesto a atraparla si intentaba escabullirse.

Años de forcejeos con sus hermanos volvieron a su mente. Ella cambió el peso a la otra pierna, pensando a toda velocidad, evaluando la situación.

Eran cuatro. Si al menos fueran dos. Pero…

—Querida lady Priscilla —se burló el líder.

Los demás se dispersaron, flanqueando al líder… y a ella. Pero era al cabecilla al que Pris observaba.

Este continuó ronroneando con su acento de clase alta.

—Con esa preciosa boquita, y esos deliciosos pechos, y esas piernas largas, tan largas, y ese dulce culito…, no sabes cómo vas a satisfacernos esta noche.

La voz del líder cambió de entonación en la última frase, y eso la previno.

Pris se tensó cuando él y otro de los hombres se abalanzaron sobre ella y la agarraron de los brazos. Riéndose de sus forcejeos para soltarse, y sin ningún tipo de esfuerzo, la levantaron y la tumbaron de espaldas sobre la cama.

Pris luchó como una posesa, pataleando y golpeándoles con las piernas, pues no se habían molestado en sujetárselas. La delgada colcha sobre la que la sujetaban desprendía un olor nauseabundo que la engulló como una nube, y actuó como una poción, haciéndola ser consciente de una fuerza que no sabía que poseía.

Maldiciendo, ejercieron más fuerza sobre ella. Pris mordió una mano, lanzó una patada al otro lado, y sintió que la punta del zapato impactaba en su objetivo.

El cabecilla soltó un aullido y se dobló en dos, luego cayó sobre la cama. Sus compañeros lo apartaron de un empujón y él aterrizó en el suelo con un golpetazo.

El inesperado suceso dejó paralizados a los demás durante un instante. Pris aprovechó la oportunidad y levantó el puño para golpear la aristocrática nariz del segundo asaltante.

Él no vio venir el golpe. Le impactó de lleno y gritó de dolor cuando la sangre comenzó a salir a borbotones. Se llevó la mano al rostro, pero la apartó de inmediato, mirando horrorizado la palma ensangrentada, luego se quedó lívido y con los ojos en blanco cayó sobre Pris, inmovilizándola con su peso muerto sobre la colcha mientras ella intentaba con todas sus fuerzas incorporarse sobre los codos.

Los otros dos gruñeron. Su ventaja ya no era la misma.

Pris casi saboreaba la victoria cuando la agarraron cada uno por un brazo, esta vez manteniéndolos sujetos mientras subían gateando a la cama y usaban su peso para doblegada.

Ella intentó luchar, pero en esta ocasión les ayudó el peso de su camarada desmayado. Le inmovilizaron los brazos y las piernas, apoyándose sobre su cuerpo para sujetarla antes de apartar a su amigo inconsciente y caer sobre ella.

Pris soltó un grito ahogado y luchó con todas sus fuerzas… Pero estaba perdiendo la batalla. Casi estaba sin aliento cuando se dejaron caer sobre ella, agarrándole las piernas a través del vestido arrugado, forzándola a separarlas.

En ese momento se escuchó un gran estrépito.

Ellos no lo oyeron. Por el contrario, la apretaron con más crueldad contra la cama, con sus lascivas caras cada vez más cerca…

Luego desaparecieron, volaron por los aires.

Pris giró la cabeza a tiempo de ver a uno de ellos golpear contra la pared. Un golpe similar al otro lado de la habitación sugería que el otro hombre había encontrado un destino similar.

Parpadeó, e inspirando el aire que tanto necesitaban sus pulmones, se apoyó sobre los codos e intentó enfocar la vista. Era Rus quien golpeaba con los puños a uno de sus asaltantes. Miró hacia el otro lado y descubrió a Dillon deshaciéndose con eficacia del otro hombre.

Incorporándose, se apartó las faldas a un lado y se puso de rodillas para mirar por el borde de la cama. El líder sollozaba en silencio y respiraba con dificultad mientras se retorcía en el suelo. Consideró bajarse y patearle otra vez. Luego gateó hacia el otro lado de la cama y se asomó. El que se había desmayado tras el puñetazo en la nariz aún seguía inconsciente.

Un estado que acababan de alcanzar los otros dos. Rus se enderezó cuando el hombre del que se había estado ocupando se deslizaba por la pared hacia el suelo.

Pris observó a Dillon. En ese momento se apartaba de su víctima con la atención puesta en ella. Con rapidez la miró de arriba abajo.

—¿Estás bien?

Ella le devolvió la mirada, vio la emoción desnuda en su cara, en sus ojos y se dio cuenta de que no podía hablar. Asintió con la cabeza.

Y de repente él estaba allí, a su lado, invadido por el alivio mientras la tomaba en sus brazos y la estrechaba contra su cuerpo.

Pris le devolvió el abrazo con la misma intensidad, con la misma fiereza.

—Habéis llegado justo a tiempo.

Y en ningún momento ella había dudado de que lo harían.

—Llegué a pensar que no llegaríamos a tiempo —masculló Dillon contra su pelo.

Pris oyó el miedo, no, el terror, en su voz.

—Pero lo hicisteis. —Lo abrazó de nuevo, luego le ofreció la mano a Rus y le apretó los dedos—. Llegasteis a tiempo.

Rus le devolvió el apretón, luego le soltó la mano y dio un paso atrás para mirar al hombre inconsciente al lado de la cama.

Un pesado suspiro llenó la estancia. Venía de la puerta.

Rus miró en esa dirección y se quedó paralizado. Sin girarse, y protegiendo con su cuerpo a Pris, que aún seguía de rodillas sobre la cama, Dillon miró por encima del hombro.

Pris, que todavía seguía rodeándole el cuello con los brazos, miró por encima de su hombro, ignorando sus esfuerzos de mantenerla apartada.

—Qué difícil es encontrar ayuda inteligente estos días. —Wallace estaba en la puerta, con la mirada ardiendo de odio y una pistola en la mano—. Al parecer, lady Priscilla, mi venganza deberá ser más directa, después de todo.

Lentamente, levantó la pistola y apuntó a Dillon. Dillon soltó a Pris y se giró.

Rus se lanzó desde el otro lado de la habitación.

—¡No! —Pris se arrojó sobre Dillon.

Wallace disparó.

Mientras empujaba a Dillon a un lado, Pris oyó un zumbido familiar cerca de su oreja, cuando el disparo estalló en la estancia y sonó tan fuerte como un cañón en ese espacio cerrado. Dillon cayó sobre el hombre que se retorcía y lo aplastó contra el suelo. En un enredo de brazos, piernas, cuerpos y faldas, Pris aterrizó encima de él.

Dillon la cogió en sus brazos y miró a Rus, que forcejeaba en la puerta con Abercrombie-Wallace, que sacaba una segunda pistola. Maldiciendo entre dientes, puso a Pris detrás de él, y luchó para liberar los pies de las piernas del hombre que gemía inmóvil bajo él.

Se puso a gatas y luego se incorporó. Por encima del hombro de Rus, Abercrombie-Wallace lo vio.

Wallace soltó la pistola y empujando a Rus con fuerza consiguió que perdiera el equilibrio. Luego reculó hacia el pasillo. Recuperando el equilibrio, Rus se lanzó sobre él.

Apartándose a un lado, Wallace agarró a una corpulenta mujer que chillaba en el pasillo y la empujó hacia Rus.

La mujer y Rus cayeron, bloqueando la puerta.

Rus juró a gritos. Dillon llegó hasta él mientras apartaba a la mujer y luchaba por ponerse en pie.

Rus saltó sobre la mujer y se dispuso a perseguir a Wallace. Dillon lo cogió del brazo.

—No.

La mujer dejó de gritar. El estrépito de los pasos de Wallace bajando las escaleras se desvaneció, luego oyeron un portazo.

Dillon soltó el aire y el brazo de Rus.

—Ha elegido. Deja que vaya al encuentro de la recompensa que se merece.

Rus lo miró a los ojos y le susurró:

—¿Los caballeros del carruaje negro?

Dillon asintió.

—No es que sean caballeros, al menos no en el sentido literal de la palabra.

Pris los oyó. No los entendía, pero ya preguntaría más tarde.

Aunque todavía estaba temblorosa, se sentía tan aliviada de verlos sanos y salvos que había perdido el miedo a los cuatro «caballeros» desperdigados sobre el suelo como si fueran basura.

Incorporándose sobre sus rodillas temblorosas, levantó una mano para apartar los rizos que se le habían soltado y le caían sobre la cara. Al echárselos hacia atrás, se rozó la oreja con la mano y sintió un dolor agudo. Sorprendida, notó los dedos húmedos. Se miró la mano.

Estaba llena de sangre.

En ese momento comprendió qué había causado aquel zumbido tan extrañamente familiar.

Levantó la mirada. Tanto Rus como Dillon estaban ayudando a la mujer —que jadeaba, se quejaba y proclamaba su inocencia— a ponerse en pie. Con mucha rapidez, Pris la imitó al tiempo que mullía los rizos sobre la oreja herida. Se limpió disimuladamente la mano sobre la colcha color burdeos; al menos allí, la sangre no se notaría.

Sugiriéndole a la mujer que se retirara a la sala para tomar un reconstituyente, Dillon la empujó y cerró la puerta.

Rus ya había empezado a examinar a las víctimas y le dio una patada al mismo que había dejado sin sentido.

—¿Qué hacemos con estos?

Lo debatieron brevemente. Al final, en lugar de hacerlos papilla, la opción favorita de Rus, y por la cual Pris se decantaba, le pidieron cuerdas a la dueña del burdel, los ataron de pies y manos, y luego los espabilaron un poco para que bajaran las escaleras y salieran a la calle. Allí Rus y Dillon se encontraron con que el conductor del vehículo de alquiler los había esperado junto con el que había llevado a Pris al burdel.

Joe los saludó tocándose levemente la gorra.

—Una vez que me puse a reflexionar, supe que algo iba mal. Vine a ver si podía ayudar en algo.

Pris le sonrió.

—Gracias. ¿Podría llevar en su carruaje a esos cuatro sinvergüenzas y seguirnos? Le aseguro que no le molestarán.

El carruaje negro había desaparecido. Los dos carruajes de alquiler, uno detrás de otro, emprendieron el camino de regreso hacia Mayfair.

Tras su primera parada, con el deseo de exigir una venganza más apropiada ardiendo en sus venas, Pris se apoyó contra Dillon mientras el coche de alquiler traqueteaba hasta su siguiente parada.

Le miró a los ojos, sostuvo su mirada y sonrió.

—Eres muy hábil diseñando planes diabólicos.

Él la miró fijamente a los ojos, levantó una mano y, muy despacio, le acarició la mejilla.

—Me sale de dentro.

La voz de Dillon no fue más que un murmullo, una caricia, una plegaria. Miró al otro lado del carruaje a donde Rus observaba por la ventanilla los edificios ante los que pasaban, luego inclinó la cabeza y la besó.

No fue un beso apasionado, sino uno de agradecimiento, de gratitud, de alivio. Pris respondió con las mismas emociones, agarrándole con fuerza de las solapas, y atrayéndolo hacia ella.

El carruaje redujo la marcha. Dillon levantó la cabeza y miró hacia fuera.

—Siguiente parada.

La venganza fue meticulosa y terriblemente apropiada. Dillon había reconocido a los cuatro «caballeros». Ellos habían sabido quién era Pris, la habían reconocido. Habían ido a por ella a sabiendas, y habían intentado arruinar la reputación de lady Priscilla Dalloway, la hija de un conde. Según transcurría la noche, Dillon, Pris y Rus hicieron una ronda por las principales fiestas y bailes, entregando a cada uno de los cuatro —desposeídos de sus abrigos, atados con cuerdas y gimiendo— donde correspondía.

Los entregaron a sus madres.

Cuatro de las más influyentes damas de la sociedad vieron sus veladas interrumpidas mientras observaban boquiabiertas cómo empujaban a sus descarriados hijos de rodillas ante ellas a los ojos de todo el mundo. Tuvieron que sentarse y escuchar cómo les explicaban los crímenes de sus hijos —en público, ante amigos y conocidos—; cómo la hermosísima prometida de un reconocido representante del deporte de los reyes, una muchacha de la aristocracia, hija de un conde, había sido secuestrada de su baile de compromiso y abandonada en un burdel, y que sus disolutos y despiadados hijos habían tratado de echarla a perder en vez de ayudarla, algo que hubieran conseguido si no fuera porque él mismo, ayudado por el hermano de la joven, el vizconde Rushworth, uno de los jóvenes más elegibles del momento, habían llegado justo a tiempo de impedirlo.

En realidad, esa venganza era una jugada temeraria, pero quienes la presenciaron se quedaron horrorizados. Todas esas matronas se pusieron de parte de Pris y la defendieron como harían con cualquier dama bien educada.

Si alguno de los «caballeros» esperaba que su madre o la sociedad tuvieran piedad de él, no fue eso lo que encontró.

Era tarde cuando regresaron a Berkeley Square.

Envueltos en la euforia de haberse enfrentado al terror y haber salido victoriosos, entraron al vestíbulo de Horatia con gran alboroto.

Habían salido tan precipitadamente que nadie había sabido a dónde había ido ninguno de ellos. Su reaparición causó impresión, provocando un torrente de reprimendas seguido de un montón de miradas ansiosas que exigían que les contaran lo que les había ocurrido.

Su historia, cuando todos estuvieron sentados y les permitieron hablar, despertó gran expectación. En el carruaje de alquiler habían acordado no reservarse nada. En ese momento no había nadie a quien necesitaran proteger y con una animada cháchara dieron a conocer su colorida aventura.

El honorable Hayden Abercrombie-Wallace ya no tenía lugar en la sociedad. Y teniendo en cuenta su precipitada salida del burdel a la calle donde aguardaban los vehículos de alquiler, Dillon no estaba seguro de que Wallace estuviera aún entre los vivos.

Como era de esperar, todos estaban horrorizados, llenos de indignación, pero también entusiasmados por haber estado allí para oír la historia, para, no importaba de qué manera, haber participado en la caída del caballero que se había servido de esa manera tan vil del noble deporte de las carreras de caballos.

Dillon, Rus y Pris fueron aclamados como héroes una vez más; aquellos que no conocían la historia completa de las sustituciones, rogaron que se la contaran. Barnaby, muy feliz a pesar de haberse perdido la acción, prometió que él se ocupaba de poner al día a los de Bow Street.

Entretanto, el baile de Horatia, que había estado a punto de acabar como el rosario de la aurora, cobró vida de nuevo. Los músicos tocaron música suave mientras los invitados se sentaban, comentaban y se maravillaban de lo mucho que había dado de sí la velada.

Dillon miró a Pris. Ella le devolvió la mirada con una sonrisa radiante, pero él sabía que estaba exhausta. Estaba seguro de que su prometida no estaba escuchando lo que la grande dame le decía al oído.

En cuanto la dama se apartó de ella, le tocó el brazo y la tomó de la mano cuando ella se volvió hacia él.

—Vámonos a casa.

Quería llevarla a casa de Flick, allí donde él podría dar rienda suelta a las incontenibles emociones que lo atravesaban. No estaba seguro de qué era lo que sentía en realidad, ni de cómo lidiar con ello. El terror y el miedo lo habían dominado, pero luego se había calmado y lo habían dejado sintiéndose expuesto y vulnerable.

Había ocultado sus emociones a todos, incluso a Pris, hasta ese momento. Sosteniendo su mirada mientras ella indagaba en sus ojos, él le permitió ver un atisbo de sus emociones y, simplemente, le dijo:

—Ya he tenido bastante.

Ella vaciló sólo un instante, luego asintió con la cabeza.

—Se lo diré a Rus y a Eugenia.

Dillon la esperó en la puerta. Cuando Pris regresó a su lado, se encontraron con Horatia, que dadas las circunstancias, los dejó marcharse sin decir nada. Tomando a Pris de la mano, Dillon la guio fuera del baile, lejos de la alegre celebración por su victoria, a la quietud de la noche.

Jake, su conductor, los había esperado. Los ayudó a subir al carruaje, y el vehículo recorrió el corto trayecto que separaba la casa de Horatia de Half Moon Street. Dillon insistió en darle una generosa propina, aunque Jake protestó argumentando que la emoción de la noche ya había sido suficiente propina; se separaron con buenos deseos por ambas partes.

Dillon abrió la puerta principal con su llave. La casa permanecía sumida en el silencio; los sirvientes se habían retirado y el resto de los habitantes de la casa estaban todavía en la mansión de Horatia. El silencio reinante los envolvió mientras subían las escaleras en la oscuridad. La confianza de que todo iba bien había tranquilizado a Dillon cuando llegaron a la habitación de Pris y entraron.

Pris se acercó al tocador y dejó allí su ridículo; se quitó el chal y lo dejó caer encima del taburete. Dillon encendió el candelabro del tocador, se quitó el abrigo y el chaleco, luego se acercó al hogar de la chimenea, donde ardía un fuego bajo. Agachándose lo reavivó.

Con un suspiro, ella se giró, se dejó caer en el taburete y lo observó. Miró ensimismada cómo las llamas crecían, brincaban e iluminaban el rostro de Dillon.

Pris le había prestado su ayuda sin reservas en el plan para deshonrar a sus cuatro asaltantes; había estado a su lado mientras les había relatado los hechos a los invitados de Horatia. Ahora, sin embargo, se sentía no sólo sucia por fuera, con su vestido arrugado, sus rizos desordenados y unas magulladuras en las muñecas, sino sucia y andrajosa por dentro, como si sus propias emociones se hubieran visto afectadas.

En cuanto a Dillon… Ella no había reconocido ni comprendido lo que significaba esa mirada, pero había sospechado desde el momento en que él había irrumpido en la estancia del burdel, que Dillon había encerrado sus emociones bajo llave y que las había estado conteniendo de manera implacable durante las horas siguientes. Nadie mejor que ella sabía que ese tipo de control tenía sus límites.

Dillon se estiró para coger un leño y lo depositó sobre las llamas. Ella lo observó, saboreando el movimiento de los músculos debajo de la fina tela blanca de su camisa, feliz de que estuviera allí, aliviada por su presencia. Él era la única persona con la que podía imaginar estar a solas en ese momento. Dillon había pasado las últimas noches con ella en esa habitación, se habría sentido extraña si no estuviera allí.

Pronto tuvieron un hermoso fuego ardiendo en el hogar, iluminándolos y llenando la habitación de calor. Él se levantó, y se quedó allí parado con la mirada clavada en las llamas. Pris se levantó también, y se acercó a su lado.

La mano de Dillon buscó la suya; Pris entrelazó sus dedos con los de él.

Tras un momento, él tiró de ella y la rodeó con los brazos.

Ella se dejó llevar de buena gana, y levantó su cara cuando él inclinó la cabeza. Los labios de Dillon se amoldaron a los suyos. Pris abrió la boca y le dio la bienvenida.

No al formal, sofisticado y encantador Dillon sino al otro Dillon, al hombre apasionado que acechaba tras la máscara social. Lo saboreó a él, al indomable, al inseguro, al emocionante, excitante y perversamente pecaminoso Dillon.

Lo atrajo hacia ella. Con sus labios, con su cuerpo, lo tentó y jugó con él, provocándole con su propia promesa salvaje y pícara, ofreciendo su pasión y su alma a cambio de la de él.

El beso se volvió ávido y la cabeza de Pris comenzó a dar muchas vueltas.

Dillon tensó el brazo, duro y posesivo, sobre su cintura. Con la otra mano, le apartó a un lado los rizos sueltos para enmarcarle la cara…

Pris sintió un dolor afilado e intenso. Dio un brinco e hizo una mueca de dolor antes de recordar.

—¿Qué te pasa? —Él levantó la cabeza al instante. Se miró los dedos, luego le apartó los rizos—. Dios mío, ¡estás sangrando!

Pris cerró rápidamente los ojos. «¡Maldición!».

—Es sólo un rasguño. —Abriendo los ojos, intentó apartarse, pero la presa de su cintura no cedió ni un ápice.

—¿Un rasguño? ¿Cuándo…?

Dillon se dio cuenta al instante, al ver la quemadura de pólvora en el borde de su oreja; se le había rasgado la perfecta curva de alabastro de manera irreparable. Pris no iba a morir, la herida se curaría, pero esa curva perfecta jamás volvería a ser perfecta otra vez.

El terror se adueñó de él y descubrió que podía ser todavía peor que el miedo que había sentido en ese momento. Era más fuerte y profundo, puesto que ahora tenía tiempo para pensar, para imaginar, para comprender en toda su magnitud lo que podía haber ocurrido.

Una furia helada, provocada por ese terror sombrío, lo invadió.

Dillon parpadeó, y todo lo que vio fue esa fría oscuridad que casi la había reclamado… y a él con ella.

—Te lo hizo cuando intentaste salvarme. —Su voz era más fría, mucho más fría, que su tono.

Pris alzó la cabeza de golpe, liberándose de la mano que sostenía su cara cuando levantó la barbilla.

—No sólo lo intenté…, te salvé. ¡Te quedaste quieto! ¡Ibas a dejar que te disparara!

Cada fibra de masculinidad de su cuerpo lo hizo rugir.

—¡Maldita sea! ¡Esa no es la cuestión!

Pris ni se inmutó. En su lugar, se inclinó hacia él y nariz contra nariz le espetó:

—Pues para mí sí lo es. Estabas a punto de dejar que te dispararan, ¿esperabas que yo lo permitiera? ¿Que permaneciera a salvo detrás de ti? ¿Qué me limitara a mirar mientras me retorcía las manos?

—¡Sí! —Dillon apartó las manos de ella, o era eso o la sacudía allí mismo—. Eso es precisamente lo que deberías haber hecho.

Pris dio un paso atrás y clavó los ojos en él.

—¡No seas tonto!

—¿Tonto? —Se mesó el pelo y se alejó de ella—. Maldita sea, Pris, estuvieron a punto de violarte. Te habrían violado si Rus y yo no hubiéramos llegado a tiempo… Y todo por mi culpa. Por ese maravilloso plan que se me ocurrió para atrapar al señor X, para protegernos, para… para hacer lo que me obligaba el deber.

De pie ante la chimenea, Pris lo miró con el ceño fruncido.

—Sí, lo sé. Pero llegasteis a tiempo. —Lo observó acercarse a ella, leyendo la agitación en cada uno de sus furiosos y violentos movimientos. ¿Qué le pasaba?

Dillon sacudió la cabeza. Tenía la cara desencajada.

—Sí, pero… nada de eso era importante. Pensé que lo era, y hasta cierto nivel lo es, pero no hasta el punto que verdaderamente importa. Tú sí eres importante, tú y lo que tenemos juntos…, tú y yo, y lo puse en peligro. —Hizo una pausa y la miró a los ojos, su mirada oscura era turbulenta y un poco salvaje—. Y por si no fuera bastante tener que vivir con eso, aunque te aseguro que nunca más volveré a arriesgarme, tú vas y… —apretó los puños contra los costados— te pones en peligro. ¡Has intentado salvarme! ¡Jamás se te ocurra hacer algo tan insensato de nuevo!

Ella le devolvió la mirada furiosa, abrió la boca para protestar, pero él la interrumpió.

—No quiero que pienses que no estoy agradecido, pero… —inspiró hondo y cuando habló lo hizo entre dientes—. Prométeme que nunca, jamás, volverás a ponerte en peligro otra vez, de ninguna manera. Me prometiste que nunca lo harías…

—¡No a menos que tú estuvieses conmigo! ¡Y lo estabas! Esa es la cuestión… Tenía que salvarte.

—¡No me importa! ¡Prométeme que no volverás a hacerla nunca más, que pase lo que pase jamás volverás a arriesgarte de ninguna manera otra vez!

Ella lo miró con los ojos entornados. Dejó pasar un largo momento.

—¿Y si no lo hago?

Las fosas nasales de Dillon se ensancharon y su pecho se hinchó. Se puso rígido de pies a cabeza.

—Si no lo haces, entonces tendré que asegurarme de que jamás tengas la oportunidad de…

Ella escuchó, asombrada, cómo él describía cada uno de los detalles que se le ocurrían para privarla de su libertad, encerrándola y reteniéndola para que no volviera a correr ningún peligro por muy pequeño que este fuera.

Cómo él haría lo imposible para que ella dejara de ser ella.

Si hubiera sido otra persona, Pris le habría gritado desafiante.

Pero en vez de eso, se dedicó a observarlo caminar de un lado a otro de la habitación, despotricando y desvariando, observando cómo su sofisticada fachada se resquebrajaba y caía en mil pedazos, dejándolo totalmente expuesto y vulnerable.

Ignorando las palabras, Pris se concentró en lo que él realmente decía.

«Eres mi vida. Significas demasiado para mí». Ella lo vio, lo entendió y esperó.

Al final, Dillon se dio cuenta de que ella no reaccionaba. Se detuvo y la miró. Frunció el ceño.

—¿Qué?

Pris no podía decirle lo que había visto en él, algo que sólo hacía que lo quisiera más. Buscó su mirada y le dijo quedamente:

—¿Recuerdas cuando te pregunté qué estabas dispuesto a ofrecer? ¿Si era tu rendición? ¿Recuerdas lo que me respondiste?

Dillon la estudió un largo momento. Apretó los labios.

—«Qué es lo que quieres».

Ella asintió con la cabeza.

—Recordarás también que no respondí. —Él se puso rígido; antes de que Dillon pudiera hablar, ella continuó—: Esto —los señaló a los dos con un gesto de la mano— es parte de la respuesta.

Alejándose del fuego para que la llama oscilante iluminara los ojos de Dillon, le sostuvo la mirada.

—Lo que quiero de ti a cambio de mi mano es una sociedad. Una sociedad de iguales, cada uno con su fuerza, con sus debilidades tal vez, y también con nuestras voluntades, nuestras necesidades y anhelos.

Con la mirada clavada en la de él, ella ladeó la cabeza.

—Nos parecemos mucho, comprendes cómo me siento. Sin embargo, lo que tú sientes por mí, es lo mismo que siento yo por ti. Así que de ninguna manera me quedaré dócilmente sentada observando mientras arriesgas la vida, no más de lo que lo harías tú si fuera yo la que estuviera corriendo peligro. Siempre voy a exigir el derecho de actuar, de elegir mi camino. —Curvó los labios—. Igual que cuando te elegí a ti, no sólo ahora, sino también en el cenador del lago. Esa primera vez no fue por el registro, aunque dejé que creyeras eso. Esa vez, igual que todas las demás veces, se trataba simplemente de ti. Sólo de ti. Eras todo lo que yo había querido siempre, lo que había soñado, así que fui a por ti, esa y todas las demás noches.

Tomando aire, extendió las manos. Hablar con tal claridad, con tal sinceridad, era más difícil de lo que había pensado.

—Y esto que tenemos ahora tú y yo, esto que hay entre nosotros, es algo nuestro, y si te pierdo a ti, también pierdo eso. No puedes esperar que no te proteja igual que lo harías tú. Somos impulsivos, corremos riesgos, pero protegemos lo que es más importante para nosotros. Es así como somos y como siempre seremos.

»No puedo cambiar mi manera de ser más de lo que puedes tú. El precio de mi amor es que tienes que aceptarme tal como soy, no como tú, o al menos parte de ti, quiere que sea. Mi precio es que admitas lo que tú sabes que es verdad, que no seré tu posesión y no podrás dominarme, que soy tan salvaje e imprudente como tú, que no importa cuál sea el peligro que corras, yo estaré allí, a tu lado y cualquier cosa que nos pueda amenazar en el futuro la afrontaremos juntos y nos defenderemos el uno al otro.

Pris hizo una pausa. No había más sonido en la habitación que el chisporroteo del fuego. Continuó mirándolo fijamente, observándolo en la oscuridad; lentamente levantó la mano y se la tendió.

—Estoy dispuesta a aceptarte tal y como eres. —Dillon le tomó la mano y se la apretó. Ella sonrió—. No puedo pedirte que pagues el precio de mi amor porque ya lo tienes, pero ¿lo harás de todas maneras? ¿Me aceptarás tal como soy?

Durante un largo momento, él no contestó, luego cerró los ojos y suspiró.

—No de buena gana. —Abrió los ojos, una llama iluminaba su mirada oscura—. Pero lo haré. Haría cualquier cosa por ti.

Dillon miró fijamente esos ojos color esmeralda y se preguntó cómo ella había conseguido hacer desaparecer la violencia y el terror que había sentido. Sólo pudo maravillarse de la habilidad de Pris para abrirse camino a través de su corazón, para llegar a su alma y disipar todos sus temores.

—Esta noche… —Esbozó una mueca—. Sólo ahora…

Pris fue a sus brazos.

—Esta noche será nuestra, después… tenemos tiempo de sobra para negociar mañana. —Le sostuvo la mirada durante un momento, luego le ahuecó la cara con la mano—. Déjame…

Ella tenía razón. Estaban allí, juntos, a salvo y libres. Tenían un futuro. Formarían una sociedad de por vida.

No podía discutir, ni quería hacerlo. Y ella lo sabía.

Lo cogió de la mano y lo llevó a la cama, y él se lo permitió. Dejó que lo envolviera con sus brazos, con su cuerpo, y lo condujera al paraíso. A ese lugar salvaje y temerario al que podían llegar juntos, donde el mundo era suyo, donde vivían los placeres compartidos, y el regocijo era aún más perfecto por la poderosa, innegable e irresistible fuerza de su amor compartido.

Se entregaron sin reservas. Se elevaron hasta alcanzar alturas inimaginables, luego se rompieron en mil pedazos al tocar la gloria y no fueron más que cáscaras en el viento, moviéndose a la deriva lentamente hasta volver a la tierra, a las suaves sábanas de su cama, al calor de los brazos del otro.

Dillon la acomodó a su lado, dentro del círculo que formaban sus brazos, y sintió una poderosa sensación, como si una mano los bendijera.

Ella le acarició el pecho con la nariz y luego suspiró.

Cerrando los ojos y rodeándola con sus brazos, Dillon le susurró en un suave murmullo sólo para sus oídos:

—A pesar de todo no pienso permitir que vuelvas a acercarte a una pistola de nuevo.

Ella se rio entre dientes y chasqueó la lengua suavemente. Dillon esbozó una sonrisa y se durmió.

Bien avanzada la mañana siguiente, Dillon se desperezó bajo las sábanas, luego miró a Pris de arriba abajo que yacía saciada a su lado.

No se había ido al amanecer. Prefería despertarse a su lado, como tenía previsto continuar haciendo en el futuro.

—Deberías irte —murmuró Pris, empujándolo.

El empujón no fue demasiado fuerte. Dillon sonrió ampliamente y se quedó donde estaba. Desde ahí, todo parecía de color rosa…, salvo por una cosa.

Recorrió con la mirada los rizos negros y alborotados que asomaban por encima de las sábanas.

—Esta boda nuestra… ¿tiene que ser realmente a lo grande? ¿Tan complicada?

Pris se movió, abrió un ojo y lo miró, luego arqueó una ceja.

—Lo que quiero decir —suspiró él, poniéndose de lado para mirada— es que puedo obtener una licencia especial para casarnos, regresar a Newmarket, y comenzar ya nuestra vida juntos. —La miró arqueando también las cejas—. ¿Qué te parece?

Lo cierto era que él se sentía bastante desesperado, en especial después de la velada anterior. En especial, después de todo lo que había sentido, de todo lo que había comprendido. Casarse con Pris, que ella se casara con él, era su prioridad más urgente.

Ella le estudió, luego sonrió, levantó una mano y le palmeó la mejilla.

—Me parece que es un sueño agradable, pero un sueño al fin y al cabo.

Dillon se las arregló para no fruncir el ceño, pero se sentía decepcionado.

—¿Así que en realidad quieres una boda fastuosa? —No lo hubiera creído de ella… Solía ser mucho más impaciente que él.

—¡Caramba, no! Pero tiene que ser así.

Él frunció el ceño y ella negó con la cabeza.

—No puedes decepcionarlas. Lo cierto es que ellas lo están haciendo por ti.

—Pero… —Intentó persuadida, gimoteó y lloriqueó, probando todas las estratagemas en las que pudo pensar, pero, al final, se dio cuenta de que ella tenía razón. No tenía valor para decepcionar a Flick, a Eugenia, a Horatia y a todas las demás. En especial después de todo lo que habían hecho para ayudarle.

Esbozó una mueca, luego tuvo una inspiración.

—Quizá puedas persuadirme.

Ella sonrió ampliamente y se puso a ello. Se dedicó con toda el alma a que él dejara de pensar y aceptara lo inevitable.

Una boda enorme y fastuosa, y todas las torturas que eso implicaba.

Al fin y al cabo, le susurró una vocecita, era un pequeño precio a pagar por tanto amor.

Se casaron en la iglesia de Newmarket. El acontecimiento, que tuvo lugar justo después de que finalizara la temporada de carreras, fue aclamado como el suceso más interesante del año desde un punto de vista social.

Los demás miembros de la familia Dalloway, acompañados de un buen número de amigos y conocidos, viajaron desde Irlanda para asistir a la boda. Lo cierto es que acudió gente de toda Inglaterra para presenciar las nupcias de la hija mayor del conde de Kentland. Los Cynster y otros amigos de los Caxton invadieron el pueblo. El gentío fuera de la iglesia cuando los novios salieron de la capilla era impresionante; había mucha gente del pueblo ansiosa por ver a su héroe casado.

Sonriendo con orgullo, Dillon se negó a soltar la mano de Pris mientras se detenían aquí y allá en el recorrido hacia el carruaje que les esperaba; ya habían padecido una auténtica tormenta de arroz. Había mucha gente que les requería una palabra, un saludo, un pequeño reconocimiento, pero por fin alcanzaron el carruaje, y en medio de una inmensa alegría, se alejaron para asistir al almuerzo de boda.

Demonio y Flick habían insistido en celebrarlo en su casa. Cuando Dillon y Pris salieron al jardín al otro lado del salón de la casa, el amplio espacio ya estaba abarrotado de invitados.

Dos de los mejores amigos de Dillon, Gerrard Debbington y Charlie Morwellan, habían sido sus padrinos de boda. Gerrard estaba en un extremo de la terraza con su esposa, Jacqueline; Dillon y Pris se reunieron con ellos. Como Gerrard y Jacqueline se había casado sólo unos meses antes, los cuatro tenían mucho en común.

—Intento con todas mis fuerzas acordarme de todos los nombres y el parentesco entre ellos —confesó Jacqueline—. ¡Y el clan sigue creciendo!

Pris se rio.

—Y en más de una forma. —Sostuvo la brillante mirada de Jacqueline que ese mismo día le había contado entre susurros que estaba embarazada, algo que cualquiera adivinaría viendo su beatífica sonrisa.

Charlie se acercó a ellos cuando Gerrard y Jacqueline continuaron su camino.

—Ya han caído dos. Soy el último hombre libre.

Dillon le palmeó el hombro.

—También llegará tu hora.

Pris escuchó cómo Dillon y Charlie se tomaban el pelo mutuamente; cuando Dillon y ella se movieron para continuar saludando, ella le murmuró:

—Recuerda… No hay escapatoria.

Charlie clavó los ojos en ella. Pris le sonrió con aire inocente, le dio una palmadita en el brazo y riéndose entre dientes siguió a Dillon.

Había tantos invitados con los que hablar que la cabeza pronto le comenzó a dar vueltas, pero era una sensación agradable, una que Pris agradeció. Aunque no lo había esperado con demasiada ilusión, ahora se alegraba de haber escuchado a las damas mayores y más sabias, y haber esperado para tener una gran boda, y también se alegraba de haber convencido a Dillon. Había algo especial en tener a todos allí y compartir ese día con ellos. Nunca se olvidaría de esos momentos mientras viviera, y era algo que no le hubiera gustado perderse.

Barnaby estaba esperándolos en medio de la multitud. Se disculpó antes de sacar a colación el tema.

—Stokes me dijo que sacaron el cuerpo de Abercrombie-Wallace del Támesis hace una semana.

Pris frunció el ceño.

—¿Se ahogó?

Barnaby vaciló, pero cuando Dillon asintió con la cabeza, contestó.

—No. Tenía la garganta seccionada. Por lo que Stokes dijo, la muerte de Wallace no fue accidental.

Los tres intercambiaron una mirada; luego, como poniéndose de acuerdo, cerraron la puerta al pasado y se dedicaron a pensar en algo más acorde con el día.

Dillon era consciente de que se intensificaban sus sensaciones, que tenía una conciencia de las personas y sus movimientos que no podía recordar haber poseído antes. Se sentía conectado, seguro y querido, era algo intangible pero tan poderoso que sintió que casi podía tocarlo mientras hablaba con Diablo y Honoria, con Demonio y Flick, con Gabriel y Alathea, y con otros matrimonios Cynster que habían sido una constante en su vida durante la última década.

Sintió el toque de esa fuerza intangible con mayor intensidad cuando abrazó a su padre, cuando observó cómo el general sonreía satisfecho a Pris, cuando fue el objeto de las palmaditas en el hombro y de los cálidos apretones de manos de Rus y el conde, y cuando Pris los abrazó a ambos con una risa cristalina.

Lo sintió cuando vio que Rus y Adelaide compartían una sonrisa secreta.

El hermano de Pris, Albert y sus hermanos menores, estaban presentes. Albert observaba con interés todo lo que lo rodeaba mientras los más jóvenes jugaban y se reían bajo la sombra de los árboles con Nicholas y Prue y el pequeño ejército de niños presentes. Dillon miró a Pris, a Flick y a las demás damas que sonreían al verlos, no sólo a sus hermanos e hijos, sino a todos los demás.

A todos, sin distinción.

Cuando se paseó con Pris del brazo entre la multitud, entre todos aquellos que de alguna manera formaban parte de su familia, sintió el vínculo de ese poder cálido y familiar que, como si fuera un lazo, unía a todos los presentes.

A los maridos con las esposas, a los padres con los hijos, a los hermanos, a los amantes, a los tíos con sus sobrinos, el lazo de ese poder llegó hasta él y lo envolvió y le unió a todos los demás. Entonces supo lo que era.

El amor.

Estaba en el aire de tantas maneras diferentes que era imposible no sentirlo.

Dillon lo sintió, lo vio, lo reconoció, lo aceptó y dejó que ese poder fluyera a través de él.

Recorrió con la mirada a Pris cogida de su brazo, luego miró alrededor con los ojos completamente abiertos. Pronto, esperaba, conocería otro lazo de amor, el único que unía a un niño con su padre. Se movieron entre la multitud, y absorbió todo lo que veía, y sintió que su corazón se hinchaba de anticipación.

La mayor parte de los hombres, muchos de los cuales estaban casados, se habían reunido a un lado del césped. Dejando a Pris con las damas que estaban sentadas bajo los árboles, Dillon se reunió con los caballeros, sonriendo para sus adentros ante los comentarios, las quejas habituales para expresar la reticencia a participar en tales acontecimientos llenos de emociones.

Dillon tenía ahora una amplia comprensión de esa renuencia.

En ese tipo de acontecimientos era muy difícil no llevar el corazón en la mano, no se solía admitir abiertamente ese poder que los reclamaba a todos de una manera tan arrolladora. Un poder que siempre los dejaba expuestos y vulnerables, una realidad que no les gustaba admitir, incluso aunque sólo fuera por poco tiempo.

A pesar de todo, ellos siempre acudirían a esos acontecimientos si sus madres, esposas, hijas o hermanas se lo ordenaban.

Porque, como él ahora comprendía, bastaba con pesarlo todo en la balanza para saber que sentirse vulnerable y expuesto era un precio muy pequeño a pagar por tanto amor.